08 marzo 2007
Sólo cine
06 marzo 2007
Sexo, mentiras y Hollywood
Hace pocos días finalicé el extenso libro que Peter Biskind escribiera hace un par de años sobre los entresijos y las entrañas del cine independiente norteamericano. Partiendo del punto de inflexión que supuso el triunfo y el éxito de Sexo, mentiras y cintas de video en el Festival de Cannes de 1989, y tras hacer un breve repaso a los años oscuros y radicalmente coherentes de los 80, Biskind vertebra su relato mediante la descripción minuciosa del ascenso imparable de Miramax y la evolución, desde la nada, del festival de cine independiente de Sundance. A su alrededor hace desfilar ante el lector infinidad de personajes, productores y ejecutivos (generalmente casi desconocidos, pero algunos verdaderas almas o asesinos, de muchas de las películas que más nos han emocionado en los últimos casi veinte años), comenta la creación, el desarrollo y en algunos caso la muerte, de una decena de distribuidoras y productoras independientes que pretendieron emular o enfrentarse al monstruo Miramax, y se relatan multitud de anécdotas laborales, algunas brutales, otras divertidas e incluso muchas totalmente surrealistas, extraídas de cientos de conversaciones que Biskind hiciera a directores, guionistas, productores y humildes trabajadores de la que ha sido sin duda la época más brillante y popular del cine independiente americano.
Igual que hiciera con su espectacular (y más fácil de leer, por centrarse principalmente en la figura de los directores) trabajo sobre el cine norteamericano de los 70, Moteros tranquilos, toros salvajes, Biskind se apoya en infinidad de datos y detalles, mediante los cuales en este caso, intenta explicar y dar su visión de los porqués de la evolución del término independiente en el cine estadounidense. Desde cuando significaba una alternativa radical, en temática y presupuestos, al cine convencional y meramente comercial, y tenía tan sólo pretensiones de ser un cine de autor, sabiéndose minoritario y especial, hasta que termina convirtiéndose en una parte más del pastel de las grandes corporaciones del mundo del cine, un apéndice que no hay que despreciar pues aporta prestigio y sello de calidad. Es decir, hasta que se empieza a producir y distribuir bajo el paraguas de las grandes productoras, con la consigna de que el producto debe tener ese estilo artístico (e incluso social) de las películas independientes clásicas, debe tener esa voz personal del director, pero suavizando las posibles aristas, endulzando en definitiva el producto final, con la aquiescencia de muchos directores jóvenes, que comenzaron a ver la creación de sus primeras y polémicas películas como meros escalones iniciales para después plegarse y acondicionarse a la industria clásica de Hollywood.
Leído transversalmente, el libro es la biografía laboral y personal de los hermanos Weinstein, los fundadores de Miramax, y principalmente del motor emocional de ellos y de la empresa: Harvey Weinstein. De entre las páginas del ensayo emerge su figura titánica, carismática, malencarada, manipuladora. Un tipo brutal a veces pero dotado de una pasión desmedida por el cine y los negocios, una dualidad que lo terminan haciendo comparable a alguno de los míticos productores de la época dorada de Hollywood como O´Selznick. Igual que sucedía con el personaje de Kirk Douglas en Cautivos del mal, todo el mundo odia y aborrece a Miramax y a Harvey, a lo que representan, pero nadie es capaz de negar su enorme importancia en la distribución, difusión y popularización del cine independiente, y todos terminan por tener que admitir, aunque sea con la boca pequeña, que nadie nunca había arriesgado y apostado tanto por ese otro tipo de cine.
Partiendo del mítico y sobrevalorado festival de Sundance y de su figura clave, Robert Reford (que no sale muy bien parado en las páginas del libro), Biskind describe cómo el cine independiente pasó de las oscuras y pequeñas salas de arte y ensayo a convertirse en un fenómeno social y mayoritario gracias principalmente a las agresivas tácticas de promoción de Miramax y de empresas como October que siguieron su senda. Pero al mismo tiempo se convirtió pronto en un mercadillo de egos y fama, un caladero donde las grandes compañías rápidamente comenzaron a echar el anzuelo para renovar su nómina de directores con nuevas voces personales de jóvenes que estaban más que dispuestos a ser domados y se mostraban deseosos de labrarse una carrera como directores de películas convencionales. Entre los ejemplos más evidentes, Bryan Singer (director de la estimable Sospechosos habituales, tras la cuál ha terminado haciendo Xmen o Superman returns) y Christopher Nolan (tras hacer Memento fue contratado para dirigir Batman begins). Otros, que creyeron firmemente que sus películas no podían ser convertidas en meros productos, quedaron varados a la orilla del éxito, ninguneados y olvidados, mientras que algunos como Richard Linklater (Antes del amanecer, A Scanner darkly), lograron sobrevivir a duras penas manteniéndose lejos de los oropeles y el dinero de Hollywood.
