09 abril 2020

Las 50 mejores películas de una década: 2010-2019

Hace ya una década que empecé a apuntar en un pequeño cuaderno todas las películas nuevas que iba viendo durante aquel 2010. Después, cuando llegaron las navidades, escribí, como un torrente, pequeñas reseñas sobre cada una de ellas, sobre las sensaciones que me habían provocado y el poso que me habían dejado en mi cabeza con el paso de los meses.  Estas reseñas, por la manera en que fueron concebidas y por su gran cantidad, se inclinaron desde el principio más hacia la transmisión de sensaciones y emociones que hacia la reflexión y el análisis profundo. A partir de esa primera vez, cada año y cada vez con mayor esfuerzo, he repetido el ritual y he  dejado constancia por escrito en el blog de mis recuerdos cinematográficos anuales. Con el paso del tiempo, estas reseñas han terminado suponiendo una guía personal muy especial que me permite no solo indagar en la nebulosa de la memoria sobre las razones por las que aquellas películas, al verlas por primera vez, me provocaron entusiasmo, rechazo o indiferencia, sino también reconstruir, a partir de esos recuerdos cinematográficos, momentos que se van perdiendo de mi propia historia personal.

En esta década pasada, desde 2010 hasta 2019, he visto casi 900 películas nuevas, entendiendo como nuevas aquellas que, en ese momento, las estaba viendo por primera vez (independientemente de su año de estreno). Siempre he aclarado con la palabra "cine" entre paréntesis aquellas que veía en una sala de cine. Tras releer todas las reseñas que había escrito de estas casi 900 películas, he seleccionado estas 50 películas como las mejores de mi personal década cinematográfica. Tanto por lo que escribí en el año en el que las vi como por el recuerdo que mantengo de ellas. Hay algunas ausencias dolorosas pero necesarias para conseguir este número exacto, así como alguna inclusión de última hora provocada por un extraño impulso sentimental. Eliminaciones e inclusiones finales sin más fundamento que la propia evolución constante y necesaria del gusto cinéfilo. Están ordenadas cronológicamente según las fui viendo durante estos 10 años.

