15 diciembre 2024

A pie de aula 4: ¿realmente gastamos mas tiempo y recursos públicos en los alumnos que presentan más problemas?

Es una cuestión recurrente que aparece en muchos centros educativos durante las charlas informales de la sala de profesores e incluso, de manera tangencial, en algunas juntas de evaluación. También aparece en el debate público, en las redes sociales, en el contexto del #ClaustroVirtual, y no pocas veces ha saltado a los grandes medios de comunicación. Curiosamente, hay un extraño consenso respecto a que supone un hecho constatable para los diferentes bandos educativos, aunque sus opiniones sean después completamente dispares en cuanto a su valoración: la mayoría del tiempo y los recursos disponibles en los colegios e institutos se destinan a los alumnos con más problemas y, por ello, no dedicamos el mismo tiempo ni los mismos recursos a los demás alumnos, a esos que "van bien".
 
(En este post, y para aclarar posibles confusiones, cuando hablo de "alumnos con más problemas" no me refiero en ningún momento a los ACNEE´s. Quedan fuera del objeto de este análisis).
 
Evidentemente, esta cuestión y los debates sobre sus consecuencias están mucho más presentes en aquellos centros de Primaria y Secundaria que tienen una mayoría de alumnos que conviven con realidades sociales y familiares complejas, enclavados en barrios socioeconómicamente depauperados; pero aunque es ahí donde con mayor fuerza se manifiesta no he conocido instituto en el que, independientemente del número de alumnos conflictivos o con problemas académicos que haya, no aparezca la cuestión en algún momento, siempre acompañada de los mantras habituales asociados a la misma. Mantras que voy a intentar desmontar.
 
Los docentes de Primaria y Secundaria (y especialmente los tutores) vivimos actualmente enzarzados en un día a día muy complicado en el que ya no hay jornada laboral en la que además de enseñar, nuestra labor fundamental, no tengamos que solucionar, intervenir o vernos afectados por alguna situación personal de un alumno en dificultades. Y da igual que algunos docentes, agobiados y enrabietados por la pesada mochila que nuestro trabajo nos hace llevar, lo rechacen en público o ejerzan abierta (y equivocadamente) de poco empáticos en las redes sociales. Más allá de los desahogos y de los discursos rancios y clasistas, lo cierto es que la mayoría de nosotros, salvo esa ínfima parte de delincuentes laborales que soportamos, como en cualquier otra profesión, cumplimos con profesionalidad cuando toca asumir la sobrecarga laboral diaria que el cuidado personal de nuestros alumnos supone.
 
Ojo, escribo con toda la intención del mundo lo de "con profesionalidad" porque, en demasiadas ocasiones, las situaciones personales y académicas de algunos de nuestros alumnos son tan extraordinariamente complejas que necesitarían intervenciones docentes también extraordinariamente acertadas e implicarían, inevitablemente, una extraordinaria dedicación por su parte. Y no, no se puede ni se debe exigir a los profesores un nivel de implicación laboral que les suponga tener asumir el papel de héroe docente redentor prácticamente cada día.
 
A medida que una sociedad debilitada delegue cada vez más responsabilidades en la Escuela y le exija sin miramientos lo imposible, estaremos más cerca de que la realidad termine imponiendo su dictadura y la miseria social, que ahora mismo contenemos en nuestros centros a duras penas, termine anegándonos a todos.
 
Vayamos al tema.
 
No es posible negar que en nuestros colegios e institutos la mayoría del tiempo y de los (siempre escasos) recursos disponibles se dedican mayoritariamente a una serie de alumnos que, en la mayoría de las ocasiones, parecen terminar desaprovechándolos o aprovechándolos pobremente. En lugar de ir a los grandes números, prefiero ejemplificar esto que comento analizando el tiempo que un tutor de la ESO dedica a cada uno de los alumnos del grupo del que es responsable. El tiempo que se dedica a unos es siempre, inevitablemente, un tiempo que no se le dedica a otros. Cuando a final de curso examino el documento en el que registro todas mis intervenciones con los alumnos (y sus familias) de mi tutoría, es abrumadora la diferencia entre el tiempo real y de calidad que he dedicado a unos y a otros. Abrumadora. Nunca me he sentido culpable. Es lo que hay. Lo urgente siempre se impone a lo necesario y, por supuesto, arrasa con la posibilidad de lo deseable. Y en los centros educativos vivimos en la emergencia permanente.
 