¿Cuál fue el principio de todo? ¿Dónde se originó esta dinámica un tanto indecente y desde luego negativa para la calidad del cine norteamericano? Dos puntos de inflexión marca Biskind en su ensayo. El premio en Cannes a Steven Soderbergh por Sexo mentiras y cintas de video, que puso a lo indie en el escaparate comercial, supuso el comienzo de la gran fama de Sundance y dejó entrever las posibilidades económicas de este tipo de películas; y la irrupción de Tarantino, principalmente con Pulp fiction (también ganadora de
El resumen lógico de todo lo que pasó tal vez esté en estas palabras que dice con cierta melancolía Allison Anders, directora y amiga de Tarantino, perteneciente como él a la que se llamó clase del 92, porque habían estado juntos en Sundance ese año presentando sus primeros filmes: “Cuando Pulp Fiction tuvo ese primer fin de semana escandalosamente bueno todos pensamos que era bueno para Quentin y sería bueno para nosotros. Pero en realidad esa victoria fue en cierto modo, el principio del fin para los demás, porque son pocas películas independientes que pueden competir de la misma manera.”
Lo cierto es que a partir del enorme éxito mediático de Tarantino muchos jóvenes cineastas norteamericanos dejaron de soñar tan sólo con hacer su película, con mostrar su voz, con contar lo que tenían dentro al mundo. De repente quisieron convertirse en los nuevos Tarantinos, en los nuevos Kevin Smith, la idea estaba clara, el camino definido: hacer una película de bajo presupuesto pero que tuviera algo especial que llamara la atención de los magnates de la industria. El efecto tal vez fue un poco perverso, se perdió seguramente la naturalidad y la tranquilidad de saber que lo que hacían no iba seguramente a tener mayor trascendencia que algún paupérrimo estreno en alguna sala de cuarta categoría. Ahora la alfombra roja del festival de Sundance, por ejemplo, es un escaparate mediático que llega a todas partes del mundo.
Como ya pasara con su anterior ensayo, el nuevo libro de Biskind se lee con una extraña mezcla de admiración por la pasión que demuestran tantos talentos en sus comienzos, y de cierto asco cuando las cuestiones económicas y comerciales adquieren una excesiva preponderancia que hace atenuar e incluso perder voces personales y películas valiosas. Se acaban sus páginas como en aquél, con la sensación inexorable de que los sueños y la pasión terminan sucumbiendo al tiempo, al dinero y al ego.
04 marzo 2007
Cinco años
La inquietante presencia de la ausencia
que persiste en gritar en silencio,
obteniendo victorias aparentes,
envolviendo a una casa ya cansada
en un pesado pasado tan presente.
La inquietante presencia de la imagen
que se empeña en revelar engaños,
mostrando replicantes sonrientes,
transmitiendo al ahora un pasado
que para nadie nunca fue evidente
La terrible ausencia de un futuro
que se pierde entre recuerdos inventados,
recortes absurdamente enmarcados,
por aquellos que antes despreciaron
pero hoy en conversos transmutaron
La terrible ausencia de un mañana
alentada por suicidios colectivos,
enfangada en tristezas mantenidas
por aquellos que llorosos hoy admiran
lo que ayer provocaba sólo huida
23 febrero 2007
Decepcionante Babel
Celebro que los caminos del guionistay novelista Guillermo Arriaga y Alejandro González Iñárritu vayan por fin a separarse, y veremos que nos deparan por libre dos tipos que de todas formas siguen siendo una promesa de algo diferente a la hora de ir a ver una película al cine.
15 febrero 2007
El alcalde de Sevilla
Extraigo los siguientes párrafos de la propia página web del PSOE de Sevilla
El tipo trae un discurso escrito, preparado, para hablar sobre el desarrollo sostenible de los ayuntamientos. Las negritas son mías:
Sánchez Monteseirín hizo esta reflexión en el foro sobre "Ordenación del territorio, modelo de ciudad y vivienda", una de las actividades paralelas que se desarrolló hoy dentro de
"Qué sería de nosotros, los astronautas, si no fuera por los astrónomos o los astrólogos", dijo Monteseirín en referencia a los expertos que intervinieron en el foro antes de que se abriera un debate
Que sería de nosotros los astronautas, si no fuera por los astrónomos o los astrólogos....¿Nosotros, los astronautas? ¿Sin los astrólogos?
