01 marzo 2020

10 consejos (prácticos) para un profesor novato

Llevo casi quince años siendo profesor de Secundaria en la enseñanza pública. Ha pasado el tiempo suficiente para que comience a sentir cierta diferencia generacional con los jóvenes veinteañeros que acceden por primera vez a este trabajo. Es ahora cuando empiezo a constatar que no me faltaba razón cuando intuía (siendo profesor novel y veinteañero terminal) que en nuestra profesión la diferencia de edad entre compañeros es algo poco significativo y un pésimo indicador de una mejor o peor labor docente. Una vez que cada profesor establece las bases de su forma de entender la docencia durante los primeros años, las consecuencias de su labor en el aprendizaje de sus alumnos es completamente independiente de su edad.

Desconfía de aquel que afirme que no le molesta trabajar porque no podría vivir sin lo que hace. Es, sin duda, un cantamañanas. No recuerdo un solo día laborable que no me haya molestado el sonido de la alarma del despertador. Pero eso no quita que, al mismo tiempo, pueda reconocer que soy muy feliz con el trabajo que elegí, que disfruto en el aula, con mis alumnos, intentando transmitir tanto ese conocimiento científico básico que debe permitirles no ser unos analfabetos científicos como esa actitud escéptica y racional ante la realidad que ha de ayudar a convertirlos en ciudadanos críticos. Considero trascendente la formación académica del adolescente. Pero que me guste lo que hago no significa que minusvalore la enorme dificultad de nuestra labor diaria, que no entienda lo difícil que es mantenerse proactivo en ella, que no reconozca lo complicado que resulta que la rutina o la apatía no colonicen nuestras clases o que llegue un momento en la vida de todo docente en el que el nivel de esfuerzo físico y emocional que supone dar clases lo supere y la calidad de su labor se resienta. Yo sigo llegando cada día a casa, más allá de las tres de la tarde, absolutamente muerto físicamente. En eso no he notado ningún cambio en los años pasados desde que empecé a trabajar en esto. Llego roto porque cada día doy de media cuatro clases a unos 120 alumnos adolescentes de diferentes niveles y sigo considerando cada minuto de cada clase un reto, un desafío personal en el que debo conseguir la atención de la mayoría de los alumnos. A ese esfuerzo hay que sumarle las horas de guardia, las correcciones de exámenes y trabajos, la preparación de las clases y el tiempo dedicado a la comunicación con los padres y a la gestión de las situaciones personales de los alumnos. Por la tarde, por supuesto, siempre toca seguir corrigiendo o preparar  materiales para las clases del día siguiente. Y, desde hace años, asumo que la tarde del domingo es, en parte, laboral. No pasa nada, no cuento esto por victimizarme, hay trabajos mucho más jodidos que el mío (y muchos otros que no los son pero aparentan serlo), pero sí espero que sirva para dejar constancia del hastío que me provocan esos estúpidos que andan siempre empeñados en criticar (envidiar) las vacaciones de los profesores y son incapaces de entender y apreciar la importancia de nuestro trabajo con sus hijos.

La intención de este post no es otra que ofrecer una serie de consejos realistas a los nuevos docentes. Consejos basados en mi experiencia y que, por tanto, vienen tamizados por mi propia concepción de lo que debe significar nuestra labor en las aulas. Como será evidente, mis consejos están muy lejos de las grandes intenciones y ambiciones hipertrofiadas y ampulosas de esos gurús pedagógicos que no han pisado un aula en su vida y se arrogan el derecho de darnos lecciones a los profesores cada día a través de los medios de comunicación y de los cursos de (de)formación. Personajes oscuros que se disfrazan de subversivos y dinamizadores de nuevos enfoques educativos cuando están a sueldo de fundaciones privadas de bancos y empresas que los utilizan para reenfocar los objetivos de la Educación y tratar de ponerla al servicio de sus necesidades. Vendemotos pedagógicos que subliman sus frustraciones y dan rienda suelta a sus egos en cursos de formación de un profesorado cautivo que tiene que soportar cómo se lo infantiliza para deconstruir su autoridad intelectual y así convertirlo en un guiñapo maleable en manos de advenedizos con ínfulas.

Este es mi decálogo para los nuevos profesores, una serie de ideas y reflexiones que considero que pueden ser útiles para aquellos profesores de Secundaria y Bachillerato que comienzan su singladura docente.

1. Acabas de empezar. Escucha, observa y no pretendas opinar de manera tajante de lo que aún apenas conoces. Durante los primeros años empápate de la vida de un centro educativo. Ser profesor va mucho más allá de dar tus clases, hay dinámicas y rutinas adquiridas por todos tus compañeros que al principio te desconcertarán y provocarán tu agobio. Busca algún profesor (no necesariamente de tu departamento) que te ayude a navegar por los meandros burocráticos, pregunta hasta que comprendas cómo se han de hacer las cosas pero no trates de apelar continuamente a tu bisoñez para excusar tus errores. Asúmelos y endurécete.

2. No te refugies en un cinismo impostado y prematuro para tratar de esconder tu inexperiencia, como una manera de intentar mostrarte como un profesor con poso que ya sabe lo que se trae entre manos. No lo eres y todos lo saben. Asume que tu fuerza está en la ilusión que debe darte comenzar en esta profesión. No emules de manera ridícula la crítica hacia los alumnos de ciertos profesores más veteranos porque, en mucho casos, ellos sí son capaces de suplir su decadencia física y emocional (en un trabajo que desgasta enormemente) con la experiencia (que tú no tienes). Muchos de ellos son capaces de ser grandes profesionales en el aula mientras despotrican contra todos y contra todo. Evita intentar convertirte en un miembro más de la tribu mediante la queja o el victimismo.

3. Aprovecha tu juventud para acercarte a tus alumnos y que tus clases resulten más efectivas. Nos guste más o menos la edad de ese nuevo profesor que llega a un centro suele ser uno de los aspectos que más impacta inicialmente a los adolescentes. La cercanía generacional te debería permitir encontrar valiosas vías de comunicación con los alumnos. Hace no tanto que eras uno de ellos. No te confundas y consientas que esa cercanía se convierta en un colegueo pueril. Eres su profesor, no pretendas ser su amigo. No te necesitan como amigo pero en cambio les resultarás muy útil como esa figura adulta y cercana que les ayude a centrarse en sus estudios y pueda aconsejarles en los malos momentos.

4. Evita las absurdas trincheras cavadas durante años en los claustros de los centros a los que llegues. Ahora, por supuesto, estoy hablando de la enseñanza pública, donde todavía hay oportunidad para la crítica, la disensión y la oposición a la dirección del centro o a los grupos de poder que tratan de controlar la vida educativa del centro. Al poco tiempo de empezar a trabajar en un IES te darás cuenta de que difícilmente su ambiente laboral será una balsa de aceite. Dependiendo de con quién empieces a relacionarte y a conversar habitualmente comenzarán a llegarte informaciones (en general contradictorias) de viejas rencillas, de enfrentamientos personales entre miembros de un mismo departamento, de disputas entre departamentos y, por supuesto, de discrepancias con la dirección y la jefatura de estudios. No te posiciones en una guerra que no es la tuya para así poder compartir la crítica estéril del café mañanero con compañeros a los que acabas de conocer. Ni siquiera aunque te caigan bien. Date tiempo, interacciona con todos, también con los "jefes" o con "los otros", construye tu propia opinión, sé educado pero no actúes como un borrego,  no te posiciones sin toda la información y solo por una inicial simpatía personal en batallas que, analizadas con detalle, suelen ser muchas veces absurdas y, en general, solo sirven  para alimentar egos sobredimensionados.

5. Este punto es importante. A ver cómo te lo explico. Yo, desde luego, lo veo así y es clave en mi trabajo diario: no solo eres profesor de los alumnos de los grupos a los que das clases. Eres profesor de tu instituto y, por tanto, eres profesor de todos los alumnos de ese centro. Y lo eres desde que entras por la puerta del IES hasta que coges tu medio de transporte para volver a tu casa. Aprovecha cada minuto en el centro y cada interacción personal con el alumnado para hacer entender a los adolescentes de tu instituto (les des clases o no) que eres alguien a quien no solo tienen que respetar sino al que pueden recurrir en cualquier momento para solucionar cualquier problema. Si cada vez que haces una guardia, cada vez que te relacionas con alumnos a los que no das clases, cada vez que caminas por un pasillo repleto de adolescentes (desconocidos o no) siempre te muestras distante y arisco (que suele ser una forma de protección de los que no se sienten seguros), terminarán viéndote como el enemigo o, simplemente, te convertirás en alguien intrascendente e invisible para ellos. Con el tiempo llegará el día que tengas que intervenir en cualquier conflicto o solucionar algún problema y te darás cuenta de que los chavales apenas son capaces de escucharte cuando les hablas (salvo que el miedo les obligue).

