No es fácil mirar a un niño a los ojos y decirle que todo irá bien. No es fácil ocultar la angustia momentánea que te invade al escucharle balbucear, desde el desconocimiento, que su madre está enferma. No es fácil indagar en los motivos que últimamente le hacen no asistir a clase y que él te conteste, desde detrás sus gafas y desde su corta estatura, que no ha podido venir porque debía cuidar a su madre enferma. No es fácil escucharle contar orgulloso cómo rebuscó en los papeles de los médicos mientras sus padres no lo vigilaban y descubrió la enfermedad que ellos no querían que supiera. Al fin y al cabo sólo un nosequé en nosedonde. No es fácil oírle hablar mientras él cree que ya sabe todo lo que tiene que saber y te cuenta que a su madre le están dando nosequéquimio y que últimamente está muy cansada.
Y te entran una ganas terrible de achucharlo y darle un abrazo. Pero no lo haces porque sabes que no debes. Porque a él no le hace falta. Porque él está feliz. Porque es un tipo esencialmente alegre y su única preocupación es que ha vuelto a no traer hechos los resúmenes encomendados, y que el último examen lo volvió a suspender porque la naturaleza no lo ha dotado de especial inteligencia.
Le mando a su sitio, mientras le digo que lo que tiene que hacer es darle muchos abrazos a su madre y decirle lo mucho que la quiere. Y me mira como si fuera gilipollas. A él le interesa si le voy a poner el negativo de cuaderno otra vez. Pasa de otras historias. Me escabullo como puedo. Le digo que se siente, que he de empezar la clase. El resto de alumnos como siempre ríen y gritan a partes iguales. Indiferentes. Como debe ser.
Él no lo sabe. Pero los muchos negativos que este trimestre ya acumulaba se han transformado en hermosos positivos. Al fin y al cabo, tan sólo ése es mi pequeño abrazo.
Y te entran una ganas terrible de achucharlo y darle un abrazo. Pero no lo haces porque sabes que no debes. Porque a él no le hace falta. Porque él está feliz. Porque es un tipo esencialmente alegre y su única preocupación es que ha vuelto a no traer hechos los resúmenes encomendados, y que el último examen lo volvió a suspender porque la naturaleza no lo ha dotado de especial inteligencia.
Le mando a su sitio, mientras le digo que lo que tiene que hacer es darle muchos abrazos a su madre y decirle lo mucho que la quiere. Y me mira como si fuera gilipollas. A él le interesa si le voy a poner el negativo de cuaderno otra vez. Pasa de otras historias. Me escabullo como puedo. Le digo que se siente, que he de empezar la clase. El resto de alumnos como siempre ríen y gritan a partes iguales. Indiferentes. Como debe ser.
Él no lo sabe. Pero los muchos negativos que este trimestre ya acumulaba se han transformado en hermosos positivos. Al fin y al cabo, tan sólo ése es mi pequeño abrazo.
Me ha encantado este post, escrito de forma muy sencilla, pero profunda a la vez, y con mucha sensibilidad.
ResponderEliminarEsos negativos transformados en positivos... son más que un abrazo.
¡Te felicito!
Mi abrazo desde el Sur.
P.D. Te he dejado un comentario en tu entrada "La Ciudad". Tal vez un poco tarde, pero hasta hoy no sabía que existía este blog.
Hola Helena, bienvenida.
ResponderEliminarEs curioso a la gente que te encuentras en la blogosfera. En tu caso, por lo que cuentas en el comentario al post de "La ciudad", has recorrido el camino inverso al mío, y desde Madrid capital has terminado llegando al Aljarafe sevillano.
