Estas son las películas nuevas (no tengo en cuenta las
revisiones) que vi durante el año que acaba de finalizar. Aclaro, mediante la
palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas
cronológicamente, según las fui viendo. De nuevo fueron casi 100, de manera que separo la lista en dos partes para
hacer más digerible su lectura.
- Extinction (2015) – Miguel Ángel Vivas. Pasó desapercibida y no lo merecía. Serie B, género post-apocalíptico con amenaza latente. Unos pocos personajes unidos por el dolor y por el pasado sobreviviendo en un paisaje desolador donde el frío y la nieve sirven como refugio y como tortura vital. Un final melancólico y bien construido remata una pelíucla muy digna, muy recomendable para los aficionados al género. Buen recuerdo.
- Las sufragistas (2015) – Sarah Gavaron (cine). Dura, contenida y necesaria revisión de una época histórica clave en la liberación de la mujer. La pobreza y la miseria la sufrían casi todos pero la humillación y el desdén de los iguales solo eran sobrellevados por ellas. Película que duele, hiere y molesta. Hay que verla.
- En el corazón del mar (2015) – Ron Howard. Hay un cine académico americano que intenta seguir aferrado a las viejas reglas de la vieja industria pero apesta a rancio. Es un cine modélico en lo técnico al que los nuevos tiempos han despedazado, mostrando sus miserias y obviando sus pocas virtudes. Aventura de las de antes, basada en los hechos reales que inspiraran el Moby Dick de Melville, a la que le falta frescura y le sobre artificio e impostura. Con la ya habitualmente tediosa dirección de un Ron Howard en plena decadencia.
- The host (2006) – Bong Joon-Ho. Nunca me ha gustado el cine de terror o de "sustos". Me parece un género que tiende al manierismo y generalmente es insustancial. Pero reconozco haber visto buenas películas de este tipo los últimos años. Y hay en cierto cine asiático una forma de afrontarlo que mezcla estética y vulgaridad que me atrae. No es esta película una de sus mejores muestras (no deja de ser otra película más de bicho asesino, tipo Alien) pero es capaz de entretener, profundizar en las relaciones familiares y aportar una visión ácida de las sociedades modernas.
- Les combattants (2014) – Thomas Cailley. Extraña y sugestiva historia adolescente que esconde debajo de su capa más superficial una interesante reflexión sobre la imposibilidad de sobrevivir a los avatares de la vida sin los otros, sin ese otro que tienes al lado y que no valoras o incluso desprecias mientras nada ni nadie parece hacerte falta, inmerso en esa ficción de autonomía en la que el capitalismo nos ha hecho creer. Muy interesante.
- El desconocido (2015) – Dani de la Torre. Qué pena. Qué rabia. Ópera prima de otro director joven criado en las tetas del cine de género norteamericano. Domina la perfección la puesta en escena y los tiempos de una trama inteligente que juega con las emociones de un espectador que empatiza con un personaje central, el banquero, mientras entiende perfectamente las razones de su agresor, el jodido por la crisis (que amenaza su vida y la de sus hijos). Funciona porque hay fuerza en su narración audiovisual pero es su final, maniqueo, miserable y cobarde, el que la hunde y la hace despreciable. Lo social como excusa para el espectáculo light y la redención lacrimógena. ¡Anda ya!
- The big short (2015) – Adam McKay. Apasionante, rica, desmesurada, a ratos bestial y a ratos excesivamente didáctica. Retrato completo del indecente, absurdo, egoísta y rastrero mundo de las grandes y las pequeñas finanzas cuyo colapso provocó la gran crisis económica. Nadie quería ser el primero en bajarse del tren en marcha. Imprescindible.
- Bone tomahawk (2015) – S. Craig Zahler. El western es ese género al que tantas veces dieron por muerto pero siempre termina ofreciendo propuestas estimulantes, diferentes, ricas y profundas. Una de las sorpresas del año fue esta película con extraños ribetes de gore que no solo no desentonan sino que la enriquecen. Una pequeña joya que consigue una historia en la que el tiempo se dilata y los personajes se expanden. Construida sobre el firme de la tradición (ese viejo ayudante es el mejor homenaje posible al inolvidable Walter Brennan) pero sin complejos a la hora de aportar algo diferente. Estupenda.
