19 marzo 2011

Reflexiones sobre el uso didáctico de La ola



La ola (Dennis Gansel, 2008) no solo es una película que permite comprender los riesgos y la atracción del fascismo, sino que también permite trabajar con los alumnos cuál es el papel del profesor en la práctica educativa y reflexionar con ellos sobre la realidad de su labor, sus límites y sus riesgos. Es, además, muy interesante comparar la figura del profesor en esta película con la más romántica y atractiva del mítico profesor Keating en El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989).

La ola es una película tan sólo correcta desde un punto de vista cinematográfico. Sin grandes alardes, ni magníficas interpretaciones y con una estética que, a pesar de ser joven, es convencional, plantea con extremada sencillez (en ocasiones excesiva) cuáles son las características que pueden hacer atractivo el fascismo para un colectivo cualquiera despolitizado, mostrando algunas de sus consecuencias más inmediatas. El objetivo de la película es claro: advertir de sus peligros y procurar impedir que vuelva a resurgir en nuevos contextos. Para los alumnos adolescentes es una película de enorme valor porque lejos de las películas de nazis infames o de presos que sufren penalidades terribles, pueden empezar a ser conscientes de cómo arraigan las ideas totalitarias en las grandes masas, de las condiciones sociales que se necesitan para llegar a ellas, pueden empezar a intuir cómo personas corrientes, grises en sus vidas diarias, se hacen fuertes y encuentran un refugio en la comodidad de las normas del grupo y en la consecución de un objetivo simple, claro, colectivo y excluyente… Por todo ello el visionado de la película puede ser una experiencia realmente enriquecedora y reveladora (a pesar de la simpleza de su planteamiento y desarrollo argumental) respecto a los motivos por los que puede crecer un movimiento totalitario y los peligros que conlleva. Por otro lado resulta también muy interesante para trabajar qué significa la idea de comunidad, de grupo y para intentar que la imagen deformada de asociación que ven en la pantalla no obstaculice otras visiones del colectivismo en los que, sin perder la perspectiva individual, la persona se pueda sentir partícipe de una idea comunitaria, no excluyente, solidaria, alejada de ese hiperindividualismo posmoderno que aparece como única voz discordante y salvadora en la película, como una isla entre los diferentes grupos políticos que pueblan la sociedad alemana (anarquistas, punkis…).

Pero esas posibilidades no son solo las que se plantean a la hora de analizar esta película, sino también una reflexión sobre cómo el cine muestra la realidad de la práctica educativa. En este sentido no se puede negar que los alumnos suelen estar insatisfechos con una gran mayoría de sus profesores (sentimiento compartido a la inversa por muchos de estos profesores) y sienten que estas películas muestran modelos de profesor que no reconocen y que les parecen extremadamente atractivos. De lo que hablamos aquí es del carisma. La ola, como antes El club de los poetas muertos, Rebelión en las aulas (James Clavell, 1967), Mentes peligrosas (John N. Smith, 1995) y tantas otras, pertenecen a ese grupo de películas que parecen demostrar que no es el sistema educativo, ni una buena organización de un centro educativo, ni el trabajo solidario y profesional de un grupo de profesores los que proporcionan una buena educación, una enseñanza correcta al alumno, sino que éste caiga en las manos de un profesor carismático, de ese profesor que le abra la mente, le proporcione una visión positiva de su propio yo y le muestre vías para su posible futuro. Es en relación a este aspecto donde la película abre una puerta casi desconocida en el cine, puesto que vamos a ser testigos directos de cómo uno de estos proyectos personalistas (que suelen protagonizar la mayoría de guiones cinematográficos), desemboca en una tragedia en la que una parte no pequeña de la culpa será atribuible al ego del profesor.

Anteriormente se ha hecho alusión a una comparación entre el Sr. Wegner de La ola con el profesor Keating de El club de los poetas muertos. Es importante matizarla. Se podría decir que Keating también recibe su castigo por su forma de enfocar la educación a través de la muerte de su alumno y la expulsión de su puesto de trabjo. Pero no es así. La película deja claro que la responsabilidad de la muerte del chico es de un padre dominante y posesivo, es consecuencia de una sociedad opresora y cerrada donde Keating supone un soplo de aire fresco. El mensaje que transmite la película es que sus modos de trabajo funcionan y son válidos. Hace lo que debe hacer: abre a los chicos una puerta a la cultura, y realiza tan bien su labor que estos chicos parecen encontrar subversivo leer poesía ocultos en una cueva al tiempo que descubren sus valores personales ocultos y se encuentran a sí mismos. Además, para reforzar la idea, se nos muestra esa última secuencia llena de emoción contenida y reforzada por la música de Maurice Jarre donde sus alumnos se despiden de él sobre las mesas en un improvisado homenaje que, inevitablemente, reconfortará al profesor y hará que el espectador nunca juzgue ninguno de sus métodos.