6. La prioridad fundamental de un profesor es conseguir que sus alumnos aprendan algo cada día gracias a su labor. Nunca olvides que ese debería ser el objetivo fundamental de la enseñanza reglada. Podrás elegir entre diferentes estrategias pedagógicas para conseguirlo pero no te equivoques, no conviertas la felicidad de los alumnos (o el cariño que te muestren) en una medida del éxito de tu trabajo. No seas presuntuoso, eres una gota de agua en el mar de su aprendizaje, no pretendas ser trascendente, no confundas sus expresiones de aprecio con un refrendo a la calidad de tu labor (no siempre son los mejores jueces en el momento pero con el tiempo sí sabrán juzgarte). Nunca cedas a la tentación de ser su "profesor Keating" y ten absolutamente claro aquellos contenidos del currículo oficial que no pueden dejar de dominar el curso siguiente. Empatiza con ellos, entiende la dificultad que supone estudiar y esforzarse a esas edades para muchos de ellos, pero no dejes de exigirles. Necesitan de tu exigencia y de tu afecto para crecer. No los abandones cuando fallen, no los menosprecies, deja siempre una puerta abierta a los que se han convertido en objetores educativos, a esos que parecen desafiarte desde el primer día, trátalos en todo momento como un alumno más, hasta el final necesitan saber que existen mecanismos para reengancharse a un sistema educativo en el que ya han naufragado.

7. Tu actitud al entrar en el aula va a determinar completamente el desarrollo de tu clase. Y no te puedes imaginar cuánto. Si tu pretensión es que la clase que vas a empezar a dar sea importante para tus alumnos y que lo que les vas a enseñar se convierta en un aprendizaje significativo para ellos solo tienes una opción: entra en el aula arrasando. Te lo repito, por si acaso no lo has entendido: a-r-r-a-s-a-n-d-o. Exigiendo, sonriendo (sonríe siempre que puedas), interpelando a alumnos particulares, obligándoles a que se sienten con rapidez y que saquen sus materiales para poder empezar a trabajar. Imponiendo (con tu autoridad, sí) un silencio inicial para poder empezar la clase. Cuando ya estén sentados, cuando hayas conseguido su atención, nunca pretendas empezar a explicar nada sin interesarte por ellos. No estás grabando un video de Youtube, tus alumnos son personas con las que te tienes que relacionar, son chavales que te tienen que importar, pregúntales cómo están, interésate por su momento vital, por sus agobios académicos, por sus frustraciones e ilusiones. Van a percibir, sin duda alguna, si tu interés es real o no. No les tengas miedo. Ironiza con ellos pero no los trates como niños, ya no los son, trátalos como protoadultos, es lo que quieren y lo que se merecen. Nunca entres en un aula a dar clases y que durante unos pocos (pero interminables) minutos tu presencia en el aula resulte insignificante, intrascendente e irrelevante. Es la primera piedra en el camino de tu fracaso como docente. El show debe comenzar cuando tú llegas y no olvides que ellos, en el fondo, están deseando conectar contigo. Necesitan que domines el espacio y los tiempos del aula.

8. No te encierres en tu departamento y socializa con tus compañeros, la docencia no es una labor individual. La utilidad de tu labor y las consecuencias de ella siempre dependerá de otros. Vuelvo a centrar mi consejo en aquellos profesores primerizos de la enseñanza pública. Es increíble la heterogeneidad de los claustros y la enorme riqueza experiencial, ideológica e intelectual a la que permite acceder la horizontalidad de nuestro trabajo, el valor que tiene que todos los profesores, ya sean novatos o veteranos, ya tengan plaza fija o sean interinos, ya sean excelentes o inútiles, tengan las mismas responsabilidades y obligaciones, que nadie pueda construir una jerarquización en nuestras relaciones personales. No permitas que la diferencia de edad y los prejuicios (generacionales o ideológicos) te impidan disfrutar de la sapiencia y de la experiencia de compañeros a los que merece la pena escuchar. Aprende de todos pero sin sentirte obligado a reverenciar a nadie. No existe un solo docente que no haya fracasado en alguna ocasión. En muchas ocasiones, serán esas relaciones personales-laborales que hayas sido capaz de establecer las que determinen la posibilidad de resolución de conflictos con alumnos. 

9. Lo sabemos. Vienes a cambiar la Educación. Ahora que eres docente necesitas impugnar con la mayor premura posible la labor de todos aquellos "inútiles" que te dieron clases cuando eras adolescente. Tú lo vas a hacer todo mejor y de manera diferente. Aún  no eres consciente de la enorme distancia que existe entre ser un profesor de masas (realidad) y ser un profesor de salón (ensoñación). En todo caso, date tiempo. Antes de pretender innovar y cambiarlo todo estudia, escucha, lee y analiza qué pretendes conseguir con eso que tú consideras un necesario cambio de paradigma educativo. Utiliza con inteligencia y humildad el método de ensayo-error para no perjudicar a tus alumnos con tus quimeras. Y evalúa a posteriori los resultados de tu labor, investiga qué pasó con esos alumnos a los que diste clases al año siguiente, cuando otro profesor les dio clases de tu asignatura. Porque sí, tú venías a cambiar la Educación, pero procura que en una década no haya sido la rutina laboral la que haya pasado por encima de ti y te haya convertido en ese amargado con ínfulas que termina culpando a los alumnos y al sistema de que no se aprecie como corresponde tu capacidad de "innovación pedagógica". 

10. Un tema importante. No te lo tomes a  mal. A ver cómo te lo digo: no te pagan por dar clases en el vacío. No eres un youtuber. Te pagan por dar clases a alumnos que están en el aula contigo. Tienes que interaccionar con ellos. Resulta tan desconcertante como desolador que haya profesores (y los hay, nadie quiere hablar de ellos pero existen) que por diferentes motivos (incapacidad, desidia...) terminan transmitiendo cada día conocimientos al vacío de un aula repleta de alumnos que no lo escuchan. Hay profesores que pretenden convencernos de que cumplen con su obligación profesional explicando lo que la ley dictamina que tienen que explicar a un grupo de adolescentes que lo humillan diariamente ignorándolo de manera manifiesta. Su sufrimiento (real) no sirve como excusa para su fracaso profesional. Poco importa la vocación (o la falta de ella) que sientas si cuando cierras la puerta de tu aula no consigues que tus alumnos te escuchen, si solo los alumnos mas aplicados (esos que seguramente menos te necesitan) son los que apenas atienden a tus explicaciones mientras los demás desdeñan lo que les intentas transmitir. Nunca continúes una clase sin la atención del grupo. Y eso es algo que deberás conseguir desde el pirmer minuto de la primera clase que tengas con ellos. Las normas de aula deben ser pocas, claras y contundentes pero debes obligarte cada día a hacerlas cumplir aunque el esfuerzo sea gigantesco.

Son 10 consejos pero podrían ser algunos más. También te podría hablar de la necesidad de conocer la legislación que contextualiza la labor docente, de la obligación de explicitar perfectamente la manera de calificar exámenes, pruebas, trabajos y evaluaciones para que los alumnos nunca puedan pensar que tus notas son relativamente arbitrarias, de cómo debes intentar hablar cara a cara, sin dramas ni amenazas, con esos alumnos que inicialmente te desafían en clase para tratar de reengancharlos, de que jamás renuncies a repetir una explicación si un alumno te la pide y el ambiente de clase es el adecuado, de que si eres docente de la pública tienes que aceptar tu responsabilidad como funcionario y conocer críticamente las políticas educativas que afectan a tu labor diaria, de cómo debes compaginar una preocupación real y un afecto sincero hacia tus alumnos con cierto desapego emocional hacia ellos (no puedes ni debes llevarte sus problemas personales ni a tu casa ni a tu vida)... Este trabajo es apasionante pero los detalles que determinan nuestro día a día son infinitos y no tenerlos en cuenta, creer que solo "dando clases" cubres el expediente, suele ser el camino más rápido para la frustración, la desilusión y la decepción docentes.

Pero de todo esto escribiré otro día.

