- ¿Por qué los medios hablan de salvar autopistas (con dinero público) porque al parecer están en la ruina y no exploran cuáles son las concesionarias de esas autopistas y sus beneficios empresariales en los últimos años para comprobar la realidad de esa “quiebra” en relación a sus beneficios totales?
- ¿Queda por ahí algún ciudadano español que vote por convencimiento ideológico al PSOE y no tan sólo para oponerse al PP? ¿Queda alguno por ahí? ¿Lo conocéis? ¿Cómo se llama?
- Enlazando con la pregunta anterior… ¿Quién compra hoy El País diariamente y por qué?... No, venga, en serio… ¿Quién compra hoy El País diariamente y por qué?... No, en serio…
- ¿Por qué nadie parece preguntarse el porqué de la ingente información crítica que los medios tradicionales dedican a países como Venezuela mientras apenas se preocupan por la situación social de otros como China o Arabia Saudí? ¿Y por qué nadie se para a investigar la trayectoria de los periodistas que escriben desde hace años sobre ese país en periódicos como El Mundo o El País?
- ¿Por qué las mismas acciones violentas son para medios como ABC y La Razón una “valerosa defensa de la libertad” en Venezuela y en Ucrania mientras se consideran casi como “actos terroristas” en España? ¿Y cómo consiguen que esta mierda cuele entre sus lectores?
- ¿Cómo es posible que cierta izquierda española defienda sin prejuicios principios excluyentes y maximalistas de los nacionalismos regionalistas y se eche las manos a la cabeza cuando esos principios los usa de manera grosera y cerril la derecha conservadora y reaccionaria española?
- ¿Cuando Montoro niega los datos de pobreza en España porque “no los ve” es porque nunca se baja del coche oficial, porque es así de necio o porque vive inmerso en “estadísticas objetivas” (las suyas) que no soportan verse confrontadas con “estadísticas subjetivas” (las de los otros), a pesar de que todas se construyan bajo los mismos principios de esa “ciencia exacta” que es la economía?
29 marzo 2014
Preguntas sin respuesta (marzo, 2014)
07 marzo 2014
Historias del Cubata Mecánico
Caminamos con prisa hasta el punto de reunión. El Magalla y El
Conejo (Manolo y Javi), nos esperan en la calle. Hoy vamos en
dos coches. Nosotros montamos en el de Magalla, con El Conejo;
los hermanos Aguayo, montan en el de Luis (El Pato,
también conocido por El Palillo). Nosotros recogeremos a Manolito
en su casa. Su estado es lamentable. Hace pocas horas que se acostó. Es
evidente que la noche fue larga para él pero eso no le ha impedido cumplir con
su obligación superior, con su compromiso futbolero, con nosotros, con el
equipo.
Porque somos un equipo Mecánico, como un Cubata, con cambios
establecidos cada cinco minutos para que nadie se cabree, sin preocuparnos por
las necesidades reales que demanda el partido. Pocas veces se vio un equipo
de fútbol en ninguna competición tan apasionado como el nuestro, tan emocional,
tan comprometido y tan, tan, tan terriblemente malo. Joder, qué malos éramos.
Desde un portero con miedo al balón hasta un tipo que se marcaba solo
regateando siempre hacia la banda hasta cerrarse el espacio. Desde un
mediocentro defensivo que poco barría hasta defensas hermanos con tendencias
depresivas. Desde un tipo tan delgado que carecía de fuerza para proteger un
balón hasta un delantero con ínfulas que tenía miedo a golpear con fuerza el
balón. Y por allí también corría como pollo sin cabeza un Manolito todo
pasión, todo emoción, con tan poca calidad como mucho corazón. Somos muy malos,
sí, tal vez, pero no lo aceptamos, nos negamos a asumirlo, no nos lo creemos,
eso nos hace grandes, muy grandes, por eso corremos como cabrones. Y hoy,
aunque parezca increíble, vamos ganando. Y yo estoy crecido, he metido el 1 a 0. Tal vez sea el
primer partido de la liga que podamos ganar. Estamos empezando la segunda
parte. De pronto, intentando llegar a un balón dividido, con el miedo que
siempre sentí al enfrentamiento físico, siento un terrible dolor en la uña del
dedo gordo del pie. Grito por el daño, siento como si me clavasen cristales en
la piel, pido el cambio, me voy a la banda, me saco la bota y miro el desastre.
Con tanto sufrimiento como rabia veo cómo la uña del dedo en cuestión está
medio levantada, observo cómo la sangre se acumula en un dedo que se amorata
por momentos, pero siento cómo el dolor racional es amortiguado hasta casi
desaparecer por el chute de adrenalina que me está provocando ese puto partido
intrascendente. Me quedo fuera, no debiera volver a salir al campo, parece que
hoy ya no volveré a jugar. Nos empatan, mala suerte, o no, es la historia de
siempre. Manolito está fuera del campo, allí, al fondo, junto a la banda,
vomitando el whisky de la anoche anterior. Ya no hay más cambios, uno de los Aguayos
se ha ido, encabronado, en una de sus arrancadas emocionales, tan sentidas y
siempre tan incomprensibles. A estas alturas perdemos 2 a 1 y yo ya quiero volver, yo
ya quiero jugar una vez más, otra vez más, la última que recuerdo, la uña ya
está jodida, qué más da joderla un poco más, qué más da sangrar, qué más da
sufrir. Pido volver a entrar, nadie se niega, al fin y al cabo qué más da.
Quedan poco más de 10 minutos, seguimos jugando con tan poca cabeza como
siempre pero de repente, tras una jugada aislada y colectiva, logro el empate,
sin forzar, empujando el balón a puerta vacía. Casi no puedo apoyar el pie. El
partido va muriendo, parece que el empate será el resultado final, de repente
me llega la pelota a la altura del mediocampo, un bicho viene hacia mí como si
fuera una locomotora, de manera instintiva lo eludo con el único regate que en
mi vida aprendí, el que patentara Laudrup y mejorara Iniesta, ya corro hacia la
portería y con un amago, en carrera, me quito de en medio a un segundo
defensor, sólo me queda ya el portero, y la portería, no tengo cojones para
tirar, siento cómo la uña tiembla, siento dolor en cada zancada, regateo
también al portero, ya no queda nadie para defender, acabo de hacer la jugada
de mi vida, a puerta vacía, con el interior del pie, sin fuerza, sólo empujando
el balón, marco el gol de la victoria.
Me vuelvo loco, salto de alegría, como si hubiera ganado una liga, o un
mundial, y ellos también, los veo a todos correr hacia mí: a Luis, El
Palillo, el dandi del grupo, el entrañable ligón, el tipo al que la vida
obligó demasiado pronto a aceptar responsabilidades vitales demasiado
trascendentes; a Javi, El Conejo, el portero que, como en un
cuento de Cortázar, un día cogió miedo al balón, el amigo capaz de interpretar
sin atisbo de duda el diálogo de Greedo con Han Solo en aquella cantina de
Tatooine; a Manolo, El Magalla, que me abraza riéndose, tan
injustamente acosado en su infancia, una persona sin dobleces, un tipo
esencialmente feliz, un rocker, incapaz de traicionarte; corren hacia mí
también Los Aguayos, tan diferentes: uno tan contradictorio, otro tan
sensible, los dos siempre tan dispuestos, tan amables; me agarra del cuello Manolito,
el fichaje final de nuestra amistad adolescente, tan pasional y tan
intenso, un grande, un tipo fantástico, siempre tan insatisfecho; y Migue,
por supuesto, qué decir de Migue, El Cañitas del equipo, el
pulmón de mi vida infantil, adolescente y adulta, mi hermano pequeño, mi
confidente, mi amigo. Todos rodeándome, todos tan idiotas, todos tan
absurdamente felices…
Ya no sueño por las noches con el fútbol. No sé cuando dejé de correr
enfundado en las trece barras verdiblancas sorteando contrarios desde el centro
del campo, en un Benito Villamarín a rebosar, hasta conseguir un gol
maradoniano contra el Sevilla que ponía al estadio en pie. Era un sueño
recurrente desde que era niño, que a veces yo mismo provocaba segundos antes
de caer en la inconsciencia nocturna, paladeándolo con placer, hasta que un
día, hace ya unos años, voló, desapareció, casi sin darme cuenta, sin despedirse.