No es el caso de La ola. No habrá final redentor para el Sr. Wegner. No aparecerá ninguna magia cinematográfica en forma de recurso narrativo que permita absolverlo. El profesor es finalmente consciente  de que el proyecto se le ha ido de las manos pero no consigue parar la tragedia. El líder carismático ha desencadenado una serie de acontecimientos que se desarrollarán sin su (imposible) control. Porque nunca tuvo ese control. Los alumnos deben reflexionar, por tanto, sobre la necesidad de pensar individual y colectivamente más allá de los profesores, no despreciarlos pero nunca seguirlos ciegamente, no ignorar sus consejos pero no seguirlos nunca a rajatabla cuando contradigan ideas firmes que ellos tengan, y ponerse a la defensiva ante el excesivo carisma de algunos de ellos que quieren, a través de sus alumnos, revivir batallas pasadas que a lo mejor ellos ya perdieron.

12 marzo 2011

Analizando una secuencia de La diligencia



El ataque indio a la diligencia en la película dirigida por John Ford en 1939, es uno de esos momentos que ha quedado grabado en la historia del cine. Su intensidad, sentido del ritmo e integración de planos medios (grabados en estudio con los actores) junto a los planos generales (que dotan de una inusitada fuerza a la secuencia y que fueron grabados por expertos especialistas que realizaron algunas de sus mayores hazañas en el rodaje de esta película), conforman casi diez minutos de un cine de extraordinaria calidad e intensidad, dentro de una película que significó el resurgir de un género, el western, que dejaba atrás la época en la que apenas era un divertimento menor de las masas a través de producciones de serie B, para convertirse durante dos décadas en uno de los emblemas más significativos del cine americano e incluso, como afirmara Borges, en la última épica del siglo XX.

Toda la secuencia está rodada desde el punto de vista de un narrador omnisciente por lo que en todo momento el espectador posee más información que los personajes. Este hecho dota de mayor intensidad dramática al comienzo de la secuencia cuando los pasajeros, tras haber superado múltiples peripecias durante el viaje (incluido un parto que es asistido por un doctor borracho), comienzan a despedirse ignorantes de la que se les avecina.

Ese dramatismo se ve reforzado gracias al uso de música no diegética En aquella época Hollywood estaba virando hacia un uso más evocador de la música, con el uso de los leit motiv, pero todavía estaba muy presente la época del cine mudo, donde la música acompañaba en todo momento a las imágenes remarcando los movimientos de los personajes, e induciendo emociones al espectador, provocándoles sentimientos de miedo, intriga o ira antes de que la imagen mostrara la situación que provocará dichos sentimientos. Un brusco giro de la cámara sobre su eje, una breve panorámica, nos hace trasladar nuestra mirada desde un gran plano general de una diligencia que cabalga tranquila y pausada hacia el final de su viaje acompañada de una música suave y alegre, hasta un plano general de un numeroso grupo de indios montados a caballo y con rostro adusto que son presentados bajo una música chirriante, desasosegante y significativa. Esa música persiste en nuestros oídos mientras la cámara nos muestra algunos primeros planos de los indios. El espectador ya es consciente, antes de que suceda, de que van a atacar la diligencia. Comienza a sufrir por los personajes a los que ha cogido cariño y con los que se les ha permitido empatizar durante el anterior metraje.

A partir de ese momento se intercalan imágenes de una carrera frenética (grabadas mediante planos generales), a través de una zona desértica, yerma, que potencia la idea de que la huida no es posible, de soledad y de angustia, con planos medios y primeros planos de esto personajes repeliendo el ataque, grabados en estudio. El espectador es testigo de la muerte o las heridas que sufren algunos de los viajeros a manos de los indios, al tiempo que el personaje de Ringo (John Wayne) va cobrando fuerza como el único que es capaz de contener por un tiempo lo inevitable. En esta loca huida se comete uno de los errores que en todas las escuelas de cine se enseña a no cometer, ya que varias veces se invierte el eje que permite al espectador dotar de continuidad a la carrera por lo que alternativamente vemos a la diligencia y a los indios correr de izquierda a derecha de la pantalla, para después moverse en el sentido inverso. Este hecho no hace más que demostrar que las normas estás para ser incumplidas, siempre que el que lo haga tenga el dominio de la técnica suficiente como para que esa trasgresión no afecte a la inteligibilidad del relato cinematográfico.

