15 diciembre 2024

A pie de aula 4: ¿realmente gastamos mas tiempo y recursos públicos en los alumnos que presentan más problemas?

Es una cuestión recurrente que aparece en muchos centros educativos durante las charlas informales de la sala de profesores e incluso, de manera tangencial, en algunas juntas de evaluación. También aparece en el debate público, en las redes sociales, en el contexto del #ClaustroVirtual, y no pocas veces ha saltado a los grandes medios de comunicación. Curiosamente, hay un extraño consenso respecto a que supone un hecho constatable para los diferentes bandos educativos, aunque sus opiniones sean después completamente dispares en cuanto a su valoración: la mayoría del tiempo y los recursos disponibles en los colegios e institutos se destinan a los alumnos con más problemas y, por ello, no dedicamos el mismo tiempo ni los mismos recursos a los demás alumnos, a esos que "van bien".
 
(En este post, y para aclarar posibles confusiones, cuando hablo de "alumnos con más problemas" no me refiero en ningún momento a los ACNEE´s. Quedan fuera del objeto de este análisis).
 
Evidentemente, esta cuestión y los debates sobre sus consecuencias están mucho más presentes en aquellos centros de Primaria y Secundaria que tienen una mayoría de alumnos que conviven con realidades sociales y familiares complejas, enclavados en barrios socioeconómicamente depauperados; pero aunque es ahí donde con mayor fuerza se manifiesta no he conocido instituto en el que, independientemente del número de alumnos conflictivos o con problemas académicos que haya, no aparezca la cuestión en algún momento, siempre acompañada de los mantras habituales asociados a la misma. Mantras que voy a intentar desmontar.
 
Los docentes de Primaria y Secundaria (y especialmente los tutores) vivimos actualmente enzarzados en un día a día muy complicado en el que ya no hay jornada laboral en la que además de enseñar, nuestra labor fundamental, no tengamos que solucionar, intervenir o vernos afectados por alguna situación personal de un alumno en dificultades. Y da igual que algunos docentes, agobiados y enrabietados por la pesada mochila que nuestro trabajo nos hace llevar, lo rechacen en público o ejerzan abierta (y equivocadamente) de poco empáticos en las redes sociales. Más allá de los desahogos y de los discursos rancios y clasistas, lo cierto es que la mayoría de nosotros, salvo esa ínfima parte de delincuentes laborales que soportamos, como en cualquier otra profesión, cumplimos con profesionalidad cuando toca asumir la sobrecarga laboral diaria que el cuidado personal de nuestros alumnos supone.
 
Ojo, escribo con toda la intención del mundo lo de "con profesionalidad" porque, en demasiadas ocasiones, las situaciones personales y académicas de algunos de nuestros alumnos son tan extraordinariamente complejas que necesitarían intervenciones docentes también extraordinariamente acertadas e implicarían, inevitablemente, una extraordinaria dedicación por su parte. Y no, no se puede ni se debe exigir a los profesores un nivel de implicación laboral que les suponga tener asumir el papel de héroe docente redentor prácticamente cada día.
 
A medida que una sociedad debilitada delegue cada vez más responsabilidades en la Escuela y le exija sin miramientos lo imposible, estaremos más cerca de que la realidad termine imponiendo su dictadura y la miseria social, que ahora mismo contenemos en nuestros centros a duras penas, termine anegándonos a todos.
 
Vayamos al tema.
 
No es posible negar que en nuestros colegios e institutos la mayoría del tiempo y de los (siempre escasos) recursos disponibles se dedican mayoritariamente a una serie de alumnos que, en la mayoría de las ocasiones, parecen terminar desaprovechándolos o aprovechándolos pobremente. En lugar de ir a los grandes números, prefiero ejemplificar esto que comento analizando el tiempo que un tutor de la ESO dedica a cada uno de los alumnos del grupo del que es responsable. El tiempo que se dedica a unos es siempre, inevitablemente, un tiempo que no se le dedica a otros. Cuando a final de curso examino el documento en el que registro todas mis intervenciones con los alumnos (y sus familias) de mi tutoría, es abrumadora la diferencia entre el tiempo real y de calidad que he dedicado a unos y a otros. Abrumadora. Nunca me he sentido culpable. Es lo que hay. Lo urgente siempre se impone a lo necesario y, por supuesto, arrasa con la posibilidad de lo deseable. Y en los centros educativos vivimos en la emergencia permanente.
 
