Arrecia la lluvia. Hace ya mucho tiempo que no deja de caer
sobre su cabeza. Hace frío. No parece que disminuya la intensidad con la que el
agua lo golpea. Todo se pudre. Siempre. En su caso la podredumbre tan sólo llegó
pronto, tan pronto. Mientras tanto sonríe, dulcemente, a todos, siempre, sin hacer
distinciones, arrebatándote el alma. Tal vez sólo buscando de manera
desesperada parte de la protección perdida, recomponer los fragmentos rotos de
esa burbuja emocional que una mujer destrozada por la vida y la enfermedad
construyera laboriosamente para ambos. Esa burbuja que terminó explotando, abrupta
y dolorosamente mientras él, ajeno a todo, sin posibilidad aún de manejar el
dolor, disfrutaba de su primer verano eterno junto a sus primos, sin poder
comprender que mientras reía y jugaba con titos destrozados y primos
inconscientes, su vida cambiaba para siempre y se iba a llenar, a pesar de los
esfuerzos de todos, de encanallamientos, de malas caras, de miradas cómplices
equivocadas, de penas compartidas que construyen falsas certezas inamovibles. Y,
lo más importante, de una ausencia que nunca dejará de estar presente en su
vida.
Está creciendo en medio de silencios incómodos y
responsables, en medio de compromisos quebrados, de lealtades mal entendidas y
de amores absolutos que maleducan. Inmerso en una guerra fría en la que los contendientes
tal vez jamás van a poder demostrar tener la razón absoluta. Te mira de manera
adorable, balbucea mientras nervioso intenta explicarte cualquier chorrada, se
tira encima de ti buscando el refugio de tus brazos. Aunque hayan pasado meses
desde de la última vez que te vio. Te rompe por dentro. Y sabes que es una
ficción, que durará poco, que el amor infantil no se construye de memoria sino
de un presente continuo en el que ya has desaparecido porque apenas hay espacio
para todos los demás, que revolotean por su vida generando a su alrededor un
ruido emocional que terminará por volverlo loco. O tan sólo idiota. Mientras,
no puedes evitar quererlo. Tampoco dejar de sentir lástima por él, por su
desorden vital, porque aún es incapaz de vislumbrar las ruinas
familiares sobre las que debe aprender a crecer, rodeado de adultos incapaces
de dejar de ver en él el reflejo cegador de la que se fue, de la que nos dejó, hasta
incluso difuminar su existencia y sus necesidades. Vive envuelto por un aura
deslumbrante y antinatural, a través de la que los demás encontramos el único
camino posible para que ella siga presente, para que la memoria no nos
traicione como con los otros y la deje arrinconada demasiado pronto. Las balas
silban a su alrededor, el amor incondicional que ahora lo protege será
finalmente dañino. Es un amor corrompido, contaminado por la pena, por el dolor y
por la incomprensión.
En el fondo tan sólo es un ejemplo más del eterno
enfrentamiento entre la lógica de la supervivencia infantil y la inevitable
miseria de la lógica adulta. Lo terrible es como pretendemos acostumbrarnos a ausencias
anormales, como las normalizamos, como creemos superarlas y seguir los dictados
de la razón cuando es la rabia lo que nos corroe por dentro. Me sonrío cuando
recuerdo las buenas intenciones. La familia es la gran ficción, el constructo
cultural más poderoso, tal vez el más falso de todos, aunque necesario. La
familia siempre termina rota, arruinada, quebrada por el tiempo, por las
fricciones y la incomprensión. Tan sólo se sostiene gracias a los restos de
lealtades y amistades construidas a fuego lento. Y por la existencia de algún
ancla. Como la nuestra. Aún poderosa. Resistiendo las embestidas de la vida. Casi
siete décadas después. A duras penas. Agotada por el paso del tiempo, envejecida
por el sufrimiento, consumida por las disputas, pero siempre de pie, sin
albergar duda alguna, protegiendo a sus cachorros, incluso a los de la segunda
generación, restañando heridas, minimizando diferencias, como si nunca fuera a
dejar de existir. La única que no se plantea traiciones o estrategias. Tan sólo
abre la puerta de su casa y nos acoge. A todos. Y todos volvemos. Y nos
encontramos. E intentamos reconocernos de nuevo. Resistimos. Mientras el crío
juega por allí nosotros nos miramos, nos buscamos, intentamos entendernos. Y en silencio nos vemos más viejos, nos vemos mayores, diferentes. Nos vemos jodidos, perdidos. Más indefensos que nunca. Como el niño. Pero con menos futuro.
