Nos está pasando a muchos, lo hemos tenido que ir
reconociendo a pesar de que al principio nos lo negábamos incluso a nosotros
mismos. Nos ha ayudado que por fin sea algo que se ha puesto encima de la mesa,
algo de lo que se habla ya abiertamente, que se puede valorar y discutir y que,
por supuesto, ya somos conscientes de que no es un problema sólo nuestro. Desde
hace un tiempo se escriben artículos sobre el asunto, aparecen sesudos ensayos
expresando honda preocupación y es un problema que los que estamos conectados
mucho tiempo a Internet, a las redes sociales, a la Web 2.0 en general, no podemos
ni debemos eludir: Internet está afectando a nuestra capacidad lectora. Cada
vez es más dificultoso mantener la concentración fijada durante horas en una
lectura pausada, comprensiva y reflexiva. Y esas son las características
fundamentales que pueden hacer que dicha lectura suponga un aprendizaje
significativo y trascendente, una experiencia con poso y con sustancia. Por lo
tanto nos deslizamos peligrosamente hacia una experiencia lectora superficial,
intensa y agotadora de textos consecutivos y paralelos cada más breves, más
extremistas y con menor profundidad, en los que lo emocional y la ausencia de
matices se hacen preponderantes y lo reflexivo y lo analítico desaparecen.
Vivimos inmersos en un carrusel desquiciado de noticias que
cada hora parecen suponer un punto de inflexión definitivo en lo político, lo
social o lo económico. Noticias sobre las que nos volcamos con ansiedad leyendo
y escribiendo radicales juicios apresurados, navegando como posesos en busca de
nuevos artículos que nos ayuden a clarificar el nuevo escenario que dichas
noticias han dibujado, para tan sólo obtener una riada de datos
descontextualizados que no tenemos tiempo de hilar ni de darles forma racional
porque de repente aparece la nueva noticia que todo lo cambia. Las opiniones se
entrecruzan, aparece la confrontación, se discute con quien no es el enemigo
pero al menos tiene una cara (virtual), se abandona la idea de convencer a
nadie, se grita, se insulta, escupimos al ciberespacio parte de la rabia que
acumulamos en el día a día. Y cuando nos cansamos de discutir dejamos aparecer el
sarcasmo, jaleamos el cinismo y elevamos a los altares durante unos segundos el
pretendido ingenio de los que se erigen en poetas mínimos del fracaso colectivo
social en el que vivimos. Tal vez sea en Twitter y en los comentarios a los
artículos de los medios digitales donde se manifiesta con mayor virulencia
aquello que describo.
Actualmente Internet ofrece lo que parece una ilimitada
oferta de información y de conocimientos que están ahí esperando tan sólo a que
el interés de cada uno de nosotros nos permita acceder a ellos. Podemos mejorar
nuestra formación mediante un aprendizaje continuo hecho a la medida de cada uno
de nosotros. Podemos confrontar opiniones, profundizar en asuntos que antes
estaban vedados por los grandes medios de comunicación, aclarar ideas, entender
nuevos conceptos. Pero la realidad es otra, muy diferente. El último ensayo de
Pascual Serrano, La comunicación jibarizada, trata sobre ello, como antes lo había
hecho Nicholas Carr en Superficiales, ¿qué está haciendo Internet con nuestras mentes? La realidad es que tras la promesa de
acceso a una información ilimitada, de un acceso infinito a diferentes voces y
puntos de vista sobre cualquier tema que nos ocupe, la Web 2.0 se ha convertido en un
enorme patio de vecinos en el que el que el ruido ensordecedor provocado por la
opinión continua sin filtro de todos nosotros nos termina arrastrando por el
camino de la irrelevancia, de la búsqueda del titular, del reconocimiento en un
otro que casi no se conoce, a través de una lectura diagonal que apenas supone
un escaneo insustancial del contenido escrito pero con el que creemos,
erróneamente, dotarnos de datos con los que finalmente terminamos
reafirmándosonos en nuestras posturas previas. Abrimos decenas de enlaces que
nos llevan a decenas de artículos que a su vez nos direccionan a decenas de nuevas
páginas en un bucle infernal que, generalmente, tras una lectura superficial y
apresurada, dejamos abiertos como pestañas en el navegador, durante un rato,
hasta que de manera displicente los cerramos sin reflexionar mucho sobre ello.
En todo este proceso consumimos tiempo, mucho tiempo, un tiempo que podríamos
dedicar a realizar lecturas en profundidad sobres esos temas que decimos que
tanto nos preocupan. Pero la tendencia es otra, la multitarea se impone, la
capacidad de hacer varias cosas al mismo tiempo es alabada como una mejora
evolutiva, como una forma de aprovechar el tiempo, de abrirse a diferentes
estímulos que nos enriquecen intelectualmente. Y son tachados como
conservadores y retrógrados los que señalan que diversificar nuestra atención,
intentar estar a muchas cosas al mismo tiempo puede impedir la profundización y
la reflexión sobre cada una de esas tareas que se realizan, y que por ello, tal
vez, nuestros aprendizajes tiendan a ser menos significativos.
(Continúa)
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