Leo la anécdota en el ameno y clarificador ensayo Keynes vs Hayek, escrito por Nicholas Wapshott. Friedrich Hayek, el que se convertiría en
adalid de la rebelión contra el intervencionismo del Estado en los asuntos
económicos de los ciudadanos, recién llegado a EEUU, con apenas 24 años y sin
posibilidad de contactar con la persona que iba a contratarlo para una
universidad norteamericana estuvo a punto de trabajar como friegaplatos en un
restaurante para poder mantenerse en EEUU sin que lo deportaran. Finalmente el
problema se solucionó y entró a trabajar en la universidad, pasando así a ser un
empleado público, uno más, uno de de tantos, de índole intelectual, sí, profesor
universitario, de acuerdo, pero un trabajador público más al fin y al cabo cuya labor
sólo podría desarrollarse (entonces y ahora) bajo el paraguas del Estado, de su
arquitectura institucional. No era la primera vez que trabajaba en el ámbito de
lo público, ni fue la última. Ni mucho menos. En diferentes países. En su caso,
durante toda su vida. En sus 92 años el famoso economista jamás trabajó para el
sector privado (habría tal vez que descontar los poco más de diez años en la Universidad de Chicago, que el autor del libro parece obviar que era privada). Su caso es paradigmático. Es la gran figura, el Messi
ultraliberal, aquél al que idolatran todos los liberales dogmáticos, todos los que
creen en la posibilidad utópica de un libre mercado ajeno a las interferencias políticas,
los que defienden la existencia de un Estado mínimo que no interfiera en el equilibrio
“natural” de los mercados. Cuando hablan de Estado mínimo no es difícil establecer
a qué mínimo Estado se refieren, claro. Al que los proteja a ellos, a la élite,
de los miserables que peleen por su supervivencia.
Lo de Hayek puede parece intrascendente pero es de capital importancia, clave y significativo. Hace poco, en la presentación de 2020, la última (y excelente) novela de Javier Moreno, que narra de manera distópica las consecuencias sociales que la crisis actual puede terminar provocando, el autor defendía la necesidad de introducirse como personaje en la trama de dicha novela para permitir al lector una identificación primaria con un tipo cualquiera, como ellos, como yo, como tú, una hormiga más aplastada por el peso de la Historia. Por el peso de una visión abstracta y generalista de ella que olvida a los individuos en su búsqueda científica de razones y consecuencias que puedan explicar un devenir teleológico del tiempo. Obviando los conflictos diarios, dejando de lado la vida para narrar tan sólo el acontecimiento. Eludiendo por tanto aspectos tan sensibles, tan importantes para una comprensión real de lo acaecido como el análisis de la trampa continua de la contradicción, de la construcción del artificio con el que logramos elaborar discursos grandilocuentes que, tras la excusa de una humana debilidad, nuestros actos y decisiones vitales contradicen continuamente de manera indecente. Días después discutía a través de Twitter con Mariano Fernández Enguita, profesor de Universidad (pública) y sociólogo entronizado por el grupo PRISA como el gran experto educativo de este país. Sin signo aparente de asumir la incoherencia de su discurso en relación con su propia condición de funcionario, defendía la enseñanza concertada (tan sólo en las enseñanzas primaria y secundaria, claro) y la selección privada de profesores de la red concertada financiada con fondos públicos alegando, sorprendentemente que, al fin y al cabo, la crisis no había supuesto ningún despido de los 700000 funcionarios (¡“antes de los recortes”! decía). Se puede justificar tamaña memez por la anoréxica construcción intelectual a la que induce Twitter, que hace un daño terrible a la lógica y a la coherencia de los enunciados construidos de forma precipitada sólo para vencer en la disputa dialéctica. Era mucho más revelador lo que había escrito días antes: ante el acoso argumentado de otros tuiteros acabó defendiendo que no se podía comparar la importancia de su plaza de profesor universitario (¡faltaría más!) con la de un profesor de secundaria (que era la profesión de uno de sus adversarios dialécticos).
