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13 diciembre 2020

Celebrando los 15 años de Discursiones (2): Educación

13 de diciembre de 2005. 13 de diciembre de 2020.
 
Sigo celebrando los 15 años de Discursiones y toca elegir otros 15 posts, pero ahora relacionados con el ámbito educativo. Así es, mi trabajo como profesor de Secundaria ha ido contaminando inevitablemente a Discursiones hasta convertir las reflexiones sobre Educación en uno de sus motores principales. 
 
Recuerdo hoy como si fuera ayer cómo, en aquel septiembre de 2006, subía nervioso la cuesta Moyano hacia mi primer instituto como profesor, mi primera e intensa experiencia docente, mi primera y entrañable tutoría en aquel IES enclavado en el Parque del Retiro. Un instituto donde no solo empezaría a entender cómo funciona la docencia sino en el que conocería a un puñado de tipos que todavía hoy resisten como (grandes) amigos. La vida y sus paradojas. 
 
Jamás pensé de chaval que mi futuro pudiera estar ligado a la docencia. Nunca tuve ninguna vocación (esa que algunos hoy convierten en una especie de requisito indispensable, casi un sentimiento religioso). Ser profesor nunca fue de adolescente ni mi objetivo ni mi sueño. Estudié Física, me especialicé en Astrofísica, disfruté mucho de lo que aprendí pero, tras terminar la carrera, tenía claro que la investigación no me resultaba atractiva. Llegué a Madrid a lomos de una relación personal. Nueva etapa y nueva vida. En poco tiempo me convertí en profesor de la enseñanza pública casi sin darme cuenta. Recuerdo aquellos primeros días en los que descubrí el aula y empecé a comprender el significado y la dificultad de dar clases, de conectar con adolescentes. Recuerdo cómo empecé a disfrutarlo. Y cómo entendí que había encontrado, como decía aquella película, mi lugar en el mundo: estaba donde quería estar. Estoy donde debo estar. En las aulas. 
 
Pero soy como soy, siempre me gustó leer, discutir y reflexionar sobre lo que me parece importante. Diseccionarlo, estudiarlo, entenderlo. Y la Escuela es una de esas pocas instituciones que realmente vertebran nuestra sociedad, con un enorme poder simbólico. Su concepción y su control son siempre políticos. Reflexionar sobre su importancia, sus problemas y sus contradicciones se convirtió en una exigencia personal. Lentamente, a medida que las intuiciones se convertían en certezas y sumaba lecturas, decepciones y conversaciones a la experiencia personal, la Educación fue llegando al blog de manera natural. 
 
Estos son los 15 posts más relevantes sobre Educación que he publicado durante estos 15 años. No están ordenados cronológicamente sino que los he agrupado de manera un tanto caótica por temática.
 
1. Entender el papel del profesor en el aula y nuestro rol como enseñantes ha sido una constante durante estos años. En este post reflexiono sobre la necesaria conexión con los adolescentes para poder enseñar. ¿Lo emocional afecta? Sí, pero cómo y para qué.

El profesor en la encrucijada

«Un profesor no puede pretender convertir su labor en una actividad onanista, enfocada en sí mismo, olvidando que el objeto de su trabajo son los alumnos y recurriendo a la necia excusa de que “son ellos, con su indolencia y su pasividad, los que se pierden la posibilidad de acceder a los niveles superiores del conocimiento que él les ofrece."»

"Ni los alumnos ni sus familias van a asumir regresar a estadios anteriores donde el respeto por la figura del docente venía dada porque sí, sólo por consideración a rancias jerarquías sociales. Por lo que ese respeto el profesor va a tener que ganárselo cada día a base de duro trabajo y de su capacidad para conectar con cada uno de los grupos de alumnos a los que va a tener que impartir clases."

"Solo una lectura maniquea de lo argumentado puede tergiversar lo aquí expuesto para presentarlo como una defensa del profesor buenrollista o con complejo de paternidad perdida, cuyo único interés es conectar con sus alumnos y hacerse colega de ellos para esconder sus miserias profesionales. Nada más lejos de mi intención. De lo que hablo es de la existencia en las actuales aulas de la ESO de una condición previa necesaria (pero por supuesto no suficiente) para que un docente tenga siquiera la posibilidad de encarar su labor con una mínima posibilidad de éxito"

2. Todo profesor de instituto sabe que si el tutor del grupo al que da clases "funciona", su trabajo durante el curso será mucho más sencillo. Los tutores de la ESO desempeñan el papel más importante y complicado en la vida de los institutos. Había que explicar por qué.

El tutor de la ESO en el laberinto: reflexiones a pie de aula

"Solo siendo tutor he sentido el agrio sabor de la derrota en mi boca, he tenido que asimilar la inutilidad de la batalla individual, la necesidad de convertir la enseñanza en un proyecto colectivo en el que los profesores se impliquen y los padres no se conviertan en estériles enemigos. Pronto sentí la frustración que conlleva el ingenuo intento de salvar a ciertos alumnos, en los que al determinismo social y familiar se les une una lacerante incapacidad de responsabilidad personal que los convierte en carne de cañón educativa."

"En este mundo de trincheras que es la educación, la labor tutorial supone en ocasiones una gran paradoja, ya que la humanidad y el buen hacer de profesores de la vieja escuela terminan convirtiéndolos en buenos tutores, mientras que jóvenes seguidores de las nuevas pedagogías, believers fanatizados de la educación emocional, fracasan ante realidades complejas que los convierten en inútiles totales frente a grupos de alumnos que desprecian sus pobres intentos de acercamiento." 

3. Este es uno de los posts más difíciles que he escrito sobre Educación. Tocaba criticar a algunos de mis compañeros, explicar el porqué de esa crítica y advertir de cómo esa crítica podría ser manipulada.