¿Alguien es capaz de vislumbrar la razón última del
furibundo ataque de El Mundo a Rajoy a través de Bárcenas? ¿Qué busca Pedro J.?
¿ ¿A quién apoya dentro del PP? Y sobre todo, ¿quién le apoya dentro del PP?
Espe, Espe, Espe…
¿Lo Bárcenas es la puntilla final de El País como periódico
de referencia en España? ¿Cómo es posible que se acojonara como lo hizo tras
publicar "los papeles de Bárcenas"? ¿Cómo es posible que dejara pasar el tiempo
sin publicar ni investigar las consecuencias de lo que publicó, dejando que por
intereses espurios la competencia terminara imponiéndose? ¿Tendrá algo que ver Soraya en ello por su “ayuda” para interceder con los bancos y así poder seguir
refinanciando su asfixiante deuda? ¿Quién coño lee hoy El País?
Católicos del Opus como Federico Trillo cobrando en B, curas que son directores de centros de educación católicos concertados acusados de
tocamientos y castigos corporales, el papa hablando de lobbys gays dentro de su
iglesia mientras la jerarquía eclesiástica ataca de manera despreciable los
matrimonios homosexuales… ¿El catolicismo 2.0 da tanto asco como a mí me lo
parece? ¿Los que siguen dentro de esa secta y la mantienen viva con bodas,
bautizos y demás mierdas son conscientes de ello?
¿Cómo es posible que los socialistas, con la que tienen
montada en Andalucía, con vergonzantes ERES y un chiste que provoca arcadas de primarias dirigidas,
se atreven siquiera a arrogarse la capacidad de convertirse en portavoces del
pensamiento político de izquierdas de España? A ver si os enteráis: nos dais
asco
¿Cómo se puede construir un discurso crítico con el modelo
de sociedad que nos ha llevado al abismo mientras se cobra el paro y se
construye una empresa en negro, sin declarar nada y ayudado por familiares que
no cotizan y trabajan en negro? El problema ya no es de supervivencia sino de
coherencia.
¿Los profesores, funcionarios con plaza, que en Madrid se
quejan por tener que corregir los exámenes de los alumnos suspendidos por los
interinos despedidos en junio son así de gilipollas o simplemente son incapaces
de comprender, en su aburguesamiento laboral, que su incomodidad puntual
significa la miseria y precariedad de los otros (nosotros)?
Los madrileños pobres que apoyan los Juegos Olímpicos y se
declaran a favor de Eurovegasmientras
ven como aumentan las tasas universitarias de sus hijos un 20%, cómo la
educación privada desgrava o cómo destrozan la educación y la sanidad públicas,
¿son idiotas, son imbéciles o tan sólo alienígenas?
¿En qué momento una persona cuya trayectoria vital es cuando
menos discutible se arroga el derecho de decir a los otros lo que tienen que
hacer para solucionar sus problemas? ¿En qué momento ayudar se convierte en
juzgar? ¿En qué momento es legítimo dejar a un lado la educación y empezar a
dejar claro a estos tipos (o tipas) que sus mierdas no son aceptables y que sus
vidas sólo son ejemplos de mediocridad?