Lo de Hayek puede parece intrascendente pero es de capital importancia, clave y significativo. Hace poco, en la presentación de 2020, la última (y excelente) novela de Javier Moreno, que narra de manera distópica las consecuencias sociales que la crisis actual puede terminar provocando, el autor defendía la necesidad de introducirse como personaje en la trama de dicha novela para permitir al lector una identificación primaria con un tipo cualquiera, como ellos, como yo, como tú, una hormiga más aplastada por el peso de la Historia. Por el peso de una visión abstracta y generalista de ella que olvida a los individuos en su búsqueda científica de razones y consecuencias que puedan explicar un devenir teleológico del tiempo. Obviando los conflictos diarios, dejando de lado la vida para narrar tan sólo el acontecimiento. Eludiendo por tanto aspectos tan sensibles, tan importantes para una comprensión real de lo acaecido como el análisis de la trampa continua de la contradicción, de la construcción del artificio con el que logramos elaborar discursos grandilocuentes que, tras la excusa de una humana debilidad, nuestros actos y decisiones vitales contradicen continuamente de manera indecente. Días después discutía a través de Twitter con Mariano Fernández Enguita, profesor de Universidad (pública) y sociólogo entronizado por el grupo PRISA como el gran experto educativo de este país. Sin signo aparente de asumir la incoherencia de su discurso en relación con su propia condición de funcionario, defendía la enseñanza concertada (tan sólo en las enseñanzas primaria y secundaria, claro) y la selección privada de profesores de la red concertada financiada con fondos públicos alegando, sorprendentemente que, al fin y al cabo, la crisis no había supuesto ningún despido de los 700000 funcionarios (¡“antes de los recortes”! decía). Se puede justificar tamaña memez por la anoréxica construcción intelectual a la que induce Twitter, que hace un daño terrible a la lógica y a la coherencia de los enunciados construidos de forma precipitada sólo para vencer en la disputa dialéctica. Era mucho más revelador lo que había escrito días antes: ante el acoso argumentado de otros tuiteros acabó defendiendo que no se podía comparar la importancia de su plaza de profesor universitario (¡faltaría más!) con la de un profesor de secundaria (que era la profesión de uno de sus adversarios dialécticos).
No he dejado de pensar en esa significativa afirmación desde
entonces porque encierra una de las cuestiones más importantes que subyace en
la eterna controversia que genera el sector público, que genera un Estado
directamente empleador y gestor de ciertas áreas enormemente sensibles en la
vida de los ciudadanos: muchos de los que elaboran el discurso contra el
Estado, de los que abogan por su reducción, de los que defienden la eliminación
de funcionarios de bajo nivel y la pérdida de derechos laborales suelen pertenecer
a una casta particular dentro de la función pública que, sintiéndose a salvo de
los recortes y sabiéndose económicamente fuertes para soportar ciertas
reducciones salariales (que compensan con jugosas prebendas paralelas del sector
privado), construyen un discurso maniqueo desde sus castillos de cristal, ajenos
a las necesidades reales de sus conciudadanos y a su sufrimiento, jugando a ser
científicos a partir de principios económicos ideologizados. Desde hace años
soy fiel oyente de varias tertulias económicas que se emiten en las radios
generalistas. Varias veces he revisado las biografías de algunos de estos
viscerales defensores de la competencia despótica, del Estado anoréxico y de la
supervivencia de los mejor adaptados a las necesidades de los mercados (como si
éste fuera un elemento más de la naturaleza y ellos neodarwinistas sociales sin
interés alguno más allá del estrictamente científico). En casi todos los casos he
descubierto amplias trayectorias laborales dentro la función pública (un
ejemplo paradigmático sería el de el siempre “jovial” y “ocurrente” Carlos Rodríguez Braun). A pesar de ello es increíble el consenso que todos alcanzan
en su firme defensa de la neutralidad de los mercados y de la ineficacia y
corrupción que la intervención y el control de los Estados introduce en la
economía, un efecto desestabilizador al que no dudan de culpar de todos los
males, tanto en época de crisis como de bonanza, en su cruzada ideológica
porque el capital fluya sin control, los impuestos se reduzcan a su mínima
expresión y los “acuerdos” entre ciudadanos “libres” y responsables sustituyan
a la molesta tutela del Estado. Es muy divertido escuchar también como critican
la productividad de los funcionarios, sin que nunca nadie les ponga en su sitio
y les recuerde que eso es lo que ellos mismos son y que tal vez no saldrían
bien parados de un criba objetiva en las universidades públicas. Esa que
desprecian con toda su alma. La misma que les da de comer.
