Hace unos días me di cuenta con sorpresa que justo hace diez
años que terminé la carrera, allí en La Laguna, donde pasé tres de los mejores años de mi
vida. En realidad este año se cumple el décimo aniversario de muchas sucesos
trascendentes en mi vida que fueron llegando en cascada, con el paso de los
meses, en aquel ya lejano 2002: la decisión de Carol y mía de vivir juntos como
pareja más allá de la burbuja espacio-temporal de la isla, la llegada a Madrid
para hacerlo con una mano delante y otra detrás, la muerte de mi padre, el
final de la carrera con aquella última asignatura por la que volé desde Madrid
hasta Tenerife para examinarme y, finalmente, la muerte de mi hermana Mercedes,
devastada por un cáncer galopante. Todo eso sucedió en tan sólo siete meses.
Visto retrospectivamente parece mentira que tantas cosas sucedieran en tan
corto intervalo de tiempo, que se mezclaran emociones tan dispares como el
miedo, la ilusión, la felicidad y la tristeza con una facilidad inquietante,
sin posibilidad real de asimilación, sólo reaccionando y caminado, siempre
caminado mientras buscaba ese lugar en el mundo en el que sentirme por fin a
gusto. Muchos recuerdos se agolpan en mi memoria de aquellos días que significaron que por
fin era licenciado en Físicas. Nadie pudo nunca conocer realmente la enorme
dificultad que supuso mantenerme estudiando y centrado en La Laguna, sin dejarme llevar
por alguno de mis arranques escapistas que nunca compartí seriamente con
nadie. De hecho fue enorme la importancia que tuvieron amigos como Danisev,
Juanma o Sergio para mantenerme a flote y lúcido, para entender la importancia
que tenía sacarme la carrera, sirviéndome ellos como anclas emocionales
generadores de rutinas estudiantiles con las que mantener a duras pena el ritmo
de estudiante aplicado, ese ritmo que ya entonces había perdido casi por
completo para no recuperarlo jamás. Los recuerdos de aquellos últimos días en La Laguna, solo, sin amigos,
sólo con algunos conocidos, aparecen espaciados en mi memoria, aparecen como
flashes: recuerdo mirar el tablón de las notas, recuerdo la sensación de
increíble felicidad, recuerdo como en una nebulosa encontrarme con el profesor
canario responsable de aquella asignatura en la cafetería de la facultad
confirmándome sin darle mayor importancia que había aprobado el examen,
recuerdo al día siguiente coger el avión que me llevaba a Sevilla… Entonces mi
memoria me lleva sin dilación frente a la puerta de la que había sido mi casa
durante toda mi vida, ya está abierta, en su umbral me espera mi madre, se la
ve cansada, despeinada, vestida con su ropa de andar por casa, la noto
avejentada, como con menos presencia física, golpeada por horas de hospital y
meses de tristezas, pero algo desentona con el conjunto, algo que no encaja con
ese aspecto general, son sus ojos, brillan como cristales refulgentes, me miran
a mí, me hablan a mí, me abrazan a mí, me acerco a ella con una sonrisa, pero
ella alza sus brazos y me coge por los hombros, esta vez no me acerca como
tantas veces a su pecho, me agarra fuertemente y me zarandea levemente pero con
enorme intensidad… No recuerdo ni una sola de las palabras que me dijo, sólo
recuerdo la infinita satisfacción que sentí por poder compartir con ella ese
momento, con alguien que siempre se mantuvo incondicionalmente a mi lado a
pesar de que no siempre lo mereciera, con alguien que me conocía a la
perfección, que sabía incluso mejor que yo alguno de los miedos, penas y
sufrimientos que durante años tuve que aprender a controlar, con alguien que
era tan feliz como yo por esa licenciatura conseguida y era capaz de
transmitírmelo en unos pocos segundos. Finalmente nos abrazamos y caminamos
así, unidos, hasta la cocina. Allí solté en el suelo la maleta, se acercaron
otros de mis hermanos, conversamos brevemente, me felicitaron durante un par de
minutos. Después la realidad impuso de nuevo su cruel agenda. Recuerdo ese
segundo de silencio antes de que yo mismo preguntara por Mercedes, cómo se
torcía el gesto de todos, como el cansancio volvía al rostro de mi madre. Y
recuerdo decir algo así como: “dejadme ir al servicio a asearme un poco y
vamos para el hospital”. No había lugar para más celebraciones. Pero diez años
después aún recuerdo con emoción esa mirada de mi madre. Su intensidad. Su brillo. No creo
que pudiera haber tenido mejor regalo.
Una preciosa entrada. Coincidimos en dos cosas: el año de licenciatura (¡qué rápido pasa el tiempo!)y la emoción de mi madre al ver que su hija había conseguido lo que sus circunstancias no le habían permitido.
ResponderEliminarMuy bonito texto, Pepe. Enhorabuena.
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