Hace unos meses preparé esta guía para trabajar en clases con los alumnos diferentes conceptos relacionados con el cine, la ciencia y la sociedad. Se puede acceder directamente a ella pinchando en el siguiente enlace (desde donde también se puede descargar para leer con mas facilidad)
09 noviembre 2011
22 octubre 2011
Días feos
Hay días feos, en los que uno sabe que no hará lo que tiene que hacer, en los que no estará donde tiene que estar ni junto a aquellos con los que desea caminar. Hay días en los que luce un sol luminoso pero uno se deja puesto el pijama y baja las persianas, dejando que pasen las horas, sin esperar nada puesto que nada puede ofrecer. Días de transición que enfangan el espíritu y derrotan hasta al más luchador, porque ni siquiera son lo suficientemente negros para rebelarse contra ellos pero invaden con su tediosa tonalidad gris cada una de sus minutos. Mientras el tiempo avanza ominosamente buscando la llegada de la noche.
Habrá que autoanimarse un poco. Los diferentes apelativos con los que el profesor que sustituye al profesor Keating/Interino intenta hacer bajar de las mesas a los alumnos me han hecho sonreír
05 octubre 2011
Ni respeto, ni comprendo
Tal vez sea porque la gente confunde el significado de las
palabras, pero llevo unos días escuchando decir a algunos compañeros,
profesores como yo, que hay que respetar a aquellos que toman la decisión de no
hacer huelga en el que es uno de los momentos más críticos para la
supervivencia de la educación pública (tal y como la conocemos) de la historia
de la democracia. Yo no comparto esa idea, yo no respeto a todos aquellos que
no hacen huelga. Ni los respeto, ni soy comprensivo con sus posturas, ni tampoco voy
a aceptar como válidas o razonables algunas justificaciones que se dan sólo porque
hay que ser correctos para no romper la (supuesta) armonía de los
claustros. Cuando empezamos a trabajar en la educación aprendemos rápido que el
respeto no se impone ni se exige a los alumnos actuales. El respeto hay que
ganárselo. Pues lo mismo sirve para este caso. Me explico.
A pesar de que pueda sonar extraño sí me parece respetable y
lógico que aquellos profesores que se alinean con las tesis del PP no se
adhieran a las huelgas convocadas. Son compañeros que en su alienación
consideran que en momentos de crisis los profesores deben trabajar más horas
lectivas auque eso contravenga las leyes y redunde en una peor calidad de las
clases impartidas; que creen que las consecuencias académicas de que un
excesivo número de profesores no especialistas se haga cargo de materias que no
domina puede ser suplido con voluntad y esfuerzo (aunque ellos tampoco vayan a
esforzase demasiado, al fin y al cabo tienen un alumnado que, según ellos, no
lo merece); que defienden (o no les molesta) la parcial privatización de la educación,
porque en el fondo trabajan en la educación pública como mercenarios
infiltrados y nunca han creído en la importancia de este tipo de oportunidades
generales; que están siempre dispuestos a volcar sobre los alumnos y las
familias la responsabilidad de la mala calidad que la educación pública dicen
que ofrece, obviando siempre su propia responsabilidad y la de la Administración que
defienden. Es normal que no hagan las huelgas, han hecho una elección
ideológica, han tomado una postura cuya existencia se debe respetar, aunque
ello no signifique que haya que respetar sus argumentos manipulados y falaces.
Porque estas huelgas las hacemos también contra ellos, ya que son el caballo de
Troya del Gobierno de Aguirre en el seno de los claustros.
Pero a los que no respeto ni comprendo son a los que sí
consideran que la educación pública se degrada a posta en Madrid; sí entienden
que las nuevas normas significan un ataque directo a la educación pública; sí son
conscientes del caos organizativo que se está generando en los centros
educativos; sí participan activamente en los corrillos de los pasillos o en la
cafetería mostrando su indignación por lo que se está haciendo… Pero con el
paso de los días, cuando han de volver a definirse, a mojarse, a actuar como parte
de un colectivo laboral ejerciendo su legítimo derecho a huelga contra estas
políticas educativas, cuando llega el momento de defender sus derechos
laborales y los derechos a una educación digna de sus alumnos, no dan el paso
al frente y reculan cobardemente. Nadie está obligado a hacer una huelga, lo
sé, pero por higiene mental y por dignidad deberían al menos evitarnos escuchar
sus peregrinas excusas a los que sí las hacemos. Suelen hacerlo con el gesto
contrariado, aludiendo siempre a oscuras abstracciones que nunca se pueden
constatar, utilizan el supuesto derrotismo de otros para justificarse, y
ejercen de falsos profetas anunciando un seguro fracaso al que precisamente
aboca su propia actitud. Por supuesto, siempre encuentran responsables del
fracaso de las huelgas y de la no obtención de los objetivos deseados en otros
grupos de compañeros: sin son profesores con plaza arremeten contra los equipos
directivos porque deberían haber dimitido o acusan a los interinos (sin
pruebas) de ser poco participativos en las reivindicaciones, sin ser capaces de
mirarse ellos mismos al espejo para no encontrarse con su triste realidad; si
son profesores interinos se lavan las manos y dejan que sea el rencor el que
hable por su boca para acusar a sus compañeros con plaza de insolidaridades
pasadas con las que justificar su miserable y suicida inacción presente. Cuando
algún otro compañero les desmonta algunas de estas tesis o apela a la necesidad
de mantenerse unidos en estos momentos de lucha, el gesto anteriormente
crispado desaparece y deja paso a un gesto lastimero, casi lacrimoso, adecuado
para aportar la última y definitiva excusa, ésa que la corrección social obliga
a aceptar sin hacer preguntas y con un gesto de comprensión: “no me puedo
permitir perder el dinero de los días de huelga”. No es políticamente correcto
decirlo, ya lo sé, pero para mí es la más miserable de las excusas, la menos
respetable de todas ellas. Cuando algunos profesores empiezan a cabecear,
compungidos, con la mirada perdida, aludiendo a que no pueden mantenerse en
huelga por una cuestión económica siento como me hierve la sangre. De media
cada día de huelga supone una pérdida entre 75 y 100 euros. Llevamos tan sólo cinco días de huelga en casi mes y medio de curso, y si se cumple
lo que proyectan los sindicatos en total serán seis días de huelga los
convocados para los meses de septiembre y octubre. Seis puñeteros días en dos
meses. Menos de 600 euros de un total de entre 3500 y 4000 euros netos.