¿Y qué sería de nosotros gobernados por políticos cultos y no por analfabestias de medio pelo?
Aquí tenéis el momento mágico. Que sus palabras os iluminen
11 febrero 2007
Abrazo
Y te entran una ganas terrible de achucharlo y darle un abrazo. Pero no lo haces porque sabes que no debes. Porque a él no le hace falta. Porque él está feliz. Porque es un tipo esencialmente alegre y su única preocupación es que ha vuelto a no traer hechos los resúmenes encomendados, y que el último examen lo volvió a suspender porque la naturaleza no lo ha dotado de especial inteligencia.
Le mando a su sitio, mientras le digo que lo que tiene que hacer es darle muchos abrazos a su madre y decirle lo mucho que la quiere. Y me mira como si fuera gilipollas. A él le interesa si le voy a poner el negativo de cuaderno otra vez. Pasa de otras historias. Me escabullo como puedo. Le digo que se siente, que he de empezar la clase. El resto de alumnos como siempre ríen y gritan a partes iguales. Indiferentes. Como debe ser.
Él no lo sabe. Pero los muchos negativos que este trimestre ya acumulaba se han transformado en hermosos positivos. Al fin y al cabo, tan sólo ése es mi pequeño abrazo.
29 enero 2007
Sobre la estética de cine. Kill Bill. Sin City y 300. Conclusiones
Rascando sobre esa superficie estética uno se encuentra con una película de cuatro horas donde el único hilo argumental es una venganza con elementos de serie B, sin matices, que tiende al culebrón mediante personajes sin trasfondo psicológico, que van desfilando por la pantalla sólo para morir a manos de la novia, sin que se pueda encontrar en ellos ningún rastro de la extraña personalidad de los personajes de Pulp Fiction o el carácter esquemático de los de Reservoir dogs. No hay tiempo (¡en cuatro horas!) para ello, porque se prioriza la acumulación desmedida de elementos visuales, la violencia estética pretendidamente provocadora y la inverosimilitud sin significado conceptual o emocional alguno; junto a cierta desidia (¿falta de ideas?) narrativa. Por supuesto hay momentos de gran cine en Kill Bill. La muerte de Bill es una de ellos, uno de los pocos momentos donde Tarantino se permite un instante de calma para contar algo de verdad. Pero momentos como ése contrastan con otros, como el del despertar de la novia tras el coma, que son francamente patéticos, carentes de toda imaginación e inteligencia, algo provocado por la rapidez con la que el autor quiere apartar esos pequeños detalles, que sirven para cementar cualquier idea o sentimiento, y así tener más tiempo para impresionar al espectador con los fuegos artificiales de las luchas, la sangre y el exceso. El ritmo del videoclip, se impone. El videoclip funciona por acumulación, gracias la promesa de llegar a ver completamente algo de lo que sólo estás continuamente intuyendo fragmentos, algo sumamente espectacular que nunca conseguirás alcanzar, pero cuya promesa perpetua supone en sí enormes dosis de placer y sensaciones. Casi siempre detrás, en el fondo, la nada. Pues eso.