A partir de ahí, me parece humano que entre los docentes haya terminado larvándose un malestar existencial que en ciertos momentos de tensión, cuando se les cuestiona sin matices su labor sin reconocer jamás, salvo de boquilla, la dificultad real de su trabajo, lleve a algunos a cuestionar la extraordinaria atención laboral que el sistema les impone dedicar a unos pocos alumnos (los disruptivos, los problemáticos, los que les desafían cada día en sus aulas, los que nunca estudian ni parecen preocuparse de nada...) frente a la mínima atención que ello supone dedicarle a los otros alumnos, los no disruptivos, los que no molestan,  los adaptados al sistema, los que tienen familias que responden, "los que aprueban".
 
"¿Por qué no pensamos también en ellos?", dicen. "¿Por qué no destinamos una parte sustantiva de los pocos recursos y tiempo que tenemos en actividades para hacer crecer académicamente a esos alumnos que realmente nos están demostrando que sí quieren estudiar, que tienen inquietudes?" "¿Por qué atender siempre solo a los problemas de los alumnos más difíciles, que suelen ser siempre los alumnos más disruptivos, cuando en la mayoría de las ocasiones solo obtenemos indiferencia, fracaso o mediocridad?".
 
Cuando entiendo que esas preguntas no son más que una forma de desahogo equivocado, cuando no construyen sus argumentos desde el clasismo educativo más rancio sino desde un desaliento laboral lacerante, soy capaz de comprender, desde un punto de vista emocional, a aquellos compañeros que plantean esta equivocada disyuntiva entre los "alumnos buenos" y los "alumnos malos". Pero...
 
Pero desde un punto de visto ideológico y profesional, considero inasumible e indefendible que los docentes de la enseñanza pública renuncien a la equidad como motor de su trabajo y discutan la idea de que debemos ayudar más a aquellos alumnos que más lo necesitan. Si lo que nos falta son los recursos y el tiempo necesarios para atender como deberíamos a todos, lo que debemos es exigir a nuestro políticos esos recursos y ese tiempo, no convertir la escasez en una forma refinada de maltrato y segregación socioeconómica de los de siempre. Hasta donde podamos. Sin alardes. Pero no negando que esa distribución de recursos y tiempo es pura justicia social.
 
Por último, para terminar, me gustaría ampliar el foco y permitir que la realidad, con toda su complejidad y sus contradicciones, se muestre. Un análisis honesto del tiempo y los recursos dedicados a unos y a otros desmonta muchas falacias.
 
¿Realmente gastamos más tiempo y recursos en los "alumnos malos"? Una respuesta apresurada nos llevaría a contestar afirmativamente a esa pregunta. Pero lo cierto es que la respuesta correcta es no, de ninguna manera.
 
Hay algo que no se suele tener en cuenta en este debate y que para mí es trascendente: aunque a corto plazo, en los primeros años educativos, destinemos más tiempo y más recursos a los "peores alumnos", a largo plazo el gasto educativo en tiempo y recursos es mucho mayor en los otros, en los que "van bien". Estos alumnos serán los que más años estarán finalmente dentro del circuito educativo sufragado con los impuestos, serán estos los alumnos que en su mayoría harán grados y másteres (estudios que suponen un mayor gasto por alumno) y, por tanto, serán los que, sin duda, finalmente se beneficien de un mayor gasto público individual en su formación.
 
Es decir, compañero, cuando te quejes en nuestros colegios e institutos del excesivo gasto de tiempo y recursos que dedicamos a "los de siempre", párate un momento a pensar y considera la otra cara de lo que defiendes. Defiendes, al final, que durante esos primeros años de escolarización sufragada con el dinero de todos también se dé más a los que ya sabemos que recibirán mucho más en el futuro.
 
¿Y a eso lo llamas justicia? 
 
Porque para eso, para dar más a los que más tienen (con dinero público), ya tenemos a los centros bilingües y a los colegios concertados. No nos hace falta hacerlo también dentro de nuestros aulas.
 
Post ampliado a partir de la base de un hilo escrito en Twitter/X el 26 de diciembre de 2020

06 diciembre 2024

A pie de aula 3: un alegato contra el coaching educativo

Hace un tiempo, hablando con una amiga, surgió el tema del coaching y me salió, como siempre, la mala baba. Como resulta inevitable en cualquier charla breve, que no permite los matices y en la que tan solo se esbozan ideas, solo pude transmitir mi desprecio hacia dicha actividad mediante el sarcasmo. Pero en este caso creo que el humor es insuficiente y el tema merece un mayor desarrollo.
 