La discreta mediocridad del profesorado

"Hoy en día la sociedad ya no es capaz de determinar exactamente qué quiere de la escuela. Las viejas ficciones ya no sirven. No hay proyecto común en relación a ella. Sólo quedan los restos descompuestos de aquel viejo relato colectivo que la quiso colocar el centro de la acción social como elemento fundamental para la cohesión y la igualdad de oportunidades. Inmersos desde hace décadas en un letal individualismo, tan sólo pretendemos utilizarla como plataforma credencialista que legitime la exclusión y sirva de soporte en la construcción de una tan feroz como estúpida competitividad social, en la que unos sólo pueden triunfar si los demás fracasan y se hunden"

"Nunca hay autocrítica. Jamás. No he encontrado a un solo profesor o profesora que haya asumido públicamente nunca que la responsabilidad del fracaso educativo de alguno de sus alumnos pueda ser debido a su pésima labor" 

4. Demasiadas veces leí y escuché a supuestos expertos educativos dar pautas inútiles a los nuevos profesores: puro humo, entelequias construidas muy lejos de las aulas cuya aplicación llevaría al nuevo docente directo al fracaso. Aquí trato de ayudar, con unos consejos prosaicos, a los profesores novatos. Sin recetas mágicas.

10 consejos (prácticos) para un profesor novato

"Mis consejos están muy lejos de las grandes intenciones y ambiciones hipertrofiadas y ampulosas de esos gurús pedagógicos que no han pisado un aula en su vida y se arrogan el derecho de darnos lecciones a los profesores cada día a través de los medios de comunicación y de los cursos de (de)formación. Personajes oscuros que se disfrazan de subversivos y dinamizadores de nuevos enfoques educativos cuando están a sueldo de fundaciones privadas de bancos y empresas que los utilizan para reenfocar los objetivos de la Educación y tratar de ponerla al servicio de sus necesidades. Vendemotos pedagógicos que subliman sus frustraciones y dan rienda suelta a sus egos en cursos de formación de un profesorado cautivo que tiene que soportar cómo se lo infantiliza para deconstruir su autoridad intelectual y así convertirlo en un guiñapo maleable en manos de advenedizos con ínfulas." 

5. Hay una cruzada maniquea contra la transmisión de conocimientos fomentada por el capital y la confusión ideológica de muchos. Desde la izquierda, reivindico el conocimiento como eje central de la Escuela y denuncio la traición a la juventud que supone no defenderlo. 

Contra el desprecio del conocimiento

"Vivimos en un tiempo en el que el antiintelectualismo se ha infiltrado en todas las capas sociales, el conocimiento se banaliza y la persona instruida en cualquier saber debe disfrazarse coloquialmente de friki para poder sobrevivir en su entorno social."

«Se identifica de manera deshonesta y artera "transmitir conocimiento" con una escuela decadente, del "siglo XIX", mientras que "potenciar la creatividad" del alumno, aunque nadie sepa exactamente qué significa eso [...], supone transitar hacia una luminosa modernidad

"Lo racional ha perdido de nuevo la batalla, no solo contra lo emocional sino también contra una frivolidad hedonista que provoca arcadas. Se desprecia sin tapujos cualquier amago de conocimiento demostrado, de dato contrastado o de opinión argumentada. No hace falta saber, dicen. Y llevan años intentando trasladar ese lema, propio de imbéciles, a la escuela. Se denuesta la "transmisión de conocimientos" (¡anatema!) cuando es la única manera de ser leales con las nuevas generaciones, para que maticen su arrogante (y natural) adanismo adolescente con la comprensión de una historia previa a su vidas donde se ofrecieron muchas posibles soluciones a muchas de las preguntas y desafíos intelectuales y vitales a los que ellos se han de enfrentar. No se trata de acotar esas soluciones, sino de ampliar los horizontes de las posibles respuestas."

6. No se puede ni se debe renunciar a las emociones en el aula porque son claves para el aprendizaje. Por eso es importante que no se apropien de ellas los que defienden una "educación emocional" huera, sin contenidos y totalitaria que busca de manera estéril la "felicidad del niño".

Peligros y contradicciones de la nueva educación emocional

"Se buscan consumidores dóciles y trabajadores entrenados (el puto coaching) emocionalmente para tolerar la frustración. Consumidores poco exigentes, sin criterio propio, sin rabia. Trabajadores adiestrados (¿amaestrados?) en las competencias q el Mercado considera aprovechables"

«Sin conocimientos, sin posibilidades económicas de alcanzar estudios superiores de nivel, las clases populares (vamos, los pobres) vuelven a estar de nuevo condenadas. Pero eso sí, estarán "educados", "entrenados" no solo para soportar su miseria y "comprenderla", sino también para  justificarla. No sabrán nada de nada pero creerán que lo que les pasa es normal, natural. Y ese será el gran triunfo de la nueva educación, esa que promete hacerlos felices a todos tan solo mientras sean niños y adolescentes, para después abandonarlos en manos de un Mercado que pueda disponer de ellos "eficazmente"»

"La enseñanza de contenidos es la única que, paradójicamente, deja espacio al alumno para la crítica y la rebelión. Para el uso de la razón y de la reflexión. No se puede enseñar nada desde la nada. No se puede aprender nada cuando la nada inunda las aulas [...] La educación psicoafectiva [...] intenta modelar emocionalmente a los alumnos y (re)construirlos según valores pretendidamente positivos."

7. ¿Para qué enseñamos? La paradoja se hace carne entre los innoducators, profesores que convierten la innovación educativa en una forma narcisista de construirse una identidad social: si afirman sin pudor que la enseñanza tradicional sirvió para crear ciudadanos obedientes al servicio del viejo capitalismo, ¿no es su "Nueva Educación" la mutación que demanda el Sistema para sobrevivir?

La Educación amenazada

"No hace falta que sepan tanto, no hace falta que tantos realicen estudios superiores, no es necesario pretender un conocimiento profundo de la realidad, lo que se necesita es que los jóvenes sean flexibles y dinámicos, dóciles en lo político y emprendedores en lo económico."

"[Los innoducators] han construido una Escuela virtual, una Escuela-burbuja descontextualizada socialmente, un juguete con el que disfrutar de experiencias que les llenan como docentes, más allá de las consecuencias reales que sus acciones tendrán en sus alumnos a largo plazo."

"Mientras los profesores innovadores, esos que en las redes se autodenominan innoducators, no me expliquen cómo es posible que su formación renovadora, sus proyectos educativos, sus premios a los mejores profesores y su crítica a la Escuela tradicional van a cambiar la Educación para cambiar el mundo; mientras no me expliquen cómo superar la contradicción que supone que su formación renovadora, sus proyectos educativos, sus premios a los mejores profesores y su crítica a la Escuela tradicional son financiados y promovidos por el neoliberalismo más carroñero, por fondos de inversión especulativos o por empresas que parasitan a la Enseñanza y mueven continuamente los hilos para apropiarse de una parte cada vez más suculenta de la formación obligatoria, será difícil que su ímpetu de cambio resulte creíble. Mientras que la única consecuencia de sus planteamientos educativos sea convertir a la Escuela en una burbuja de felicidad y creatividad para unos niños y adolescentes que, después de atiborrarse de soma constructivista y colaborativo, serán arrojados del paraíso para convertirse en carne de cañón (flexible y sumisa) de un mercado laboral precarizado, será difícil que su relato transformador resulte mínimamente verosímil."

