En los institutos hay muchas cosas que se proponen hacer con
la mejor de las intenciones sin tener en cuenta el tiempo no laboral que
supondrá para los compañeros su realización. Y aunque no siempre la propuesta
termina convirtiéndose en exigencia (directa o indirecta) es absolutamente
necesario para cualquier docente aprender a decir no sin necesidad de
justificaciones, sin aspavientos pero con firmeza, a esa especie de loco zoco
de proyectos, actividades culturales externas, intercambios lingüísticos, olimpiadas, excursiones, viajes de fin
de curso, viajes a la nieve, charlas dentro y fuera del centro... que cada semana, casi cada día se organiza
en la sala de profesores o aparece, en su versión digital, en el buzón de su
mail: "no, no lo voy a hacer, no me parece
lo suficientemente interesante para esos alumnos como para que vuelvan a perder
clases de mi materia mis otros alumnos".
Una cosa es que el (inevitable) altruismo que siempre ha
acompañado a la docencia docente no deba ser coartado porque nuestra profesión
nos impele a construir espacios de aprendizaje que, en ocasiones, necesitan ir
mucho más allá del aula y otra tener que asumir que se nos exija lo que no nos
toca para cumplir con la ensoñación particular de algún compañero excesivamente
entusiasta o de un director especialmente manipulador.
Siempre he admirado y defendido esos proyectos educativos,
promovidos por compañeros muy comprometidos, que se construyen de manera
claramente paralela a lo estrictamente académico y de los que unos pocos
alumnos disfrutan durante unos pocos años (el quijotismo docente suele
tener siempre un límite temporal). Para ello se suelen usar recreos, séptimas
horas y demasiadas horas de la vida personal de esos docentes, especialmente
motivados por promover la cultura ente los adolescentes de una forma diferente.
Estoy hablando de esas revistas culturales, programas de radio (ahora podcasts), cineclubs o
lecturas guiadas. Pero al igual que lo he valorado he intentado siempre hacer
notar que esas actividades ni son ni deben ser parte obligatoria de nuestro
trabajo, que tienen más que ver con una forma de entender la vida en sociedad y
de usar nuestro tiempo libre de una manera altruista que con el estricto ámbito de
nuestra profesión docente. Porque la alternativa es absolutamente imposible de
gestionar ni salarial ni laboralmente.
En mi caso, prácticamente desde que empecé como docente,
tuve claro que por las características de mi materia (FyQ) y las ratios tan
altas que sufrimos, todos mis recreos (y demasiadas veces, parte de mis
séptimas horas) estarían a disposición de mis alumnos para consultar dudas de
una manera más personalizada. Desde hace ya muchos años el primer día de clases
con cada grupo, además de establecer las condiciones en las que vamos a
trabajar y nos vamos a respetar en el aula, les termino trasladando tres ideas
clave:
1- Podéis preguntar siempre en clase. Tantas veces como
queráis. Jamás os voy a poner mala cara o a hacer un mal gesto por tener que
repetir una explicación. Me pagan para eso.
2- No hay ninguna pregunta tonta relacionada con la ciencia pero sí hay tontos que se ríen de las preguntas.
3- Cuando veas que, a pesar de todo, no te enteras o has
faltado a clase por estar enfermo y no eres capaz de seguir el ritmo de las
explicaciones, "pídeme un recreo".
Traducción:
1- Estoy aquí para que "ese" alumno aprenda. No le
voy a juzgar por preguntar lo que no entendió a la primera ni tampoco le voy a dejar
de contestar o le voy a menospreciar porque ayer estaba empanado y no me
hizo el caso que debía. NUNCA. Eso sí, cuando se lo vuelva a explicar le recordaré
que ayer igual se equivocó al no prestarme la atención debida y
poco a poco iré forjando una especie de compromiso invisible con él que me
funciona prácticamente siempre: yo estoy aquí para enseñarte y tú estás aquí
para aprender. Esto es un trabajo de dos. Yo no te voy a fallar. Procura tú ir
fallando cada vez menos.
2- Es clave construir un ambiente de aula que permita a
todos participar sin ser cohibidos por sus compañeros. Demasiadas veces he
visto fracasar a potenciales buenos docentes por no darse cuenta de esto o no
saber gestionar al grupo de alumnos. Para conseguirlo es fundamental que el
docente ejerza su autoridad en el aula y no eluda su responsabilidad en aras de
una absurda autorregulación emocional adolescente. Es más, también
es absolutamente necesario que mientras un alumno pregunta o expone una duda el
silencio del resto del grupo sea absoluto, no solo para que pueda entender mi explicación
posterior sino para que esta no sea útil solo para él sino que sirva de
refuerzo al resto.
3- Da igual lo que uno intente, siempre hay alumnos tan
introvertidos que son incapaces de preguntar en el aula cuando explicas. Da
igual lo que se diga, cuando por enfermedad un alumno pierde varias clases
continuadas de mi materia suele ser incapaz de entender lo que estamos
trabajando cuando vuelve. Da igual lo bien que creamos explicar en el aula, el
aprendizaje también tiene un componente emocional que hay que valorar en su
justa medida y hay alumnos que necesitan algo más que el aula, un empujón
intelectual que les permita ver que nada es tan difícil como cree y un empujón
motivacional que les permita imaginar un futuro formativo más ambicioso
sustentado en un esfuerzo sostenido. Pues eso, por ellos y para ellos, todos
mis recreos están a su disposición.