Vivimos en un tiempo social fuertemente determinado por emociones primarias que se imponen de manera totalitaria sobre cualquier atisbo de reflexión o crítica racional. Es por ello que resulta muy difícil atacar lo que hace o dice una persona sin caer en la ofensa personal por no respetar sus sentimientos. En este sentido, el coaching es el ejemplo perfecto de cómo un sentimentalismo opresivo, que antaño solo envenenaba las relaciones personales más tóxicas, ha terminado por colonizar las relaciones laborales convirtiendo a trabajadores adultos en guiñapos en manos de iluminados.
 
El supuesto éxito de algún coach, siempre con más marketing que realidad, no invalida el principio general: los coaches emocionales son tipos y tipas sin la formación adecuada (o con una formación que no avala ninguna de sus intervenciones) que se arrogan, de manera prepotente, la capacidad de ayudar a otros a sobrellevar las miserias del día a día.
 
Así, desde lo general, llegamos a lo particular, a la realidad de una actividad, el coaching, que sin darnos cuenta ha llegado incluso a nuestros centros educativos a través de docentes con ínfulas redentoras a los que no les basta con enseñar y cuidar a sus alumnos. Ellos necesitan epatar. 
 
Hay demostraciones de supuesta empatía que no son más que una forma perversa de ego sublimado.
 
En el ámbito educativo, la confusión es absoluta. Incluso buenas ideas, como los programas de mediación escolar, terminan contaminadas por una emocionalidad huera que prioriza la exposición de una sentimentalidad limitante que obstaculiza la resolución real de los problemas. Pero nadie parece dispuesto a poner freno a este dislate. Tal vez porque a todos nos cuesta ser el que intenta advertir que el emperador va desnudo.
 
En los muchos institutos en los que he trabajado he visto de todo: desde sesiones de mindfullnes de Mercadona, con los alumnos dormitando encima de sus mesas con música suave de fondo, hasta compañeros participando en cursos de formación en los que les inducían a romperse emocionalmente (no hay mejor manera de control); desde charlas externas, permitidas de forma irresponsable por directores u orientadores, que tuve que parar y contener por el tufo sectario que destilaban hasta sesiones en las que el ponente decidió ejercer el rol de la madre de una alumna de 13 años y le animó/obligó a esta a que le dijera, delante de todos sus compañeros, lo que no se atrevía a decirle a su madre.
 
Desde aquí, desde este blog en el que llevo escribiendo tantos años, quiero expresar mi repudio y mi absoluto desprecio hacia el coaching y sus mierdas emocionales. El coaching no solo es inútil sino que es terriblemente peligroso por el imaginario socioemocional (paliativo o competitivo, siempre individualista, enfocado a un "yo" que lo llena todo) que construye.
 
Y los coaches merecen una reflexión final: ¿quiénes son? ¿Cómo llegaron a convertirse en coaches? ¿Qué tipo de trayectoria personal e itinerario laboral les hizo ser lo que hoy son? Cuando uno investiga sobre ellos encuentra siempre cosas muy curiosas. Reconozco que tengo especial debilidad por los jornaleros de la emoción: mindundis que, más que iluminados, lo que hacen es beber de la fuente inagotable del Lazarillo de Tormes.
 
Por ahí andan, por las aulas, comiéndoles la cabeza a los alumnos y también a muchos docentes mediante cursos formativos en los que los abrazos y las lágrimas se convierten en sus instrumentos de control. No son más que vendeburras, vendehúmos, vendedores de crecepelo.
 
La historia los recuerda. Nosotros, parece, los hemos olvidado.
 

17 noviembre 2024

A pie de aula 2: la necesidad de los deberes en la ESO y en el Bachillerato

De manera recurrente, con argumentos falaces y medias verdades, reaparece en el #ClaustroVirtual el hipócrita debate en torno a la necesidad o no de los deberes en la formación académica de nuestros alumnos. Existe una ingente literatura académica sobre el asunto en la que cada uno suele encontrar y difundir solo aquello que le conviene para sostener su punto de vista, escondiendo de manera capciosa lo que contradice a la generalización con la que pretende convencer a la sociedad.
 