8. Es una cuestión recurrente cuando se discute públicamente sobre Educación: ¿qué opiniones se deben tener en cuenta? En este post aclaro mi posición: en ningún caso solo se debe escuchar a los docentes que opinan en base a su experiencia. Pero ello no implica que la opinión de cualquiera tenga el mismo valor que la suya. La cosa es más compleja.

Campo de batalla: la Educación

"¿Es honesto afirmar que todos los docentes, por el hecho de serlo, son expertos en Educación y, por tanto, voces lúcidas a las que escuchar con atención y respeto cuando se discute sobre los problemas de la Enseñanza en España? [...] No todos los que enseñan cada día son voces interesantes ni autorizadas para hablar sobre la enseñanza. Sí es verdad que conocen la realidad de las aulas (faltaría más, las pisan cada día) pero ese hecho no implica automáticamente que de sus experiencias sean capaces de extraer una sabiduría que vaya más allá de la supervivencia profesional. Y todo esto es algo que desde nuestras trincheras muchas veces, interesadamente, obviamos."

"Vivimos tiempos en donde lo emocional impera y ese exceso de sentimentalidad se ha extendido, inevitablemente, a unos profesionales hartos de la avalancha de opiniones externas, delirantes e interesadas, que les intentan explicar cómo realizar su trabajo. Como consecuencia, de manera reactiva, casi defensiva, se ha construido un discurso dentro de cierto sector del profesorado que, a falta de las matizaciones necesarias, pretende trasladar a la sociedad el mensaje de que nadie puede hablar de la educación, ni pedir cuentas a los profesores sobre su labor porque estos son los únicos que poseen el bagaje necesario, debido a su experiencia, para enjuiciar dicha labor."

"No podemos permitirnos asumir que lo experiencial se convierta automáticamente en dogma porque hay un montón de profesionales de la enseñanza cuyas voces son absolutamente inútiles en cualquier debate educativo con cierto nivel de profundidad. Hay voces lúcidas de padres, periodistas, sociólogos o pedagogos preocupados por la educación que deben ser tenidas en consideración, más allá de que lo que defiendan parezca poner en cuestión, en un primer momento, nuestro prurito profesional." 

9. El bilingüismo segregador y elitista de la enseñanza madrileña no habría triunfado sin la dolorosa complicidad de padres y profesores de izquierda que, criticando en privado el programa bilingüe diseñado (¿para ellos?), ayudaron a su éxito con su insólito colaboracionismo.

Los padres progresistas y el Bilingüismo: la traición final a la Educación Pública en Madrid

"El Bilingüismo segregador y elitista de la Educación Pública madrileña jamás podría haber triunfado sin la dolorosa complicidad de la gran mayoría de esos padres y profesores de izquierdas, progresistas que, siendo extremadamente críticos en privado con el programa bilingüe diseñado (¿para ellos?) por Esperanza Aguirre y Lucía Figar, han contribuido decisivamente a su éxito con su insólito colaboracionismo"

"La clave, como ya pasaba en la concertada y en la privada, pasaba a ser el tipo de compañeros que tendría en el aula ese hijo convertido en proyecto de futuro. Dejémonos de hipocresías: la clave era a qué compañeros de clase evitaba ese hijo criado en modo burbuja. A nadie le importó lo suficiente. No fue casualidad. Una generación criada en el analfabetismo idiomático extranjero de la España de los 70 y 80 creyó redimir su mediocridad a la hora de aprender idiomas mediante los palabros que en inglés declamaban sus retoños. Así trataban inicialmente de justificar pobremente el porqué de su traición a la enseñanza pública. Después, llegarían argumentos más peregrinos."

"Esos padres [...] decidieron ser elitistas mientras, paradójicamente, no dejaban pasar ninguna ocasión para criticar a los otros, a los padres de la concertada, por serlo. Decidieron despreciar la transmisión de conocimientos y el aprendizaje fluido y natural en la propia lengua. Algunos, incluso, argumentaban que tampoco era tan importante lo que se aprendía en el colegio y en la ESO, que ya aprenderían en serio en el Bachillerato y en la Universidad, y que, mientras tanto, menudo nivel de inglés estaban adquiriendo sus hijos. Preferían hacer como que no se daban cuenta de que para que sus hijos de clase media diesen clases en grupos social y académicamente homogéneos dentro del AVE bilingüe, tenía que haber otro tren desvencijado en el que agrupar a todos aquellos alumnos sin recursos, con  problemáticas sociales, sin apoyos familiares, con necesidades especiales o que llegaban de otros países con el curso avanzado."

10. Toca recordar a la Marea Verde. Ya empieza a sonar a "batallita boomer" pero fue real: en Madrid los profesores de la pública nos enfrentamos hace casi 10 años a Esperanza Aguirre y a Lucía Figar, nos enfrentamos una concepción de la Educación clasista y segregadora. Teníamos la razón, luchamos, nos creímos invencibles y, por supuesto, perdimos. Vaya que si perdimos...

Profesores encabronados: más allá de la indignación

"Aguirre busca conseguir una educación de varias velocidades en Madrid, en la que a la cola esté una educación pública que, aún contando con buenos profesionales (que los hay, y muchos), no podrá competir en ofrecer una calidad educativa acorde con lo que nuestra sociedad nos exige. Y en la que lentamente se irán introduciendo las empresas u fundaciones privadas para ofrecer esos servicios que ahora se van a impedir realizar a los funcionarios públicos con sueldos dignos y que ellas, subcontratadas, realizarán a un menor coste."

