12 junio 2007

Sobre el cierre de la iglesia roja de Vallecas

Llevo algún tiempo asistiendo, sorprendido, a las discusiones, discursos y discursiones que se están produciendo en foros y corrillos que podríamos denominar de izquierdas, aquí en Madrid, en relación al cierre de la llamada “iglesia roja de Vallecas”. De repente, en personas que jamás habían mostrado una actitud religiosa y que adoptaban actitudes saludablemente agnósticas o decididamente ateas, ha surgido una extraña inquietud, una preocupación terrible ante el ¿intolerable? cierre de la parroquia vallecana. Se han llegado incluso a pedir firmas en los institutos, entre los profesores, para protestar contra esa decisión. Algunos de los que firman llevan años elevando su voz contra los católicos y su percepción de la realidad, siempre excesivamente intervencionista. Ahí estaba de acuerdo con ellos. Pero esta nueva actitud reivindicativa no la comparto. Y no ha surgido espontáneamente desde la nada. Nuestra sociedad (y sus impulsos solidarios) siempre se arrastra persiguiendo el “ejemplo” de supuestas celebridades públicas. En este caso pertenecientes al ámbito progresista como son Guillermo Toledo, el Gran Wyoming e incluso José Bono. Todos se han prestado y han corrido a defender a los curas vallecanos, y la labor social que realizaban en su parroquia. Curiosamente, exceptuando al último de ellos, no se recuerda ninguna actitud, ni declaración pública en la que los primeros hablaran de su fe en el dios de los católicos, se declararan creyentes aunque críticos con los poderes eclesiásticos, y dudo que alguno se hubiera preocupado en su vida por la labor de dicha parroquia. Por el contrario, y ejerciendo su derecho a la crítica y el humor, se les recuerda más bien por sus continuas chanzas o ataques hacia la iglesia, el papa, las creencias y la forma católica de entender la vida y la sociedad.

Siempre he defendido que por tradición y educación (y también por elección final) a muchos les ha quedado un poso de miedo, respeto y duda sobre si merece la pena abandonar por completo las creencias que nos fueron impuestas en la infancia. Tal vez por ello, junto a una saludable crítica y un (más discutible) insulto constante a la posición de las jerarquías eclesiásticas dominantes y sus facciones más conservadoras, y el ejercicio diario de negación pública de la fe, en muchos de los que se declaran fuera de la iglesia católica persiste el temor, la costumbre e inexplicables necesidades espirituales. Y su única manera de seguir siendo católicos sin ejercer de ello siempre surge de la misma cansina manera: defender con tesón inusitada la labor social y la ideología teóricamente revolucionaria de las facciones más progresistas e izquierdistas de la iglesia. Este argumento siempre se ejemplifica (es ya un lugar común) con la ideología de la teología de la liberación. En el fondo de sus corazones necesitan justificar su rechazo diario a dios y a sus “enseñanzas” en la necesidad de oponerse al tipo de iglesia dominante.

Aún a riesgo de generalizar y no tomar en cuenta a aquéllos que hacen una reflexión sincera y profunda sobre sus creencias y el porqué de ellas, muchos otros parecen beber de fuentes de conocimiento tan profundas y argumentadas como “La misión” o “El nombre de la rosa” para pensar que otra iglesia es posible y que han sido la fuerzas oscuras conservadoras las que no la han hecho posible. Parecen no darse cuenta que estos planteamientos, junto a la solidaridad ahora con esa parroquia vallecana, y los intentos de apoyar nuevas formas de organización dentro de la iglesia no les corresponde (no nos corresponde) a aquéllos que con tranquilidad y basándonos en una reflexión sincera no creemos en dios, y mucho menos en una especialización cultural de él, ya sea católica, protestante, judía o musulmana. Y no nos sentimos partícipes de ninguna iglesia, igual que no queremos que ninguna iglesia nos haga partícipes de ella

El tema de la parroquia de Vallecas es un tema interno de la iglesia católica que a mí ni me preocupa ni debe ocuparme. Desde fuera, y poniendo una analogía, entiendo que si yo me apunto a un club privado nudista no es para saltarme sus reglas y vestir en calzones mientras los demás se atienen a ellas y marchan desnudos a mi alrededor. La parroquia se cierra oficialmente por defectos de forma en su liturgia y su catequesis. Aunque otras fuentes apuntan otra vez a guerras internas entres conservadores y progresistas (lo de siempre como siempre) dentro de la iglesia , lo cierto es que comer el “cuerpo de dios” en forma de rosquillas, vestir de calle para dar las misas y hacer la catequesis como les da la gana parecen motivos suficientes para ser expulsados del club, pues contravienen unas normas establecidas que ellos mismos, los creyentes y la jerarquía que mantienen, se han autoimpuesto. Ellos deben discutir entre ellos si son las correctas o no y dilucidar su futuras reformas. Es su problema, no el mío. Estoy (estamos) harto de quejarme (nos) de la intromisión de la Iglesia y los católicos en lo que se entiende que son ámbitos privados, hartos de que quejarnos y luchar contra los peligrosos intentos de la iglesia católica de entrometerse en la moral y la vida privada y pública de los que no pensamos como ellos. Y ahora de repente actuamos como ellos, irrumpimos como ateos o agnósticos en su club, a dictar cómo deben ser sus normas y a explicarles cómo deben organizarse. ¿No parece un tanto incoherente?

Y por cierto, una cosa más para aquéllos que se excusan de manera grandilocuente en que lo que a ellos les mueve es la defensa de la labor social que hacen este tipo de curas en barrios marginales y demás. Admiro como ellos esa labor. Y la aplaudo. Pero imagino que pueden seguir haciéndola como asociación vecinal. Es más, defiendo que la labor social de la iglesia tantas veces alabada en todo el mundo está contaminada por el interés espurio de tratar de conseguir adeptos a su causa. El binomio solidaridad-evangelización ha sido una constante en esa labor de la iglesia católica y personalmente estoy totalmente en contra de esa perversa asociación y de sus lamentables consecuencias.

De manera que todos aquellos que sin pertenecer a la iglesia católica se echan las manos a la cabeza por el cierre, se acercan en plan progre izquierdista para que eches una firmita contra Rouco, o comulgan con una rosquilla tras diez años sin acercarse a una iglesia, debieran tal vez hacérselo mirar; o reflexionar un rato y darse cuenta que igual su agnosticismo o ateísmo no son más que mera fachada virtual, acorde con los tiempos, pero en el fondo siguen creyendo en dios. Tal vez debieran entrar de nuevo en el club y tratar de cambiar las cosas desde dentro. Por una lado serviría para aclarar el número de ateos reales que somos y con los que contamos realmente para aparcar a las religiones lo más posible en el ámbito privado de cada cuál, y lo más lejos posibles de las decisiones globales que afectan a los que no se adaptan a sus idiotas y estrictos planteamientos morales; y por otro lado su labor, diaria y no exhibicionista y puntual, a lo mejor serviría para tener una iglesia católica menos sectaria e intervencionista. Pero que lo hagan desde dentro. Desde fuera, a mí me la suda que cierren o no una iglesia más en Vallecas. Bueno no, miento.

Me gustaría que cerraran todas. Por falta de clientes.

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