En definitiva, una y otra vez me encuentro con estos
profetas del neoliberalismo económico, de la reducción del Estado, de la
desregulación de los mercados, de la eliminación de funcionarios, de la
necesidad de limitar el acceso a la sanidad y a la educación, de la reducción
de impuestos a los más ricos para dinamizar la economía, incluso (es cierto, no
me invento nada) de la necesidad de la existencia de los paraísos fiscales
porque si no “el sistema tal vez no se sostendría” y porque “a la gente (a los
ricos quería decir el experto en cuestión, claro) no le gusta que le quiten su
dinero a través de los impuestos”. Intelectuales de salón, mentes tan brillantes
como estériles, siempre elegantemente trajeados y con una dicción perfecta, aparentando
ser lo que no son, deseando un mundo en el que ellos mismos no tendrían cabida.
Paradójicamente, junto a los políticos (la otra cara de la misma moneda), conforman
el equipo imbatible de tontos útiles (siempre al borde del sacrificio a las
masas) al servicio de los que realmente mueven los hilos en la sombra, se
enriquecen y controlan el sistema. Figuras insustanciales dentro del contexto
que defienden pero que viven cómodamente salvaguardados por los derechos que
les otorga trabajar para ese Estado del que despotrican, derechos a los que
jamás renuncian pero que consideran inasumibles para el resto de la sociedad,
para el resto de ciudadanos. Los otros, la
chusma, el pueblo, la masa, debe aceptar una vida en continua competencia
agónica por la supervivencia para demostrar la validez de sus hipótesis.
Ellos, mientras, seguirán dictando sentencias, justificando sus
continuos errores de predicción en base a los errores de otros, construyendo
profecías autocumplidas, argumentando sobre la maldad intrínseca del Estado,
asumiendo las bondades de un mercado liberalizado que nunca es lo suficientemente
libre como para asumir sus desaciertos como propios. A nosotros sólo nos queda
el recurso final: escucharlos con atención, desmontar la falacia de sus
argumentos, desnudar sus contradicciones y destruir sus defensas. Construir una
alternativa social y política con la que intentar no dejar a nadie atrás.
Luchar por ella si nos vemos capaces de ello pero si no es así, al menos, no
perder la lucidez, no dejarnos engañar ni manipular, reconocer al enemigo, ser
capaces de captar las mentiras que sustentan sus discursos. Dejarlos solos,
aislarlos. Porque son parte del problema. Y nunca serán parte de la solución.
Muy acertado, Pepe. Esta clase de sujetos no son ni más ni menos que esbirros que lamen las manazas de sus amos a cambio de una recompensa nada insustancial, por lo que ciertamente son útiles (a sus señores), pero de tontos no tienen un pelo: lo hacen por beneficio material (en dinero y en vida regalada) y siendo muy conscientes de que constituyen el aparato propagandístico imprescindible para elaborar las mentiras que el sistema requiere para mantenerse. Son además, tú lo señalas, unos esbirros tan cínicos que son capaces de atacar sin pudor al colectivo al que pertenecen. Un buen ejemplo es esa sabasndija de Pérez Enguita, capaz de defender hoy desde presupuestos supuestamente progresistas un engendro tan clasista como la LOGSE y mañana de defender los recortes también clasistas que, ahora desde postulados reaccionarios, han emprendido primero el PSOE y luego el PP. No sireven, Pepe, pertencen todos a la misma troupe de títeres de los explotadores, pero con papeles bien repartidos, mira las hemerotecas. Hasta tal punto llega el cinismo a la hora de desbarrar sobre el uso de los recursos públicos, que incluso el propio Díaz Ferrán, cuando todavía era el Patrón de Patrones y no estaba preso por sus robos y estafas, llegó a decir asl principio de la crisis que el Estado debería subvencionar a las empresas con dificultades. Desde la misma CEOE, alguien le dijo que no s podía ser, según soplase el viento, hoy de la escuela de Chicago y mañana socialista cubano. Pero él lo dijo, por si colaba, total, esa propuesta no difiere mucho de lo que hoy se está haciendo para reflotar la banca. La última: ¿cuánto pecado han cometido los medios de comunicación en este desastre?
ResponderEliminarPablo, es que hay una parte (que son los que critico) que viven del Estado directamente como funcionarios públicos mientras se dedican a promover continuamente la introducción del mercado en áreas propias de los Estados (asegurando que serán más productivas... ¿A costa de qué? ¿Y de quién?) y después están los otros (como en la historia que cuentas de Díaz Ferrán) que se enriquecen con sus negocios (que dicen que son privados) a costa de parasitar fondos públicos a través de subvenciones conseguidas por sus contactos con la casta política. En Madrid tenemos muchos ejemplos de ello. Fíjate cómo ha puesto el grito en el cielo la enseñanza privada-concertada por la retirada de conciertos a la Formación Profesional de Grado Superior.