Para mí, esos recreos y séptimas horas de dudas, esas clases
particulares gratuitas que les ofrezco a mis alumnos no son más que la
consecuencia lógica de extender a cierta parte de mi tiempo no laboral una
manera de entender la docencia: nada, absolutamente nada, me parece más
trascendente que el hecho de que mis alumnos se esfuercen por aprender y
terminen aprendiendo y comprendiendo lo que ayer les parecía tan complicado para así, finalmente, aprobar por sus propios méritos. ¿Por qué? Porque trabajo en la enseñanza
pública y casi siempre lo he hecho en barrios con entornos sociofamiliares
complicados y económicamente limitados, con alumnos que casi nunca tienen la posibilidad
real de buscar esa ayuda puntual externa (mediante profesores particulares,
academias o los propios padres y sus amistades) que tantas veces salva a los
hijos de la clase media del fracaso en los estudios. Y mis alumnos, en el mundo
real, se lo juegan todo a una carta: su formación. Se juegan tener una
posibilidad. Aunque no me guste. Aunque mientras les ayudo a obtener sus
títulos y su formación critique la trampa de la meritocracia. Porque la
realidad mancha, obliga a cabalgar contradicciones y destruye las ensoñaciones
pedagógicas de algunos que, asfixiados de pureza ideológica, prefieren eludir
al alumnado real para así poder construir imaginarios educativos alternativos.
Jamás me he planteado que ninguno de mis compañeros docentes
tenga que hacer algo parecido a lo que yo hago en esos recreos. Faltaría más. Lo
mío es puro voluntariado, así lo entiendo. Es más, procuro explicarles a mis
alumnos que esto que hago es una decisión personal e intento hacerles ver por
qué no pueden exigir jamás que otros docentes hagan lo mismo. Dicho esto, y como me
conozco al #ClaustroVirtual,
creo necesario señalar que antes de criticar mi voluntariado tocaría recordar la
ingente cantidad de "eventos educativos" que cada curso anegan
nuestros claustros, suponen un extraordinario gasto de energía y de tiempo
para otros compañeros y nadie parece plantearse discutir: proyectos, actividades culturales externas, intercambios lingüísticos, olimpiadas, excursiones, viajes de fin
de curso, viajes a la nieve, charlas dentro y fuera del centro...
Hablemos
ahora un poco de lo que está pasando con todo esto.
De unos años a esta parte parece que no suficientes esos proyectos educativos que antes mencionaba como la revista o el
programa de radio, la espectacularización de la enseñanza ha hecho carne en
nuestros centros e, independientemente de ideologías y tipos de proyectos educativos,
todos los centros intentan vender(se) por todo aquello que,
realmente, nunca debió ser ni su función principal ni siquiera algo especialmente reseñable.
Enseñar ya no basta. Ni siquiera enseñar bien. El centro educativo convertido
en agencia de viajes para los alumnos de familias pudientes. El centro
educativo como empresa experiencial para evitar el aburrimiento de los alumnos.
El adorno pedagógico como motor educativo. El postureo educativo como equivocado
motor de visibilidad. El adorno educativo (premios y proyectos) como la
equivocada prioridad de tantos colegios e institutos que desesperan por parecer
ser lo que no son y jamás debieron intentar ser. Luego, claro, llega la dura
realidad del día a día, cuando las luces del escenario se apagan y la tramoya se
descubre. Y toca volver al aula para estudiar algo. ¿Cuál fue el último claustro en el que se aplaudió la labor
profesional de un docente en sus clases (enseñar como prioridad) en
contraposición con los aplausos y reconocimiento que obtuvo ese otro docente
por ese "proyecto de centro" con visibilidad social y premios
"random" que todos sabemos que o no funciona o es absolutamente irrelevante?
Alumnos que pierden continuamente clases con muchos de sus
profesores porque ellos, sus profesores, tienen que ausentarse para guiar y
supervisar actividades de extraordinario valor experiencial (aunque en
muchas ocasiones de discutible valor académico) para otros alumnos que casi
nunca serán ellos. Vacaciones académicas en el extranjero disfrazadas de
inmersión lingüística para unos pocos alumnos con familias con dinero
Vacaciones académicas disfrazadas de actividad física en la nieve para unos
pocos alumnos con familias con dinero. Vacaciones académicas disfrazadas de
viajes de fin de curso en el extranjero, a precios desorbitados y absurdos, para
unos pocos alumnos con familias con dinero. Todo ello y mucho más que, unido a
las actividades extraescolares tradicionales que todos los departamentos mantenemos y
multiplicamos, provoca que no haya día en el que en cualquier centro educativo
típico no falten varios docentes (elimino de esta ecuación las bajas médica por
motivos obvios): guardias que se multiplican cada curso y un escandaloso e ingente número de horas
lectivas perdidas y desperdiciadas para los otros alumnos de ese docente que se
tiene que ausentar. Aunque se intenten enmascarar para que nadie se queje.
En los institutos en los que trabajé cuando empecé a dar
clases hace casi veinte años cada departamento organizaba al principio de
curso excursiones puntuales sin coste o con el menor coste posible para los
diferentes niveles educativos. Para todos los alumnos. Puntuales y para todos,
matiz importante. Pero las cosas han mutado rápidamente, la deriva de los institutos en su búsqueda de experiencias formativas para sus alumnos empieza a resultar hasta ridícula, un camino sin retorno que termina convirtiendo en secundario, aburrido y hasta molesto el aprendizaje diario en el aula. Es importante dejar
constancia de ello para que se empiece a poner en cuestión lo que está sucediendo. Nos estamos equivocando y tiene su inevitable coste en la formación de nuestros alumnos.
Post ampliado a partir de la base de un hilo escrito en X/Twitter el 5 de mayo de 2023.

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