A los pasajeros se le van acabando las balas con las que hacer frente al ataque, la situación se hace cada vez más desesperada y entonces somos testigos del momento más intenso de la secuencia, cuando vemos mediante un primer plano, la cara preocupada y tensa del antiguo caballero del sur reconvertido en jugador de póquer tras la Guerra Civil, y que ha colmado de atenciones a la joven sureña que viaja al oeste en busca de su marido militar. La cámara desciende desde su rostro y entendemos que mira su pistola. Mediante un plano detalle se nos muestra que solo le queda una bala en la recámara de su revólver; una breve y algo violenta panorámica nos indica el sentido de sus pensamientos y hacia donde se desplaza su mirada: un primer plano nos enseña a la joven sureña que reza desesperada, casi sollozando y con el pánico reflejado en su rostro. Dentro de ese primer plano aparece desde la izquierda el revólver, solo el revólver, que apunta a la cabeza. El espectador comprende entonces que todo está perdido y entra en el juego de los simbolismos aceptados, la información subrepticia que le dice que por entonces, en el “salvaje oeste”, era preferible pegarle un tiro a una mujer antes de que cayera en manos de los indios. El revólver es amartillado y justo en ese momento se escucha un disparo fuera del plano: el revólver cae lentamente al tiempo que sobre la música no diegética se alza el sonido de una corneta (música diegética que sirve como sinécdoque de lo que vemos a continuación: la caballería del ejército americano a todo galope dispuesta a salvar la diligencia y terminar con el peligro de los indios).

Por último vemos a Ringo abriendo la portezuela del la diligencia tras el ataque y el espectador observa a través de su mirada (cámara subjetiva) la muerte del personaje interpretado por John Carradine, volviendo a recordarnos su noble origen. La secuencia termina con el plano medio de Ringo observando el interior que ya no vemos, sin entrar en la diligencia, como una metáfora del final de la película, cuando junto a la prostituta Dallas, se alejará de la civilización. Un plano que parece prefigurar al endurecido y cínico personaje de Ethan, que el mismo John Wayne interpretara en Centauros del desierto (John Ford, 1956), incapaz de volver a encontrar su sitio dentro de niguna comunidad.

08 marzo 2011

Los otros cinco poderes mediáticos españoles

Pincha en las fotos y podrás acceder a los conglomerados de esas otras empresas de medios en España, aún más desconocidas para el gran público que las grandes que estudiamos en el post anterior

06 marzo 2011

Los cinco grandes poderes mediáticos españoles

Pincha en cada una de las fotos para ver el conglomerado mediático de cada una de las empresas red multimedia españolas





04 febrero 2011

La épica de un país

El nacimiento del héroe. El origen del mito.


El héroe se torna complejo. El mito muestra su lado oscuro, afloran sus contradicciones


El héroe se queda solo. El mito estorba, impide el progreso sin sensación de culpa, sin responsabilidad.


La muerte del héroe. El mito revive en la memoria. Se hace imprimir la leyenda.

01 febrero 2011

Carol

Diez años se cumplen hoy. Diez años casado, se dice pronto. Otros necesitan una boda cutre o un papel garabateado para decir lo mismo. A mí no me hace falta, sólo mirar atrás y verte, siempre, conmigo, desde hace diez años. Diez años se cumplen hoy desde que formalizamos esta pareja, desde el día que decidimos que era nuestro primer día, primero de febrero, algo muy difícil de dilucidar en aquellos extraños, excitantes y tormentosos comienzos. Diez años disfrutando de tu presencia, de tu personalidad, de tu risa , esa risa… De tus dudas y tus crisis, de tu cariño y tu complicidad, de tu inteligencia y tus conversaciones, de ti y de mí. Diez años se cumplen hoy, y cada día de cada mes de cada unos de estos años me parece una cosa extraordinaria que merece la pena. Eres el puerto donde refugiarme de las tormentas que nosotros mismos provocamos. Lo demás no existe, nunca merece más la pena. El tiempo pasará y el futuro se convertirá en presente. Nunca se me dio bien pronosticar los límites temporales de las cosas que me pasan, bien lo sabes, pero estos diez años ya nunca se perderán, nunca podrán ser como lágrimas en la lluvia... Gracias

31 enero 2011

Otro grande que se nos va

Ha muerto John Barry. Recuerdo las horas pasadas escuchando sus bandas sonoras, que son también la banda sonora de una parte de mi vida...¡Las horas que habré echado estudiando la carrera escuchando Bailando con lobos o Memorias de África...! Con él y con John Williams descubrí el autoplagio ,que tan bien utilizara posteriormente James Horner... ¡Qué tiempos!... Recuerdo echar el rato en esas tarde eternas de verano con mi hermano Migue, analizando las cintas de casette de Memorias de... y Bailando con..., poniendo una y otra alternativamente, buscando aquellos cortes que eran tan iguales que impedían la diferenciación entre la música de una película y la otra...