22 febrero 2020

Un año de libros (2019)

Estos fueron los libros que, durante 2019, leí por primera vez . No cuento, como siempre, ni algunas relecturas ni tampoco los 10 o 15 libros que comencé pero por diferentes motivos no llegué a terminar. Al final, la lista se reduce a estos 35. De nuevo, el ensayo se impuso a la novela
  • El funeral de Lolita (2018)Luna Miguel. Novela.
  • Los combatientes (2013)Cristina Morales. Novela.
  • Haneke por Haneke (2018)Michel Cietat y Philippe Rouyer. Entrevista (cine).
  • La farsa de las Startups (2019)Javier López Menacho. Ensayo (sociología).
  • Silencio administrativo (2019)Sara Mesa. Ensayo (sociología).
  • La moda reaccionaria en Educación (2019)Jauma Trilla Bennet. Ensayo (educación).
  • Los orígenes de la posmodernidad (1998)Perry Anderson. Ensayo (filosofía).
  • El director (2019)David Jiménez. Ensayo (periodismo).
  • Happycracia (2019)Edgar Cavanas y Eva Illouz. Ensayo (sociología).
  • El aliado (2019)Iván Repila. Novela.
  • Narrativas precarias (2019)Christian Claesson (coord.). Ensayo (literatura).
  • Suicidio (2010)Edouard Levé. Novela.
  • El derecho a la pereza (1848)Paul Lafargue. Ensayo (política y sociología).
  • Por un populismo de izquierdas (2018)Chantal Mouffe. Ensayo (política).
  • El miedo, historia y usos políticos de una emoción (2019)Patrick Boucheron y Corey Robin. Ensayo (sociología).
  • Ofendiditos (2019)Lucía Lijtmaer. Ensayo (sociología).
  • Serotonina (2019)Michel Houellebecq. Novela.
  • Airbnb, la ciudad uberizada (2019)Ian Brossat. Ensayo (sociología).
  • Cabezas cortadas (2018)Pablo gutiérrez. Novela.
  • Hoy es un buen día para morir (2016)Colo. Novela gráfica.
  • Liquidación (2014)Iván Reguera. Novela.
  • Tres décadas de estilo visual en el cine: evolución de la fotografía cinematográfica (1980-2010) (2018)Laura Cortés Selva. Ensayo (cine).
  • Capitalismo big tech (2018)Evgeny Morozov. Ensayo (sociología).
  • No society: el fin de la clase media occidental (2018)Christophe Guilluy. Ensayo (política).
  • Mabuse, el eterno retorno (2019)Noemi Guillermo. Ensayo (cine).
  • Cine y vanguardias artísticas: conflictos, encuentros y fronteras (2004)Vicente Sánchez-Biosca. Ensayo (cine).
  • Los surcos del azar (2013)Paco Roca. Novela gráfica.
  • Ecofascimo, lecciones sobre la experiencia alemana (2019)Janet Bichl y Peter Staudenmaler. Ensayo (política).
  • El calentamiento global (2019)Daniel Ruiz García. Novela.
  • Aquí mando yo. Una historia íntima de Podemos (2019)Luca Constantini. Ensayo (política)
  • La dictadura del coaching (2019)Vanesa Pérez gordillo. Ensayo (sociología).
  • Null island (2019)Javier Moreno. Novela.
  • La inutilidad de Pisa para las escuelas (2015)Julio Carabaña. Ensayo (educación).
  • Educación tóxica (2019)Jon E. Illescas. Ensayo (sociología)
  • Tierra de mujeres (2019)María Sánchez. Novela.