Como siempre, intento participar en este debate con honestidad y partiendo de una premisa muy concreta: la realidad de la organización de nuestro sistema educativo. Y por especificar aún más, hablo desde la Comunidad Autónoma de Madrid, con ratios hasta hace un par de años de 30-33 alumnos en la ESO (algo que, poco a poco, la demografía está permitiendo bajar. Estamos ya a 25-28 hasta 3º ESO) y 35-38 en el Bachillerato.
 
Partiendo de esta realidad, esta son mis 10 reflexiones urgentes sobre el artificioso debate de los deberes:
 
1. Nunca discutas sobre la necesidad de los deberes en el aprendizaje de los alumnos sin aclarar antes el nivel educativo sobre el que se está discutiendo. Muchas controversias acaban cuando eso se aclara. Nada tiene que ver considerar los deberes innecesarios en los primeros cursos de Primaria con sí considerarlos necesarios en la ESO y el Bachillerato.
 
2. Creo sinceramente en la necesidad de que los alumnos realicen deberes en sus casas con los que reforzar su aprendizaje en la ESO y el Bachillerato. No entro a valorar lo que debería suceder en Primaria. No soy especialista. Intuyo que en los últimos cursos de esa etapa también serían necesarios.
 
3. Nunca se deben calificar los deberes por estar bien o mal hechos. NUNCA. Solo se debe valorar que el alumno intente hacerlos. Este punto es clave. Sin esa equivocada amenaza de la calificación, los deberes son la mejor manera de fomentar el trabajo autónomo del alumno para que sea capaz de detectar fallas en su aprendizaje. Por ello, si el profesor no se gana la confianza de sus alumnos para que entiendan que la valoración positiva de ese trabajo se consigue solo con haberlo intentado, habrá fracasado a la hora de conseguir dar un valor pedagógico a ese trabajo autónomo del alumno. Esto es muy importante.
 
4. Evidentemente, el valorar solo el intento de realizar los deberes propuestos abre la puerta a la picaresca. En mi materia, FyQ, permite que solo realizando un planteamiento de datos de un problema el alumno explique, compungido (sea verdad o no), que no sabía cómo seguir. En este caso, la experiencia del docente es clave: debe conocer a sus alumnos y gestionar esa picaresca con diferentes estrategias pero, en todo caso, el intento del alumno debe ser considerado siempre positivo, también en estos casos dudosos, y ese alumno debe intervenir en la posterior corrección de los deberes para ayudarlo con sus problemas de aprendizaje.
 
5. Cada alumno tiene su contexto sociofamiliar. Por ello, no solo se ha de valorar que los deberes se hayan hecho sino que hay que confrontar a los alumnos que parecen hacerlos bien con la resolución planteada para ver si la entienden. Deben darse cuenta lo antes posible de la inutilidad de hacerlos con ayuda y sin comprender apenas nada de lo realizado. Sin penalizaciones La idea es clara: el alumno ha de entender que lo único que se valora es que intente hacer esos deberes porque le servirán para consolidar el aprendizaje construido. Y que no saber hacerlos significa que, en el aula, ese alumno y su profesor tienen que volver a repasar lo trabajado.
 
6. Es ridículo mandar deberes de forma rutinaria tras cada clase. Los deberes nunca deben ser excesivamente repetitivos ni entenderse como una dinámica de control del tiempo de los alumnos en sus casas. Eso sí, cuando toca hacerlos para reforzar el aprendizaje deben ser una obligación. "Machacarles" a deberes nunca es productivo. Renunciar a ellos en la ESO y en el Bachillerato es, en general, trabajar contra su formación.
 
7. Desconfía de los docentes que públicamente, y sin matices, se muestren contrarios a los deberes: nunca dejarán a sus hijos fracasar educativamente y son perfectamente conscientes de lo complicado que resulta acceder a estudios superiores sin construir hábitos de trabajo autónomo y sin acumular un conocimiento de base fruto del estudio.
 
8. Defender que el adolescente no debe tener deberes académicos porque por las tardes ha de disponer de tiempo libre para realizar otras actividades extraescolares es una forma perversa de clasismo social. Elude la realidad de miles de familias cuyos padres no pueden pagar esas actividades ni estar en casa con sus hijos por la tarde. Ese trabajo autónomo de los alumnos será la base de cualquier formación superior a la que puedan optar. Sin ese trabajo individual, sin esa construcción de un "yo, estudiante" (que supera obstáculos con la ayuda de su profesor), no existe posibilidad de un aprendizaje real.
 
