22 noviembre 2025

A pie de aula 8: contradicciones y consecuencias del voluntariado docente

En los institutos hay muchas cosas que se proponen hacer con la mejor de las intenciones sin tener en cuenta el tiempo no laboral que supondrá para los compañeros su realización. Y aunque no siempre la propuesta termina convirtiéndose en exigencia (directa o indirecta) es absolutamente necesario para cualquier docente aprender a decir no sin necesidad de justificaciones, sin aspavientos pero con firmeza, a esa especie de loco zoco de proyectos, actividades culturales externas, intercambios lingüísticos, olimpiadas, excursiones, viajes de fin de curso, viajes a la nieve, charlas dentro y fuera del centro... que cada semana, casi cada día se organiza en la sala de profesores o aparece, en su versión digital, en el buzón de su mail: "no, no lo voy a hacer, no me parece lo suficientemente interesante para esos alumnos como para que vuelvan a perder clases de mi materia mis otros alumnos".
 
Una cosa es que el (inevitable) altruismo que siempre ha acompañado a la docencia docente no deba ser coartado porque nuestra profesión nos impele a construir espacios de aprendizaje que, en ocasiones, necesitan ir mucho más allá del aula y otra tener que asumir que se nos exija lo que no nos toca para cumplir con la ensoñación particular de algún compañero excesivamente entusiasta o de un director especialmente manipulador.
 
Siempre he admirado y defendido esos proyectos educativos, promovidos por compañeros muy comprometidos, que se construyen de manera claramente paralela a lo estrictamente académico y de los que unos pocos alumnos disfrutan durante unos pocos años (el quijotismo docente suele tener siempre un límite temporal). Para ello se suelen usar recreos, séptimas horas y demasiadas horas de la vida personal de esos docentes, especialmente motivados por promover la cultura ente los adolescentes de una forma diferente. Estoy hablando de esas revistas culturales, programas de radio (ahora podcasts), cineclubs o lecturas guiadas. Pero al igual que lo he valorado he intentado siempre hacer notar que esas actividades ni son ni deben ser parte obligatoria de nuestro trabajo, que tienen más que ver con una forma de entender la vida en sociedad y de usar nuestro tiempo libre de una manera altruista que con el estricto ámbito de nuestra profesión docente. Porque la alternativa es absolutamente imposible de gestionar ni salarial ni laboralmente.
 
En mi caso, prácticamente desde que empecé como docente, tuve claro que por las características de mi materia (FyQ) y las ratios tan altas que sufrimos, todos mis recreos (y demasiadas veces, parte de mis séptimas horas) estarían a disposición de mis alumnos para consultar dudas de una manera más personalizada. Desde hace ya muchos años el primer día de clases con cada grupo, además de establecer las condiciones en las que vamos a trabajar y nos vamos a respetar en el aula, les termino trasladando tres ideas clave:
 
1- Podéis preguntar siempre en clase. Tantas veces como queráis. Jamás os voy a poner mala cara o a hacer un mal gesto por tener que repetir una explicación. Me pagan para eso.
 
2- No hay ninguna pregunta tonta relacionada con la ciencia pero sí hay tontos que se ríen de las preguntas.
 
3- Cuando veas que, a pesar de todo, no te enteras o has faltado a clase por estar enfermo y no eres capaz de seguir el ritmo de las explicaciones, "pídeme un recreo".
 
Traducción:
 
1- Estoy aquí para que "ese" alumno aprenda. No le voy a juzgar por preguntar lo que no entendió a la primera ni tampoco le voy a dejar de contestar o le voy a menospreciar porque ayer estaba empanado y no me hizo el caso que debía. NUNCA. Eso sí, cuando se lo vuelva a explicar le recordaré que ayer igual se equivocó al no prestarme la atención debida y poco a poco iré forjando una especie de compromiso invisible con él que me funciona prácticamente siempre: yo estoy aquí para enseñarte y tú estás aquí para aprender. Esto es un trabajo de dos. Yo no te voy a fallar. Procura tú ir fallando cada vez menos.
 
2- Es clave construir un ambiente de aula que permita a todos participar sin ser cohibidos por sus compañeros. Demasiadas veces he visto fracasar a potenciales buenos docentes por no darse cuenta de esto o no saber gestionar al grupo de alumnos. Para conseguirlo es fundamental que el docente ejerza su autoridad en el aula y no eluda su responsabilidad en aras de una absurda autorregulación emocional adolescente. Es más, también es absolutamente necesario que mientras un alumno pregunta o expone una duda el silencio del resto del grupo sea absoluto, no solo para que pueda entender mi explicación posterior sino para que esta no sea útil solo para él sino que sirva de refuerzo al resto.
 
3- Da igual lo que uno intente, siempre hay alumnos tan introvertidos que son incapaces de preguntar en el aula cuando explicas. Da igual lo que se diga, cuando por enfermedad un alumno pierde varias clases continuadas de mi materia suele ser incapaz de entender lo que estamos trabajando cuando vuelve. Da igual lo bien que creamos explicar en el aula, el aprendizaje también tiene un componente emocional que hay que valorar en su justa medida y hay alumnos que necesitan algo más que el aula, un empujón intelectual que les permita ver que nada es tan difícil como cree y un empujón motivacional que les permita imaginar un futuro formativo más ambicioso sustentado en un esfuerzo sostenido. Pues eso, por ellos y para ellos, todos mis recreos están a su disposición.
 