- Sin hijos (2015) – Ariel Winograd. Pretende ser graciosa, incluso subversiva pero en el fondo nunca divierte y es tremendamente conservadora. Aburrida historia sobre la falta de ganas de maternidad que es incapaz de sacarle jugo a una propuesta irreverente y novedosa por la necesidad de ser comercial y políticamente correcta. Un coñazo.
- Ruby Sparks (2002) – Joanthan Dayton y Valerie Faris. Lo que empieza pareciendo una comedieta intrascendente y solo pasablemente entretenida termina derivando en un sórdido relato tragicómico sobre el ego del creador (novelista, en este caso) entrelazado con el ansia por convertir a la pareja en alguien diferente de aquel del que nos enamoramos. Absolutamente recomendable. Una joya a descubrir.
- The divide (2011) – Xavier Gens. Despiadado retrato del ser humano. Un grupo de personas termina encerrado en un refugio tras lo que parece un apocalipsis nuclear. Tras merodear por los lugares habituales del género la película parece enloquecer al ritmo de la enajenación de sus personajes, convirtiéndose en un infernal mosaico de la depravación humana difícilmente tolerable. Juega a ser una película desagradable y consigue su propósito retorciendo hasta el mismo plano final las convenciones del género. Película tóxica que permanece en la memoria.
- Pride (2014) – Matthew Warchus. La historia real de un grupo de homosexuales que se implicó en la recaudación de fondos para la lucha minera en la Inglaterra de la Thatcher es llevada a la pantalla con enorme sensibilidad, inteligencia y humor. Excelentes interpretaciones para una película que brilla con luz propia. Deja poso y un regusto final amargo.
- The revenant (2016) – Alejandro Iñárritu (cine). Intensa y ambiciosa. Cine de altos vuelos que sabe que lo que pretende ser. Tan evidente es su búsqueda de trascendencia como la naturalidad con la que consigue impactar, epatar y deslumbrar. Una de las mejores películas que vi este año. Hay que destacar la maravillosa fotografía de Lubezki. Brutal.
- Desapariciones (2003) – Ron Howard. Impersonal y a ratos desastroso western de un Ron Howard desorientado que intenta emular sin éxito a Centauros del desierto. Un director mediocre intentando encontrar las claves cinematográficas de la mejor película de John Ford, uno de los mejores directores de la historia del cine. El desafío era imposible. Ni siquiera unos actores volcados en unos personajes a los que no son capaces de sacar más jugo salvan de la intrascendencia a este relato audiovisual que no es más que un canto melancólico a un cine que no podrá volver.
- La cumbre escarlata (2015) – Guillermo del Toro. Preciosista y hueca. Una enorme decepción, un Guillermo del Toro sorprendentemente insulso, sin el carácter que se le presupone, incapaz de sacarle jugo a una historia que demandaba ser asfixiante e incómoda y se queda en un juego esteticista, insulso e insuficiente. Tan aburrida como anodina.
- Deuda de honor (2014) – Tommy Lee Jones. Fallido pero respetable intento de Tommy Lee Jones por regresar al universo fílmico del western, cuyos parámetros no termina de controlar. Hay buen cine en esta dura historia de perdedores, mujeres enfermas y hombres infames pero la película nunca termina de despegar y termina hundiéndose en el fango de la intrascendencia. Una pena.
- Truman (2015) – Cesc Gay. Fue alabada por muchos pero lo cierto es que esta película de un director más que interesante no fue capaz de superar la barrera de sentimentalismo barato con el que suelen flirtear este tipo de propuestas. Lugares comunes, masculinidad de manual y emociones sin filtro al por mayor. No la compro. Decepcionante.