Tal vez por eso recurro hoy a la memoria, al artificio del recuerdo
reconstruido, antes de que ella también se haga mayor, madure y olvide gestas
idiotas como la narrada, tan intrascendente como heroica.
Fue un gran día. Cuando éramos grandes, los más grandes, cuando El Cubata Mecánico perdía partido tras partido en una liga intrascendente de futbol sala sevillano y nosotros entrenábamos para esos partidos de fin de semana como si la vida nos fuera en ello. Historias del Cubata Mecánico, historias de fútbol que no son más que historias de amistad. Hace ya mucho tiempo.
Fue un gran día. Cuando éramos grandes, los más grandes, cuando El Cubata Mecánico perdía partido tras partido en una liga intrascendente de futbol sala sevillano y nosotros entrenábamos para esos partidos de fin de semana como si la vida nos fuera en ello. Historias del Cubata Mecánico, historias de fútbol que no son más que historias de amistad. Hace ya mucho tiempo.
18 febrero 2014
El profesor en la encrucijada
Cada día me parece más evidente que más allá de pedagogías
libertarias de salón y de discursos añejos engolados, a día de hoy, en la
educación obligatoria, en el entorno social en el que desarrolla su
labor un profesor, aparte de la imprescindible formación académica necesaria para conocer y
controlar lo que después tendrá que explicar a sus alumnos, un profesor sin
empatía, sin capacidad para comprender a sus alumnos, sin capacidad para
ponerse en su lugar, para volver a su infancia y adolescencia sin atajos reconstruidos,
para entender que aunque la educación sea un novedoso regalo histórico para los
adolescentes ellos no lo viven así, sino que en muchas ocasiones equivocadamente
lo entienden como una tortura o como una atroz condena de cárcel, terminará
siendo un profesor absolutamente inútil, intrascendente, estéril. Y lo peor es
que nunca será capaz de comprender por qué.
Es curioso cómo muchos profesores, compañeros con los que
converso, (re)construyen sin darse cuenta una falsa realidad en relación a sus años
como estudiantes. Hace años que me divierto obligando a algunos a
contextualizar sus experiencias para demostrarles durante un momento (después
estoy seguro que casi todos siguen empecinados con sus ideas) que muchos de
ellos lo que pretenden de manera errónea es convertir su anecdótica experiencia
personal en un totalitario (y victimista) paradigma educativo. Tal vez la experiencia
que mejor ilustra lo que expongo fue aquella vez en la que discutía con tres
compañeras respecto a la mala educación de los alumnos actuales y su
incapacidad para cambiar de registro a la hora de hablar con diferentes
personas. Ellas despotricaban sobre la vulgaridad de los alumnos comparándolos
negativamente con lo que ellas decían que habíamos sido nosotros como alumnos a
su edad (eran de mi generación, más o menos). Se me ocurrió entonces
preguntarles en qué tipo de centro habían estudiado. Con sorpresa, y sin que repararan
en la importancia de lo que decían, escuché cómo dos de ellas habían estudiado en
colegios de monjas femeninos y la tercera en un colego privado "de élite". Daba igual. No eran capaces de ver la distorsión, tanto por sexo como por clase social, que
ese tipo de educación segregada introducía en su visión sesgada de la realidad educativa,
tanto de la pasada como de la actual.
Llevo varios años defendiendo la hipótesis de que en el
fondo hay pocas diferencias dentro de las aulas entre los alumnos actuales y
los de mi generación, los que hacíamos BUP y COU en la educación pública hace
casi 20 años (lo cual, sobre todo en cuestiones de roles de género y machismo
estructural da mucha pena, la verdad), pero que una de esas diferencias
existentes es trascendental para un enfoque docente práctico y útil del proceso
de enseñanza-aprendizaje: los alumnos adolescentes actuales necesitan
desesperadamente un conexión emocional con sus profesores para preocuparse por comprender
las complejidades de la materia que éste imparte. Una diferencia que puede
parecer pequeña, incluso insustancial. Que para los pedagogos de la revolución tecnológica
y el pensamiento creativo resulta irrelevante porque ellos están inmersos en
una batalla global para cambiar paradigmas, construir revoluciones artificiales
y destruir los muros de unas escuelas decimonónicas que constriñen y
destruyen la creatividad de nuestros niños (¡uf!). Y que para otros, los que
para defenderse de las alucinaciones pedagógicas de los anteriores han
terminado cavando una trinchera defensiva demasiado profunda que los aleja de
lo que realmente pretendieron inicialmente defender, resulta muy complicado aceptar porque les recuerda, equivocadamente, a la jerga logsiana respecto al
papel motivador y de guía del profesor. Pero el elefante sigue en medio del
salón, aunque no se lo quiera mirar. Porque se trata de una característica
generacional novedosa que es real, que existe y que es determinante. Algunos
creerán que es debida a la ampliación, desde los 14 hasta los 16 años, de la
edad obligatoria de estudios, que provoca que los alumnos dejen de ser niños
fáciles de dominar para ser adolescentes conflictivos dentro de las aulas.
Otros considerarán que la causa está en la mutación de las familias españolas,
en las que la paternidad hace tiempo que dejó de ser una cosa sobrevenida para
convertirse en un extravagante proyecto vital que coloca a los hijos en un
pedestal distorsionador, algo que termina siendo perjudicial para los críos, ya
que los convierte en protagonistas
decisorios a edades excesivamente tempranas, colocándolos en el centro de una
atención y una protección excesiva por parte de unos adultos absolutamente
desorientados que impiden una maduración natural de sus retoños.
Puede ser. Habría que indagar más en las causas para poder
encontrar pruebas determinantes. Pero en el fondo poco debieran importar estas historias
al profesor que hoy se enfrenta en el aula a un grupo numeroso de adolescentes
maleados por un entorno que los ha hecho creer erróneamente que son, demasiado
pronto, demasiado importantes. No es su responsabilidad criar a esos chicos ni
enjuiciar los errores de los padres en su educación. Su labor es conseguir
formarlos, ayudarlos a convertirse en personas con un mayor conocimiento y con
una mayor capacidad crítica a la hora de enfrentarse al mundo. Pocas cosas hay
más tristes que ver a esos profesores, buenos profesionales, tan comprometidos
como equivocados en su enfoque, dedicarle horas y horas a la preparación de sus
clases, a las prácticas o a las salidas extraescolares ante la cruel indiferencia
de sus alumnos. Pero el problema es suyo. Un profesor no puede pretender
convertir su labor en una actividad onanista, enfocada en sí mismo, olvidando que el objeto de su trabajo son los alumnos y recurriendo a la necia excusa de
que “son ellos, con su indolencia y su pasividad, los que se pierden la
posibilidad de acceder a los niveles superiores del conocimiento que él les
ofrece, algo que sin duda harían si fueran responsables y reflexivos (y robots,
añadiría yo), ya que valorarían en su justa medida su ingente trabajo en la preparación
de las clases y la importancia de la cultura a la que les permite acceder”. Puede
que este tipo de justificaciones ayuden a ese profesor a sobrellevar durante un
tiempo su fracaso profesional pero en el fondo, en su interior, sabrá que hace
mucho que perdió la batalla y que cada vez será más complicado continuar
engañándose.
