17 marzo 2023

Ha muerto un profesor. He perdido a un amigo

Siempre lo llamé Fernando pero su nombre de guerra, por el que era por todos conocido, era Yul

El pasado sábado, mientras desayunaba, mientras intentaba organizar el final de las evaluaciones, me llegó un escueto mensaje de un amigo común informándome de que Fernando había muerto. Así, de golpe y porrazo, sin que nada ni nadie me preparara para ello, perdí a un amigo, a uno de los más importantes que he tenido en Madrid gracias a mi trabajo como profesor.

Fernando y yo nos conocimos en septiembre de 2009, cuando a ambos nos destinaron como interinos a la sección de un instituto en Colmenar de Oreja. Yo repetía porque había estado a gusto el curso anterior en el centro a pesar de lo lejos que me quedaba de casa y Fernando llegaba allí por primera vez. Inmediatamente congeniamos. Era como si nos conociésemos de toda la vida. Tampoco era muy difícil sentir eso con él. Puede sonar a cliché pero es la verdad: Fernando caía bien a todo el mundo. Jamás escuché a nadie hablar mal de él. Fernando era pura vida. Durante cada minuto de cada día transmitía un ansia irrefrenable por gozar con todo lo que hacía, ya fuera dar clases, disfrutar de los comics, del amor de las mujeres a las que tanto quiso o tocar esa bendita batería que tantas horas de pasión y alegría le brindó con cada uno de los grupos en los que estuvo. Fernando irradiaba felicidad, entusiasmo y frenesí vital. Fernando era un torrente de vida que nadie podía controlar, ni siquiera él mismo. 

Fernando no tenía doblez, era un tipo sencillo que no soportaba la hipocresía, alguien que sin darse cuenta, sin hacer ningún esfuerzo, conseguía que todos los que estábamos cerca de él lo quisiésemos mucho de diferentes maneras. Y a él le sobraba corazón para devolvernos a cada uno de nosotros ese cariño.

A pesar de no tener ningún problema para socializar siempre me ha costado mantener a mis amistades en el tiempo cuando desaparecen de mi día a día pero eso, afortunadamente, no pasó con Fernando hasta muchos años después. Tras ese curso compartido en Colmenar de Oreja, seguimos viéndonos habitualmente y terminamos convirtiendo nuestros encuentros en una maravillosa rutina, temporalmente espaciada, a la que ambos acudíamos gustosos cuando uno emplazaba al otro tras varios meses sin vernos: "oye, toca ya verse". No hacía falta más. Ese mensaje significaba solo una cosa: el viernes siguiente quedábamos a las 4 o 5 de la tarde y, tras el café protocolario, yo me bebía todos los Jamesons que mi cuerpo aguantaba mientras él se dedicaba a sus gintonics y hablábamos, y nos reíamos, y seguíamos hablando sin parar durante horas y horas: de cine, de educación, de política, de nuestras familias. Y nos reímos tanto. Por algún motivo siempre hice reír a Fernando con mi forma de ser y de mirar al mundo mientras que él siempre me pareció una de esas personas especiales que la vida te pone por delante como ejemplo de cómo se puede llegar a gozar una amistad. 

A medida que nos hacíamos mayores, mientras cada uno por su lado mantenía otras relaciones de amistad fundamentales, ambos sabíamos que teníamos un pequeño tesoro que solo compartíamos los dos, un espacio de amistad pura en el que cada uno deseaba de todo corazón que al otro le fuera lo mejor posible mientras hacíamos evolucionar nuestra amistad para también saber escucharnos cuando los momentos malos llegaron a nuestras vidas: la muerte de mi hermana Mari, algunos de sus fracasos de pareja, la situación dantesca que provocó mi hermano en mi familia, la muerte de su padre...

La pandemia nos descolocó. Como a tantos. Sobre todo a mí. Si ya me costaba antes quedar con los amigos, el no querer entrar en los interiores de los bares una vez superado el confinamiento me supuso empezar a posponer una y otra vez los encuentros con Fernando. Nunca se quejó. Nunca me reprochó nada. Normal. Al fin al cabo qué más daba, nos quedaba todo el tiempo del mundo. La última vez que lo vi fue antes del verano pasado. Quería presentarme a su hija, nacida en pleno confinamiento y a la que todavía no conocía. Esa tarde, esa última tarde que lo vi, no hubo alcohol, no hubo ningún desfase, solo paseamos durante varias horas por el parque poniéndonos al día de nuestras historias mientras su hija correteaba a nuestro alrededor y yo alucinaba viendo la fascinación que provocaba en su padre, mi amigo. Fernando había encontrado un nuevo amor, su hija, y se notaba que estaba dispuesto a gozar de él con la misma intensidad con la que había gozado de tantas cosas durante los años previos de su vida

En navidades me di cuenta de que hacía meses que no sabíamos nada el uno del otro. No le escribí ni lo llamé, como tantas veces lo pospuse, igual a la espera de que él, como otras veces, fuese el que me diese un toque y me convocase. Casi sin darme cuenta llegó marzo. Y cuando nada tenía que pasar llegó ese maldito sábado y el anuncio de su muerte. De repente, vivía en un mundo en el que ya no estaba Fernando. Así, sin filtros. No tengo muchos recuerdos de lo que hice ese día. Sí sé que lloré muchas veces.

Esta semana conseguí hablar con Marta, su pareja, una persona maravillosa a la que la vida le ha pegado una de esas hostias de las que es difícil recuperarse. Me contó que a finales del verano el #PutoCáncer había aparecido, que Fernando solo se lo había contado a los más cercanos y cómo, en menos de siete meses, había acabado con él. Me transmitió cierta paz e intuí cómo ya estaba intentando reconstruirse para tratar de seguir adelante por su hija, su hija y la de Fernando. Nunca sabrá el bien que me hizo ese ratito de conversación y cómo la necesitaba para empezar a metabolizar la ausencia de mi amigo. Pero algo me chocó. Tal vez por mi propia experiencia personal con la muerte de dos de mis hermanas aborrezco la apropiación indebida del dolor en la muerte de otros, y por eso espero que Marta sea capaz de evitar convertirse en el depósito emocional de las necesidades de todos los que hemos querido tanto a Fernando. Porque no hay ser humano que soporte transitar una y otra vez por la tristeza puntual exacerbada que a todos nos produce su ausencia y que todos los que hablamos con ella pretendemos, de una forma u otra, canalizar a través de ella.

Yo he querido mucho a Fernando. Pero mucho. Fue uno de esos amigos tardíos a los que uno encuentra ya en la vida madura. Siempre recordaré cuando celebramos el final de Aguirre en Madrid en 2015. Y jamás podré volver a usar de manera sarcástica lo de "basura infinita" para referirme a una película sin recordar cómo se reía, cómo se descojonaba con ese término cuando lo leía en mi resumen en el blog de las películas que había visto durante el año y cómo, finalmente, cada año, yo terminaba eligiendo una película a la que catalogar así, como "basura infinita", solo para poder reírme de ella después con él cuando nos veíamos.