- Los héroes del mal (2015) – Zoe Berriatúa. Manierista visión de la adolescencia que no termina de cuajar en película importante por su incapacidad de matizar y profundizar en la psique de unos chicos que caen el cliché y no respiran verdad. Una lástima.
- Poppers (1984) – José María Castellvé. Cine español de trincheras al margen del sistema. Cine social de marcado acento político enmascarado tras una estética macarra y punk y realizado con muy poco dinero. Retrato de esa otra España de los 80 que la CT intenta desde hace años edulcorar. Chocante.
- Irrational man (2015) – Woody Allen. A estas alturas ya no me apena asistir a basuras como estas firmadas por un tipo tan capaz e inteligente como Allen. Hace un tiempo que he decidido creer que Woody Allen hace años que no dirige películas para trascender o emocionar sino para mantenerse vivo y activo. Y puesto que siempre consigue gente que se lo pague yo lo respeto. ¿La película? Absurda, imbécil y a ratos burdamente realizada. De lo peor que ha dirigido estos últimos años. Si hay matices y detalles a valorar esos quedan en manos de sus fans.
- Spotlight (2015) – Tom MacCarthy. Gustará mucho a los que siguen pensando que hubo alguna vez una edad de oro del periodismo, pero no deja de ser el típico drama con el que Hollywood ayuda a la sociedad norteamericana a metabolizar la corrupción de sus élites. Películas-vacuna, las llamo yo. Instrumentos del capital para mitigar y canalizar el dolor y la frustración social. La subversión y la denuncia solo son las excusas para el espectáculo. No hay profundidad, y la acción y el ritmo se imponen sobre la posible reflexión o la natural rabia ante lo relatado. Así, a pesar de lo escabroso del tema que se trata, casi nadie termina realmente herido o señalado. Y las instituciones se salvan.
- Yo, él y Raquel (2015) – Alfonso Gómez Rejón. Comedia y drama entremezclados en un propuesta indie de manual: buenas ideas, interpretaciones sinceras y un universo cercano, accesible, que nos acerca a la calle y a la vida. Tal vez el tema, su tema, ese que parece ser sólo la excusa argumental inicial y finalmente lo llena todo fuera lo que finalmente me separara por completo del película. Problema mío, lo sé. No soporto el cáncer en el cine. Pero aun menos cuando es usado como motor para seguir viviendo.
- Spectre (2015) – Sam Mendes. James Bond me aburre. Tanto. Y en esta película más. Mucho más. Todo el rato. Menudo coñazo infame. No hacen falta lecturas feministas. Que no. Ni lecturas sociopolíticas. Que tampoco. Es solo que el universo Bond es tan, tan, tan aburrido... Siempre me provoca sopor y extrañamiento. Seguir viéndolo es ya tan solo tradición.
- Mi gran noche (2015) – Álex de la Iglesia. Decepcionante. Aburrida e inconsistente comedia que carece de esqueleto sobre la que sostener su trama y que recurre a gags idiotas y a caspa permanente para sobreponerse al vacío que narra. Mala. Habrá que espera a la siguiente de Álex de la Iglesia, un director que a priori siempre me motiva.
- ¡Ave Cesar! (2016) – Hermanos Cohen (cine). Los Cohen vuelven a decepcionarme (y van...) con una historia desarrollada en el Hollywood clásico con la Guerra Fría como telón de fondo. Lo tenía todo para ser divertida e interesante pero una dirección rutinaria y una historia insulsa repleta de personajes sin carisma, construidos con trazo grueso, la abocan al abismo de la irrelevancia.
- Iván Z. (2004) – Andrés Duque. Interesantísimo documental que ahonda en la vida de uno de los creadores más singulares de la España de fin de siglo. Una larga entrevista en la vieja y decadente casa familiar de un Iván Zulueta agotado por la vida, que se explaya y se desnuda ante la cámara. Zulueta, director de la mítica Arrebato, reflexiona sobre su carrera artística, su arrinconamiento cultural en una España casposa y el fracaso que no reconoce. Todo el documental queda empapado por su amor incondicional al cine y por su irrefrenable melancolía por la infancia y el mundo que se fueron. Una joya.