Últimamente han aparecido nuevos intentos de evolución estética del cine que prometen grandes alegrías a este arte. Sin city (adaptación de un cómic de Frank Miller, codirigida curiosamente por uno de los directores que más basura ha rodado en los últimos diez años, Robert Rodríguez) abre una puerta a la fusión entre cómic y cine que realmente sorprende y atrae por partes iguales. Cuenta una serie de historias sórdidas y perfectamente reconocibles de gansters, policías y bajos fondos, con personajes arquetípicos y convencionales, pero utilizando un blanco y negro novedoso, deudor del cómic original, que aporta nuevas sensaciones y lecturas a historias ya muy conocidas. Espero con interés el estreno de 300, adaptación de otra obra de Frank Miller, que continúa con la experimentación estética que abriera Sin City profundizando en la prometedora fusión de cómic y cine, mediante la unión de nuevas técnicas de animación por ordenador que se mezclan con las tradicionales cinematográficas. El trailer de
Voy ya finalizando. Lógicamente el recorrido realizado durante estos cinco posts ha sido personal, subjetivo, con ausencias terribles y significativas. Pero lo importante era la intención primigenia: la discusión entre estética y argumento. Cuál de ambos elementos era el prioritario, el fundamental para el cine. Evidentemente un problema se plantea desde la propia formulación de la pregunta. La pregunta es maniquea, pues obliga a optar, cuando una decisión en un sentido u otro no hace más que reflejar el desconocimiento sobre lo que es el propio ser humano. El arte necesita contenido. El hombre se expresa porque siente necesidad de ser escuchado, de confrontar sus ideas con otros, de reflejar sus estados de ánimo, de trasladar al mundo su visión de las cosas o de descargar sus tensiones, sus miedos o pasiones. Y esa visión implica una estética, una manera de expresión, una forma de plantear y mirar el mundo. Es por tanto una pregunta maniquea porque no hay estética sin contenido ni contenido sin estética. Después están los intentos preciosistas, pretenciosamente rompedores y finalmente mediocres de adornar o falsear el vacío que presentan mediante la acumulación de estímulos para provocar sensaciones tan vacías como lo que se muestra. Algo que el tiempo y las sociedades terminan descubriendo y apartando por la tomadura de pelo que suponen y que cada día debemos aprender a discriminar en una sociedad en la que se impone cada vez más una frivolidad interesada, un superficialidad culta que suele encubrir otras carencias.
25 enero 2007
Sobre la estética de cine. Blade Runner. Dogma. Tarantino
24 enero 2007
Sobre la estética de cine. Johnny Guitar y Alemania año cero. Nouvelle vague. Peckinpah. Scorsese
Pero todo lo anterior no es óbice para analizar y disfrutar Los 400 golpes, primera y maravillosa película de Truffaut, que traslada al espectador el sufrimiento y las desventuras de un muchacho pobre, incorregible y terriblemente libre que sólo encuentra refugio y paz en el cine. Ese amor intelectual al cine que destilan muchas película de
Los 70 vieron nacer a la mejor y más talentosa generación de directores propiamente americanos, pero antes de analizar alguna de sus películas es necesario, estéticamente hablando, comenzar el análisis de la década con el estudio de Grupo salvaje y el cine de Sam Peckinpah, un director maldito y borracho con un talento visual desbordante y cuya influencia en el cine posterior ha sido enorme. Peckinpah en Grupo salvaje, recoge el testigo de los spaghetti western respecto a la decadencia del viejo oeste y le añade una visión personal cargada de significado, una calidad visual tremenda, y una densidad psicológica a unos personajes cansados y envejecidos que muestran una ética propia, que el director convierte en una especie de épica del perdedor. Estéticamente hablando este director es uno de los primeros que comienza a utilizar la violencia explícita como un instrumento efectista destinado a perturbar y provocar nuevas sensaciones a los espectadores. Para ello utiliza con inteligencia una de las técnicas posteriormente más manoseadas y mal utilizadas de la historia del cine: la cámara lenta. En los setenta (finales de los sesenta) esa violencia fue recibida por parte de la crítica y la sociedad como gratuita e innecesaria, sin valor artístico, pero hoy día sus películas en general y Grupo salvaje en particular se admiran y reconocen como cantos poéticos a los eternos perdedores, a los que están maldecidos por la vida, jodidos siempre y hasta el final. La influencia de la filmación de la violencia a cámara lenta ha sido tan evidente en miles de subproductos, telefilmes, películas pretenciosas y tonterías infinitas que prefiero centrarme en una influencia directa y potente que puede verse en una película, en principio tan alejada conceptualmente del universo de Peckinpah, como es Matrix, que junto a miles de otras influencias, fue de las pocas películas hechas en los últimos veinte años que comprendió que la filmación a cámara lenta poseía un valor estético sólo si aportaba un significado, si aportaba una manera de expresar