Porque al final un profesor, ese profesor, cualquier
profesor no va a poder cumplir adecuadamente con su labor sin llegar a los alumnos,
sin entenderlos, sin reírse con ellos, sin sufrir con sus problemas, sin conocerlos
para poder así guiarlos, sin entender sus necesidades, sus miedos, sus
preocupaciones. No debe pretender por supuesto ser su amigo, ni su colega, porque
es lo que menos necesitan; ha de asumir su rol como adulto, actuar con mano
firme, ser cercano y accesible pero al tiempo distante para respetar sus
espacios, para dejarlos crecer sin que su presencia los perturbe, sabiendo
abandonar el primer plano, desapareciendo cuando sea necesario, apareciendo
cuando se le necesita, en su aula, con sus clases, guiándolos, respondiendo a
sus dudas, evitando que se sientan mal cuando se equivocan, obligándoles a
aprender de sus errores, renunciando a la inútil crítica personalizada, abriéndoles
puertas y, por supuesto, transmitiéndoles conocimiento. Sí, creo firmemente en
la transmisión de conocimientos. Es más, me parece una profunda y absoluta traición
a las nuevas generaciones renunciar a trasladarles la belleza y la profundidad
de lo que antes de nosotros construyeron mentes brillantes que no dudaron en la
necesidad de conocer los paradigmas culturales y científicos establecidos para
luego, desde ese profundo conocimiento, derruir lo necesario para avanzar sobre
los escombros y transformar el mundo.
Pero para poder transmitir conocimientos y ser útil en la
formación de los alumnos el profesor actual no puede obviar que, a diferencia
de generaciones anteriores que asumieron con normalidad una distancia casi
reverencial con sus maestros a la hora de realizar su aprendizaje, la actual se
ha criado en un entorno sociofamiliar completamente diferente en el que las
emociones, sus emociones, han cobrado una importancia extrema. Y por mucho que
moleste a algunos, que los irrite profundamente o que equivocadamente consideren
por ello que se minusvalora su rol como educador, a día de hoy ni los alumnos
ni sus familias van a asumir regresar a estadios anteriores donde el respeto
por la figura del docente venía dada porque sí, sólo por consideración a
rancias jerarquías sociales. Por lo que ese respeto el profesor va a tener que
ganárselo cada día a base de duro trabajo y de su capacidad para conectar con cada
uno de los grupos de alumnos a los que va a tener que impartir clases. Y aunque
en principio pueda resultar agotador, cualquier profesor joven que comience a
dar clases debe darse cuenta con rapidez de que se va a ver obligado a gestionar
esas necesidades emocionales de los alumnos para conseguir que redunden
finalmente en beneficio de su formación. Va a tener que ayudarlos a reenfocar algunos
de los diversos aspectos negativos de este nuevo paradigma emocional de la
educación: la existencia de una mayor dependencia de los
adultos de su entorno (que tratan de encubrir con simulacros de rebeldía
impostada), una llegada más tardía a la madurez, una mayor intolerancia a la
frustración o una necesidad compulsiva de conseguir resultados inmediatos
debido a una educación consumista basada en la hiperestimulación. Por otro lado el profesor
debe potenciar los aspectos positivos:la aparición de una nueva comunicación
más fluida y menos rígida con los alumnos que permite encontrar, gracias a la
confianza mutua, las fallas individuales en la formación de cada uno de ellos,
una mejor capacidad para colaborar en grupo e integrar al diferente en el seno
del mismo, una mejor disposición a
la participación en las actividades o, en el contexto adecuado, la existencia
de una saludable pérdida del miedo al error en público. Detalles, apuntes,
bosquejos para una necesaria reconversión en el ejercicio de la docencia.
Sólo una lectura maniquea de lo argumentado puede
tergiversar lo aquí expuesto para presentarlo como una defensa del profesor
buenrollista o con complejo de paternidad perdida, cuyo único interés es conectar
con sus alumnos y hacerse colega de ellos para esconder sus miserias
profesionales. Nada más lejos de mi intención. De lo que hablo es de la
existencia en las actuales aulas de la
ESO de una condición previa necesaria (pero por supuesto no
suficiente) para que un docente tenga siquiera la posibilidad de encarar su
labor con una mínima posibilidad de éxito. Sólo conectando en primer lugar con
sus alumnos este profesor tendrá después la opción de comprobar si los recursos
técnicos y pedagógicos de los que dispone son suficientes y adecuados para convertirlo
en un buen profesional. Porque más allá de trincheras pedagógicas estoy absolutamente
convencido de que, con la necesaria renovación y reciclaje que toda profesión
necesita, cualquiera de los métodos que aparecen como contrapuestos en los
libros de educación por alinearse con teorías antagónicas (conductismo, constructivismo,
cognitivismo…) pueden terminar dando resultados excelentes (sobre todo cuando
se "contaminan" los unos de los otros, cuando se hibridan) o lamentables. Y
porque la clave inicial (fundamental) para que dichos métodos de enseñanza
puedan funcionar nunca va a ser de
carácter técnico o pedagógico, no va a estar relacionada con el uso de
tecnologías digitales o de pizarras decimonónicas, sino que va a estar vinculada
con la capacidad del profesor para entrar en el aula con la cabeza erguida y
sonriendo, mirando a los ojos a sus alumnos, respetándolos profundamente, comprendiendo
que para que el proceso de enseñanza-aprendizaje pueda funcionar ellos deben
creer en él para que también lo respeten, y él nunca debe mirarlos con
desconfianza, como enemigos potenciales, señalando tan sólo sus defectos sin
ver ninguna de sus virtudes. Los alumnos que se encuentran en las aulas son la
esencia de la realidad educativa, el objeto del trabajo docente, absolutamente
alejado de las absurdas idealizaciones (“creativas”) que el pedagogismo
imperante está conformando en el imaginario colectivo. Y los centros
educativos, a través de la labor de sus profesores, dejando fuera de dichos
centros utopismos interesados, son para muchos de ellos la mejor oportunidad
para reinventar sus vidas y mirar al futuro con menos miedo y con más formación.
No debemos nunca olvidarlo. Ellos, desgraciadamente, muchas veces aun no
conscientes de ello. Debemos recordarlo también por ellos.
