20 marzo 2015

El tutor de la ESO en el laberinto: reflexiones a pie de aula


Hay un aspecto de la labor docente del que no se habla nunca demasiado. Tal vez porque se minusvalora o porque es difícilmente mensurable, tal vez porque mientras demasiados creen tener la fórmula mágica para transformar “radicalmente” la educación (mientras ganan dinero teorizando sobre ello), pocos se atreven a analizar la importancia que tiene una labor que se ha convertido en esencial en la enseñanza actual, pero cuyo espacio de lucimiento es pequeño, por lo que difícilmente podrá ser puesto en valor por los centros educativos. Estoy hablando de la labor de tutoría en cursos de la ESO. Desde que empecé a dar clases, salvo en alguna ocasión, cada curso he sido tutor de algún grupo de alumnos en esta etapa educativa, trascendente en la formación de los adolescentes. A pesar de que defiendo cada día con mayor convicción que el objetivo fundamental e irrenunciable de nuestra labor como profesores debe ser llevar al límite a nuestros alumnos para que empiecen a dar pasos firmes en el inabarcable mundo de los conocimientos, y que sin el aprendizaje de contenidos es imposible que ellos puedan construirse como personas cultas, formadas y críticas de nuestra sociedad, he de aceptar también, sin que para mí sea contradictorio, que más allá de mis clases y los contenidos tratados, pocas cosas me han dado tanta satisfacción en mi profesión como la especial relación establecida con estos alumnos de los que fui tutor. También he de asumir que nada me ha supuesto nunca en mi profesión mayor sensación de fracaso y desazón.

En este mundo de trincheras que es la educación, la labor tutorial supone en ocasiones una gran paradoja, ya que la humanidad y el buen hacer de profesores de la vieja escuela terminan convirtiéndolos en buenos tutores, mientras que jóvenes seguidores de las nuevas pedagogías, believers fanatizados de la educación emocional, fracasan ante realidades complejas que los convierten en inútiles totales frente a grupos de alumnos que desprecian sus pobres intentos de acercamiento. Obviamente no debiera hacer falta señalar que situaciones a la inversa también se producen, con veteranos profesores incapaces (o directamente “objetores”) de conectar y guiar a sus grupos y jóvenes profesores fajándose en un día a día tan duro como poco reconocido por nadie. Los años trabajados me han dado para ver casi de todo: he visto a tutores soportar la presión frente a situaciones irresolubles con grupos imposibles o alumnos desquiciados. He visto a tutores desentenderse de manera miserable de alumnos superficialmente conflictivos, al borde del abismo, que demandaban a gritos a alguien los recondujera y guiara, alguien que él no estaba dispuesto a ser. He visto a profesores mediocres ejercer de fantásticos tutores, ayudando a alumnos desorientados a reenfocar su educación y su futuro mientras que excelentes profesores se veían impotentes para acercarse emocionalmente a sus alumnos y conseguir ayudarlos en momentos claves de su formación. Lo que pocas veces he visto es reflexionar a mis compañeros sobre la importancia de la tutoría y su (en ocasiones notable) incidencia en los resultados académicos de los alumnos durante un curso.

Hace años encontré en un excelente ensayo escrito por Concha Fernández Martorell (El aula desierta) aquello que definía para mí con precisión lo que un profesor debe sentir por sus alumnos para poder realizar con éxito su labor: afecto. No tiene sentido hablar de amor (un sentimiento exagerado, distorsionador, equivocado); ni una incomprensible indiferencia (un sentimiento entorpecedor, ineficaz, altanero). Debe sentir afecto por todos a los que enseña. Parece simple. No lo es. Al final, en la sociedad actual, en la que los adolescentes demandan casi con fiereza un lazo emocional que les permita convertir a su profesor en guía y referencia educativos, serán la cercanía y la capacidad de comprensión de la personalidad adolescente lo que permitirá al profesor enseñar con garantías de éxito. Y que ese acto de enseñar no sea una práctica onanista que parezca demostrar lo bien que él prepara y organiza sus clases, sino algo que tenga un significado real en el aprendizaje de sus alumnos. Lo demás, ya sea la cháchara pedagógica moderna o la retórica anquilosada de la vieja escuela, teniendo su valor, no deja de ser finalmente secundario, intrascendente en el día a día de las aulas. Pues bien, en mi opinión ser tutor, sin duda, es multiplicar todo lo dicho por mil. En septiembre debes convertirte (por ley) en el responsable final de la evolución académica de un grupo excesivamente numeroso de adolescentes a los que no conoces, de los que no sabes nada, y que la primera vez que entras en el aula notas, entre divertido y acojonado, cómo te evalúan con desconfianza, cómo juzgan cada gesto que haces, cada frase, esperando el fallo, el error, buscando la debilidad, la incoherencia. Buscan clasificarte rápidamente, arrinconarte, convertirte en inútil para ellos, en irrelevante, como tantos otros antes que tú. Qué difícil es todo. Pocos lo saben. Pocos lo entienden. Menos son capaces de asumirlo.

No he sentido nunca una sensación de fracaso absoluto como profesor. Siempre, con cada uno de los grupos a los que impartí clases, conseguí (o creí conseguir) que un número importante de mis alumnos se enganchara a lo que les contaba, hiciera importante mi materia, respirara tensión positiva en mis clases, a veces se divirtiera. Como tutor la cosa se hace más difícil de interpretar. Solo siendo tutor he sentido el agrio sabor de la derrota en mi boca, he tenido que asimilar la inutilidad de la batalla individual, la necesidad de convertir la enseñanza en un proyecto colectivo en el que los profesores se impliquen y los padres no se conviertan en estériles enemigos. Pronto sentí la frustración que conlleva el ingenuo intento de salvar a ciertos alumnos, en los que al determinismo social y familiar se les une una lacerante incapacidad de responsabilidad personal que los convierte en carne de cañón educativa. Nadie parece poder salvar a nadie. La educación reglada no es terreno abonado al heroísmo. Afortunadamente, tal vez. Pero el análisis racional no evita sentir una enorme frustración ante la injusticia que supone el fracaso de alumnos alienados por un contexto sociofamiliar y económico que les impide ser realmente libres para elegir desertar de un futuro objetivamente mejor. Y que castiga con inusitada crueldad cualquier veleidad durante los años adolescentes. No es casual (y quien diga lo contrario miente) que casi nunca fracasen en la ESO los hijos de la clase media. Y mucho menos, los hijos de los propios profesores.