11. Seguimos con la Marea Verde. Docentes millennials y centennials, leeros esto cuando vuestros mayores pretendan construir una épica de lucha laboral que nunca existió. Estos son los tipos de esquiroles con los que me he ido encontrando en CADA huelga educativa durante estos últimos quince años. Y, cuidado, al final me temo que todos terminaremos  cayendo de una manera u otra, con una excusa u otra, dentro de alguno de los perfiles descritos

Esquiroles contra la Marea Verde. Apuntes para una taxonomía esquirola

«El esquirol ruin: suele ser relativamente joven, menor de 40 años, urbanita, sin demasiadas cargas familiares. Lleva años contando sus aventuras en países exóticos o sus vacaciones a todo tren en playas o alojamientos rurales. Cuando llegan las huelgas, aunque ideológicamente de manera superficial parece compartir las reivindicaciones, nunca termina de ver claro públicamente la utilidad de las mismas: "esta no es la estrategia a seguir" o "no sirve de nada", argumentan con cara de circunstancias, sin profundizar demasiado en ninguna argumentación. Finalmente, en privado, a alguno de los que sí hará la huelga le comentará, misterioso, exigiendo comprensión, que ahora mismo no puede permitirse perder ese dinero por una cuestión personal e insoslayable pero que sin duda los apoya. Que es terrible lo que están haciendo. Un crack. En unos meses se olvidará de las contradicciones y la coherencia y te empezará a contar dónde va a pasar el verano, en ese país extranjero, tan exótico, tan lejano, por un precio bajísimo, casi un regalo...»

12. He trabajado en muchos institutos y casi siempre fui tutor de 4º de ESO. En el curso 2010-2011 lo fui de un grupo de alumnos maravilloso en el IES Iturralde y, 2 años después, aquellos alumnos me escribieron para invitarme a su graduación de 2º de Bachillerato. De repente, me vi allí, encima de aquel destartalado escenario, sonriendo a mis antiguos alumnos 

Orgullo de profe

"Chicos y chicas estupendos, cada uno con sus particularidades, con sus capacidades, con su idiosincrasia, con sus ideas y sus inquietudes. Reflejo de la sociedad en la que vivimos, sustancia de esa educación pública en la que creo y por la que trabajo. Un motivo más para seguir en la brecha"

13. Como profesor, el mayor desafío que he tenido es aquella Física de 2º de Bachillerato en Humanes que todos los alumnos de ciencias tenían que "elegir" obligatoriamente por cuestiones de organización del centro, después de no haber dado prácticamente nada de Física el curso anterior debido a la baja laboral de su profesora. Ellos nunca serán del todo conscientes de cómo me maté aquel año para que ellos pudiesen superar las dificultades que suponía aquel curso y de lo tremendamente orgulloso que estoy tanto de mi trabajo como de su esfuerzo y dedicación durante aquel curso.

Historias de una graduación de la enseñanza pública

"El curso ha sido largo y complicado. Los he visto sufrir, llorar, encabronarse, someterse, rebelarse, volver a sufrir, y a llorar. Pero sobre todo los he visto luchar. A casi todos. Luchar, una  y otra vez,  enfrentándose  a sus propias capacidades, desafiando a miserables determinismos socioeconómicos, enfrentándose a un sistema que los impulsa hacia otras labores y hacia otros estudios, que los quiere apartar de los estudios superiores, que ignora sus sueños y sus necesidades. Ellos sí se enfrentan en soledad, solo con sus armas, a la exigencia educativa. Muchos otros, cuando sufren, gracias a su posición socioeconómica, disponen de todo tipo de ayudas para superar las dificultades, mientras que ellos solo cuentan con su esfuerzo, con su cabezonería y con su grupo de amigos."

"Creo firmemente en que son las pequeñas batallas el espacio en el que más podemos aportar. Dar una oportunidad de futuro a los que todo lo tienen en contra, sin traicionarles, sin regalos, sin buenismos condescendientes es una de las vías que la enseñanza nos permite. 

14. Nuevo IES, nuevos alumnos. Gran parte de la sociedad no se plantea (ni puede) elegir centro educativo para sus hijos. Otros eligen (con dinero público) y construyen burbujas socioeconómicas para sus retoños. Y luego estás tú, como profesor, que te enfrentas a ese alumno que te mira desde el primer día con una mezcla de indiferencia y provocación desde la última fila. Él no te conoce pero tú hace años que lo sabes todo de él.

Carta abierta a un alumno al borde del abismo

"Eres un lidercillo, tienes carisma e ingenio. Nada especialmente relevante. Pero te vas dando cuenta de que algo falla. Hasta tú, que siempre intentas reírte de los que estudian, y despreciarlos, y minusvalorarlos, empiezas a percibir que algo chirría en el relato de tu vida."

"Tras tantos cursos oyéndote decir lo mismo, las mismas palabras que surgen de diferentes labios y que retumban en mis oídos una y otra vez, me toca a mí preguntarte a ti, que tienes tantas caras, tantos nombres diferentes, en tantos institutos distintos: ¿cuándo vas a aceptar que tus quejas solo te sirven al final como excusa para enmascarar tu pereza, tu incapacidad para el compromiso y el esfuerzo?"

"Sería toda una experiencia visualizar a los hijos de esa multitud, tan conservadora como progre, que estructura a la clase media de este país, y que suele mirarte con desprecio, sometidos a las vicisitudes de tu vida. Pero eso ni tú ni yo lo vamos a ver. Entérate de una puta vez. Sí, tú lo tienes mucho más difícil. Ellos lo tienen mucho más fácil. Tú solo tenías una oportunidad. La que estás desperdiciando." 

15. Este es, sin duda, el post educativo más triste que escribí. También me recuerda cada día por qué la rabia política es un motor en mi vida docente: no me olvido de este alumno, no me olvido de su "fracaso", ni olvido que su fracaso es el de todos nosotros como sociedad.

Uno de tantos: crónica de un fracaso educativo

"Empiezo a olvidar su cara. ¿No les pasa eso a todos los profesores? A medida que pasa el tiempo muchas caras se olvidan, los nombres se entremezclan y solo permanecen las experiencias, las situaciones, las historias compartidas con ellos. Otro alumno más entre centenares de ellos."

"Se sentó desde el primer día allí, al fondo del aula, escupiéndome desde su disposición espacial su desconfianza, su desdén hacia el sistema, su falta de interés, el asco que la cárcel educativa le provocaba."