Para mí, esos recreos y séptimas horas de dudas, esas clases particulares gratuitas que les ofrezco a mis alumnos no son más que la consecuencia lógica de extender a cierta parte de mi tiempo no laboral una manera de entender la docencia: nada, absolutamente nada, me parece más trascendente que el hecho de que mis alumnos se esfuercen por aprender y terminen aprendiendo y comprendiendo lo que ayer les parecía tan complicado para así, finalmente, aprobar por sus propios méritos. ¿Por qué? Porque trabajo en la enseñanza pública y casi siempre lo he hecho en barrios con entornos sociofamiliares complicados y económicamente limitados, con alumnos que casi nunca tienen la posibilidad real de buscar esa ayuda puntual externa (mediante profesores particulares, academias o los propios padres y sus amistades) que tantas veces salva a los hijos de la clase media del fracaso en los estudios. Y mis alumnos, en el mundo real, se lo juegan todo a una carta: su formación. Se juegan tener una posibilidad. Aunque no me guste. Aunque mientras les ayudo a obtener sus títulos y su formación critique la trampa de la meritocracia. Porque la realidad mancha, obliga a cabalgar contradicciones y destruye las ensoñaciones pedagógicas de algunos que, asfixiados de pureza ideológica, prefieren eludir al alumnado real para así poder construir imaginarios educativos alternativos.
 
Jamás me he planteado que ninguno de mis compañeros docentes tenga que hacer algo parecido a lo que yo hago en esos recreos. Faltaría más. Lo mío es puro voluntariado, así lo entiendo. Es más, procuro explicarles a mis alumnos que esto que hago es una decisión personal e intento hacerles ver por qué no pueden exigir jamás que otros docentes hagan lo mismo. Dicho esto, y como me conozco al #ClaustroVirtual, creo necesario señalar que antes de criticar mi voluntariado tocaría recordar la ingente cantidad de "eventos educativos" que cada curso anegan nuestros claustros, suponen un extraordinario gasto de energía y de tiempo para otros compañeros y nadie parece plantearse discutir: proyectos, actividades culturales externas, intercambios lingüísticos, olimpiadas, excursiones, viajes de fin de curso, viajes a la nieve, charlas dentro y fuera del centro...   
 
Hablemos ahora un poco de lo que está pasando con todo esto.
 
De unos años a esta parte parece que no suficientes esos proyectos educativos que antes mencionaba como la revista o el programa de radio, la espectacularización de la enseñanza ha hecho carne en nuestros centros e, independientemente de ideologías y tipos de proyectos educativos, todos los centros intentan vender(se) por todo aquello que, realmente, nunca debió ser ni su función principal ni siquiera algo especialmente reseñable. Enseñar ya no basta. Ni siquiera enseñar bien. El centro educativo convertido en agencia de viajes para los alumnos de familias pudientes. El centro educativo como empresa experiencial para evitar el aburrimiento de los alumnos. El adorno pedagógico como motor educativo. El postureo educativo como equivocado motor de visibilidad. El adorno educativo (premios y proyectos) como la equivocada prioridad de tantos colegios e institutos que desesperan por parecer ser lo que no son y jamás debieron intentar ser. Luego, claro, llega la dura realidad del día a día, cuando las luces del escenario se apagan y la tramoya se descubre. Y toca volver al aula para estudiar algo. ¿Cuál fue el último claustro en el que se aplaudió la labor profesional de un docente en sus clases (enseñar como prioridad) en contraposición con los aplausos y reconocimiento que obtuvo ese otro docente por ese "proyecto de centro" con visibilidad social y premios "random" que todos sabemos que o no funciona o es absolutamente irrelevante?
 
Alumnos que pierden continuamente clases con muchos de sus profesores porque ellos, sus profesores, tienen que ausentarse para guiar y supervisar actividades de extraordinario valor experiencial (aunque en muchas ocasiones de discutible valor académico) para otros alumnos que casi nunca serán ellos. Vacaciones académicas en el extranjero disfrazadas de inmersión lingüística para unos pocos alumnos con familias con dinero Vacaciones académicas disfrazadas de actividad física en la nieve para unos pocos alumnos con familias con dinero. Vacaciones académicas disfrazadas de viajes de fin de curso en el extranjero, a precios desorbitados y absurdos, para unos pocos alumnos con familias con dinero. Todo ello y mucho más que, unido a las actividades extraescolares tradicionales que todos los departamentos mantenemos y multiplicamos, provoca que no haya día en el que en cualquier centro educativo típico no falten varios docentes (elimino de esta ecuación las bajas médica por motivos obvios): guardias que se multiplican cada curso y un escandaloso e ingente número de horas lectivas perdidas y desperdiciadas para los otros alumnos de ese docente que se tiene que ausentar. Aunque se intenten enmascarar para que nadie se queje.
 
En los institutos en los que trabajé cuando empecé a dar clases hace casi veinte años cada departamento organizaba al principio de curso excursiones puntuales sin coste o con el menor coste posible para los diferentes niveles educativos. Para todos los alumnos. Puntuales y para todos, matiz importante. Pero las cosas han mutado rápidamente, la deriva de los institutos en su búsqueda de experiencias formativas para sus alumnos empieza a resultar hasta ridícula, un camino sin retorno que termina convirtiendo en secundario, aburrido y hasta molesto el aprendizaje diario en el aula. Es importante dejar constancia de ello para que se empiece a poner en cuestión lo que está sucediendo. Nos estamos equivocando y tiene su inevitable coste en la formación de nuestros alumnos.
 
Post ampliado a partir de la base de un hilo escrito en X/Twitter el 5 de mayo de 2023.

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