El sábado por la noche, tras deambular todo el día como un zombi, escribí esto. Y creo que no hay mejor manera de acabar este post:

Esta va por ti, amigo. Por todas las que nos tomamos juntos, por todas las que ya no podremos volvernos a tomar, por todas las charlas y las risas compartidas. Hoy ha sido un día de mierda. Se te va a echar mucho de menos. Fuiste muy grande.

03 febrero 2023

Desertores de la tiza

Desertores de la tiza
. La potencia semántica del término es brutal, también venenosa. Y desde hace décadas ha cuajado con fuerza en el imaginario docente. Para muchos profesores de Primaria y Secundaria de la enseñanza pública en activo que cada día (cada día) intentan enseñar en aulas masificadas, se enfrentan cada día (cada día) al reto que supone la extraordinaria diversidad de su alumnado y sufren cada día (cada día) la falta de recursos y la consecuencias de políticas educativas segregadoras, estos desertores de la tiza (antiguos compañeros que dejaron la enseñanza diaria para dedicarse a otros menesteres dentro de la administración educativa o del mundo laboral) no son más que traidores a los que despreciar con cinismo mientras se teme lo que sus opiniones y sus decisiones desde las instancias superiores de la Administración, desde la comodidad del "afuera", puedan afectar a su trabajo diario, a la ya de por sí complicada labor diaria de enseñar.
 
Al mismo tiempo, debido al éxito del término asignado a esos exdocentes, su interpretación difiere entre nosotros, los profesores que seguimos dando clases cada día. No todos le damos el mismo significado y algunos, en mi opinión, sobreutilizan el término diluyendo, sin darse cuenta, su fuerza. Por ello, trataré de explicar cuándo, en mi opinión, ese compañero que hasta ayer trabajaba junto a mí cada día dando clases a ciento y pico (o más) alumnos cada semana deja de ser compañero y se convierte en un desertor de la tiza al que más que despreciar es necesario combatir.
 
¿Quiénes son estos desertores de la tiza y por qué son un cáncer para el sistema educativo español? 
 
Empecemos constatando un hecho sin ningún juicio de valor: existe una pléyade de docentes que en cuanto pueden, tras unos años de labor generalmente humilde y en ningún caso extraordinaria en diferentes centros, y tras conseguir su plaza fija como funcionarios, abandonan la docencia diaria en busca de nuevos proyectos laborales. Solo a partir de esta realidad, de esa condición necesaria pero no suficiente, se puede empezar a describir las características que hacen de ese desertor de la tiza alguien tan vilipendiado y despreciado por sus antiguos compañeros.

Para empezar a aclararnos creo que es útil señalar a los que, cumpliendo esa primera condición (abandonar el día a día de las aulas), es ridículo e incluso, en algunos casos, tremendamente injusto, considerarlos como desertores de la tiza:

  • No son desertores de la tiza, en general, esos compañeros que, por diferentes motivos, terminan dando el paso para desempeñar los puestos de dirección y jefatura de estudio. Ya, lo sé, todos los profesores conocemos casos de trepas infames que buscan desesperadamente su puestito directivo para no tener que soportar su cuota de fracaso diario en las aulas, pero es absurdo considerarlos a todos desertores de la tiza cuando en la mayoría de los casos su labor diaria, que afecta directamente al día a día de la vida de los colegios e institutos, supone un esfuerzo, una exposición y una responsabilidad realmente importantes. A veces, los profesores de la pública perdemos de vista la importancia que tiene que sea tu compañero, el que ayer era un docente de aula diaria y mañana puede volver a serlo, el encargado de dirigir y gestionar nuestros centros educativos. De manera que, como siempre digo, a priori, y hasta que me demuestren lo contrario con actitudes nepotistas o autoritarias, mi respeto absoluto por ellos y por su labor.
  • Tampoco considero desertores de la tiza a aquellos antiguos compañeros que, tras años en las aulas, deciden, por diferentes razones, abandonar la docencia para dedicarse a otras profesiones o a cuestiones de índole técnico/administrativo dentro de la Administración. Nunca me atrevería a juzgar de manera crítica decisiones vitales sobre las que no solo no tenemos nunca la información suficiente sino que tampoco tenemos ninguna autoridad moral para hacerlo.

Entonces, ¿quiénes son los famosos desertores de la tiza? Ahora ya, sí, podemos empezar a hablar de ellos.

Una característica que comparten muchos desertores de la tiza es que desde casi el principio, desde que obtienen su plaza de funcionario, empiezan a buscar desesperadamente, sin que les importe mucho cuestiones ideológicas o contradicciones de discurso, cómo incorporarse a los excesivamente numerosos (y opacos) cuadros de la Consejería de Educación de turno, donde la realidad es que se eligen o se vetan a las personas por enchufe o recomendación, por mera afinidad personal o ideológica. Otros, en cambio, optan por la liberación sindical o por lucrativas formas de parasitar a nuestra profesión tras abandonarla, dejándola de lado pero siempre dando lecciones sobre cómo ejercerla, ya sea en los centros de formación docente, como inspector, como candidato al Global Teacher Price, como docente de la educación para adultos o como docente universitario.

Sigamos profundizando en las peculiaridades de los desertores de la tiza centrándonos, por ser lo que mejor conozco, en los docentes de Secundaria. Empecemos por una realidad incontestable: de la noche a la mañana dejan de pisar los institutos. De repente, cada día, cuando suena el despertador y tras unos pocos años de amarga lucha, dejan de enfrentarse durante cada mañana a tres, cuatro o cinco grupos de 30-35 alumnos. De golpe y porrazo desaparece de sus vidas el permanente conflicto latente que supone la relación humana entre docente y adolescentes. Ojo, y por aclarar, nadie que me haya leído o conocido durante estos últimos 15 años que he sido profesor podrá pensar jamás que no disfruto de la docencia. Pero, al contrario de los ensoñadores profesionales, yo sí estoy cada día en las aulas y conozco de primera mano no solo la dificultad que supone la docencia sino también la extraordinaria energía que consume si quieres hacerlo bien. Por eso mismo, puedo entender perfectamente la extraordinaria tentación que supone para muchos compañeros seguir cobrando un sueldo excelente sin tener que dar clases diariamente. Pero claro,  una cosa es entender su debilidad y otra muy diferente es asumir que no se les puede criticar por ello cuando llega el momento de recordarles su trayectoria laboral para contrarrestar sus discursos educativos.

El desertor de la tiza es ese tipo que cuando daba clases, cuando fue tu compañero en el claustro de aquel instituto de pueblo en el que coincidisteis, nunca se hizo notar demasiado. No era mal compañero, tampoco necesariamente un mal profesor, pero jamás le viste como modelo de nada, nunca pensaste en él como una inspiración pedagógica, como un referente moral en relación al trato de los alumnos y su diversidad. como alguien que pudiera enseñarte a enseñar (al fin y al cabo, bastante tenía con metabolizar su propia dosis de fracaso docente diario, ese que se pega a nuestras ropas y no desaparece con los años).

Pero ahora, de repente, ese antiguo compañero, ese exprofesor, aparece en tus cursos de formación, o en tu instituto, o en tus redes sociales, o en los másteres de educación de tus futuros compañeros para explicarte (y contarle al mundo), no solo lo que haces mal cada día (cada día) en tu aula sino cómo hacerlo mucho mejor.