"¿Qué me encontré? Dolor, un dolor agudo, una sensación continua de malestar vital combatida a duras penas con un prematuro consumo de drogas que permitía enmascarar el fracaso personal que suponía el fracaso académico, cuando era  precisamente el éxito académico lo que hubiera permitido justificar (equivocadamente) el sacrificio de una madre que había decidido esclavizarse laboralmente para que su hijo tuviese una oportunidad de futuro. El padre no existía (casualidad, ¿no?). Con el tsunami de la crisis habían perdido su casa, ahora vivían los dos, madre e hijo, en una misma habitación realquilada. Pero ella, la madre, nunca estaba presente, por fin había vuelto a conseguir un trabajo, de interna, cuidando a un anciano. No dormía en casa seis de cada siete noches a la semana. Cobraba una miseria. Capitalismo, lo llaman."

31 octubre 2020

La importancia de las emociones en el aula: una visión alternativa

 
Es tan natural como injusto: los profesores, cuando hablamos de nuestro trabajo, cuando relatamos nuestras experiencias docentes, sacamos mucho más a relucir las situaciones complejas, perturbadoras, extremas  y complicadas que cada año, cada curso, vivimos dentro y fuera de las aulas que las otras, las gratas, las alegres, las que a muchos de nosotros nos reconfortan y alientan, a pesar de los sinsabores y los fracasos diarios.

Durante estos casi 15 años que llevo dando clases he pasado por muchos institutos sin quedarme nunca más de dos o tres cursos consecutivos en ninguno de ellos. En ese danzar laboral sin asentarme en ningún centro, siempre tuve la impresión de conseguir una interacción intensa y positiva a través de mi trabajo con los grupos de alumnos a los que me tocó enseñar. Y, aunque es cierto que me he perdido casi siempre su posterior evolución personal y académica, los cambios de centro me han obligado a mantenerme en un nivel de alerta muy alta para conseguir ese objetivo irrenunciable que me impuse desde que empecé con este trabajo: enseñar con exigencia "clásica" la Física y la Química desde la cercanía, el afecto y el absoluto respeto a todos y cada uno de mis alumnos. Mis sensaciones siempre han sido buenas, mis clases parecen funcionar y esa "exigencia" (que tantos adultos con ideas pueriles sobre la educación parecen detestar) nunca me ha parecido que haya sido percibida por mis alumnos como un obstáculo insalvable sino como un desafío inevitable que tenían que superar (y para el que siempre contaban con mi ayuda). No es fácil. Es mucha la energía que se consume. Energía para construir(me) una paciencia infinita como profesor (que casi nunca soy capaz de mostrar en mi vida personal) y así jamás dejar de responder con interés y sin malas formas a una duda (ya explicada mil veces); energía para utilizar cada error del alumno en su dedicación a su aprendizaje como una oportunidad para que se vuelva a levantar y vuelva a intentarlo (incluso en los caso más desesperados en los que yo mismo ya no creo que haya solución pero entiendo que seguir intentándolo es respetar la dignidad de ese alumno al borde del desahucio educativo); energía para intentar siempre que sea el grupo completo (con esas ratios indecentes) el que avance, que cada alumno llegue hasta donde debe y puede, pero siempre con el objetivo de alcanzar un mínimo irrenunciable; energía para colaborar con mis compañeros y construir relaciones laborales (no siempre fáciles en lo personal) con el único objetivo de ofrecer soluciones a los múltiples problemas a los que se enfrentan muchos alumnos en esta etapa educativa. Energía que merece la pena derrochar en un trabajo como el nuestro que todavía nos permite la ilusión de otorgarnos ese carácter o identidad (a través de nuestra labor) que, en muchos otro ámbitos de las sociedades modernas, está en permanente corrosión (como tan bien describiera Richard Sennett). Un carácter, el de los profesores que, más allá del desprestigio social constante, nos hace a muchos creernos con una responsabilidad social para con nuestros alumnos que va mucho más allá del aula.

Siempre, desde joven, me ha gustado leer y analizar el tiempo y la sociedad en la que vivo.  En este sentido, mi carrera docente me ha permitido ser un observador privilegiado de muchas realidades sociales diferentes asociadas a los institutos en los que he impartido mis clases (casi siempre enclavados en zonas rurales o barrios de las clase trabajadora). Y hace ya mucho tiempo que tengo muy claro que es la sociedad la que construye las bases de la Escuela posible, que la Escuela tiene mucho más de producto social que de motor de cambio social y que por tanto, más allá de las ensoñaciones de algunos, la Escuela no tiene potencial real para cambiar el mundo. En cambio, sí mantiene dos valores fundamentales: el primero es ser capaz de ofrecer a todos una posibilidad (siempre tramposa, siempre limitada, siempre insuficiente) de conocer ese mundo que está más allá de los muros (detrás de los que crecemos) que construyen los prejuicios familiares y sociales. El segundo es ofrecer una formación y unas acreditaciones que permiten tener una mayor posibilidad de elección en el futuro laboral adulto (una posibilidad de elección, por supuesto, siempre tamizada por el origen socioeconómico y familiar). Ningún cínico decadente ni ningún lúcido de salón (siempre todos bien posicionados socialmente, generalmente con estudios universitarios y, en demasiadas ocasiones, criados en familias económicamente desahogadas) me va a hacer cambiar de idea. Porque tan ruin es seguir defendiendo la meritocracia y que el futuro del alumno tan solo dependerá de su esfuerzo como resulta rastrero defender públicamente la supuesta inutilidad de los estudios y los títulos reglados para el futuro personal de cada uno de ellos, especialmente si han nacido en el seno de la clase trabajadora.

La Escuela (sobre todo la pública) no solo tiene que luchar contra los que pretenden convertirla en un apéndice del Mercado, no solo tiene que enfrentarse a los que la masacran con políticas segregadoras, también tiene que defenderse de los que dicen defenderla mientras promueven la devaluación de su importancia social con discursos buenistas y pueriles, de los que pretenden convertirla en una especie de centro de acogida emocional  sin exigencia intelectual en el que los alumnos puedan ser felices unos años mientras son adiestrados en competencias vacías de contenido pero plenas de intencionalidad social. Y también debe defenderse de los desencantados radicales, de esos para los que la Escuela y su cuerpo docente nunca están a la altura de sus expectativas de utopía revolucionaria y terminan menospreciando su labor real y denigrando su importancia como ascensor social. Me chirría especialmente este último argumento, sobre todo cuando surge desde ciertos ámbitos universitarios, en boca de gente cuyos hijos podrán tropezar una y otra vez en su carrera académica porque ya se encargarán ellos de ayudarlos con su dinero y con sus contactos para que tengan siempre una nueva oportunidad para progresar en ese sistema educativo que tanto dicen despreciar.