A partir de ahí, me parece humano que entre los docentes haya terminado larvándose un malestar existencial que en ciertos momentos de tensión, cuando se les cuestiona sin matices su labor sin reconocer jamás, salvo de boquilla, la dificultad real de su trabajo, lleve a algunos a cuestionar la extraordinaria atención laboral que el sistema les impone dedicar a unos pocos alumnos (los disruptivos, los problemáticos, los que les desafían cada día en sus aulas, los que nunca estudian ni parecen preocuparse de nada...) frente a la mínima atención que ello supone dedicarle a los otros alumnos, los no disruptivos, los que no molestan,  los adaptados al sistema, los que tienen familias que responden, "los que aprueban".
 
"¿Por qué no pensamos también en ellos?", dicen. "¿Por qué no destinamos una parte sustantiva de los pocos recursos y tiempo que tenemos en actividades para hacer crecer académicamente a esos alumnos que realmente nos están demostrando que sí quieren estudiar, que tienen inquietudes?" "¿Por qué atender siempre solo a los problemas de los alumnos más difíciles, que suelen ser siempre los alumnos más disruptivos, cuando en la mayoría de las ocasiones solo obtenemos indiferencia, fracaso o mediocridad?".
 
Cuando entiendo que esas preguntas no son más que una forma de desahogo equivocado, cuando no construyen sus argumentos desde el clasismo educativo más rancio sino desde un desaliento laboral lacerante, soy capaz de comprender, desde un punto de vista emocional, a aquellos compañeros que plantean esta equivocada disyuntiva entre los "alumnos buenos" y los "alumnos malos". Pero...
 
Pero desde un punto de visto ideológico y profesional, considero inasumible e indefendible que los docentes de la enseñanza pública renuncien a la equidad como motor de su trabajo y discutan la idea de que debemos ayudar más a aquellos alumnos que más lo necesitan. Si lo que nos falta son los recursos y el tiempo necesarios para atender como deberíamos a todos, lo que debemos es exigir a nuestro políticos esos recursos y ese tiempo, no convertir la escasez en una forma refinada de maltrato y segregación socioeconómica de los de siempre. Hasta donde podamos. Sin alardes. Pero no negando que esa distribución de recursos y tiempo es pura justicia social.
 
Por último, para terminar, me gustaría ampliar el foco y permitir que la realidad, con toda su complejidad y sus contradicciones, se muestre. Un análisis honesto del tiempo y los recursos dedicados a unos y a otros desmonta muchas falacias.
 
¿Realmente gastamos más tiempo y recursos en los "alumnos malos"? Una respuesta apresurada nos llevaría a contestar afirmativamente a esa pregunta. Pero lo cierto es que la respuesta correcta es no, de ninguna manera.
 
Hay algo que no se suele tener en cuenta en este debate y que para mí es trascendente: aunque a corto plazo, en los primeros años educativos, destinemos más tiempo y más recursos a los "peores alumnos", a largo plazo el gasto educativo en tiempo y recursos es mucho mayor en los otros, en los que "van bien". Estos alumnos serán los que más años estarán finalmente dentro del circuito educativo sufragado con los impuestos, serán estos los alumnos que en su mayoría harán grados y másteres (estudios que suponen un mayor gasto por alumno) y, por tanto, serán los que, sin duda, finalmente se beneficien de un mayor gasto público individual en su formación.
 
Es decir, compañero, cuando te quejes en nuestros colegios e institutos del excesivo gasto de tiempo y recursos que dedicamos a "los de siempre", párate un momento a pensar y considera la otra cara de lo que defiendes. Defiendes, al final, que durante esos primeros años de escolarización sufragada con el dinero de todos también se dé más a los que ya sabemos que recibirán mucho más en el futuro.
 
¿Y a eso lo llamas justicia? 
 
Porque para eso, para dar más a los que más tienen (con dinero público), ya tenemos a los centros bilingües y a los colegios concertados. No nos hace falta hacerlo también dentro de nuestros aulas.
 
Post ampliado a partir de la base de un hilo escrito en Twitter/X el 26 de diciembre de 2020

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