06 abril 2011

Panóptico digital

Reflexionemos sobre uno de los aspectos de la generación net que, aunque se puede plantear como mito, es una realidad que marca un punto de inflexión clave en las relaciones familiares del siglo XXI dentro de las sociedades desarrolladas, ya que hasta ahora la tecnología  (o la ausencia de ella) impedía su plena realización: estoy hablando del control de los padres (o del posible control, una decisión ética en la que después volveremos a incidir) sobre los jóvenes niños y adolescentes de la generación net

Lo he conversado alguna vez con algunos grupos de alumnos de la ESO, cuando me ha tocado dejar de ser profesor y convertirme en “guardia de seguridad”, impedido de enseñar para que los alumnos que escogen religión (católica) ejerzan su “derecho” a recibir catequesis a costa del erario público. En estas largas clases les he preguntado de manera aséptica sobre el uso del móvil y de la red. Es muy curioso comprobar cómo mientras que los padres no dudan en dotar cuanto antes de teléfonos móviles a sus retoños, tienen muchas más dudas a la hora de permitirles el acceso libre a internet, tal vez precisamente porque a veces los jóvenes pueden escapar mejor del control parental en el ciberespacio que en el “mundo real”, y eso es algo que la sociedad no está dispuesta a permitir.

Los chicos no dudan en festejar con orgullo lo pronto que recibieron esos móviles y miran con extrañeza, como a seres extraños de otro mundo, a aquéllos que aún no los poseen con 12 años. Sólo ven sus beneficios, jamás se paran a pensar en los posibles perjuicios, en lo que pueden haber perdido, tal vez porque ellos no tienen otra época con la que comparar (un ejercicio necesario que los que tenemos más de treinta años sí podemos realizar). Los jóvenes asumen la tecnología de su época con naturalidad, y si ya son en general poco contestarios, menos lo serán con aquello que les permite estar continuamente comunicados con sus amigos y les sirve además como un elemento más de distinción socioeconómica: los teléfonos móviles. La generación net es la generación más interconectada de la historia. Jamás pierden el contacto entre ellos, en cualquier momento, en cualquier lugar. Mediante mensajes escritos, mediante mensajes hablados, mediante fotos, mediante llamadas perdidas… Se relacionan, se comunican, mantienen una “conversación infinita”, que nunca acaba ni puede acabar, y que hace que los lazos entre ellos crezcan y se fortalezcan si parar.

Pero hemos de analizar la cara b de esa constante comunicación. La tecnología nunca es perversa intrínsecamente, es su uso lo que en ocasiones la convierte en aterradora. Cuando observo a mis alumnos o cuando converso con mis amigos que recién empiezan a ser padres, constato en los adultos una tendencia casi patológica hacia el control. El problema de las nuevas tecnologías es que han abierto el canal de comunicación y cerrarlo es ya prácticamente imposible. Los móviles han conseguido que sea una ficción, un imposible, la soledad, la independencia, el aislamiento voluntario. Mientras que este hecho es una triste realidad para los adultos (algunos no pueden comprender e incluso les irrita que alguien no lleve el móvil consigo a todas horas o no conteste a las llamadas perdidas) que deciden ¿libremente? autoencerrarse en el panóptico digital, controlándose los unos a los otros, vigilándose, lo cierto es que es novedosa su imposición a los más jóvenes: desde que nacen están siendo vigilados constantemente, grabados, fotografiados,  conviviendo con Truman en la ciudad de la imagen, sin que a nadie parezca preocuparle su derecho a la intimidad, que sus propios padres violan constantemente. Posteriormente, cuando los jóvenes empiezan sus socialización y salen a la calle es cuando los nuevos padres, olvidándose de sus propias infancias y dejándose llevar por los mitos que siempre confirman que los nuevos tiempos son los más peligrosos jamás vividos, equipan rápidamente a sus hijos con los teléfonos móviles para poder localizarlos en cualquier momento. Y esa necesidad de control no finalizará ya jamás.