17 enero 2011

El paso del tiempo

Todos escondemos manías o extravagancias más o menos inconfensables, casi perversiones, que nos obligan a acercarnos o a alejarnos de determinadas obras culturales. La excesiva tirria (o adoración) que demostramos por géneros, películas, directores, escritores o músicos, a veces se basa en pequeños detalles de nuestro carácter, pequeños ritos que inicialmente no fueron importantes pero que con el tiempo hemos incorporado a nuestro discurso, a nuestro ADN cultural, porque en ellos nos reconocemos y nos encontramos, y nos sirven como ancla que utilizar en el embravecido mar de modas, descubrimientos y pretendida evolución.

Hoy no me voy centrar en mi enfermiza (aunque no por ello menos apreciada por mí) pasión por todas aquellas películas (ya sean de serie  B o Z, o mejor dicho, especialmente cuando son de este tipo) en las que en algún lugar de Norteamérica se produce una ataque premeditado e incontrolable de enjambres asesinos de abejas o avispas sobre la población indefensa. No, hoy voy a escribir sobre otro de mis problemas nunca confesados a la hora de valorar películas o libros: no soporto las obras que intentan mostrar la vida completa de los personajes. No sólo es que no las soporte, que no me gusten, es que me desagradan enormemente aún siendo capaz de comprender la calidad de lo que se me ofrece. Siento un rechazo casi atávico por ellas cuando acaban, como si me hubiesen ofendido. No hace falta que sea ficción, me pasa lo mismo con las biografías. Con los años he intentado indagar en el origen de este rechazo, cuál es la razón por la que me es tan desagradable presenciar el paso del tiempo de manera acelerada (como sólo las películas o los libros pueden hacer), por qué pongo siempre ese gesto de hastío ante obras que sé que son de este tipo ya antes de presenciarlas. La verdad es que no tengo ni idea, sólo puedo suponer que me desagrada que se condense la vida de alguien en los estrechos límites de las páginas de un libro o del celuloide porque me parece injusto con ese personaje, que nunca se le podrá hacer justicia, que siempre nos mostrarán primero la fuerza de la juventud, las ganas de vivir, de realizar proyectos, de apurar la vida, para después sin solución de continuidad dejarme tirado al final al mostrarme en escasos minutos (o páginas) su vejez, su dolor, su muerte, el insoportable espejo de la desolación que siempre provoca el paso del tiempo, y la pérdida paulatina de aquello por lo que tanto luchó.

Pero si no soy capaz de encontrar los porqués sí creo ser capaz de encontrar los orígenes de este rechazo. Recuerdo con nitidez, la molestia que me causó la visión durante una tarde de sábado de la película Alaska, tierra de oro. En aquella película un joven y enérgico John Wayne se enfrentaba a Stewart Granger por el amor de una mujer mientras iba mejorando su posición social en las heladas tierras de Alaska. Recuerdo como si fuera ayer el desagrado que me produjo la grosera elipsis con la que el director solucionaba el paso de los años y el impacto de enfrentarme de golpe y porrazo a los mismos personajes envejecidos de manera artificial, avinagrados por el paso del tiempo, reforzados en sus defectos, con menos pasión, con meno brío y más resentimiento. Lo sufrí, lo recuerdo, pero era normal: ¿quién coño con nueve o diez años querría ver al tipo de La diligencia envejeciendo? Y además, ¿qué coño era eso de envejecer? Yo creo que fue por aquella época cuando de noche empecé a fantasear con la vejez de mi madre y su posible muerte, algo que mientras lo pensaba me provocaba un enorme dolor y una tremenda desazón (recuerdo una noche levantarme al borde de las lágrimas después de mi sesión de masoquismo autoinducido sólo para comprobar que mi madre cosía joven y lozana en el salón mientras veía sin mucho afán la televisión).