  • La cinta blanca (2009) Michael Haneke (cine). De lo mejor que vi ese año en el cine. Mediante una pulcra y elegante fotografía en blanco y negro se hace un retrato demoledor de los efectos de la represión en la educación de los niños. El plano final es antológico.
  • El año pasado en Marienbad (1960) Alain Resnais. Cine con mayúsculas que introduce al espectador en un laberinto onírico de salas, pasillos, espejos y personajes extraños. El silencio perturba tanto como la átona y redundante voz en off. El resultado es una de las películas más misteriosas, inextricables y fascinantes de la historia del cine.
  • Hasta que llegó su hora (1968) Sergio Leone. Desmesurada, maravillosa, hipnótica, apabullante y genial. Leone es el primer posmoderno del cine. En su cine (y especialmente en esta película) referencia continuamente a los más grandes del género para homenajearlos y al tiempo subvertir su mensaje. Nadie como Ford había retratado los grandes espacios de Monument Valley hasta que llegó Leone con esta película. Personajes desgarrados a los que la civilización alcanza y amenaza, que ven como su mundo se acaba mientras ajustan cuentas entre ellos.
  • El desencanto (1976) Jaime Chávarri. Una de las joyas ocultas del cine español. Las fronteras entre el cine documental y el de ficción se derrumban ante obras como ésta. Poética, sensible, hermosa, decadente, la historia de los Panero avanza entre retazos de nostalgia y despreocupación social y familiar hasta que la irrupción de Leopoldo, el mediano de los hijos, arrambla con todo y sirve para desenmascarar las ficciones y las máscaras de una de tantas familias que vivieron cómodamente en el franquismo. De esta manera, desde lo particular hasta lo general, la película compone un retrato de la España franquista de clase media (esa que cierto político vasco afirmó que “vivía con enorme placidez”) que desaparecía.
  • Take shelter (2012) Jeff Daniels. Apasionante e inquietante película en la que un ciudadano de la América profunda comienza a tener visiones que adelantan el fin del mundo. Una de las mejores películas de aquel año que utiliza la historia como excusa para investigar en la psique colectiva del pueblo norteamericano y en su transformación en un país atemorizado por todo tipo de amenazas (imaginarias o no) procedentes del exterior.
  • Arrebato (1979) Ivan Zulueta. Impactante, arrebatadora, sugestiva, extraña y subversiva. Una película fantástica, un testimonio fílmico de amor pasional al cine, un historia sugerente sobre el poder destructivo de las drogas y sobre la necesidad del cine, entendido éste como una forma de vida. Imprescindible.
  • Moonrise Kingdom (2012)Wes Anderson (cine) La penúltima película dirigida por Anderson sea tal vez su obra maestra hasta el momento. Vuelve a usar con inteligencia alguna de las constantes más evidentes de su universo particular, como esos niños con modos de adulto sin por ello dejar de parecer niños, y esos adultos desorientados que terminan aceptando la brújula vital que los niños representan. Además, la construcción del relato es más compacta que en otras ocasiones y el drama se cuela con naturalidad en esa visión agridulce del mundo que este director nos ofrece. Fantástica. Extraordinaria.
  • El último tango en París (1972) Bernardo Bertolucci. Qué decir de una película de la que se ha dicho ya todo. Sólo destacar, por tanto, la importancia brutal que tiene la interpretación de un Marlon Brando en estado de gracia que es el que eleva la historia hacia cotas inimaginables. El misterio que lo envuelve lo hace al espectador tan atractivo como a su amante, y la revelación de la cruda realidad mediocre de su condición hace que entendamos perfectamente la resolución final a la que se ve abocada ella. Indispensable.
  • Holy motors (2012) Leos Carax (cine) Una película fascinante y cautivadora. Con multitud de puntos de fuga, posibilita múltiples lecturas mientras asistes a las dolorosas transformaciones de un inmenso Dennis Levant en los diferentes personajes a través de los que el director reflexiona sobre la historia y el futuro del cine, sobre el ser humano y el paso del tiempo y sobre los sueños, lo que somos y lo que quisimos alguna vez ser.
  • Diamond flash (2011) Carlos Vermut. Rareza que ya se ha convertido en película de culto de minorías. Estrenada inicialmente sólo a través de la red, es una extraña deconstrucción del mito de los superhéroes sustentada a través de diferentes y duras historias de corte social mínimamente entrelazadas. Impacta, seduce, sorprende. Merece mucho la pena.
  • La puerta del cielo (1980)Michael Cimino (cine). Una obra mayor. Muy grande, tan grande y tan desmesurada. La leyenda negativa la persigue, le hace la responsable final de la destrucción del cine de autor americano de los setenta. Por megalómano y consentido. El último cine para adultos que Hollywood produjo. Hay que verla sin prejuicios, despojada de esa aura de fracaso y malditismo que arrastra. Western crepuscular, moderno, social y maravilloso. Fantástica.
  • The master (2012)Paul Thomas Anderson (cine). Una de las mejores películas que vi en 2013. Compleja, sutil, ambiciosa, profunda y apasionante. Interpretaciones increíbles para la historia de amor y rencor entre dos tarados. Uno que construye lentamente una secta que gira alrededor de su supuesto carisma y otro que trata de encontrarse a sí mismo y dar sentido a su vida desde sus evidentes limitaciones mentales. Philip Seymour Hoffman y Joaquin Phoenix bordan ambos papeles. Genial. No se puede dejar de ver.
  • Amor (2012) Michael Haneke (cine). La enfermad y la muerte. El paso del tiempo. El amor, la cotidianeidad. Haneke en estado de gracia. Contiene una de las frases más hermosas de la historia del cine. La dice la protagonista, ya con evidentes problemas de memoria y movilidad por culpa de una enfermedad degenerativa. Mira un álbum de fotos antiguo. Mientras lo hace, sentada junto a su marido, musita: "qué bonita la vida… y qué larga". Impresionante.
  • Old Boy (2003)Park Chan Wook. Sorprendente, impactante, retorcida y con secuencias que quedan para siempre en la memoria. Un despiporre visual y argumental. Absolutamente recomendable.
  • Los amantes del Pont Neuf (1991)Leos Carax. Qué película más bonita. Qué historia de amor tan desesperada, tan miserable, tan humana. Un gozo para los ojos, cine de extraordinaria calidad. El baile enloquecido y desquiciado de los dos protagonistas en la noche de fin de año es una de esas secuencias que corta la respiración y detiene el tiempo, en la que el cine se hace arte y alcanza una dimensión diferente. Extraordinaria
  • Después de mayo (2012)Oliver Assayas. Narración con tintes autobiográficos en la que se cuenta la convulsa juventud militante de algunos jóvenes antisistema en la Francia de los setenta, en plena resaca histórica del mayo del 68. Humana y contradictoria, tan realista como amarga, destila un cierto derrotismo imposible de superar ante la necesidad de rechazar los ideales para construir los cimientos de una vida personal y profesional. Algo tan lógico y comprensible como, al tiempo, egoísta y miserable
  • La caza (1965)Carlos Saura. Un calor que enloquece, el erial, los conejos, la muerte, el pasado tan presente. El sudor, tanto sudor, la rabia hipócrita que consume a los personajes, la envidia, el rencor y el paso del tiempo. Una película extraordinaria que sigue viva más allá del paso del tiempo, que se mantiene joven y que transmite a sus espectadores una podredumbre moral que resulta útil para comprender los lodos sobre los que está edificado la España moderna.
  • El lobo de Wall Street (2013) ­– Martin Scorsese (cine). Un Scorsese pata negra. Su mejor película en muchos años, tal vez desde Casino. Absolutamente frenética y con un Di Caprio volcado. El espectador queda apabullado ante el cinismo que destila la historia, el desenfreno, el descontrol y la falta de escrúpulos y de raciocionio de cierta parte del mundo de las finanzas. Un apunte: como siempre pasa con el cine de Scorsese, a pesar de la dudosa moralidad de los personajes y de los delitos que cometen defraudando tanto a ciudadanos individuales como al fisco, el director parece no poder evitar sentir simpatía por estos hijos de puta individualistas, miserables y egoístas, y conseguir que nosotros hagamos otro tanto. Al final terminamos convertidos los simples mortales en meros espectadores patéticos de las andanzas de "los que se arriesgan" a vivir de otra manera.  Y Scorsese "nos filma". Dos veces. La primera cuando muestra al tipo del FBI en el metro. La segunda como asistentes imbéciles de la charla motivacional que al final imparte el personaje que interpreta Di Caprio.
  • La gran belleza (2012) Paolo Sorrentino. Una auténtica gozada. Sorrentino, transmutado en un Fellini del siglo XXI nos traslada con mano firme la decadencia y el vacío que rodean a las élites presuntamente intelectuales de una Roma desconcertante y onírica. Peliculón
  • Snowpiercer (2013)Bong Joon-Ho. Una inteligente distopía enmascarada tras una convencional película de acción con toques asiáticos. Una de las películas más recomendables del año cuya carga política pasará desapercibida porque ni los unos, creadores y distribuidores, se atrevieron a explicitarla mejor, ni los otros, los espectadores, estarán dispuestos o capacitados para ver más allá de la acción convencional y reflexionar sobre un final violento que apuesta por una solución radical al viejo conflicto marxista.
  • Boyhood (2014)Richard Linklater (cine). Brillante propuesta de un Linklater obsesionado con mostrar el paso del tiempo en la vida de un niño, desde la infancia hasta la mayoría de edad. Y lo hace a través de retazos (rodados durante más de una década, mientras los actores crecían al ritmo de sus personajes) que se alejan de los momentos de trascendencia para centrarse en los supuestamente irrelevantes, en algunos de los muchos que pueblan la vida de todos nosotros, mediante los que nos cuenta el difícil tránsito desde la dependencia emocional infantil hasta la primera lucidez adolescente previa a la mucho más gris vida adulta. Una vida adulta en la que todos sobreviven sin brújula, perdidos. Imprescindible. Maravillosa.
  • Magical girl (2014)Carlos Vermut (cine). Vermut confirma todo lo que apuntara en su excelente opera prima (Diamond flash) y nos ofrece una película de extraordinaria calidad: dura, difícil, delicada por momentos, con unos personajes extremadamente frágiles a través de los cuales, de manera sutil, se adentra en las tinieblas del alma humana, construyendo un relato coral en el que de manera inevitable, y por mucho que intenten evitarlo, seres extraordinariamente dañados por la vida sólo sobreviven y tienen un respiro a base de hacer daño a otros que están tan jodidos como ellos. Fabulosa.
  • Dos días y una noche (2014)Hermanos Dardenne (cine). La película que mejor ha retratado los devastadores efectos de la crisis en los trabajadores no cualificados nos llega desde Bélgica. Marion Cotillard, en uno de sus mejores interpretaciones, se transforma en una empleada que justo al reincorporarse a su puesto de trabajo, tras una larga baja por depresión, se encuentra con que su empresa obliga a sus empleados a elegir entre mantener su paga extra o despedir a uno de ellos. Tras una primera votación en la que se deciden por su paga y por tanto aceptan el despido del personaje interpretado por Cotillard, esta tendrá dos días y una noche para hablar uno a uno con sus doce compañeros, y así intentar hacerles cambiar de opinión en la votación definitiva. La película nos muestra de manera dolorosa como la evolución del capitalismo y la destrucción de los lazos (también sindicales) entre los trabajadores solo nos ha llevado hacia una soledad alienante en la que, tras el cuento del individualismo competitivo, solo se esconden un derrota perpetua y una pérdida de autoestima que entronca con la pérdida de identidad y la corrosión del carácter de las que hablara el sociólogo Sennet. El tono final es a pesar de todo optimista: tal vez debido a la tormenta que nos devora uno a uno nos tendremos que dar cuenta de que solo desde el combate político y social en defensa de nuestros derechos podremos recuperar nuestras vidas. Imprescindible.
  • Interstellar (2014)Christopher Nolan (cine). Ambiciosa, irregular, emocionante, demasiado discursiva en ocasiones, un McConaughey genial, visualmente espectacular. Película de ciencia ficción con tintes filosóficos en la que, junto a decisiones argumentales cuestionables (e incluso chapuceras), se encuentran algunos de los mejores minutos de cine del año. A ratos, soberbia.
  • Dos semanas en otra ciudad (1962)Vincente Minelli. Es tan buena que hace daño. Una de esas películas-testamento con las que el viejo Hollywood se desnudaba y mostraba por fin su alma cínica y corrompida, sabedor de que su tiempo, por fin, ya había pasado. Minelli había filmado anteriormente Cautivos del mal, otra obra maestra que también mostraba las entrañas de la industria del cine de Hollywood pero con otro filtro, igual de cínico tal vez, pero con la potencia de los que se saben en plena forma y pueden aún disfrazar sus miserias tras la satisfacción final del éxito conseguido. Aquí, en cambio, Minelli ha envejecido, tal vez empieza a verse fuera del sistema, como sabe que les está ocurriendo a otros grandes como Ford, Lang o Hawks. Y ya no esconde nada: traslada al anciano director, interpretado magistralmente por Edward G. Robinson, todo el dolor de una generación de directores que veía cómo se derrumbaba su universo a su alrededor mientras ellos todavía se veían capaces de alumbrar grandes películas (que sabían, por otro lado, que ya nadie quería ver). Traslada a un maduro Kirk Douglas la tortura que para un actor supone que las luces de neón empiecen a alumbrar a aquellos que vienen por detrás a sustituirlo, mientras sufre la soledad y la deslealtad de aquellos en los que confió. Y el dolor, el dolor de la vieja industria traspasa la pantalla. Peliculón imponente.
  • Mad Max, Road Fury (2015)George Miller (cine). Brutal. Increíble. Una experiencia adrenalítica, visualmente apabullante. Miller, con setenta años, le da una lección a todos esos jóvenes directores que confían en los efectos digitales y en un montaje epiléptico para construir un ritmo desenfrenado. La nueva película de Mad Max fue uno de los acontecimientos cinematográficos de 2015 y con seguridad la mejor película de acción de lo que llevamos de siglo. No se puede dejar de disfrutar.