¿Qué queda de nosotros cuando desaparecemos? ¿Por qué
ciertas ausencias se mantienen tan presentes y provocan un dolor sordo que lo
invade todo?*
A mi alrededor constato que aquellos que, por diferentes
motivos, pasamos mucho tiempo conectados a la red cada vez nos cuesta más trabajo leer 10
o 15 páginas seguidas de una novela o un ensayo sin que nos interrumpa el
último whatsapp, tuit, mail o comentario de facebook. Antes, hace muy poco,
esto era muy fácil de solucionar alejándote del ordenador y leyendo en otros
espacios de la casa. Ahora, desde hace unos pocos años, con los smartphones y
los tablets, la desconexión es prácticamente imposible sin caer en un
talibanismo tecnológico igualmente perjudicial. Además, no la solución no creo que pase por cerrar las
puertas de acceso a la red porque tal vez el tecnológico sea el aspecto menos
relevante del problema. La novedad, lo diferente, es el ansia, la necesidad, la
adicción a la conexión permanente, a revisar tu smartphone o tu ordenador,
aunque no hayas recibido ninguna alerta, como un acto reflejo, como un
drogadicto en busca de sus dosis, buscando el estímulo digital al que nos hemos
acostumbrado, y que nos facilita la pérdida de concentración en esa actividad tan
costosa que es la lectura atenta y en profundidad.
Hay un aspecto que tal vez aún esté pasando desapercibido y
con lo que no creo que se contara cuando se glosaban los beneficios de la
construcción colectiva de conocimientos que traería la Web2.0. La conversión del receptor
pasivo de la Web
1.0 en comunicador, en constructor interactivo de información en la Web 2.0, ha tenido como efecto
colateral inesperado la aparición del placer culpable y casi siempre estúpido de
la búsqueda de reconocimiento. Esta actitud ya se empezó a vislumbrar cuando
explotó el fenómeno de los blogs y sus autores desesperaban por maximizar las
visitas y las referencias a lo escrito. Ahora eso se ha multiplicado por mil
gracias a redes sociales como Twitter y Facebook en las que, sin necesidad de
construir un contenido cuidado y con cierta densidad, se puede conseguir ser
protagonista y conseguir esos 15 minutos de fama que predijera Warhol (que en
la red, por su velocidad, han transmutado en unos escasos segundo y medio). Aunque
es evidente que habría que dilucidar cómo afecta a los diferentes tipos de
internautas esto que describo, es innegable la existencia de cierta vanidad y
búsqueda de relevancia en esa continua atención a tuits, whatapps, comentarios
de blogs o interacciones de Facebook, que poco a poco absorben cada vez mayor
cantidad de tiempo. Esta actividad interactiva significa en ocasiones (pocas)
unintercambio constructivo y formativo
de información y conocimientos pero en general, no supone más que una gran conversación
infinita repleta de naderías, anécdotas e intrascendencias ególatras. La
vanidad y la búsqueda de reconocimiento es algo que siempre hemos asociado a
los creadores:escritores, pintores, cineastas que nunca han podido evitar,
aunque lo oculten tras una falsa modestia o una calculada indiferencia, la
emoción que sienten cuando sus creaciones alcanzan el éxito o la relevancia
social. Pienso que a pequeña escala esto está sucediendo también en la Web 2.0, con la enorme
diferencia de que esos cientos de miles de anónimos creadores en busca del éxito
apenas ponen encima de la mesa nada que pueda ser considerado como relevante y
por tanto susceptible de ser valorado como algo singular y con cierta
trascendencia.