Pero volvamos a las películas. Otras dos que recuerdo que me contrariaron mucho  en mi infancia fueron las de Cimarron (con Glen Ford) y la de Gigante. El envejecimiento y la caída a los abismos de un personaje como el de James Dean (que me había causado gran simpatía) es algo que no se puede superar, y aún hoy soy incapaz de reconocer los valores que tanta gente encuentra en esa película (también tiene que ver algo con eso que la actuación en la segunda parte de la película del James Dean envejecido es infumable y forzada hasta lo grotesco. Cuánto mal hizo el Actor´s Studio). Aunque curiosamente ninguna de ellas (que las recuerdo nítidamente) es la que más me ha marcado en esta obsesión antitemporal. La que más lo hizo fue una de la que no recuerdo nada más que retazos y he sido incapaz de encontrar referencia alguna. En ella se contaba (creo) la historia de una pareja de bailarines (o cantantes, o…) a lo largo de su vida y terminaba con la muerte de ella, ya anciana y él bailando (o paseando, o…) por la calle recordando su amor, su pasado, su vida al ritmo de la música de “Dónde vas con mantón de Manila” (lo que pasa es que creo que igual la música la introduje yo en el recuerdo). Da igual. Esa imagen reconstruida por mi mente ha vuelto a mí decenas de veces. Siempre vuelve. Siempre me causa desolación. Me angustia. El paso acelerado del tiempo, la posibilidad de sintetizar una vida en imágenes durante dos horas escasas. Igual por ello me incomodó también, a pesar de la belleza y la sutileza de las imágenes, los primeros minutos de Up, la última maravilla de Pixar.

Este problema no lo tengo sólo con las películas. Las pocas biografías a las que me he acercado me producen todas el mismo efecto. Fundamentalmente han sido libros que me contaban las películas y la vida de directores de cine. De esta manera sufrí con Truffaut el descubrimiento del tumor cerebral que lo mataría; sufrí los terribles dolores de un octogenario Fritz Lang mientras se aferraba inexplicablemente a la vida durante su horrible vejez (cuando horas atrás lo veía filmar con mano firme algunas de las mejores películas de la historia del cine); sufrí con Sam Peckinpah las consecuencias de su proceso de autodestrucción alcohólica. Y por supuesto sufrí con John Ford. En su caso son dos las veces (dos biografías diferentes) que le he visto envejecer tras una vida plena de borracheras, peleas, reencuentros, películas, amores imposibles, secretos inconfesables, y más películas, y más películas... Ambas veces (la última fue este verano, en la playa, a última hora de la tarde, con un par de copas en el cuerpo mientras la luz se escapaba dentro del mar) he sufrido con su muerte, con su dolor, con su vejez, con las despedidas de sus cercanos, con las visitas de otros moribundos que habían hecho historia con él. He sufrido y he sentido su muerte.

Lo tengo que aceptar. Igual que en el día a día el paso del tiempo no me preocupa lo más mínimo, lo cierto es que no me gusta contemplarlo en la ficción o en las biografías. Transita demasiado rápido, es mentiroso. Los autores aún no han encontrado  la manera de recrear un tiempo que discurra de manera continua representando la realidad, sino que suelen limitarse a groseras elipsis que se comen el tiempo real de la vida. Y es en ese tiempo donde realmente vivimos.

31 diciembre 2010

Un año de cine (2010)