A mí ser tutor, como ser profesor, me ha hecho mejor persona. A estas alturas no tengo ninguna duda. Me ha hecho acercarme, con dificultad, por mi carácter, al significado real de la empatía y de la necesidad de respetar al otro, dejando de lado esa soberbia egotista que tanto me cuesta abandonar. Ser considerado con el alumno, humilde a la hora de interactuar con él, seguro a la hora de exigirle, consciente de que el respeto no se impone sino que se consigue, con tus actos, con lo que muestras, con lo que les demuestras. Nunca caeré en el error de pretender ser “colega” de mis alumnos, pero es imposible ejercer una labor tutorial adecuada desde la distancia prudencial que muchos profesores ponen con ellos. Debes acercarte, conocerlos, darles confianza y exigirles responsabilidad, entender la frustración de muchos padres incapaces de comprender los problemas por los que pasan sus hijos, desbordados en su paternidad, ser comprensivos pero firmes, indagar en las causas de los problemas, ir al origen del conflicto, luchar denodadamente por (re)construir nuevas vías por las que hijos y padres puedan caminar, pero nunca olvidar que el éxito de la labor tutorial se mide finalmente en función de que se consiga o no que, durante ese curso, esos chicos y esas chicas refuercen la seguridad en sí mismos y sean capaces de mejorar su rendimiento educativo, que aprendan a conciliar el principio de deseo (motor para conseguir metas exigentes) con el principio de realidad (aprender a conocer las propias limitaciones), para así poder ir poniendo los cimientos de un futuro formativo y personal mediante el que se puedan alejar de contextos personales, en ocasiones, dramáticos.

Y ahí seguimos, caminando, peleando, siendo este año tutor de un 2º ESO complicado con chicos tan estupendos como en algunos casos absolutamente perdidos, casi desahuciados por el sistema. Otro año más volviendo a fracasar como tutor con alumnos a los que finalmente es imposible ayudar. Pero también disfrutando de esas pequeñas victorias cuyo valor real jamás tal vez podré comprobar pero que siempre parecen tener un significado positivo, alentador. Y que dan sentido al trabajo realizado.

23 febrero 2015

La cafetería más triste del mundo

Ceno en soledad tras un largo día dentro de la bestia. Tras casi dos años nos reclamó de nuevo. Por fin tengo un rato solo para mí, para ordenar mis pensamientos y gestionar a duras penas mis miedos, mientras mastico de manera mecánica, alimentándome por mera rutina horaria. Delante de mí, en la cafetería más triste del mundo, tres mujeres que no parecen alcanzar aun los treinta años conversan animadamente, sentadas alrededor de una de las mesas. Mientras me explico, me animo, me hundo, me discuto y me construyo un relato de tranquilidad las observo distraído, sin mucha atención. Una de ellas, de repente, se levanta, va a marcharse, comenzando así el inevitable ritual de despedida, con abrazos intensos, besos y sonrisas un tanto exageradas. Tras desaparecer, las otras dos vuelven a sentarse y comentan algo que no alcanzo a escuchar pero que les hace sonreír a ambas de manera cansada. Se nota que son hermanas, siguen hablando, siguen sonriendo, casi ríen… De repente se hace el silencio, una de ellas se queda mirando un instante al infinito y rompe a llorar. Su cara transmite ahora una angustia incontenible. La otra, sin decir nada, sin que tal vez pueda decir nada que merezca la pena en esos momentos, con una enorme tristeza, despacio, le echa la mano sobre el hombro y aprieta fuerte, apenas un instante, haciéndole saber a su hermana que está ahí, que la entiende, que siente lo mismo, que nada puede hacer salvo ofrecerle ese mínimo contacto, con la esperanza de que sirva para que comprenda que no está sola. No parece tener la más mínima intención de parar ese momento, solo permitir que fluya y que sirva como desahogo necesario. Son solo unos segundos. Después, la primera hermana se recompone, se limpia las lágrimas por debajo de las gafas y comenta algo. Solo entonces la otra retira el brazo, lentamente, terminando el contacto con una leve caricia, sonríe. Continúan charlando. Yo bajo la mirada, las dejo solas, y recuerdo, nos recuerdo, y siento como una ola de afecto hacia ellas crece en mi interior. Hoy a mí no me ha tocado vivir ese carrusel de emociones que ellas están sufriendo, las de verdad, no las que apenas intuimos a través de la ficción, esos arrebatos incontrolables de dolor entremezclados con las conversaciones más banales, con las sonrisas más estériles, las más vacías, las menos comprensibles. Quizás las más necesarias. A mí todo me ha salido hoy bien. Nuestro paso por la bestia será efímero,  no volveré solo a casa. Volveré de nuevo acompañado. Levanto la cabeza y miro por última vez a mi alrededor. De la veintena de mesas que están montadas a esa hora de la noche ni la mitad están ocupadas y en varias de ellas solitarios como yo mastican de manera mecánica, alimentándose, tal vez, por mera rutina horaria. Pido la cuenta. Necesito irme de ahí ya. Pago y huyo. Sin volver la vista atrás.