Desde el principio le hemos explicado a la sociedad que
estas huelgas y estas reivindicaciones no eran por motivos salariales sino por
mantener unas condiciones de trabajo que permitan alcanzar una mínima calidad
en la enseñanza pública. Pero estos compañeros, curiosamente, sí priorizan el
dinero y su propia calidad de vida, y encima pretenden que les comprendamos por
ello. Apesadumbrados terminan afirmando con firmeza que cuentes con ellos para
las manifestaciones y las concentraciones (aunque evidentemente esto tampoco
suele ser verdad) pero que no harán huelga (o que se lo pensarán, porque
tampoco les gusta soportar la presión de grupo) porque no se lo pueden
permitir. Es cuanto menos sorprendente, lo reconozco, sin acritud (o con ella):
no era consciente de que hubiera en Madrid tantos profesores de Educación Secundaria
que vivieran al borde de la indigencia. Pobrecitos. Sobre todos los que ya
tienen su plaza fija. Algunos de ellos son los mismos interinos que años
anteriores no hicieron las huelgas porque no podían perder ese dinero puntual
de un día, ya que tenían que pagar la hipoteca u otras historias… ¿Cómo estarán
pagando ahora esas hipotecas? Con el dinero del paro no puede ser, porque no
les llegaría, tal era su grado de endeudamiento por entonces (o al menos lo que sugerían sus palabras). Otros son los
mismos que, sin darse cuenta, semanas antes de estas jornadas de lucha, te relataban
alborozados sus aventuras veraniegas por Asia o Europa. Seguro que no les
escuché con la suficiente atención y estos viajes los hicieron en plan
mochilero, haciendo autostop y comiendo frutos salvajes de los bosques que
atravesaban. Porque está claro que estos viajes realizados de manera turista
convencional no son precisamente baratos, y es imposible que los disfrutaran
los mismos que hoy tratan de apelar a mi comprensión hablándome de estrecheces
económicas. Y por supuesto habrá casos (los menos, seguro) de compañeros que
tienen problemas reales por diversas circunstancias personales y la pérdida del
dinero de estas huelgas realmente les supone un gran perjuicio…Los hay, claro, pero no creo
que nadie pueda aducir que por hacer estas huelgas sus hijos se van a quedar
sin comer. Simplemente durante un par de meses se tendrían que apretar el
cinturón un poco más fuerte de lo habitual. Es más, casualmente conozco al
menos tres casos de este tipo (dos de ellos son amigos personales), que a pesar
de encontrarse en situaciones realmente apuradas están al pie del cañón, son
honestos con sus discursos y participan activamente de las huelgas y
movilizaciones
Por lo tanto, lo dicho: ni respeto, ni comprendo. Por
supuesto sí respeto a la persona y mantengo la necesidad de ser educados entre
nosotros como premisa fundamental para
poder vivir en sociedad. Pero que no me vengan con más milongas, que no me
vengan con sus dudas interesadas, que no me vengan con su derrotismo calculado,
que no pretendan mi empatía. No la van a tener. Sólo mi indiferencia y mi
desprecio.
29 septiembre 2011
No pienso dar las gracias
Sí, ya estoy trabajando. Tras cinco años dando clases de
manera ininterrumpida con vacantes de curso completo (y tras tres oposiciones
aprobadas), este año sólo he conseguido una sustitución de tres meses. De
momento. Pero ya estoy trabajando. Ya debería estar más tranquilo O eso parece
que piensan muchos. “Al menos trabajas”, me dicen antiguos compañeros
bienintencionados, cuando se me acercan en las concentraciones y manifestaciones
que seguimos realizando. “No te puedes quejar, fíjate como están los profesores
interinos de otras materias”, comentan otros con mirada intensa. “Ya les
gustaría a otros estar en tu situación”, escucho en tono de regañina si empiezo
a expresar algunos de mis argumentos en contra de este tipo de planteamientos. “No
pasa nada por sustituir”, me reprenden
algunos, “yo me tiré muchos años así, es lo que hay si eres interino”. Pues
vale, me digo, como si no supiéramos cómo se ha llegado a esta situación y no
supiéramos lo mal que están las cosas. Parece que debiera estar alegre y feliz,
agradecido por tener trabajo y no verme abocado a las fauces del paro. Debería
bajar la cabeza, ser más humilde y consecuente, tolerante, casi melifluo.