Seguimos con los resúmenes del año. Ahora toca el cine. Aclaro en la selección las que vi en pantalla grande. La películas nuevas (no contabilizo las revisiones) que he visto este año son:
  • La cinta blanca (2009) - Michael Haneke (cine). De lo mejor que vi este año en el cine. Mediante una pulcra y elegante fotografía en blanco y negro se hace un retrato demoledor de los efectos de la represión en la educación de los niños. El plano final es antológico.
  • Avatar (2009) - James Cameron (cine). Insustancial y olvidable. Ya me explayé hablando de ella. No perderé más tiempo.
  • Up in th air (2009) - Jason Reitman (cine). Es una película que me irrita. Mucho. Me molesta su pátina de cine independiente y comprometido cuando despide un hedor conservador insoportable.
  • Sacrificio (1986) - Andrei Tarkovski. Grandiosa. El cine de este tío parece hecho en otro planeta. Nadie ha conseguido superar la belleza de las imágenes de sus películas y el impacto emocional que producen.
  • El mensajero del miedo (1962) - John Frankenheimer. Cine de acción político. Eficaz y sorprendentemente moderno. Recomendable.
  • Shutter island (2010) - Martin Scorsese (cine). Hay un grupo de películas que el tiempo hace que vaya cambiando mi impresión sobre ellas. Esta es una de este tipo y cada vez la recuerdo con mayor agrado y me parece de mayor interés. Podemos estar ante algo grande de Scorsese o ante una tontería psicoanalítica de usar y tirar. Seguiré pensando en ello.
  • Vampyr (1932) - Carl T. Dreyer. Los juegos de sombra deslumbran y maravillan. Espléndida película de vampiros con aportaciones técnicas notables.
  • Manderlay (2005) - Lars Von Trier. Segunda parte de Dogville que se inicia con un interés que decae con los minutos. A pesar de ello es una película destacable.
  • Twin Peaks (1990-1991) - David Lynch. Me da igual que sea un serie y que esto trate precisamente de evitar el que empieza a ser un trillado tema de conversación. Adoro esta serie, me parece una cosa espectacular y me da exactamenteigual cuando dicen que decae (a mitad de la segunda temporada) porque en ese momento yo ya camino al lado del agente Cooper y amo el café y los dulces con la misma intensidad que él.
  • Häxan (1922) - Benjamin Christensen. Una rareza sueco-danesa censurada durante décadas en Europa por tratar el siempre controvertido asunto de la brujería y los asesinatos de mujeres acusadas de ello en la antigüedad. Tiene un enorme interés y calidad. Además, ahora que parece “descubrirse” los documentales ficcionados (la docuficción), este podría ser el primer ejemplo en la historia del cine.
  • Quiero la cabeza de Alfredo García (1974) - Sam Peckinpah. Se suda y sientes el polvo mexicano en los huesos, en la cara , en tu piel. Es un Peckinpah desatado y brutal y la película está de puta madre.
  • La carretera (2009) - John Hillcoat (cine). Era muy difícil adaptar el universo de Cormac McCarthy en una película realizada con las normas del cine comercial de Hollywood. Pues eso... era muy difícil. Prescindible.
  • Donde viven los monstruos (2010) - Spike Jonze (cine). A la espera de mayores retos para un director muy interesante, la película es un cuento infantil que no termina de servir ni para niños ni para adultos. Aún así mantiene el interés y a ratos es visualmente muy hermosa.
  • Celda 211 (2010) - Daniel Monzón (cine). Efectiva e impactante muestra de cine de género patrio. Me gustó bastante en su momento aunque los meses pasados no le benefician en mi memoria.
  • Malditos bastardos (2009)- Quentin Tarantino (cine). Tarantino en estado puro. La secuencia inicial y la del bar-cueva alemán son antológicas y sus homenajes a los grandes del cine un placer para cinéfilos.
  • Days being wild (1990) - Wong Kar Wai. La primera obra de la que sería una desarticulada trilogía formada también por las formidables Deseando amar y 2046. Hermosa, cautivadora, sutil.
  • En tierra hostil (2009) - Kathryn Bigelow (cine). Basura. Basura patriotera con envoltorio independiente. La secuencia en la que el tío en un supermercado entiende que sólo puede vivir con la adrenalina de la guerra es tan pueril por simple que induce al vómito.
  • An education (2009) - Lone Scherfiry (cine). Sencilla y bonita aunque intrascendente película inglesa. Sirvió para descubrirme a una actriz preciosa llamada Carey Mulligan
  • El rey de la comedia (1982)- Martin Scorsese. Corrosiva y ácida comedia de uno de los mejores directores de la historia del cine.
  • Los sustitutos (2009)- Jonathan Mostow. Un coñazo insufrible. Yo y mi manía de seguir viendo ciencia ficción sólo por el hecho de serla. Hubo más a lo largo del año.
  • Gallipoli (1981) - Peter Weir. Me encantó. En general todo lo que dirige este tío tiene un aroma especial, un aroma a clásico que nunca envejecerá.