13 febrero 2015

Catarsis en la izquierda madrileña

La izquierda madrileña está en plena convulsión. Consecuencia final de la enorme putrefacción de las estructuras cerradas de viejos partidos con viejas formas de hacer política. Qué pena. Ahí está, mírala, con respiración asistida y cuidados paliativos, es IU Madrid, un nido de corruptelas, de puñaladas traperas, de enfrentamientos tribales, que nos muestran de manera dolorosa cómo los que parecieron ser distintos dejaron finalmente de intentarlo y se convirtieron en casta infame, sin ímpetu, sin orgullo, cómodos interpretando un tan irrelevante como fructífero (en el ámbito personal) papel sociopolítico en una Comunidad Autónoma en la que el PP ha campado a sus anchas, aprovechándose del voto acrítico de ciudadanos que, ante el horror que les suponía la política de tierra quemada de la derecha, buscaron desesperados el refugio de una alternativa que nunca lo fue, porque nunca pareció creerse que lo era y vivía de puta madre sin ni siquiera intentarlo. ¿Para qué ambicionar el poder si, sin detentarlo, se puede vivir toda la vida en la oposición sin jamás tener que decidir sobre nada? Recordar los últimos años de IU en Madrid sólo sirve para constatar cómo los que entienden la política como una forma de vida (su única forma de vida) obstaculizaron una y otra vez cualquier intento de regeneración interna. Nada ejemplifica mejor la inmundicia a la que llegó este partido que la elección, tras una cruenta guerra interna, de Eddy Sánchez como secretario general. Este tipo deambuló como alma en pena durante un par de años por la Comunidad sin ser reconocido por nadie como líder de nada. Hombre de paja de la vieja guardia, su “liderazgo” terminó con la aplastante victoria de Tania Sánchez en las primarias del partido, tras las que, en un último gesto de dignidad, dimitió, desapareció, sin que nadie, en ningún momento, lo echara de menos. No estaría mal conocer el grado de conocimiento que tenía Eddy Sánchez entre los votantes de IU para así entender el “valor” de su liderazgo.

Lo de la federación madrileña del PSOE, que acaba de estallar en mil pedazos, es todavía peor. Mi primer contacto con su tenebrosa realidad fue con el Tamayazo, aquel golpe de estado “democrático” que facilitó la aparición de Esperanza Aguirre en la política madrileña, esa mujer que, con el apoyo de su tribu de fanáticos, aprovechó la burbuja económica que a todos enloqueció para dinamitar los servicios públicos y convertirlos en negocio para empresarios afines.  El PSOE de Madrid durante la última década ha sido un partido zombi, dirigido por mediocres, con militantes inanes y con planteamientos políticos que en nada lo diferenciaban de la derecha más rancia (¿un ejemplo? El apoyo que el primer Tomás Gómez hizo a la enseñanza concertada. Buscad en las hemerotecas).

Los partidos que representan la izquierda madrileña han implosionado. Incapaces de soportar la presión interna que suponía por fin verse ante la posibilidad de ganar las elecciones y tener que gestionar el poder. La irrupción de Podemos ha servido para mostrar la desnudez del emperador. La ciudadanía que se piensa de izquierdas se ha cansado de votar a perdedores que estaban encantados de seguir siéndolo. La ciudadanía que vota a la izquierda ha dejado de aceptar que con sus votos se vaya a terminar haciendo la misma política que se hace cuando gobierna la derecha. Es muy simple. IU Y PSOE en Madrid provocan rechazo. Y nada tiene que ver lo que dicen ser. Sino lo que sus actos nos han hecho pensar que son. El tiempo dirá hasta donde conseguimos llegar los que ya no nos creemos nada de ellos. Puede que fracasemos. Tenemos muchas papeletas para ello. Pero en las próximas elecciones, en mayo, en Madrid, los que voten al PSOE y los que voten a IU tendrán pocas, muy pocas excusas para poder explicar el porqué de su voto. Más allá de postureos, más allá de explicaciones de salón, más allá de basuras emocionales y de críticas exarcebadas a otros actores políticos, lo cierto es que estamos a 100 días de intentar que Madrid sea gobernado de otra forma distinta. Y, desgraciadamente, para que ese cambio real se produzca, todos somos conscientes de que tanto votar a IU como al PSOE, es absolutamente inútil.

31 enero 2015

Un año de libros (2014)