Coda: si eres profesor y cuando avanzas por los pasillos de
tu centro bajas la cabeza para evitar cruzar tu mirada con la de tus alumnos. O por
el contrario, son ellos los que evitan saludarte y hacen como si no te
conocieran al verte, a pesar de las horas compartidas en las aulas. O si eres
incapaz de impartir tus clases a no ser que recurras a la violencia verbal o a
las continuas amenazas de castigo. O si consideras que una clase ha sido buena
porque los alumnos no han hablado ni se han movido en 50 minutos. O si los
comentarios de tus alumnos casi siempre te parecen estúpidos y sólo valoras en
clase respuestas e intervenciones artificialmente académicas. O si nunca te atreves a sonreír en clase con ellos para no perder la compostura. O si ya no los
entiendes, los ves como extraterrestres y pretendes que mantengan día tras día
el interés por tus clases sin mecanismos de gratificación, sólo con el objetivo
de aprobar exámenes y sacar buenas notas.… Sí, tienes un problema, lo creas o
no lo creas. Consideres que eres un fantástico profesor o que eres un
profesional más bien mediocre. Va a dar igual. Porque más allá de lo que creas
ser o de lo que creas que podrías ser si te dejaran serlo, ellos, los alumnos,
ya han decidido que no les vas a servir como enseñante. No has sido capaz de
superar la prueba inicial. Y lo demás que hagas, con más o menos esfuerzo, será
finalmente insustancial.
30 enero 2014
Yo compraba El Mundo
Yo compraba El Mundo. Ahora, en ocasiones, también lo hago, claro, pero no
es lo mismo. Yo antes compraba El Mundo. Cuando significaba algo. Cuando
hacerlo (como descubrí muy pronto) significaba enfrentarme a muchos amigos, de
aquellos que decían tener entonces las mismas ideas sociales que yo y que a día
de hoy serían incapaces de reconocerse en aquellas versiones de sí mismo. Elegía
ese diario sobre todos los de la competencia porque lo prefería al rancio
conservadurismo del ABC, a la casposa progresía de salón de El País y a la
anorexia informativa de los diarios locales. Ahora sólo lo compro por
costumbre, lo leo con desidia, a veces con asco, siempre con recelo. Y no
hacerlo ya no significa nada porque sé que nada me pierdo cuando no lo hago. Cuando lo compraba, cuando leerlo era
importante para mí, cuando me asomaba a la vida adulta y a la vida universitaria
y desesperado buscaba mi lugar en el mundo escribía Umbral, el más grande, el
que imponía el nivel, me deslumbraba la escritura de Albiac, me divertía el
cinismo de Losantos, me imponía respeto Hidalgo, despertaba mis instintos
subversivos Javier Ortiz, alucinaba con Boyero, me reconocía en jóvenes
columnistas como David Torres. El Mundo era una fiesta para el lector, un
batiburrillo ideológico de voces diversas y pensamientos dispares donde la opinión
argumentada establecía el paradigma imponiéndose al tratamiento editorial de
las noticias. Precisamente eso era lo que yo quería encontrar, lo que buscaba
cada día, lo que necesitaba. Cuando el columnismo era significativo, incluso
brillante. Y todo aquello sucedía cada día, día tras día, al módico precio de
cien miserables pesetas. Ahora, con la perspectiva que da el paso del tiempo,
es tan triste como inevitable constatar lo fácil que fue vivir en la oposición,
a la contra, defendiendo ideales que
parecieron ser un faro moral hasta que se convirtieron en la excusa para ganar
dinero y conseguir poder e influencia. El director de todo aquello, el
inspirador, el alma de aquella utopía periodística que tan poco tiempo duró fue
Pedro J., un personaje singular, un tipo muy particular, con enorme carisma, con una
ambición sin límites, alguien que se creía heredero de una tradición de
periodismo independiente y salvaje que seguramente jamás existió. Y que desde
luego él tan sólo interpretó. Mientras le convino. Eran otros tiempos, los
estertores del felipismo, eso que ya a los jóvenes empiezan a conocer con la misma
distancia que el franquismo. Algo mucho más difícil de explicar.
Pedro J. deja El Mundo. A Pedro J. lo echan de El Mundo. En
el fondo no deja de ser paradójico que una de esas asépticas decisiones empresariales,
basadas en la más estricta rentabilidad del producto que ese capitalismo
expansivo que él ha defendido desde las páginas de su diario suele tomar, sea
la que lo expulsa del barco. Lo que hace que lo purguen. En un bote, a la
deriva, en soledad, con tanto dinero como decepción vital. Pedro J. ha sido
arrojado al mar, es obligado a abandonar su creación, a dejar atrás su vida, su
legado. Ya no es necesario. O mejor dicho, se había convertido en una molestia
para el sistema, en una incomodidad, con el agravante de que encima ya ni
siquiera era rentable, de hecho era deficitario. Estaba condenado. Su derrota es una consecuencia más del
contexto socioeconómico que él contribuyó a consolidar. Sobra. Molesta. A la
puta calle.
Yo compraba El Mundo. Cuando era joven. Mucho antes de que
el periódico feneciera. Mucho antes de aquel desgraciado 11M que terminó de destapar
las miserias profesionales de un Pedro J. conspiranoico, intrigante y
obcecado. Mucho antes de que su obsesión por el poder convirtiera su periódico
en un panfleto insustancial con una voz monocorde en el que la lucidez
independiente de sus columnistas fue sustituida por un servilismo mediocre insufrible
carente de toda inteligencia. Hace mucho tiempo. Hace ya tanto tiempo.
26 enero 2014
No es verdad: decálogo de un malestar
No es verdad
- No es verdad, por mucho que lo repitan, por mucho que intenten convencerte de ello, no es verdad que baste con sobrevivir, no puede ser que lo único que importe sea conseguir un empleo miserable con un sueldo de mierda sin una mínima seguridad laboral y con una nula proyección de futuro.
- No es verdad, no lo es, que vivamos en una sociedad de libertades cuando tienes que alquilar a bajo coste el 70% de la vida que no pasas durmiendo en un trabajo que no tiene por qué llenarte, para el que tal vez no te has formado, en el que tu valor no depende exclusivamente de tu rendimiento y para el que debes competir con un número exagerado de tus iguales en una cruenta guerra en la que siempre perderás, de una manera u otra, en algún momento de tu vida.
- No es verdad que seas un ciudadano con derechos de una sociedad democrática moderna cuando no tienes la posibilidad real de construir un proyecto de futuro personal y familiar digno porque la precariedad laboral te amenaza cada día, porque el miedo a la pobreza y a la exclusión social limitan tu libertad de acción y de elección y porque sientes demasiado cercano el abismo como para poder dejar de sentir ni un solo instante ese malestar existencial difuso que te corroe las entrañas día tras día.
- No es verdad, aunque te engañes y quieras convencerte de ello, que todo lo haces finalmente por tus hijos, con la esperanza de que al menos les darás a ellos una oportunidad para vivir de otra forma, en libertad, con dignidad. Y no es verdad porque en el fondo sabes que salvo que demos un giro a todo esto ahora su futuro será el mismo que el tuyo: trabajarán como esclavos modernos para alguna empresa. Como tú. Serán puteados, exprimidos y finalmente, en alguna de sus crisis, abandonados a su suerte. Como hicieron contigo. Recortarán sus derechos y sus libertades lentamente, al ritmo de las necesidades del sistema. Como a ti. Vivirán y morirán acobardados, indefensos, aislados y angustiados. Como tú. Sí, lo sé, te conozco, tienes la esperanza de que tal vez ellos, tus hijos, se puedan salvar, que a ellos igual la tormenta no les alcanzará, que conseguirán un refugio donde guarecerse. Es posible. Pero también sabes que si lo consiguen tan sólo lo harán para mirar desde su ese refugio como se calan hasta los huesos los hijos de los otros, de nosotros, esos que en el fondo, desde tan lejos, ni siquiera tú serías capaz de diferenciar de tus propios hijos.