15 febrero 2020

Un año de cine (2019). Segunda parte

Aquí comparto la segunda tanda de películas que vi por primera vez durante 2019. Aclaro, mediante la palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas cronológicamente según las fui viendo.
  • Cómo entrenar a tu dragón 3 (2019)Dean DeBlois. Digno cierre de una trilogía que comenzó de manera brillante con aquella primera y fresca película en la que sonó por primera vez la estupenda música que John Powell ha compuesto para esta trilogía. Se hace demasiado evidente que el chicle ya no se podía estirar más y la inevitable maduración de unos personajes que ya están dejando atrás su gozosa infancia y deben aceptar sus nuevas responsabilides adultas está llena de clichés.
  • Casi imposible (2019)Jonathan Levine. Comedia romántica, con cierto espíritu gamberro y una estimulante subversión de los roles de género, que termina difuminándose por el absurdo abuso de excesivas convenciones. Tras un arranque prometedor se atasca sin solución. Se ve con simpatía pero no deja mayor huella que disfrutar en pantalla de una espléndida Charlize Theron.
  • Alita (2019)Robert Rodríguez. Decepcionante. Nunca llegué a entrar en esta adaptación del famoso manga de ciencia ficción de la que se hablaba desde hacía años por el hecho de tener detrás de la producción a James Cameron. Termina siendo un mero espectáculo pirotécnico de efectos especiales sin alma y sin ningún sentido del ritmo narrativo. A poco de comenzar deja de interesarme ese universo en el que se desarrolla una película a la que tampoco le hace ningún bien un montaje en el que se notan demasiado las tijeras. Una pena.
  • Réplicas (2018)Jeffrey Nachmanoff. Resulta increíble la capacidad que tiene cierto cine americano (que me disculpe Pedro Vallín) para reducir dilemas éticos sociales a pueriles conflictos personales y familiares. El manido pretexto de la necesidad de proteger a la familia (casi siempre es el hombre el que protege y decide, claro) termina permitiendo a un sufrido Keanu Reeves disfrutar de su nueva-vieja familia (clonada) a cambio de que el capitalismo más depredador e inmoral se haga con el negocio de un sistema de clonación que él ha inventado. El dolor por la pérdida de los seres queridos, la posibilidad de recuperarlos y la obligación de protegerlos como coartada para la vileza. Y sin moraleja política alguna. El final solo sirve para que el espectador se vea impelido a tener que entender y empatizar con un ejemplo perverso de individualismo lacerante. Vomitiva.
  • Shazam! (2019)David F. Sandberg. Yo qué sé. Uno espera de estos subproductos del género de superhéroes, que se ruedan a la sombra de los megaproducciones, una mayor libertad, riesgo y frescura. No fue el caso. Los clichés se acumulan en cada fotograma y solo unas pocas risas ayudan a digerir este auténtico bocadillo de ladrillo. Una pérdida de tiempo.
  • Singularity (2017)Robert Kouba. Y llegó el premio gordo. Estábamos en verano y estaba claro que la cosa cinematográfica no marchaba bien. Una cosa es bucear en los subproductos de la ciencia ficción en busca de alguna cosilla simpática y otra encontrarse frente a frente con este engendro cósmico. Pura basura infinita y cosmogaláctica. En un futuro cercano un Skynet de Mercadona decide cargarse a la humanidad. 100 años después, solo unos pocos humanos sobreviven. Una chica fuerte y decidida se encuentra con un gilipollas y, a pesar de las señales, se une a él en una aventura sin sentido, sin ritmo, sin dirección y sin vergüenza. Los añadidos de John Cusack (imagino que para su distribución internacional) son el horror, la peor pesadilla de montaje que he presenciado en años. Nada tiene sentido. El hilo narrativo es una madeja en manos de un gato ciego, la puesta en escena es un mal chiste, los actores deambulan por la pantalla y no se atisba rasgo alguno de inteligencia en esta producción. La chica, tras un pequeña reyerta, transita de liderar la pareja y defender al inútil, a correr detrás de él y esperar a que el pavo tome todo tipo de decisiones sin sentido. Y para terminar ese final, abriendo la puerta... ¿a qué? ¿A una trilogía? ¿A una saga? ¿Pero estamos locos? ¡Dejad de hacer daño! Qué cosa más mala, la verdad, pero las risas viéndola no me las quita nadie.
  • Money monster (2016)    Jodie Foster. A su manera, Hollywood nos ha dado un buen puñado de películas que nos hablan sobre la falta de límites del turbocapitalismo actual y como termina afectando a las vidas de ciudadanos anónimos que caen en sus redes. En esta producción, dirigida con buen pulso por Jodie Foster, un hombre secuestra en directo y amenaza con matar a un famoso gurú económico que lanza sus consejos y consignas liberales desde un plató de televisión. El planteamiento resulta de interés aunque, lamentablemente, la película termina decantándose por un convencional drama emocional sin apenas espacio final a la reflexión política.
  • El vengador sin piedad (1958)Henry King. Western menor que destila un machismo descorazonador pero que se salva por una puesta en escena vibrante y, a ratos, pesadillesca. Está estupendamente dirigida Henry King, uno de los grandes artesanos del viejo Hollywood. Curiosa.
  • Un día más con vida (2018)Raúl de la Fuente y Damian Nenow. Maravillosa. Absolutamente maravillosa. Basada en los escritos del periodista Kapuściński, narra sus días como corresponsal de guerra en la Angola que está a punto de dejar de ser portuguesa. La animación rotoscópica otorga a la película un aire de irrealidad visual que resulta de gran utilidad a una historia que termina encogiendo el corazón. Su intensidad es brutal y su visión es imprescindible. Gran película.
  • Pickpocket (1959)Robert Bresson. Tan austera formalmente como profunda narrativamente, estamos ante una obra de cine mayor: angustiosa, moralmente ambigua, desesperada y existencialista. Una excelente película que, mediante un montaje de imagen y sonido magistrales, nos cuenta el camino hacia el abismo, desde sus excitantes y temerosos primeros días hasta su inesperadamente ambiguo final, de un carterista que termina convirtiendo en arte su labor delictiva. Peliculón.
  • Cristal oscuro (1982)Jim Henson y Frank Oz. Años oyendo hablar de este mito del cine de animación de los 80. La que se supone que es la obra cumbre de dos genios como Henson y Oz. Y nada. A pesar de disfrutar y admirar la técnica, la puesta en escena, la imaginería visual y la música, la historia me dejó absolutamente frío y jamás conseguí conectar emocionalmente con una película que, tristemente, me aburrió y me decepcionó.
  • El niño que pudo ser rey (2019)Joe Cornish. Intento de revisión en clave de comedia gamberra del mito artúrico. Termina naufragando por agotamiento de ideas después de media hora por la reiteración de las propuestas y por un cansino acto final. Un pasatiempo para niños.
  • La virgen de agosto (2019)Jonás Trueba. La búsqueda continua de su lugar en el mundo de una treintañera madrileña que no encuentra nada con lo que realmente dotar de sentido a su vida. Como suele sucederme con Jonás Trueba, su cine me obliga a suspender durante hora y media mi juicio moral sobre sus personajes para empatizar con ellos por su humanidad y naturalidad. Trueba lo vuelve a hacer, insufla vida y reviste de verdad a unos personajes que deambulan por un Madrid veraniego sin terminar ni de encontrarse, ni de olvidarse ni de reiventarse. Cine en estado puro cuyo único defecto es esa artificiosa suspensión del tiempo narrativo que permite eludir los temas de calado social que también afectan a nuestras vidas. Se prioriza la exposición de un yo vulnerable y dubitativo que, desde su debilidad, termina convertido en un yo totalitario y omnímodo, capaz de absorber por completo nuestra atención y nuestra energía.
  • Érase una vez... en Hollywood (2019)Quentin Tarantino (cine). Gozada absoluta. El mejor Tarantino en años me hizo disfrutar enormemente con cada una de las set pieces con las que construye su película. Las mejores de ellas, para mí, la que protagoniza Brad Pitt en la granja de la secta, el falso metraje y el rodaje del western de serie B que rueda Leonardo Di Caprio, y ese final desbocado y delirante en el que un Pitt drogado se enfrenta con una lata a los tarados de Manson. Tarantino reincide en su idea del cine como artilugio mágico con el que reconstruir aquellos hechos del pasado que, si hubieran sucedido de manera diferente, habrían hecho al mundo (Malditos bastardos) y a la sociedad  americana (Érase una vez... en Hollywood) distintos, mejores, más inocentes, menos oscuros. En el fondo, Tarantino ya siente que se ha hecho mayor y parece utilizar al cine como herramienta para sobrellevar la nostalgia y el paso del tiempo. Espléndida.
  • Trumbo (2015)Jay Roach. Clásico biopic americano para reivindicar la figura de uno de los mejores guionistas del viejo Hollywood. Como casi todos los biopics de este tipo peca de ensalzar en exceso la figura de Trumbo en su lucha contra los poderes conservadores de la América de los 50, minimizando el papel de otros que fueron igual o más importantes que él en esa batalla. Pero, en todo caso, más allá de las licencias y a su falta de interés por indagar en las oscuridades que se intuyen en sus personajes centrales, la película funciona por su ritmo ágil y la excelente interpretación de Bryan Cranston.
  • Zombieland (2009)Ruben Fleischer. Fresca y muy divertida vuelta de tuerca al apocalipsis zombie. Comedia desvergonzada y sin pretensiones que se entrega por completo al buen hacer de sus cuatro grandes actores protagonistas (que transmiten en todo momento un buen rollo que se traslada al espectador). El cameo de Bill Murray haciendo de sí mismo es impagable.
  • El hombre de las figuras de cera (1924)Paul Leni. Película representativa del cine fantástico alemán de los años 20. Se cuentan tres historias a través de la imaginación de un escritor que es contratado para que construya narraciones que sirvan de contexto a la exposición de las figuras de cera de Haroun al-Raschid, Iván el Terrible y Jack el Destripador en un museo de cera de una feria. Aunque irregular y excesivamente morosa en alguno de sus fragmentos, resulta muy interesante, destacando por encima de todo el último tramo, apenas 10 minutos, en el que se utilizan de manera ingeniosa algunos de los trucos y sobreimpresiones y que tanta fama dieron al expresionismo.
  • La transacción (2017)Kikol Grau. Interesante documental que utiliza de manera inteligente fragmentos de películas y programas de televisión para explorar la historia no contada (e incluso censurada) de la Transición. Critica el discurso oficial que se ha instaurado en nuestro país sobre esa época, data en la fecha de emisión del famoso documental de TVE sobre la Transición (que presentara Victoria Prego) la institucionalización de ese discurso oficial, y su visión resulta estimulante.
  • Arizona (1939)George Marshall. Extraño western, con un joven James Stewart en el papel principal, que se desmarca de los clichés del género, otorga fuerza a la acción política y social no violenta y tiene un final antológico (el real, no el añadido de mierda posterior impuesto por los productores) en el que son las mujeres del pueblo las que terminan por erigirse victoriosas. Una excelente muestra de una época del cine americano en la que a ciertos guionistas de la izquierda de Hollywood se les permitió soñar con contar las historias bajo su prisma ideológico. Pronto llegaría el Macartismo.
  • El último magnate (1976)Elia Kazan. Fallido acercamiento al viejo Hollywood desde el Hollywood desencantado y cínico de los años 70. Ni la historia de la labor del productor con las películas, ni su aburrida e insustancial historia de amor, ni los apuntes acerca de la corrupción sindical en el mundo del cine terminan por interesar a nadie. Tan aburrida como pretenciosa.
  • Los jóvenes salvajes (1961) John Frankenheimer. Los primeros 5 minutos de esta película siguen siendo hoy día una barbaridad, cine que impacta. Sin que suene una palabra, mediante un deslumbrante montaje de imágenes y sonidos tan creativo como desquiciado, se contextualiza el enfrentamiento social entre bandas de chavales de los guetos de Nueva York y se muestra el contexto social y físico depauperado en el que estos jóvenes violentos desarrollan sus vidas. Espectacular. La recomiendo vivamente.
  • Z (1968)Costa Gavras. La película con la que comenzó la leyenda internacional de Costa Gavras como cineasta comprometido, azote de dictaduras fascistas y del capitalismo corrupto. Está a la altura de su fama, transmite tensión y urgencia sociopolítica pero su visión, tantos años después de su estreno, también inocula al espectador una enorme melancolía y cierta desesperación política. Grande.
  • La herencia del viento (1960)Stanley Kramer. Una muestra de lo mejor del cine clásico americano. El juicio real que se celebró contra un profesor en 1925, en el estado de Tennesse, que fue detenido por explicar a sus alumnos la teoría de la evolución de Darwin, se convierte en el vehículo perfecto para defender una visión liberal y moderna del mundo, en el que la ciencia se discute pero no se prohíbe, frente al pensamiento trasnochado, rancio y reaccionario de los que pretenden seguir imponiendo su fe (y su poder) a los demás. Película honesta y necesaria.