Sonreír con gratitud. Pero no lo hago. No me sale. No lo siento. No lo
entiendo. No lo acepto. Lo han conseguido. Han conseguido que tener un trabajo,
el que sea, con las condiciones laborales que sea, sea un privilegio. El mayor
de los privilegios. Y cuando trabajar es un privilegio, el objetivo final y
último del trabajador, cuando no se tienen más opciones, cuando no se encuentra
ningún canal mediante el que reivindicar los más básicos derechos, cuando la
amenaza del despido es una constante porque la precarización permite disponer
de otros cuya desesperación coloca más cerca del abismo y los hace aún más
maleables y dóciles que tú, entonces, en ese momento, el trabajador ya sabe que
ha perdido antes de comenzar su labor; ha vuelto a ser derrotado. Como tantas
veces a lo largo de la historia: porque ha perdido su derecho a la dignidad,
a mantener su orgullo, a expresarse en libertad, a no ser el esclavo que tan
sólo puede acatar, otra vez, la voz de su amo.
No pienso hacerlo. No pienso dar las gracias por trabajar. Trabajar
es un derecho, no una dádiva caritativa. No nos hemos formado y demostrado nuestra
capacitación para andar ahora agradeciendo a nuestros empleadores el mero hecho
de tener un sueldo mensual. Mediante la labor que hacemos se obtienen
beneficios. Ahí es donde se mide nuestro valor. En el campo de la empresa
privada esos beneficios que se obtienen gracias a nuestra productividad se los
lleva un empresario. En el campo de lo público
pagamos entre todos, mediante los impuestos y la justicia social, a unos
trabajadores para que nos eduquen, curen o protejan, obteniendo unos beneficios
que no por no ser mensurables de manera económica podemos olvidar valorar y
defender. Ya está bien de minusvalorarnos. Ya está bien de no entender nuestro
papel en la sociedad. Ya está bien de no comprendernos entre nosotros mismos y
equivocar de manera continua las prioridades de nuestros discursos político y
social.
Porque lo están consiguiendo. Desde hace varios años, dentro
de la propia clase trabajadora, se escuchan cada vez con más asiduidad insultos
e improperios dirigidos hacia otros trabajadores. En el fondo, sin darse cuenta,
se insultan y menosprecian a ellos mismos, o a sus familiares, o a sus amigos.
Insultos e improperios que se hacen dolorosamente más patentes durante las
jornadas de huelga que los distintos colectivos se ven obligados a convocar
ante el acoso constante a sus derechos. La comprensión y la solidaridad de
antaño se han convertido en una irracional inquina rencorosa que no tiene
ninguna base ni justificación: los funcionarios son unos vagos insolidarios y
privilegiados que deberían ser castigados sólo por levantar la voz; los conductores
de metro, unos salvajes sin derecho a la queja y la protesta porque “disfrutan”
de un trabajo estable; los empleados de la limpieza son unos irresponsables
porque no recogen la basura dejándonos las calles sucias y malolientes; los trabajadores de AENA amenazan
nuestra imagen internacional provocando caos aéreos propios de países
tercermundistas. Siempre hay una excusa, una justificación que pretende ser
objetiva, casi científica, siempre económica, que invalida todas y cada una de
las protestas sociales aunque estén perfectamente justificadas. Y lo más
doloroso, lo más extraño, lo más injustificado, lo más imbécil es que al final
los primeros que censuran la defensa de los derechos laborales de los trabajadores
son precisamente los propios trabajadores. Y así nos va.
No, no pienso dar las gracias por trabajar. Trabajar supone
un esfuerzo mediante el que se consigue una contraprestación. Es un contrato de
dos que debería beneficiar siempre a las dos partes. Dejemos que sea nuestro
trabajo y rendimiento el que avale el juicio que se haga sobre nosotros.
Dejemos de agradecer lo que es un derecho y comencemos a defenderlo como tal,
como nuestro único patrimonio. Derecho a trabajar y a mantener el estado de
bienestar social como el único garante de una mínima igualdad de oportunidades. Como la única posibilidad de alcanzar cierto grado de libertad dentro de nuestra
sociedad.
Escuela pública de tod@s, para tod@s
15 septiembre 2011
Telemadrid y su manipulación torticera
Aclaración: ante el número inusitado de visitas y tras el comentario que me hace un amigo parece ser que tal vez los datos que ofrecía la
televisión eran tan sólo de los SMS, llamadas y mails mandados en
directo. No los datos de la encuesta en la web. En tal caso no habrían invertido los resultados sino tan
sólo habrían ocultado lo que se estaba votando en la web. No se podría hablar de manipulación. Valga esta aclaración como rectificación porque no pienso caer en lo mismo que critico. Borro Cambio la entrada y dejo la aclaración para aquél que entre aún en el blog buscando la información.
Sabemos que Telemadrid es la televisión más
partidista, manipuladora y casposa de España.
