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A pie de aula 4: ¿realmente gastamos mas tiempo y recursos públicos en los alumnos que presentan más problemas?
06 diciembre 2024
A pie de aula 3: un alegato contra el coaching educativo
17 noviembre 2024
A pie de aula 2: la necesidad de los deberes en la ESO y en el Bachillerato
16 noviembre 2024
A pie de aula 1: talleres emocionales
Inauguro una nueva sección en blog, con la etiqueta #APieDeAula, en la que recopilaré, en formato post, hilos que he ido publicando durante estos últimos años en X/Twitter. A ver qué tal le sienta el cambio a lo escrito.
Estoy cada vez más convencido de que muchos de esos talleres educativos enfocados a la gestión de las emociones y destinados a alumnos de 1º ESO y 2º ESO tienen una serie de efectos secundarios realmente negativos que no se suelen contemplar y que es necesario señalar:
1.
Exacerbación de un yo emocionalmente totalitario: el derecho a ser respetado
deriva en una exigencia que impide cualquier crítica que pueda dañar la
autoestima.
2.
Exaltación de lo sentimental como motor vital: nada importa si te sientes mal.
Has de ser cuidado. En tus términos, con tus condiciones. Sin dejar apenas espacio a una ayuda sincera si no refuerza tus planteamientos.
3. Se proponen temas que pueden ser extremadamente sensibles para algunos alumnos sin contención alguna, sin medir el tiempo real que se tiene para una metabolización adecuada del drama que la dinámica programada puede hacer aparecer en el aula.
4. ¿Tenemos derecho a romper y quebrar emocionalmente de manera pública a adolescentes de 12 y 13 años para que expresen sin cortapisas lo que sienten delante de un grupo de compañeros que, en su gran mayoría, no son sus amigos y después podrán usar esa información en su contra?
5. Al no conocer al alumnado, los profesionales al cargo de estos talleres intentan tratar a todos por igual (algo, en principio, loable). Como tutor con conocimiento de quiénes son mis alumnos, he asistido a brutales errores en las interacciones de los que dirigen estos talleres con los chicos por desconocimiento de las mochilas con las que estos ya cargan.
6. ¿Mejoran las relaciones sociales del grupo tras estos talleres? Alguien me decía que igual, sin ellos, todavía estarían peor. Puede ser. No deja de ser una creencia indemostrable, pero lo cierto es que nunca vi mejorar el clima de un aula tras la impartición de estos talleres.
7. Casi siempre me encontré a buenas personas al cargo de estos talleres, preocupados por los chicos, pero... ¿dónde está el éxito en dejar llorando a la mitad de un grupo después de una dinámica descontrolada si al tocar la sirena los dejas atrás porque debes irte a otra aula?
8.
Sin maldad, pero, ¿en qué medida estos talleres para gestionar emociones
terminan siendo más trascendentes en términos de ego para los que los imparten
(que se alimentan de la energía y la franqueza de unos chavales todavía no
maleados) que para aquellos a los que van dirigidos?
9. A los alumnos se les induce a una reflexión sobre sí mismos (que debería ser profunda y para la que muchos no están preparados) en unas pocas sesiones que muchas veces terminan con cuestionarios de valoración: sí, el capitalismo y la precariedad laboral sobrevuelan siempre todo.
10. Nunca vi tener en cuenta en estos talleres el postureo adolescente: a estas alturas de su vida, muchos alumnos saben perfectamente lo que tienen que decir públicamente en un aula para agradar a esa persona que les quita una clase. O para provocarla.
P. D. 1: He escrito mucho sobre cuestiones educativas desde la certeza de que lo que pienso es la mejor opción (¿alguien lo hace de otra manera?). En este caso, no lo tengo tan claro. ¿Y si, aunque yo no lo vea así, estos talleres sí ayudan a los alumnos a conocerse mejor? No sé...