No comparto con mucha gente de mi generación esa tonta nostalgia por nuestras infancias ochenteras. Esa nostalgia tiene más de recreación que de realidad. Lo mismo escuchábamos nosotros de nuestros padres y escucharán los hijos de nuestros hijos. Pero hay una cosa incontestable: cuando a finales de los ochenta o principio de los noventa cualquiera de mis amigos salía por la puerta de casa con 14 o 15 años, se adentraba en un mundo de independencia y libertad marcado y caracterizado por la necesaria ausencia del manto protector de los padres. Durante horas no había conexión con los adultos. Pero no es que no la hubiera fruto de decisiones personales, sino por una absoluta imposibilidad tecnológica.  Gozábamos de una libertad (que era en ese sentido similar a la de generaciones anteriores) que no hacía falta valorar o preservar porque era inevitable. Eso ya no existe. Los jóvenes no lo tiene tan fácil para liberarse de sus adultos. No hace falta ir a los extremos que tanto gusta mostrar en los medios de comunicación respecto a los móviles equipados con GPS y demás artefactos que aún no se han popularizado. Pero la tendencia general es hacia un mayor control de la juventud. Tenemos más miedo y ese miedo lo queremos solventar con un mayor control. Se aceptan como verdades absolutas hipótesis jamás contrastadas de una mayor inseguridad en las calles. Muchos padres muestran una alegría casi sardónica al contar que  sus hijos de 15 años no salen demasiado a la calle y se quedan encerrados en sus habitaciones con sus amigos jugando a la consola. Los espacios públicos se vacían, las relaciones cibernéticas crecen. Se están generando cambios en las formas de relación social delante de nuestros ojos. Y los padres han descubierto que pueden ser más flexibles con ciertas normas en relación a las salidas a la calle de sus hijos adolescentes a cambio de que éstos reporten informes constantes de su situación y estado. La comunicación constante entre hijos y padres puede estar creando una dependencia de información en estos últimos que anteriores generaciones de padres no tuvieron o no pudieron plantearse satisfacer. Y como de cualquier droga va a ser difícil desengancharse.

Será algo sobre lo que habrá que reflexionar. Los nuevos padres tendrán que encontrar lugares de encuentro con sus hijos, aprender a no estar conectados a pesar de que sea posible tecnológicamente, porque de lo contrario será mucho más complicada la maduración de los jóvenes net (y de los hijos de éstos en el futuro), porque es evidente que una excesiva protección impide la asunción de responsabilidades, y la presencia constante de los padres en el crecimiento de los hijos no parece que vaya a proporcionar el ambiente más adecuado para que éstos encuentren los espacios donde poder asumirlas. 

10 comentarios:

  1. Tienes mucha razón Pepe. No se si yo seré otro nostálgico, pero esa sensación de libertad hay mucha gente que se la va a perder.

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  2. Muy interesante. Yo añadiría además de todo lo que comentas que un signo de los nuevos tiempos es que los jóvenes están obligados (bueno, obligados no, porque lo hacen de buena gana) a compartir y desarrollarse en espacios de encuentro y convivencia netamente privados, tanto en la supuesta nube de Internet como en los propios espacios físicos donde se encuentran. Todos los espacios de encuentro son privados ahora, con el ejemplo-símbolo del centro comercial: ahora los jóvenes salen a centros comerciales, donde se desarrollan vitalmente y despliegan su actividad de ocio. La relación vía móvil también se despliega sobre el ámbito privado de las compañías telefónicas, el acceso a redes sociales, etc. Quiero decir con ello que, desde luego, están mucho más expuestos (y no sé hasta dónde son conscientes) que nosotros a su utilización, a convertirse en mercancía mercantil, en pieza de compraventa. Ya que, en el momento en que los espacios donde interactúan no son públicos, es decir "de todos", siempre hay alguien que se ve en el derecho de plantear las reglas del juego. Y esas reglas del juego no tienen por qué ser explícitas ni evidentes. Un ejemplo: me inquieta mucho, por ejemplo, las políticas de sinergias que se establecen entre los propios establecimientos que conviven en un centro comercial: por una Big Mac, una entrada para el cine; por una compra en Bershka, un helado en Donking Donuts. Etcétera. Esto acaba fijando e influyendo sobre las tendencias: el sueño de cualquier experto en marketing, poder experimentar con el rebaño en un circuito cerrado.

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  3. Tu último párrafo se resume con una palabra: educación.

    Si educas a tu hijo de forma más o menos correcta no debes tener miedo a que esté metido en tal o cual cosa, ergo no hay necesidad de control. Por supuesto también educación paterna para perder esa necesidad de controlar lo que hace el retoño.

    Con las nuevas tecnologías esos lugares de encuentro entre padres e hijos que comentas no existen. Gracias a la unificación de redes sociales, puedes estar en MSN y estar pendiente de Twitter, de Facebook y de Tuenti, además de tener en el móvil el "nuevo msn", llamado WhatsApp (un MSN para smartphones) que directamente no te permite dormir porque "me están hablando mis amigos". ¿Cómo consigues que unos padres no se encuentren tentados a indagar sobre la vida personal y social de su hijo con este abanico de posibilidades?