Sabemos que sus telediarios sirven para hacer una
loa constante a la lideresa y para ocultar o minimizar cualquier posible error
que cometa, así como ocultar o ridiculizar cualquier acción o movilización que
vaya en contra de sus designios
Sabemos que sus programas de debate, tanto los
diurnos, cutres y cochambrosos, como los nocturnos, con una puesta en escena
pretenciosa y grandilocuente, son espacios donde sólo se escucha una solo voz
política monocorde, levemente matizada por alguna voz pretendidamente
socialista que sirve de contrapunto (in)útil.
El otro día, en uno de estos programas de debate (Madrid Opina), decidieron hacer una encuesta sobre si se estaba de acuerdo o no
con aumentar las horas lectivas de los profesores. Para ello se pedía que
se mandaran mensajes SMS o se llamara a unos determinados números de teléfono. Al mismo tiempo, una
encuesta en los mismos términos estaba colgada en la página web
de la cadena
En un momento dado del programa se hizo una
primera aproximación de cómo iba la encuesta. Se puede ver en este pantallazo
(como los demás los he cogido de un compañero que lo colgó del Foro de la sur).
Parece claro, por los datos, que los encuestados que votaban estaban a favor de
las medidas de Aguirre. Eso sí, no se daba ningún dato de participación.
Al final la brecha se amplía. Ningún dato de
participación. Por supuesto.
Mientras tanto, a la misma hora en que se estaban
publicando estos datos en la televisión, éstos eran los datos que ofrecía la propia
web de Telemadrid (se puede ver la hora y los tantos por ciento en el
pantallazo, al pinchar en la foto)
Los resultados eran casi exactamte inversos a la encuesta televisiva. Curioso. No les importó. Al parecer esta información no era relevante
para darla en directo y complementar los datos de la otra encuesta. Al fin y al cabo, con los primeros datos se transmitía a la
audiencia que las conclusiones a las que los "distinguidos"
contertulios estaban llegando en el plató, eran compartidas en una
"encuesta imparcial"... Eso sí, con un dato del 3,4% de audiencia, no
hubiera esta mal conocer el número de personas que había participado en esa
encuesta en directo… Debió ser un número tremendo…
Pues eso. Poco más que añadir.
Bueno, sí, una cosa: ¿si en lugar de preguntar
acerca de las dos horas lectivas de los profesores hubiesen preguntado si se
estaba de acuerdo o no con los recortes llevados a cabo en la educación
pública, mientras se beneficia a la educación privada no concertada con
desgravaciones fiscales, cuyo importe es superior al pretendido ahorro que se
va a conseguir… qué hubiera pasado?
Bueno, claro... Estamos hablando de Telemadrid...
Vaya tontería... Como si esa pregunta pudieran siquiera habérsela
planteado.
11 septiembre 2011
Un viejo amigo
Su mensaje llegó a mi móvil de improviso, en la calle, entre
otros que requerían mayor inmediatez, en medio de la marea verde que el
miércoles comenzó a rugir en la calle contra los recortes aplicados a la
educación pública por el Gobierno de Aguirre. Hacía mucho tiempo que no sabía
nada de él y de repente nos convocaba, a Carol a y mí, a tomar algo el sábado,
en Madrid, donde estaba de visita. En otras épocas de mi vida he mantenido un
discurso cínico sobre las amistades y lo efímero de las mismas. No soy de los
que ha sido capaz de mantener el contacto con los amigos de la infancia o la
adolescencia. Ni tampoco lo he pretendido con mucha intensidad. Con el tiempo
incluso, casi he perdido a los de la universidad. Nunca me ha importado
demasiado porque siempre he creído que las amistades responden a una especie de
ciclo vital, en el que inicialmente se consolidan gracias a que diversas
personas confluyen en un lugar, en un tiempo y en un contexto específico; posteriormente
se convierten en un eje gravitacional alrededor del cuál gira gran parte de la
vida emocional de cada uno de los que disfrutan de ellas; y finalmente, en
muchas ocasiones, se diluyen lentamente cuando las distancias personales de los
proyectos vitales se acentúan, aparece cierto grado de aburrimiento o alguna otra
circunstancia puntual varía. Nunca me ha parecido algo triste, ni motivo de
enorme pena o desazón, porque en general el hecho de que en mi vida algunas
amistades pasasen a segundo plano ha significado la aparición de otras nuevas con
las que disfrutar de diferentes experiencias que siempre me han hecho crecer.
