Sábado por al tarde. Manifestación por la vivienda. Parece que de repente todo el mundo se ha dado cuenta del problema que supone para este país el tema de las hipotecas. Hipotecas imposibles para toda la vida. La vida misma hipotecada por una jodida casa. ¿De repente?... En fin... Mejor sería decir que al mundo financiero y político le entró el miedo ante el posible contagio de la crisis generada por las hipotecas basura norteamericanas. Y los medio encontraron el filón, el euríbor llegaba al 5% y se acababa el silencio cómplice sobre la peor lacra de la sociedad española de principios de siglo. Durante un rato. Nada permanece demasiado tiempo expuesto al aire libre en el mercado de la comunicación. Sólo lo fresco, lo inmediato, lo impactante. Siempre tratado de manera superficial y coyuntural. Ayer
la SER en su informativo nocturno de economía nos tranquilizaba: “
no hubo crisis, no hay crisis, no habrá crisis”. Hay que ver lo capullos que somos. Y nosotros angustiados. El tío de la voz robótica continúa y me explica que no me he de preocupar, que sólo nos tocó de refilón, poco más, el escollo parece salvado, los indicadores son buenos, los bancos respiran gracias al dinero público que se les ha regalado a un tipo de interés irrisorio para que tengan la liquidez que perdieron especulando con las casas que se vendían a preciso imposibles, permitiendo a la gente joder sus vidas comprando lo que no podían casi pagar. Aprovechando el optimismo reinante. Uffff, menos mal, ya respiro tranquilo, no hay crisis...
Sábado por la tarde. Yo es que soy un poco torpe y ando espeso. No me he enterado de que el problema de la vivienda ya está en vías de solución. Ya no subirá más el euríbor, eso dicen. Pues ya está, debería estar tranquilo, qué felicidad, todo solucionado, planes gubernamentales que no suenan mal, tranquilidad en los mercados. Joder, ¿qué me pasa? ¿Por qué no dejo que todo fluya? Nada, me entran los picores subversivos y me largo para la manifestación, como en mis tiempos mozos, me largo hasta
la Puerta del Sol; lo he leído en los carteles que pegaron el metro: a las seis, concentración por la vivienda, simultáneamente en toda España. Bueno, en los pasquines sólo una pega, tonta eso sí, ortográfica, pone “...
precios exajerados...” Y esa jota me hace daño cada día cuando entro en la estación de metro. Qué tiquismiquis soy, ya se sabe, que más da la ortografía cuando uno es un revolucionario. Un defecto burgués el mío, ya lo extirparé.
Sábado por la tarde. Una tarde preciosa. Otoñal, luminosa, perfecta para juntarse y revindicar. Al fin algo que nos une a muchos españolitos de a pie: la vivienda. Todos los mileuristas debieran estar allí. El
58 % de los asalariados españoles son mileuristas según los datos de
la Agencia Tributaria, cincuenta y ocho de cada cien asalariados viven con menos de 1100 euros al mes... ¿dónde coño viven? ¿cómo coño sobreviven? ¿dónde están esta tarde? ¿quiénes son ésos que se concentran conmigo por las calles de Madrid? A mi alrededor veo adolescentes con ganas de juerga, viejos nostálgicos de viejas reivindicaciones, izquierdistas trasnochados embutidos en camisas rojas con el emblema de CCCP, fotos de Che, pañuelos palestinos... Todo parece ser susceptible de ser convertido en ideología actualmente. Se consume todo. Todo. Pero resulta patético llegar a ver a los restos putrefactos de la ideología del ayer convertida en icono consumista hoy, en pose superficial, en una actitud que grita a la sociedad: “
cómo me molo a mí mismo, soy la puta ostia”
Camino entre ellos, pero no entiendo qué pasa, somos menos de 2000 personas. ¿No hay nadie más preocupado por este tema? ¿dónde están los tristes mileuristas? ¿acaso nadie les ha avisado? Mirad que son muy despistados e igual no se han enterado... Pienso en ellos y me estremezco, estoy seguro que muchos de ellos están tan alienados que estarán en sus casas, ésas que no pueden pagar, temblando, rezando para que casi mejor que no les toquen el tema de la vivienda, que el gobierno no intervenga, no vaya a ser que otros, los que vienen por detrás, puedan verse beneficiados por políticas sociales de vivienda, con precios razonables en alquiler, con precios que no ahoguen sus vidas como se están ahogando las suyas. No, piensan, que se jodan como nosotros, si yo desperdicio mi vida trabajando como un burro para poder pagar una casa, los demás también. Salgo de mi ensimismamiento gracias a las creativas rimas que comienzan a escucharse a mi alrededor, la masa me rodea. ¿Masa? Qué optimista soy. Mis ideas muestran ya a esa altura de la tarde una tendencia claramente esquizoide, no comparto nada con los que camino, no me gusta el tono y la forma de sus reivindicaciones; no entiendo a los que se quedan en casa, ni a los que se aferran al manido y deplorable “