  • El tiempo del lobo (2003)- Michael Haneke. Tras un desastre desconocido llega el momento de que el ser humano se enfrente a sí mismo y a sus pulsiones más básicas. La visión de un director clave de lo que podría pasar tras el fin de la civilización. Muy interesante. Yo la enlazo de manera diagonal con La carretera (novela). Se complementan.
  • Señales del futuro (2009) - Alex Proyas. Uffff… ufff… ufff… ¡Qué cosa tan mala! Que este tío sea el mismo que dirigiera en su día la muy estimable Dark City es incomprensible. Me cabreo sólo de recordarla. Menuda basura.
  • Punch-drunk love (202) - Paul Thomas Anderson. Curiosa, extraña y rara, muy rara ¿comedia? ¿romántica? de uno de los directores norteamericanos más interesantes. Recomendable (creo)
  • El jardinero fiel (2005) - Fernando Meirelles. Muy buena. Consigue integrar una trama de intriga política y social con un planteamiento estético muy particular y atractivo. Merece mucho la pena y el resultado es fantástico.
  • Prisionero del odio (1936) - John Ford. Película menor de un Ford que estaba ya preparado para retos superiores. Se deja ver con gusto y las secuencias de la cárcel nos recuerdan los coqueteos expresionistas del director en aquella época.
  • Kick Ass (2010) - Matthew Vaughn (cine). Una sorpresa. Me reí y me divertí con esta visión canalla del mundo de los superhéroes. La presentación de Nicolas Cage y su hija es impactante. De las que no se olvidan.
  • El caballero de hierro (1925) - John Ford. La primera película de largo aliento de Ford nos descubre cómo algunas de sus señas de identidad ya se estaban conformando en esta temprana época de cine mudo. A mí me encantó, claro. Para cinéfilos y completistas
  • Barco a la deriva (1935) - John Ford. Curiosamente una película en la que no conseguí entrar al principio termina siendo una delicia donde las obsesiones fordianas se muestran con claridad y sencillez
  • El fugitivo (1947) - John Ford. Ambiciosa película, tal vez fallida porque Ford es incapaz de colocar a un cura en el abismo donde el protagonista debiera situarse. Estimable y estéticamente poderosa.
  • Cuatro hombres y una plegaria (1938) - John Ford. Intrascendente.
  • Barry Lyndon (1975) - Stanley Kubrick (cine). La Filmoteca me permitió ver en pantalla grande la única película de Kubrick que no había visto aún, por ser la que más pereza me daba. A pesar de ello me gustó mucho. La selección musical y la puesta en escena son impecables y uno se tira todo el metraje admirando la maestría de un director diferente y genial.
  • Origen (2010) - Christopher Nolan (cine). ¿La Matrix de esta década que se acaba? El tiempo lo dirá, pero es una película que sé que voy a volver a ver y que contiene aún muchas sorpresas en su interior ajenas a las ya manidas de si es un sueño o no lo que vemos. Atentos a la estructura narrativa de la película.
  • Toy Story 3 (2010) - Lee Unkrich (cine). Cuando parecen que por fin van a fracasar y que la historia ya no da para más (lo primeros veinte minutos), Pixar nos deja un peliculón de los que marcan a generaciones de niños (y no tan niños) para siempre.
  • El precio de la Gloria (1952) - John Ford. Un Ford descontrolado e irregular, fuera de sitio en una comedia negra sobre la guerra donde se le ven mucho más sus defectos que sus virtudes. Absolutamente prescindible.
  • Escala en Hawai (1955) - John Ford y Mervin LeRoy. Adaptación de una obra de teatro muy popular por entonces en la que Ford tocó fondo. Le importaba un carajo la película y eso se nota. Termina siendo aburrida y repetitiva. No importó. Al año siguiente rodaría Centauros del desierto. Palabras mayores.
  • Los hombres que miraban fijamente a las cabras (2009) - Grant Heslov. Comedia con enorme potencial que sorprendentemente termina siendo insulsa e incluso aburrida.
  • Número nueve (2009) - Shane Acker. Visualmente es un espectáculo impresionante, pero la historia no se sostiene y termina siendo un coñazo.
  • Resacón en las vegas (2009) - Todd Philips. Ejemplo de la nueva comedia americana que intenta superar viejos clichés sin conseguirlo del todo. Se deja ver.
  • Pandorum (2009) - Christian Alvart. Otro de mis perversiones de ciencia ficción. En la estela de Horizonte final. No es peor ni es mejor que aquella… ¿Y qué?
  • Sherlock Holmes (2009) - Guy Ritchie. En pocas palabras: me la suda.
  • Planet 51 (2009) - Jorge Blasco,Javier Abad, Marcos Martínez. Españoles haciendo cine americano de animación sin la gracia ni la experiencia de aquellos. Pues eso: ni fu ni fa. Para niños muy niños.
  • Two lovers (2008) - James Gray (cine). Espléndida película con soberbia interpretación de Joaquín Phoenix. El cine norteamericano de calidad intenta sobrevivir. A duras penas.