  • Una cuestión de género (2018)Mimí Leder. Estupendo y muy instructivo biopic sobre la apasionante lucha por la igualdad legal de sexos de la que fuera jueza del Tribunal Supremo de EEUU, Ruth Bader Ginsburg. La directora, de manera inteligente, entiende que debe poner su trabajo al servicio de un guion que prioriza la descripción de los hechos y no pretende construir una dramatización impostada. Por esa razón acierta con la elección de una puesta en escena sencilla, clara y didáctica, mediante la que exige al espectador no limitarse a emocionarse con la historia personal de Bader, sino que debe reflexionar sobre la injusticia y la vergüenza que supuso la discriminación naturalizada (y legalizada) de la mujer durante siglos.
  • 7 días de mayo (1964)John Frankenheimer. Con esa fotografía en blanco y negro dura, plana, nerviosa y tensa que fue la firma de este excelente director durante la década de los 60, se nos cuentan los preparativos de un golpe de estado en los EEUU dirigido por un jefe militar de reputación intachable (interpretado, con la profesionalidad que le caracterizaba, por Burt Lancaster). Espléndida.
  • La edad de oro (1930)Luis Buñuel. Con la imprescindible guía del capítulo que le dedica Vicente Sánchez-Biosca en ese maravilloso libro de cine titulado Cine y vanguardias artísticas, me atreví con esta obra legendaria de Buñuel. Su lectura se convirtió en la caja de herramientas imprescindible para que la visión de esta película pudiese trascender la mera visión cinéfila militante. Así, con la tutela intelectual de Sánchez-Biosca, disfruté de una película apabullante y libérrima, que sorprende en cada fotograma.
  • El nadador (1963)Frank Perry. Basada en el relato de Cheever (que no he leído), lo que empieza siendo la ocurrencia imbécil de un pijo despreocupado (volver a su casa tras nadar por todas las piscinas de todos los vecinos de clase media alta con los que convive en su residencial-burbuja), termina convirtiéndose en una radiografía cruel y lúcida de un extracto social parasitario y decadente. De la mano de un fantástico Burt Lancaster nadamos y nadamos, cada vez con menos fuerza, sin ganas, intentando vampirizar la energía de los otros, esos que están casi tan jodidos como nosotros, casi dejándonos morir, como él, un guiñapo humano cuya máscara social en descomposición ya no puede ocultar por más tiempo su superficialidad y sus miedos.
  • Sicario 2 (2018)Stefano Sollima. Correcta continuación sin la fuerza que la dirección que Villenauve impregnara a la primera y sin la brillantez visual con la que dotara a aquella ese mago de la fotografía que es Roger Deakins. Sin estos dos genios, la película se convierte en una mera narración de frontera y narcotráfico. Se empieza a ver con interés pero los meandros en los que enfanga el guion hace que vaya perdiendo interés a medida que pasan los minutos.
  • Spider.man: far frome home (2019)Jon Watts. Secuela precipitada que no encaja con el momento emocional en el que la saga marveliana se encontraba tras la muerte de Tony Stark. De lo peor que vi este año.
  • Ad-Astra (2019)James Gray (cine). Tan brillante formalmente como fría y equivocada en su concepción. No termina de cuajar en la gran y profunda película que pretende desesperadamente ser. Un hierático Brad Pitt trata de encontrar a su padre, al que creía fallecido hacía décadas, en este solitario viaje espacial al que asistimos en permanente estado de somnolencia mientras escuchamos los monólogos pretenciosos de su voz en off, con los que se intentan explorar las difíciles relaciones padre-hijo. Los momentos de pretendida tensión (el momento mono) provocan vergüenza ajena, parecen añadidos de otra producción. De todas maneras, se agradece el intento de ofrecer algo distinto.
  • La última lección (2018)Sebastiasn Mernier. Película realmente inquietante. Un profesor interino llega a una escuela francesa para sustituir a un profesor que se ha suicidado tirándose por la ventana mientras sus alumnos realizaban un examen. El nuevo profesor se convierte en tutor de un grupo de alumnos tan brillantes como inadaptados socialmente. Forman un grupo homogéneo, con indicios de formar una especie de secta, que se enfrentan una y otra  vez a la autoridad de su cada vez más desconcertado y desquiciado nuevo profesor. A medida que la película avanza resulta más perturbador el comportamiento de unos chicos que parecen creer en la cercanía del fin del mundo. Su extraño final es digno cierre de una apuesta arriesgada que me dejó un un buen regusto.
  • La sal de la tierra (1954)Herbert J. Biberman. Magnífica. Emocionante. Inolvidable. Película semidocumental sobre una huelga minera en el Nuevo México de los años 50. Es de lejos, junto a Las uvas de la ira (John Ford, 1939), lo mejor y más honesto que he visto nunca en el cine sobre la lucha por los derechos laborales. Resulta también impresionante (y casi sin fisuras, incluso visto hoy) el relato inicialmente secundario y finalmente definitivo (y definitorio) de empoderamiento femenino que plantea la trama. Transmite tanto dolor como verdad. Antídoto perfecto contra el cinismo. Imprescindible.
  • Terminator: Dark Fate (2019)Tim Miller (cine). No salí descontento cuando la vi en la sala de cine. Me gustó el regreso al espíritu de Terminator 2, volver a encontrarme con Sarah Connor e incluso el humor (en el límite de la vergüenza ajena) con el que se enfrentaba Arnold Schwarzenegger a la enésima revisión de su icónico papel. Pero, a medida que ha pasado el tiempo desde su estreno, ha perdido fuerza en mi memoria. Creo que puse más yo como espectador, con mis ganas y con mi nostalgia de regresar al universo de Terminator de la mano de Cameron, que lo que realmente me ofreció la película. En todo caso, me parece una secuela digna Al mismo tiempo nos recuerda lo difícil que es volver a emocionarte con historias que estiran aquello que en el pasado te emocionó.
  • El tren (1964)John Frankenheimer. Espectacular. Adoro el estilo visual, la complejidad de las tramas y la fuerza de las imágenes del cine de Frankenheimer. Especialmente lo que rodó en los años 60. Dura, fría, tensa y radical historia, enmarcada en la Segunda Guerra Mundial, en la que la resistencia francesa no duda en matar a sangre fría a nazis y a sus colaboradores para evitar que se lleven importantes pinturas francesas a Alemania. Burt Lancaster está soberbio.
  • Parásitos (2019)Bong Joon-hoo (cine), Brillante alegoría sobre la desigualdad social. La película, que comienza con un cierto tono despreocupado de comedia, nos cuenta como una familia de pillos se va introduciendo en el servicio de una mansión familiar de unos pijos buenistas, que tratan de aparentar que no desprecian a esos pobres con los que, lamentablemente, deben convivir. Lentamente, de manera orgánica, la película se va oscureciendo hasta desembocar en una pesadillesca y cruenta metáfora final sobre la lucha de clases. Cine inteligente que utiliza la ficción para reflexionar sobre la imposibilidad de asimilación social de la enorme distancia que existe en las sociedades modernas entre las vidas disparatadas, ociosas y decadentes de lo más ricos y la miseria de los mas pobres (cuando además, estos viven expuestos al bombardeo continuo de imágenes que les recuerdan lo que no tienen y jamás podrán alcanzar). La secuencia de la fiesta en la casa y la de la carrera posterior bajo la lluvia, cuando la familia de pobres corre desesperada hasta su verdadero hogar, son brutales. Obra maestra.
  • Booksmart (2019)Olivia Wilde. Fantástica película cuyo único problema es que termine pasando desapercibida cuando es una pequeña joya. Destila una enorme humanidad y mucha verdad este retrato de una de esas amistades, tan intensas y excluyentes, que se construyen en la adolescencia. Unas amistades que, aun siendo útiles para empezar a configurar el yo social y defenderse de los otros, también pueden terminar convirtiéndose en una jaula emocional de la que finalmente hay que escapar para poder seguir creciendo. Estupenda.
  • Light of my Life (2019)Casey Affleck. Distopía minimalista. En un futuro posapocalíptico, tras un una extraña enfermedad que prácticamente ha dejado sin mujeres el planeta, un padre recorre el país junto a su hija preadolescente tratando de encontrar un lugar donde vivir en el que pueda protegerla y procurar que crezca en paz. Una reflexión interesante sobre la imposibilidad de construir burbujas familiares de protección para los hijos y sobre la necesidad de estos de aprender a enfrentarse al mundo con las herramientas intelectuales y emocionales suficientes para ello. Emotiva. Bonita.
  • Krull (1983)Peter Yates. Fantasía kitsch, un simpático pastiche que intentaba sumarse a la ola del cine de evasión infantil de la época y que consiguió mantenerme atento a su historia con una sonrisa en la boca. El diseño de producción y los efectos especiales son, en muchos momentos, realmente imaginativos (aunque en otras ocasiones el nivel de chapuza técnica es alto), y la trama de malos muy malos y buenos muy buenos se sostiene, como suele pasar en estos casos, gracias a unos personajes secundarios que aportan el alivio cómico que la película necesita. Además, la música que firma mi añorado James Horner es una maravilla. Qué puedo decir, me pilló en un buen día y me lo pasé muy bien con ella.
  • El irlandés (2019)Martin Scorsese. Brillante cierre a una forma de entender el cine de gansters del director que mejor supo mostrarlos en pantalla. Testamento fílmico de un Scorsese que vuelve a retratar a la mafia italo-americana para explicar el ascenso y la muerte de Hoffa. La película es un notable ejercicio de estilo melancólico y autorreflexivo que demuestra la sabiduría cinematográfica de uno de los mejores directores norteamericanos de todos los tiempos.
  • Historia de un matrimonio (2019)Noah Baumbauch. Es una gran película. Aunque parece sostenerse tan solo por las soberbias interpretaciones de Scarlett Johansson y Adam Driver, la mano de un director tan talentoso para el detalle y para el análisis de las relaciones humanas como es Baumbauch es más que evidente, y es lo que eleva a la película a algo más allá del clásico melodrama. La secuencia del enfrentamiento en la casa que alquila el personaje que interpreta Driver deja al espectador sin respiración. Seguramente es la secuencia del año. Pero no puedo dejar de ponerle la objeción habitual: estamos ante un cine de pijos, que trata sobre el drama de dos pijos con la vida resuelta, mucho ego y una enorme necesidad narcisista de ser admirados y deseados. Y el enfrentamiento entre ellos se nos muestra con enorme delicadeza y compasión. Con esa "clase y dignidad" con la que los pijos siempre pretenden mostrarse al mundo. La otra cara de la moneda de esta película sería aquella comedia negrísima dirigida por Danny de Vito en 1989 (La guerra de los Rose) que, en clave de humor exagerado, mostraba la fiereza, la brutalidad y la enorme crueldad que pueden aparecer en una separación matrimonial. Incluso entre dos pijos.
  • Chicago Boys (2015)Carola Fuentes y Rafael Valdeavellano. Excelente documental que narra como se conformó el grupo de economistas chilenos que, bajo el paraguas de la universidad de Chicago (en la que se formaron de jóvenes y en la que crearon importantes lazos de amistad), influyó decisivamente en las decisiones económicas del régimen dictatorial de Pinochet. Estremece la naturalidad y la prepotencia con la que esta gentuza presume de lo que hicieron, eluden la responsabilidad por lo que sucedió y, a poco que se les deja hablar, terminan declarándose orgullosos de todo lo que pasó. Esclarecedor y doloroso.
  • El buen maestro (2017)Oliver Ayache-Vidal. Un profesor de un instituto público pijo de París termina viéndose abocado a dar clases durante un año en un centro público de los suburbios de la ciudad. Película que se enmarca en esa tradición del cine francés que trata de analizar el contexto social y económico en el que se desarrolla la labor de la Escuela, sin perder de vista las relaciones personales entre alumnos y profesores. No llega a la altura de La clase (Laurent Cantet, 2008) y opta más por lo puerilmente emocional que por la crítica social. Pero en todo caso, resulta digna.
  • El último boy scout (1991)Tony Scott. Me parece increíble no haberla visto nunca. Uno de los mejores ejemplos del cine de acción que tanto éxito tuviera durante los 80 y primeros 90. Buddy movie de manual en la que se nota la mano en el guion de ese genio de los diálogos que es Shane Black. Hipermasculinizada, divertida, provocadora e inverosímil, supone un divertimento culpable muy de otra época.
  • The Rise of Skywalker (2019)J.J. Abrams (cine). Y llegó un nuevo final. Como en 1983 (que para mí fue a finales de los 80). Como en 2005. Como en 2019. Tristemente, un nuevo final de Star Wars llegaba a mi vida. Con todos sus errores de guion, a pesar de su ritmo narrativo excesivamente acelerado y más allá de la sobreinformación discursiva, disfruté como un niño del final de la saga de los Skywalker. Porque si hay algo en lo que J.J. Abrams siempre ha demostrado una gran pericia es en dotar de humanidad y frescura a las relaciones emocionales entre sus personajes. Y ese el alma de Star Wars: sus personajes. Disfruto de la camaradería de Poe y Finn, sonrío con melancolía cuando vuelvo a ver a Lando, la nostalgia me invade cuando soy testigo de las últimas conversaciones entre C-3PO y R2-D2, sufro junto a Chewbacca la muerte de Leia, empatizo con las dudas de Rey y aparece una lágrima en mi mejilla cuando Kylo convoca al recuerdo de su padre, Han Solo para poder pedirle perdón, para decirle que se equivocó y, justo antes de que le vaya a decir que lo quiere, Han sonríe a su hijo con ese gesto suyo tan característico, le interrumpe, y le dice: "I know". Pelos como escarpias. El viaje ha sido largo, acaban de cumplirse 30 años desde que Star Wars entrara en mi vida y sigo sintiéndome un privilegiado por poder emocionarme con esta simple pero maravillosa leyenda. Que el viaje no acabe nunca.