EliminarBuenísimo, con Enguita lo has clavado.
ResponderEliminarNo creo que por trabajar para la Junta de Andalucía deba ser un devoto de la Junta, ni siquiera de lo público. Eso sí, como profesor y como padre de alumnos, defenderé la enseñanza pública en Andalucía. Ese es, nada más y nada menos, mi compromiso con lo "público". Un compromiso, señalémoslo, no fruto de una elección libre (pues ese es el fundamento de la libertad, poder elegir) sino de un sistema de enseñanza donde lo público no compite lealmente con lo privado, sino que extiende su hegemonía dejando apenas espacio para cierta enseñanza privada al alcance sólo de unos privilegiados.
ResponderEliminarDe modo que no nos confundamos.
Jojojo, otro funcionario liberal, pues que te apliquen las condiciones de tu amada empresa privada. En Madrid la educación pública ya es menos del 50% y, además, el peligro no es la educación privada sino la escuela subvencionada. Eso es lo que te gusta por lo que escribes, la subvención, y no es nada liberal.
EliminarY yo, Don José Almeida? Yo si estoy autorizado para atacar a esos parasitos de mierda de la paguita publica en propiedad privada? Yo, que NUNCA en mi vida, he cobrado un € de dinero público en concepto de nomina publica? Estoy autorizado para decir que son unos rentistas hijos de puta por tener una plaza publica en propiedad privada, cosa que nunca tuvo Hayek? Estoy autorizado para decirle a la cara a uno de estos hijos de puta rentistas que es un chorizo y darle un par de ostias por apropiarse de dinero publico? Queremos de saber Don Jose, queremos de saber...
ResponderEliminarUsted sabrá si puede o no criticar a quien crea que debe hacerlo. Imagino que el problema lo tendrá con esos funcionarios que hacen indebidamente su trabajo porque con los otros, con los que realizan una actividad por la que cobran un salario no veo qué problema puede tener. Lo de la violencia ("darle un par de ostias") me parece por el contrario un exceso de su comentario. Fíjese que el problema para usted parece estar en el hecho de ser funcionario y cobrar su nómina directamente de su empleador (el Estado), por lo que tal vez sea será otro de los que quiere que todo lo regule el "libre" mercado. Evidentemente, en tal caso, discrepo con usted.
EliminarEn todo caso recuerdo que lo que critico en el post es la contradicción que supone construir discursos vehementemente antiestatalistas y a favor de un mercado más desregulado (que se ocupe también de de áreas sensibles como la educación y la sanidad) desde la manifiesta tranquilidad que da tener un trabajo de funcionario de alto nivel.
Y por último pido por favor que mantengamos un tono cordial en los comentarios para poder debatir sin caer en las descalificaciones
Me parece una buena crítica, y muy significativo lo de Enguita, "ellos" siempre paracen estar aparte del resto de funcionarios.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo de la primera palaba a la última. Siempre he pensado que la demagogia se desmontaría con un mínimo de cultura política de amplia difusión, pero ningún medio de comunicación se molesta en hacer comprender a la gente lo que significan los impuestos, por ejemplo, o el papel del estado etc. Conceptos que se dan por sabidos en tu artículo y que tus lectores comprendemos bien, pero no el gran público, no el público de las tertulias radiotelevisivas o de los discursos políticos. Cuatro ideas bien cimentadas sobre los fundamentos económicos, la cartilla del cole, el a e i o u de la convivencia internacional. Con esto, que en realidad es muy poco y la gente entendería porque tonta no es, se desmontaría la mayor parte de las falacias.
ResponderEliminarLo que sucede es que si realmente la gente no es tonta (yo creo que tiene potencial para no serlo, potencial para dejar de ser "masa" y convertirse en "multitud"), además de dejar de perder su tiempo en horas y horas de telebasura debería pararse a reflexionar los servicios que recibe y utiliza cada día que son pagados a través de los impuestos. Servicios que con su sueldo (aunque se duplicara) jamás se podría permitir sin empobrecerse.