A través de posts en este blog, de hilos en Twitter y en las múltiples conversaciones con compañeros y amigos docentes, llevo mucho tiempo intentando dar forma a una tesis nada revolucionaria pero que, en esta época de trincheras educativas y desconfianza generalizada en la importancia de la Educación, me parece necesario defender, divulgar y reivindicar: no debemos desterrar las emociones de las aulas ni desdeñar su importancia. No se puede renunciar a las emociones en el aula porque son claves para el aprendizaje. Por eso es tan importante que no se apropien de ellas los que defienden una Educación Emocional huera, sin contenidos, que dice buscar la felicidad del niño. Frente al proyecto (con tintes totalitarios) de una Escuela Psicoafectiva que tiene mucho más de domesticación social que de búsqueda de algo tan inaprensible como la felicidad, los que creemos en la posibilidad de una Escuela del Conocimiento tenemos que encontrar la manera de introducir en nuestros discursos, historias y reivindicaciones la importancia de las emociones en los procesos de enseñanza-aprendizaje efectivos. 

No recuerdo ni un solo día que dando clases no me haya reído en algún momento con mis alumnos o no haya intuido en su silencio el sufrimiento de alguno de ellos intentando realmente comprender algo que para él, en ese momento, es excesivamente complejo. No recuerdo la cantidad de veces que paré o no empecé una clase para sacar fuera y animar a un alumno incapaz de contener sus lágrimas por situaciones personales o académicas. Siempre recordaré esa cara de ese alumno que de repente, entre treinta caras más, se enciende radiante con la luz de la comprensión para, durante un segundo, transmitir tanta felicidad como alivio porque gracias a tu explicación logró entender algo. Recuerdo como cada día, cada clase, con cada grupo, exijo atención, esfuerzo y trabajo a mis alumnos y cómo responden siempre que a cambio les ofrezca el máximo respeto (también intelectual) por ellos y la seguridad de que van a poder preguntar una y otra vez sin que haya una mala cara por mi parte. Para enseñar con cierta garantía de éxito a un grupo de adolescentes (y no solo a un puñado de ellos) hay que hacer cierto esfuerzo por conocerlos mínimamente, por saber algo de sus circunstancias personales, algunos rasgos de su carácter; hay que mirar de cara al alumno y no dejar nunca que él mire a otro lado cuando intentes comunicarte con él. No se trata de que quieras a tus alumnos, ni de que los abraces, ni de que te lleves su sufrimiento a casa contigo. Necesitan de ti algo mucho más importante: necesitan a un adulto que se preocupe por su formación, por su aprendizaje, que les exija con afecto, que sepa estar presente para ayudarles a solucionar un problema pero que no invada su mundo ni su privacidad con una excesiva cercanía. Eres su profesor, no su familia. Aprovecha esa distancia para que puedan escuchar una voz adulta que no esté viciada por los lazos familiares. Abrimos puertas enseñando conocimientos, que las crucen o no ya es cosa suya.

No hay aprendizaje sin esfuerzo pero no hay posibilidad de aprendizaje real para muchos adolescentes sin un profesor que les muestre que ese esfuerzo tiene una meta asequible y los refuerce para conseguirlo. Ser distante con los adolescentes (en muchas ocasiones más por miedo que por desinterés) a los que se pretende enseñar algo es hoy día la mejor manera de empezar a fracasar para un docente. Al final da igual lo bien que creamos hacerlo como profesores, dan igual las excusas o las razones objetivas, nuestra labor solo será relevante si ese otro, ese alumno, aprende algo contigo. 

Hay un lugar común, un cliché desgastado que consiste en criticar a las nuevas generaciones desde la condescendencia y el esencialismo que supone pensar que nuestras infancias y adolescencias fueron mejores, más completas y más intensas. El que me haya leído o me conozca sabe que me hastía sobremanera ese relato que rezuma narcisismo mal digerido y que solo trata de menospreciar a los jóvenes de cada momento para mitificar la infancia y adolescencia de unos adultos que, a medida que envejecen, cada vez las echan más de menos. Todo esto, además, se ha multiplicado en los años que llevo de profesor porque la aparición de las redes sociales ha permitido la difusión masiva de lo que antes no eran más que opiniones despectivas que se quedaban en el ámbito personal y familiar. Es irritante ese desprecio adulto a cómo los jóvenes viven su adolescencia (construida, no se nos olvide, gracias a los cimientos que les damos) como si nosotros tuviéramos mucho de lo que alardear de las nuestras. Pero existen diferencias, por supuesto. Tal vez una de las que más afecta a la enseñanza es la necesidad de los nuevos jóvenes de cierto lazo emocional, afectivo con el profesor que les da clases para volcarse por completo en el aprendizaje de la materia que les enseña. Es algo que puede ser visto como defecto o como virtud, que puede ser entendido como debilidad o como una manera de exigir una enseñanza que atienda a su pluralidad. Que puede ayudar a su aprendizaje o dificultarlo. No profundizaré hoy en ello. En todo caso, me parece un hecho y hay que tenerlo en cuenta. Y para evitar tergiversaciones interesadas toca recordar que la exigencia intelectual no está reñida con la atención a la diversidad de un aula plural (de la Pública, claro, de la otra ni hablamos) en la que muchos alumnos realmente intentan comprender lo que explicas pero ello les supone un enorme esfuerzo (que jamás se debe minusvalorar). 