esto es lo que hay, para qué vamos a intentar cambiar las cosas”. La realidad me saca de nuevo de mis pensamientos. Una tía de pelo rojo libertario, que roza los cincuenta y porta todo tipo de pancartas se pone a nuestra altura. Sin presentación y a bocajarro nos comienza a hablar, más bien monologa con ella misma:
el capital, la jerarquización de la sociedad, la toma del poder, la concienciación de las masas... Todo el discurso parece coherente, engarzado, suena a antiguo pero parte de bases lógicas. Dura unos cinco minutos, la dejamos hablar sin meter baza, sólo escuchamos, entonces termina, nos mira, nos pregunta si no tiene la razón, se la damos, asiente, se le ha acabado el carrete, no tiene nada más que decir, se le acabó la argumentación, seguro que había resumido en eso cortos minutos las lecturas de su vida, el silencio se hace incómodo, seguimos andando, sin más baja la cabeza y acelera, la vemos llegar hasta un grupo de chavales que caminaban por delante nuestro y se habían parado para encender un cigarro, se pone a charlar con ellos, no los conoce de nada, seguro, al adelantarlos pongo el oído: “
el problema es la jerarquización de la sociedad ...”
Sábado por la tarde, a la altura de Sevilla, antes de llegar a Cibeles un tío se sube a un especie de monolito enclavado junto a la estación de metro, lleva una bandera enorme, republicana, de la segunda república se entiende, empieza a ondearla con gran esfuerzo, la tensión se refleja en su cara, nos paramos a su altura, todos le miramos, desde hace un rato arrecian los gritos contra el Rey y la monarquía, la muchedumbre estalla en aplausos ante el heroico portador de la bandera, la emoción se palpa, a mi lado ondean cinco o seis banderas de Cuba, y otras tantas republicanas, El tío por fin desfallece y se queda quieto, con la cabeza gacha manteniendo a su lado el mástil de la bandera que oscila levemente a merced del viento. Momentazo. Seguimos andando. Banderas cubanas, banderas republicanas, camisetas rojas donde se lee CCCP (¿sabrá su portador que significa?), o está dibujado el Che, todo el kit del progre-revolucionario me rodea, el fervor de la lucha contra la opresión empieza a apoderarse de mí, los gritos a favor de la tercera república se escuchan cada vez con más fuerza a mi alrededor, yo siempre he sido republicano y paso del rey, entonces, ¿por qué no termino de sentirme a gusto? Lo recuerdo de golpe, yo no he ido a una manifestación a favor de la república, ni en contra de la monarquía, ni a favor del comunismo, ni en defensa de la dictadura castrista. No, para nada, error, de eso no iba hoy la cosa.
Sábado por la tarde, tras dos horas caminando, nos separamos de la gente y terminamos tomando un café reparador. La manifestación ya ha acabado. Oficialmente claro, ahora llega la fiesta para muchos, lo importante. Al volver a casa me ahoga la rabia. ¿Cuándo y cómo vamos a comprendernos los unos a los otros? ¿Cuándo seremos capaces de aunar esfuerzos en pos de conseguir objetivos que nos beneficien a todos más allá de la ideología y la pose que hemos adoptado cada uno de nosotros? Coño, el mensaje estaba claro, era una concentración para recordar a los poderes públicos un problema social, la vivienda, un problema transversal al espectro ideológico español.
Domingo
por la mañana, nos levantamos temprano para dar un paseo. Nuestra calle colinda con el Rastro, un grupo de cinco o seis chavales con iconografía revolucionaria están sentados en la esquina de la calle bebiendo unas birras. Son la diez de la mañana, un par de pancartas sobre la vivienda y su problema nos informan de dónde vienen, de lo larga que ha sido su noche, de lo que significó para ellos la manifestación de ayer: un after hours reivindicativo. Mola. Pásame el porro.
Leo los periódicos, las noticias sobre las concentraciones en toda España ocupan un cara de una página en El Mundo. En El País, no llega a tanto. Leo que en Sevilla se concentraron “medio centenar de personas”. El redactor fue benévolo, escribió medio centenar, quedaba menos duro que escribir “cincuenta personas” o incluso “cincuenta idiotas”... Joder, cincuenta.