EliminarSimplemente unos breves comentarios:
ResponderEliminarSi la idea es que un funcionario debe defender que se expanda el estado lo máximo posible, y así que su condición de servidor del estado no deje hueco a su condición de ciudadano, creo que con usted se ha conseguido.
Leyendo esta entrada me temo que Fichte ha conseguido lo que se proponía: La estatalización de las mentes El objetivo declarado del promotor intelectual de la educación pública era que ninguna voluntad individual fuera contraria a la del estado, y su modelo, como se sabe, el ejército prusiano:
El Estado "debía moldear a cada persona, y moldearla de tal manera que simplemente no pueda querer otra cosa distinta a la que el Estado desee que quiera". (Discursos a la nación alemana)
Me recuerda mucho el final de "A revoir, les enfants", donde un nazi les grita a unos niños: ¡A ustedes los franceses lo que les hace falta es disciplina.
Sí poderosa es la Filosofía de Fichte, afortunadamente, más grande, si no el más grande, es su mayor detractor: Dostoievski. El funcionario escindido, como engranaje de la burocracia, despojado de su condición humana y presto a defender a su patrón, el estado, aún a riesgo de hundir a su país y a degradarse a sí mismo está maravillosamente descrito en "El Doble " de Dostoievski. Yo soy funcionario y espero no llegar a eso.
A los profesores de la educación pública les han hecho estudiarse que el hecho de que el estado controle la educación es una cosa honorabilísima, una idea inspirada en el "amigo de la humanidad", Rousseau al que veneran como una santo... Y ese de santo tiene lo que yo. Y claro, ellos como buenos funcionarios, buenos son como para salirse de lo que pone su temario o para reciclarse. No sé que más difícil.
Me gustaría que me indicara cuando la educación pública ha contribuido al avance de la sociedad. Desde luego, en los momentos más positivos de la historia de occidente, en la Grecia clásica, en el nacimiento de las universidades en la edad media, en el renacimiento y en la revolución industrial, el estado estaba muy lejos de la educación. La catástrofe de la planificación de la Unión Soviética es el último gran ejemplo de la incompatibilidad entre burocracia y educación.
Una simple lección de lógica: lo contrario de blanco no es negro, sino no-blanco, pues hay otros muchos colores aparte del blanco o el negro.
EliminarEn la práctica, poner en cuestión las posturas de esos funcionarios que defienden el darwinismo social no implica pedir un Estado que se expanda hasta el límite.
En el resto del texto, me temos que es tan poco acertado como en esa primera afirmación.
¿cuando alguna de esas civilizaciones anteriores ha llegado a los limites del conocimiento actual? ¿cuando se llegó a semejante esperanza de vida?¿o a una difusión generalizada de la cultura y el conocimiento?
Feinmann.-
¿Que el liberalismo se identifica con el darwinismo social? ¿John Locke es darwinista? ¿me puedes explicar que quieres decir con "llegando a los límites del conocimiento actual"?... Felipe
EliminarEs un poco extraño que si la defensa de la educación pública se basa en que los pobres tenga educación se ataque un modelo como el concierto o el de los cheques escolares donde se garantiza la enseñanza gratuita compatibilizándolo con la libre elección de centros por parte de los padres. Un poco extraño, digo, porque esos que tienen a los pobres siempre en la boca, no parecen muy preocupados por ellos porque tiene que ser la iglesia la que los atienda en sus comedores u otras instituciones sociales, mientras los funcionarios están, me imagino, reciclándose. Que gratis, poco. Ya se sabe, se pagan impuestos, y la conciencia tranquila
ResponderEliminarVayamos ahora con la polémica entre Keynes y Hayek
Yo no sé de donde ha sacado Nicholas Wapshott ha sacado que la London School of Economics, que es donde más trabajó Hayek, es una universidad pública, si lo fuera, desde luego no sería una de las más prestigiosas del mundo. Sería como las españolas. Pero lo dicho, se puede ser funcionario, salirse de la grey y no defender que cuanto mayor sea el gasto público, mejor.