  • The fake (2013)Sang-ho Yeon. Tal vez el personaje principal de esta película animada coreana sea uno de los más complejos y ricos de los que he visto en el cine de los últimos años. Una película despiadada que aprovecha la animación para sobrepasar los límites habituales de las ficciones cinematográficas. Una historia sobre la fe, la ira, el poder y el control. Fantástica.
  • Deliverance (1972)John Boorman. Extraordinaria. Una reflexión terrible sobre el equivocado y ensoñador romanticismo que envuelve siempre a la idea de la vuelta a la esencia del hombre, del retorno a la naturaleza, dejando atrás una civilización pretendidamente alienante. Los actores colaboran con unas interpretaciones excepcionales a una película en la que, desde el principio, el espectador siente que algo va a ir muy mal en ese viaje "artificial" por la salvaje naturaleza. La tensión crece de manera imparable hasta desembocar en una brutal muestra de salvajismo y animalismo humanos que está rodada con una frialdad lacerante. A partir de ese momento, ese grupo de amigos se enfrentarán de verdad con la naturaleza y comprenderán finalmente por qué el ser humano tuvo que buscar mejores (y más civilizadas) formas de convivencia. Un clásico imprescindible.
  • El club (2015)Pablo Larraín  (cine). Tal vez sea la película más dura jamás filmada contra la iglesia católica. Porque no ataca a su ornamento, ni a las altas jerarquías de sus estamentos, sino a su propia esencia. El terrible retrato de las miserias humanas de esos sacerdotes que conviven en una casa de retiro, tras ser expulsados de los hábitos por comportamientos delictivos, y que no dudarán en hacer lo que sea para sobrevivir, no es menos demoledor que el de esa nueva iglesia que representa el cura joven que viene a evaluar su situación, cuyo acto final lo convertirá en el mayor hipócrita de todos, haciendo imposible cualquier atisbo de salida digna para ninguno de ellos. La sutileza en el tratamiento formal (despojado por completo de artificios), el feísmo de las imágenes, las difíciles interpretaciones, el tono aséptico y la critica acerada a la doble moral tanto de la vieja como de la nueva iglesia, convierten la visión de esta descarnada película en una experiencia desoladora. Impresionante. 
  • Canino (2010)Yorgos Lanthimos. Una pequeña obra maestra. Unos padres deciden criar a sus hijos en una casa a las afueras de una ciudad sin contacto con el exterior. El lenguaje se subvierte y se manipula para hacer desaparecer lo sexual, lo conflictivo y lo subversivo de la vida de unos adolescentes incapaces de sobrellevar la tensión vital provocada por sus instintos. Peliculón. 
  • Viridiana (1961)Luis Buñuel. Perversa y venenosa. Cine con mayúsculas que construye un humanismo artificial de origen religioso solo para destruir, con saña, con lucidez, de manera reflexiva, sin ambages. Una película extraordinariamente moderna cuya fuerza se agiganta con el paso de los años y con un tramo final antológico. Extraordinaria. 
  • Los olvidados (1950)Luis Buñuel. Una auténtica obra maestra. Buñuel construye una historia con vocación atemporal que pone el foco sobre la violencia intrínseca de una juventud criada en los arrabales del sistema, que nada espera de la vida y que por tanto no solo no teme a la muerte sino que la desafía y la invoca. Estremecedora. 
  • Anomalisa (2015)Charlie Kaufman, Duke Johnson. Hace daño. Es lo mejor que se puede decir de esta película: hace daño. Porque habla del paso del tiempo, de las ilusiones rotas, de la vitalidad física que ya no se encuentra, de la ensoñación permanente que ya no erotiza, de una madurez que no se valora. Y de los errores vitales que destrozan vidas y familias. Cine de animación estimulante e inteligente. 
  • Patterson (2016)Jim Jarmush (cine). ¿Existe realmente la felicidad? Tal vez solo sea ese estado en el que, cubiertas la necesidades básicas, no estamos sometidos al temporal de la enfermedad y somos capaces de situarnos en la misma frecuencia del momento y el lugar en el que vivimos y de aquellos con los que convivimos. Tan poca cosa, tal vez. Tanto, en el fondo. Jarmush construye su historia sobre esta idea y ofrece una de sus mejores películas. Una joya. 
  • Animales nocturnos (2016)Tom Ford. Extraordinaria e impactante ya desde sus títulos de crédito iniciales, difíciles de asimilar para un espectador educado desde siempre en la belleza de los cuerpos jóvenes de la pantalla. Historia alambicada y dura rodada con pulcritud y estilo, con unos actores en estado de gracia que se esmeran en mostrar, a través de su interpretación, una visión oscura y dolorosa del ser humano, de sus necesidades, debilidades y miedos. 
  • Comanchería (2016)David McKenzie. Cine que exuda sudor, rabia y derrota. Volvemos a la América profunda para  asistir un relato duro sobre las consecuencias de la ruina que provoca el sistema capitalista en cualquier rincón del mundo. Peliculón, con una interpretaciones extraordinarias. 
  • Queridísimos verdugos (1973)Basilio Martín Patino. Documental que te deja sin respiración, pegado a la pantalla, devorando no ya solo la crítica subterránea al franquismo, sino el espectáculo doliente de una España negra, visceral y pobre. 
  • Blade Runner 2049 (2017)Dennis Villenueve (cine). Espléndida secuela de una maravillosa película. Visualmente es arrebatadora, con una belleza dolorosa que nos habla de un pasado perdido que no solo no se puede recuperar sino que, convertido en nostalgia totalitaria, imposibilita el presente y destruye la posibilidad de futuro. El dilema sobre lo que nos hace humanos sigue presente pero se abren nuevas puertas filosóficas a través de ese replicante que sufre (y por tanto se humaniza) por el hecho de pensar que puede ser hijo de un humano. Los errores que pueda tener la película son ampliamente superados por sus aciertos y cuando las lágrimas en la lluvia se convierten en lágrimas en la nieve, mientras Deckard ve por primera vez a su hija con la música de Vangelis de fondo, el cine, ese arte, se hace extraordinario. 
  • El sacrificio de un ciervo sagrado (2017)Yorgos Lanthimos. Lo vuelve a hacer. Lanthimos vuelve a darnos una película excelente, fría, dura, inteligente y con personajes fascinantes. Descripción de una venganza con raíces mitológicas contra la familia de un médico que, debido a una negligencia, terminó matando a un paciente. Fantástica. 
  • Windriver (2017)Taylor Sheridan. El guionista de la también estupenda Comanchería se pasa a la dirección con un guion firmado por él mismo. La película lo tiene todo: dirección impecable, una trama bien hilada que va desentrañando el misterio a cuentagotas, unas interpretaciones poderosas, una atmósfera opresiva y una dura historia enmarcada en los arrabales emocionales de un país, EEUU, que nació con el enorme pecado de masacrar a los indios para después recluir a los pocos que quedaban, y a sus descendientes, en reservas. Estas reservas, con el tiempo, terminaron convertidas en cárceles sin barrotes para unos jóvenes que ven pasar sus vidas en ellas sin expectativas vitales. Espléndida.
  • The Florida Project (2017)Sean Baker. Una autentica joya. En el submundo de los suburbios del capitalismo, la luz de la infancia refulge durante un breve periodo de tiempo antes de que la realidad termine de pudrir una inocencia que ya no se volverá a encontrar. Ni siquiera servirá correr para escapar del mundo real y esconderse en DisneyWorld, ese mundo artificial donde la emoción pueril se convierte en objeto de consumo. Magnética, sensible, dura, conmovedora. Maravillosa. Encoge el corazón. 
  • The Square (2017)Ruben Östlund. Hay una cierta corriente en la crítica y en el público que denuesta cierto cine intelectual que se realiza desde la frialdad y el distanciamiento. Östlund, como buen heredero de Haneke, construye un artefacto cinematográfico de difícil digestión pero que funciona como un reloj: la crítica a la vacuidad del postureo que rodea al arte contemporáneo sirve como espejo deformado de una exposición descarnada de las pulsiones y emociones más prosaicas de una élite cultural decadente, que ya es incapaz de sobrevivir más allá de su burbuja de clase. Personas que cortocircuitan cuando la vida les hace interaccionar con la periferia de esa burbuja. Excelente. Con alguna secuencia para el recuerdo. 
  • Cold War (2018)Pawek Pawlikowski (cine). Un prodigio cinematográfico. Su sensibilidad y belleza a nivel visual solo son comparables con su capacidad para construir una historia de amor desesperado a través de retazos y elipsis radicales. Una auténtica gozada, cine de calidad, con una secuencia final soberbia que no solo sirve para sintetizar de manera inteligente el espíritu del relato al que hemos asistido, sino también para ilustrar de manera portentosa el carácter de los dos protagonistas. Pelos como escarpias. 
  • Roma (2018)Alfonso Cuarón. Película enorme y honesta. Nadie puede presentar objeción alguna a un acabado formal de una calidad incontestable. Las críticas han surgido en relación al supuesto clasismo que destila la historia. No entiendo esas críticas porque precisamente ese clasismo es algo que Cuarón, de manera tremendamente honesta, no pretende enmascarar en ningún momento: Cleo es la criada de la familia. No es un miembro de ella. Y es en las contradicciones y exigencias emocionales (y de sumisión) que esa relación laboral demanda donde surgen las reflexiones más perturbadoras e inquietantes que se pueden extraer de la historia. En ese sentido el final es elocuente y lacerante: toda la familia ya está en la casa tras el episodio de la playa y los niños se sientan para contarle a la abuela el heroísmo de Cleo para salvarlos del mar. Solo interrumpen la historia para pedirle a esa misma mujer, sin mirarla, que les traiga bebidas y pasteles. Magistral. Obra maestra. 
  • O futebol (2015)Sergio Oksman. Extraño, lírico y cautivador documental que comienza con un inseguro viaje a Brasil del director de la cinta con el objetivo de reencontrarse con su padre, ausente en su vida durante décadas. Con delicadeza emocional se muestra cómo rápidamente se da cuenta de que la conexión ya es imposible salvo a través de una pasión compartida: el fútbol. Mientras, el caos y el azar que rigen nuestras vidas deciden aparecer y aportar un elemento final dramático que el director, con pudor, incorpora a un relato visual muy hermoso y tremendamente humano. 
  • Pity (2018)Babis Makridis. Magnífica. Absolutamente brillante. Desde su primer e inquietante primer plano, con ese tipo que espera en su casa, a primera hora de la mañana, a que la vecina llame a su puerta para traerle ese pastel que cada mañana les hace a él y a su hijo desde que su mujer está en coma tras un accidente. Radiografía cruel y venenosa de un vampiro emocional que descubre el placer del protagonismo social y familiar que adquiere a través de la compasión que produce la casi segura muerte de su mujer. Un protagonismo que no está dispuesto a dejar escapar. La película es extraordinaria, en la senda del mejor Yorgos Lanthimos. No es casual que el guionista de la cinta sea el que habitualmente trabaja con él. Fantástica. 
  • The act of killing (2012)Joshua Oppenheimer y Christine Cynn. Escalofriante documental que se adentra en el asesinato de cientos de miles de comunistas y disidentes del régimen político instaurado en Indonesia tras la llegada al poder de Suharto mediante un golpe de estado militar en 1965. Más de 40 años después de los hechos, dos de los asesinos a sueldo que el régimen utilizara para ejecutar esos crímenes aceptan contar y reconstruir muchos de los asesinatos que cometieron. Y lo hacen con una crudeza, una vanidad y un distanciamiento emocional que harían estremecer incluso a la Arendt que escribiera aquello de la banalidad del mal. Imprescindible. Menuda hostia en el estómago. 
  • Los jóvenes salvajes (1961)John Frankenheimer. Los primeros cinco minutos de esta película siguen siendo hoy día una auténtica barbaridad: sin que escuchemos una palabra, mediante un deslumbrante montaje de imágenes y sonidos tan creativo como desquiciado, se contextualiza el enfrentamiento social entre bandas de chavales de los guetos de Nueva York y se muestra el contexto social y físico depauperado en el que estos jóvenes violentos desarrollan sus vidas. Espectacular. La recomiendo vivamente.
  • La sal de la tierra (1954)Herbert J. Biberman. Magnífica. Emocionante. Inolvidable. Película semidocumental sobre una huelga minera en el Nuevo México de los años 50. Es de lejos, junto a Las uvas de la ira (John Ford, 1939), lo mejor y más honesto que he visto nunca en el cine sobre la lucha por los derechos laborales. Resulta también impresionante (y casi sin fisuras, incluso visto hoy) el relato inicialmente secundario y finalmente definitivo (y definitorio) de empoderamiento femenino que plantea la trama. Transmite tanto dolor como verdad. Antídoto perfecto contra el cinismo. Imprescindible. 
  • Parásitos (2019)Bong Joon-hoo (cine), Brillante alegoría sobre la desigualdad social. La película, que comienza con un cierto tono despreocupado de comedia, nos cuenta cómo una familia de pillos se va introduciendo en el servicio de una mansión familiar de unos pijos buenistas que tratan de aparentar que no desprecian a esos pobres con los que, lamentablemente, deben convivir. Lentamente, de manera orgánica, la película se va oscureciendo hasta desembocar en una pesadillesca y cruenta metáfora final sobre la lucha de clases. Cine inteligente que utiliza la ficción para reflexionar sobre la imposibilidad de asimilación social de la enorme distancia que existe en las sociedades modernas entre las vidas disparatadas, ociosas y decadentes de lo más ricos y la miseria de los mas pobres (cuando además, estos viven expuestos al bombardeo continuo de imágenes que les recuerdan lo que no tienen y jamás podrán alcanzar). La secuencia de la fiesta en la casa y la de la carrera posterior bajo la lluvia, cuando la familia de pobres corre desesperada hasta su verdadero hogar, son brutales. Obra maestra.