Casi siento pena por ellos. Debe ser terrible descubrir cómo se puede y se debe construir la gran revolución educativa, con nuevas metodologías innovadoras, competenciales e innovadoras, justo, justo cuando ya no se puede demostrar su seguro éxito en las aulas con adolescentes porque ya no trabajas en ellas.... Qué mala suerte, ¿no?

Siempre podrían volver a las aulas, claro. Pero, curiosamente, no vuelven jamás. Es comprensible, la ensoñación educativa necesita de apóstoles que construyan pulcras utopías pedagógicas cuya única fortaleza es que su fracaso en las aulas reales siempre se pueda achacar a otros, los otros, nosotros.

Siempre digo que el desertor de la tiza solidifica como tal a partir de los cinco años fuera de las aulas. Mi hipótesis es que tras esos años sin conexión real con las dificultades que supone la enseñanza diaria, el desertor de la tiza empieza a olvidar esa realidad, empieza a olvidar sus fracasos docentes, empieza a eludir en su memoria las veces que sus propias clases hicieron bostezar a sus alumnos, sus proyectos supuestamente innovadores fracasaron ante su incapacidad de gestionar la desidia y falta de interés de sus alumnos, empieza a ignorar todas las veces que como tutor fue incapaz de reconducir el comportamiento de su grupo o cómo no pudo dar una respuesta digna a las necesidades de todos sus alumnos porque la inclusión y el respeto a la diversidad chocan cada día con ratios y dinámicas de grupos y de aprendizaje que convierten nuestro día a día en un continuo caminar por el borde del abismo del fracaso docente. Con el paso de los años, la memoria selectiva le permite ver y criticar lo mal que lo hacen los que se quedaron en esas aulas mientras empieza a reivindicar sus logros: aquel proyecto que realizó con los alumnos de aquel centro, aquel aplauso que le dieron sus chicos de aquella tutoría tan maja el día que se despidieron en junio, cómo consiguió conectar con aquel alumno desahuciado por todos los profesores pero que tenía un potencial que, gracias a él, comenzó a desarrollar...

Así, sin notarlo apenas, sin que nadie de su entorno pueda hacérselo ver, se diluye, como gotas en la lluvia, la experiencia real docente en la memoria del que fuera un día profesor. Solo a partir de ese momento puede empezar a colaborar de manera plenamente activa en la construcción de la ensoñación pedagógica. Liberado de las cadenas de la realidad, el desertor de la tiza, en su nuevo papel de redentor pedagógico, empieza a dictar sentencias sobre los grandes  problemas de la educación y sus necesarias soluciones pretendiendo, además, que su voz tenga una legitimidad superior porque él sí ha sido profesor en estos niveles educativos. Ya puede defender la necesidad de implementar nuevas tecnologías y nuevas metodologías en las aulas porque ese cambio de enfoque pedagógico no lo va sufrir y no va a tener que dedicar ni una hora de su tiempo libre en formarse en aquello que asegura que es trascendente para la revolución educativa. Ya puede oponerse a la repetición de curso de manera general y con palabras duras (sin pararse a analizar las diferencias de nuestro sistema educativo con el de países como Francia o Alemania) porque nunca más volverá a estar sentado en una junta de evaluación que tenga que decidir sobre qué es mejor para ese alumno concreto al que, por supuesto, él tampoco tendrá que dar clases al curso siguiente. Ya puede defender leyes educativas delirantes cuya "filosofía es la correcta" porque no va tener que escribir nunca más una programación ni va a tener que adaptar su docencia para cumplir con una legislación que, en el aula real, va en contra las posibilidades de aprendizaje real de la mayoría de los alumnos. Ya puede empezar a construir totalitarios discursos engolados sobre la necesidad de la inclusión solo para imponerse en las conversaciones públicas a aquellos docentes que cada día (cada día) se matan por sus alumnos y fracasan, una y otra vez, cada puto día y cada puto curso, porque él nunca va a permitirse volver a fracasar (como ya lo hizo en ese pasado que elude recordar).

Termino con una petición a ese desertor de la tiza, antiguo compañero con ínfulas, sin vergüenza intelectual pero con proyección social: al menos, por pura dignidad, deja de llorar y deja de hacerte la víctima cuando tus grandilocuentes y relamidas opiniones sobre lo que debe significar la educación provocan que una marea de docentes vengan a reprocharte que todo lo que defiendes que se debe hacer es exactamente lo que nunca jamás volverás a hacer (y nunca hiciste realmente) porque lo de dar clases cada día (cada día) se te hace ya un poquito cuesta arriba. No es tu experiencia pasada la que enriquece tus opiniones sino que, precisamente, es tu experiencia pasada, diluida en el tiempo, la que distorsiona todo lo que dices. Se te discute y se te critica porque tus opiniones pretenden construirse desde la experiencia docente cuando los que te leemos y te escuchamos sabemos perfectamente que hace ya demasiado tiempo que no te vemos por los pasillos. Sigues teniendo todo el derecho de opinar sobre la educación, faltaría más, pero lo que has perdido y es hora de que lo asumas, es la autoridad que te podría otorgar la experiencia diaria.

13 noviembre 2022

#CadaDíaUnaPelícula

Hace aproximadamente un año, yendo en el metro a trabajar a mi instituto, se me ocurrió la idea publicar tuits diarios solo para recordar y homenajear a algunas de esas películas que tan feliz me han hecho desde hace tanto tiempo. Sobre la marcha, y sin ninguna intención de exhaustividad, la idea terminó concretándose en semanas dedicadas a alguna temática en particular (ya fuera un director, o un género, o lo que se me iba ocurriendo sobre la marcha), de manera que cada día, con el hashtag #CadaDíaUnaPelícula (con el que se pueden encontar en Twittter), publicaba cuatro fotogramas de la película en cuestión y al día siguiente descubría su nombre y colgaba su poster (en español, a ser posible, y del momento en el que se estrenó).

De esta manera, durante un año, he ido homenajeando a películas que, por un motivo u otro, me impactaron, recuerdo ya tan solo con cariño, me parecen buenas o muy buenas o considero que son obras maestras. Sin distinguir entre ellas, tan solo con la intención de festejarlas. El viaje acaba hoy, con el listado de las 367 películas que he ido seleccionado durante todo este tiempo. No descarto retomar la idea con una segunda tanda pero, de momento, toca parar. Fue un placer.