En primer lugar, casi todas las comparativas entre estos dos grandes economistas suelen obviar un aspecto que hace que el debate esté trucado de antemano. Si a mí me dijeran que optara por uno u otro, diría que Hayek era mejor analista y Keynes más apto para proponer soluciones. Pero la gran diferencia entre ambos es que Keynes no tenía ninguna teoría política, y como hace cualquier persona que se autodenomina de izquierdas, ayuno de teoría política, lo suplía con decir que el quería lo mejor para los pobres y así quedaba exento de exponerla.
el Messi ultraliberal, aquél al que idolatran todos los liberales dogmáticos, todos los que creen en la posibilidad utópica de un libre mercado ajeno a las la existencia de un Estado mínimo que no interfiera en el equilibrio "natural" de los mercados (cuando hablan de Estado mínimo no es difícil establecer a qué mínimo Estado se refieren, claro. Al que los proteja a ellos, a la élite, de los miserables que peleen por su supervivencia)
Acpeto la comparación con Messi capaz de coger la pelota y el sólo salvar todas las zancadillas de los keynessianos. Pero este extracto y casi todo el resto del artículo hace difícil creer que haya leído algo de Hayek. Si es así le recomiendo que lea " Camino de Servidumbre", especialmente la parte en que explica por qué está en contra del "laissez-faire" y su valoración positiva de la labor asistencial del estado. Es uno de los grandes libros de la historia de la filosofía política, y su gran rival, Keynes dijo de él que "no solo estaba de acuerdo con los principios morales de este gran libro, si no que lo estaba de una forma conmovida". No en vano sirvió como base a Orwell para escribir la gran novela política del siglo, 1984,(con el permiso de "El castillo" de Kafka) como deja ver la recensión que hizo del ensayo de Hayek en The Observer en 1944.
ResponderEliminarCreo razonable entender este debate como un trasunto económico de lo que en filosofía sería contraponer a Hegel y Kant. Es decir ¿debemos ser gobernados por leyes abstractas (teoría del ciclo económico de Hayek, trasunto de Kant) o debemos entregarle el poder a un superhombre que esté por encima de esas leyes y manipule la oferta monetaria si es bueno para la comunidad (Keynes sería ese superhombre como para Hegel lo era Napoleón o Julio César)?
En el aspecto filosófico, sobre esto se ha escrito otro de los grandes monumentos del ingenio humano: "Crimen y castigo" de Dostoievski , que le ruego que lea, y si ya lo ha hecho que lo haga otra vez. Pero para lo que es este caso es preferible recordar a Arístóteles y su distinción los dos tipos de súbditos: Los que son gobernados por los dioses son hombres y los que son gobernados por otros hombres, animales.
Para Aristóteles con ser gobernados por los dioses quería decir por leyes abstractas (Theoria= ver a los dioses) y ese es el espíritu que los colonos llevaron a Norteamérica cuando proclamaron que querrían ser gobernados por leyes y no por otros hombres, es decir, no ser animales
Felipe
Muy argumentados sus breves comentarios, señor Felipe. Muy argumentados, que no "muy bien".
ResponderEliminarNo es necesario ser un esbirro abyecto del Estado para defender la esencia de lo público.
La base de la defensa de la educación pública no está en Rousseau, sin en Diderot: aquél que controle la educación controlará el pensamiento de las futuras generaciones.
La lucha en educación, aunque usted no quiera verlo, está planteada entre las instituciones religiosas (iglesia católica), y los herederos de la Institución libre de enseñanza: dar las herramientas intelectuales a las futuras generaciones para que aprendan a pensar libremente.
Algo que es posible gracias a la Ilustración, al pensamiento humanista del Renacimiento, y a todos aquellos momentos en que la ciencia y la filosofía trascendieron las interpretaciones de la religión. Su manipulación del pensamiento aristotélico es tan burda como la interpretación de la controversia Kant-Hegel. O como la alusión a los Miserables.
En su caso, se hace carne y acampa entre nosotros el dicho popular "no hay tonto más peligroso que el tonto ilustrado".
Esta frase "aprendan a pensar libremente" en la neolengua progre tendrá algún significado, pero filosóficamente, ninguno. Es como decir que se defiende la educación religiosa para que se "aprenda a ser bueno". Mire, si se usa términos filosóficos como "esencia" "trascendieron" o "aristotélico" al tuntún, lo normal es hacer el ridículo, salvo que el auditorio esté ayuno de conocimiento de historia de filosofía, como parece indicar usted al poner al mismo nivel a Fichte y Diderot ¿En qué mundo vive?. Por otro lado, en mi casa cuando se acusa de manipular a otro se explica el por qué lo hace. Yo cuando hablo de política tengo en una mano los textos fundamentales de la filosofía de la política (Leviathan, Contrato social, Segundo tratado sobre el gobierno civil etc) y los Presupuestos Generales en la otra, que yo en las conversaciones de barra de bar hablo de otra cosa. Y de ilustrado, créame (aunque en su mundo parece ser un pirópo que no sé si es mas cursi o más ridículo), tengo poco. Felipe
ResponderEliminarIlustrado no es ningún piropo, es un simple calificativo, algo así como instruido… el matiz en este caso es más peyorativo que elogioso.