P. D. 2: ¿Por qué no se ofrecen también talleres educativos en los que, en lugar de alimentar el esencialismo emocional de los adolescentes, se les exija autocrítica sobre sus acciones y se les ayude a responsabilizarse de lo que hacen (y no solo se les permita justificar cómo se sienten)?
P. D. 3: Si eres docente y vienes a criticar este post en términos ofensivos, una reflexión final: tienes que ser realmente bueno en el cuidado y en la atención de tus alumnos para venir a darme lecciones sobre ello. Porque sé el tiempo que les dedico y cómo me preocupo por ellos.
Publicado originalmente en X/Twitter el 6 de mayo de 2022
29 diciembre 2023
Perdido en su laberinto
En la veintena, una vez liberado del yugo familiar, tuviste tu explosión social, brillando como pocos. Libre, el más libre, emulando a tus venerados malditos literarios y cinematográficos. En la treintena, tu luz se fue apagando sin que te dieses cuenta apenas de ello, enfrascado como estabas en tu odisea diaria, informativa, literaria y cinematográfica, que no generaba ninguna producción propia pero que te permitía elevarte sobre tus amigos y familiares, levitar sobre sus anhelos y frustraciones vulgares, juzgarlos desde la atalaya de tu soberbia; tú, que habías sido casi el único de los hermanos dispuesto siempre a escuchar y respetar al de al lado. Te fuiste exiliando voluntariamente de la realidad, alejándote de todos o de casi todos hasta que la realidad, ya en la cuarentena, con la crisis, llegó para darte la hostia y despertarte de tus ensoñaciones.
Sin trabajo, sin dinero, apenas con un ápice de dignidad, pediste asilo en la casa de mamá... Maldita la hora, tío, la que liaste, cómo lo emponzoñaste todo mientras te adentrabas ensimismado en la oscuridad final de tu laberinto, en su tramo más cruel y miserable. Cómo jodiste tu vida, Juanma. La tuya y la de todos nosotros, la de tu familia, que a pesar de los desplantes, a pesar de chocar una y otra vez contra el muro de tu soberbia y de tu alcoholismo, lo intentó siempre, de todas las maneras posibles. Fracasando sistemáticamente. Fracasando de todas las maneras posibles. Cuando pienso en lo mucho que nos hemos perdido de risas, conversaciones y encuentros familiares en la última década debido a la sombra oscura que desde tu laberinto proyectabas sobre todos nosotros solo me entran ganas de llorar.
En 2021 llegó tu Korsakoff. Es incluso retorcido, si lo piensas, que la enfermedad mental que tu alcoholismo te provocó fuera precisamente la que te permitió olvidar todo lo que había sucedido en esta última década en la que te habías hundido en la miseria moral. Ahora solo recordabas (o reconstruías ficciones fiables de él) tu pasado previo, de cuando no eras esa peor versión de ti mismo en la que te convertiste. A veces, pensar en esto me reconforta algo. Aunque mientras tú recordabas solo retazos de la mejor parte de tu vida nosotros vivíamos inmersos en el cenagal creado por tu vida real.
Llegó el tiempo de las residencias y de los esfuerzos de unos hermanos que, exhaustos, intentamos que la gestión de tus cuidados no terminase de romper los débiles lazos que aún nos mantenían unidos.
Pero no era suficiente, no, faltaba la traca final, faltaba el aderezo especial de los Almeidas: este verano, de repente, empezaste a no poder tragar. Nos llamaron. Te llevamos al hospital. Fue todo muy rápido. En un mes teníamos diagnóstico y próximo desenlace: un nuevo cáncer aparecía en la familia. No había solución posible. Los médicos ni siquiera trataron de endulzar un poco la realidad con algún intento de quimioterapia. Al parecer, ya ni nos merecemos la ilusión de una posible curación. Solo faltaba esperar el final. Meses, nos dijeron. Acertaron.
Te has muerto, Juanma. El 25 de diciembre, con 52 años, a casi un mes de cumplir los 53. De nuevo el #PutoCáncer. El tercer hermano que nos arrebata. Primero fue Mercedes, con 34 años. Después Mari, con 39 años. Ahora tú, con 52 años. Ya solo quedamos seis.