#CadaDíaUnaPelícula

1. Centauros del desierto (John Ford, 1956).     

2. Planeta prohibido (Fred M. Wilcox, 1956)

3. Stalker (Andrei Tarkovsky, 1979).

4. Léolo (Jean-Claude Luzon, 1992)

5. La caza (Carlos Saura, 1966)

6. Fausto (F. W. Murnau, 1926)

7. El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950)

8. Soylent Green (Richard Fleischer, 1973)

9. El gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene, 1920)

10. Dead Man (Jim Jarmusch, 1995)

11. Las uvas de la ira (John Ford, 1940)

12. La sal de la tierra (Herbert Biberman, 1954)

13. Dos días, una noche (hermanos Dardenne, 2014)

14. Los sobornados (Fritz Lang, 1953)

15. El tercer hombre (Carol Reed, 1949)

16. Detour (Edgar G. Ulmer, 1945).

17. Cautivos del mal (Vincente Minnelli, 1952).

18. Dos semanas en otra ciudad (Vincente Minnelli, 1962).

#AventurasClásicas

19. El halcón y la flecha (Jacques Tourneur, 1950).

20. Cuando ruge la marabunta (Byron Haskin,1954)

21. Las minas del Rey Salomón (Andrew Marton, 1950)

22. El capitán Blood (Michael Curtiz, 1935)

23. Todos los hermanos eran valientes (Richard Thorpe, 1953).

24. La jungla en armas (Henry Hathaway, 1939).

25. El temible burlón (Robert Siodmak, 1952).

26. Los vikingos (Richard Fleischer, 1958).

#WesternClásico

27. Los que no perdonan (John Huston, 1960).

28. La ley del talión (Delmer Daves, 1956).

29. La legión invencible (John Ford, 1949).

30. Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954).

31. Encubridora (Fritz Lang, 1952).

32. Colorado Jim (Anthony Mann, 1953).

33. Los profesionales (Richard Brooks, 1966).

#CineEspañolClásico

34. Calle Mayor (Juan Antonio Bardem, 1956).

35. Plácido (Luis García Berlanga, 1961).

36. La torre de los siete jorobados (Edgar Neville, 1944).

37. Viridiana (Luis Buñuel, 1961).

38. El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973).

39. El cochecito (Marco Ferreri, 1960).

40. Bienvenido, Míster Marshall (Luis García Berlanga, 1953)

#CineLatinoamericanoSigloXX

41. Un lugar en el mundo (Adolfo Aristarain, 1992).

42. Estación central de Brasil (Walter Salles, 1998).

43. Martín (Hache) (Adolfo Aristarain, 1997).

44. Ciudad de Dios (Fernando Meirelles, 2002).

45. Los olvidados (Luis Buñuel, 1950).

46. Amores perros (Alejandro González Iñárritu, 2000).

47. La historia oficial (Luis Puenzo, 1985).

#CineHistóricoHollywood

48. Lo que el viento se llevó (Víctor Fleming, 1939).

49. Sinuhé, el egipcio (Michael Curtiz, 1954).

50. Lawrence de Arabia (David Lean, 1962).

51. Ben-Hur (William Wyler, 1959).

52. Espartaco (Stanley Kubrick, 1960).

53. Doctor Zhivago (David Lean, 1965).

54. Casablanca (Michael Curtiz, 1942).

#MusicalesClásicos

55. Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen, 1952).

56. Cabaret (Bob Fosse, 1972).

57. Mary Poppins (Robert Stevenson, 1964).

58. Sonrisas y lágrimas (Robert Wise, 1965).

59. Brigadoon (Vincente Minnelli, 1954).

60. My Fair Lady (George Cukor, 1964).

61. Un americano en París (Vincente Minnelli, 1951).

#CineDeAventurasAños80

62. Lady Halcón (Richard Donner, 1985).

63. Los inmortales (Russell Mulcahy, 1986).

64. Willow (Ron Howard, 1988).

65. Indiana Jones y el templo maldito (Steven Spielberg, 1984).

66. Conan, el bárbaro (John Milius, 1982).

67. El guerrero rojo/Red Sonja (Richard Fleischer, 1985).

68. Krull (Peter Yates, 1983).

#CienciaFicciónAños50

69. La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1956).

70. La guerra de los mundos (Byron Haskin, 1953).

71. El enigma de otro mundo (Christian Niby, 1951).

72. Viaje al centro de la tierra (Henry Levin, 1959).

73. La humanidad en peligro (Gordon Douglas, 1954).

74. Cuando los mundos chocan (Rudolph Maté, 1951).

75.  Invasores de Marte (William Cameron Menzies, 1953).

#CineNegro

76. Laura (Otto Preminger, 1944).

77. Sed de mal (Orson Welles, 1958).

78. Perdición (Billy Wilder, 1947).

79. El sueño eterno (Howard Hawks, 1946).

80. Perversidad (Fritz Lang, 1945).

81. El halcón maltés (John Huston, 1941).

82. En un lugar solitario (Nicholas Ray, 1950).

#JohnFordFueraDelWestern

83. Four Sons (John Ford, 1928).

84. El delator (John Ford, 1935).

85. Hombres intrépidos (John Ford, 1940).

86. ¡Qué verde era mi valle! (John Ford, 1941).

87. El hombre tranquilo (John Ford, 1952).

88. Mogambo (John Ford, 1953).

89. Siete mujeres (John Ford, 1966).

#CienciaFicciónAños60

90. El tiempo en sus manos (George Pal, 1960).

91. Viaje alucinante (Richard Fleischer, 1966).

92. El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968).

93. 2001, una odisea del espacio (Stanley Kubrick, 1968).

94. IKARIE XB 1 (Jindrich Polák, 1963).

95.  El pueblo de los malditos (Wolf Rilla, 1960).

96.  Farenheit 451 (Francis Truffaut, 1966).

#TruffautGodard

97. Los 400 golpes (François Truffaut, 1959).

98. Al final de la escapada (Jean-Luc Godard, 1960).

99. Jules y Jim (François Truffaut, 1962).

100. Banda aparte (Jean-Luc Godard, 1964).

101. La habitación verde (François Truffaut, 1978).

102. El desprecio (Jean-Luc Godard, 1963).

103. La noche americana (François Truffaut, 1973).

#CienciaFicciónAños70

104. La fuga de Logan (Michael Anderson, 1976).

105. La amenaza de Andrómeda (Robert Wise, 1971).

106. Alien (Ridley Scott, 1979).

107. Mad Max (George Miller, 1979).

108. El último hombre vivo (Boris Sagal, 1971).

109. Sucesos en la IV fase (Saul Bass, 1974).

110. Solaris (Andrei Tarkovski, 1972).

#WesternsModernos

111. El jinete pálido (Clint Eastwood, 1985).

112. La puerta del cielo (Michael Cimino, 1980).

113. Bailando con lobos (Kevin Costner, 1990).

114. Sin perdón (Clint Eastwood, 1992).

115. Silverado (Lawrence Kasdan, 1985).

116. Bone Tomahawk (S. Craig Zahler, 2015).

117. Hostiles (Scott Cooper, 2017).

#AventurasAños90

118. El guerrero número 13 (John McTiernan, 1999).

119. Los demonios de la noche (Stephen Hopkins, 1996).

120. Robin Hood (Kevin Reynolds, 1991).

121. La momia (Stephen Sommers, 1999).

122. Sleepy Hollow (Tim Burton, 1999).

123. Braveheart (Mel Gibson, 1995).

124. La máscara del Zorro (Martin Campbell, 1998).

#MusicalesModernos

125. Grease (Randal Kleiser, 1978).

126. Moulin Rouge (Baz Luhrmann, 2001).

127. Los miserables (Tom Hooper, 2012).

128. Bailar en la oscuridad (Lars von Trier, 2000).

129. Once (John Carney, 2007).

130. All That Jazz (Bob Fosse, 1979).

131. Pesadilla antes de Navidad (Henry Selick, 1993).

#RealismoMágico

132. El año pasado en Marienbad (Alain Resnais, 1961).

133. La ciencia del sueño (Michel Gondry, 2006).

134. Donnie Darko (Richard Kelly, 2001).

135. Ruby Sparks (Jonathan Dayton y Valerie Faris, 2012).

136. Synecdoche, New York (Charlie Kaufman, 2008).

137. Cómo ser John Malkovich (Spike Jonze, 1999).

138. Eduardo Manostijeras (Tim Burton, 1990).

#CienciaFicciónAños80(1)