Un saludo, me pasaré por tu blog y seguro que te leo (comentar ya es otra cosa, eso siempre me cuesta más)
Cierto, muy humano y profundo, como dice Helena. Pero yo creo que hay que precisar. A ver, esta situación que presentas se ha desarrollado ante mis narices más de una docena de veces en estos años que llevo dando clases ante universitarios de primer y segundo año, chavales de 18 y 19 años: Alumnos a los que se les ha muerto el padre, asistencia a psicólogos por causas de depresión (muy frecuente, por cierto), justificaciones de ausencias con notas de médicos rogándome excusar a su hijo de la asistencia a clase porque se ha caido por la escalera (y vuelve la semana siguiente con un ojo morado, maltratos evidentes que denota su actitud al contarme la historia "oficial"), ausencia y desconcentración porque hay que ocuparse del hijo que se ha tenido con 17 años, ausencia y falta de motivación en clase porque el padre acaba de morir y hay necesidad de trabajar para ayudar al mantenimiento de la familia, de nuevo desconcentración el día de las pruebas porque se tiene insomnio y llegas empastillado a las pruebas, problemas de adicción al alcohol y posterior descontrol emocional en clase o en los exámenes, llegar a clase reventado tras trabajar diez horas en el carrefour como reponedor…En fin, el panorama de desgracias es amplísimo y los alumnos te sueltan sus miserias a la cara, buscando el reconfort, la comprensión o la simple excusa para que tengas en cuenta dichos condicionantes en la corrección. Insisto, me parece muy humana y comprensiva tu actitud, yo actúo de dicha manera frecuentemente, y además así tranquilizo mi conciencia, ¡qué buenas personas somos! Pero… ¿dichos condicionantes externos deben motivar una mayor permisividad o cortesía con dichos alumnos? La respuesta humana tendría que ser sí, pero aún con esto a mi se me plantean dudas, muchas. ¿Y que sucede con los alumnos más tímidos, con menos cara o menos echados pa’lante que no se te acercan a contarte sus miserias? ¿Ellos no tienen derecho a esos positivos que mencionas o a una mayor comprensión por mi parte cuando los tenga delante haciéndome la síntesis de un artículo de prensa o respondiendo a mis preguntas? ¿Por qué no hacer una sesión terapéutica antes de los exámenes o pruebas, o al comienzo de cada semestre para ver cuál es el estado mental de todos los estudiantes? Sería lo más justo para legitimar notaciones sesgadas. Si sesgamos lo hacemos para todos los que lo necesiten ¿Por qué vamos a ser más comprensivos con X que viene a contarte su historia y no los somos con Y o Z, que posiblemente tienen mayores problemas pero que por pudor o timidez no dicen nada o que esconden con la algarabía que crean un enorme problema personal o familiar? ¿Por qué sí con éste y no con los otros de los que no tienes ni puta idea?
ResponderEliminarUn abrazo. A ver si avanzamos en el tratamiento de este tema, que me parece muy interesante.
No estoy en absoluto de acuerdo contigo, Migue. Transformas el acto de enseñar y su inevitable corolario que es calificar en un acto de abstracta y ciega justicia, como si fueras una máquina con unas coordenadas establecidas que puedes extender por igual a todos los alumnos. Eso que planteas es imposible de base. Las notas, la educación, es sesgada siempre. ¿De qué justicia me hablas? ¿Es lo mismo corregir a un grupo que te jode cada día que a otro que permite que las clases se desarrollen en una ambiente normal? ¿Es igual corregir o dar clases feliz y contento que un día que estás triste y amohinado? ¿Es justo evaluar a un grupo con un examen diferente al de otro del mismo nivel y que es objetivamente un poco más fácil? ¿Es justo que dos grupos del mismo nivel reciban clases de dos profesores diferentes con distintos métodos educativos y de evaluación para recibir al final el mismo título? ¿Es justo que algunos reciban más días de clases de repaso de ejercicios que otros por imponderables como días de fiestas o bajas por enfermedad? ¿Es justo que algunos grupos reciban una clase en la que te encuentras como profesor vivo, y encuentras la tecla para que comprendan los conceptos, y que otro grupo se encuentre con un mal día tuyo en la que no das una? ¿Es justo que uno se pueda pagar un profesor particular y otro estudie solo en casa todas las tardes? ¿Es justo que uno pueda dedicar todo su tiempo al estudio y otro tenga que trabajar siendo aún un niño?