Pero en algunos casos, en los mejores casos, nunca mueren del todo. Han sido demasiado
importantes, demasiado significativas para que eso les suceda. Tan sólo
permanecen en estado latente, congeladas, sustentadas en un cariño indisoluble
y sobreviviendo gracias a pequeños contactos esporádicos. Son aquéllas sin las
que uno es consciente que no podría escribir su biografía emocional. Este
amigo, el del mensaje, es uno de esas amistades. Mis primeros (y excitantes)
años en Madrid giran fundamentalmente en torno a dos personas: la primera fue
(y sigue siendo) Carol. La segunda, sin duda, fue él. Tardes y noches de
sueños, conversaciones, alcohol, risas, cine e incluso algo de teatro permanecen
en mi memoria con enorme nitidez, dando forma y sustancia a una parte muy
importante de mi vida. Fue una época de absoluta libertad, caóticamente
extraña, salvaje y plácida a la vez, en la que el tiempo parecía dilatarse y no
había ninguna necesidad de doblegarse a ningún compromiso social ni laboral,
por nimio que pareciese. Después, por supuesto, el tiempo pasó y cada uno de
nosotros comenzó a transitar por caminos cada vez más alejados, desde los que
cada vez costaba más trabajo salir para volver a encontrarnos, para recobrar
sensaciones y atmósferas anteriores. Finalmente marchó con su mujer hacia
tierras templarias, autoimponiéndose un exilio rural, construyendo un discurso
anti-ciudad que necesariamente no podíamos compartir. Da igual. He compartido
muchas de sus alegrías, sus miedos, sus fracasos, sus victorias, su búsqueda
constante de encontrar su lugar en el mundo sin ceder a lo que parecía ser su
destino por estudios o familia. Lo he admirado por eso. Durante los últimos
años, cada vez que nos hemos vuelto a ver, una nube oscura sobrevolaba todas
sus historias, ensombreciendo su vida injustamente, haciendo que perdiera poco
a poco parte de esa jovialidad que siempre le ha caracterizado. La naturaleza
nunca se ajusta plenamente a nuestros deseos y cuando éstos son tan intensos la
no obtención del objetivo termina pasando inevitablemente su factura. Pero el
sábado su cara era diferente. Su sonrisa volvía a ser más plácida. Su mirada,
limpia de preocupaciones. Mientras nos contaba la buena nueva y su mujer nos
confirmaba la noticia con una leve caricia a su barriga, sentí cómo un
extraordinario sentimiento de felicidad me embargaba. Por él. Por su búsqueda.
Por sus desvelos. Por las tristezas sufridas. Por los años pasados. No sé si
eso se lo pude transmitir con el fuerte abrazo que le di. O sí. Pero desde
aquí, ahora, se lo quiero decir de nuevo:
Un fuerte abrazo, viejo amigo. Muchas felicidades y que todo vaya bien. Te lo mereces. Os lo merecéis los dos.
Un fuerte abrazo, viejo amigo. Muchas felicidades y que todo vaya bien. Te lo mereces. Os lo merecéis los dos.
20 agosto 2011
Desconcierto
De lejos lo escucho. Un sonido que creía olvidado. Las trompetas procesionales. Son casi las cuatro de la mañana. Se han parado. Silencio. Igual son imaginaciones mías. Carol ya se ha acostado. Esta noche, al llegar a casa, nos hemos encontrado las imágenes de un policía abofeteando indecentemente a una menor y a otro dando golpes sin sentido a un chico que con enorme dignidad, tan sólo intentaba escapar de la emboscada con su bicicleta. Una manifestación espontánea caminaba en esos momentos por las calles de Madrid protestando contra la violencia policial. Todavía no eran conscientes de que su objetivo de llegar a Sol era imposible de alcanzar. Las imágenes de una cámara fija que TVE nos ofrecía desde su web, nos mostraban cómo esa plaza se había convertido en coto privado de los católicos y se impedía el paso a los demás ciudadanos, a aquéllos que no esgrimían ese pasaporte vaticano en el que se ha convertido la mochila de las JMJ(C). Nunca había visto tantas “lecheras” de la Policía Nacional en un mismo plano, situadas estratégicamente en cada punto de acceso a la emblemática plaza madrileña. A través de Twitter hemos seguido con sorpresa cómo una guerra de guerrillas, nerviosa e imprevisible, se establecía entre los manifestantes que querían acceder a Sol y los policías que a cada paso se lo impedían. Los manifestantes, como si fueran velocirraptores de un parque jurásico, fueron tanteando las múltiples posibilidades de acceder a la plaza. Sin conseguirlo. Finalmente asumieron que el objetivo era imposible y fueron dispersándose sin grandes incidentes, hasta que su pequeño número permitió a la policía hacerles una pequeña demostración de fuerza. Pero el movimiento de los indignados sigue encontrando poros imposibles por los que seguir respirando, y sin que la policía pudiera evitarlo una miniasamblea de católicos e indignados se creaba en Sol sin que nadie se atreviera a disolverla. A través de esa cámara de TVE asistíamos en directo a la misma y nos convertíamos en testigos incómodos de cómo una decena de policías la rodeaban de manera intimidatoria y procuraban que nadie más se incorporara a ella (no siempre con éxito). ¿Por qué razón? ¿Qué molestaba de esta reunión? Eran casi las doce de la noche. Algo estaba pasando. Nos hemos vestido y hemos marchado hacia Sol Sin saber muy bien por qué. Ni para qué. Pero sentíamos que queríamos estar allí. Craso error. Al llegar el desconcierto ha sido mayúsculo. El contexto había cambiado. El impacto ha sido brutal. Ya no había asamblea. Por supuesto, no había manifestantes. Los católicos habían hecho de nuevo suya la plaza. Los policías (profesionalmente) a su servicio habían abierto un pasillo, que no se podía cruzar, por el que desfilaba una de esas vírgenes sevillanas que invaden Sevilla cada primavera. Y como en una de esas malas películas, nos encontrábamos en la parte equivocada del conflicto. Es decir, al otro lado. De hecho ni siquiera parecía que estuviésemos en Sol. Parecía otro lugar, parecía otro tiempo. Los cánticos religiosos resonaban en nuestros oídos. Era evidente que nada teníamos que hacer allí. Había que largarse. Pero no iba a ser tan fácil. Intentamos varias veces atravesar el pasillo sin éxito. La policía nos impedía regresar al siglo XXI, escapar del bucle espacio-temporal en el que nos habíamos metido. No me lo podía creer. Tantos años después, de manera increíble, de nuevo estaba envuelto en el irrespirable ambiente de la semana santa. Por fin conseguimos escapar. Como ratas, por las cloacas, como Harry Lime, utilizando los pasadizos del metro para alcanzar el otro lado y correr hacia el hogar. Para no ver más. Para no caminar más por mi ciudad. La que considero propia, la única que he elegido, la que esta semana ha sido invadida a costa del erario público… Hace ya un par de horas que estamos en casa. El helicóptero de la policía sigue dando vueltas, identificando potenciales peligros inexistentes. No se escucha otro sonido. Parece que era una falsa alarma. No resuenan más trompetas. El silencio va envolviendo Madrid. Es hora de acostarse. Los peregrinos siguen caminado por las calles. Mañana será otro día.