25 enero 2020

Un año de cine (2019). Primera parte

Estas son las películas nuevas (no tengo en cuenta las revisiones) que vi durante el año que acaba de finalizar. Aclaro, mediante la palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas cronológicamente según las fui viendo. Separo la lista en dos partes para hacer más digerible su lectura. 
  • Expo Lío´92 (2017)María Cañas. Documental de trinchera (realizado con nervio, compromiso político e inteligencia) centrado en los fastos del 92, cuando la España paleta quiso dejar de serlo y pretendió mostrar al mundo su nueva modernidad democrática. Con un excelente montaje la película deviene en mosaico social y político de un país incapaz de superar sus contradicciones. Estupendo.
  • O futebol (2015)Sergio Oksman. Extraño, lírico y cautivador documental que comienza con un inseguro viaje a Brasil del director de la cinta con el objetivo de reencontrarse con su padre, ausente en su vida durante décadas. Con delicadeza emocional se muestra cómo rápidamente se da cuenta de que la conexión ya es imposible salvo a través de una pasión compartida: el fútbol. Mientras, el caos y el azar que rigen nuestras vidas deciden aparecer y aportar un elemento final dramático que el director, con pudor, incorpora a un relato visual muy hermoso y humano.
  • Glass (2018)  M. Night Shyamalan (cine). El capítulo final de la singular trilogía con la que Shyamalan unificó sus películas de El protegido (2000) y Múltiple (2016) es una sugestiva película adulta dedicada a la deconstrucción y posterior reflexión de los códigos y aristas filosóficas del universo de los cómics de superhéroes, por los que Shyamalan muestra un respeto reverencial. Un aplauso a ese cierre de película,  a ese final tan anticlimático como sustantivo.
  • Las distancias (2018)Elena Trapé. Película generacional que opta con acierto por la frialdad y la contención dramáticas para indagar en el desconcierto vital de treintañeros estancados en una realidad precaria. Incapaces de enfrentarse a un mundo real poco acogedor, sobreviven alimentándose de ensoñaciones egóticas que ya a duras penas les sirven para enmascarar sus fracasos vitales. Me gustó.
  • Bohemian Rhapsody (2018)Bryan Singer. Amable biopic de Queen que se ve con agrado sobre todo por el magnetismo que irradia Rami Malek interpretando a Freddie Mercury. La parte final centrada en la recreación del concierto de Wembley es espectacular.
  • La favorita (2019)Yorgos Lanthimos (cine). Tres actrices en estado de gracia al servicio de uno de los mejores directores europeos de las últimas décadas. La película es una autentica gozada: disección macabra y con rasgos de comedia negrísima de las pulsiones más oscuras del ser humano en su lucha interminable por el poder y por conseguir someter al otro. Fantástica.
  • IO (2019)Jonathan Helepert. Las historias enmarcadas en un futuro posapocalíptico son ya un género en sí mismas. En este caso el pecado de esta película no es que parta de una premisa convencional (aunque prometedora): una adolescente, hija de genio científico que intenta arreglar el problema de un planeta ya despoblado, intenta continuar el legado de su padre mientras tiene que decidir si embarca o no en el último trasbordador espacial que sale de la Tiera hacia una nueva colonia espacial humana. El problema es otro, el problema es que es insoportablemente soporífera. Un muermazo incontestable. Hora y media de aburrimiento en vena.
  • Velvet Buzzsaw (2019)Dan Gilroy. El punto de partida es inmejorable: una historia de terror al servicio de un acerada crítica a la superficialidad de la parásita élite cultural que rodea al arte moderno. Pero el resultado es decepcionante y esta historia de terror alegórica en la que unos cuadros se van haciendo con el alma y las vidas de aquellos que pretenden poseerlos y comercializar con ellos termina naufragando. Una pena. Prometía mucho más.
  • Mortal Engines (2018)Christians Rivers. Cuánto ruido visual, cuánta imaginería al servicio de una nada tan profunda, tan absurda y tan plúmbea. Qué pena de cine fantástico sin imaginación, sin ritmo y sin alma.
  • El reino (2018)Rodrigo Sorogoyen. Uno de los directores más interesantes del panorama español se lanza al cine político con una obra plena de ritmo y tensión sobre la corrupción. Apenas decae, presenta personajes tan reconocibles como poliédricos pero, y me jode decirlo, cuando llega el momento ir más allá de la persona corrupta en cuestión, cuando toca analizar la estructura de poder social y económico que sirve de caldo de cultivo a esa corrupción que es sistémica y no ocasional, llega ese fundido a negro (final) que para mí es el más cobarde de la historia del cine español.
  • Green Book (2018)Peter Farrelly. Cada año Hollywood intenta hacernos creer que todavía es capaz de ofrecernos algo de cine adulto. Suelen ser sucedáneos de aquel cine de los 90 que tanto asco me da (hablo de aquellas grandes producciones hipertrofiadas y sentimentalmente pornográficas tipo Forrest Gump o El paciente inglés) pero que, al menos, eran producciones técnicamente impecables.Hoy día estas películas ni siquiera tienen eso: Green Book es cine blando, plano, sin personalidad, sin aristas, de un buenismo tan condescendiente como estomagante. Lo único reseñable es la esforzada interpretación de Viggo Mortesen.
  • Aquaman (2018)James Wang. Entretenimiento para sábado por la tarde. Si la plantilla con la que Marvel ha construido su desmesurada saga ya me parece una fórmula agotada, no parece que el mejor camino para DC sea emular a su gran competidor y alejarse del camino mucho más interesante (aunque con errores) que marcara Zack Snyder. Pero qué sabré yo.
  • Renaissance (2006)Christian Volkman. Una película de animación sorprendente, visualmente arrebatadora, que bebe de esa fuente inagotable que es Blade Runner para presentar una distopía futurista en la que la interesante y espeluznante trama (experimentos genéticos, grandes corporaciones y búsqueda de la inmortalidad) sirve para indagar en los claroscuros más inquietantes del ser humano. Me encantó.
  • Mamá y papá (2017)Brian Taylor. Podría haber sido una gloriosa macarrada pero termina siendo tan solo un divertimento canalla (imagino que por la necesidad de una distribución sin restricciones). De repente, una mañana, sin mayores explicaciones, los padres de una pequeña ciudad norteamericana sienten una irrefrenable necesidad de matar a sus hijos. Y a partir de ahí la película, sin complejos, tira hacia delante con un Nicolas Cage gloriosamente desatado. El momento en el que los padres se concentran frente a las vallas que rodean a la escuela de sus hijos y empiezan a tirarse contra ellas como zombis enloquecidos para intentar atrapar a sus retoños y así poder cargárselos, es una de las secuencias con las que más me he reído en años. Se deja ver.
  • Hereditary (2018)Ari Aster. Nunca he sido el mejor espectador del cine de terror, me echan para atrás sus códigos y nunca he disfrutado de los sustos. La que para muchos es la mejor película de terror de los últimos años a mí me dejó más bien frío, aunque reconozco que no la olvido y que la capacidad del director para construir secuencias y situaciones inquietantes a partir de situaciones cotidianas es extraordinaria. Pierde fuelle cuando lo sobrenatural (curiosamente, más convencional que todo lo anterior) termina por apoderarse de la historia.
  • Nación salvaje (2018)Sam Levinson. Los rumores y las maledicencias dentro de un grupo de adolescentes en un pequeño pueblo americano terminan desembocando en una ola de violencia inusitada que sirve para canalizar una catarsis femenina y feminista liberadora. Estupenda.
  • Mary Poppins Returns (2018)Rob Marshall. La cuestión es que me recuerdo decir a mí mismo cuando acabé de verla que era digna, que me había gustado, pero ahora, unos pocos meses después, apenas la recuerdo. Mala señal. De la original recuerdo cada plano, canción, secuencia y giro de guion. Pero claro, todo esto tiene también mucho que ver con la imposibilidad de volver a ser un niño.
  • Phantom Thread (2017)P. T. Anderson. Cine de autor americano delicado, en ocasiones relamido, pero en todo momento interesante. No es de las películas que más me han gustado de un director que adoro, pero reconozco que no me olvido de la perturbadora relación que se establece entre ese rico modisto genialoide y esa camarera a la que elige como musa y compañera. Una relación que empieza a lo My Fair Lady y termina convertida en una película de Haneke.
  • Escape Room (2019)Adam Robitel. Cine de evasión de bajo presupuesto, sin pretensiones y con algunas ideas interesantes que continúa el camino que empezara a marcar en el cine moderno aquella mucho más estimulante Cube, de Vicenzo Natali, hace más de 20 años. Se deja ver. Pero tampoco mucho.
  • Amanecer de los muertos (2004)Zack Snyder. Resulta fresca y entretenida esta enésima revisitación del ya clásico apocalipsis zombi. Snyder saca lo mejor de sus actores y de ese centro comercial en el que se desarrolla gran parte del metraje, al tiempo que usa con inteligencia las pequeñas historias entre los personajes para humanizar el drama. Me sorprendió muy positivamente.
  • The Silence (2019) John R. Leonetti. Un remake encubierto de la mucho más interesante The Quiet Place (2018). Como en aquella, los seres humanos tienen que dejar de hacer ruido en sus vidas para no alertar, en este caso, a una especie de vampiros que han surgido de las entrañas del planeta. Pero mientras en aquella la excusa argumental servía para profundizar en las relaciones personales y en la dificultad de comunicación dentro de la familia, esta otra película se convierte en una sucesión de clichés de género mal digeridos, con interpretaciones forzadas y momentos de tensión ridículos. Innecesaria.
  • Hostiles (2017)Scott Copper. El western nunca muere y eso ya lo sabemos. El cine americano regresa una y otra vez a la leyenda mitológica y romántica que construyera el cine clásico sobre la conquista del Oeste para volver a deconstruirla, como forma de indagar en la personalidad política de un país corroído por un evidente complejo de culpa en relación con la persecución y exterminio de los indios. Película excelentemente rodada, compleja, con aristas y personajes poderosos que disfruté mucho.
  • La espía que me plantó (2018)Susanna Fogel. Una nadería sin sustancia y que divierte muy poco. Una comedia con muy pocos momentos divertidos que se diluye al poco tiempo de comenzar sin que haya indicios de recuperación en todo el metraje posterior. Prescindible.
  • Overlord (2018)Julus Avery. Lo que prometía ser un curioso experimento cinematográfico (producir, a partir de la interesante Cloverfield, una serie de películas de bajo presupuesto, con historias dispares del género fantástico, enmarcadas en un mismo universo en el que se produce un ataque extraterrestre), se ha ido diluyendo con los años a causa de la irregularidad de las propuestas y a que esas mínimas conexiones ya no son suficientes para sobrellevar mediocridades como esta película. Estamos ante una historia de monstruos construidos por los nazis mediante ingeniería genética en plena Segunda Guerra Mundial. Sirve para pasar el rato sin muchas pretensiones.