139. Dune (David Lynch, 1984).

140. Aliens (James Cameron, 1986).

141. Desafío total (Paul Verhoeven, 1990). (¡Era del 90!)

142. Terminator (James Cameron, 1984).

143. Depredador (John McTiernan, 1987).

144. Robocop (Paul Verhoeven, 1987).

144. (repetida)The Abyss (James Cameron, 1989).

#CienciaFicciónAños80(2)

145. Atmósfera cero (Peter Hyams, 1981).

146. Están vivos (John Carpenter, 1988).

147. 2010: Odisea dos (Peter Hyams, 1984).

148. 1997, rescate en Nueva York (John Carpenter, 1981)

149. Brazil (Terry Gilliam, 1985).

150. O-bi, o-ba: el fin de la civilización (Piotr Szulkin, 1985).

151. Gremlins (Joe Dante, 1984).

 #ClásicosDeSemanaSanta

152. Quo vadis? (Mervyn LeRoy, 1951).

153. La túnica sagrada (Henry Koster, 1953).

154. Los diez mandamientos (Cecil B DeMille, 1956).

155. Salomón y la reina de Saba (King Vidor, 1959).

156. Sodoma y Gomorra (Robert Aldrich, 1962).

157. Los últimos días de Pompeya (Mario Bonnard, 1959).

158. El coloso de Rodas (Sergio Leone, 1961).

#JuiciosClásicos

159. Doce hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1957).

160. Testigo de cargo (Billy Wilder, 1957).

161. Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan, 1962).

162. La herencia del viento (Stanley Kramer, 1960).

163. Anatomía de un asesinato (Otto Preminger, 1959).

164. El sargento negro (John Ford, 1960).

165. ¿Vencedores o vencidos? (Stanley Kramer, 1961).

#CineBélicoClásico

166. Senderos de gloria (Stanley Kubrick, 1957).

167. El puente sobre el río Kwai (David Lean, 1957).

168. La gran evasión (John Sturges, 1963).

169. No eran imprescindibles (John Ford, 1945).

170. La infancia de Iván (Andrei Tarkovsky, 1962).

171. Trenes rigurosamente vigilados (Jirí Menzel, 1966).

172. Los cañones de Navarone (J. Lee Thomson, 1961).

#LoMejorDeSpielberg

173. Tiburón (Steven Spielberg, 1975).

174. En busca de arca perdida (Steven Spielberg, 1981).

175. E. T. el extraterrestre (Steven Spielberg, 1982).

176. El Imperio del sol (Steven Spielberg, 1987).

177. Parque Jurásico (Steven Spielberg, 1993).

178. La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993).

179. Minority Report (Steven Spielberg, 2002).

#CienciaFicciónAños90

180. Horizonte final (Paul W.S. Anderson, 1997).

181. Terminator 2 (James Cameron, 1991).

182. Gattaca (Andrew Niccol, 1997).

183. Starship Troopers (Paul Verhoeven, 1997).

184. Dark City (Alex Proyas, 1998).

185. Matrix (hermanas Wachowski, 1999).

186. 12 monos (Terry Gilliam, 1995).
#CienciaFicciónAños90(2)

187. El quinto elemento (Luc Besson, 1997).

188. Contacto (Robert Zemeckis, 1997).

189. Stargate (Roland Emmerich, 1994).

190. Mimic (Guillermo del Toro, 1997).

191. Alien 3 (David Fincher, 1992).

192. Mars Attacks! (Tim Burton, 1996).

193. Días extraños (Kathryn Bigelow, 1995).

#JuiciosModernos

194. Veredicto final (Sidney Lumet, 1982)

195. Acusados (Jonathan Kaplan, 1988).

196. Algunos hombres buenos (Rob Reiner, 1992).

197. En el nombre del padre (Jim Sheridan, 1993).

198. JFK (Oliver Stone, 1991).

199. Aguas oscuras (Todd Haynes, 2019).

200. El juicio de los 7 de Chicago (Aaron Sorkin, 2020).

#LegendariaCarneDePerro

201. Curso de 1999 (Mark L. Lester, 1990).

202.  The Room (Tommy Wiseau, 2003).

203. El cuchitril de Joe (John Payson, 1996).

204. Campo de batalla: la Tierra (Roger Christian, 2000).

205. Comando (Mark L. Lester, 1985)

206. Cobra (George P. Cosmatos, 1986).

207. Plan 9 del espacio exterior (Ed Wood, 1959).

#DramasDeHollywood

208. El buscavidas (Robert Rossen, 1961).

209. El nadador (Frank Perry, 1968).

210. Eva al desnudo (Joseph L. Mankiewicz, 1950).

211. La torre de los ambiciosos (Robert Wise, 1954).

212. Un tranvía llamado Deseo (Elia Kazan, 1951).

213. Gigante (George Stevens, 1956).

214. El árbol de la vida (Edward Dmytryk, 1957).

#CineBélicoModerno

215. Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979).

216. El cazador (Michael Cimino, 1978).

217. La chaqueta metálica (Stanley Kubrick, 1987).

218. Nacido el cuatro de julio (Oliver Stone, 1989).

219. Salvar al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998).

220. 1917 (Sam Mendes, 2019).