Por otro lado es idiota criticar al medio y tratar de
responsabilizar a la red de un problema que debemos resolver nosotros mismos. A
muchos les entusiasma construir extravagantes teorías de la conspiración y
pensar que el ruido y la trivialidad en la que nos sumerge la red son provocados
y fomentados, fruto de un elaborado plan para someternos y confundirnos (detrás
estarían, por supuesto, el club Bilderberg, los mercados o los alienígenas. O
una alianza de todos ellos). Pero dejando aparte estas tonterías, al final los
problemas mencionados no son más que la consecuencia natural de la irrupción de
una tecnología de la comunicación que ha cambiado todos los parámetros
relacionales con los que habíamos vivido durante décadas. El salto ha sido muy
grande y en muy poco tiempo. Y todavía tenemos que aprender a usar de manera
inteligente toda esa información y comunicación que la red nos ofrece sin
perder de vista que el ser humano necesita espacios de soledad e introspección
para pensar y reflexionar, para incluso ser capaz de conocerse a sí mismo, de
ahí la importancia del silencio e incluso del aburrimiento para conseguirlo.
Por último también hay que dejar constancia de un aspecto que
sirve para relativizar un tanto la crítica (aunque sea necesaria) a la
distorsión que generan las nuevas tecnologías a nuestra capacidad lectora en
particular y a nuestra capacidad de concentración en general. En el fondo,
mucho antes de que la Web
2.0 viniera a distraernos, había ya mucha gente (de hecho una gran mayoría de
españoles), que no leía un libro ni aunque le pusiesen una pistola en la cabeza
y que, salvo las cartas que enviaron de niño a sus abuelos (obligados por sus
padres, claro), se podían tirar toda su vida adulta sin comunicarse por escrito
con nadie y sin ser capaz de hilar dos ideas complejas sobre un papel. Esa gran
mayoría es la misma que lo más cerca que estaba de leer un periódico era porque
le regalaban alguno de esos ejemplares de prensa anoréxica repleta de anuncios
que se popularizaron en los últimos quince años. Y esa gran mayoría igual no ha
notado nada de lo que he descrito en estos post y en cambio sí ha visto cómo,
aunque sea de manera superficial, le llegaba mucha información por vías de las
que no disponía en el pasado que poco a poco le han ido permitiendo opinar y argumentar
sobre asuntos que, sin la Web
2.0, ni siquiera habría conocido su existencia.
Por lo tanto debemos reflexionar y aceptar como una
evidencia que la Web
2.0 no sólo están modificando nuestra manera de aprender, de relacionarnos y de
comunicarnos sino que también tiene una repercusión directa y negativa en la
realización de tareas complejas que conllevan necesariamente una concentración
que a día de hoy se ve continuamente cuestionada por la distracción perenne en la
que nos sumergen las redes sociales. Pero ello no nos debe hacer desdeñar en
aras de un intelectualismo mal entendido el enorme potencial que Internet tiene
y los beneficios que ya hoy nos aporta. Aprender a controlar nuestras
adicciones virtuales, reconocer el problema, aprender a usar de manera más
racional y útil las nuevas tecnologías de la comunicación e imponernos y
exigirnos una mayor educación en nuestro devenir digital son objetivos básicos
que debemos colectivamente intentar alcanzar. Y volver a aprender a leer en
profundidad disfrutando del silencio. Costará, pero una vez que nos cansemos de la
novedad digital y la comunicacional infinita igual descubrimos que no tan difícil volver a
conseguirlo.
Nos está pasando a muchos, lo hemos tenido que ir
reconociendo a pesar de que al principio nos lo negábamos incluso a nosotros
mismos. Nos ha ayudado que por fin sea algo que se ha puesto encima de la mesa,
algo de lo que se habla ya abiertamente, que se puede valorar y discutir y que,
por supuesto, ya somos conscientes de que no es un problema sólo nuestro. Desde
hace un tiempo se escriben artículos sobre el asunto, aparecen sesudos ensayos
expresando honda preocupación y es un problema que los que estamos conectados
mucho tiempo a Internet, a las redes sociales, a la Web 2.0 en general, no podemos
ni debemos eludir: Internet está afectando a nuestra capacidad lectora. Cada
vez es más dificultoso mantener la concentración fijada durante horas en una
lectura pausada, comprensiva y reflexiva. Y esas son las características
fundamentales que pueden hacer que dicha lectura suponga un aprendizaje
significativo y trascendente, una experiencia con poso y con sustancia. Por lo
tanto nos deslizamos peligrosamente hacia una experiencia lectora superficial,
intensa y agotadora de textos consecutivos y paralelos cada más breves, más
extremistas y con menor profundidad, en los que lo emocional y la ausencia de
matices se hacen preponderantes y lo reflexivo y lo analítico desaparecen.
