28 diciembre 2006

Distorsiones

Es extraño. En cada ocasión más. Reencontrarme con mi pasado. Otra vez. Ver las caras por las calles de tantas personas ajenas ya a ti pero que, por diferentes motivos, perviven con una fuerza inusitada en la memoria. Provocando una curiosa desazón que nunca soy capaz de explicar y comunicar. Tampoco podré aquí. Apenas será un balbuceo inconexo que paliará difícilmente la imposibilidad de explicar sensaciones con simples palabras. Pero me sucede cuando vuelvo a casa, a Sevilla, al Aljarafe, al barrio. Cada vez con mayor intensidad. El tiempo terminará diluyendo la sensación. Seguro. Pero aún no. Sucede cuando camino por los mismos lugares que tan bien conocí y de los que tan cansado acabé, y mi mirada descubre caras que reconozco y penetran en una parte de mi memoria que parece perdida, reactivando mecanismos sociales ya innecesarios. Es más raro cuando son las miradas las que se cruzan y siento como a esa persona le sucede como a mí. Una nube de desconcierto atraviesa sus ojos y con rapidez ambos dirigimos nuestros ojos hacia algún punto de la lejanía, dándonos cuenta de que el impulso del saludo es aún más ridículo que el darnos cuenta de lo que ha pasado y obviar el suceso.

De esta manera, al pasear por el entorno de la que fue mi casa observo, habitualmente desde lejos, a personas de mi edad que formaron parte de la jungla de mi barrio, pero que al no haberles visto madurar y crecer a mi ritmo, aparecen ante mí extrañamente envejecidos, como si yo volviera de un viaje temporal y el tiempo sólo hubiera pasado para ellos, pero no para mí, pues los ojos, los míos, los que los miran, no son los de hoy, sino los de hace diez años.

Y algunos continúan en las mismas esquinas, se reúnen con los mismos amigos, parecen mantener las mismas costumbres. Y yo siempre los espío, sin poder evitarlo, en los escasos paseos o a través de la seguridad y el anonimato que me ofrece la ventanilla de alguno de los coches que pronto me llevará hasta la estación de trenes que me devolverá a mi presente. Mientras tanto mi pasado se asoma a retazos, impertinente, apareciendo en silencio amigos que lo fueron, novias que me amaron eternamente durante unos meses, enemigos acérrimos que me odiaron o vecinos que me riñeron. Con ellos los recuerdos, la certeza inflexible de lo que ya no es, la imposibilidad de la reincorporación a un lugar que ya no existe.

A pesar de la bastarda atracción de la nostalgia.

1 comentario:

  1. Lejos de ser un balbuceo inconexo, como tú dices, a mi me parece que lo has explicado perfectamente.
    Supongo que es algo así como sentirte, de alguna forma, extranjero en tu propia tierra. No estar integrado en el grupo de personas y vivencias donde un día fuiste uno más de entre todos ellos. Y observarlo con los mismos ojos de siempre, todavía desconcierta más.
    Con todo esto me viene a la cabeza esa famosa frase de Heráclito que dice: "Nadie se baña dos veces en el mismo río"... El mundo es un constante devenir, y el cambio de unas cosas afecta a las demás, con mayor o menor intensidad.
    Creo que todos pasamos por sensaciones así cuando nos hacemos mayores (que no viejos) y volvemos al lugar donde fuimos más jóvenes, incluso niños.
    ¡Así es la vida!

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