31 marzo 2020

Mi top 5 de canciones de Western

El confinamiento y la enfermedad ha detenido de alguna manera el tiempo. El futuro se diluye, el presente está entancado y el pasado reaparece con fuerza. Hoy me he puesto a recordar aquellas viejas canciones de aquellas "películas del oeste" que llenaban mi cabeza infantil de aventuras, grandes llanuras, épica, indios y vaqueros.

El western es un género que murió hace ya mucho tiempo. De vez en cuando revive con alguna gran película pero lo cierto es que su tiempo ya pasó, su épica es de otra época y por eso los parámetros con los que el género puede reaparecer hoy nunca podrán ser aquellos bajo los que se contruyó en la época dorada del cine americano. 


Hoy construyo #MiTop5de canciones de westerns clásicos. Tienen que ser canciones, no melodías sin voz. Y me he dejado fuera algunas que también son muy especiales.

5. Río Bravo (Howard Hawks, 1959) 

Recuerdo con gran cariño este momento en el que la película se paraba por completo, el tiempo de la aventura y del drama se congelaba, y Dean Martin, Ricky Nelson y el maravilloso Walter Brennan nos hacían partícipes de su intimidad.
 



4. El Álamo (John Wayne, 1960) 

Es una canción que no solo me lleva a esta película sino a otras, como La conquista del oeste (1962). Es increíble su capacidad para transmitir nostalgia y melancolía. En El Álamo, además, sonaba espectacular poque Tiomkin se marcó una BSO y unos arreglos musicales de canciones tradicionales brutales.




3. Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952) 

Una auténtica gozada, perfectamente engarzada a la sucesión de imágenes que ponía en marcha la película, contraponiendo su gran belleza a la inquietante amenaza que se va construyendo. Otra vez el gran Tiomkin dejándonos una melodía para el recuerdo.




2. Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954)

Recuerdo el impacto que me provocó esta película cuando la vi por primera vez. El extrañamiento que provocaba el cromatismo de sus imágenes y la intensidad que transmitía esa imposible historia de amor, con el pasado como pesado lastre, de Viena y Johnny. Y esta canción (¡qué canción!) de Peggy Lee.



1. El árbol del ahorcado (Delmer Daves, 1959)

Mi preferida. Mis hermanos y yo descubrimos el placer por el cine clásico gracias a mi padre. Él durante mucho tiempo adoró aquel cine y sentía especial predilección por esta película. Cada 4 de marzo, el día que falleció, esta es la canción que cuelgo en mis redes en su homenaje.


01 marzo 2020

10 consejos (prácticos) para un profesor novato

Llevo casi quince años siendo profesor de Secundaria en la enseñanza pública. Ha pasado el tiempo suficiente para que comience a sentir cierta diferencia generacional con los jóvenes veinteañeros que acceden por primera vez a este trabajo. Es ahora cuando empiezo a constatar que no me faltaba razón cuando intuía (siendo profesor novel y veinteañero terminal) que en nuestra profesión la diferencia de edad entre compañeros es algo poco significativo y un pésimo indicador de una mejor o peor labor docente. Una vez que cada profesor establece las bases de su forma de entender la docencia durante los primeros años, las consecuencias de su labor en el aprendizaje de sus alumnos es completamente independiente de su edad.

Desconfía de aquel que afirme que no le molesta trabajar porque no podría vivir sin lo que hace. Es, sin duda, un cantamañanas. No recuerdo un solo día laborable que no me haya molestado el sonido de la alarma del despertador. Pero eso no quita que, al mismo tiempo, pueda reconocer que soy muy feliz con el trabajo que elegí, que disfruto en el aula, con mis alumnos, intentando transmitir tanto ese conocimiento científico básico que debe permitirles no ser unos analfabetos científicos como esa actitud escéptica y racional ante la realidad que ha de ayudar a convertirlos en ciudadanos críticos. Considero trascendente la formación académica del adolescente. Pero que me guste lo que hago no significa que minusvalore la enorme dificultad de nuestra labor diaria, que no entienda lo difícil que es mantenerse proactivo en ella, que no reconozca lo complicado que resulta que la rutina o la apatía no colonicen nuestras clases o que llegue un momento en la vida de todo docente en el que el nivel de esfuerzo físico y emocional que supone dar clases lo supere y la calidad de su labor se resienta. Yo sigo llegando cada día a casa, más allá de las tres de la tarde, absolutamente muerto físicamente. En eso no he notado ningún cambio en los años pasados desde que empecé a trabajar en esto. Llego roto porque cada día doy de media cuatro clases a unos 120 alumnos adolescentes de diferentes niveles y sigo considerando cada minuto de cada clase un reto, un desafío personal en el que debo conseguir la atención de la mayoría de los alumnos. A ese esfuerzo hay que sumarle las horas de guardia, las correcciones de exámenes y trabajos, la preparación de las clases y el tiempo dedicado a la comunicación con los padres y a la gestión de las situaciones personales de los alumnos. Por la tarde, por supuesto, siempre toca seguir corrigiendo o preparar  materiales para las clases del día siguiente. Y, desde hace años, asumo que la tarde del domingo es, en parte, laboral. No pasa nada, no cuento esto por victimizarme, hay trabajos mucho más jodidos que el mío (y muchos otros que no los son pero aparentan serlo), pero sí espero que sirva para dejar constancia del hastío que me provocan esos estúpidos que andan siempre empeñados en criticar (envidiar) las vacaciones de los profesores y son incapaces de entender y apreciar la importancia de nuestro trabajo con sus hijos.

La intención de este post no es otra que ofrecer una serie de consejos realistas a los nuevos docentes. Consejos basados en mi experiencia y que, por tanto, vienen tamizados por mi propia concepción de lo que debe significar nuestra labor en las aulas. Como será evidente, mis consejos están muy lejos de las grandes intenciones y ambiciones hipertrofiadas y ampulosas de esos gurús pedagógicos que no han pisado un aula en su vida y se arrogan el derecho de darnos lecciones a los profesores cada día a través de los medios de comunicación y de los cursos de (de)formación. Personajes oscuros que se disfrazan de subversivos y dinamizadores de nuevos enfoques educativos cuando están a sueldo de fundaciones privadas de bancos y empresas que los utilizan para reenfocar los objetivos de la Educación y tratar de ponerla al servicio de sus necesidades. Vendemotos pedagógicos que subliman sus frustraciones y dan rienda suelta a sus egos en cursos de formación de un profesorado cautivo que tiene que soportar cómo se lo infantiliza para deconstruir su autoridad intelectual y así convertirlo en un guiñapo maleable en manos de advenedizos con ínfulas.

Este es mi decálogo para los nuevos profesores, una serie de ideas y reflexiones que considero que pueden ser útiles para aquellos profesores de Secundaria y Bachillerato que comienzan su singladura docente.

1. Acabas de empezar. Escucha, observa y no pretendas opinar de manera tajante de lo que aún apenas conoces. Durante los primeros años empápate de la vida de un centro educativo. Ser profesor va mucho más allá de dar tus clases, hay dinámicas y rutinas adquiridas por todos tus compañeros que al principio te desconcertarán y provocarán tu agobio. Busca algún profesor (no necesariamente de tu departamento) que te ayude a navegar por los meandros burocráticos, pregunta hasta que comprendas cómo se han de hacer las cosas pero no trates de apelar continuamente a tu bisoñez para excusar tus errores. Asúmelos y endurécete.

2. No te refugies en un cinismo impostado y prematuro para tratar de esconder tu inexperiencia, como una manera de intentar mostrarte como un profesor con poso que ya sabe lo que se trae entre manos. No lo eres y todos lo saben. Asume que tu fuerza está en la ilusión que debe darte comenzar en esta profesión. No emules de manera ridícula la crítica hacia los alumnos de ciertos profesores más veteranos porque, en mucho casos, ellos sí son capaces de suplir su decadencia física y emocional (en un trabajo que desgasta enormemente) con la experiencia (que tú no tienes). Muchos de ellos son capaces de ser grandes profesionales en el aula mientras despotrican contra todos y contra todo. Evita intentar convertirte en un miembro más de la tribu mediante la queja o el victimismo.

3. Aprovecha tu juventud para acercarte a tus alumnos y que tus clases resulten más efectivas. Nos guste más o menos la edad de ese nuevo profesor que llega a un centro suele ser uno de los aspectos que más impacta inicialmente a los adolescentes. La cercanía generacional te debería permitir encontrar valiosas vías de comunicación con los alumnos. Hace no tanto que eras uno de ellos. No te confundas y consientas que esa cercanía se convierta en un colegueo pueril. Eres su profesor, no pretendas ser su amigo. No te necesitan como amigo pero en cambio les resultarás muy útil como esa figura adulta y cercana que les ayude a centrarse en sus estudios y pueda aconsejarles en los malos momentos.

4. Evita las absurdas trincheras cavadas durante años en los claustros de los centros a los que llegues. Ahora, por supuesto, estoy hablando de la enseñanza pública, donde todavía hay oportunidad para la crítica, la disensión y la oposición a la dirección del centro o a los grupos de poder que tratan de controlar la vida educativa del centro. Al poco tiempo de empezar a trabajar en un IES te darás cuenta de que difícilmente su ambiente laboral será una balsa de aceite. Dependiendo de con quién empieces a relacionarte y a conversar habitualmente comenzarán a llegarte informaciones (en general contradictorias) de viejas rencillas, de enfrentamientos personales entre miembros de un mismo departamento, de disputas entre departamentos y, por supuesto, de discrepancias con la dirección y la jefatura de estudios. No te posiciones en una guerra que no es la tuya para así poder compartir la crítica estéril del café mañanero con compañeros a los que acabas de conocer. Ni siquiera aunque te caigan bien. Date tiempo, interacciona con todos, también con los "jefes" o con "los otros", construye tu propia opinión, sé educado pero no actúes como un borrego,  no te posiciones sin toda la información y solo por una inicial simpatía personal en batallas que, analizadas con detalle, suelen ser muchas veces absurdas y, en general, solo sirven  para alimentar egos sobredimensionados.