Vivimos inmersos en un carrusel desquiciado de noticias que
cada hora parecen suponer un punto de inflexión definitivo en lo político, lo
social o lo económico. Noticias sobre las que nos volcamos con ansiedad leyendo
y escribiendo radicales juicios apresurados, navegando como posesos en busca de
nuevos artículos que nos ayuden a clarificar el nuevo escenario que dichas
noticias han dibujado, para tan sólo obtener una riada de datos
descontextualizados que no tenemos tiempo de hilar ni de darles forma racional
porque de repente aparece la nueva noticia que todo lo cambia. Las opiniones se
entrecruzan, aparece la confrontación, se discute con quien no es el enemigo
pero al menos tiene una cara (virtual), se abandona la idea de convencer a
nadie, se grita, se insulta, escupimos al ciberespacio parte de la rabia que
acumulamos en el día a día. Y cuando nos cansamos de discutir dejamos aparecer el
sarcasmo, jaleamos el cinismo y elevamos a los altares durante unos segundos el
pretendido ingenio de los que se erigen en poetas mínimos del fracaso colectivo
social en el que vivimos. Tal vez sea en Twitter y en los comentarios a los
artículos de los medios digitales donde se manifiesta con mayor virulencia
aquello que describo.
Actualmente Internet ofrece lo que parece una ilimitada
oferta de información y de conocimientos que están ahí esperando tan sólo a que
el interés de cada uno de nosotros nos permita acceder a ellos. Podemos mejorar
nuestra formación mediante un aprendizaje continuo hecho a la medida de cada uno
de nosotros. Podemos confrontar opiniones, profundizar en asuntos que antes
estaban vedados por los grandes medios de comunicación, aclarar ideas, entender
nuevos conceptos. Pero la realidad es otra, muy diferente. El último ensayo de
Pascual Serrano, La comunicación jibarizada, trata sobre ello, como antes lo había
hecho Nicholas Carr en Superficiales, ¿qué está haciendo Internet con nuestras mentes?La realidad es que tras la promesa de
acceso a una información ilimitada, de un acceso infinito a diferentes voces y
puntos de vista sobre cualquier tema que nos ocupe, la Web 2.0 se ha convertido en un
enorme patio de vecinos en el que el que el ruido ensordecedor provocado por la
opinión continua sin filtro de todos nosotros nos termina arrastrando por el
camino de la irrelevancia, de la búsqueda del titular, del reconocimiento en un
otro que casi no se conoce, a través de una lectura diagonal que apenas supone
un escaneo insustancial del contenido escrito pero con el que creemos,
erróneamente, dotarnos de datos con los que finalmente terminamos
reafirmándosonos en nuestras posturas previas. Abrimos decenas de enlaces que
nos llevan a decenas de artículos que a su vez nos direccionan a decenas de nuevas
páginas en un bucle infernal que, generalmente, tras una lectura superficial y
apresurada, dejamos abiertos como pestañas en el navegador, durante un rato,
hasta que de manera displicente los cerramos sin reflexionar mucho sobre ello.
En todo este proceso consumimos tiempo, mucho tiempo, un tiempo que podríamos
dedicar a realizar lecturas en profundidad sobres esos temas que decimos que
tanto nos preocupan. Pero la tendencia es otra, la multitarea se impone, la
capacidad de hacer varias cosas al mismo tiempo es alabada como una mejora
evolutiva, como una forma de aprovechar el tiempo, de abrirse a diferentes
estímulos que nos enriquecen intelectualmente. Y son tachados como
conservadores y retrógrados los que señalan que diversificar nuestra atención,
intentar estar a muchas cosas al mismo tiempo puede impedir la profundización y
la reflexión sobre cada una de esas tareas que se realizan, y que por ello, tal
vez, nuestros aprendizajes tiendan a ser menos significativos.