14 agosto 2011
¿Siglo XXI?
Vivimos en un Estado que se declara aconfesional. Vivimos en
una sociedad moderna donde la religión debería ya haber sido desplazada del ámbito
del poder al ámbito de lo privado. Vivimos en lo que creemos una sociedad
democrática donde las instituciones nos deben representar a todos los
ciudadanos. Pero en Madrid estos días parecemos vivir en otra época. Para muestra
estas fotos que pertenecen al blog de SoyPública, una plataforma de profesores
y maestros de nuestra Comunidad que pretende dar voz a los que no creemos que
las políticas educativas que se están siguiendo sean las adecuadas. En este
caso no se trata de hablar de recortes o de privatizaciones. No. Tan sólo de
imagen. De la imagen que ofrece la fachada de la Consejería de Educación
de Madrid. No hace falta comentar mucho más
28 julio 2011
Profesores encabronados: más allá de la indignación
Escribo una vez superada la sorpresa inicial. Escribo tras ir
metabolizando lentamente las noticias sobre los recortes en la educación
pública que iban llegando desde la Consejería de Educación de Madrid. Escribo tras
dejar que la conmoción y el desánimo iniciales fueran siendo sustituidos
lentamente por la rabia y la indignación. La indignación. Llevo años
defendiendo que era ése el sentimiento que debía ser invocado y canalizado para
contrarrestar la actual situación de crisis social permanente en la que nos han
colocado. El sentimiento que había que fortalecer y alimentar para hacernos visibles, dejando atrás el
maldito miedo que nos vuelve conservadores (de la nada) o el melifluo e infecto
pensamiento positivo, que pretende hacernos creer que siempre somos los responsables
últimos de todo lo que sucede invalidando cualquier planteamiento
reivindicativo ya que el problema está en uno mismo. Pero hay un desgaste evidente
en el término indignación. Se ha manoseado demasiado. Todo el mundo lo utiliza
para casi todo. Hay que buscar algo nuevo. Hay que inventar algo nuevo. Algo más
castizo, más propio, que refleje mejor mis sentimientos: yo escribo desde el
más profundo, sincero y radical encabronamiento. Profesores encabronados. Ése
será el título del post. Porque ése debe ser el sentimiento que guíe nuestras
próximas acciones. Aunque la derrota sea casi el único resultado posible.
Porque así es como me siento: absolutamente encabronado.
Esperanza Aguirre, a través de su consejera de Educación, Lucía Figar, y su viceconsejera, Alicia
Delibes, ha acometido, de manera alevosa, en pleno mes de julio, la parte final
de su plan de destrucción sistemática de la educación pública en Madrid. Con la
excusa de la crisis (de nuevo) y utilizando mentiras cobardes, han aumentado (retorciendo
la ley de manera torticera) la carga lectiva semanal de cada profesor de
Educación Secundaria entre dos y tres horas. Los que están fuera del ámbito
educativo, los imbéciles en general y los que rumian una estúpida y miserable
envidia esquizofrénica hacia el trabajo de los profesores (esquizofrénica porque
los mismos que te dicen que estás loco por trabajar con adolescentes
“asalvajados” son los que siempre
critican los dos meses de vacaciones) no entenderán cuál es la queja por pasar
de 18 horas semanales de atención directa a los alumnos a 20 o 21. Hasta que
les toque a sus hijos, claro, ser pasto de estos experimentos.
