La ola (Dennis Gansel, 2008) no solo es una película que permite comprender los riesgos y la atracción del fascismo, sino que también permite trabajar con los alumnos cuál es el papel del profesor en la práctica educativa y reflexionar con ellos sobre la realidad de su labor, sus límites y sus riesgos. Es, además, muy interesante comparar la figura del profesor en esta película con la más romántica y atractiva del mítico profesor Keating en El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989).
La ola es una película tan sólo correcta desde un punto de vista cinematográfico. Sin grandes alardes, ni magníficas interpretaciones y con una estética que, a pesar de ser joven, es convencional, plantea con extremada sencillez (en ocasiones excesiva) cuáles son las características que pueden hacer atractivo el fascismo para un colectivo cualquiera despolitizado, mostrando algunas de sus consecuencias más inmediatas. El objetivo de la película es claro: advertir de sus peligros y procurar impedir que vuelva a resurgir en nuevos contextos. Para los alumnos adolescentes es una película de enorme valor porque lejos de las películas de nazis infames o de presos que sufren penalidades terribles, pueden empezar a ser conscientes de cómo arraigan las ideas totalitarias en las grandes masas, de las condiciones sociales que se necesitan para llegar a ellas, pueden empezar a intuir cómo personas corrientes, grises en sus vidas diarias, se hacen fuertes y encuentran un refugio en la comodidad de las normas del grupo y en la consecución de un objetivo simple, claro, colectivo y excluyente… Por todo ello el visionado de la película puede ser una experiencia realmente enriquecedora y reveladora (a pesar de la simpleza de su planteamiento y desarrollo argumental) respecto a los motivos por los que puede crecer un movimiento totalitario y los peligros que conlleva. Por otro lado resulta también muy interesante para trabajar qué significa la idea de comunidad, de grupo y para intentar que la imagen deformada de asociación que ven en la pantalla no obstaculice otras visiones del colectivismo en los que, sin perder la perspectiva individual, la persona se pueda sentir partícipe de una idea comunitaria, no excluyente, solidaria, alejada de ese hiperindividualismo posmoderno que aparece como única voz discordante y salvadora en la película, como una isla entre los diferentes grupos políticos que pueblan la sociedad alemana (anarquistas, punkis…).
Pero esas posibilidades no son solo las que se plantean a la hora de analizar esta película, sino también una reflexión sobre cómo el cine muestra la realidad de la práctica educativa. En este sentido no se puede negar que los alumnos suelen estar insatisfechos con una gran mayoría de sus profesores (sentimiento compartido a la inversa por muchos de estos profesores) y sienten que estas películas muestran modelos de profesor que no reconocen y que les parecen extremadamente atractivos. De lo que hablamos aquí es del carisma. La ola, como antes El club de los poetas muertos, Rebelión en las aulas (James Clavell, 1967), Mentes peligrosas (John N. Smith, 1995) y tantas otras, pertenecen a ese grupo de películas que parecen demostrar que no es el sistema educativo, ni una buena organización de un centro educativo, ni el trabajo solidario y profesional de un grupo de profesores los que proporcionan una buena educación, una enseñanza correcta al alumno, sino que éste caiga en las manos de un profesor carismático, de ese profesor que le abra la mente, le proporcione una visión positiva de su propio yo y le muestre vías para su posible futuro. Es en relación a este aspecto donde la película abre una puerta casi desconocida en el cine, puesto que vamos a ser testigos directos de cómo uno de estos proyectos personalistas (que suelen protagonizar la mayoría de guiones cinematográficos), desemboca en una tragedia en la que una parte no pequeña de la culpa será atribuible al ego del profesor.
Anteriormente se ha hecho alusión a una comparación entre el Sr. Wegner de La ola con el profesor Keating de El club de los poetas muertos. Es importante matizarla. Se podría decir que Keating también recibe su castigo por su forma de enfocar la educación a través de la muerte de su alumno y la expulsión de su puesto de trabjo. Pero no es así. La película deja claro que la responsabilidad de la muerte del chico es de un padre dominante y posesivo, es consecuencia de una sociedad opresora y cerrada donde Keating supone un soplo de aire fresco. El mensaje que transmite la película es que sus modos de trabajo funcionan y son válidos. Hace lo que debe hacer: abre a los chicos una puerta a la cultura, y realiza tan bien su labor que estos chicos parecen encontrar subversivo leer poesía ocultos en una cueva al tiempo que descubren sus valores personales ocultos y se encuentran a sí mismos. Además, para reforzar la idea, se nos muestra esa última secuencia llena de emoción contenida y reforzada por la música de Maurice Jarre donde sus alumnos se despiden de él sobre las mesas en un improvisado homenaje que, inevitablemente, reconfortará al profesor y hará que el espectador nunca juzgue ninguno de sus métodos.
No es el caso de La ola. No habrá final redentor para el Sr. Wegner. No aparecerá ninguna magia cinematográfica en forma de recurso narrativo que permita absolverlo. El profesor es finalmente consciente de que el proyecto se le ha ido de las manos pero no consigue parar la tragedia. El líder carismático ha desencadenado una serie de acontecimientos que se desarrollarán sin su (imposible) control. Porque nunca tuvo ese control. Los alumnos deben reflexionar, por tanto, sobre la necesidad de pensar individual y colectivamente más allá de los profesores, no despreciarlos pero nunca seguirlos ciegamente, no ignorar sus consejos pero no seguirlos nunca a rajatabla cuando contradigan ideas firmes que ellos tengan, y ponerse a la defensiva ante el excesivo carisma de algunos de ellos que quieren, a través de sus alumnos, revivir batallas pasadas que a lo mejor ellos ya perdieron.