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Hace pocos días finalicé el extenso libro que
Peter Biskind escribiera hace un par de años sobre los entresijos y las entrañas del cine independiente norteamericano. Partiendo del punto de inflexión que supuso el triunfo y el éxito de
Sexo, mentiras y cintas de video en el Festival de Cannes de 1989, y tras hacer un breve repaso a los años oscuros y radicalmente coherentes de los 80,
Biskind vertebra su relato mediante la descripción minuciosa del ascenso imparable de
Miramax y la evolución, desde la nada, del festival de cine independiente de
Sundance. A su alrededor hace desfilar ante el lector infinidad de personajes, productores y ejecutivos (generalmente casi desconocidos, pero algunos verdaderas almas o asesinos, de muchas de las películas que más nos han emocionado en los últimos casi veinte años), comenta la creación, el desarrollo y en algunos caso la muerte, de una decena de distribuidoras y productoras independientes que pretendieron emular o enfrentarse al monstruo
Miramax, y se relatan multitud de anécdotas laborales, algunas brutales, otras divertidas e incluso muchas totalmente surrealistas, extraídas de cientos de conversaciones que
Biskind hiciera a directores, guionistas, productores y humildes trabajadores de la que ha sido sin duda la época más brillante y popular del cine independiente americano.
Igual que hiciera con su espectacular (y más fácil de leer, por centrarse principalmente en la figura de los directores) trabajo sobre el cine norteamericano de los 70,
Moteros tranquilos, toros salvajes,
Biskind se apoya en infinidad de datos y detalles, mediante los cuales en este caso, intenta explicar y dar su visión de los porqués de la evolución del término independiente en el cine estadounidense. Desde cuando significaba una alternativa radical, en temática y presupuestos, al cine convencional y meramente comercial, y tenía tan sólo pretensiones de ser un cine de autor, sabiéndose minoritario y especial, hasta que termina convirtiéndose en una parte más del pastel de las grandes corporaciones del mundo del cine, un apéndice que no hay que despreciar pues aporta prestigio y sello de calidad. Es decir, hasta que se empieza a producir y distribuir bajo el paraguas de las grandes productoras, con la consigna de que el producto debe tener ese estilo artístico (e incluso social) de las películas independientes clásicas, debe tener esa voz personal del director, pero suavizando las posibles aristas, endulzando en definitiva el producto final, con la aquiescencia de muchos directores jóvenes, que comenzaron a ver la creación de sus primeras y polémicas películas como meros escalones iniciales para después plegarse y acondicionarse a la industria clásica de Hollywood.
Leído transversalmente, el libro es la biografía laboral y personal de
los hermanos Weinstein, los fundadores de
Miramax, y principalmente del motor emocional de ellos y de la empresa
:
Harvey Weinstein. De entre las páginas del ensayo emerge su figura titánica, carismática, malencarada, manipuladora. Un tipo brutal a veces pero dotado de una pasión desmedida por el cine y los negocios, una dualidad que lo terminan haciendo comparable a alguno de los míticos productores de la época dorada de Hollywood como
O´Selznick. Igual que sucedía con el personaje de
Kirk Douglas en
Cautivos del mal, todo el mundo odia y aborrece a
Miramax y a
Harvey, a lo que representan, pero nadie es capaz de negar su enorme importancia en la distribución, difusión y popularización del cine independiente, y todos terminan por tener que admitir, aunque sea con la boca pequeña, que nadie nunca había arriesgado y apostado tanto por ese otro tipo de cine.