Estos son los libros nuevos (sin contar relecturas) que leí durante el año que ya terminó. Un año complicado, difícil, donde en muchas ocasiones leer fue demasiado complicado. Es lo que hay.
  • La casa de hojasMark Z. Danielewski. La historia central es apasionante (a ratos) y no deja de tener interés en ningún momento el juego espacio-temporal en el que sumerge al lector. La novela como artefacto posmoderno, las notas a pie de página, las historias colaterales, las digresiones pedantes, terminan cansando un poco pero no sería una novela tan interesante y perdurable sin todo eso. Recomendable.
  • IntemperieJesús Carrasco. No he hablado con nadie de esta novela al que no le haya parecido una maravilla absoluta. Y para mí es incomprensible: ruralismo telúrico para urbanitas nostálgicos, que parecen echar de menos un campo y un tiempo que afortunadamente no conocerán. Historia mínima y personajes arquetípicos para volver a acercarse a una manida España negra aderezada, en este caso, con una imponente pedantería que provoca impulsos homicidas con las minuciosas descripciones.
  • La ridícula idea de no volver a verteRosa Montero. Un híbrido extraño entre ensayo (sobre Marie Curie) y novela autobiográfica mediante el que la autora intenta exorcizar los demonios provocados por la muerte de su pareja. Sincera y efectiva, transmite el dolor y la necesidad de continuar caminando. Me gustó.
  • La trabajadoraElvira Navarro. El comienzo es tan bueno, tan brutal, tan desconcertante, que la historia deshilvanada que se construye a partir de ese inicio empequeñece con el pasar de las páginas, hasta una cierta irrelevancia final. Una novela con mucho potencial que terminó cayéndoseme de las manos.
  • La transmigración de los cuerpos Yuri Herrera. Curiosa historia que utiliza como marco una epidemia que tiene paralizado a un país. Con tintes de realismo mágico y de novela negra uno tiene cierta sensación de déjà vu, tanto con el estilo como con lo que cuenta. Y al final la terminé de leer con un regusto agridulce, sin emoción alguna.
  • ¿Y tú qué miras? La televisión que no vesMariola Cubells. La autora, con gran experiencia en el medio televisivo, destripa y muestra las entrañas de la bestia catódica: sus miserias, las envidias, la presión por el share, la mediocridad imperante… Y también transmite cierta amargura por lo que podría haber sido la televisión (y en ocasiones consigue ser), por el potencial perdido, por las capacidades humanas infrautilizadas en productos de bajo coste y alta rentabilidad inmediata. Interesante, aunque le falta profundidad.
  • El hombre sin rostroLuis Manuel Ruiz. El autor lo tiene casi todo: los personajes, la época, ese sabor pulp de la vieja literatura fantástica, unos personajes carismáticos y bien esbozados… Pero algo no termina de funcionar, de cuajar, algo falta para que una historia que debiera haberme hecho disfrutar mucho tan solo me termine agradando en ciertos momentos. Habrá que esperar a las próximas entregas para volver a encontrarnos con unos personajes con mucho recorrido.
  • EscarnioCoradino Vega. Una novela que se hace demasiado corta. Ambientada en el oscuro mundo universitario de mitad de los 90, la opresión intelectual que vive el protagonista de la historia sirve como metáfora de una España que por mucho que intente vestirse con el traje de la modernidad sigue conservando los viejos harapos de un pasado nunca del todo cerrado. Me gustó.
  • Los productos naturales ¡Vaya timo!J. M. Mulet. Un repaso somero por las variadas e imaginativas formas en las que la imbecilidad ha tomado cuerpo en este nuevo siglo: la superchería, el pensamiento mágico y las pseudociencias siempre han existido; lo nuevo es la cantidad de gente que defiende con naturalidad esta ingente cantidad de basura intelectual sin que parezca preocupar a nadie.
  • Lecciones de cineLaurent Tirard. Conversaciones con algunos de los mejores directores de cine activos a finales de los 90, en las que se profundiza más en sus emociones e influencias al encarar los rodajes que en cuestiones técnicas más superfluas. Masterclass en las que se aprende mucho de cine leyendo lo que piensan algunos de los grandes. Interesante.
  • El crimen del palodúJulio Muñoz Gijón. Continuación de las aventuras de Villanueva y Jiménez en esa Sevilla tan hiperbólica como reconocible que el autor reconstruye. En este caso los asesinatos (rancios) que la pareja debe resolver se producen en el contexto de la feria de Sevilla. Y es que señores, no nos engañemos, que por motivos económicos Sevilla prescinda de la Cruzcampo para pasarse a la Mahou es, sin duda, motivo para montar ya un 15M en la ciudad. Para sevillanos sin prejuicios y sin ambiciones de leer literatura.
  • SuperficialesNicholas Carr. Uno de los ensayos de referencia de ese movimiento que intenta advertir sobre ciertas consecuencias negativas que el uso intensivo de Internet provoca. El autor utiliza multitud de ejemplos y ciertos estudios científicos (en ocasiones interpretados de manera demasiado especulativa) para construir su tesis: la red está provocando un cambio en la capacidad humana de procesar la información, impidiendo aprendizajes profundos y sustituyendo el pensamiento reflexivo por un tipo de pensamiento multitarea superficial. Muy interesante.
  • PersépolisMarjane Satrapi. El cómic narra la vida de una chica iraní (de familia acomodada) que vive en primera persona todos los cambios y conflictos que supusieron la llegada del régimen de Jomeini. Sus páginas son la mejor denuncia del fundamentalismo religioso convertido en eje social de un país en permanente conflicto, así como de la desidia e incomprensión internacional ante los horrores a los que es sometido una población considerada “enemiga”. Fantástico.
  • Yo soy Espartaco Kirk Douglas. Se lee de un tirón. Con la facilidad que nos da conocer tan bien el mundo del viejo Hollywood que relata y con la certeza de que lo que cuenta Kirk Douglas en primera persona sobre la gestación de Espartaco tiene tanto de mitológico (y por tanto falso) como la historia que relata el propio film.
  • Crisis S. A. El saqueo neoliberalAna Tudela. Ensayo guerrillero que intenta poner números al fraude económico que supone la traslación a la población (no solo a ese ente abstracto que es el Estado) de las deudas privadas de un capitalismo especulativo que jamás asume las posibles pérdidas que su actividad puede generar.
  • Indies, hispters y gafapastasVíctor Lenore. La furia de un converso siempre trae consigo descubrimientos interesantes. En este panfleto visceral, Lenore carga contra los modernitos y contra el clasismo hipster. Y aunque tal vez acierta en la crítica a ese individualismo elitista construido a partir de unos gustos dudosos (aunque carece de matices y profundidad en la argumentación), parecen precipitadas y poco reflexivas algunas de las alternativas que propone.
  • La novela de la no ideologíaDavid Becerra Mayo. Un ensayo valioso en el que, a partir de la errónea concepción que se suele tener de la "novela ideológica" (izquierdista, con mensaje, moralista...), se pone el acento en esa otra literatura que se considera "no ideológica", cuando tan solo se puede considerar así porque es interpretada a través del prisma de la ideología dominante: liberal, individualista y emocional.
  • El prisionero de Sevilla EsteJulio Muñoz Gijón. Tal vez la más floja de la trilogía sobre la "sevillanía y las buenas maneras". A pesar de ello, el whisky y esa rancia sevillanía que destila de nuevo la historia consiguieron que volviera a reírme mucho con algunos de los giros de la historia. Para convencidos. 
  • Comer sin miedoJ. M. Mulet. El autor sabe de lo que habla, sabe que lo que dice es polémico y arremete sin piedad y con mucha ironía contra los mitos que el pijoecologismo ha terminado por imponer como verdad innegociable a la hora de alimentarnos. Un ensayo muy valioso, necesario y que se apoya en la ciencia para desmontar tópicos y falacias extendidas.
  • Bolonia no existe: la destrucción la universidad españolaVarios autores. Una colección de artículos escritos en el momento en el que, bajo el paraguas del gobierno socialista de Zapatero, se implantaba Bolonia en la universidad española, con la oposición de alumnos y profesores. A pesar de las buenas intenciones y de que los artículos están escritos con un enfoque crítico en mi opinión, absolutamente correcto, lo cierto es que destilan un letal academicismo que, mezclado con la ausencia de argumentos verdaderamente originales y de calado, hacen que su lectura sea absolutamente irrelevante. Decepcionante.