No se puede llegar a otra conclusión: la belleza y la
importancia del cine no se sustentan ni siquiera mínimamente en la construcción
de una trama compleja o un argumento trascendente. Ni siquiera en la modelación
detallista de personajes poliédricos. El cine se hace eterno en la imagen, en
la secuencia, en el montaje. El cine trasciende cuando esa imagen o esa
secuencia se niegan a desaparecer tras su visión, permanecen flotando en tu
cabeza, como la nube que persigue al coche en la carretera, acompañándote
durante horas, a veces durante días, en las mejores ocasiones durante toda la
vida. Jonás Trueba ha hecho una película hermosa, una película bella, pequeña,
diríase intrascendente, pero importante, tan importante que estoy seguro que
casi nadie la verá y pocos, muy pocos la apreciarán, habituados como estamos a
ese trasunto del cine que son las series de televisión, con sus interminables
temporadas, con sus trillados personajes carismáticos y con la necesidad
continua del giro (el puto giro de guión) para que las tramas no se anquilosen.
Jonás Trueba suspende el tiempo y la vida en un Madrid
fantasmagórico, reconocible, sí, pero extraño, con un punto de misterio, un
Madrid sucio, cansado, muy cansado, que se resiste a dormir, que nunca
desconecta, tal vez alimentado por la promesa del instante mágico que puede
estar a punto de suceder, ese momento, esa belleza perdida a los ojos de los
que siempre transitan con prisas. Esa imagen. Esa secuencia. Por esa ciudad
deambulan los ilusos: actores, directores y gente del cine en periodo de
entreguerras, entre proyecto y proyecto. Nos muestran sus dudas, que son las
de todos, sus miedos, que compartimos, su indecisión vital, que es la de toda
una generación. Sin saber hacia dónde caminar, sin saber siquiera por qué
narices caminar. Desnudándose ante la cámara, tan lejos del glamour, mostrando
sus miserias, sus limitaciones, su angustia. Y su vitalidad, y sus sueños. Que
es lo que los sostiene. Aunque se rían de ellos, aunque nos riamos de ellos. O
de nosotros. Al tiempo que nos lloramos. Porque sin sueños sólo sobrevivimos,
pero sabemos que casi siempre el que sueña, el diferente, el que arriesga, el
que lo intenta de manera distinta a la
convencional, es el que se lleva finalmente las hostias. Y no sólo son las hostias, también tiene que cargar después con las miradas de compasión, con la cruel
condescendencia del mediocre, con el “ya te lo decía yo” del adaptado, ése que
nunca se atrevió siquiera a pisar la línea que marcaba la frontera del camino
marcado.
Cine de guerrillas, a contracorriente, desenfocado. Hecho
por perdedores intensos, recibido (seguro) con los brazos abiertos por algunos
modernitos con pretensiones, pero que más allá de su repercusión inmediata, de
los que lo ataquen o lo defiendan, tiene alma, un alma frágil de imágenes
deshilachadas que desfilan con delicadeza delante de los ojos del espectador.
Asistimos con cierto pudor al grito de rabia contenida de un autor que reniega
de la muerte del cine, que lo ama, que lo filma y nos lo transmite. Que homenajea
y respeta a sus mayores mostrando un exhaustivo conocimiento de la historia, sintiéndose deudor de una tradición cinematográfica de la que se reconoce
como heredero, con la que dialoga, a la que exprime, de la que toma recursos
para narrar el presente contradictorio y caótico en el que se encuentra. Para
filmar de nuevo, como si fuera la primera vez, el desencanto y la crisis,
deteniendo el tiempo y dejando que su cámara mire e indague a su alrededor con
ojos curiosos. Y al mismo tiempo, en otro plano, para transmitir pasión por el cine
entendido como arte, como elemento para la reflexión, para el gozo sensitivo e
intelectual, aunque se ruede sin medios, aunque no se sea capaz de determinar si
existirá un público potencial para la obra que se construye. Jonás Trueba se niega a aceptar los
llantos cansinos de los viejos plañideros que creen que con ellos morirá el
cine que amaron. Tal vez por eso filma esta película desgarrada, un
alegato visceral que nos explica por qué el cine sigue vivo. Y por qué los
muertos son los demás.