ResponderEliminarEs curioso que alguien que comienza descalificando a todo un colectivo desate una furibunda contestación en cuanto le tachan de manipulador o de pedante.
Hobes, Bodin o Bodino, Maquiavelo, el tiranicidio del padre Mariana, la Política de Aristóteles o la República de Platón… o desde otro punto de vista San Agustín y su Ciudad de Dios. O John Locke, Tocqueville, Hugo Grocio; Campanela o Tomás Moro, Rousseau… existen demasiados autores que hablan de relaciones u organización de política y sociedad como para que quepan en las manos. Por cierto, la mezcla de épocas históricas está hecha a propósito.
No sé quién ha puesto a la misma altura a Fichte o a Diderot. Simplemente he centrado la discusión educativa actual: una lucha de poder en que la transmisión de valores católicos se sitúa por encima de la transmisión de los valores laicos. Por lo tanto vivo en la España del siglo XXI.
Alguien capaz de mezclar 1984 con Fichte, y que emplea todavía el adjetivo “progre” no sé cómo se atreve a dar lecciones de nada.
Vuelva al bar a hablar de otras cosas, y digiera mientras el empacho filosófico. Aunque sea una frase barata, a veces los árboles no dejan ver el bosque.
Es decir, Felipe que usted sí puede recomendar lecturas de manera arrogante y presentar ideas (algunas ridículas, la verdad) sin necesidad de argumentación ni experiencia que las apoye pero en cuanto recibe una crítica se revuelve y ataca como si estuviera en esa barra del bar que parece despreciar. Da igual, en todo caso yo intentaré comentar algunas de sus afirmaciones de manera razonada.
ResponderEliminarEn sus comentarios iniciales hay dos partes claramente diferenciadas. En la primera habla sin que parezca estar usted muy bien documentado y suelta boberías sin ton ni son. Para que quede claro me estoy refiriendo a cuando dice cosas como “a los profesores de la educación pública les han hecho estudiarse que el hecho de que el estado controle la educación es una cosa honorabilísima” (las negritas son mías). Lo siento pero decir eso es una tontería. Una necedad. No es verdad y si no lo sabe, documéntese. Un profesor de secundaria o de universidad lo que hace es estudiar una carrera universitaria y después opositar. Vamos, como habrá hecho usted si es que es funcionario. Igual lo que quería decir es que trabajar para el estado en la enseñanza pública nos aliena, nos imbuye de algún tipo de mesianismo igualitarista. También sería una chorrada, claro, pero en todo caso no expresa usted su idea todo lo correctamente que debiera para poder abrir por ahí una vía de debate. Por otro lado, como ya le han comentado, comete un error grosero de interpretación cuando asume que la defensa de un papel protagonista del estado en ciertas áreas sensibles (como la educación, la sanidad o la redistribución de la riqueza a través de los impuestos) implica una “estatalización de la mente”. Es más, incluso sin conocerme más allá de por este texto (me temo que es así, corríjame si me equivoco) me acusa de “ser un funcionario [que] defiende que se expanda el estado lo máximo posible” (las negritas son mías). Oiga, ¿de dónde saca eso? De mi texto seguro que no, se lo aseguro. Qué quiere que le diga, pues igual como boutade, en un bar, y entre amigos, da para unas risas pero escribir esa exageración (que contiene un terrible insulto como todo estudiante de historia de Bachillerato ya sabe) y leerla no parece soportar bien cualquier filtro intelectual. Recuerde que lo que yo escribía era para criticar a los que no sólo no defienden el papel redistribuidor de riqueza y garantista de una cierta igualdad de oportunidades del estado (que por cierto, les da de comer) sino que trabajan para contraerlo al máximo (eso sí, siempre sin abandonar su rol represor) sin preocuparse por las consecuencias reales que de ello se derivan. Parece como si usted soltara ideas que le sirven para criticar de manera general lo que considera negativo de las sociedades con estados “intervencionistas” (¿existe otro tipo de sociedad, por cierto, existe otro tipo de estado salvo en las utopías liberales o anarquistas? ¿No será el problema delimitar qué tipo de intervencionismo estatal deseamos, qué actividades debe garantizar y cómo fiscalizamos sus atribuciones?). Igual en otros contextos le sirve o le basta decir estas cosas para epatar pero no será aquí donde encuentre a un inocente y engañado defensor del estado al que tiene que venir usted a hacer ver la luz. Los problemas generados por las atribuciones del estado y su eterno enfrentamiento a la libertad del ciudadano es algo que daría para otra discusión. Eso sí con muchas citas, referencias y nombres. Todos tenemos fondo de armario intelectual con el que vestirnos para “la pelea”, no dude de eso. (Sigue)