9. Si alguien defiende que un alumno de 4º ESO puede aprender e interiorizar con la suficiente profundidad los conceptos de materias como FyQ (que son absolutamente necesarios para que muchos de esos alumnos puedan continuar su formación posterior) solo con 165 minutos semanales (de aula) durante un curso o no tiene ni puñetera idea de lo que habla o realmente no le importa absolutamente nada la igualdad de oportunidades educativas a la hora de que un alumno pueda o no optar a estudios superiores.
 
10. Si a pesar de explicarle a tu interlocutor todo esto, te cita a Alfie Kohn y su infumable y clasista ensayo El mito de los deberes, corre. Si te habla de Ken Robinson y de cómo la Escuela destruye la creatividad de SU hijo, huye. Eso sí, analiza la diferencia entre lo que dice y lo que hace a la hora de organizar la formación académica de sus hijos.
 
Publicado originalmente en X/Twitter el 21 de octubre de 2021

16 noviembre 2024

A pie de aula 1: talleres emocionales


Inauguro una nueva sección en blog, con la etiqueta #APieDeAula, en la que recopilaré, en formato post, hilos que he ido publicando durante estos últimos años en X/Twitter. A ver qué tal le sienta el cambio a lo escrito. 
 

Estoy cada vez más convencido de que muchos de esos talleres educativos enfocados a la gestión de las emociones y destinados a alumnos de 1º ESO y 2º ESO tienen una serie de efectos secundarios realmente negativos que no se suelen contemplar y que es necesario señalar:

1. Exacerbación de un yo emocionalmente totalitario: el derecho a ser respetado deriva en una exigencia que impide cualquier crítica que pueda dañar la autoestima.

2. Exaltación de lo sentimental como motor vital: nada importa si te sientes mal. Has de ser cuidado. En tus términos, con tus condiciones. Sin dejar apenas espacio a una ayuda sincera si no refuerza tus planteamientos.

3. Se proponen temas que pueden ser extremadamente sensibles para algunos alumnos sin contención alguna, sin medir el tiempo real que se tiene para una metabolización adecuada del drama que la dinámica programada puede hacer aparecer en el aula.

4. ¿Tenemos derecho a romper y quebrar emocionalmente de manera pública a adolescentes de 12 y 13 años para que expresen sin cortapisas lo que sienten delante de un grupo de compañeros que, en su gran mayoría, no son sus amigos y después podrán usar esa información en su contra?

5. Al no conocer al alumnado, los profesionales al cargo de estos talleres intentan tratar a todos por igual (algo, en principio, loable). Como tutor con conocimiento de quiénes son mis alumnos, he asistido a brutales errores en las interacciones de los que dirigen estos talleres con los chicos por desconocimiento de las mochilas con las que estos ya cargan.

6. ¿Mejoran las relaciones sociales del grupo tras estos talleres? Alguien me decía que igual, sin ellos, todavía estarían peor. Puede ser. No deja de ser una creencia indemostrable, pero lo cierto es que nunca vi mejorar el clima de un aula tras la impartición de estos talleres.

7. Casi siempre me encontré a buenas personas al cargo de estos talleres, preocupados por los chicos, pero... ¿dónde está el éxito en dejar llorando a la mitad de un grupo después de una dinámica descontrolada si al tocar la sirena los dejas atrás porque debes irte a otra aula?

8. Sin maldad, pero, ¿en qué medida estos talleres para gestionar emociones terminan siendo más trascendentes en términos de ego para los que los imparten (que se alimentan de la energía y la franqueza de unos chavales todavía no maleados) que para aquellos a los que van dirigidos?

9. A los alumnos se les induce a una reflexión sobre sí mismos (que debería ser profunda y para la que muchos no están preparados) en unas pocas sesiones que muchas veces terminan con cuestionarios de valoración: sí, el capitalismo y la precariedad laboral sobrevuelan siempre todo.

10. Nunca vi tener en cuenta en estos talleres el postureo adolescente: a estas alturas de su vida, muchos alumnos saben perfectamente lo que tienen que decir públicamente en un aula para agradar a esa persona que les quita una clase. O para provocarla.