Muchas ideas, algunas inconexas, balbuceos intelectuales, puertas que dejo abiertas de par en par en este post para continuar con la reflexión permanente que considero que debe realizar todo profesor desde su aula sobre lo que significa enseñar. Muchas dudas teóricas, bastantes certezas y una realidad, una constante en estos años como docente: mis alumnos. Aquellos a los que solo di clases, aquellos de los que además fui tutor, adolescentes que muchos fueron y que todavía hoy algunos son. Alumnos cuyas caras se difuminan en la memoria y cuyos nombres hoy no soy ya capaz de recordar pero de los que me acuerdo perfectamente, ya sea individualmente o como parte de un grupo

Voy a terminar este post reivindicando su memoria, la de mis alumnos, sin los que mi trabajo carecería de importancia. Porque a pesar de los mensajes apocalípticos en relación a los jóvenes y la educación yo hoy aquí los reivindico: he tenido alumnos espectaculares, cientos de ellos, algunos con notas excelentes y algunos que jamás aprobaron conmigo. He dado clases a alumnos de pueblos tremendamente conservadores y de barrios populares. A alumnos del centro de Madrid y de esa periferia que antaño fue cinturón rojo. A alumnos de la sierra y de polígonos industriales. He trabajado con niños de altas capacidades, con alumnos TEA y con necesidades especiales. He dado clases a alumnos abiertos, dinámicos, cerrados, introvertidos, trabajadores, incapaces de preocuparse por estudiar. He dado clases a alumnos que no tenían calefacción en invierno, que me contaron que comían lentejas la noche de navidad, alumnos que vivían en casas de acogida; otros que siempre tenían una mirada triste, con padres fallecidos o en la cárcel, con familias completamente desestructuradas. He dado clases a alumnos incapaces de relacionarse y a otros incapaces de estar cinco minutos sin interaccionar con alguien. He dado clases a protodelincuentes y a alumnos de clases medias acomodadas con ínfulas. A adolescentes felices y joviales; a adolescentes siempre tristes y con una nube oscura atravesando su mirada. He dado clases a alumnos brillantes, ingeniosos y comprometidos. He trabajado con alumnos disruptivos, desahuciados por el sistema, carne de fracaso educativo, provocadores. Alumnos a los que nunca fui capaz de conocer, que no se hicieron notar, que no supe cómo ayudarlos. Alumnos extremadamente tímidos y silenciosos con los que no fui capaz de discernir si mi trabajo les sirvió para algo. Alumnos prácticamente incapaces de aprender algo medianamente complejo que compartían aula con alumnos que se bebían mis palabras e inmediatamente adquirían conocimientos y habilidades suficientes para seguir profundizando en su aprendizaje. Alumnos diversos para aulas plurales. Alumnos de la pública de una sociedad compleja. El mundo real en un aula de la pública. Mientras nos dejen.

18 septiembre 2020

La huelga que no hice

 
Siempre he defendido que los profesores no deben eludir su responsabilidad social y han de posicionarse con argumentos frente a la realidad de la Educación Pública. Es insoportable ver a tantos y tantos docentes-estrella y gurús de cambalache esconderse siempre tras sus análisis intelectualoides, ridículos flippeos, gamificaciones motivadoras y emocionantes proyectos educativos (también tras sus supuestas clases magistrales e impostadas equidistancias políticas) para no dar la cara y no bajar al barro de la realidad de las nefastas consecuencias de la gestión política de la Educación de nuestros gobernantes en las últimas décadas. Aclaro, por si alguien se pierde: no respeto ni me fío de ningún experto pedagógico o docente, ya sea innovador educativo, crítico tradicionalista o profesor a pie de aula que jamás pone el foco de sus críticas y quejas educativas en la importancia de las ratios en la Escuela Real, la segregación socioeconómica que provoca la doble red concertada-pública (y, aquí en Madrid, también el Programa Bilingüe dentro de la Enseñanza Pública), la ausencia de recursos e infraestructuras que son claves para la formación de los alumnos más necesitados o la imposibilidad real de una enseñanza que atienda a las necesidades individuales de los alumnos cuando muchos profesores deben dar clases, cada semana, a 150-200 (o más) alumnos. Tipos que siempre obvian, en sus duras críticas al sistema educativo, la enorme desventaja que generan los diferentes puntos de partida sociofamiliar de los alumnos, el contexto de aula (real) en el que los alumnos (sobre)viven en ciertos barrios o nuestras propias limitaciones como profesores para ayudarlos a que no desistan en seguir formándose. Es más, estoy muy cansado de algunos compañeros que optan por estigmatizar los comportamientos disruptivos y "antiacadémicos" de ciertos alumnos como una manera de justificar su desidia o incapacidad profesional e ignorar cualquier análisis socioeconómico de nuestra labor (el clásico "yo solo doy clases"). Y aquí no estoy hablando precisamente de los #innoducators, sino de los que todavía leen hoy con pasión a Moreno Castillo
 
Pero, a pesar de tener tantas cosas tan claras, la realidad es que me ha costado mucho posicionarme públicamente respecto a la huelga indefinida que está en marcha en la educación madrileña desde el 10 de septiembre gracias un grupo combativo de docentes y con la cobertura legal que les ha dado finalmente CNT-AIT. Y mi silencio que, no nos engañemos, a (casi) nadie importa, a mí me estaba haciendo daño. Desde que empecé a trabajar como profesor de la Enseñanza Pública madrileña en 2006 he hecho todas las huelgas educativas convocadas salvo una, la de 2010, cuando nos bajaron el sueldo a todos los funcionarios españoles. No es irrelevante que no hiciera aquella huelga. Sí, también hice aquellas huelgas que solo convocaba CGT (incluso la indefinida aquella que, a día de hoy, con lo que uno lee en las redes sociales, me sorprende que fracasara cuando tantos afirman haberla hecho. Esos "tantos" que la hicieron imagino que son los hijos de aquellos "tantos" que corrieron delante de los grises). Es importante, en este momento, aclarar algo que, para mí, es trascendente y sigo pensando casi 15 años después: los docentes funcionarios tenemos una doble responsabilidad cuando convocamos huelgas: entrelazar nuestras (legítimas) luchas laborales con el beneficio concreto y la defensa cerrada de una Enseñanza Pública digna y de calidad para nuestros alumnos. Esas son las huelgas y movilizaciones que para mí siempre han merecido la pena. Y de ahí el lema que siempre he defendido: las huelgas en defensa de la Enseñanza Pública se secundan siempre
 