10 enero 2015

Un año de cine (2014). Segunda parte

Aquí cuelgo la segunda tanda de películas nuevas que vi durante el año que acaba de finalizar. Aclaro, mediante la palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas cronológicamente, según las fui viendo
  • Gente en sitios (2013)Juan Cavestany. Relato caleidoscópico que se atreve a atrapar el discurrir absurdo y surrealista de nuestra sociedad a través de microhistorias inconexas entre sí, que terminan encontrando un lazo de unión en el humanismo que destilan unos personajes superados por la crisis y por sus vidas. La osada propuesta sale adelante gracias la inteligencia de un autor que sabe lo que quiere contar y cómo quiere contarlo  (atención al montaje y esos encuadres nerviosos), dejando que sea el espectador el que al final, tras ver el conjunto, tenga que hacerse preguntas sobre lo que ha visto y su significado. Una de las propuestas más arriesgadas del cine español de los últimos años. Un acierto de película. Muy recomendable.
  • Noe (2014)Darren Aronofsky. A mí me gustó. Con las controversias y el ruido que hubo a su alrededor no se supo entender cómo Aronofsky utiliza la mitología judeocristiana (de la misma forma que otros lo han hecho con la griega) para proponer una sombría y despiadada reflexión sobre el fanatismo y sus consecuencias, aunque venga enmascarada tras epopeya con aires de blockbuster hollywoodiense. Tal vez esto le hizo al final más daño que beneficio. A reivindicar.
  • Begin Again (2014)John Carney (cine). El hipsterismo más buenrollero y luminoso llega a la pantalla con una película (musical) que termina dejando una sonrisa en la boca y un puñado de melodías pegadizas que no se desprenden con facilidad. Espléndidos trabajo de Knightley y Ruffalo en una película muy bien dirigida (la historia está medida al milímetro, al borde siempre del exceso de azúcar) por Carney, que repite el esquema de su opera prima (Once), trasladando la historia a Nueva York y puliendo las pocas aristas sociales que en su primera película aparecían.
  • A propósito de LlewyDavis (2013)Hermanos Cohen. Alabada por muchos la última película de los Cohen a mí dejó más bien frío. Es correcta pero no emociona, se nota en demasía el respeto mitológico que se tiene por la época social y musical que se trata, y los habituales secundarios que suelen brillar con luz propia en el cine de los Cohen aquí se hunden, sólo se intuye lo que podrían haber sido, pero no terminan de cuajar, de tener entidad propia (algo que en el caso del personaje interpretado por Goodman se hace hasta molesto)
  • Once (2006)John Carney. La opera prima de Carney es un musical que nos acerca a dos solitarios habitantes de un Dublín siempre nublado y frío que tratan de convertir sus sueños en canciones. Nunca aburre y termina emocionando gracias a la simpleza de su tratamiento de las relaciones humanas, siempre leales y solidarias, algo que a veces parece más propio de un cuento da hadas que de una historia con visos de realismo social. Me gustó
  • Ikarie X-1 (1963)Jindrich Polak. Hard sci-fi a la vieja usanza comunista. Película checa, anterior a 2001, que narra las vicisitudes de un viaje de exploración espacial en busca de nuevos planetas habitables en el que los eventos extraordinarios son sustituidos por la cotidianeidad de una tripulación de científicos y profesionales conscientes de su obligaciones y de los peligros que su labor conlleva. Muy interesante. Sólo para aficionados al género. Y con un final muy curioso, ya que su manipulación hizo que orginalmente, en su distribución en EEUU, su significado cambiara por completo.
  • Oh boy (2012)Jan Ole Erster. Película indie alemana que tras un arranque ágil e inteligente termina diluyéndose en la irrelevancia de historias sin hilo en torno a un joven bohemio (hijo de papá, por supuesto) incapaz de decidir qué hacer con su vida. Con una premisa demasiado manoseada y sin mucho nuevo que aportar, se olvida con demasiada facilidad para resultar importante.
  • Non stop (2014)Jaume Collet Serra. Ya hace unos años que Liam Neeson (en un giro inesperado en su carrera) ha adoptado el papel de lobo solitario dispuesto a impartir justicia por su propia mano a pérfidos criminales en este subgénero tan propio del cine norteamericano, que suele ofrecer tanto dignas producciones como demasiadas basuras facistoides. En este caso la historia se desarrolla en un avión y el espacio determina por completo la acción pero en ningún momento la trama, los personajes o la dirección permiten que la película vaya más allá de un entretenimiento convencional y reiterativo. Innecesaria
  • Capitán América: el soldado de invierno (2014) Hermanos Russo. Tan aburrida y coñazo como el canon marveliano de superhéroes impone habitualmente. Mucha acción de manual en una historia mal narrada que siempre apela a las emociones más primarias. Sólo la curiosa lectura politica que de ella puede hacerse (como sorprendente crítica a la Patriot Act) puede aportar alguna razón para perder el tiempo con ella. Ruido, explosiones, tensión sexual de parvulario y tetosterona mal usada.
  • The amazing Spiderman (2014)Marc Webb. Indescriptible. Menudo truño se han marcado los de la Sony con el reboot del viejo superhéroe. Si ya la primera apestaba esta no hay por donde cogerla. Penosa por patética. Patética por mala. Y mala, es muy mala, pero de las que hacen daño.
  • Arma fatal (2007)Edgar Wright. Sigo con la trilogía de Wright-Pegg en sentido inverso a cómo se rodaron. Aquí se descojonan del género policial y consiguen una película fresca e irreverente con momentos gloriosos. Decae en la parte final pero el conjunto funciona
  • Zombis party (2004)Edgar Wright. La primera de la trilogía anteriormente citada tal vez sea la más floja de las tres. Aunque el rollo zombi y sus convenciones permiten la risa fácil y provoca situaciones divertidas se nota que el guión no está lo suficientemente pulido y se desperdician personajes que podrían haber sido míticos. Una pena
  • Guardianes de la galaxia (2014)James Gun (cine). Un soplo de aire fresco dentro del cine de superhéroes marvelianos que bebe más de la mitología de Star Wars y las space operas que de los archisabidos presupuestos dramáticos y emocionales (nivel parvulario) en los que se mueve habitualmente la Marvel. Porque ya sabemos que para ser un superhéroe hay que estar un poco tarado, y que estresa mucho tanta responsabilidad y tal, ya, pero claro, si uno de los protagonistas es un mapache cabrón y otro un árbol gigante que parece medio idiota, pues tampoco hay que tomarse todo tan en serio, ¿no?. Pura diversión sin complejos que funciona estupendamente