P. D. 1: He escrito mucho sobre cuestiones educativas desde la certeza de que lo que pienso es la mejor opción (¿alguien lo hace de otra manera?). En este caso, no lo tengo tan claro. ¿Y si, aunque yo no lo vea así, estos talleres sí ayudan a los alumnos a conocerse mejor? No sé...

P. D. 2: ¿Por qué no se ofrecen también talleres educativos en los que, en lugar de alimentar el esencialismo emocional de los adolescentes, se les exija autocrítica sobre sus acciones y se les ayude a responsabilizarse de lo que hacen (y no solo se les permita justificar cómo se sienten)?

P. D. 3: Si eres docente y vienes a criticar este post en términos ofensivos, una reflexión final: tienes que ser realmente bueno en el cuidado y en la atención de tus alumnos para venir a darme lecciones sobre ello. Porque sé el tiempo que les dedico y cómo me preocupo por ellos.

Publicado originalmente en X/Twitter el 6 de mayo de 2022

29 diciembre 2023

Perdido en su laberinto

Te perdiste en el laberinto. Un laberinto que fuiste construyendo de manera sistemática, sin descanso, cerveza a cerveza, vino a vino, copa a copa, convertido en los inicios casi en un trabajo paralelo hasta transformarse finalmente en una vida paralela a la que terminaste exiliándote cuando la vida real se hizo demasiado exigente, demasiado prosaica y gris para tu gusto.

En la veintena, una vez liberado del yugo familiar, tuviste tu explosión social, brillando como pocos. Libre, el más libre, emulando a tus venerados malditos literarios y cinematográficos. En la treintena, tu luz se fue apagando sin que te dieses cuenta apenas de ello, enfrascado como estabas en tu odisea diaria, informativa, literaria y cinematográfica, que no generaba ninguna producción propia pero que te permitía elevarte sobre tus amigos y familiares, levitar sobre sus anhelos y frustraciones vulgares, juzgarlos desde la atalaya de tu soberbia; tú, que habías sido casi el único de los hermanos dispuesto siempre a escuchar y respetar al de al lado. Te fuiste exiliando voluntariamente de la realidad, alejándote de todos o de casi todos hasta que la realidad, ya en la cuarentena, con la crisis, llegó para darte la hostia y despertarte de tus ensoñaciones.

Sin trabajo, sin dinero, apenas con un ápice de dignidad, pediste asilo en la casa de mamá... Maldita la hora, tío, la que liaste, cómo lo emponzoñaste todo mientras te adentrabas ensimismado en la oscuridad final de tu laberinto, en su tramo más cruel y miserable. Cómo jodiste tu vida, Juanma. La tuya y la de todos nosotros, la de tu familia, que a pesar de los desplantes, a pesar de chocar una y otra vez contra el muro de tu soberbia y de tu alcoholismo, lo intentó siempre, de todas las maneras posibles. Fracasando sistemáticamente. Fracasando de todas las maneras posibles. Cuando pienso en lo mucho que nos hemos perdido de risas, conversaciones y encuentros familiares en la última década debido a la sombra oscura que desde tu laberinto proyectabas sobre todos nosotros solo me entran ganas de llorar. 

En 2021 llegó tu Korsakoff. Es incluso retorcido, si lo piensas, que la enfermedad mental que tu alcoholismo te provocó fuera precisamente la que te permitió olvidar todo lo que había sucedido en esta última década en la que te habías hundido en la miseria moral. Ahora solo recordabas (o reconstruías ficciones fiables de él) tu pasado previo, de cuando no eras esa peor versión de ti mismo en la que te convertiste. A veces, pensar en esto me reconforta algo. Aunque mientras tú recordabas solo retazos de la mejor parte de tu vida nosotros vivíamos inmersos en el cenagal creado por tu vida real. 

Llegó el tiempo de las residencias y de los esfuerzos de unos hermanos que, exhaustos, intentamos que la gestión de tus cuidados no terminase de romper los débiles lazos que aún nos mantenían unidos. 

Pero no era suficiente, no, faltaba la traca final, faltaba el aderezo especial de los Almeidas: este verano, de repente, empezaste a no poder tragar. Nos llamaron. Te llevamos al hospital. Fue todo muy rápido. En un mes teníamos diagnóstico y próximo desenlace: un nuevo cáncer aparecía en la familia. No había solución posible. Los médicos ni siquiera trataron de endulzar un poco la realidad con algún intento de quimioterapia. Al parecer, ya ni nos merecemos la ilusión de una posible curación. Solo faltaba esperar el final. Meses, nos dijeron. Acertaron.