Lo intentaré
explicar brevemente: ese cambio supone que un profesor puede pasar de dar clase
semanalmente a 120 alumnos a dar clase a 150. De golpe. Y entre esos 150 nunca estarán, claro,
los hijos de Figar. El error (interesado) consiste además en confundir estas
horas lectivas con las totales trabajadas semanalmente. Eso sólo lo hace con
intereses espurios la susodicha Figar, consejera de Educación de la Comunidad de Madrid, cuando
miente miserablemente en las televisiones de Vocento o Intereconomía ante una panda de periodistas indocumentados que
no son más que estómagos agradecidos. La jornada semanal de un profesor en
España es de 37,5 horas semanales, de las que 27 son de obligada presencia en
el centro; hasta 30 se cumplen con las reuniones extraordinarias de
evaluaciones, claustros, reuniones con padres, etc; y el resto se asume que se hacen en casa (o en
el centro) y todo el mundo (que no sea imbécil) puede comprender cómo se
completan con tan sólo recordar los trabajos de los alumnos que hay que leer,
exámenes que preparar y corregir, preparación de clases, atención de blogs o
wikis, formación permanente y un largo etcétera. Pues bien, al aumentar las 18
horas de atención directa con alumnos a 20 o 21, sumadas a las horas de guardia
(esas horas en las que ejercemos no de profesores, sino de guardias de seguridad
de los alumnos cuando alguna baja médica obliga a un profesor a no acudir al
centro; algo que es inimaginable por ejemplo en Francia), y a las reuniones
obligadas de coordinación, se cubren las horas obligatorias de estancia en el
centro sin que se deje tiempo para cosas tan elementales como preparar unas
prácticas de laboratorio. No hay problema. Ningún problema. La Consejería de Educación
lo tenía todo bien pensado. No pensaba limitar sus decisiones a algo que
finalmente repercutiría sólo en una mayor carga de trabajo a los profesores,
pero no serviría finalmente para devaluar aún más la educación pública. El objetivo
era más ambicioso.
Ese aumento de carga lectiva del profesorado podría haber
significado que con el mismo número de profesores se podrían ciertamente haber
mejorado las ratios de alumnos en los grupos (formando grupos de 15 o 20
alumnos, los ideales para la enseñanza) y por ende habría mejorado la atención
educativa (por lo que el problema de aumento de la carga lectiva de los
profesores se hubiera convertido en un mero problema de derechos laborales,
pero no en un problema de calidad educativa), pero como la idea central era la
de recortar gastos en la educación pública y devaluarla al tiempo, no sólo no se han mejorado las
ratios sino que para este curso han aumentado. Y además se han eliminado los
desdobles (grupos que se separan en dos más pequeños para realizar prácticas, conversación
de inglés, etc); se ha eliminado por tanto la posibilidad de realizar prácticas de laboratorio; se ha eliminado la
hora de tutoría (en la que el profesor tutor podía dialogar con sus alumnos
acerca de los problemas que surgen, tratar aspectos no directamente
relacionados con la instrucción pero sí con la educación, acercarse
personalmente a ellos, orientarles para el futuro…Sólo hay que pensar lo que va a pasar este año con los
niños de 1º de la ESO
que saltan del colegio al instituto y no van a poder tener ese ancla emocional
que en muchas ocasiones es la figura del tutor para ellos); se han recortado
los programas de compensatoria (para alumnos con problemas familiares y
socioeconómicos que tenían una atención más personalizada y ahora entrarán en
los grupos normales, en los que por una parte será imposible atenderlos como se
debe y por otra parte ellos mismos se convertirán en alumnos disruptivos,
objetores educativos que harán imposible la convivencia en las aulas y por
supuesto, la correcta impartición de las clases); se eliminan las horas de
reducción para los coordinadores TIC (por lo que el uso de las nuevas
tecnologías en los centros va a sufrir un duro retroceso); se eliminan las
horas de reducción para la organización de las actividades extraescolares (con
lo que al no haber tiempo para organizarse seguro que se reducen dramáticamente
las salidas culturales)… Un ejemplo práctico que será entendido por todos: este
año en muchos centros públicos de Madrid habrá grupos de 1º de Bachillerato con
37 o 38 alumnos que verán como no pueden desdoblarse para aprender inglés,
utilizar la sala de ordenadores o para realizar una puñetera práctica de
Química o Biología. Y no harán salidas culturales porque nadie tiene por qué
disponer de su tiempo privado para organizárselas. Aguirre busca conseguir una educación
de varias velocidades en Madrid, en la que a la cola esté una educación pública
que, aún contando con buenos profesionales (que los hay, y muchos), no podrá
competir en ofrecer una calidad educativa acorde con lo que nuestra sociedad
nos exige. Y en la que lentamente se irán introduciendo las empresas u
fundaciones privadas para ofrecer esos servicios que ahora se van a impedir realizar
a los funcionarios públicos con sueldos dignos y que ellas, subcontratadas,
realizarán a un menor coste (que evidentemente se consigue a través de ofrecer
sueldos miserables a jóvenes precarios), inoculando además ideología neoliberal
en los alumnos. Un ejemplo que pone los pelos de punta en la fundación que
dirige la hija de Botín, Empieza por educar, con sus “profesores
transformacionales” (sic) "líderes" que actúan como "embajadores" de un misión superior: acabar con el fracaso escolar. La terminología que usan, con influencias claramente sectarias, está a disposición de todos a través de su web en la que afirman pertenecer al movimiento "Teach for America", un movimiento educativo estadounidense de marcado carácter liberal.
