Miquel Barceló, reputado escritor español especializado en ciencia ficción, reflexiona en dos artículos (aquí y aquí) sobre dicho género a través de la comparación entre las posibilidades que ofrece la literatura y las que permiten los medios audiovisuales.
Es evidente que Barceló en todo momento se decanta por la tesis de que la mejor ciencia ficción se encuentra en la literatura, e ilustra esa idea enfrentando a la que se considera la primera novela de ciencia ficción (Frankestein de Mary Shelley) con su célebre adaptación al cine (la película de mismo título dirigida por James Whale en 1931), a la que acusa de no utilizar alguna de las mejores ideas científicas y reflexivas de la novela para centrarse en los aspectos meramente terroríficos, trasladando una idea de la ciencia negativa y peligrosa.
El autor considera que mientras que la literatura de ciencia ficción permite al lector desarrollar su imaginación y construir personalmente en su cerebro aquello que el escritor propone, las películas son recibidas de manera más pasiva por un espectador que está obligado a seguir el ritmo impuesto por el director y por lo tanto tiene un menor espacio para la reflexión
Continuando con esa idea, y pesar de que acepta que es el cine de ciencia ficción el que ha construido el “imaginario popular” del género, critica la deriva general de este tipo de cine hacia los terrenos más espectaculares, priorizando la puesta en escena, la acción y los efectos especiales (en busca de un público eminentemente adolescente) sobre los aspectos más reflexivos, filosóficos y científicos, que en algún momento del siglo XX algunas cinematografías y directores construyeron.
Por último Barceló reflexiona sobre algunos de los títulos más emblemáticos de la ciencia ficción, limitándose a títulos anglosajones (salvo la mención a la francesa Alphaville y errando al considerar también francesa la que fue una producción británica rodada en inglés aunque dirigida por el francés François Truffaut: Fahrenheit 451) y describiendo los dos aspectos que caracterizan a la ciencia ficción en general, como género narrativo: “la capacidad de especulación” y “el sentido de maravilla”. También apunta una idea muy interesante (que no termina de desarrollar) cuando escribe sobre lo que finalmente se podría considerar que es la ciencia ficción, más allá de temáticas y contextos:“una cuestión de decorados”, en relación, seguramente, a que finalmente son los grandes problemas humanos y las grandes cuestiones éticas, políticas y filosóficas (desarrollados en contextos particulares) lo que preocupa y ocupa también el género de la ciencia ficción.
Lo cierto es que Barceló no puede evitar caer en la comparación entre los dos artes narrativos por excelencia del siglo XX: la literatura y el cine. Ante esta (innecesaria) disyuntiva, en lugar de comprender que son lenguajes diferentes con los que el arte se manifiesta también de manera diferente, opta por el equivocado y falaz método de confrontar aquellos aspectos más positivos de la buena literatura de ciencia ficción (obviando la enorme producción literaria de ínfima calidad que hay escrita en este género) con los más negativos del género en el ámbito cinematográfico (que es innegable que ha derivado hacia una banalización de los argumentos para priorizar aquellos elementos más espectaculares y que atraen a la población más joven). Pero posteriormente, en el análisis de algunas de las películas más relevantes del género, vuelve a cometer el error de considerar que aquéllas que están basadas en relatos o novelas de ciencia ficción debieran hacer una traslación directa de los planteamiento literarios al cine, sin aceptar o entender que las adaptaciones no tienen por qué ser tan respetuosas con los textos, sino que el objetivo debe ser conseguir una buena y original película, con los medios y posibilidades que ofrece el lenguaje cinematográfico, por lo que su queja final del tratamiento a la literatura de Philip K. Dick haciendo alusión a Ridley Scott (que dirigió en 1982 Blade Runner, adaptación de la novela de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?) son juicios de valor que no se argumentan suficientemente.