ResponderEliminar¿Justicia? Ese es el ideal, al que hay que tender, pero sin olvidar que la educación es una acción humana, no robótica; que enseñar no sólo es un acto de calificación matemática sino algo más complejo que comprende relaciones humanas (afectivas o no) y por tanto susceptible de ser afectadas por éstas. No es cuestión de sentirse bien contigo mismo. A mí eso me la suda. Es cuestión de entender que cada caso particular es un mundo y que si puedes echar una mano para ayudar a salir del agujero, la debes echar. Ésa es tu función. En el fondo una de tus funciones principales, empujar hacia delante a tantos como puedas. No ser un soberbio inflexible y en nombre de un igualitarismo idiota y arrogante (e imposible, por cierto) no aflojar un poco para intentar retener y mantener a las personas dentro del circuito educativo para una mejor formación humana y cultural.
En el caso que yo planteaba, estamos hablando de un niño de 12 años (tu sexto de EGB) que siempre traía todo hecho... Los positivos o negativos valoran el trabajo del día a día y matizan la nota final. Nadie aprueba por ellos. Ahora bien, si hablamos de justicia, ¿es justo que un chico con una situación así, puntual que llega de repente y perturba toda tu infancia, reciba la misma calificación que otro que lleva todo el año tocándose los cojones, sin más problemas que una familia desestructurada y trabajadora de la que él se aprovecha? Yo no soy dios, no sé todas las situaciones por las que atraviesan mis alumnos, ni voy a solucionar los problemas de esta sociedad y de las familias desde la escuela. Pero sí que voy a intentar ayudar desde mi ética y mi moral particular a todos aquellos que pueda. ¿Qué me voy a equivocar?¿Que no serán todos los son? Pues claro, pero eso no me quita el sueño. Habrá otros profesores mas perspicaces que yo, o tristemente nadie se dará cuenta y nadie les echará una mano. Mala suerte. Pero es que lo tú estás planteando es que si hay un incendio donde cuatro personas van a morir, desconocidas para ti e iguales entre ellas en edad, y tú pudieras salvar solo a una, la dejarías morir, porque no tendrías criterios que te permitieran ayudar a una y dejar a las otras tres, tan necesitadas como la primera, sin ayuda. Y yo lo veo al revés. Mejor que una se salve a que mueran las cuatro. No se trata de sesiones terapéuticas ni chorradas de ese tipo, hablamos tan sólo de conocer el contexto en el que se desarrolla la educación de tu alumnado y desde ese conocimiento ayudarle a que supere sus problemas y apruebe las asignatura como el resto de sus compañeros. Si no lo consigue, mala suerte, pero tú al menos lo intentaste. Esa es tu labor. También por eso nos pagan.
Respecto al victimismo o las depresiones (fingidas o reales) a esa edad, estoy de acuerdo contigo. Pero me parece que tenemos los instrumentos emocionales necesarios para detectar esos caso y obviarlos Yo ya lo he hecho con alguno de ellos. El que se refugie en la mierda para no hacer nada, caerá por su propio peso, porque estamos hablando de ayudar a que superen los exámenes, a que adquieran los conceptos, a que se eduquen. Tú ayudas y él o ella lo consigue. Si finalmente no quiere, será su decisión vital. Si es sólo victimismo y es lo suficientemente listo ya lo abandonará; si es un problema médico, le tendrán que tratar; y si es una de esas personas que jugarán con el victimismo siempre para conseguir lo que ambiciona, pobre de aquellos que se junten con él. Tú y yo hemos conocido algún caso.
