Una breve conversación ocasional con un compañero del instituto. Por los pasillos. Mientras aceleramos el paso raudos hacia la sala de profesores. Guarida necesaria. Me pregunta si he visto alguna película este fin de semana y le informo sucintamente que estuve en la Filmoteca disfrutando de Los sobornados de Fritz Lang (por cierto, no me cansaré de decirlo: menudo espectáculo de película. De lo mejor del cine negro americano. Sin lugar a dudas). Me mira un segundo, me suelta el ambiguo y confuso calificativo: "tú es que eres un cinéfilo, Pepe". Siempre he desconfiado de ese adjetivo, no me gusta. Por una lado parece halagador, que te da una cierta autoridad moral para establecer una especie de canon cinematográfico; pero ese tipo de planteamientos siempre me han parecido una soberana estupidez. Por otro lado es una forma de decirte educadamente, casi compasivamente, que eres un poco freak. Y también eso me toca una tanto los cojones, para qué os voy engañar. Últimamente parece que cualquier especialización o profundización en un tema es reducida a un problema de "frikismo". Y esa reducción no es inofensiva, tiene un significado social, una especie de necesidad de igualar todas las actividades bajo una paraguas común, de otorgarles a todas la misma importancia final. La miniconversación continúa y en ella trasciende que poseo unas 5oo películas en dvd. Aparece entonces en sus labios una reflexión interesante: "... para qué, al final muchas de ellas sólo se ven una vez...". Salgo con alguna gracieta del momento. Me quedo pensando. No es la primera vez que escucho esa idea.
El argumento es de peso. Parece cobrar mucho más sentido en esta época de descargas ilimitadas (aunque hay que recordar que ni la calidad ni la diversidad de lo que se descarga por internet es tanta como nos quieren vender los gurús digitales). Pero me pregunto si la reflexión se la permitiría también con respecto a los libros. Es evidente que si puede suceder que muchas películas no se vuelvan a ver, aún menos serán los libros que se vuelvan a releer. Pero ahí siguen en muchas estanterías (bueno, no tantas, cada vez menos) de muchas casas. Y lo que es más importante, suelen ser siempre una muestra de erudición, un síntoma positivo que nos habla de la cultura de esa persona.
La banalización del cine como arte, o simplemente cultura (por favor, que nadie quiera colocarle el adjetivo de popular. Como si el teatro o la literatura no lo hubieran sido siempre. Como si lo popular fuera menos valioso), es un proceso que parece no encontrar límite. Curiosamente, internet no ha provocado una revitalización de su estatus sociocultural.
Y como siempre respondo cuando las la miniconversaciones se convierten en conversaciones, y la discusión merece la pena: el punto de partida no debe ser si es necesario o no comprarse esas películas físicamente, en dvd, sino si esas mismas películas yo (yo, no otra persona, sino yo y mis circunstancias) las hubiera visto de no haberlas comprado. Ése es el punto real de partida de esa discusión.
El argumento es de peso. Parece cobrar mucho más sentido en esta época de descargas ilimitadas (aunque hay que recordar que ni la calidad ni la diversidad de lo que se descarga por internet es tanta como nos quieren vender los gurús digitales). Pero me pregunto si la reflexión se la permitiría también con respecto a los libros. Es evidente que si puede suceder que muchas películas no se vuelvan a ver, aún menos serán los libros que se vuelvan a releer. Pero ahí siguen en muchas estanterías (bueno, no tantas, cada vez menos) de muchas casas. Y lo que es más importante, suelen ser siempre una muestra de erudición, un síntoma positivo que nos habla de la cultura de esa persona.
La banalización del cine como arte, o simplemente cultura (por favor, que nadie quiera colocarle el adjetivo de popular. Como si el teatro o la literatura no lo hubieran sido siempre. Como si lo popular fuera menos valioso), es un proceso que parece no encontrar límite. Curiosamente, internet no ha provocado una revitalización de su estatus sociocultural.
Y como siempre respondo cuando las la miniconversaciones se convierten en conversaciones, y la discusión merece la pena: el punto de partida no debe ser si es necesario o no comprarse esas películas físicamente, en dvd, sino si esas mismas películas yo (yo, no otra persona, sino yo y mis circunstancias) las hubiera visto de no haberlas comprado. Ése es el punto real de partida de esa discusión.