No te puedo engañar. No puedo olvidar esta última década, lo que hiciste sufrir a mamá con tu incapacidad para aceptar ninguna ayuda ante tu problema, ni la rabia y la frustración que me produjo verte caer tan bajo. Pero hace un par de meses, casi sin darme cuenta, no solo empecé a aceptar que te ibas a morir sino que también empecé a obligarme a recordar más allá del tiempo del apocalipsis, a recordarnos cuando éramos jóvenes, cuando ejercíamos de niñatos y nos creíamos inmortales. Empecé tímidamente a revolver en mi memoria, empecé a recuperar recuerdos, muchos de ellos silenciados y escondidos durante estos últimos años de continuos enfrentamientos. Y lentamente voy encontrándome de nuevo contigo, no con aquel en el que te convertiste sino con ese otro, mucho más joven, al que tanto quise.
He vuelto a verte como fuiste: un tipo sensible, introvertido, que prefería observar al mundo a interactuar con él. Capaz de empatizar con todos y darles a cada uno de los que te rodeaban su espacio siempre que nadie te exigiese por ello demasiada cercanía emocional. Parecías siempre inmerso en una exasperada (y exasperante) búsqueda de independencia que, finalmente, fue el caldo de cultivo perfecto para dar salida a tu terrible soberbia final. Redescubro a ese hermano, seis años mayor que yo, que en algún momento consideré uno de mis mejores amigos y vuelvo a agradecer haberte tenido en mi vida.
Jamás podría explicar la construcción de mi yo adulto sin ti, sin tu presencia, tu influencia, tus conversaciones y tu guía. He pensado mucho en ello últimamente, cada vez que me quedaba solo, o justo antes de dormir, o cuando terminaba de hablar con alguno de los hermanos y la angustia colonizaba mi cabeza. Rememoro conversaciones, momentos, situaciones, risas, anécdotas que vivimos juntos, siempre con alcohol mediante, qué remedio, pero me sigue pareciendo un milagro lo que me regalaste: apenas con 18 años, absolutamente asfixiado con la vida familiar y completamente hambriento de una cultura a la que no lograba acceder, tú decidiste tratarme como el protoadulto que yo quería ser, sin la habitual prepotencia de los hermanos mayores, y alimentaste paciente y cariñosamente mis ansias de literatura, cine, política, filosofía...
Eso sí, aunque por entonces no solo no me importara sino que de manera imbécil pensara que era un acierto, siempre estableciste un muro entre nosotros y jamás permitiste que lo privado y la exposición de nuestros sentimientos formaran parte de nuestra vida en común. Sin darnos cuenta entonces, ahí empezamos a abonar nuestra ruptura personal, una ruptura que llegó varios años antes de tu caída a los infiernos, cuando dejé de creerme y aguantar ese pastiche infumable en el que se había convertido nuestra relación, que apenas duró realmente unos quince años.
Da igual, pienso en mis gustos cinematográficos, literarios o en mi atención desmesurada a los medios de comunicación y, lo quiera o no, resuenas con extraordinaria fuerza en cada una de mis obsesiones. Al final, soy quien soy por haber un día caminado detrás de ti, por haber caminado más tarde a tu lado y, finalmente, por haber decidido dejarte solo en tu camino.
Romper contigo fue una liberación. Qué pena. También una manera de reintegrarme en un mundo real que está habitado por personas que merecen nuestro cariño y comprensión, independientemente del respeto intelectual que nos merezcan cuando los miramos desde la prepotencia cultural. Es curioso. Eso, en el fondo, también lo aprendí de ti, de cómo te comportabas con los demás hace ya tantos años, cuando el que ejercía de prepotente era yo y tú atemperabas mi ímpetu juvenil. A ti se te olvidó. O el alcohol te lo arrebató.
Un
abrazo, Juanma.