Tío, vamos a ver. En ningún momento pretendo ponerme en el lugar de la justicia suprema y adoptar un trato igualitario para todos. Por supuesto que las condiciones y las situaciones de cada alumno, y el contexto del que vienen, y el contexto en el que se encuentra el centro, y el origen del alumnado, hay que tenerlo en cuenta. Y cien cosas más. Y por supuesto hay que ayudar en la medida de lo posible al alumno, si es posible con los empujoncitos necesarios para que no se atranque en un sin vivir absurdo en el día a día del colegio o el instituto. Todo lo que planteas lo asumo y lo practico cotidianamente desde que empecé. Dices cosas absolutamente obvias, al menos para mí. Justo lo contrario, actuar cual Charles Bronson de la educación es lo que me haría sentir como un mierda. El contacto humano y no robótico, como dices, es uno de los ejes fundamentales en donde encuentro el encanto de este oficio. Ponerlo en marcha ayudando a los alumnos en la medida de mis posibilidades a desarrollar los contenidos y a alcanzar los objetivos es un auténtico placer. Sobre todo por ver como evolucionan y adoptan nuevas destrezas. Y si además les puedo aconsejar, ayudar u orientar con problemas personales, aún mejor. Yo seguiré igual, pero a él o ella le vendrá de puta madre (en diciembre recuerdo que le solté una perorata a una chica completamente desmotivada por situaciones personales y en enero vino a verme solo para agradecerme el coraje y las ganas que le había vuelto a dar. Yo ya casi había olvidado todo eso, pero la cara de satisfacción de la chica era para verla…). Por otro lado, la historia de los positivos-negativos es algo completamente normal, una herramienta muy útil para calibrar el trabajo cotidiano de los alumnos, observar su evolución y llegado el caso compensar cagadas en las pruebas finales. Pistas interesantes que complementan o equilibran las notas de las pruebas finales. ¿Adonde voy con toda esta respuesta? Que adonde yo apuntaba no es a los casos problemáticos conocidos, ojalá los más posibles, que se presentan en la vida académica cotidiana. Mis tiros iban a la decena de casos que, casualmente, se me presentan cada vez que llega el período de exámenes. Con una hora de clase por semana y a 50 o más por grupo puedes imaginar que no es tan fácil llegar a conocer individualmente a todos los alumnos, los más callados, los más discretos y los pasotas principalmente. Y es de entre estos que frecuentemente aparecen en este período bastantes que vienen a verme a contarme su vida con la coletilla final…”solo para que lo tengas en cuenta”. Insisto, incluso en estas situaciones y en los casos que creo más veraces, lo tengo en cuenta en las evaluaciones. Es aquí cuando se me planteaban las cuestiones hacia los otros, los desconocidos para mí.
ResponderEliminarJamás se me ocurriría obviar el carácter humano de todo proceso de enseñanza/aprendizaje. Mis dudas eran más precisas y para esos casos concretos que se presentaban. En breve comenzarán de nuevo las evaluaciones. En breve comenzarán a venir a verme alumnos a contarme sus historias. Ahí estaré. Faltaría más.
Pues , centrándome en esos que casos que ahora precisas, creo que lo veo como tú. Habitualmente los problemas no surgen del día a la noche por lo que decirle al profesor un día antes del examen o media hora antes del mismo que tenga en cuenta alguna historia de índole personal que supuestamente ha afectado a su estudio, me suena a excusa barata y patética del alumno, que busca la compasión y la ayuda en un tema, el académico, en el que las soluciones hay que buscarlas con tiempo y no a la hora de la evaluación final
ResponderEliminarPor lo tanto, en esos casos el chico me debe convencer muy claramente de que no es una excusa, y además en el caso que me convenza se encontrará con la desagradable sorpresa que la ayuda no es ponerle el aprobado, sino suspenderlo en el caso de que lo merezca y comenzar una labor de ayuda especial que le lleva a a entender y aprobar los conceptos mínimos de la asignatura. Y ahí se comprobará si el interés existe o era sólo una argucia más.
yo recuerdo que una vez dije que no podia hacer los deveres porque tenia que hacer terapia con mi padre que estaba malo,creo que a dia de hoy mi profesor sigue llorando mis penas
ResponderEliminarBienvenido Panoyo,
ResponderEliminarLo importante es actuar como crees que es correcto, allá cada cual si se aprovecha de la situación y de las miserias
Por otro lado por la edad del niño y las informaciones recibidas de la familia, desgraciadamente la mentira no era posible. Hubiera sido mejor.
Un asludo