La memoria es un lugar incómodo, seductor, siempre extraño,
tan personal como ajeno, tan real, tan falso como las noticias de un telediario,
tan íntimo como subjetivo. La memoria es un refugio, el último refugio, tan
incontestable, tal vez por ello tan tramposo, el espacio donde siempre se puede
encontrar una razón, esa razón, con la que apropiarse de la legitimidad, con la
que creer que el pasado sirve para justificar un presente incoherente.
Domesticarla, reconfigurarla, apropiarse de ella para construir un yo diferenciado,
especial, distinto. En su normalidad o en su excepcionalidad. Es el objetivo. A
veces envidio a aquellos que aseguran que no son capaces de recordar las cosas
que les pasaron hace años. A los que no se reconocen en las personas que vivieron
en sus cuerpos en otros momentos de su vida. A veces los envidio, sí. Aveces,
en cambio, lo siento por ellos. Por la orfandad emocional e intelectual en la
que viven. O en la que han decidido vivir. Para evitar conflictos y
contradicciones. Para evitar que a la inflexible realidad que supone que el
paso del tiempo nos vaya derrotando cada día, se le una además la insoportable
carga de un pasado con el que tener que rendir cuentas.
Mi memoria, la misma que olvida casi todos los sueños que mi
cerebro penosamente filma cada noche, la misma que decidió hace tiempo hacerme
un inútil para reconocer las caras de los que pasaron por mi vida, me ofrece como
contrapartida una capacidad extraordinaria para recordar con absoluta nitidez mi
pasado y el de aquellos con los que conviví. O, siendo justos, para regalarme
los detalles suficientes como para poder reconstruirlo de manera verosímil. Da
igual. En todo caso siempre siento que cabalgo a lomos de lo que hice o dije,
sin poder engañarme, aceptando las contradicciones, recordando las alegrías
tanto como las penurias, siendo incapaz de inventar ni añorar estadios
mitificados de esa infancia o esa adolescencia que parecen haber marcado a
fuego a mi generación, tal vez como contrapeso a las miserias de ese día a día
adulto tan cabrón, tan complicado, tan alejado de lo que una vez soñaron. La
memoria como herramienta nostálgica sólo sirve para hacer la derrota más
digerible, para constatar que el presente de tantos se ha convertido en un gris
perpetuo, que las responsabilidades adultas lo llenan todo y que sólo podemos
escapar adentrándonos en el recuerdo de lo que fuimos, de lo que ya no es, de
lo que tal vez nunca fue pero se resiste a desaparecer.
Durante años renegué de la memoria, de mi memoria, de mi
pasado, me cerré a todo lo que significara necesitar recordar ese ayer,
innecesario y paralizante. Luché por aprovechar el día, el momento, el intenso
presente que hacía de cada instante el más significativo, el más importante, el
que todo determinaba y respecto al cual todo debía girar. Creo que el modelo
aún me sirve y aún soy capaz de utilizarlo. Por ello casi nunca me encuentro
mirando hacia atrás, casi nunca me encuentro solazándome en la felicidad pasada
ni reconstruyendo ficticias arcadias perdidas, a pesar de la tentación que ello
supone, a pesar de comprender la enorme capacidad de atracción que ello posee. Aún así con los años he aprendido a soltar las riendas, a dejar fluir mi memoria, a
dejar que mi pasado retorne sin los condicionantes de entonces, sin que ello signifique
un problema, sin que suponga sumergirme en la niebla y perder el paso. Tal vez
sean los muertos que vuelven en sueños, tal vez sean los años que uno va
cumpliendo, tal vez sea la necesidad de no olvidar cuáles fueron los
fundamentos mediante los que me construí. Ni las personas junto a las que
caminé. Tal vez.