  • The machine (2013)Caradog James. Ciencia ficción inglesa cuyo argumento gira acerca del clásico crecimiento y toma de conciencia de una inteligencia artificial y del ya tremendamente cansino enfrentamiento entre su uso militar  o el respeto a su libertad individual. Consigue una atmósfera adecuada pero se detiene demasiado en aburridas relaciones personales sin ser capaz de trascenderlas para conseguir reflexiones más ambiciosas. Aprobado justito
  • Boyhood (2014)Richard Linklater (cine). Tal vez la mejor película del año. Brillante propuesta de un Linklater obsesionado con mostrar el paso del tiempo en la vida de un niño, desde la infancia hasta la mayoría de edad. Y lo hace a través de retazos (rodados durante más de una decada, mientras los actores crecían al ritmo de sus personajes) que se alejan de los momentos de trascendencia para centrarse en los supuestamente irrelevantes, en algunos de los muchos que pueblan la vida de todos nosotros, mediante los que nos cuenta el difícil tránsito desde la dependencia emocional infantil hasta la primera lucidez adolescente previa a la mucho más gris vida adulta; donde todos sobreviven sin brújula, perdidos. Imprescindible. Maravillosa.
  • Hoy empieza todo (1999)Bertrand Tavernier. Un clásico y una referencia entre los profesores. Historia del día a día de un director de colegio que debe enfrentarse a los terribles obstáculos sociales y administrativos que un centro de este tipo siempre conlleva cuando está situado en zonas marginales. Interesante, pero tal vez se echa en falta una visión menos extrema y más realista (¿crítica?) de la labor docente.
  • Los niños salvajes (2013)Patricia Ferreira. Descripción veraz y cercana de las pulsiones adolescentes y del extraño vacío en el que a veces, durante un tiempo, terminan algunos de estos chicos sumergidos, cuando su mundo se hace demasiado pequeño y son incapaces de mirar más allá de sus deseos más inmediatos. Siempre con esas ganas irrefrenables de dejar de lado obligaciones que no quieren comprender y construyendo excusas para escapar momentáneamente de su realidad. Tristemente la película se estrella en su parte final al deslizarse hacia un drama innecesario que termina ocultando muchos de sus aciertos en el enfoque previo.
  • Godzilla (2013)Gareth Edwards. Curioso tratamiento del viejo monstruo en el que Edwards repite, con mucho más presupuesto, el esquema que le hiciera merecedor de grandes (y exagerados) elogios por su opera prima (Monsters). Pone su cámara y su visión a la altura de unos humanos absolutamente sobrepasados por la capacidad de destrucción y la invulnerabilidad de Godzilla y sus secuaces, dejando de lado (en una decisión controvertida)  las peleas de los bichos para mostrar en primer plano tan sólo las consecuencias que estas provocan. Un casting equivocado, momentos de gran belleza visual, música adecuada y una sensación final de fracaso digno.
  • La isla mínima (2014)Alberto Rodríguez (cine) Una joya de uno de los mejores directores españoles del momento que confirma y mejora lo apuntado en sus películas previas. Los actores principales están cojonudos y el tratamiento visual del entorno marismeño de Doñana tiene momentos de una belleza sobrecogedora. Con una atmósfera inquietante, casi onírica, que consigue trasladarnos el miedo de una España que salía del oscuro franquismo con demasiados fantamas latentes, tan sólo la historia cojea un poco, incapaz de soportar completamente el peso de una producción que estaba destinada incluso a ser mejor de lo que ya es. En todo caso, un peliculón.
  • No se os puede dejar solos (1981)C.M. y J.J. Bartolomé. Documental pegado a la historia, que suda a pie de calle y consigue trasladar una verdad dolorosa. Los directores sacaron su cámara y grabaron al desnudo, sin cortapisas, cómo respiraba una sociedad española que unos pocos años atrás había salido de la dictadura con enormes esperanzas pero que veía con preocupación, dolor y enorme desilusión como las promesas de cambios reales en sus vidas se diluían y el clima político y social era cada vez más irrespirable. Un documento imprescindible que a pesar de los años transcurridos no sólo habla de la España de principios de los 80, sino que dialoga con enorme tensión con la España de hoy, tanto por los problemas que plantea como por los jóvenes políticos que intervienen y que decían que venían a intentar solucionarlos (da miedo y cierto asco ver la palabrería de algunos de ellos ya por entonces, con la perspectiva que nos da el paso del tiempo). Imprescindible
  • Atado y bien atado (1981)C.M. y J.J. Bartolomé. Continuación inmediata del documental anterior bajo las mismas premisas y con los mismos (excelentes) resultados.
  • El corredor del laberinto (2014)Wes Ball (cine) Otro necio intento de explotar el cine distópico adolescente con una producción anodina, jóvenes actores hormonados sin registros interpretativos y una historia que parte de una premisa interesante que se diluye ante la miserable mediocridad de todos los que intervienen en este bodrio.
  • Perdida (2014)David Fincher Retorcida y brillate indagación de los entresijos más oscuros de esa santa institución social que es el matrimonio. Fincher hace suyo un material de partida ajeno (es la adaptación de una novela) para rodar de manera distanciada la construcción de la realidad de una pareja formada por un bobo de manual y una psicópata encubierta. Mucho de lo que vemos en imágenes termina siendo finalmente tan falso como falsas son las proyecciones públicas de tantas parejas, y lo real se deforma tanto, según los diferentes puntos de vista, que resulta finalmente imposible aprehenderlo. La historia nos presenta de manera aséptica, sin juicios morales, lo que sienten y piensan (y hacen) cada uno de los miembros de esta pareja que fuera tan "ideal", mostrándonos sin pudor sus miserias, sus carencias, sus vacíos y sus patéticos intentos de disfrazar todo eso hasta que la bomba de sus falsas vidas compartidas explota, desembocando en una parte final fantástica, en la que la película acelera sin el freno echado, de manera desquicida, al ritmo de una Rosamund Pike fantástica, supurando un humor negro doloroso que hiela la sonrisa en la boca. Me encantó.