  • Avengers: endgame (2019)Hermanos Russo (cine). Hablar desde un punto de vista estrictamente cinematográfico de las películas de Marvel (llevo haciéndolo todo esta última década porque creo que las he visto todas) ha terminado por resultar un ejercicio estéril. Porque esta multiplicidad de películas, hipertrofiadas narrativamente y con una densidad de personajes sin parangón en la historia del cine, se ha terminado por convertir en algo que va mucho más allá del cine, seguramente en el más importante acontecimiento cinematográfico (desde un punto de vista emocional) de esa generación de jóvenes espectadores que ha crecido con ellas. Algo que puedo entender perfectamente porque es parecido a lo que a mí (y muchos como yo de mi generación) me sucede con Star Wars. Y como está claro que este no es mi negociado, nunca he podido dejar de ver el cine de Marvel con un enorme distanciamiento emocional y con un ojo cinematográfico de cuarentón cinéfilo, atento a todos los defectos y poco suceptible a sus posibles virtudes, que terminó por incapacitarme para disfrutar de este final de época que pretende sér épico y a mí, por momentos, solo me parece ridículo y grandilocuente. 
  • The Wandering Earth (2019)Frant Gwo. El cine chino se lanza a emular al cine de catástrofes estilo Roland Emmerich y hay que reconocerle que alcanza y supera por momentos al modelo. Es tan exagerada, usa de una manera tan chapucera y bochornosa todos los clichés y lugares comunes del género, que uno termina descojonánose y pasando un rato entretenido a la espera de la siguiente barrabasada ridícula y pretendidamente emotiva a la que va a asistir. Carne de perro con un puntito de disfrute canalla.
  • Pity (2018)Babis Makridis. Magnífica. Absolutamente brillante. Desde su primer e inquietante primer plano, con ese tipo que espera en su casa, a primera hora de la mañana, a que la vecina llame a su puerta para traerle ese pastel que cada mañana les hace a él y a su hijo desde que su mujer está en coma tras un accidente. Radiografía cruel y venenosa de un vampiro emocional que descubre el placer del protagonismo social y familiar que adquiere a través de la compasión que produce la casi segura muerte de su mujer. Un protagonismo que no está dispuesto a dejar escapar. La película es extraordinaria, en la senda del mejor Yorgos Lanthimos. No es casual que el guionista de la cinta sea el que habitualmente trabaja con él. De lo mejor que vi este año.
  • El manantial (1949)King Vidor. La adaptación que hizo el Hollywood clásico de la novela de la fanática liberal Ayn Rand resulta ser una película bien dirigida pero encorsetada y episódica a la que le cuesta  respirar debido al maximalismo de la reaccionaria propuesta ideológica. La construcción de personajes resulta vergonzante y maniquea: todos los que gravitan alrededor de Howard Roark (Gary Cooper), ese arquitecto creativo que pretende convertirse en adalid de una ética personal insobornable, o son mediocres envidiosos o caen rendidos (también sexualmente) a sus pies sin que, por supuesto, él se rebaje nunca a compartir el mundo (¡su mundo!) con ellos. La película naufraga porque resulta muy complejo en el cine convertir en un héroe puro, en un superhombre, a un desgraciado engreído con tantas ínfulas como poca empatía. La película nos deja algunas sentencias que podrían servir de frases de autoayuda para enmarcar en alguna casa de acogida para psicópatras retirados: "Ni doy ni pido ayuda". "Mi recompensa, mi objetivo, mi vida es el trabajo en sí mismo, mi trabajo hecho a mi manera. Nada más me importa".
  • Tiempo después (2019)José Luis Cuerda. Esta esperadísima continuación la genial Amanece que no es poco (1988) no defrauda. Respeta el legado de su antecesora y nos deja un puñado de secuencias memorables que transitan desde la crítica política o generacional hasta el surrealismo más tierno. Tan irregular como no puede dejar de ser (por su estructura episódica y la ausencia de trama), la película es una muestra más del genio de José Luis Cuerda, y lo poco que finalmente trascendió nos debería hacer reflexionar sobre los tiempos acelerados que vivimos en cuanto al consumo de  productos audiovisuales. Grande.
  • I am Mother  (2019)Grant Sputore. Ciencia ficción de serie B en el que un robot ejerce de cuidador en un refugio de una niña que parece crecer en un mundo devastado en el que no quedan supervivientes. Un giro de la trama pone en duda todo lo que esa niña ha creído hasta ese momento desencadenando la crisis y provocando el ya clásico conflicto entre lo humano y la conciencia de una inteligencia artifical. La verdad es que la película se eleva por encima de la media de este tipo de propuestas. La recuerdo con agrado.
  • Captive Staten (2019)Rupert Wyatt. Thriller enmascarado de ciencia ficción que funciona y genera interés. Su trama está centrada en la resistencia humana a la dominación alienígena. Aunque el tema está más que trillado termina resultando interesante e incluso, por momentos, emotiva.
  • Las reglas de Slaugherhouse (2018)Crispian Mills. Simpática pero decepcionante. Una gamberrada british que se desarrolla en un típico colegio privado en mitad de la campiña inglesa al que llega un nuevo alumno que desentona con la pija clase social dominante. Con subtramas centradas en el acoso escolar al diferente y la irresponsable explotación del medio ambiente. Todo queda finalmente supeditado a una estrambótica y delirante historia de monstruos subterráneos que no termina de cuajar (aunque ofrece momentos descacharrantes).
  • Brexit (2019)Toby Haynes. Apasionante y aterradora descripción de las herramientas de manipulación y contaminación del debate público con las que Dominic Cummings, gurú político, influyó de manera activa en el triunfo del a la salida del Reino unido de la Unión Europea. Cine político, urgente y con brío, que indaga en cómo se pueden controlar y canalizar las emociones primarias de una ciudadanía desnortada, que ha perdido los referentes ideológicos, familiares e institucionales en los se apoyaba en el pasado y que no sabe bien contra qué y quiénes dirigir su rabia. Acojona.
  • Los muertos no mueren (2019)Jim Jarmush (cine). Evidentemente no es su mejor película pero tiene algunos de esos grandes-pequeños momentos y ese ritmo narrativo moroso que tanto aprecio en el cine de Jarmush. En sus películas el tiempo parece dilatarse y aunque nada parece más alejado de lo que se puede esperar de una película suya que la temática zombi, lo que para tantos sería un pretexto argumental para las prisas narrativas y la imposición de un ritmo acelerado se convierte, para él, en la oportunidad perfecta para mostrar los pequeños detalles que realmente singularizan nuestras vidas. Y mientras lo hace, mientras la vida sucede, aparecen esos grandes acontecimientos vitales que provocan los necesarios puntos de inflexión. Qué grande es Jarmush. Con momentazos, la película me gustó mucho. Para incondicionales.
  • El bosque animado (1987)José Luis Cuerda. Un Cuerda en plena forma adapta y se apropia de la novela de Fernández Flórez en un relato de corte fantástico-costumbrista repleto de humanidad, vida y sentido del humor. Queda en el recuerdo ese alma en pena interpretado magistralmente por Miguel Rellán y ese bandolero, todo ilusión y actitud, que encarna con pasión un gran Alfredo Landa. Qué maravilla.
  • Alps (2011)Yorgos Lanthimos. El griego me vuelve a desconcertar y a subyugar por partes iguales. Tan extraña como preveía, la película trata, con la frialdad que suele ser habitual en la puesta en escena de Lanthimos, la incomunicación y la imposible gestión del dolor tras la muerte de un familiar cercano a través de un grupo de apoyo psicológico que se dedica a sustituir a los muertos dentro de la familia durante la primera fase del duelo. Brutal.
  • Superlópez (2018)Javier Ruiz Caldera. Siempre califico a este tipo de cine español como cine blanco, cómodo, sin más pretensiones que convertirse en entretenimiento superficial pero respetable. Lo que pasa es que con un personaje tan querido de mi infancia como Superlópez me da un poco de pena verlo convertido en algo tan absolutamente intrascendente. Pienso en lo que podría haber hecho con libertad con este personaje alguien como Álex de la Iglesia y me doy cuenta de cómo está desperdiciando el cine español a personajes del cómic patrio absolutamente formidables.
  • Anon (2018)Andrew Niccol. Niccol continúa con su tan interesante como irregular carrera desde que lo conociéramos como director y guionista de la magnífica Gattacca (1997) y como guionista de la estupenda El show de Truman (1998). Parábola de ciencia ficción que reflexiona sobre los límites de la privacidad en nuestras nuevas vidas digitales mientras se embarca en una (aburrida) investigación detectivesca a la que le falta fuelle. La película pierde interés a la media hora y ya no lo recupera. Decepcionante.
  • Dolor y gloria (2019)Pedro Almodóvar. Nunca he congeniado con el cine de Almodóvar. Su universo nunca me ha interesado, sus obsesiones no conectan con las mías, muchas de sus películas me suelen encabronar (por su banalidad) o resultarme molestas (por su emocionalidad impostada). Tal vez de ahí la sorpresa por el hecho de que esta película sí me emocionara: comprendí su dolor por el paso del tiempo, respeté su orgullo por lo hecho, compartí sus dudas respecto a decisiones trascendentes en su vida. Gran película.
  • Viaje al cuarto de una madre (2018)Celia Rico. Pequeña y delicada pieza de orfebrería sentimental que describe la relación de amor e incomprensión entre una madre y una hija que se enfrentan al difícil abismo que supone la necesidad de distanciarse la una de la otra para crecer personalmente, mientras sus vidas discurren en el asfixiante panorama de precariedad laboral y vital de nuestro país. Estupenda.
  • John Ford, el hombre que inventó América (2018)Christopher Klotz. Documental de TCM para conmemorar el 125 aniversario del que, para mí, es el mejor director de la historia del cine. No aporta nada nuevo a sus admiradores, que tan bien conocemos su vida y sus películas, pero siempre es reconfortante viajar durante dos horas a través de los fotogramas de un cine que ya se ha convertido en leyenda.
  • The act of killing (2012)Joshua Oppenheimer y Christine Cynn. Escalofriante documental que se adentra en el asesinato de cientos de miles de comunistas y disidentes del régimen polítco instaurado en Indonesia tras la llegada al poder de Suharto mediante un golpe de estado militar en 1965. Más de 40 años después de los hechos, dos de los asesinos a sueldo que el régimen utilizara para ejecutar esos crímenes, aceptan contar y reconstruir muchos de los asesinatos que cometieron con una crudeza, una vanidad y un distanciamiento emocional que harían estremecer incluso a la Arendt que escribiera aquello de la banalidad del mal. Imprescindible. De lo más importante que vi durante el año. Menuda hostia en el estómago.
  • El joven Karl Marx (2017)Raoul Peck. Como indica el título, la película está centrada en la juventud de Marx. Retrata su primer encuentro con Engels y narra los acontecimientos personales y políticos que terminaron desembocando en la redacción del Manifiesto Comunista. Interesante.

