09 abril 2007

Regreso telúrico

Al descender el avión a través de las nubes, la isla apareció de repente, cálida y acogedora, saludándome de nuevo como si no hubieran pasado cinco años desde nuestro ultimo encuentro. Algo que nunca confesé a nadie fue que mientras viví allí, durante casi tres años, las pocas veces que regresé a la península siempre lo hice con cierto aprensión, con ganas por ver a mi gente sí, pero sin ser capaz de encontrarme a mí mismo en la que tantos años había sido mi casa ni entre aquéllos que habían sido mi entorno; mientras que al regresar, en cuanto divisaba de nuevo Tenerife, la paz, la calma y el sosiego se instalaban otra vez dentro de mí, como si de alguna forma ver el Teide recortado en el horizonte mientras los aviones descendían y se acercaban a Los Rodeos, tranquilizara mis obsesiones, atenuara mis miedos y confirmara mis decisiones. No duró mucho, no. Durante los últimos meses de mi estancia allí, Tenerife se convirtió en una nueva cárcel de la que había que escapar para seguir creciendo sin estancarme, como antes había sido Sevilla. Pero durante más de dos años fue no sólo mi hogar, sino el escenario vital donde realmente me encontré a mí mismo y terminó mi formación adultescente.

Cinco años después, sin darle excesiva importancia volvía, ahora de turista, con dinero, sin un objetivo determinado, sólo para reencontrar, disfrutar y pasear por lo recovecos de mi isla.

De esta semana pasada en Tenerife, dos días quedan marcados por su intensidad, dos días seguidos en los que los recuerdos estallaron en mi cabeza y reaparecieron con fuerza inusitada. El primero de ellos fue el día que visité a La Laguna. Aún conociendo como ser las suele gastar mi memoria, me sorprendió la intensidad y la calidad de los recuerdos que obtuve al pasear por sus calles, al reencontrarme con sus rincones, al otear las fachadas de las casas en las que viví, caminar por los pasillos de la facultad en la que estudié, acercarme al centro de cálculo en el que tantas horas pasé, o tomarme una copa donde hace años ya la tomé. Se convirtió en un recorrido pausado, tranquilo y consciente por una parte fundamental de mi vida, un recorrido aderezado de una nostalgia interesante, a la que llegaba sin pena por lo perdido, sin pena por lo que fue, sino con alegría y cierta sorpresa, como la que un niño siente al redescubrir los juguetes que le hicieron feliz años atrás, mientras los toca y los mira con simpatía, recordando mediante el tacto y la vista lo feliz que fue con ellos aún siendo consciente de que hoy día son otros los juguetes que le pueden hacer alcanzar una felicidad semejante. Durante ese día yo toqué y miré con fruición La Laguna.

El segundo día fue cuando volví a Benijo. Descender con el coche por la costa de Anaga admirando sus acantilados recortados, contemplando esos pueblecitos que parecen siempre a punto de deslizarse por las laderas de las montañas volcánicas, disfrutando de la visión de ese mar tan azul que incluso daña a los ojos, fue de nuevo, años después, un espectáculo natural inigualable. Bajar del coche para subir a pie parsimoniosamente al Restaurante el Frontón, testigo de tantas conversaciones y tantos silencios, y atalaya inigualable desde la que disfrutar de esa costa, fue todo un ceremonial, emocional y emocionante, que finalizó mediante un vistazo fascinado desde su terraza a la Playa de Benijo, mientras el viento azotaba mi rostro y sólo las gaviotas eran capaces de articular sonidos a la altura del entorno. Después, inevitablemente, llegó el momento de disfrutar del mítico pulpo frito de El Frontón, para terminar pidiendo la no menos mítica copa de anís y acabar esa parte de la tarde apoyado, en silencio, en el muro de la terraza, bebiendo a pequeños sorbos ese suero del recuerdo, mientras admiraba otra vez, más de cinco años después, el paisaje de uno de los lugares fundamentales por los que he caminado.