Partiendo del
mítico y sobrevalorado festival de
Sundance y de su figura clave,
Robert Reford (que no sale muy bien parado en las páginas del libro),
Biskind describe cómo el cine independiente pasó de las oscuras y pequeñas salas de arte y ensayo a convertirse en un fenómeno social y mayoritario gracias principalmente a las agresivas tácticas de promoción de
Miramax y de empresas como
October que siguieron su senda. Pero al mismo tiempo se convirtió pronto en un mercadillo de egos y fama, un caladero donde las grandes compañías rápidamente comenzaron a echar el anzuelo para renovar su nómina de directores con nuevas voces personales de jóvenes que estaban más que dispuestos a ser domados y se mostraban deseosos de labrarse una carrera como directores de películas convencionales. Entre los ejemplos más evidentes,
Bryan Singer (director de la estimable
Sospechosos habituales, tras la cuál ha terminado haciendo
Xmen o
Superman returns) y
Christopher Nolan (tras hacer
Memento fue contratado para dirigir
Batman begins). Otros, que creyeron firmemente que sus películas no podían ser convertidas en meros productos, quedaron varados a la orilla del éxito, ninguneados y olvidados, mientras que algunos como
Richard Linklater (
Antes del amanecer,
A Scanner darkly), lograron sobrevivir a duras penas manteniéndose lejos de los oropeles y el dinero de Hollywood.
¿Cuál fue el principio de todo? ¿Dónde se originó esta dinámica un tanto indecente y desde luego negativa para la calidad del cine norteamericano? Dos puntos de inflexión marca Bis
kind en su ensayo. El premio en Cannes a
Steven Soderbergh por
Sexo mentiras y cintas de video, que puso a lo indie en el escaparate comercial, supuso el comienzo de la gran fama de
Sundance y dejó entrever las posibilidades económicas de este tipo de películas; y la irrupción de
Tarantino, principalmente con
Pulp fiction (también ganadora de
la Palma de oro de Cannes), película que significó el espaldarazo definitivo a
Miramax y el comienzo de una nueva etapa en su fulgurante carrera, en la que pasó de distribuir en EEUU pequeñas joyas extranjeras (
Cinema Paradiso,
Delicatessen,
Mi pie izquierdo,
Juego de lágrimas) o independientes norteamericanas (
Reservoir dogs,
Clerks), a convertirse en productora de éxito con películas oscarizables pero ya menos arriesgadas, mas edulcoradas, como
Shakespeare in love,
Chicago,
Cold Mountain o las historias almibaradas dirigidas por
Lasse Hallström.
El resumen lógico de todo lo que pasó tal vez esté en estas palabras que dice con cierta melancolía
Allison Anders, directora y amiga de
Tarantino, perteneciente como él a la que se llamó clase del 92, porque habían estado juntos en
Sundance ese año presentando sus primeros filmes: “Cuando
Pulp Fiction tuvo ese primer fin de semana escandalosamente bueno todos pensamos que era bueno para
Quentin y sería bueno para nosotros. Pero en realidad esa victoria fue en cierto modo, el principio del fin para los demás, porque son pocas películas independientes que pueden competir de la misma manera.”
Lo cierto es que a partir del enorme éxito mediático de
Tarantino muchos jóvenes cineastas norteamericanos dejaron de soñar tan sólo con hacer su película, con mostrar su voz, con contar lo que tenían dentro al mundo. De repente quisieron convertirse en los
nuevos Tarantinos, en los
nuevos Kevin Smith, la idea estaba clara, el camino definido: hacer una película de bajo presupuesto pero que tuviera algo especial que llamara la atención de los magnates de la industria. El efecto tal vez fue un poco perverso, se perdió seguramente la naturalidad y la tranquilidad de saber que lo que hacían no iba seguramente a tener mayor trascendencia que algún paupérrimo estreno en alguna sala de cuarta categoría. Ahora la alfombra roja del festival de
Sundance, por ejemplo, es un escaparate mediático que llega a todas partes del mundo.
Como ya pasara con su anterior ensayo, el nuevo libro de
Biskind se lee con una extraña mezcla de admiración por la pasión que demuestran tantos talentos en sus comienzos, y de cierto asco cuando las cuestiones económicas y comerciales adquieren una excesiva preponderancia que hace atenuar e incluso perder voces personales y películas valiosas. Se acaban sus páginas como en aquél, con la sensación inexorable de que los sueños y la pasión terminan sucumbiendo al tiempo, al dinero y al ego.