  • The man from Earth (2007)Richard Schenkman. Una rareza que engancha. Un grupo de amigos se reúne en una cabaña para despedir a uno de ellos que se marcha sin motivo aparente. La velada se alarga mientras beben y comen hasta que en un momento dado el protagonista comienza a contarles algo que cambiará sus vidas para siempre. No deja de ser finalmente un juguete artificioso pero la manera de contar la historia y su tono atrapan. Curiosa.
  • The french connection (1971)William Friedkin. Un clásico con muy buena prensa que me dejó absolutamente frío. Personajes masculinos arquetípicos algo manidos en una película dirigida con pulso firme por un Friedkin en plena forma que inauguraba su década dorada. Pero la verdad es que me aburrió muchísimo. Es lo que hay.
  • Carmina y amen (2014)Paco LeónCarmina es ya en sí misma un género. Paco León ha conseguido con el carminismo una variante extraña y fascinante del berlanguismo. Y esta segunda parte (en la que el director se arriesga con cierto virtuosismo manierista en ciertos momentos que, sorprendentemente, no desentona) no sólo es más de lo mismo sino que expande el universo de Carmina con nuevos personajes (genial y maravillosa Yolanda Ramos con un papel que es un regalo) y una trama delirante que desemboca en un final lógico de uno de los personajes más singulares del cine español.
  • Relatos salvajes (2014)Daimian Szifon (cine). Como anuncia el título la película es una divertida salvajada dividida en seis historias autoconclusivas y sin conexión entre ellas con un único denominador común: la sublimación del legítimo cabreo como motor de la venganza. Como todas estás películas divididas en capítulos es irregular pero continene microhistorias, personajes y situaciones delirantes que permiten no aburrirse en nigún momento y disfrutar de unos actores encantados por interpretar personajes tan extremos sin contención. Muy divertida.
  • Trascendence (2014)Waly Pfister. Indescriptible. Recomiendo ver esta película porque pocas veces en una producción millonaria de Hollywood (en la que al menos siempre parece estar garantizado un acabado impecable) se encuentra uno con tal cantidad de despropósitos. No solo en el montaje (que es auténticamente de traca) sino que somos testigos de una atribulada interpretación de grandes actores que nunca terminan de saber por qué y para qué están haciendo y diciendo lo que hacen y dicen, dentro de una historia sin sentido, mal narrada, pésimamente dirigida y que termina de manera surrealista. Mala de solemnidad
  • Magical girl (2014)Carlos Vermut (cine). Una de las películas más importantes del año. Vermut confirma todo lo que apuntara en su excelente opera prima (Diamond flash) y nos ofrece una película de extraordinaria calidad: dura, difícil, delicada por momentos, con unos personajes extremadamente frágiles a través de los cuales, de manera sutil, se adentra en las tinieblas del alma humana, construyendo un relato coral en el que de manera inevitable, y por mucho que intenten evitarlo, seres extraordinariamente dañados por la vida sólo sobreviven y tienen un respiro a base de hacer daño a otros que están tan jodidos como ellos. Imprescindible
  • Pusher 1 (1996)Nicolas Winding Ref. La película que dio a conocer al después famoso director de la controvertida Drive es un relato sucio de los bajos fondos de la ciudad de Copenhague en el que un traficante de poca monta, tras salirle mal una entrega, se ve inmerso en una carrera contrarreloj para conseguir el dinero que le debe a un pequeño mafioso de la ciudad. Dura, efectista y violenta, la película funciona como un reloj, con personajes verosímiles, y en ella ya se vislumbran algunas de las obsesiones visuales de Winding Ref 
  • Dos días y una noche (2014)Hermanos Dardenne (cine). La película que mejor ha retratado los devastadores efectos de la crisis en los trabajadores no cualificados nos llega desde Bélgica. Marion Cotillard, en uno de sus mejores interpretaciones, se transforma en una empleada que justo al reincorporarse a su puesto de trabajo, tras una larga baja por depresión, se encuentra con que su empresa obliga a sus empleados a elegir entre mantener su paga extra o despedir a uno de ellos. Tras una primera votación en la que se deciden por su paga y por tanto aceptan el despido del personaje interpretado por Cotillard, esta tendrá dos días y una noche para hablar uno a uno con sus doce compañeros, y así intentar hacerles cambiar de opinión en la votación definitiva. La película nos muestra de manera dolorosa como la evolución del capitalismo y la destrucción de los lazos (también sindicales) entre los trabajadores sólo nos ha llevado hacia una soledad alienante en la que, tras el cuento del individualismo competitivo, solo se esconden un derrota perpetua y una pérdida de autoestima que entronca con la pérdida de identidad y la corrosión del carácter de las que hablara el sociólogo Sennet. El tono final es a pesar de todo optimista: tal vez debido a la tormenta que nos devora uno a uno nos tendremos que dar cuenta de que solo desde el combate político y social en defensa de nuestros derechos podremos recuperar nuestras vidas. Imprescindible.
  • La milla verde (1999)Frank Darabont. Da igual que sea un cuento, dan igual las buenas intenciones y da igual el buen acabado que tiene la película: la historia da para poco más que un corto y las tres horas de grandilocuente metraje solo sirven para aburrir miserablemente, para sorprenderse ante la falta de profundidad de los personajes y para terminar del ratón hasta los santos cojones. Un pérdida de tiempo.
  • Mil maneras de morder el polvo (2014)Seth MacFarlane. Intrascendente comedia desarrollada en el oeste, donde el creador de Padre de familia y Ted intenta volver a usar su humor grueso y efectivo sin conseguir en esta ocación que apenas esbocemos una sonrisa. Aburrida.
  • Interstellar (2014)Christopher Nolan (cine). Ambiciosa, irregular, emocionante, demasiado discursiva en ocasiones, un McConaughey genial, visualmente espectacular. Película de ciencia ficción con tintes filosóficos en la que, junto a decisiones argumentales cuestionables (e incluso chapuceras), se encuentran algunos de los mejores minutos de cine del año. Imprescindible.