    Sin alejarme demasiado conozco varios casos de gente que agrega a hijos o sobrinos para "tenerte en mi lista" pero cuyo objetivo no es otro que ese que comentas, el control. La verdad es que da muy mal rollo. Es como una mezcla entre Farenheit 451 y 1984 pero cibernéticamente. En lugar de casas con televisiones y cámaras de vigilancia hay ordenadores, y en lugar de libros hay fotos. ¿Quién no te dice a ti que un colega va a subir una foto del grupo en un botellón con un puntazo y lo va a ver tu familiar al que tienes agregado, con la consiguiente bronca en "el Ministerio del Amor", comúnmente llamado salón?

    Más de una vez hemos hablado del tema (las pasadas navidades surgió el tema de Facebook, acuérdate), y con este post no trato de criticar a las miles de posibilidades que te ofrecen las redes sociales, sino dar a entender que producen un acceso fácil y rápido, en según que casos, a la privacidad de alguien.

    Hay que entender también que un niño con 12 años y móvil se cree el rey del mambo, aunque nosotros nos demos cuenta que más allá de dar la posibilidad al niño de poder llamar cuando lo necesite se esconde un deseo de control paterno bestial.

    En fin, yo cada vez tengo más claro que igual que se educa a un hijo hay que educar también a los padres respecto a las tecnologías. Una cosa es saber capar ciertas webs de internet y otra muy distinta es no querer que tu hijo salga de la burbuja de protección y control familiar con 17 años.

    Bien sabes que a mi me pilló el cambio generacional. Crecí con consolas (ninguna en propiedad hasta hace algo menos de 6 meses), sin internet hasta los 16, sin móvil hasta los 15 (tenía hasta antena extensible.. qué ladrillo)... en fin, con eso te quiero decir que sé lo que es ir a la plaza a jugar al fútbol con tu hora de llegada y sin posibilidad de localización. Creo que eso ya va a ser imposible.

    Un abrazo, tío. Me ha gustado la entrada. Tanto ensayo tanto ensayo.. Ojo, que están muy bien pero joder, apetece leerte en un contexto menos denso! :)

    PD: Facebook implementará (no sé si lo ha hecho ya, pero creo que están esperando a que salga HTML5) una aplicación para móviles que permiten poner en tu perfil el lugar donde estás. Acojonante. Te dejo el link por si quieres echar un vistazo.

    http://www.facebookmarketing.es/nueva-aplicacion-facebook-lugares/

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  4. Muy acertados vuestros comentarios

    Carlos, lo curioso es que ellos no van a tener sensación de pérdida, porque no la van a conocer nunca

    Dani, lo que apuntas es clave y lo explicas perfectamente. Es un aspecto sobre el que volveré en breve

    Ángel, lo de los padres o tíos incluidos dentro de las redes sociales me parece aterrador. El problema no es la herramienta, nunca lo es, sino que nuestra incapacidad de decir que no a ciertas cosas. Aceptamos esclavitudes sólo para conseguir beneficios y satisfacciones inmediatas.

    Así que ta estabas cansado de tanto ensayo ¿eh? jajaja... Léetelos, que a ti especialmente te pueden ser de mucha utilidad

    Saludos a los tres

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  5. Pues mira que a mi vena friki ha acabado “poniéndole” la posibilidad de llevar el celular a todas partes.
    Por momentos me traslado al “Espacio, la última frontera”, y siento tentaciones de contestar las llamadas con un breve “Kirk”. Si los aparatos no hubiesen involucionado hacia unaumento de tamaño, hasta podría llevarlo prendido cerca del hombro, y comunicar con el Enterprise sin necesidad de descolgar, el auténtico “manos libres”.

    Algo parecido me ocurrió con la realidad virtual y la sala de hologramas.

    Siento no estar esta vez de acuerdo más que a medias con esta reconstrucción “distópica” del trinomio Celular-Adolescente-Padres. (¡qué carajo, no lo siento en absoluto!).

    Un padre, y una madre, han sido desde tiempo inmemorial lo más cercano a la Gestapo cuando les da la vena. Y han sabido emplear siempre la tecnología a su alcance de la manera más eficaz posible. ¡Ah, aquellas cadenas de rastreo telefónico (fijo, en aquella época “único”) casa por casa de padres conocidos, (la Internacional Paterna)! Aquellos terceros grados a compañeros, aquel detectivesco husmear en busca e contradicciones en las coartadas...