Por último señalar que aunque son ciertas las dos características principales de la ciencia ficción como género narrativo que se plantean (capacidad de especulación y sentido de la maravilla) el autor no profundiza demasiado en lo que en mi opinión resulta clave para entender y disfrutar de este género, algo que sí es apuntado en este otro artículo de Alberto Elena: la ciencia ficción, sobre todo la de calidad, tanto en el cine como en la literatura, especula con un futuro donde algunos de los rasgos que más preocupan en el presente, generan controversia o permiten intuir posibilidades de espectaculares cambios en la ciencia y en la tecnología con posibles consecuencias sociales, son puestos de relieve, colocados en primer plano, construyéndose así las famosas distopías, constructos narrativos que no son más que extrapolaciones de aspectos sociales y científicos ya presentes en la actualidad. El género sirve como espacio de reflexión, como una advertencia (en general pesimista) de hacia donde nos pueden llevar ciertas actitudes que ya a día de hoy conforman nuestras sociedades. Por eso, más allá de que en general distopías cinematográficas como Blade Runner (Ridley Scott, 1982), Gattaca (Andrew Nicchol, 1997), Código 46 (Michael Winterbottom, 2003) y Soylent green (Richard Fleisher, 1973), o distopías literarias como 1984 (George Orwell, 1949), Un mundo feliz (Aldous Huxley, 1932) y Nosotros (Yevgueni Zamiatin, 1921), son realizadas con la intención de denunciar posibles usos totalitarios de la ciencia, la tecnología y la política, o se hacen para advertir de las posibles consecuencias de la acción humana sobre el planeta presentando a éste devastado por conflictos nucleares o transformado por cambio climáticos, hay una idea muy interesante sobre la que reflexionar a través de esta ciencia ficción distópica. como escribe Alberto Elena: “bajo la superficial mirada distópica de todos estos filmes se encubre con frecuencia una más conformista (y aún reaccionaria) fe solipsista que deviene en sí misma todo un programa filosófico paralizante y quietista”. Es decir, en muchas ocasiones este tipo de ciencia ficción tan sólo asusta y advierte de los peligros, no plantea soluciones, sólo genera incertidumbres, no proyecta líneas de futuro positivas. Por ello, una consecuencia indeseada de sus planteamientos puede llegar a ser que se entienda que es preferible no evolucionar (social, científica o tecnológicamente) para no caer en aquello que pronostican libros y películas, cayendo (tal vez sin ser del todo conscientes de ello) en una idea totalitaria del presente, donde éste aparece como el menos malo de los mundos posibles, desde el que es mejor no avanzar en ninguna dirección, arrastrando así a la sociedad hacia una inquietante inacción social y política.
Usos didácticos del cine de ciencia ficción: por una equivocada concepción del conocimiento que segrega los saberes en compartimentos estancos dentro de las escuelas e institutos, parece incuestionable que el cine de ciencia ficción debe ser utilizado tan sólo en aquellas asignaturas relacionadas con las ciencias naturales. Como profesor de Física y Química no voy a negar la utilidad didáctica (a la que volveré después) que se puede hacer de este tipo de cine en la materia en la que soy especialista, pero se debe señalar que es un error limitar su uso a las materias de ciencias porque podrían ser un recurso mucho más útil que películas de otros géneros para explicar y trabajar conceptos de historia o filosofía, por ejemplo.
Particularizando en el ámbito científico, la ciencia ficción es de enorme utilidad para reforzar conceptos que se trabajan rigurosa y científicamente en las clases al contrastarlos con la ficción del cine. Nunca he considerado necesario que el cine tenga que presentar un realismo científico extremo. Todo arte debe saber subvertir las normas para expresarse, y el dogmatismo de ciertos ambientes científicos que pugnan porque el cine refleje la realidad física con precisión y pulcritud me parece bastante necio. Al cine se le exige verosimilitud y en un universo plagado de especies extrañas que hablan todas en inglés, donde cohabitan princesas y robots humanizados, se mueven objetos a través de una “fuerza” y se puede viajar a una “hipervelocidad”, me parece extraordinariamente ridículo que algunos fundamentalistas critiquen que las explosiones en el espacio no se deberían escuchar porque el sonido no se puede propagar en el vacío. Dicho esto, y más allá de disfrutar del cine como un espectáculo, muchas películas de ciencia ficción pueden ser utilizadas para que los alumnos encuentren en ellas aquellas incongruencias más notables que pueden reforzar positivamente su conocimiento de la realidad.
El otro aspecto fundamental del uso didáctico de este tipo de cine es provocar la reflexión entre el alumnado sobre los límites de la ciencia, su responsabilidad social y la influencia que tiene la sociedad en la que se desarrolla esta ciencia sobre la propia evolución e intereses de la misma. Debe servir también para que dejen atrás esa visión idealizada de la ciencia como una labor aséptica y pura, deben entenderla como una actividad humana sujeta a las mismas pulsiones que otras, con un desarrollo no lineal sino sujeto a múltiples vicisitudes, y en la que el intelecto humano ha conseguido alguna de sus mejores creaciones. Aunque después sea responsabilidad de todos saberlas utilizar de manera moral y ética.