- No es verdad que puedas mantener eternamente ese ritmo, esta tensión, esos horarios imposibles, la presión que soportas cada día. Hasta ahora has evitado la enfermedad, la has sorteado, ya no eres inmortal porque la has olisqueado de cerca pero crees sentirte fuerte, capaz de superar esos obstáculos en los que ves a otros tropezar y caer. Todavía, a veces, te confundes y caes en el error de juzgar cada situación de manera aislada, descontextualizada. No entiendes por qué no se levantan, por qué no se rebelan, por qué no encaran sus desgracias, sus despidos, sus crisis de otra manera. Los criticas, incluso en ocasiones los desprecias. Desde esa óptica miope en la que has sido educado por el sistema. Pero no, no es verdad que todo el mundo pueda aguantar ese ritmo, esa tensión, esos horarios y esa presión, todo eso que tú aún crees poder manejar, y conciliarlo con sus emociones más íntimas, con sus desarreglos emocionales, con el paso del tiempo, con el transcurrir de la vida. Como desgraciadamente también tú terminarás comprendiendo.
- No es verdad que salir de la zona de confort, esa que tanto critican los gurús emocionales, los coaches encorbatados, los sacerdotes del capital, tenga que ser una opción deseable. La única zona de confort indeseable es la ideológica, la que provoca que no seas capaz de aceptar nuevas ideas sólo por la pereza de tener que replantearte las que ya asumías como dogmas. Pero no te dejes convencer, no te lo creas, no caigas en su trampa: una enfermedad grave es una putada, no una oportunidad para ver la vida desde otra perspectiva y replantearte tus prioridades y un despido es otra putada, no una manera de reorientar tu carrera y alcanzar por fin la felicidad emprendiendo tus propios proyectos. Mejor será no enfermar y que no te despidan y que tú mismo decidas, cuando te veas preparado y consideres conveniente, dar un volantazo a tu vida y cambiar tu perspectiva vital o cambiar de empleo. O no. No es verdad que todo cambio es positivo, no es verdad que es mejor vivir en lo provisional, no es mejor vivir en el alambre de no saber si mañana vas a tener un empleo o debes volver a reenfocar tu carrera laboral. Necesitamos anclas afectivos, sociales y laborales para poder pararnos y ser capaces de reconocernos. Y optar, si es nuestra decisión y no lo que otros nos imponen, salir a la mar en busca de nuevos horizontes vitales.
- No es verdad que vayas a poder formarte toda la puta vida. Es evidente que trabajar en el ámbito que sea conlleva una necesaria adaptación continua a los cambios. Por supuesto. Pero eso no es novedoso, siempre fue así. Lo de la formación continua reglada, lo del credencialismo, lo de la maldita titulitis es otra cosa, es una trampa mortal, la zanahoria que el sistema te ha colocado delante para que corras hasta la extenuación y termines sin resuello y medio muerto en algún recodo del camino. Es su manera de volver a robarte el poco tiempo libre que habías conseguido gracias a sangrientas luchas sociales. Ésas que ya no recuerdas. Nada que ver con la maldita empleabilidad con la que se llenan la boca todos aquellos cuyas vidas, curiosamente, suelen estar ya solucionadas. O los que han convertido esa formación continua en su modo de vida, vendiendo humo disfrazado de necesidad. Formarse es fundamental, claro, pero el enfoque que el capitalismo pretende dar a esa formación es sesgado, limitado y mezquino. Y siempre, al final, esa formación será insuficiente, nunca estarás lo suficientemente preparado como para soportar la feroz competencia de los que vienen por detrás con los dientes afilados, educados en un mercado laboral adulterado en el que jamás hay ni habrá espacio para todos.
- No es verdad que todo lo que está pasando, el horror de una crisis destructiva, el fango putrefacto sobre el que chapoteamos cada día desde hace años, la tristeza y la rabia que nos devoran por dentro, puedas achacarlo tan sólo a la gentuza que nos gobierna, a los políticos, a esos tipos tan mediocres, tan limitados, tan intelectualmente incapaces. Que cobran cuatro, cinco o diez veces más que tú. Tenemos que ser capaces de ver más allá, de acercarnos a las entrañas de la bestia, de comprender el funcionamiento del sistema, la imposibilidad real de que pueda alcanzar el poder político nadie que no haya mostrado antes su absoluta adaptación al infecto medio en el que desarrollará su labor. Los políticos no son la enfermedad. Su inutilidad es el síntoma. El capitalismo totalitario, como un virus, ha infectado todos los estamentos sociales haciendo casi una utopía encontrarle una alternativa viable en la que podamos concentrar los esfuerzos de resistencia
- No es verdad que tú solo vayas a poder salir vencedor de esta batalla que estamos librando. Es la mayor de todas las mentiras. No es verdad que puedas darnos la espalda y hacer como que no notas a los que faltan, a los que ya no están: los compañeros que despiden de un día para otro y dejan de ir a la oficina; los conocidos que tras meses de intentar ocultar la realidad dejan de aparecer en los lugares de siempre porque ya no pueden permitirse pagar esas cervezas; los que abandonan sus casas, sus barrios, sus ciudades o su país dejando atrás ilusiones destrozadas que nunca podrán ya recuperar. Porque no están muertos, siguen vivos, su recuerdo es mucho más difícil de manejar. No para el sistema claro, que puede expulsarlos de manera implacable y para siempre en base a impecables razonamientos económicos. Pero mucho más complicado será que tu memoria pueda olvidarse de ellos. Aunque intentes concentrarte en tus proyectos, convencerte de que la única prioridad es tu familia, la salvación de los tuyos, tu supervivencia. Esos fantasmas ya no te van a abandonar. Ni el miedo, ni el pavor, ni el absoluto terror a quedarte tan solo, tan abandonado y tan desprotegido como los dejaste a ellos cuando vengan a por ti. Porque ya, a estas alturas, sabes que también vendrán a por ti.
- No es verdad que sean verdad todas esas patrañas que el neocapitalismo nos vende con certificado de inexorable, no es verdad que no haya alternativa, no es verdad que podamos sobrevivir en soledad, no es verdad que las ciberutopías se vayan a cumplir, no es verdad que las relaciones en la red nos van a salvar del aislamiento, no es verdad que podamos sobrevivir sin los demás, sin cuidarnos los unos a los otros mediante instituciones solidarias; no es verdad que podamos cambiar nada sin cambiar antes el paradigma social, la visión de conjunto, el punto de vista individualista, arrogante y presuntuoso en el que nos hemos educado y hemos creído que era patrimonio cultural de Occidente; no es verdad que podamos cambiar nada sin ser honestos y sin hacer ver a los demás la necesidad de serlo, sin construir normativas que nos obliguen a serlo. No es verdad que podamos salir de esta crisis como entramos porque nada será igual, aunque algunos pretendan confundidos volver a Matrix o atiborrarse de soma para eludir de nuevo la realidad.
No es verdad
16 enero 2014
Un año de libros (2013)
Estos son los libros nuevos (sin contar relecturas) que leí este año. Son unos pocos menos que en años anteriores pero en general las lecturas han sido fantásticas.