Por último (sobre la primera parte) su negación del papel de la educación pública en los avances sociales huele en principio a ese elitismo rancio del que se cree por encima de la “chusma” y considera que en cualquier momento de la historia él podría haberse salvado y ser un hombre de provecho (claro que siendo mujer o esclavo igual no hubiera disfrutado lo mismo en la Grecia clásica). Sólo bastaría poner encima de la mesa las oportunidades que nos ha dado la educación pública a tantos de nosotros durante las últimas décadas para contrarrestar su argumentación. Si el asunto es derivar el problema a la extensión del cheque escolar o la concertación de la educación le hago el planteamiento inverso al que usted propone: ¿cómo va un liberal "de pro" a aceptar que sea el estado el que recaude el dinero de los ciudadanos para luego repartirlo en una educación obligatoria? ¿Por qué obligatoria? ¿Por qué no hace cada uno con su dinero lo que crea conveniente para educar a sus hijos? ¿Por qué el estado tiene que servir de sostén económico a empresas educativas? ¿O al final lo que sucede es que la empresa privada no sabe funcionar sino es agarrada a la teta del estado y protegida por su pistola?
ResponderEliminarEn la segunda parte de sus comentarios se ve claramente que usted ya juega en terreno conocido, más teórico, ése en el que siempre se está al borde de caer en el discurso de salón. Sabe de lo que habla y se puede incluso estar de acuerdo en algunas de las cosas que dice (“Hayek era mejor analista y Keynes más apto para proponer soluciones”). Pero vuelve a caer en la arrogancia y la descalificación. Para usted no se puede ser de izquierdas si uno no es un indigente intelectual, “ayuno de teoría política”. Busque el reverso de su afirmación y encontrará por qué no se le puede tomar muy en serio. De todas formas, parte de su enfoque es interesante porque pone de manifiesto que mientras Keynes se podía equivocar porque sus ideas eran prácticas (y por tanto falsables), el planteamiento económico de Hayek, mucho más analítico y teórico no ofrece más solución que dejar que todo fluya por sí solo, aceptando las crisis hasta que llegue un nuevo equilibrio sin necesidad de intervenciones externas al mercado. De hecho los problemas provienen de ese intervencionismo externo (estatal, político). Y eso, por supuesto, nunca podrá ser demostrado. La “teoría del ciclo económico” aporta ideas de gran calado intelectual. Otra cosa es cuando la teoría se aplica en el mundo real y Hayek es citado como inspiración por gobiernos como los de Reagan y Thatcher, que no gobernaron precisamente estados poco represivos ni terminaron siendo ejemplo económico de nada (sólo hay que mirar el endeudamiento de EEUU al terminar la presidencia de Reagan). No sé, el problema que yo veo en lo que escribe es que no parece darse cuenta que sus argumentaciones terminan precisamente siendo fallidas porque pretende apoyarse en los hombros de gigantes para construir un discurso propio débil y de poco calado (“¿debemos ser gobernados por leyes abstractas (teoría del ciclo económico de Hayek, trasunto de Kant) o debemos entregarle el poder a un superhombre que esté por encima de esas leyes y manipule la oferta monetaria si es bueno para la comunidad (Keynes sería ese superhombre como para Hegel lo era Napoleón o Julio César)?”).
De todas maneras agradezco su aportación porque sirve para clarificar conceptos y para comprender por qué en cuestiones sociales y económicas la mera especulación intelectual no es suficiente, y se necesitan la experimentación y la práctica para corroborar la teoría, se necesitan soluciones pragmáticas que nos ayuden a construir mejores formas de sociedad