5. Este punto es importante. A ver cómo te lo explico. Yo, desde luego, lo veo así y es clave en mi trabajo diario: no solo eres profesor de los alumnos de los grupos a los que das clases. Eres profesor de tu instituto y, por tanto, eres profesor de todos los alumnos de ese centro. Y lo eres desde que entras por la puerta del IES hasta que coges tu medio de transporte para volver a tu casa. Aprovecha cada minuto en el centro y cada interacción personal con el alumnado para hacer entender a los adolescentes de tu instituto (les des clases o no) que eres alguien a quien no solo tienen que respetar sino al que pueden recurrir en cualquier momento para solucionar cualquier problema. Si cada vez que haces una guardia, cada vez que te relacionas con alumnos a los que no das clases, cada vez que caminas por un pasillo repleto de adolescentes (desconocidos o no) siempre te muestras distante y arisco (que suele ser una forma de protección de los que no se sienten seguros), terminarán viéndote como el enemigo o, simplemente, te convertirás en alguien intrascendente e invisible para ellos. Con el tiempo llegará el día que tengas que intervenir en cualquier conflicto o solucionar algún problema y te darás cuenta de que los chavales apenas son capaces de escucharte cuando les hablas (salvo que el miedo les obligue).

6. La prioridad fundamental de un profesor es conseguir que sus alumnos aprendan algo cada día gracias a su labor. Nunca olvides que ese debería ser el objetivo fundamental de la enseñanza reglada. Podrás elegir entre diferentes estrategias pedagógicas para conseguirlo pero no te equivoques, no conviertas la felicidad de los alumnos (o el cariño que te muestren) en una medida del éxito de tu trabajo. No seas presuntuoso, eres una gota de agua en el mar de su aprendizaje, no pretendas ser trascendente, no confundas sus expresiones de aprecio con un refrendo a la calidad de tu labor (no siempre son los mejores jueces en el momento pero con el tiempo sí sabrán juzgarte). Nunca cedas a la tentación de ser su "profesor Keating" y ten absolutamente claro aquellos contenidos del currículo oficial que no pueden dejar de dominar el curso siguiente. Empatiza con ellos, entiende la dificultad que supone estudiar y esforzarse a esas edades para muchos de ellos, pero no dejes de exigirles. Necesitan de tu exigencia y de tu afecto para crecer. No los abandones cuando fallen, no los menosprecies, deja siempre una puerta abierta a los que se han convertido en objetores educativos, a esos que parecen desafiarte desde el primer día, trátalos en todo momento como un alumno más, hasta el final necesitan saber que existen mecanismos para reengancharse a un sistema educativo en el que ya han naufragado.

7. Tu actitud al entrar en el aula va a determinar completamente el desarrollo de tu clase. Y no te puedes imaginar cuánto. Si tu pretensión es que la clase que vas a empezar a dar sea importante para tus alumnos y que lo que les vas a enseñar se convierta en un aprendizaje significativo para ellos solo tienes una opción: entra en el aula arrasando. Te lo repito, por si acaso no lo has entendido: a-r-r-a-s-a-n-d-o. Exigiendo, sonriendo (sonríe siempre que puedas), interpelando a alumnos particulares, obligándoles a que se sienten con rapidez y que saquen sus materiales para poder empezar a trabajar. Imponiendo (con tu autoridad, sí) un silencio inicial para poder empezar la clase. Cuando ya estén sentados, cuando hayas conseguido su atención, nunca pretendas empezar a explicar nada sin interesarte por ellos. No estás grabando un video de Youtube, tus alumnos son personas con las que te tienes que relacionar, son chavales que te tienen que importar, pregúntales cómo están, interésate por su momento vital, por sus agobios académicos, por sus frustraciones e ilusiones. Van a percibir, sin duda alguna, si tu interés es real o no. No les tengas miedo. Ironiza con ellos pero no los trates como niños, ya no los son, trátalos como protoadultos, es lo que quieren y lo que se merecen. Nunca entres en un aula a dar clases y que durante unos pocos (pero interminables) minutos tu presencia en el aula resulte insignificante, intrascendente e irrelevante. Es la primera piedra en el camino de tu fracaso como docente. El show debe comenzar cuando tú llegas y no olvides que ellos, en el fondo, están deseando conectar contigo. Necesitan que domines el espacio y los tiempos del aula.

8. No te encierres en tu departamento y socializa con tus compañeros, la docencia no es una labor individual. La utilidad de tu labor y las consecuencias de ella siempre dependerá de otros. Vuelvo a centrar mi consejo en aquellos profesores primerizos de la enseñanza pública. Es increíble la heterogeneidad de los claustros y la enorme riqueza experiencial, ideológica e intelectual a la que permite acceder la horizontalidad de nuestro trabajo, el valor que tiene que todos los profesores, ya sean novatos o veteranos, ya tengan plaza fija o sean interinos, ya sean excelentes o inútiles, tengan las mismas responsabilidades y obligaciones, que nadie pueda construir una jerarquización en nuestras relaciones personales. No permitas que la diferencia de edad y los prejuicios (generacionales o ideológicos) te impidan disfrutar de la sapiencia y de la experiencia de compañeros a los que merece la pena escuchar. Aprende de todos pero sin sentirte obligado a reverenciar a nadie. No existe un solo docente que no haya fracasado en alguna ocasión. En muchas ocasiones, serán esas relaciones personales-laborales que hayas sido capaz de establecer las que determinen la posibilidad de resolución de conflictos con alumnos. 

9. Lo sabemos. Vienes a cambiar la Educación. Ahora que eres docente necesitas impugnar con la mayor premura posible la labor de todos aquellos "inútiles" que te dieron clases cuando eras adolescente. Tú lo vas a hacer todo mejor y de manera diferente. Aún  no eres consciente de la enorme distancia que existe entre ser un profesor de masas (realidad) y ser un profesor de salón (ensoñación). En todo caso, date tiempo. Antes de pretender innovar y cambiarlo todo estudia, escucha, lee y analiza qué pretendes conseguir con eso que tú consideras un necesario cambio de paradigma educativo. Utiliza con inteligencia y humildad el método de ensayo-error para no perjudicar a tus alumnos con tus quimeras. Y evalúa a posteriori los resultados de tu labor, investiga qué pasó con esos alumnos a los que diste clases al año siguiente, cuando otro profesor les dio clases de tu asignatura. Porque sí, tú venías a cambiar la Educación, pero procura que en una década no haya sido la rutina laboral la que haya pasado por encima de ti y te haya convertido en ese amargado con ínfulas que termina culpando a los alumnos y al sistema de que no se aprecie como corresponde tu capacidad de "innovación pedagógica". 

10. Un tema importante. No te lo tomes a  mal. A ver cómo te lo digo: no te pagan por dar clases en el vacío. No eres un youtuber. Te pagan por dar clases a alumnos que están en el aula contigo. Tienes que interaccionar con ellos. Resulta tan desconcertante como desolador que haya profesores (y los hay, nadie quiere hablar de ellos pero existen) que por diferentes motivos (incapacidad, desidia...) terminan transmitiendo cada día conocimientos al vacío de un aula repleta de alumnos que no lo escuchan. Hay profesores que pretenden convencernos de que cumplen con su obligación profesional explicando lo que la ley dictamina que tienen que explicar a un grupo de adolescentes que lo humillan diariamente ignorándolo de manera manifiesta. Su sufrimiento (real) no sirve como excusa para su fracaso profesional. Poco importa la vocación (o la falta de ella) que sientas si cuando cierras la puerta de tu aula no consigues que tus alumnos te escuchen, si solo los alumnos mas aplicados (esos que seguramente menos te necesitan) son los que apenas atienden a tus explicaciones mientras los demás desdeñan lo que les intentas transmitir. Nunca continúes una clase sin la atención del grupo. Y eso es algo que deberás conseguir desde el pirmer minuto de la primera clase que tengas con ellos. Las normas de aula deben ser pocas, claras y contundentes pero debes obligarte cada día a hacerlas cumplir aunque el esfuerzo sea gigantesco.

Son 10 consejos pero podrían ser algunos más. También te podría hablar de la necesidad de conocer la legislación que contextualiza la labor docente, de la obligación de explicitar perfectamente la manera de calificar exámenes, pruebas, trabajos y evaluaciones para que los alumnos nunca puedan pensar que tus notas son relativamente arbitrarias, de cómo debes intentar hablar cara a cara, sin dramas ni amenazas, con esos alumnos que inicialmente te desafían en clase para tratar de reengancharlos, de que jamás renuncies a repetir una explicación si un alumno te la pide y el ambiente de clase es el adecuado, de que si eres docente de la pública tienes que aceptar tu responsabilidad como funcionario y conocer críticamente las políticas educativas que afectan a tu labor diaria, de cómo debes compaginar una preocupación real y un afecto sincero hacia tus alumnos con cierto desapego emocional hacia ellos (no puedes ni debes llevarte sus problemas personales ni a tu casa ni a tu vida)... Este trabajo es apasionante pero los detalles que determinan nuestro día a día son infinitos y no tenerlos en cuenta, creer que solo "dando clases" cubres el expediente, suele ser el camino más rápido para la frustración, la desilusión y la decepción docentes.

Pero de todo esto escribiré otro día.