- Tan lejos de Krypton – Daniel Ruiz García. Emocionante y cautivadora inmersión en el universo infantil. El autor lleva hasta el límite la apuesta de transformar su voz en la de un niño que habita esa España mitológica de los 80, donde aún era posible la existencia de los superhéroes y donde sólo la realidad podía venir a ensuciar para siempre sueños e ilusiones. Brillante, nostálgica y apasionada esconde en su interior una evidente melancolía por una inocencia que se fue para no volver.
- Todo empezó con Obdulio – Bosco Esteruelas. Novela escrita desde el estupendo y manifiesto rencor del autor hacia una empresa (PRISA, El País) en la que trabajó durante años. Ese rencor y la rabia por el acoso y el despido final que sufrió en sus carnes Esteruelas sirve como motor de una historia pésimamente escrita cuya mayor utilidad es descubrirle a los lectores la realidad de la podredumbre y corrupción moral de la redacción de uno de los periódicos más influyentes del país, que fue durante años el equivocado faro moral de un par de generaciones de españoles
- Perros de porcelana – Marin Ledun. Intensa, brutal, honesta, perturbada y febril novela que retrata la presión laboral en una de las grandes empresas francesas así como el deterioro mental y físico al que la nueva economía y las nuevas formas del capitalismo llevan a unos trabajadores desorientados, egoístas y aislados, incapaces de enfrentarse solidariamente a un sistema que los devora y los arroja al abismo del suicidio o la invalidez emocional. Absolutamente recomendable. De lo mejor que leí durante este año
- 2020 – Javier Moreno Tal vez junto a Alma, la novela que más me ha gustado del autor. Moreno se deja ensuciar por el mundo que lo rodea, advierte la coyuntura social en la que su labor literaria se desarrolla y pone su elegante lenguaje y su genuina capacidad de disección al servicio de una extraña distopía en la que los aforismos se multiplican y las reflexiones críticas sobre la sociedad y la economía se ven enriquecidas gracias a una extraordinaria habilidad para interrelacionar lo micro y lo macro en ambos campos. Un gran novela.
- El desengaño de Internet, los mitos de la libertad en la red – Evgeny Morozov. Pertrechado con infinidad de datos contrastados y citando trabajos e investigaciones muy bien fundamentados, Morozov construye un devastador ensayo con el que intenta desmitificar las bondades libertarias de Internet y el pretendido carácter emancipador de las redes sociales. Su tesis central es que Internet y sus redes sociales pueden terminar favoreciendo el control de los ciudadanos y el fortalecimiento de Estados autoritarios a los que les resulta muy sencillo desactivar los movimientos sociales contestatarios gracias la exposición digital de sus enemigos. Aún siendo excesivamente farragoso y en ocasiones demasiado reiterativo, la lectura de este libro es importante porque entronca con un movimiento intelectual crítico que en los últimos años nos viene advirtiendo que junto a los evidentes aspectos positivos de la red, también hay que saber reconocer sus potenciales peligros y sus falsas virtudes, algo que en demasiadas veces queda opacado por el entusiasmo acrítico promovido por tanto gurú (de pacotilla) 2.0
- El asesino de la regañá – Julio Muñoz Gijón. Un divertimento sin mucho recorrido sólo apto para sevillanos y conocedores de la extraña y particular idiosincrasia de la capital andaluza. Un manual de tópicos utilizados con humor y desparpajo que provoca la sonrisa continua y alguna carcajada. Un soplo de aire fresco que sirve para abrir las ventanas y ventilar las estancias clasistas y rancias de una de las ciudades españolas más ensimismadas consigo misma.
10 enero 2014
Un año de cine (2013). Segunda parte
Aquí cuelgo la segunda tanda de películas nuevas que
vi durante el año que acaba de finalizar (al final fueron más de 100). Aclaro, mediante la palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas cronológicamente, según las vi.
- Sympathy for Lady Vengeance (2005) – Park Chan Wook. Es la película que menos me convence de la trilogía de la venganza con la que se hizo famoso este director. A ratos aburre y es menos sorprendente pero tampoco se puede despreciar porque contiene momentos de buen cine narrativo no convencional. El problema es la comparación, pero la historia vuelve a ser lo suficientemente retorcida y la dirección ágil y potente como para no pensar en dejar de verla ni por un instante
- El lado bueno de las cosas (2012) – David O Rusell. Comedia con tintes dramáticos que, como suele ser habitual, aguanta bien la primera hora de visión para luego desinflarse sin remedio. Muy bien todos los actores, destacando una Jennifer Lawrence estupenda, que aporta vitalidad y aire fresco a todos los proyectos en los que participa.
- Los señores del acero (1985) – Paul Verhoeven. Hay películas que por causas dispares uno lleva queriendo ver toda su vida sin conseguirlo. Es el caso de ésta, ya que nunca conseguía encontrar un copia en condiciones en VOS. Un Verhoeven en plena forma, sin complejos ni limitaciones nos lleva a una Edad Media que pocas veces lució tan sucia, tan enferma, tan miserable y tan zafia, habitada por hombres y mujeres que no pueden permitirse el lujo de la moralidad y sobreviven matando y engañando. Muy interesante, con enorme fuerza visual y narrativa, y un Rutger Hauer arrollador.
- El hombre de acero (2013) – Zack Snyder (cine). Se les fue la mano. Quisieron oscurecer y construir una versión adulta de Superman intentando seguir el acertado camino iniciado por Nolan con Batman. Pero no funciona. En ningún momento. Por muchos motivos. Las imágenes trascendentes a lo Terrence Malick de la infancia y la adolescencia contradictoria y difícil del superhéroe son pretenciosas y vacías. Y las escenas de acción, sobre todo la última batalla, se alargan hasta provocar un cansancio existencial al espectador. Se salva la música de un Hans Zimmer en estado de gracia… Si es que al final el problema tal vez sea simplemente que Superman es, de todos los superhéroes, el más inaguantable, el más coñazo. Con toda su rectitud y su pulcra decencia conservadora
- Una pistola en cada mano (2012) - Cesc Gay. El director intenta volver al universo de las relaciones y los fracasos de treintañeros perdidos y desorientados (como ya hiciera en la apreciable En la ciudad) pero en esta ocasión fracasa por completo en el intento. Los hombres parecen muy tontos e inmaduros en sus vidas de mierda. Las mujeres muy seguras y decididas en sus vidas también de mierda. Y al final todo queda muy artificioso, demasiado falso y muy poco creíble. Decepción.
- Los ilusos (2013) – Jonás Trueba. Cine en estado puro, despojado de trama, de artificio, de excusa narrativa y casi de personajes. Madrid llenando cada fotograma y jóvenes desorientados intentando sobrevivir en un mundo adulto y competitivo que a la mínima está dispuesto a devorarlos para siempre. Una gozada de película, como ya escribí.
05 enero 2014
Un año de cine (2013). Primera parte.
Éstas son las películas nuevas (no tengo en cuenta las revisiones) que
vi durante el año que acaba de finalizar. Aclaro, mediante la palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas cronológicamente, según las vi. Separo la lista en dos partes para hacer más digerible su lectura.
- Los miserables (2012) – Tom Hooper (cine). Una delicia. De los pocos musicales clásicos que no había visto jamás. Aún se me ponen los pelos de punta con la canción cantada por el crío. Espléndida.