05 enero 2020

La araña

De todos aquellos juegos infantiles con los que disfrutamos tantas horas, uno de los que recuerdo con mayor cariño es "la araña". Jugábamos en la calle. En la reducida acera que rodeaba al bloque de pisos donde vivíamos, los niños corríamos perseguidos por uno de nosotros (la araña, claro). Solo se podía correr en un solo sentido. Cuando la araña te tocaba, quedabas eliminado y pasabas a formar parte de su red para cazar al resto. Te situaba en algún lugar del circuito, con brazos y piernas extendidos, y los jugadores que quedaban corriendo no podían tocarte porque si lo hacían quedaban también inmediatamente eliminados y pasaban a formar parte de esa red cada vez más difícil de evitar. Cuando en vacaciones regreso al que fuera mi hogar y miro la amplitud de esa acera solo puedo pensar en lo pequeños que teníamos que ser entonces para que el juego tuviera sentido.

Se aprovechaban los recovecos del edificio (puertas de locales, puertas de garaje, columnas...) para que la araña, en su acelerada persecución, te pasase y ya pudieses correr detrás de ella, a salvo durante un rato, antes de que el juego volviese a enloquecer. Al estilo de la mejor estrategia del parchís. Con cuidado de sus traicioneros parones, claro. Éramos niños y niñas de distintas edades, todos muy pequeños, vecinos del mismo edificio o de bloques cercanos. Aquello, por supuesto, no duró mucho, era un juego limitado a una cierta edad y tamaño físico. Se podría decir, incluso, que restringido a ese tipo de relaciones transversales que solo la primera niñez socializada permite. Pero cómo molaba, qué de risas nos echábamos, cómo competíamos, vaya forma aquella de correr y correr... Y qué sonrisa aparece en mi cara mientras lo recuerdo.