22 febrero 2020

Un año de libros (2019)

Estos fueron los libros que, durante 2019, leí por primera vez . No cuento, como siempre, ni algunas relecturas ni tampoco los 10 o 15 libros que comencé pero por diferentes motivos no llegué a terminar. Al final, la lista se reduce a estos 35. De nuevo, el ensayo se impuso a la novela
  • El funeral de Lolita (2018)Luna Miguel. Novela.
  • Los combatientes (2013)Cristina Morales. Novela.
  • Haneke por Haneke (2018)Michel Cietat y Philippe Rouyer. Entrevista (cine).
  • La farsa de las Startups (2019)Javier López Menacho. Ensayo (sociología).
  • Silencio administrativo (2019)Sara Mesa. Ensayo (sociología).
  • La moda reaccionaria en Educación (2019)Jauma Trilla Bennet. Ensayo (educación).
  • Los orígenes de la posmodernidad (1998)Perry Anderson. Ensayo (filosofía).
  • El director (2019)David Jiménez. Ensayo (periodismo).
  • Happycracia (2019)Edgar Cavanas y Eva Illouz. Ensayo (sociología).
  • El aliado (2019)Iván Repila. Novela.
  • Narrativas precarias (2019)Christian Claesson (coord.). Ensayo (literatura).
  • Suicidio (2010)Edouard Levé. Novela.
  • El derecho a la pereza (1848)Paul Lafargue. Ensayo (política y sociología).
  • Por un populismo de izquierdas (2018)Chantal Mouffe. Ensayo (política).
  • El miedo, historia y usos políticos de una emoción (2019)Patrick Boucheron y Corey Robin. Ensayo (sociología).
  • Ofendiditos (2019)Lucía Lijtmaer. Ensayo (sociología).
  • Serotonina (2019)Michel Houellebecq. Novela.
  • Airbnb, la ciudad uberizada (2019)Ian Brossat. Ensayo (sociología).
  • Cabezas cortadas (2018)Pablo gutiérrez. Novela.
  • Hoy es un buen día para morir (2016)Colo. Novela gráfica.
  • Liquidación (2014)Iván Reguera. Novela.
  • Tres décadas de estilo visual en el cine: evolución de la fotografía cinematográfica (1980-2010) (2018)Laura Cortés Selva. Ensayo (cine).
  • Capitalismo big tech (2018)Evgeny Morozov. Ensayo (sociología).
  • No society: el fin de la clase media occidental (2018)Christophe Guilluy. Ensayo (política).
  • Mabuse, el eterno retorno (2019)Noemi Guillermo. Ensayo (cine).
  • Cine y vanguardias artísticas: conflictos, encuentros y fronteras (2004)Vicente Sánchez-Biosca. Ensayo (cine).
  • Los surcos del azar (2013)Paco Roca. Novela gráfica.
  • Ecofascimo, lecciones sobre la experiencia alemana (2019)Janet Bichl y Peter Staudenmaler. Ensayo (política).
  • El calentamiento global (2019)Daniel Ruiz García. Novela.
  • Aquí mando yo. Una historia íntima de Podemos (2019)Luca Constantini. Ensayo (política)
  • La dictadura del coaching (2019)Vanesa Pérez gordillo. Ensayo (sociología).
  • Null island (2019)Javier Moreno. Novela.
  • La inutilidad de Pisa para las escuelas (2015)Julio Carabaña. Ensayo (educación).
  • Educación tóxica (2019)Jon E. Illescas. Ensayo (sociología)
  • Tierra de mujeres (2019)María Sánchez. Novela.