- Youth (2015) – Paolo Sorrentino. Película gigante donde Sorrentino, con su habitual puesta en escena, esteticista y estilizada, nos habla del paso del tiempo y la terrible añoranza de la juventud y la fuerza cuando nada queda ya por hacer. Tremenda.
- Fase 7 (2010) – Nicolás Goldbert. De nuevo cine post-apocalíptico, en este caso argentino. Una plaga obliga a los vecinos de un edificio a quedarse encerrados en él por un tiempo indefinido. Las relaciones se deterioran y la desconfianza y el egoísmo hacen carne en unas personas que terminan estando dispuestas a todo por sobrevivir. Pasable.
- Batman v Superman, el amanecer de la justicia (2016) – Zack Snyder (cine). Ni tan mala como sus detractores pretendieron hacernos creer ni la obra maestra del género que algunos fervorosos creyeron encontrar. Cine de evasión que intenta ser trascendente sin posibilidad de conseguirlo. Momentos ridículos en un conjunto entretenido en el que termina destacando la aparición fresca de Wonder Woman.
- La quinta ola (2016) – J. Blakeson. Distopía adolescente realizada con el firme propósito de provocar arcadas al espectador. Qué cosa más penosa y aburrida. Lo único potable pasa durante los primeros 10 minutos para luego dejar paso a una ñoña y absurda historia de chica que tiene que buscar a su hermano pequeño perdido mientras encuentra el amor alienígena por el caminio. Bochornosa.
- Invasión (2007) – Oliver Hirschbiegel. La cuarta versión de la clásica y maravillosa Invasión de los ladrones de cuerpo de Don Siegel resulta ser una película lamentable con unas interpretaciones deplorables de Nicole Kidman y Daniel Craig. Es difícil hacerlo peor, lo cual es más grave si tenemos en cuenta el rico material del que se partía. Todo lo que era tensión y reflexión sociopolítica en la original se transforma aquí en rutina y sopor. Y si esto ya no era suficientemente nocivo hay que añadirle una serie de decisiones estéticas que lastran la película y un final feliz absolutamente indecente. Carne de perro.
- El sicario de dios (2011) – Scott Stewart. Ofú. Pues eso. Adaptación comiquera con vampiros con mucha mala hostia que sobrevive a duras penas gracias a su condición asumida de serie B sin pretensiones.
- El viaje a ninguna parte (1986) – Fernando Fernán Gómez. Absolutamente maravillosa. Poco que añadir a lo tantas veces dicho por tanta gente antes que yo. El canto melancólico a un tiempo y un trabajo que desaparecían en una España negra, pobre y miserable. Es realmente extraordinaria. Emocionante.
- Techo y comida (2015) – Juan Miguel del Castillo. Bienintencionada pero excesivamente simplista película que se adentra en el drama de los desahucios en una España pobre, casi analfabeta, en la que los apoyos y los cuidados mutuos son una utopía y el Estado se olvida de asegurar los derechos más básicos. Acertado retrado del contexto social que contrasta con la falta de reflexión: no hay discurso, tan solo emoción y lástima. Enorme Natalia de Molina en un papel complicado del que sale airosa.
- Capitán América, guerra civil (2016) – Hermanos Russo. Y ahora los superhéroes ya no son amigos. Madre mía, qué pena. Que no, que no es solo eso. Tragedia. La música insinúa un conflicto emocional irresoluble entre ellos. Dolor. Rostros circunspectos y testosterona por un tubo. El ser humano. Muchas hostias digitales. Shakespeare. Todos contra todos sin que haya la más mínima coherencia con el pasado reciente. Da igual. Tíos y tías en mallas dándose de hostias sin que nunca nadie muera nunca. Taquillazo. Y seguimos, ¿no?
- Blancanieves y la leyenda del cazador (2012) – Rupert Sanders. Una suntuosa y estilizada puesta en escena (a la que se añade una excelente banda sonora) no logran salvar el tedio generalizado que provoca la enésima versión del clásico de Disney. Para echar la tarde.