221. Gallipoli (Peter Weir, 1981).

#MurnauLangAños20

222. Nosferatu (F. W. Murnau, 2022).

223. La muerte cansada (Fritz Lang, 1921).

224. Phantom (F.W. Murnau, 1922).

225. El Doctor Mabuse (Fritz Lang, 1922).

226. El último (F. W. Murnau, 1924).

227. Metrópolis (Fritz Lang, 1927).

228. Amanecer (F. W. Murnau, 1927).

#ComediasClásicas

229. Sopa de ganso (Leo McCarey, 1933).

230. Ser o no ser (Ernest Lubitsch, 1942).

231. El apartamento (Billy Wilder, 1960).

232. Uno, dos, tres (Billy Wilder, 1961).

233. Historias de Filadelfia (George Cukor, 1940).

234. Sucedió una noche (Frank Capra, 1934).

235. La fiera de mi niña (Howard Hawks, 1938).

#CienciaFicciónAños2000

236. Hijos de los hombres (Alfonso Cuarón, 2006).

237. Sunshine (Danny Boyle, 2007).

238. V de Vendetta (James McTeigue, 2005).

239. Código 46 (Michael Winterbottom, 2003).

240. A. I. Inteligencia Artificial (Steven Spielberg, 2001).

241. Moon (Duncan Jones, 2009).

242. Distrito 9 (Neil Blomkamp, 2009).

#CineIndieAmericanoAños70y80

243. Una mujer bajo la influencia (John Cassavetes, 1974).

244. Malas calles (Martín Scorsese, 1973).

245. Dark Star (John Carpenter, 1974).

246. Haz lo que debas (Spike Lee, 1989).

247. Cabeza borradora (David Lynch, 1977).

248. Sexo, mentiras y cintas de vídeo (Steven Soderbergh, 1989).

249. Sangre fácil (Hermanos Coen, 1984).

#LoMejorDeHowardHawks

250. Luna nueva (Howard Hawks, 1940).

251. Solo los ángeles tienen alas (Howard Hawks, 1939).

252. Río Rojo (Howard Hawks, 1948).

253. Río Bravo (Howard Hawks, 1959).

254. El Dorado (Howard Hawks, 1966).

255. Tener y no tener (Howard Hawks, 1944)

256. Scarface (Howard Hawks, 1932).

#NeorrealismoItaliano

257. Roma, ciudad abierta (Roberto Rossellini, 1945).

258. Ladrón de bicicletas (Vittorio De Sica, 1948).

259. Alemania, año cero (Roberto Rossellini, 1948).

260. Arroz amargo (Giuseppe de Santis, 1949).

261. Stromboli (Roberto Rossellini, 1950).

262. Rocco y sus hermanos (Luchino Visconti, 1960).

263. El limpiabotas (Vittorio De Sica, 1946).

#CineIndieAmericanoAños90

264. Clerks (Kevin Smith, 1994).

265. Las vírgenes suicidas (Sofia Coppola, 1999).

266. Ghost Dog (Jim Jarmush, 1999).

267. Happiness (Todd Solonz, 1998).

268. Academia Rushmore (Wes Anderson, 1998).

269. Bienvenidos a la casa de muñecas (Todd Solondz, 1995).

270. Pi, fe en el caos (Darren Aronofsky, 1998).

#CineDeZombis

271. Soy leyenda (Francis Lawrence, 2007).

272. Guerra Mundial Z (Marc Forster, 2013).

273. 28 días después (Danny Boyle, 2002).

274. Melanie, The Girl With All The Gifts (Colm McCarthy, 2016).

275. Amanecer de los muertos (Zack Snyder, 2004).

276. Shaun of the Dead/Zombies Party (Edgar Wright, 2004).

277. Zombieland (Ruben Fleischer, 2009).

#CineIndieAmericanoAños2000

278. Little Miss Sunshine (Jonathan Dayton y Valerie Faris, 2006).

279. Lost in translation (Sofía Coppola, 2003).

280. ¡Olvídate de mí! (Michel Gondry, 2004).

281. Réquiem por un sueño (Darren Aronofsky, 2000).

282. Adaptation/El ladrón de orquídeas (Spike Jonze, 2002).

283. Memento (Christopher Nolan, 2000).

284. The Royal Tenembaums (Wes Anderson, 2001).

#CienciaFicciónAños2010(1)

285. Interstellar (Christopher Nolan, 2014).

286. Mad Max: Fury Road (George Miller, 2015).

287. La llegada (Denis Villeneuve, 2016).

288. Blade Runner 2049 (Denis Villeneuve, 2017).

289. Origen (Christopher Nolan, 2010).

290. El atlas de las nubes (Hnas. Wachowski y Tom Tykwer, 2012)

291. Al filo del mañana (Doug Liman, 2014).

#CineIndieAmericanoAños2010(1)

292. The Florida Project (Sean Baker, 2017).

293. Comanchería (David Mackenzie, 2016).

294. Boyhood (Richard Linklater, 2014).

295. Tenemos que hablar de Kevin (Lynne Ramsay, 2011).

296. Frances Ha (Noah Baumbach, 2012).

297. Wind River (Taylor Sheridan, 2017).

298. Drive (Nicolas Winding Refn, 2011).

#CineIndieAmericanoAños2010(2)

299. Paterson (Jim Jarmusch, 2016).

300. Frank (Lenny Abrahamson, 2014).

301. Moonrise Kingdom (Wes Anderson, 2012).

302. Nightcrawler (Dan Gilroy, 2014).

303. Take Shelter (Jeff Nichols, 2011).

304. Mistress America (Noah Baumbach, 2015).

305. A Ghost Story (David Lowery, 2017).

#LoMejorDeHaneke

306. El séptimo continente (Michael Haneke, 1989).

307. 71 fragmentos de una cronología del azar (Michael Haneke, 1994).

308. El vídeo de Benny (Michael Haneke, 1992).

309. Funny Games (Michael Haneke, 1997).

310. Caché (Michael Haneke, 2005).

311. La cinta blanca (Michael Haneke,2009).

312. Amor (Michael Haneke, 2012).

#CineEuropeoAños90

313. Los amantes del Pont-Neuf (Leos Carax, 1991).

314. Celebración (Thomas Vinterberg, 1998).

315. Mucho ruido y pocas nueces (Kenneth Branagh, 1993).

316. Trainspotting (Danny Boyle, 1996).

317. Rompiendo las olas (Lars von Trier, 1996).

318. The Full Monty (Peter Cattaneo, 1997)

319. La ciudad de los niños perdidos (Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro, 1995).

#CienciaFicciónAños2010(2)

320. Coherence (James Ward Byrkit, 2013).

321. Aniquilacion (Alex Garland, 2018).

322. Un lugar tranquilo (John Krasinski, 2018).

323. Looper (Rian Johnson, 2012).

324. El infinito (Justin Benson y Aaron Moorhead, 2017).

325. Ex Machina (Alex Garland, 2014).

326. Oblivion (Joseph Kosinski, 2013).

#CineDeAcciónAños80

327. La jungla de cristal (John Mc Tiernan, 1988)

328.  Arma letal (Richard Donner, 1987).

329.  Black Rain (Ridley Scott, 1989).

330. Único testigo (Peter Weir, 1985).

331. Melodía de seducción (Harold Becker, 1989).

332. Límite 48 horas (Walter Hill, 1982).

333. Tango y Cash (Andrei Konchalovski, 1989).

#LoMejorDeSamPeckinpah

334. Duelo en la alta sierra (Sam Peckinpah, 1962).

335. Mayor Dundee (Sam Peckinpah, 1965).

336. Grupo salvaje (Sam Peckinpah, 1969).

337. La balada de Cable Hogue (Sam Peckinpah, 1970)

338. La huida (Sam Peckinpah, 1972).

339. Pat Garret and Bill the Kid (Sam Peckinpah, 1973).

340. Quiero la cabeza de Alfredo García (Sam Peckinpah, 1974).

#CineEspañolSigloXXI

341. En la ciudad sin límites (Antonio Hernández, 2002).

342. Magical Girl (Carlos Vermut, 2014).

343. Los lunes al sol (Fernando León de Aranoa, 2002).

344. No habrá paz para los malvados (Enrique Urbizu, 2011).

345. Pa negre (Agustí Villaronga, 2010).

346. Tres días con la familia (Mar Coll, 2009).

347. El mundo es nuestro (Alfonso Sánchez, 2012).

#LaMafiaEnElCine

348. El padrino (Francis Ford Coppola, 1972).

349. El Padrino. Parte II (Francis Ford Coppola, 1974).

350. Uno de los nuestros (Martin Scorsese, 1990).

351. Casino (Martín Scorsese, 1995).

352. Érase una vez en América (Sergio Leone, 1984).