Aparecen indelebles, tal y como eran, aquellas personas que pasaron por tu vida en semejantes lugares. Transitan por mi memoria igual que hace cinco años aún cuando algunos estén más calvos, otros más gordos, a algunos ya ni los vea y otros se hayan convertido parte casi de mi día a día, o incluso de mi familia. Y lo mejor es que el tiempo sólo me deja lo mejor de cada uno de ellos, lo interesante, lo divertido, lo valioso. Y mientras el anís transitaba raudo por mi garganta y la segunda copa aparecía por arte de magia en mi mano, mi mente, juguetona y excitada, los veía. Os veía. Y os recordaba como sólo ella ya es capaz de recrearos: el pesimismo entrañable y la sinceridad descarnada de Danisev; las risas, los gritos y las conversaciones infinitas de Juanma; la amistad, las vivencias compartidas y los tranchetes de Sergio; la pausa, las sonrisas y los intensos regresos de DaniMad; los silencios repletos de palabras de Roi; el trabajo y la perseverancia de Lola; la no amistad más amigable y enriquecedora posible de Jaime; la obsesión por las mujeres y los proyectos de Jon; la sobriedad, la tranquilidad y la constancia de Iñaki; el catolicismo militante junto a una cara más oscura y divertida de DaniMur; la bravura y las borracheras de Ibán; el esfuerzo, el entusiasmo y la vehemencia de Paula; la voz suave y cálida de Maca; la alegría y las ganas de vivir y viajar de Migue; el negro y el anarquismo como extraña forma de vida de MigueCNT; las ganas de juerga y la sorpresa ante otra vida de SergioR; los silencios inquietantes y las miradas vacías de Alex; el aire fresco no astrofísico que supuso Annia; las visitas repletas de conversaciones y madrugadas de copas de mi hermano Juanma; el trascendente paseo a Benijo con mi hermano Migue; la ayuda desinteresada y las borracheras más radicales y repletas de adrenalina de mis compañeros del Tuti; el rencuentro final con Nola; las frustraciones y la lealtad de Judith; la conversión momentánea a otra forma de disfrutar la vida de Luis... y por supuesto Carolina, sus conversaciones infinitas, la sonrisa perpetua en su boca, su capacidad innata para superar dificultades y acometer crisis personales de las que salir renovada, sus saltos al vacío, su feminismo desafiante, su visceralidad ante los desacuerdos, los últimos seis años junto a ella...

El anís se acababa. Carolina requería ya mi atención, ésa que cada cierto tiempo disperso. La playa de Benijo (sus rocas más bien) esperaban un último paseo antes de abandonar el lugar. No había tiempo ni ganas para recordar el lado oscuro de aquéllos que recordaba con cariño, además ¿para qué? Todos hemos sido, somos y seremos miserables en algún momento de nuestras vida, cometemos y cometeremos errores, se producen desacuerdos, alejamientos, vacíos, odios puntuales... Todo eso el tiempo lo diluye. Es de idiotas recordar lo malo cuando hay tanto bueno que no se debe olvidar.

Al día siguiente desde la ventanilla del avión que me traía hasta mi presente eché un vistazo final a mi pasado, satisfecho y feliz, reconociendo errores, pero plenamente consciente de que soy quien soy, mejor o peor, gracias a esos tres años pasados en Tenerife, esa isla que se iba convirtiendo lentamente en un puntito en el horizonte y a la que sabía que no volvería en mucho, mucho tiempo.

4 comentarios:

  1. Qué bonito!! al final uno se va haciendo de los sitios donde vive. Un cachito del corazón se queda en cada sitio. Les mando un beso grande, sería genial verlos a todos de nuevo en un sitio a la misma vez! Ayatima.

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  2. Qué recuerdos...
    Veo que el paso por Tenerife nos dejó huella a más de uno. Y tú lo has dejado escrito mejor que nadie.

    Por cierto, no es justo que hables del pulpo de Benijo cuando uno está tan lejos de poder echarse el diente a uno...

    Y una última cosa, mi lector de blogs me había ocultado tus entradas una temporadita. Me alegro de reencontrar el blog justo con ésta.

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  3. Me alegro de veros por aquí a los dos. ¿Qué tal estáis? Por lo que he ojeado de vuestros blogs no parece que perdáis el tiempo en vuestro exilio estadounidense :)

    Lo del pulpo Iñaki sólo tiene un problema...¡¡ Ser consciente del tiempo que me queda sin volver a comerlo!!

    ¿Estáis definitivamente aposentados en EEUU por un tiempo largo o pensáis regresar en breve?

    Un abrazo fuerte mío y de Carol para los dos.

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  4. Pues acabo de renovar por un par de años más, así que nos queda una temporadita por aquí. Por eso que aprovechamos al máximos lo que la ciudad ofrece. Y no es poco, ni va acorde con la idea inicial que tiene uno de Washington. Que ya en otros sitios se han pasado oportunidades, véase Tenerife, y el tiempo vuela sin que tomemos asiento para disfrutar.

    No todo es de color de rosa, por supuesto, pero el blog lo dejo para la cara alegre. Al menos de momento.

    Un abrazo para los dos.

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