21 junio 2006

La espera

La espera. Odio las esperas. Siempre significaron en mi vida parálisis e inacción. Sensaciones de vacío y angustia.

La culpa innecesaria es un sentimiento que siempre me repugnó. Afrontar lo realizado y las consecuencias que derivan de ello es algo que siempre me ha parecido honesto y liberador. Pero invariablemente a lo largo de la vida esa sensación me llega tras unos días previos de desazón, desgana y cierta conmiseración por uno mismo, indudablemente un tanto miserable. Por fortuna, nunca me quedan restos con el tiempo. Qué jodido debe ser para un buen cristiano cargar perpetuamente con sentimientos de culpa. O tan sólo nacer y moldearse como sufridor profesional.

Hace tiempo que los miedos irracionales me descubrieron algo de mí que no quería reconocer. Ahora lo acepto y lo controlo. Tanto como puedo. Tal vez sea la edad. Ya no soy inmortal. A veces uno se deja caer suavemente, descansar, esperando que pronto, de nuevo, como tantas veces pasó, llegue el resurgir repleto de entusiasmo y ambición.

Aburrimiento.

La espera.

13 junio 2006

Encuentro

Trata de cruzar la calle, gracias a uno de esos impulsos espasmódicos que el alcohol permite sentir antes de entrar de nuevo en una horrible oscuridad mental. Esta vez, este impulso no es suficiente. No logra hacer que atraviese toda la calle. Aparece pues, de repente, en medio de la calzada, como un espectro que saliera de la nada. Observa con desdén, sin entender, cómo algo grande, oscuro y difuso se abalanza sobre él. Escucha un ruido ensordecedor y molesto que trata de apartar de sus oídos con un manotazo que casi le hace caer; después unos gritos se dirigen hacia él, gritos que no comprende pero intuye agresivos e insultantes. El Mercedes clase C ha frenado a escasos centímetros del viejo borracho, mientras éste, sin mover los pies de la calzada, hace desesperados intentos por mantenerse erguido. El intercambio de insultos dura pocos segundos: el miedo ante el posible atropello transformado en indignación por parte de los ocupantes del vehículo; los balbuceos inconexos e ininteligibles por parte del viejo que balancea su cartón de vino sin que milagrosamente se le derrame un sola gota. Un nuevo impulso le permite llegar a la acera de enfrente. Objetivo conseguido. El coche se aleja por Embajadores. El viejo, por la calle Dos Hermanas. Lavapiés en estado puro. La opulencia y la miseria enfrentadas una vez más. Lavapiés como metáfora del mundo. El mundo entero cabe en Lavapiés.

08 junio 2006

Sólo queda el odio

Vacían de contenido la política. Ésta pasa a ser el escenario de trifulcas de patio de colegio que cansan terriblemente a un ciudadano medio que aun pretende entender y controlar el mundo en el que vive. Se atacan ferozmente, acusándose de las mayores barbaridades. Se sirven de los altavoces mediáticos, que difunden con gruesas letras y altisonantes palabras lo que las bocas de estos irresponsables escupen con la mayor impunidad. No se dan cuenta, los unos y los otros, los mediocres representantes públicos y los esforzados voceros, que lo que termina llegando, filtrado al ciudadano, es el odio, la rabia, el enfrentamiento permanente y la deshumanizacion de los otros. Otra vez.

¿Adónde nos van a llevar? ¿Vivimos acaso en el apocalipsis permanente que algunos medios y políticos se empeñan en describir diariamente? ¿Tan diferentes somos los que a distintos partidos votamos en esta maltrecha democracia representativa? ¿En serio alguien, si se para a pensar con tranquilidad, nos ve con deseos, sueños y problemas tan distintos? Pero no parece haber tiempo para la reflexión, cada vez el ruido es más ensordecedor, el diálogo más difícil y los insultos al adversario abstracto más brutales. Y ahora no hablo sólo de la prensa y la política, describo lo que la calle espeta cuando alguien se le ocurre sacar un tema político tomando una cerveza. Otra vez.

Mientras tanto, unos hablan de aplicar la pena máxima al presidente del gobierno y otros vomitan sin disimulo y sin medida el odio que sienten al ver una foto del secretario general del partido enemigo. Y los que lo hacen no somos los ciudadanos normales, que podríamos tener cierto derecho a esos exabruptos en la barra de un bar de manera distendida. No, lo expresan comunicadores, articulistas y representantes públicos. Nuestros guías y portavoces sociales. Ya no habrá charla distendida en el bar, aparecerán violentamente el rencor y hostilidad. Otra vez

El sábado, en Madrid, los de un lado volverán a atiborrar las calles, y no las inundarán de reivindicaciones más o menos justas, no, la inundarán de odio, resentimiento y hostilidad. Manipulados y arrastrados por un clima político-social que cada vez se hace más irrespirable.

Hasta dónde.