353. Atrapado por su pasado (Brian De Palma, 1993).

354. Los intocables de Eliot Ness (Brian De Palma, 1987).

#CinePostapocalíptico

355. La carretera (John Hillcoat, 2009).

356. Snowpiercer (Bong Joon-ho, 2013).

357. Colonia V (Jeff Renfroe, 2013).

358. La luz de mi vida (Casey Affleck, 2019).

359. ¿Estamos solos? (Reed Morano, 2018).

360. Cargo (Yolanda Ramke y Ben Howlling, 2017).

361. The Divide (Xavier Gens, 2011).

#LasPelículasDeMiVida #MisPelículasFavoritas

362. Fausto (F.W. Murnau, 1926).

363. El espejo (Andrei Tarkovsky, 1975).

364. El hombre que mató a Liberty Valance (John Ford, 1962).

365. Blade runner (Ridley Scott. 1982)

366. Star Wars (George Lucas, Irving Kershner, Richard Marquand, J.J. Abram, Rian Johnson; 1977, 1980, 1983, 1999, 2002, 2005, 2015, 2017, 2019)

367. Centauros del desierto (John Ford, 1956)

15 julio 2022

Esta clase es muy importante

No creo ser un profesor extraordinario. Tampoco memorable. O al menos no memorable de la manera con la que el cine, la literatura y las ensoñaciones de algunos han  pervertido el imaginario social. Pero tampoco tengo duda alguna de que soy un profesor tremendamente útil para mis alumnos. Ya lo he escrito alguna vez pero creo necesario repetirlo: jamás de niño, ni en la adolescencia, ni en los primeros años de la universidad, me planteé una sola vez ser profesor. No tengo pudor en reconocer que voy más allá y, tal vez por mi propio recorrido vital, siempre me provocan cierta desconfianza aquellos que dicen haber sentido el aullido de la vocación desde que eran niños o adolescentes: ¿cómo se puede mirar al futuro pensando en un yo que no existe pero que da clases a los que hoy son como tú? Dejando de lado la anécdota (no deja de ser un prejuicio absurdo porque me he encontrado algunos buenos docentes que dicen haber querido serlo desde que eran pequeños) sigo recordando con extraordinario cariño a aquel chaval que fui y que soñaba, según la noche, con ser un astrofísico en un observatorio perdido del mundo o con hacer rugir a las gradas del Benito Villamarín tras marcar un gol decisivo y legendario con mi Betis. Después, mientras quemaba etapas vitales, también quise hacer cine. Y escribir.  Y estudiar Filosofía tras terminar la carrera de Física y haberme especializado en Astrofísica. Y...

Más allá de los sueños (del que ya no soy) seguí transitando por la vida y, tras desechar la idea de ser investigador científico, llegó la posibilidad de convertirme en docente de Secundaria y Bachillerato. Y ahí saltó la sorpresa: desde que entré en un aula en aquel septiembre de 2006 supe que había encontrado mi lugar en el mundo (laboral), que había sido capaz de conseguir un trabajo que realmente me entusiasma, me llena, en el que me siento útil cada día, al servicio de un derecho social tan básico como es la formación de los más jóvenes. Realmente disfruto con la responsabilidad laboral que tengo. ¿Tiene que ver todo esto algo con la dichosa vocación docente (que para algunos viene a ser una especie de sacerdocio pedagógico)? Venid a contarme otro cuento. Tratad de venderle esa milonga a los que os quieran comprar vuestros pueriles discursos pedagógicos, que siempre tratan de dejar fuera de foco lo sociolaboral en pos de un esencialismo que coloca sobre los hombros de cada docente el peso de todas las fallas del sistema. Es un trabajo. Lo repito: es un trabajo. Y cada mañana, cuando suena la alarma del despertador para ir a trabajar no siento ningún gozo en mi corazón sino una muy razonable cólera por ese despertar abrupto.

En los más de 15 años que llevo dando clases he tratado limitar e incluso asfixiar algunas de las cualidades de carácter que, siendo honesto, parece que poseo para llegar a mis alumnos y conseguir que me escuchen y atiendan a mis explicaciones con cierto interés, ya sea por aprender o como única manera de aprobar. Esa es una de las grandes responsabilidades que todo docente tiene: evitar que su carisma (si cuenta con él, claro) someta a esos adolescentes que lo respetan, impedir que su capacidad de fascinación termine comiéndose su labor diaria, intentar no terminar convertido en personaje, en gurú con público adolescente cautivo, en coach con ínfulas, con más ganas y deseo de epatar y trascender que de enseñar ese "humilde" contenido que ese día, esa clase, esos alumnos tienen que empezar a aprender para ir completando su necesaria formación académica. Convencerse cada día, cada clase, cada minuto de esa clase, que no hay nada más importante que conseguir que ese alumno, el del fondo, también sea capaz de entender eso que hoy está explicando.

Desconfía de todos aquellos profesores que aseguran que no les importa el temario y que a estas edades (en la ESO se escucha mucho) es mucho más importante que los alumnos aprendan "otras cosas". En el fondo, tras esa preocupación impostada por priorizar la gestión de las emociones en el aula, se esconden profesores enfermos de egotismo que no soportan "aburrir" en clase a sus alumnos con la enseñanza sistemática de los contenidos de su materia y alimentan su narcisismo con la exagerada atención que reciben de unos adolescentes que compiten equivocadamente por su interés adulto.

Mientras escribo los estoy viendo. Sé de lo que hablo. Estaban en cada claustro de cada instituto en el que trabajé. Pero resulta absolutamente necesario introducir un matiz a lo escrito porque puede llevar a equívoco: ser profesor de adolescentes es realmente jodido. Solo el que les ha dado clases sabe la extraordinaria dificultad que supone hacerlo, ser consciente de lo que cualquier error de trato o académico con ellos supone, lo difícil que es ganarse su confianza y lo tremendamente sencillo que es perderla. Por eso, ningún docente de Secundaria puede eludir la construcción de un clima de confianza, respeto y afecto con sus grupos de alumnos. Y eso nos obliga (sí, nos obliga) a atender a nuestros alumnos también en relación a sus emociones, a su situación personal, a cómo se siente en cada momento del curso. Por supuesto, eso supone dedicar parte de las clases que hagan falta a la resolución de conflictos o a la aclaración de equívocos que, si no se solucionan, terminarán emponzoñando el proceso de enseñanza-aprendizaje. Pero aquí la clave, lo más importante, es por qué debemos hacer eso, con qué objetivo. Y ese porqué, en mi opinión, es el opuesto del que propugnan los que dicen que "lo importante no es el temario sino que sean capaces de aprender otras cosas". Qué error. Qué tremenda equivocación. Nuestro deber moral y profesional como profesores de la enseñanza pública de un sistema educativo infrafinanciado y socialmente segregador es conseguir paliar y atenuar los problemas personales, familiares y económicos para que ese alumno siga estudiando, siga aprendiendo, siga esforzándose por sacar adelante sus estudios, más allá de las condiciones iniciales de las que partía, para que así tenga una oportunidad (siempre viciada) de futuro. Es decir, la Escuela debe atender a lo "personal" siempre con el objetivo fundamental de facilitar que ese alumno pueda seguir formándose y "aprobando" mientras va adquiriendo unos conocimientos que le permitirán mirar a su alrededor de una manera más crítica. Al final, convertir la Escuela en una especie de (pésima) asistencia social sin objetivo académico a los que no ayuda es, precisamente, a esos alumnos a los que se pretende proteger mientras se los incapacita social y académicamente para tener una oportunidad real de futuro. 