La consecuencia de estos desmanes va a ser que el año que
viene se ahorrarán los sueldos de otros 3000 profesores (a añadir a los más de
1000 del año anterior y a los 400 del anterior) en la Educación Secundaria,
lo que supone no sólo la no contratación (hasta ahora habitual) de todos esos
profesores interinos (que ocupaban plazas completas y necesarias hasta ahora, que no
salían en las oposiciones precisamente para poder tener margen para realizar
barrabasadas como ésta), sino desplazar a otros cientos de sus centros
definitivos y dejar en el limbo a otros tantos (hay más de 1200 profesores que
aún a día de hoy, habiendo obtenido plaza en las últimas oposiciones, no tienen
centros donde trabajar). Supone también que para que cuadren horarios y
plantillas, y a pesar de ese excedente de profesores cualificados existente, el
curso que viene será habitual ver profesores de Filosofía impartiendo Inglés,
de Educación Física impartiendo Ciencias Naturales o de Latín impartiendo
Francés. Profesores que se enfrentarán a clases de 30 alumnos de media, en los
que no se habrán filtrado los alumnos con problemas educativos y sociales que
generan enorme conflictividad, en los que se encontrarán alumnos con
necesidades educativas especiales a los que no se les podrá atender debidamente
(casualmente no suelen ir a la concertada, sino que son siempre derivados a los centros
públicos) y que generan también, lógicamente, cierto caos en las aulas por el desfase existente. Grupos de alumnos a los
que intentarán enseñar algo de una materia que no han estudiado jamás ni en la
que, evidentemente, se han formado como
profesores. Un panorama estupendo. Motivador.
Como España está llena de expertos economistas que opinan
con tranquilidad desde el conocimiento etéreo que les da Sálvame o los
telediarios de Telemadrid, habrá gente que podrá entender que estos recortes
son necesarios en un escenario de crisis económica en la que las
administraciones tienen que apretarse el cinturón. No voy a entrar a discutir
aquí que si queremos que este país salga de las burbujas inmobiliarias, que se
aleje del ladrillo y el sector servicios como ejes de nuestra economía, y
redirija el sector económico y productivo hacia el I+D, debe fortalecer la
formación y la educación de los más jóvenes, y no sólo debe evitar reducir los
presupuestos para educación sino que debe reforzarlos (algo que por ejemplo
EEUU ha realizado en los últimos tres años, los de mayor impacto de la crisis). Estoy demasiado encabronado para
seguir intentando convencer. Prefiero hacer aquí el siguiente cálculo que
cualquier idiota podrá entender: el sueldo medio bruto anual de un profesor en
Madrid es de unos 30000 euros. Si multiplicamos por los 3000 profesores que se
dejan de contratar para este curso salen unos 90 millones de euros de ahorro al
año. Podría parecer una cifra a valorar. Podría. Lo que sucede es que si
pincháis en este enlace leeréis la previsión que hace ACADE, la asociación de centros
privados (no concertados) de Madrid, respecto a la cantidad que ahorrarán los
padres de la educación privada madrileña (sólo la privada, no la concertada)
gracias al aumento de la desgravaciones aprobadas por Aguirre: casi 65 millones
de euros. Esta es la cantidad que no ingresa la Comunidad de Madrid en
impuestos porque ha decidido “ayudar” a los pobres padres que llevan a sus
hijos a los colegios privados. Al fin y al cabo, ya hacía un tiempo que los
centros privados reclamaban su parte del pastel de dinero público que veían
fluir indiscriminadamente hacia los centros privados concertados… ¿No hay motivos
para encabronarse?... ¿En serio?... ¿Todos los padres están de acuerdo con todo
esto? ¿El encabronamiento no debe ser de todo aquél que quiera una educación
digna y sufragada con sus impuestos para sus hijos?... ¿De verdad alguien puede
creer con honestidad que estos recortes son obligados por la crisis y ésta no
sirve más que como excusa para realizar los tratamientos de choque neoliberales de los que hablaba Naomi Klein en La doctrina del shock?
¿Cómo hemos llegado a esta situación? No es una pregunta retórica. Se responde con facilidad y es muy fácil repartir culpabilidades y responsabilidades. Desde luego el gobierno de Aguirre tiene la mayor responsabilidad, aquí en Madrid. Pero sindicatos educativos, padres, profesores y sociedad civil en general tienen una parte muy importante de responsabilidad por olvidar en los años de bonanza de donde venimos y qué significaba haber construido un tejido educativo público como el que teníamos (que evidentemente era mejorable) y que lentamente unos han destruido y otros, con idiotas elitismos, han dejado destruir.
Sólo queda hacer lo que hay que hacer.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? No es una pregunta retórica. Se responde con facilidad y es muy fácil repartir culpabilidades y responsabilidades. Desde luego el gobierno de Aguirre tiene la mayor responsabilidad, aquí en Madrid. Pero sindicatos educativos, padres, profesores y sociedad civil en general tienen una parte muy importante de responsabilidad por olvidar en los años de bonanza de donde venimos y qué significaba haber construido un tejido educativo público como el que teníamos (que evidentemente era mejorable) y que lentamente unos han destruido y otros, con idiotas elitismos, han dejado destruir.
Sólo queda hacer lo que hay que hacer.
23 junio 2011
Control parental a través de las redes sociales
Un análisis de las nuevas formas de control que ejercen los padres sobre sus hijos adolescentes a través de las redes sociales. Pichando en el siguiente enlace se puede leer el artículo con mayor comodidad o descargarlo
Una mirada a las nuevas formas de control parental a través de las redes sociales
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