- MS1: máxima seguridad (2012) – James Mather y Stephen St. Leger. Una canallada enmascarada como ciencia ficción. Carne de perro simpática, a la que uno coge cariño desde los títulos de créditos, esculpidos a hostias sobre el careto de Guy Pearce. Para nostálgicos ochenteros.
- La puerta del cielo (1980) – Michael Cimino (cine). Una obra mayor. Muy grande, tan grande y tan desmesurada. La leyenda negativa la persigue, la hace la responsable final de la destrucción del cine de autor americano de los setenta. Por megalómano y consentido. El último cine para adultos que Hollywood produjo. Hay que verla sin prejuicios, despojada de esa aura de fracaso y malditismo que arrastra. Western crepuscular, moderno, social y maravilloso. Imprescindible
- Sombras tenebrosas (2012) – Tim Burton. Lo de Burton ya es preocupante. Se ha convertido en una parodia de sí mismo, su universo se derrumba película a película, desgastado por el tiempo y la repetición de fórmulas ya manidas. Esta película es un auténtico despropósito. Mala hasta molestar.
- Quantum of solace (2008) – Marc Foster. A mí, que James Bond me la suda desde siempre, que no he soportado nunca ni las de Sean Connery, ésas que algunos dicen que marcan el canon y que son estupendas pero que me parecen inaguantables, aburridas y antiguas, muy antiguas, he de decir que al menos esta nueva etapa que protagoniza Daniel Craig me entretiene. Bourne se ha encontrado con Bond y el encuentro rejuvenece al anciano agente
- The master (2012) – Paul Thomas Anderson (cine). Una de las mejores películas de 2013. Compleja, sutil, ambiciosa, profunda y apasionante. Interpretaciones increíbles para la historia de amor y rencor entre dos tarados: uno que construye lentamente una secta que gira alrededor de su supuesto carisma y otro que trata de encontrarse a sí mismo y dar sentido a su vida desde sus evidentes limitaciones mentales. Philip Seymour Hoffman y Joaquin Phoenix bordan ambos papeles. Genial e imprescindible
23 diciembre 2013
1943-2013: 70 años
Cumple 70 años, siete décadas de existencia,
de lucha. Nacida en la oscuridad y la miseria de la posguerra española, casada
apenas con veintiuno, diez hijos, mis hermanos y yo, una vida entregada, de otra
época. Tres hijas muertas: una al nacer, Alicia, el fantasma familiar, cuyo
nombre lleva ahora una de sus nietas; las otras dos, Mercedes y Mari,
masacradas en la treintena por el monstruo, por el puto cáncer, que truncó el futuro y convirtió la
vida en un presente continuo para el resto. Y un marido, mi padre, siete años
mayor que ella, extraño y contradictorio, que apenas le duró hasta los sesenta y cinco. Es
una superviviente, de la vieja guardia, pertenece a otro mundo, a un mundo que
se desvanece ante nuestros ojos, que desaparece para siempre, con otros códigos
y diferentes expectativas. Ha envejecido sin que me dé cuenta, sin que lo note
ni lo acepte. Tampoco ella. Y eso le da vida, le permite seguir jugando una
prórroga eterna. Aunque pasen los años. Y la tentación de claudicar a la
tristeza se agigante y sea cada vez más seductora.
La recuerdo envuelta siempre en
colores vivos, reflejo de una vitalidad abrumadora, negándose al negro
depresivo y autocompasivo al que sucumbió su madre, dispuesta siempre a la risa
fácil, a la charla ocasional que se transforma en infinita, incapaz de comprender
motivaciones vitales que excedan los límites marcados por la defensa de su
prole, de su legado, de lo que ha sido, tal vez sin ser muy consciente de ello,
su más importante proyecto vital. Testaruda, con carácter, visceral y emotiva. Nunca
lo suficientemente valorada ni respetada. Ni por su marido ni por sus hijos. Y
qué decir de una sociedad que sólo la vio siempre como una ama de casa cuyo
criterio era de escaso valor. Nada más lejos de la realidad. No he visto jamás
en nadie la capacidad de adaptación y de evolución que ella tuvo. Siempre
dispuesta a ver más allá, a aceptar sin dudar algunos de los brutales cambios
sociales a los que ha asistido, algunos de los cuales venían a destrozar sus
paradigmas vitales. Paradigmas bajo los que se había educado y bajo los que
había entendido que tenía que educar a sus hijos.
Pero no es una mujer de película.
Afortunadamente, claro. Porque la vida no es una ficción. En la ficción ella,
como arquetipo, nunca hubiera errado, siempre estaría ahí para todos, sería tan empática
como irreal, inasequible al desaliento, capaz de dar a todos lo que cada uno de
nosotros hemos necesitado en cada momento. Nadie es así. Sólo los egoístas, los
que pretenden que el mundo gire a su alrededor, pueden pretender eso de alguien. A mí lo
que me emociona cuando pienso en ella es que conociendo su capacidad de rencor,
sus inseguridades, o su angustia cuando las cosas difieren a lo que su cabeza ha
diseñado, sea capaz de dar un salto al vacío, de no dudar, de mantener la
lealtad, de dar cariño ilimitado, de arropar a los suyos, a su manera, hasta el
final, con todas las consecuencias. Jamás, bajo ninguna circunstancia, olvidaré
las más de treinta noches seguidas que acompañó a su hija, Mari, mi hermana, en
lo que sería su lecho de muerte en aquel hospital. Negándose a cualquier otra posibilidad,
gestionando su dolor a duras penas, manteniendo el tipo hasta el final. Aún hoy
parece ayer cuando la miro, a cámara lenta, sentada en aquel sofá, incapaz de asimilar
lo que veía: los estertores de su niña, o mejor dicho, del esqueleto viviente
en el que se había convertido su niña de 34 años, cuyas manos agarraban desesperadamente
Espe y Amparo, sus hermanas, mis hermanas, con las caras contraídas por el
dolor y la incomprensión.
Ni una ni dos ni tres son la
veces que pensé que finalmente ella no sería capaz de soportar tanto dolor, tanto
sufrimiento. Y siempre, cada una de las veces, me equivoqué. La subestimé. Tal
vez por eso, contemplando su extraordinaria capacidad de supervivencia, me
divierte tanto ver cómo mis hermanos intentan influenciarla, incluso cómo yo
mismo intento a veces hacerlo. Porque me encantan sus gestos y adoro el rictus
de su cara cuando desprecia esos vanos intentos de manipularla. Cuando muestra
la realidad de su carácter: obcecado, testarudo, inmune a estrategias paternalistas
y condescendientes.
Se me acumulan los recuerdos y no
caben en este post el agradecimiento y la lealtad que siento. El cariño. El
amor por ella. Tampoco yo soy un hijo de película. Soy egoísta, vivo mi vida, me
molestan las convenciones, soy incapaz de aceptar demasiadas obligaciones
familiares. Pero tengo memoria. Y soy consciente de las deudas emocionales con
ella contraídas. Deudas que jamás podré pagar.
En mis recuerdos infantiles me
encuentro muchas veces enfermo, como tantas veces en mi niñez, en una cama, febril,
indefenso. Ella siempre está allí, cuidándome. Como aquella vez que mientras
soportaba en vela noche tras noche escribió un diario para contarles a mis
médicos la evolución de mi enfermedad. O como cuando me abandonó para correr como
una loca en busca de un médico que me ayudara mientras yo intentaba de manera
desesperada respirar por cada poro de mi piel. O como cuando durmió junto a mí, otra vez noche tras
noche, en el salón de nuestra casa para permitir descansar a mis
hermanos, incapaces de soportar mi angustia respiratoria. O como cuando, ya
enzarzado en una guerra sin cuartel contra mi padre, escapé de casa camino al
monolito de Juanma mientras ella rompía puntualmente relaciones con su marido y se
acostaba en la cama fría de un hijo incapaz de lidiar con un padre autoritario.