No existen recetas mágicas que permitan mejorar la labor docente. Yo mismo he escrito una serie de consejos para nuevos docentes que considero que deberían ayudar a todo el que empieza en esto, pero en el fondo no están tan alejados de la realidad los que consideran que la docencia tiene más de arte que de técnica. Muchos profesores en activo y pedagogos podrían establecer, en un marco de colaboración leal (que nunca nadie construye), unas líneas de acción que permitieran tanto al futuro docente como al que ya ejerce como tal mejorar, por un lado, la didáctica específica de su materia (eso que tanto se echa en falta) y, por otro, la gestión realista y prosaica de grupos humanos tan particulares como los formados por niños y adolescentes. Y aun así, no habría garantía alguna de éxito. Ninguna. Con el tiempo, cuando recordamos a aquellos que consideramos que fueron nuestros mejores profesores, cuando eliminamos de la ecuación equivocadas consideraciones personales y nos centramos en su capacidad para enseñar y nuestra  capacidad para aprender con ellos, surgen una serie de cuestiones inconmensurables que siempre entrelazan su carisma y su dedicación con su erudición y su control sobre aquello que enseñaban.

Nos quieren enseñar a ser mejores profesores. La idea no parece mala. Después está la realidad. Se destinan ingentes recursos económicos a anoréxicos cursos de formación que extienden la jornada docente con pobres resultados. Igual es hora de denunciar a tantos "formadores de profesores" que, aunque nunca dieron clase en un aula de Secundaria o tan pronto como pudieron se exiliaron de ellas, ofrecen formaciones banales que intentan hacer pasar por rompedoras y alternativas a lo tradicional sin ofrecer una sola prueba de que lo que proponen mejore nada. Y voy más allá. Porque en muchas de las rompedoras e innovadoras formaciones que se imparten es imposible eludir cómo el Mercado se va haciendo cada vez más influyente en las mismas Te lo explico, por si no lo entiendes: si detrás de tu "formación rompedora" y de tu crítica constante a las dinámicas clásicas de las aulas reales de la enseñanza pública está un Banco o una fundación privada permíteme que dude tanto de lo que me dices como, finalmente, de tu honestidad intelectual e ideológica cuando me aseguras que solo lo haces por el bien de los alumnos.

No hay mayor honestidad ni mejor muestra de afecto y respeto hacia nuestros alumnos adolescentes de hoy que dejarlos suficientemente preparados académicamente para encarar el aprendizaje de nuestra materia (o las que se entrelacen con ella) el curso siguiente. A partir de ahí, a partir de ese mínimo irrenunciable, todo lo que podamos añadir a la formación personal e intelectual de esos alumnos será el regalo que un docente entregado a su profesión les hará a esos jóvenes. Aquí es donde mi crítica al enfoque competencial de la educación se hace más rabiosa, al ver cómo se pretende convertir a los saberes en meros instrumentos (herramientas inanes) para obtener ciertas habilidades (evanescentes) cuando todo el sistema educativo debería estar enfocado justamente a lo contrario, a la adquisición de unos conocimientos básicos que permitan a los más jóvenes comprender el mundo que los rodea con cierta profundidad.

Nada mejor para ilustrar de manera concreta estas reflexiones generales sobre Educación que mi crítica a cierta deriva pedagógica en la que veo inmersa la enseñanza de mi materia, Física y Química. Y sé que pisaré algún charco, pero es lo que pienso: los profesores que renuncian de forma general a la instrucción directa para tratar de conseguir que los adolescentes aprendan los complejos y abstractos rudimentos de estas ciencias en la ESO están cometiendo la peor de las deslealtades posibles con ellos. Con estos profesores, los alumnos suelen ser incapaces de discernir lo que realmente está pasando. A diferencia de cuando sufren con los malos profesores que utilizan la instrucción directa (en cuyo caso son perfectamente conscientes de que no están aprendiendo nada), esos alumnos terminan el curso con unas notas excelentes y con una (equivocada) sensación de que controlan la materia. Hasta que en 3º ESO o 4º ESO (o 1º Bach.) se enfrentan en algún momento a la abstracción compleja que el nivel educativo exige y que el enfoque competencial ya no es capaz de enmascarar. Ahí se dan de bruces con la realidad y solo los más capaces o los que pueden pagar un profesor particular (¡ay la equidad!) tienen la posibilidad de enjuagar los déficits de conocimientos previos. No me lo tenéis que contar. Lo he visto. Alumnos que en 4ºESO no habían trabajado en profundidad el concepto de desplazamiento o aceleración ni sabían interpretar una gráfica de movimiento o formular pero me contaban lo bien que se lo habían pasado y las muy buenas notas que habían sacado con proyectos (cartulineros) y trabajos cooperativos en cursos anteriores. Cuando llegan a Bachillerato con esa base formativa las consecuencias todavía son peores.

Termino con una anécdota. Todos los profesores sabemos que tenemos tics en el aula, latiguillos que repetimos con mayor frecuencia de la que nos gusta reconocer. Cada año, al final de curso, cuando la relación con mis alumnos llega a su momento de mayor fluidez y la cercanía y el afecto mutuo es más que evidente, suelen decirme que una de las cosas que más los estresa de mí (y, al mismo tiempo, a muchos ya los divierte) es que entro en el aula a todo tren, arrasando, gritando mi "hola, hola" habitual mientras con cara seria (esa que a medida que avanza el curso va convirtiéndose en media sonrisa imposible de ocultar porque ya sé que ellos saben lo que voy a decir) les advierto: "¡vamos, vamos, que esta clase es muy importante!".

Esta clase es muy importante.

En el fondo nunca les he mentido. Porque así me tomo yo mi profesión. Esa es mi manera de enfocar la docencia. Cada clase es importante, es trascendente; no habrá otra como ella. Esa clase puede ser a primera, antes del recreo o a última. Me es absolutamente indiferente. Esa clase es muy importante. Mucho. Es la mejor oportunidad que tendrán esos alumnos para aprender con profundidad una serie de conocimientos a los que la gran mayoría de ellos jamás podrían acceder sin mi intermediación. Y lo pagamos entre todos. Con nuestros impuestos. Cómo no va a ser importante. Ellos lo merecen.