  • Cómo entrenar a tu dragón 2 (2014)Dean Debbis. En esta segunda parte, con los personajes ya construidos y perfilados, sin aristas, la trama se construye a través de una inverosímil reconciliacion familiar del chico protagonista con la madre que creía muerta (y que resulta que se había largado por ahí, en plan ONG, a salvar y cuidar dragones. Por ejemplo). Ante la falta de originalidad se tiende inevitablemente a la acumulación: mas ruido, más dragones, más acción y como resultado: mayor aburrimiento y menor irreverencia. Equivocada.
  • Las vidas de Grace (2013)Deston Cretton. Acercamiento sincero al trabajo de las casas de acogida de niños y adolescentes con problemas socioafectivos. Brie Larson brilla con luz propia y sostiene el peso de una película sencilla, efectiva y digna de verse. Correcta.
  • Predestination (2014)Hermanos Spierig. Tal vez el mayor pifostio temporal de la historia del cine. Un guión surrealista de viajes en el tiempo que termina cobrando sentido al final, sólo para terminar descojonado por el embrollo montado. Un amante de ese subgénero de la ciencia ficción relacionado con las paradojas temporales, no puede dejar de ver una película que deja la trama de Terminator a la altura de un juego de niños.
  • Los juegos del hambre: Sinsajo (parte 1) (2014)Francis Lawrence (cine). Al final, entre tanta basura adolescente que nos ha llegado en los últimos años (que es basura no por ser adolescente, sino por tratarlos como imbéciles) esta saga sea tal vez la más digna y la que mejores interpretaciones tiene. La más honesta a pesar de la superficialidad con la que se ocupa de una historia con cierta complejidad que se banaliza con una equivocada apelación continua a emociones artificales. Aun así, flojita. Como las anteriores.
  • 12 años de esclavitud (2013)Steve McQueen. Intensa, verosímil y dramática visión de la esclavitud en la América pre-guerra civil, que no termina de cuajar en gran película por la falta de unidad argumental y el irregular manejo del paso del tiempo en la dolorosa epopeya del protagonista.
  • La por el miedo (2013)Jordi Cadenas. Un acercamiento sutil al maltrato dentro del hogar, donde familias completas sufren en silencio, con vergüenza y terror, el despotismo de hombres miserables que se arrogan el derecho de controlar sus vidas. La película va de menos a más hasta llegar a un final (en mi opinón) demasiado dramático. No estamos ante una gran película pero sí ante un digno y respetable intento de cine social comprometido.
  • Seguridad no garantizada (2011)Colin Trevorrow. Absurda historia en la que un grupo de periodistas tratan de conseguir un reportaje aprovechándose de un tipo que cree que puede viajar en el tiempo para solucionar errores de su pasado. Buenas intenciones, redenciones forzadas y una indiferencia que crece, lacerante, minuto a minuto, en un espectador que termina hastiado y aburrido ante una propuesta que acaba siendo tan convencional como estúpida
  • Dos semanas en otra ciudad (1962)Vincente Minelli. Es tan buena que hace daño. Una de esas películas-testamento con las que el viejo Hollywood se desnudaba y mostraba por fin su alma cínica y corrompida, sabedor de que su tiempo, por fin, ya había pasado. Minelli había filmado anteriormente Cautivos del mal, otra obra maestra que también mostraba las entrañas de la industria del cine de Hollywood pero con otro filtro, igual de cínico tal vez, pero con la potencia de los que se saben en plena forma y pueden aun disfrazar sus miserias tras la satisfacción final del éxito conseguido. Aquí, en cambio, Minelli ha envejecido, tal vez empieza a verse fuera del sistema, como sabe que les está ocurriendo a otros grandes como Ford, Lang o Hawks. Y ya no esconde nada: traslada al anciano director, interpretado magistralmente por Edward G. Robinson, todo el dolor de una generación de directores que veía cómo se derrumbaba todo a su alrededor mientras ellos aun se veían capaces de alumbrar grandes películas (que sabían, por otro lado, que ya nadie quería ver). Traslada a un maduro Kirk Douglas la tortura que para un actor supone que las luces de neón empiecen a alumbrar a aquellos que vienen por detrás a sustituirlo, mientras sufre la soledad y la deslealtad de aquellos en los que confió. Y el dolor, el dolor de la vieja industria traspasa la pantalla. Peliculón imponente.
  • Lucy (2014)Luc Besson. Basura infinita. Hace ya mucho tiempo que Besson solo dirige y produce basura. Queda ya muy lejos aquella original y divertida El quinto elemento. En este caso además, al sopor que genera la primera parte de la película (la parte de acción, manda narices), hay que unir una segunda parte donde la historia se detiene en elementos pseudocientíficos y absurdos para tratar de dotar de una trascendecia imbécil a una historia que no se sostiene desde el primer minuto. Horrible. 
  • The equalizer (2014)Antoine Fuqua. Otro ejemplo más de ese cine de lobos solitarios, justicieros superdotados para el asesinato "justo", que Hollywood produce como churros. Con buena factura y un ritmo adecuado la película entretiene sin ser nada del otro mundo. Y dejando de lado, claro, las implicaciones ideológicas (reaccionarias) que personajes como el Denzel Washington significan. 
  • Robin Hood (2010)Ridley Scott. Lo que empieza siendo una agradable variación de la construcción del mito de Robin Hood termina fracasando por un inexplicable montaje que no solo consigue que olvidemos los aciertos iniciales de la historia, sino que convierte la segunda parte de la película en un engendro sin sentido en el que los personajes se diluyen (desaprovechar a Cate Blanchett tiene delito) y en la que se hace patente el desconcertante desinterés que el director parece tener por una producción que se le va de las manos. Un desperdicio. 
  • El hobbit: la batalla de los cinco ejércitos (2014) Peter Jackson (cine). Que Jackson había perdido ese toque que le permitió emocionarnos con su épica grandilocuente en la trilogía de El señor de los anillos ya lo sabíamos tras ver las dos primera partes de esta trilogía de El Hobbit. Pero se mantenía la esperanza de que tal vez, al menos, consiguiera un cierre digno a esta segunda trilogía con esta película. No lo consigue. Habría que ser muy generoso para darle el aprobado justito a una película que por tramos aburre, casi nunca emociona y a duras penas nos permite vislumbrar sombras de aquello que antaño nos subyugó a tantos. Una pena.