Yo le debo todo. Nada tengo que
echarle en cara. Siempre fui capaz de comprender y controlar sus defectos. De
entenderla. Siempre supe cómo encontrarla, cómo provocar su risa. Cómo demostrarle
mi cariño. De pocas cosas me siento más orgulloso que de conseguir hacerla reír.
De conseguir que escape por un momento de una realidad encorsetada.
Ni una sola queja. Ni una sola crítica.
Un respeto descomunal. Y un cariño incuestionable. Amor sin medida. Eso es lo
que siento por mi madre. Que cumple hoy 70 años. Que seguirá viviendo en medio
de conspiraciones de medio pelo y traiciones insignificantes. Como en todas las
familias. Que tal vez seguirá equivocándose
en algunas cosas. Por supuesto. Pero respetando su espacio y siendo capaz de defender el propio se termina encontrando a una mujer extraordinaria, dispuesta a darlo todo por sus hijos. Una
mujer de otro tiempo, de otra época, con un hijo que la adora y que siempre
estará dispuesto a quererla. Sin duda alguna. Para siempre.
Un beso, mamá. Feliz cumpleaños.
08 noviembre 2013
Sí, es a ti, pijoprogre
Tan harto de ti, tan cansado, cuánta pereza me das, ya ni
siquiera me encabronas, sólo me agota tu presencia. Tantos años aguantándote,
tantos silencios incómodos para no decirte lo que realmente pienso sobre las
tonterías grandilocuentes que sueles soltar. Es insoportable escucharte una y
otra vez, menudo ladrillo, construyendo esos discursos artificiales y maniqueos,
con tu voz engolada y mirada profunda. Tan trascendente, tan ridículo… Que si
qué asco de políticos, que si qué asco de monarquía, que si qué asco de
empresarios… Defendiendo animales que no sabrías reconocer, defendiendo trabajadores
de países lejanos que no sabrías colocar en un mapa mientras vistes ropas que
ellos fabricaron, criticando el desfalco fiscal de los más ricos, criticando la
corrupción generalizada de los políticos de la otra acera, la miseria moral de los
que has decidido que nominalmente son tus enemigos. Aunque muy poco te distinga
de ellos. Cómo te creces para hablar de tus compañeros, esos que nunca hacen
huelga por nada, que además van a misa, lo sabes a ciencia cierta, perros
sumisos del poder conservador. Aunque luego siempre encuentres una excusa para
tú tampoco comprometerte, ni señalarte, o para hacerlo mínimamente. Sólo lo
justo, lo que dicte tu sindicato mayoritario, de clase, como te gusta recalcar de
manera relamida en cada ocasión, ése contra el que también cargas a veces
públicamente pero que en el fondo te hace el trabajo sucio para que todo ese
rollo reivindicativo con el que te vistes se quede finalmente tan sólo en lo
estético, en lo decorativo, que es lo que te interesa, de lo que te alimentas. Porque
no te engañes, tú lo que quieres es que todo siga más o menos igual, o que cambie poco, viviendo dentro de trincheras de
cartón en una guerra ficticia que pretendes eterna. Por eso te ponen tan
nervioso lo que tú llamas excesos reivindicativos, o la idea de un verdadero
cambio social en sintonía con lo que sueles predicar de boquilla, no vaya a ser
que los cambios vengan a destruir lo que ya has conseguido y consideras tuyo
por derecho natural. Porque eres uno más de tantos, de todos, de ellos, sí, uno
más, un mierda más, vamos, para que nos vayamos entendiendo. Por eso cuando recibiste
esa herencia, sin nadie que ejerciera de espectador social, no te importó que parte
de ella te llegara en negro porque así simplificabas los trámites
administrativos. O como cuando compraste tu casa, ¿recuerdas? ¡No hay otra
manera!, afirmabas con vehemencia, ¡todo el mundo lo hace y si no pagas parte
en negro no te la venden! Y claro, no te ibas a quedar sin la casa. Otra
historia es esa reforma que hiciste en ella. ¿Te extraña que lo sepa? Al final
todo se sabe, ya sabes: contrastaste a una cuadrilla de trabajadores ilegales.
Pero claro, si no hacías eso la obra te costaba el doble y no podrías haber
puesto ese parqué tan elegante ni irte de vacaciones solidarias a la India. Pero tal vez lo
más molesto, lo más sucio, lo más patético que hayas hecho y sigas haciendo es pagar
en negro a tu empleado del hogar, al que te limpia la mierda cada semana porque
tú estás muy cansado del trabajo como para ponerte a limpiar. ¿Recuerdas cuando
vino a pedirte que lo dieras de alta y lo miraste compasivamente mientras le
advertías que en tal caso no podrías seguir contratándole porque el dinero no te
alcanzaba? ¿No te das asco a ti mismo? Piénsalo. Lo de tener o no tener dinero
según para qué cosas es una fenómeno extraño, digno de estudio y análisis. Como
lo que piensas sobre la coherencia. Aún recuerdo aquello que me dijiste sobre ella. No te lo voy a repetir, ¿para qué? Léelo, si eso. Y qué contarte de ese
perpetuo discurso victimista sobre los impuestos, que siempre os crujen a los mismos dices, aunque
por otro lado sabes por experiencia propia que ese dinero es el que permite que
no te arruines para que traten las enfermedades de los tuyos y para dar oportunidades de futuro a tus
hijos. A los que llevas a colegios concertados. Por el nivel, claro. A veces me pregunto si alguna vez te habrás parado a escuchar tus propias soflamas. Idiota no eres, nunca lo has sido, al menos no del todo. Ni siquiera eres el
espécimen más peligroso de la fauna social. Sólo eres un pijoprogre, tan previsible, tan insustancial, tan inútil…
Un coñazo inaguantable. No podía salir nada bueno de esas sobredosis de El País
y la SER que te
metías. Te han hecho creer que eres superior moralmente a los otros mierdas, a
los de la trinchera de enfrente, tan obscenos, tan evidentes… Creíste que con tu
discurso sociata y solidario ya eras distinto a ellos cuando al final lo que hacemos
cada día y no lo que decimos es lo que determina lo que somos en realidad.
Tienes muchas caras, te he visto muchas veces, te he escuchado en muchos sitios
y te he leído en muchos medios. Eres familia, eres amigo, eres conocido, eres
tan sólo un nombre en una red social. Eres un cáncer desmovilizador, un caballo
de Troya. Y no lo sabes, no eres consciente de ello. Te ofendes cuando alguien
te lo insinúa. Siempre encuentras razones para no ser subversivo, ni radical,
ni para ser coherente con aquello que dices defender. Pero sabes una cosa, al
final lo que menos soporto de ti, lo que menos aguanto, no es tu incoherencia
perpetua y la debilidad de tus argumentos, no, qué va, eso ya lo acepto como
parte del lote, es la exhibición impúdica y continua de tu anorexia intelectual
lo que me enferma. Y que encima pretendas hacerla pasar por preocupación social.
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