- Canino (2010) – Yorgos Lanthimos. Una pequeña obra maestra.. Unos padres deciden criar a sus hijos en una casa a las afueras de una ciudad sin contacto con el exterior. El lenguaje se subvierte y se manipula para hacer desaparecer lo sexual, lo conflictivo y lo subversivo de la vida de unos adolescentes incapaces de sobrellevar la tensión vital provocada por sus instintos. Peliculón.
- Langosta (2016) – Yorgos Lanthimos. Extraña distopía con tono de comedia oscura en la que el miedo a la soledad es el motor de una historia repleta de metáforas, alegorías y situaciones perturbadoras. Ni la compañía ni la independencia, ni la soledad autónoma, ni la pareja equivocada impiden al ser humano ejercer su enorme capacidad para ser miserable, egoísta, posesivo y destructivo. Acojona. Y es muy buena.
- Deadpool (2016) – Tim Miller. Muy provocadora, sí. Políticamente incorrecta, también. Un soplo de aire fresco en el saturado mundo de los superhéroes, sea. Pero vamos, que su problema es otro, a ver si nos entendemos: es un soberano coñazo
- X men: Apocalipsis (2016) – Bryan Singer (cine). Más de lo mismo, por supuesto, pero al menos entretiene a ratos y funciona como pasatiempo.
- Zootopía (2016) – Byron Howard, Rich Moore y Jared Bush. Impecable técnicamente y con algunos personajes carismáticos la película falla por trasladar de manera demasiado literal los conflictos de las sociedades humanas (sin arista alguna, claro) a un mundo animal que demandaba un mayor grado de locura y diversión. Aburre.
- Política, manual de instrucciones (2016) – Fernando León de Aranoa (cine). Un documental que respira vida e ilusión. También transpira miedo y perturba a un espectador que ya lo mira como viejo cuando apenas ese partido político, Podemos, lleva dos años con nosotros. Imprescindible para comprender la necesidad de construir imaginario social y discurso político que calen, que emocionen, que se peguen a la piel del ciudadano. Un documento fantástico para conocer la construcción de un movimiento político desde dentro
- Los girasoles ciegos (2007) – José Luis Cuerda. Convencional adaptación del libro de Alberto Méndez. Cine viejuno con una visión académica de la España franquista que a estas alturas me deja frío como espectador. No me gustó
- La habitación (2015) – Lenny Abrahamson. Un folletín extrañamente encumbrado por crítica y público cuando lo que narra (y cómo lo narra) es carne de telefim basurero de sábado tarde. Solo una producción decente y unas interpretaciones notables logran sacar de la mediocridad general a la propuesta. Entre irrelevante e infumable. Elige.
- Zardoz (1974) – John Boorman. Delirante muestra de la que fue tal vez la época más fecunda de la ciencia ficción cinematográfica con intenciones de trascendencia. La inmortalidad, la decadencia lasciva de una sociedad que se muere sin que pueda físicamente nunca hacerlo se enfrenta a un salvajismo primitivo, intelectualmente inferior pero que dispone de la fuerza, la vitalidad y el ímpetu para imponerse. Una obra que hoy es incomprendida fundamentalmente por su estética imposible, que lastra continuamente un relato audiovisual apasionante
- Synchronicity (2015) – Jacob Gentry. Hay subgéneros en la ciencia ficción cinematográfica en los que es muy difícil ser original y no caer en caminos ya trillados. Esta película simula caminar durante parte importante de su metraje por caminos ya transitados del cine de los viajes temporales para desembocar en una apoteosis final plena de significados y rica en interpretaciones. Curiosa.
- Cosas que no se olvidan (2001) – Todd Solonz. Tremenda película de un Solonz que no decepciona. La acidez de su cine iconoclasta sí es pura subversión, y la manera pausada con la que cuenta sus brutales historias termina siendo un arma de destrucción masiva. Dos historias independientes unidas por un nexo común: la creación y la vanidad. Magnífica.