al espectador lo irreal, lo virtual del mundo con el que los hermanos Wachowski revolucionaron el cine de ciencia ficción a finales de los 90 (antes de que los recovecos de la historia y las necesidades comerciales hicieran que la trilogía en general dejara mucho que desear. Un ejemplo de cómo un argumento termina imponiéndose innecesariamente y de manera superflua sobre los valores estéticos). Continuando la década con los ególatras cineastas americanos setenteros me serviré de dos de los filmes más representativos de la época, Malas calles y Taxi driver para mostrar como su estética aún siendo novedosa bebe de fuentes clásicas. Es la violencia y la profundidad de sus personajes lo que caracteriza a esta generación. Entre los logros estéticos que se pueden atribuir al cine de Scorsese, pensemos por ejemplo en Malas calles, podemos incluir el conseguir que la cámara se mueva con una rapidez inusitada persiguiendo a los personajes, como se puede ver en la secuencia del bar, lo cuál le permite generar en el espectador una sensación de desasosegadora cercanía con la historia y el lugar en el que se desarrolla, al hacerle entrar sin permiso en ese submundo de los barrios de Nueva York. ¡¡Pero esos movimientos de cámara, esa cámara libre y sin ataduras ya la había empleado Murnau en El último!! Con el paso del mudo al sonoro la técnica tuvo que subordinarse a las nuevas necesidades que el sonoro imponía. Hizo que durante muchos años la cámara y por tanto la imagen fuera esclava del sonido. La tecnología en los 70 permitía por fin ser de nuevo libre y encontrar la manera de utilizar esa libertad con inteligencia fue el triunfo de Scorsese. Pero no podemos limitar los logros estéticos de Scorsese a ese campo. En la puesta en escena de Taxi driver la ciudad, terrible e ingrata, emerge como un personaje más, si no el fundamental, cobrando vida y presencia gracias a una idea ya utilizada en el pasado que consistía en colocar una cámara pegada al lateral de un taxi mientras circulaba por las noches de Nueva York. Gracias a lo realmente irreales que vemos esas calles desde nuestra ventana visual particular, a cómo observamos la decadencia, la suciedad, la falta de moral de esa ciudad que nos muestra esa cámara y la que subjetivamente nos pone en los ojos de Travis Brickle, entendemos mejor su proceso de descomposición. Es capaz de conseguir que comprendamos y compartamos su punto de vista, que no nos parezca deleznable, a pesar de nuestras propias conciencias, la existencia y las acciones de este psicópata social. Incluso consigue que empatices en su cruzada lunática. Taxi driver puede que sea la película más representativa del cine americano de esa época, una época que se puede asumir como el fin en occidente del cine moderno y clásico.
(Sigue)
22 enero 2007
Sobre la estética de cine. Hawks. Expresionismo: Murnau. Ford
Planteo pues, como primer acercamiento a la estética, que ésta es la forma de presentar lo que se cuenta, pero que tiene entidad propia e independiente y no está limitada tan sólo a servir de apoyo al contenido argumental, sino que interrelaciona con él y debe convertirse en un instrumento único a la hora de transmitir emociones, sentimientos e ideas. Incluso políticas. Pero, por comenzar desde el otro extremo de lo que se entiende por un planteamiento estético cinematográfico, abro el repaso mencionado con el cine de Howard Hawks. Seguramente el más sencillo, desde un punto de vista estético, de todos los grandes directores norteamericanos del cine del viejo Hollywood. Su tarjeta de presentación eran siempre planos largos o medios, sin experimentación alguna, centrados siempre en la acción o en los diálogos de los personajes. Una puesta en escena extremadamente simple pero funcional, completamente supeditada a la historia, al argumento. Lógicamente nadie recordará fácilmente un bello plano del cine de Hawks, un plano que por sutil o hermoso quede grabado en la memoria. Lo que perdura es el humor corrosivo de los cínicos diálogos de Luna Nueva, la lealtad y el honor de los profesionales que cumplen con su trabajo de Río Bravo, la potencia argumental de Scarface o el erotismo de Lauren Bacall en El sueño eterno. Pero repito, nadie apelará a los elementos artísticos para definir el cine de Hawks. Pertenece a un grupo de cineastas sencillos, que buscaban la solución narrativa y estética más fácil para contar su historia. Todo director primerizo antes de hacer pretenciosos intentos artísticos, generalmente aburridos y ridículos, debería estudiarse toda la filmografía de tipos como Hawks. Sólo conociendo la posibilidad de simplificar al máximo la narración visual, uno puede intentar complicarse artísticamente y hacerlo de otra manera. Este hecho se describía a la perfección en la extraordinaria y elegante película de Vicent Minelli, Cautivos del Mal, donde un afamado director le intentaba explicar al megalómano productor que encarnaba magistralmente Kirk Douglas, que ser un buen director consistía en saber encontrar el momento de ser artista y saber intentar no ser sublime en cada plano siempre, para que así pudiera funcionar el contraste.