15 febrero 2020

Un año de cine (2019). Segunda parte

Aquí comparto la segunda tanda de películas que vi por primera vez durante 2019. Aclaro, mediante la palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas cronológicamente según las fui viendo.
  • Cómo entrenar a tu dragón 3 (2019)Dean DeBlois. Digno cierre de una trilogía que comenzó de manera brillante con aquella primera y fresca película en la que sonó por primera vez la estupenda música que John Powell ha compuesto para esta trilogía. Se hace demasiado evidente que el chicle ya no se podía estirar más y la inevitable maduración de unos personajes que ya están dejando atrás su gozosa infancia y deben aceptar sus nuevas responsabilides adultas está llena de clichés.
  • Casi imposible (2019)Jonathan Levine. Comedia romántica, con cierto espíritu gamberro y una estimulante subversión de los roles de género, que termina difuminándose por el absurdo abuso de excesivas convenciones. Tras un arranque prometedor se atasca sin solución. Se ve con simpatía pero no deja mayor huella que disfrutar en pantalla de una espléndida Charlize Theron.
  • Alita (2019)Robert Rodríguez. Decepcionante. Nunca llegué a entrar en esta adaptación del famoso manga de ciencia ficción de la que se hablaba desde hacía años por el hecho de tener detrás de la producción a James Cameron. Termina siendo un mero espectáculo pirotécnico de efectos especiales sin alma y sin ningún sentido del ritmo narrativo. A poco de comenzar deja de interesarme ese universo en el que se desarrolla una película a la que tampoco le hace ningún bien un montaje en el que se notan demasiado las tijeras. Una pena.
  • Réplicas (2018)Jeffrey Nachmanoff. Resulta increíble la capacidad que tiene cierto cine americano (que me disculpe Pedro Vallín) para reducir dilemas éticos sociales a pueriles conflictos personales y familiares. El manido pretexto de la necesidad de proteger a la familia (casi siempre es el hombre el que protege y decide, claro) termina permitiendo a un sufrido Keanu Reeves disfrutar de su nueva-vieja familia (clonada) a cambio de que el capitalismo más depredador e inmoral se haga con el negocio de un sistema de clonación que él ha inventado. El dolor por la pérdida de los seres queridos, la posibilidad de recuperarlos y la obligación de protegerlos como coartada para la vileza. Y sin moraleja política alguna. El final solo sirve para que el espectador se vea impelido a tener que entender y empatizar con un ejemplo perverso de individualismo lacerante. Vomitiva.
  • Shazam! (2019)David F. Sandberg. Yo qué sé. Uno espera de estos subproductos del género de superhéroes, que se ruedan a la sombra de los megaproducciones, una mayor libertad, riesgo y frescura. No fue el caso. Los clichés se acumulan en cada fotograma y solo unas pocas risas ayudan a digerir este auténtico bocadillo de ladrillo. Una pérdida de tiempo.
  • Singularity (2017)Robert Kouba. Y llegó el premio gordo. Estábamos en verano y estaba claro que la cosa cinematográfica no marchaba bien. Una cosa es bucear en los subproductos de la ciencia ficción en busca de alguna cosilla simpática y otra encontrarse frente a frente con este engendro cósmico. Pura basura infinita y cosmogaláctica. En un futuro cercano un Skynet de Mercadona decide cargarse a la humanidad. 100 años después, solo unos pocos humanos sobreviven. Una chica fuerte y decidida se encuentra con un gilipollas y, a pesar de las señales, se une a él en una aventura sin sentido, sin ritmo, sin dirección y sin vergüenza. Los añadidos de John Cusack (imagino que para su distribución internacional) son el horror, la peor pesadilla de montaje que he presenciado en años. Nada tiene sentido. El hilo narrativo es una madeja en manos de un gato ciego, la puesta en escena es un mal chiste, los actores deambulan por la pantalla y no se atisba rasgo alguno de inteligencia en esta producción. La chica, tras un pequeña reyerta, transita de liderar la pareja y defender al inútil, a correr detrás de él y esperar a que el pavo tome todo tipo de decisiones sin sentido. Y para terminar ese final, abriendo la puerta... ¿a qué? ¿A una trilogía? ¿A una saga? ¿Pero estamos locos? ¡Dejad de hacer daño! Qué cosa más mala, la verdad, pero las risas viéndola no me las quita nadie.
  • Money monster (2016)    Jodie Foster. A su manera, Hollywood nos ha dado un buen puñado de películas que nos hablan sobre la falta de límites del turbocapitalismo actual y como termina afectando a las vidas de ciudadanos anónimos que caen en sus redes. En esta producción, dirigida con buen pulso por Jodie Foster, un hombre secuestra en directo y amenaza con matar a un famoso gurú económico que lanza sus consejos y consignas liberales desde un plató de televisión. El planteamiento resulta de interés aunque, lamentablemente, la película termina decantándose por un convencional drama emocional sin apenas espacio final a la reflexión política.
  • El vengador sin piedad (1958)Henry King. Western menor que destila un machismo descorazonador pero que se salva por una puesta en escena vibrante y, a ratos, pesadillesca. Está estupendamente dirigida Henry King, uno de los grandes artesanos del viejo Hollywood. Curiosa.
  • Un día más con vida (2018)Raúl de la Fuente y Damian Nenow. Maravillosa. Absolutamente maravillosa. Basada en los escritos del periodista Kapuściński, narra sus días como corresponsal de guerra en la Angola que está a punto de dejar de ser portuguesa. La animación rotoscópica otorga a la película un aire de irrealidad visual que resulta de gran utilidad a una historia que termina encogiendo el corazón. Su intensidad es brutal y su visión es imprescindible. Gran película.
  • Pickpocket (1959)Robert Bresson. Tan austera formalmente como profunda narrativamente, estamos ante una obra de cine mayor: angustiosa, moralmente ambigua, desesperada y existencialista. Una excelente película que, mediante un montaje de imagen y sonido magistrales, nos cuenta el camino hacia el abismo, desde sus excitantes y temerosos primeros días hasta su inesperadamente ambiguo final, de un carterista que termina convirtiendo en arte su labor delictiva. Peliculón.
  • Cristal oscuro (1982)Jim Henson y Frank Oz. Años oyendo hablar de este mito del cine de animación de los 80. La que se supone que es la obra cumbre de dos genios como Henson y Oz. Y nada. A pesar de disfrutar y admirar la técnica, la puesta en escena, la imaginería visual y la música, la historia me dejó absolutamente frío y jamás conseguí conectar emocionalmente con una película que, tristemente, me aburrió y me decepcionó.
  • El niño que pudo ser rey (2019)Joe Cornish. Intento de revisión en clave de comedia gamberra del mito artúrico. Termina naufragando por agotamiento de ideas después de media hora por la reiteración de las propuestas y por un cansino acto final. Un pasatiempo para niños.
  • La virgen de agosto (2019)Jonás Trueba. La búsqueda continua de su lugar en el mundo de una treintañera madrileña que no encuentra nada con lo que realmente dotar de sentido a su vida. Como suele sucederme con Jonás Trueba, su cine me obliga a suspender durante hora y media mi juicio moral sobre sus personajes para empatizar con ellos por su humanidad y naturalidad. Trueba lo vuelve a hacer, insufla vida y reviste de verdad a unos personajes que deambulan por un Madrid veraniego sin terminar ni de encontrarse, ni de olvidarse ni de reiventarse. Cine en estado puro cuyo único defecto es esa artificiosa suspensión del tiempo narrativo que permite eludir los temas de calado social que también afectan a nuestras vidas. Se prioriza la exposición de un yo vulnerable y dubitativo que, desde su debilidad, termina convertido en un yo totalitario y omnímodo, capaz de absorber por completo nuestra atención y nuestra energía.
  • Érase una vez... en Hollywood (2019)Quentin Tarantino (cine). Gozada absoluta. El mejor Tarantino en años me hizo disfrutar enormemente con cada una de las set pieces con las que construye su película. Las mejores de ellas, para mí, la que protagoniza Brad Pitt en la granja de la secta, el falso metraje y el rodaje del western de serie B que rueda Leonardo Di Caprio, y ese final desbocado y delirante en el que un Pitt drogado se enfrenta con una lata a los tarados de Manson. Tarantino reincide en su idea del cine como artilugio mágico con el que reconstruir aquellos hechos del pasado que, si hubieran sucedido de manera diferente, habrían hecho al mundo (Malditos bastardos) y a la sociedad  americana (Érase una vez... en Hollywood) distintos, mejores, más inocentes, menos oscuros. En el fondo, Tarantino ya siente que se ha hecho mayor y parece utilizar al cine como herramienta para sobrellevar la nostalgia y el paso del tiempo. Espléndida.
  • Trumbo (2015)Jay Roach. Clásico biopic americano para reivindicar la figura de uno de los mejores guionistas del viejo Hollywood. Como casi todos los biopics de este tipo peca de ensalzar en exceso la figura de Trumbo en su lucha contra los poderes conservadores de la América de los 50, minimizando el papel de otros que fueron igual o más importantes que él en esa batalla. Pero, en todo caso, más allá de las licencias y a su falta de interés por indagar en las oscuridades que se intuyen en sus personajes centrales, la película funciona por su ritmo ágil y la excelente interpretación de Bryan Cranston.
  • Zombieland (2009)Ruben Fleischer. Fresca y muy divertida vuelta de tuerca al apocalipsis zombie. Comedia desvergonzada y sin pretensiones que se entrega por completo al buen hacer de sus cuatro grandes actores protagonistas (que transmiten en todo momento un buen rollo que se traslada al espectador). El cameo de Bill Murray haciendo de sí mismo es impagable.
  • El hombre de las figuras de cera (1924)Paul Leni. Película representativa del cine fantástico alemán de los años 20. Se cuentan tres historias a través de la imaginación de un escritor que es contratado para que construya narraciones que sirvan de contexto a la exposición de las figuras de cera de Haroun al-Raschid, Iván el Terrible y Jack el Destripador en un museo de cera de una feria. Aunque irregular y excesivamente morosa en alguno de sus fragmentos, resulta muy interesante, destacando por encima de todo el último tramo, apenas 10 minutos, en el que se utilizan de manera ingeniosa algunos de los trucos y sobreimpresiones y que tanta fama dieron al expresionismo.
  • La transacción (2017)Kikol Grau. Interesante documental que utiliza de manera inteligente fragmentos de películas y programas de televisión para explorar la historia no contada (e incluso censurada) de la Transición. Critica el discurso oficial que se ha instaurado en nuestro país sobre esa época, data en la fecha de emisión del famoso documental de TVE sobre la Transición (que presentara Victoria Prego) la institucionalización de ese discurso oficial, y su visión resulta estimulante.
  • Arizona (1939)George Marshall. Extraño western, con un joven James Stewart en el papel principal, que se desmarca de los clichés del género, otorga fuerza a la acción política y social no violenta y tiene un final antológico (el real, no el añadido de mierda posterior impuesto por los productores) en el que son las mujeres del pueblo las que terminan por erigirse victoriosas. Una excelente muestra de una época del cine americano en la que a ciertos guionistas de la izquierda de Hollywood se les permitió soñar con contar las historias bajo su prisma ideológico. Pronto llegaría el Macartismo.
  • El último magnate (1976)Elia Kazan. Fallido acercamiento al viejo Hollywood desde el Hollywood desencantado y cínico de los años 70. Ni la historia de la labor del productor con las películas, ni su aburrida e insustancial historia de amor, ni los apuntes acerca de la corrupción sindical en el mundo del cine terminan por interesar a nadie. Tan aburrida como pretenciosa.
  • Los jóvenes salvajes (1961) John Frankenheimer. Los primeros 5 minutos de esta película siguen siendo hoy día una barbaridad, cine que impacta. Sin que suene una palabra, mediante un deslumbrante montaje de imágenes y sonidos tan creativo como desquiciado, se contextualiza el enfrentamiento social entre bandas de chavales de los guetos de Nueva York y se muestra el contexto social y físico depauperado en el que estos jóvenes violentos desarrollan sus vidas. Espectacular. La recomiendo vivamente.
  • Z (1968)Costa Gavras. La película con la que comenzó la leyenda internacional de Costa Gavras como cineasta comprometido, azote de dictaduras fascistas y del capitalismo corrupto. Está a la altura de su fama, transmite tensión y urgencia sociopolítica pero su visión, tantos años después de su estreno, también inocula al espectador una enorme melancolía y cierta desesperación política. Grande.
  • La herencia del viento (1960)Stanley Kramer. Una muestra de lo mejor del cine clásico americano. El juicio real que se celebró contra un profesor en 1925, en el estado de Tennesse, que fue detenido por explicar a sus alumnos la teoría de la evolución de Darwin, se convierte en el vehículo perfecto para defender una visión liberal y moderna del mundo, en el que la ciencia se discute pero no se prohíbe, frente al pensamiento trasnochado, rancio y reaccionario de los que pretenden seguir imponiendo su fe (y su poder) a los demás. Película honesta y necesaria.