    Más que en el empeño de control paterno, existe con el móvil una dependencia de carácter social. Olvidas en cierta medida el papel del los adolescentes como consumidores. En este caso tiene más peso el “Gran Mercado” que el “Gran Hermano”.

    Vale que los padres lo regalen como Hiperprotectores o Hipercontroladores, pero el mecanismo de defensa es bien sencillo: el apagado (apagado o fuera de cobertura). La versión “sigloveintera” del “he perdido el autobús”.

    Los adolescentes están siempre controlados y localizados porque la necesidad generacional juega a favor de los progenitores: esa necesidad artificial y sobrevenida, generada por el marketing y la manipulación publicitaria, que hace imprescindible para los chavales estar en contacto permanente no ya con sus padres sino consu entorno social. Y esa imposibilidad de desconexión facilita que en determinado momento la llamada recibida sea la cibercolleja que te devuelve al redil entonando el colacao.

    Hasta nuestra profesión facilita esta indefensión adolescente, esta incapacidad o dificultad para la rebelión y la independencia. Antaño el instituto era “suyo”. Era un mundo en el que alumnos y profesores resolvían sus asuntos sin que los padres aparecieran casi nunca. Muy gordo debía ser el asunto para que un padre atravesara el umbral de los INB. Y los padres, viendo los boletines de notas, sabían perfectamente autocontestar la pregunta que escuchamos con frecuencia en las tutorías: ¿cómo va mi hijo? Hombre, seis o siete suspensos suelen ser una pista bastante evidente...

    En tu comentario, lo quieras o no, comienza a destilarse una cierta nostalgia ochentera, cosa que desde mi punto de vista te honra y dignifica, no lo interpretes como reproche. Y adolescencia salvaje sólo hay una y no vuelve (aunque a veces permanezca indefinidamente).

    Cuídate mucho, tío.

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  6. Hola,Honorio. Perdona por no contestarte antes, pero he tenido el blog bastante abandonado.

    Entiendo lo que dices, pero no lo comparto. De hecho creo que los padres ceden ante ese mercado y el coñazo de las prontos ruegos de sus jóvenes cachorros que quieren ser igual que sus amigos, precisamente porque al menos encuentran la motivación (y el oculto gozo :) ) de saber que podrán saber donde está el niño todo el rato. Como tú dices los padres han usado siempre la tecnología que tenían a su alcance, por lo tanto a más tecnología y de mayor calidad, mayor invasión en los espacios de libertad de los demás (y por supuesto, de los hijos, indefensos en muchas ocasiones ante las exigencias paternas)

    Pero no sigo de momento con el tema porque además va ser el centro de un pequeña investigación que voy a hacer este mes, por lo que seguro que colgaré más entradas sobre el asunto para que puedas seguir discrepando.

    Un abrazo.

    Pd: Hay que verse. Seguro que el astur está a punto de ser abducido por el autobusero y cada vez se sienta más cerca de él por la mañana. Debemos emborracharlo lo más pronto posible.

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  7. Le he dado vueltas y vueltas a tu respuesta, y sigo sin ver diferencias irreconciliables entre nuestros comentarios.

    Por supuesto, los móviles se compran porque se cede ante la presión-coñazo del raca-raca adolescente, pero también porque se ve la utilidad controladora (o al menos la posibilidad de tenerla).¿Qué padre va a controlar a sus hijos con armamento convencional pudiendo recurrir a la bomba atómica? No se puede ir contranatura.

    Pero el desconectar el cordón umbilical está en manos de los hijos.

    Habrá que verse, desde luego. Deja ya tus actividades deportivas en pista y en la naturaleza, y súmate a la siguiente convocatoria.
    No creo que sea tarea fácil emborrachar al Astur. Le echaremos Jack Daniels a la cerveza a ver si así...

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  8. Hola Pepe y Honorio, bueno y a los demás también. Yo soy un claro ejemplo de aislamiento voluntario y ¡Uy! perdonad me llaman al móvil ya hablamos en otro momento, saludad al astur en mi nombre.

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  9. Hola, Ruben. Pensaba que habías desaparecido de la faz de la tierra, pero pero por tu blog ya he comprobado que te habías alistado en los Tercios de Flandes. A ver si nos vemos.

    Nota: Tercio; medida de capacidad de la cerveza belga equivalente a 33 cl.

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  10. ¡Buenas, Rubén! Me alegra verte bien y más todavía que sigas haciendo esas excelentes fotografías... Esperemos que no tengamos que saludar al astur de tu parte, sino que te apuntes a la próxima quedada

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