Ya sufrí la incomprensión de algunos a finales de abril cuando no vi razón en no regresar a las aulas en ciertos niveles educativos (4º ESO y 2º Bach.) para darle un final adecuado al curso aprovechando que la situación de la pandemia en España había mejorado notablemente. Nuestro miedo como profesores, el miedo de los padres y el miedo de la Administración tras lo sucedido en los meses anteriores se impusieron y no volvimos a las aulas. El fraude de la teledocencia se impuso. Poco que criticar. Se puede entender. Llegaba el verano. Hubo una desconexión general. Poco a poco, desde mediados de julio, cuando los datos de contagios en España crecían fundamentalmente debido a Aragón y Cataluña, empezó a mostrarse la realidad de la gestión absolutamente desastrosa de uno de los gobiernos más inoperantes y estúpidos que he conocido (el que dirige Ayuso en Madrid). Los contagios crecían en Madrid, y, a medida que avanzaba agosto, los profesores empezaron a darse cuenta de que, ahora sí, como le iba a pasar a tantos otros currantes, iban a volver a trabajar "presencialmente". Y el miedo a volver a las aulas comenzó a propagarse entre nosotros, un miedo cerval, exagerado (o no), tan comprensible emocionalmente para un hipocondríaco como yo como inaceptable desde cualquier punto de vista ideológicamente racional si como docente te consideras un trabajador más. Vivimos en sociedad, la gestión del riesgo debe ser colectiva, liderada por nuestro gobernantes, y victimizarse públicamente en una situación como la que vivimos ("vamos a al matadero en septiembre", "ya verás cuando muramos uno de nosotros") no debería ser alternativa intelectual para nadie sin detenerse un instante a mirar alrededor para analizar, desapasionadamente, qué pasaría si todos los demás trabajadores, los padres de nuestros alumnos, optasen (o pudiesen optar, no son funcionarios) por esa misma actitud. 
 
Llevo más dos meses leyendo con enorme interés opiniones de compañeros docentes, he asistido (sin participar) a asambleas sindicales telemáticas, he sido testigo de cómo se iba construyendo una voz intersindical que declaraba la guerra al Gobierno de Ayuso con una estrategia conservadora pero, en esta ocasión, digna de aprecio. También he visto cómo este planteamiento sindical defraudaba las expectativas de muchos docentes madrileños que abogaban por una mayor radicalidad en las acciones a plantear. Los sindicatos docentes con representación en Madrid, especialmente CCOO, tienen poco en cuenta la frustración acumulada de una generación docente (me incluyo) a la que han decepcionado y a la que son ya incapaces de representar laboral e ideológicamente porque han perdido toda autoridad moral. 
 
¿Entonces? ¿Dónde estoy yo? Tras semanas de lecturas, dudas y reflexiones tocaba tomar una decisión y, curiosamente, fue este manifiesto en defensa de la huelga indefinida compartido por Panadero en Twitter, uno de los tipos que más respeto me merece en las redes sociales educativas, el que terminó por aclararme las cosas en sentido contrario a lo ahí defendido. Hay que leerlo.

No. Aunque me ha costado mucho NO estoy secundando la huelga indefinida educativa en Madrid. ¿Por qué? Porque considero que, en las circunstancias actuales, su auténtico fundamento es la defensa de la salud laboral de los docentes. Porque aunque se enmascare con palabras grandilocuentes esa es la realidad de la reivindicación: el drama es nuestra salud amenazada, nuestro miedo al contagio, un miedo legítimo pero también un miedo de clase, un miedo de funcionario, un miedo del que se lo pude permitir. Pero yo no soy capaz de conciliar ese miedo personal (que lo tengo, soy un jodido hipocondríaco de manual) con el abandono (mediante una huelga indefinida que sí me puedo permitir económicamente durante un tiempo por mi modo de vida) de mis alumnos de Villaverde, uno de los barrios más jodidos por la pandemia en Madrid. 

Vivo desde hace más de una década con una mochila cargada de rabia y frustración por las barrabasadas con las que los diferentes gobiernos del PP de Madrid han arrasado con una Educación Pública en la que, a pesar de todo, no puedo dejar de creer porque mis alumnos, esos que nunca me han fallado y que, sin saberlo, son uno de los motores de mi vida, me han mostrado que incluso en estas circunstancias la Pública sigue siendo útil para que muchos de ellos logren luchar por labrarse un futuro personal y laboral digno. No recuerdo las veces que he defendido que había que dejarse de pantomimas, de batucadas reivindicativas, de estúpidas performances, de las "huelgas sindicales de primavera de El Corte Inglés". No puedo enumerar las veces que he reivindicado una huelga real, definitiva, seria e indefinida para defender a la Enseñanza Pública, bajar las ratios reales, disminuir la carga lectiva de los profesores, reducir el número de alumnos a los que un docente puede atender en un curso, eliminar el pijobilingüismo segregador o volver a poner encima de la mesa el fraude que supone una Enseñanza Concertada que, sufragada con el dinero de todos, permite a unos pocos seleccionar a los compañeros de aula de sus hijos.

Entonces llega septiembre de 2020, se convoca una huelga indefinida en la Enseñanza Pública de Madrid gracias a un movimiento docente ajeno al sindicalismo oficial y... no la secundo. Joder. Nunca eso de "cabalgar las contradicciones" tuvo tanto sentido para mí. Qué difícil es todo.

Podía ser peor. Curiosamente (quién me lo iba a decir), y tras muchas dudas y reflexiones, la estrategia sindical "oficialista" resulta ser la que más me convence: huelgas parciales como elemento de presión y evaluación crítica (pero también realista) de las condiciones en las que volvemos a las aulas. Presión para que las promesas de refuerzos docentes se cumplan y para que que el curso 2020-2021 pueda avanzar presencialmente como sea.

No podemos abandonar completamente en el momento más complicado de sus vidas educativas a nuestros alumnos ni a sus familias, tenemos que intentar la presencialidad (o esa trampa que supone la semipresencialidad) mientras la situación general de salud lo permita. No podemos defender en septiembre la no reapertura de las aulas sin reflexionar sobre las consecuencias reales de ello. Si ya la teledocencia fue inútil en el último trimestre del curso pasado pensar en ella como posibilidad real con alumnos a los que no conocemos es un mal chiste. Y defender que lo que se busca con la huelga indefinida en estos momentos es una (siempre necesaria) reducción de ratio por motivos de salud cuando debería ser por motivos de equidad social solo pone de manifiesto el porqué real de este movimiento docente. El posible cierre de los centros educativos debe ser paralelo a un confinamiento general. Reniego de nuestra supuesta excepcionalidad y, en todo caso, defiendo que serán nuestros gobernantes los que en un momento dado, ante un riesgo real, terminarán clausurándonos por miedo a los padres.

Tenemos que seguir acumulando la rabia para batallas futuras pero nadie me va a convencer a estas alturas de que la renuncia de un profesor a dar sus clases por miedo a contagiarse se puede traducir en una defensa instrumental de la Enseñanza Pública. No, esto es otra cosa. Respetable. Pero es otra cosa.