  • Una cuestión de género (2018)Mimí Leder. Estupendo y muy instructivo biopic sobre la apasionante lucha por la igualdad legal de sexos de la que fuera jueza del Tribunal Supremo de EEUU, Ruth Bader Ginsburg. La directora, de manera inteligente, entiende que debe poner su trabajo al servicio de un guion que prioriza la descripción de los hechos y no pretende construir una dramatización impostada. Por esa razón acierta con la elección de una puesta en escena sencilla, clara y didáctica, mediante la que exige al espectador no limitarse a emocionarse con la historia personal de Bader, sino que debe reflexionar sobre la injusticia y la vergüenza que supuso la discriminación naturalizada (y legalizada) de la mujer durante siglos.
  • 7 días de mayo (1964)John Frankenheimer. Con esa fotografía en blanco y negro dura, plana, nerviosa y tensa que fue la firma de este excelente director durante la década de los 60, se nos cuentan los preparativos de un golpe de estado en los EEUU dirigido por un jefe militar de reputación intachable (interpretado, con la profesionalidad que le caracterizaba, por Burt Lancaster). Espléndida.
  • La edad de oro (1930)Luis Buñuel. Con la imprescindible guía del capítulo que le dedica Vicente Sánchez-Biosca en ese maravilloso libro de cine titulado Cine y vanguardias artísticas, me atreví con esta obra legendaria de Buñuel. Su lectura se convirtió en la caja de herramientas imprescindible para que la visión de esta película pudiese trascender la mera visión cinéfila militante. Así, con la tutela intelectual de Sánchez-Biosca, disfruté de una película apabullante y libérrima, que sorprende en cada fotograma.
  • El nadador (1963)Frank Perry. Basada en el relato de Cheever (que no he leído), lo que empieza siendo la ocurrencia imbécil de un pijo despreocupado (volver a su casa tras nadar por todas las piscinas de todos los vecinos de clase media alta con los que convive en su residencial-burbuja), termina convirtiéndose en una radiografía cruel y lúcida de un extracto social parasitario y decadente. De la mano de un fantástico Burt Lancaster nadamos y nadamos, cada vez con menos fuerza, sin ganas, intentando vampirizar la energía de los otros, esos que están casi tan jodidos como nosotros, casi dejándonos morir, como él, un guiñapo humano cuya máscara social en descomposición ya no puede ocultar por más tiempo su superficialidad y sus miedos.
  • Sicario 2 (2018)Stefano Sollima. Correcta continuación sin la fuerza que la dirección que Villenauve impregnara a la primera y sin la brillantez visual con la que dotara a aquella ese mago de la fotografía que es Roger Deakins. Sin estos dos genios, la película se convierte en una mera narración de frontera y narcotráfico. Se empieza a ver con interés pero los meandros en los que enfanga el guion hace que vaya perdiendo interés a medida que pasan los minutos.
  • Spider.man: far frome home (2019)Jon Watts. Secuela precipitada que no encaja con el momento emocional en el que la saga marveliana se encontraba tras la muerte de Tony Stark. De lo peor que vi este año.
  • Ad-Astra (2019)James Gray (cine). Tan brillante formalmente como fría y equivocada en su concepción. No termina de cuajar en la gran y profunda película que pretende desesperadamente ser. Un hierático Brad Pitt trata de encontrar a su padre, al que creía fallecido hacía décadas, en este solitario viaje espacial al que asistimos en permanente estado de somnolencia mientras escuchamos los monólogos pretenciosos de su voz en off, con los que se intentan explorar las difíciles relaciones padre-hijo. Los momentos de pretendida tensión (el momento mono) provocan vergüenza ajena, parecen añadidos de otra producción. De todas maneras, se agradece el intento de ofrecer algo distinto.
  • La última lección (2018)Sebastiasn Mernier. Película realmente inquietante. Un profesor interino llega a una escuela francesa para sustituir a un profesor que se ha suicidado tirándose por la ventana mientras sus alumnos realizaban un examen. El nuevo profesor se convierte en tutor de un grupo de alumnos tan brillantes como inadaptados socialmente. Forman un grupo homogéneo, con indicios de formar una especie de secta, que se enfrentan una y otra  vez a la autoridad de su cada vez más desconcertado y desquiciado nuevo profesor. A medida que la película avanza resulta más perturbador el comportamiento de unos chicos que parecen creer en la cercanía del fin del mundo. Su extraño final es digno cierre de una apuesta arriesgada que me dejó un un buen regusto.
  • La sal de la tierra (1954)Herbert J. Biberman. Magnífica. Emocionante. Inolvidable. Película semidocumental sobre una huelga minera en el Nuevo México de los años 50. Es de lejos, junto a Las uvas de la ira (John Ford, 1939), lo mejor y más honesto que he visto nunca en el cine sobre la lucha por los derechos laborales. Resulta también impresionante (y casi sin fisuras, incluso visto hoy) el relato inicialmente secundario y finalmente definitivo (y definitorio) de empoderamiento femenino que plantea la trama. Transmite tanto dolor como verdad. Antídoto perfecto contra el cinismo. Imprescindible.
  • Terminator: Dark Fate (2019)Tim Miller (cine). No salí descontento cuando la vi en la sala de cine. Me gustó el regreso al espíritu de Terminator 2, volver a encontrarme con Sarah Connor e incluso el humor (en el límite de la vergüenza ajena) con el que se enfrentaba Arnold Schwarzenegger a la enésima revisión de su icónico papel. Pero, a medida que ha pasado el tiempo desde su estreno, ha perdido fuerza en mi memoria. Creo que puse más yo como espectador, con mis ganas y con mi nostalgia de regresar al universo de Terminator de la mano de Cameron, que lo que realmente me ofreció la película. En todo caso, me parece una secuela digna Al mismo tiempo nos recuerda lo difícil que es volver a emocionarte con historias que estiran aquello que en el pasado te emocionó.
  • El tren (1964)John Frankenheimer. Espectacular. Adoro el estilo visual, la complejidad de las tramas y la fuerza de las imágenes del cine de Frankenheimer. Especialmente lo que rodó en los años 60. Dura, fría, tensa y radical historia, enmarcada en la Segunda Guerra Mundial, en la que la resistencia francesa no duda en matar a sangre fría a nazis y a sus colaboradores para evitar que se lleven importantes pinturas francesas a Alemania. Burt Lancaster está soberbio.
  • Parásitos (2019)Bong Joon-hoo (cine), Brillante alegoría sobre la desigualdad social. La película, que comienza con un cierto tono despreocupado de comedia, nos cuenta como una familia de pillos se va introduciendo en el servicio de una mansión familiar de unos pijos buenistas, que tratan de aparentar que no desprecian a esos pobres con los que, lamentablemente, deben convivir. Lentamente, de manera orgánica, la película se va oscureciendo hasta desembocar en una pesadillesca y cruenta metáfora final sobre la lucha de clases. Cine inteligente que utiliza la ficción para reflexionar sobre la imposibilidad de asimilación social de la enorme distancia que existe en las sociedades modernas entre las vidas disparatadas, ociosas y decadentes de lo más ricos y la miseria de los mas pobres (cuando además, estos viven expuestos al bombardeo continuo de imágenes que les recuerdan lo que no tienen y jamás podrán alcanzar). La secuencia de la fiesta en la casa y la de la carrera posterior bajo la lluvia, cuando la familia de pobres corre desesperada hasta su verdadero hogar, son brutales. Obra maestra.
  • Booksmart (2019)Olivia Wilde. Fantástica película cuyo único problema es que termine pasando desapercibida cuando es una pequeña joya. Destila una enorme humanidad y mucha verdad este retrato de una de esas amistades, tan intensas y excluyentes, que se construyen en la adolescencia. Unas amistades que, aun siendo útiles para empezar a configurar el yo social y defenderse de los otros, también pueden terminar convirtiéndose en una jaula emocional de la que finalmente hay que escapar para poder seguir creciendo. Estupenda.
  • Light of my Life (2019)Casey Affleck. Distopía minimalista. En un futuro posapocalíptico, tras un una extraña enfermedad que prácticamente ha dejado sin mujeres el planeta, un padre recorre el país junto a su hija preadolescente tratando de encontrar un lugar donde vivir en el que pueda protegerla y procurar que crezca en paz. Una reflexión interesante sobre la imposibilidad de construir burbujas familiares de protección para los hijos y sobre la necesidad de estos de aprender a enfrentarse al mundo con las herramientas intelectuales y emocionales suficientes para ello. Emotiva. Bonita.
  • Krull (1983)Peter Yates. Fantasía kitsch, un simpático pastiche que intentaba sumarse a la ola del cine de evasión infantil de la época y que consiguió mantenerme atento a su historia con una sonrisa en la boca. El diseño de producción y los efectos especiales son, en muchos momentos, realmente imaginativos (aunque en otras ocasiones el nivel de chapuza técnica es alto), y la trama de malos muy malos y buenos muy buenos se sostiene, como suele pasar en estos casos, gracias a unos personajes secundarios que aportan el alivio cómico que la película necesita. Además, la música que firma mi añorado James Horner es una maravilla. Qué puedo decir, me pilló en un buen día y me lo pasé muy bien con ella.
  • El irlandés (2019)Martin Scorsese. Brillante cierre a una forma de entender el cine de gansters del director que mejor supo mostrarlos en pantalla. Testamento fílmico de un Scorsese que vuelve a retratar a la mafia italo-americana para explicar el ascenso y la muerte de Hoffa. La película es un notable ejercicio de estilo melancólico y autorreflexivo que demuestra la sabiduría cinematográfica de uno de los mejores directores norteamericanos de todos los tiempos.
  • Historia de un matrimonio (2019)Noah Baumbauch. Es una gran película. Aunque parece sostenerse tan solo por las soberbias interpretaciones de Scarlett Johansson y Adam Driver, la mano de un director tan talentoso para el detalle y para el análisis de las relaciones humanas como es Baumbauch es más que evidente, y es lo que eleva a la película a algo más allá del clásico melodrama. La secuencia del enfrentamiento en la casa que alquila el personaje que interpreta Driver deja al espectador sin respiración. Seguramente es la secuencia del año. Pero no puedo dejar de ponerle la objeción habitual: estamos ante un cine de pijos, que trata sobre el drama de dos pijos con la vida resuelta, mucho ego y una enorme necesidad narcisista de ser admirados y deseados. Y el enfrentamiento entre ellos se nos muestra con enorme delicadeza y compasión. Con esa "clase y dignidad" con la que los pijos siempre pretenden mostrarse al mundo. La otra cara de la moneda de esta película sería aquella comedia negrísima dirigida por Danny de Vito en 1989 (La guerra de los Rose) que, en clave de humor exagerado, mostraba la fiereza, la brutalidad y la enorme crueldad que pueden aparecer en una separación matrimonial. Incluso entre dos pijos.
  • Chicago Boys (2015)Carola Fuentes y Rafael Valdeavellano. Excelente documental que narra como se conformó el grupo de economistas chilenos que, bajo el paraguas de la universidad de Chicago (en la que se formaron de jóvenes y en la que crearon importantes lazos de amistad), influyó decisivamente en las decisiones económicas del régimen dictatorial de Pinochet. Estremece la naturalidad y la prepotencia con la que esta gentuza presume de lo que hicieron, eluden la responsabilidad por lo que sucedió y, a poco que se les deja hablar, terminan declarándose orgullosos de todo lo que pasó. Esclarecedor y doloroso.
  • El buen maestro (2017)Oliver Ayache-Vidal. Un profesor de un instituto público pijo de París termina viéndose abocado a dar clases durante un año en un centro público de los suburbios de la ciudad. Película que se enmarca en esa tradición del cine francés que trata de analizar el contexto social y económico en el que se desarrolla la labor de la Escuela, sin perder de vista las relaciones personales entre alumnos y profesores. No llega a la altura de La clase (Laurent Cantet, 2008) y opta más por lo puerilmente emocional que por la crítica social. Pero en todo caso, resulta digna.
  • El último boy scout (1991)Tony Scott. Me parece increíble no haberla visto nunca. Uno de los mejores ejemplos del cine de acción que tanto éxito tuviera durante los 80 y primeros 90. Buddy movie de manual en la que se nota la mano en el guion de ese genio de los diálogos que es Shane Black. Hipermasculinizada, divertida, provocadora e inverosímil, supone un divertimento culpable muy de otra época.
  • The Rise of Skywalker (2019)J.J. Abrams (cine). Y llegó un nuevo final. Como en 1983 (que para mí fue a finales de los 80). Como en 2005. Como en 2019. Tristemente, un nuevo final de Star Wars llegaba a mi vida. Con todos sus errores de guion, a pesar de su ritmo narrativo excesivamente acelerado y más allá de la sobreinformación discursiva, disfruté como un niño del final de la saga de los Skywalker. Porque si hay algo en lo que J.J. Abrams siempre ha demostrado una gran pericia es en dotar de humanidad y frescura a las relaciones emocionales entre sus personajes. Y ese el alma de Star Wars: sus personajes. Disfruto de la camaradería de Poe y Finn, sonrío con melancolía cuando vuelvo a ver a Lando, la nostalgia me invade cuando soy testigo de las últimas conversaciones entre C-3PO y R2-D2, sufro junto a Chewbacca la muerte de Leia, empatizo con las dudas de Rey y aparece una lágrima en mi mejilla cuando Kylo convoca al recuerdo de su padre, Han Solo para poder pedirle perdón, para decirle que se equivocó y, justo antes de que le vaya a decir que lo quiere, Han sonríe a su hijo con ese gesto suyo tan característico, le interrumpe, y le dice: "I know". Pelos como escarpias. El viaje ha sido largo, acaban de cumplirse 30 años desde que Star Wars entrara en mi vida y sigo sintiéndome un privilegiado por poder emocionarme con esta simple pero maravillosa leyenda. Que el viaje no acabe nunca.