Te has muerto, Juanma. El 25 de diciembre, con 52 años, a casi un mes de cumplir los 53. De nuevo el #PutoCáncer. El tercer hermano que nos arrebata. Primero fue Mercedes, con 34 años. Después Mari, con 39 años. Ahora tú, con 52 años. Ya solo quedamos seis.

No te puedo engañar. No puedo olvidar esta última década, lo que hiciste sufrir a mamá con tu incapacidad para aceptar ninguna ayuda ante tu problema, ni la rabia y la frustración que me produjo verte caer tan bajo. Pero hace un par de meses, casi sin darme cuenta, no solo empecé a aceptar que te ibas a morir sino que también empecé a obligarme a recordar más allá del tiempo del apocalipsis, a recordarnos cuando éramos jóvenes, cuando ejercíamos de niñatos y nos creíamos inmortales. Empecé tímidamente a revolver en mi memoria, empecé a recuperar recuerdos, muchos de ellos silenciados y escondidos durante estos últimos años de continuos enfrentamientos. Y lentamente voy encontrándome de nuevo contigo, no con aquel en el que te convertiste sino con ese otro, mucho más joven, al que tanto quise.

He vuelto a verte como fuiste: un tipo sensible, introvertido, que prefería observar al mundo a interactuar con él. Capaz de empatizar con todos y darles a cada uno de los que te rodeaban su espacio siempre que nadie te exigiese por ello demasiada cercanía emocional. Parecías siempre inmerso en una exasperada (y exasperante) búsqueda de independencia que, finalmente, fue el caldo de cultivo perfecto para dar salida a tu terrible soberbia final. Redescubro a ese hermano, seis años mayor que yo, que en algún momento consideré uno de mis mejores amigos y vuelvo a agradecer haberte tenido en mi vida.

Jamás podría explicar la construcción de mi yo adulto sin ti, sin tu presencia, tu influencia, tus conversaciones y tu guía. He pensado mucho en ello últimamente, cada vez que me quedaba solo, o justo antes de dormir, o cuando terminaba de hablar con alguno de los hermanos y la angustia colonizaba mi cabeza. Rememoro conversaciones, momentos, situaciones, risas, anécdotas que vivimos juntos, siempre con alcohol mediante, qué remedio, pero me sigue pareciendo un milagro lo que me regalaste: apenas con 18 años, absolutamente asfixiado con la vida familiar y completamente hambriento de una cultura a la que no lograba acceder, tú decidiste tratarme como el protoadulto que yo quería ser, sin la habitual prepotencia de los hermanos mayores, y alimentaste paciente y cariñosamente mis ansias de literatura, cine, política, filosofía...

Eso sí, aunque por entonces no solo no me importara sino que de manera imbécil pensara que era un acierto, siempre estableciste un muro entre nosotros y jamás permitiste que lo privado y la exposición de nuestros sentimientos formaran parte de nuestra vida en común. Sin darnos cuenta entonces, ahí empezamos a abonar nuestra ruptura personal, una ruptura que llegó varios años antes de tu caída a los infiernos, cuando dejé de creerme y aguantar ese pastiche infumable en el que se había convertido nuestra relación, que apenas duró realmente unos quince años.

Da igual, pienso en mis gustos cinematográficos, literarios o en mi atención desmesurada a los medios de comunicación y, lo quiera o no, resuenas con extraordinaria fuerza en cada una de mis obsesiones. Al final, soy quien soy por haber un día caminado detrás de ti, por haber caminado más tarde a tu lado y, finalmente, por haber decidido dejarte solo en tu camino.

Romper contigo fue una liberación. Qué pena. También una manera de reintegrarme en un mundo real que está habitado por personas que merecen nuestro cariño y comprensión, independientemente del respeto intelectual que nos merezcan cuando los miramos desde la prepotencia cultural. Es curioso. Eso, en el fondo, también lo aprendí de ti, de cómo te comportabas con los demás hace ya tantos años, cuando el que ejercía de prepotente era yo y tú atemperabas mi ímpetu juvenil. A ti se te olvidó. O el alcohol te lo arrebató.

Un abrazo, Juanma.