  • Tres días con la familia (2009) - Mar Coll. Primera película de la directora que indaga en la inagotable fuente de las relaciones familiares. Aunque pierda el pulso a veces, sólo por la naturalidad con la que filma la comida y las jerarquías que en ella se muestran merecería la pena ver esta película. Ojo a un cine español joven, sin complejos que se está haciendo de espaldas a un público adocenado por la televisión y que no tiene nada que ver con esa imagen de cine insustancial y casposo que dominara la década anterior.
  • El quimérico inquilino (1976) - Roman Polanski. Un Polanski escabroso y perturbador en la línea de sus mejores películas. Excelente.
  • Europa (1991) - Lars Von Trier. A mí el cine de este tío casi siempre me pone. Me hace pensar y sus imágenes siguen sobrevolando mi cabeza días y meses después de ver sus películas. Cine de género extraño y sorprendente.
  • Código desconocido (2000) - Michael Haneke. La soledad, la incomunicación, los malentendidos. La vida filmada por un austriaco cabrón. Imprescindible.
  • LOL (2010) - Lisa Azuelos. Una basura francesa irritante y estomagante. Una película de pijos y para pijos, mal realizada y pésimamente interpretada. Una lamentable pérdida de tiempo. Joder, qué mala.
  • Forgotten silver (1995) - Peter Jackson, Costa Bates. Un docuficción sorprendente que destila un infinito amor al cine y que hace que el espectador lo ame tanto como sus directores. Una delicia.
  • 4 meses, 3 semanas, 2 días (2007) - Cristian Mungiu. Haneke ya tiene seguidores que como él filman historias apegadas a la realidad con una distancia sobrecogedora. Muy interesante.
  • Wall street: el dinero nunca muere (2010) - Oliver Stone (cine). Una traición imperdonable a una excelente película de los 80. Una bazofia intragable sin ritmo y sin dirección. El final todavía hoy me produce náuseas.
  • La isla (2000) - Kim Ki Duk. Mucha gente aún no se ha enterado de que seguramente el mejor cine de esta década nos viene de Asia. Tal vez por lo que nos cuesta verlo. Hipnótica y con unos personajes que rayan la locura estamos ante una película de indudable belleza. En su primer plano hay más cine que en temporadas completas de series de prestigio.
  • Jacuzzi al pasado (2010) - Steve Pink. Detrás de ese horrible título se esconde una comedia ácida sobre la incapacidad de los hombres treintañeros y cuarentañeros de adaptarse a la vida adulta, inmersos en una destructiva nostalgia continua por sus adolescencia y su juventud. Se deja ver pero decae a partir del planteamiento.
  • La red social (2010) - David Fincher (cine). Junto a Origen la película norteamericana más interesante del año. Fincher mantiene el pulso y consigue ilustrar a la perfección el guión de Aaron Sorkin, que yendo mucho más lejos de lo de Facebook, hace una sinteleigente radiografía de la sociedad del siglo XXI.
  • Rebobine, por favor (2008) - Michel Gondry. Otra película que destila amor al cine por los cuatro costados, pero con un enfoque más gamberro. La primera hora es fantástica. Después decae hasta los abismos.
  • Contra la pared (2004) - Fatih Akin. Ejemplo de cine “comprometido” europeo. Ejemplo también de lo que no hay que hacer. Un coñazo de película y de sufrimiento. Ganó todos los premio, claro.
  • La vergüenza (2009) - David Planell. Decepcionante y melifluo intento de mostrar un aspecto social no tratado habitualmente como es el de la adopción y las familias de acogida. Prescindible.
  • El mensajero del miedo (2004) - Jonathan Demme. Innecesario remake. Curiosamente es más abrrida y menos arriesgada que la original del 62, lo que nos debería hacer reflexionar sobre la decadencia del cine de Hollywood
  • Amarcord (1973) - Federico Fellini. Maravillosa, desborda vitalidad; resulta entrañable y divertida.
  • It´s about love (2003) - Thomas Vintenberg. Una rareza. No se puede decir que sea ciencia ficción, es más bien una alegoría extraña sobre el ser humano y cómo parte de él muere en la búsqueda del éxito profesional a la que nos aboca esta sociedad. Gana con el tiempo y la reflexión.
  • El escritor (2010) - Roman Polanski. Anodina y convencional muestra de cine de género. No aporta nada nuevo. Se deja ver. Decepcionante por estar dirigida por Polanski. Sorprendentes los parabienes, premios y alabanzas que ha recibido.
  • Cabeza borradora (1976) - Davin Lynch. Un Lynch joven y sin trabas, en estado puro. Inquieta y perturba; atrae y asquea; es incomprensible a ratos. Deja un regusto extraño. No se puede olvidar. Está de puta madre.
  • El dormilón (1973) - Woody Allen. Divertida a ratos, con chistes espléndidos que no son suficientes para mantener el nivel. Flojea y mucho.