Tan importante como no permitir que la memoria te paralice es
no olvidar aquello sin lo que no te puedes explicar a ti mismo. Tan importante
como impedir que la nostalgia te destruya es recordar la importancia de los que
a tu lado estuvieron y sin los que jamás podrías entender quién eres hoy. Tan
importante como evitar que el pasado te marque indeleblemente es acordarse de
los primeros pasos mediante los que decidiste convertirte en la persona que hoy
eres. A pesar de todo. Y precisamente por eso.
Madrid, la tierra codiciada. La sede de la capital, el centro del poder, el núcleo del que todo se nutre. Poseer Madrid,
dominarlo, someterlo y convertir su gobierno en el modelo a utilizar en el
resto de los Reinos. Madrid es hoy el centro de una de las batallas soterradas
más brutales de los 17 Reinos. Las diferentes familias que se reparten el poder
en ellos desde hace décadas han decidido mostrar todas sus cartas y recurrir a
todo tipo de artimañas con el objetivo de posicionarse de manera ventajosa para
dar el golpe final y hacerse con El Desembarco del Rey patrio. Después de que
durante años La Casa
de la Gaviota
(“los carroñeros”) dominara con puño de hierro Madrid sin que se vislumbrase cambio
posible, la sorpresiva renuncia de la poderosa Esperanza Aguirre, “La Dama de Hojalata”, tras una serie de encontronazos con el actual jefe de la Casa,
Mariano Rajoy, “El Rey Plasmao”, incómoda por los corsés que su propia familia
le imponía y molesta por el fracaso de sus desmedidas ambiciones, ha desencadenado
un efecto dominó con consecuencias imprevisibles. Los carroñeros llevan más
de dos décadas controlando la alcaldía y la Comunidad en un sinergia
terrible para los derechos sociales ciudadanos, pero justo cuando tras años de
oscuridad parecían conseguir su resurrección a escala nacional gracias la
elección del cabecilla de la Casa,
Rajoy, como Rey de los 17 Reinos, la crisis en el que parecía su feudo
más seguro ha abierto una brecha importante en su seno. En este momento el
delfín de Aguirre, su chico de los recados, Ignacio González, “Áticus Man”, ha
heredado la Comunidad
sin que su nuevo liderazgo sea visto con agrado por los leales a Rajoy (al que
ya intentó una vez traicionar), mientras que la alcaldía, durante años en manos
de Gallardón (“Dos Caras”, íntimo enemigo de Aguirre), quedó tras su marcha en
manos de Ana Botella, “La Enchufá”, esposa de Aznar, “ El Rey Loco”, el que
fuera líder carismático de La
Casa de la
Gaviota, que la sacó de décadas de oscuridad para terminar abdicando
en un inseguroRajoy que ahora, traicionando la
memoria de su antiguo jefe, no ve nada claro que Botella sea capaz de sostener
la alcaldía. Por esa razón parece que desde su entorno han comenzado los movimientos
para hacerla caer y sustituirla por otra candidata para las siguientes
elecciones. Suena mucho para ese puesto Cristina Cifuentes, “La Rubia de Hielo”,
cuyo trabajo sucio desactivando la fuerza inicial de las mareas sociales mediante la represión y la
amenaza parece haberla colocado en una excelente posición dentro la Casa. Estos
movimientos han despertado la ira del viejo león. Aznar, ha contraatacado
dinamitando con discursos demagógicos las bases sociales que han de sostener en
el futuro a un Rajoy hoy día muy debilitado.
Mientras tanto, en la antaño poderosa Casa del Puño y la Flor (“los metaprogres”) los
sucesivos fracasos electorales, así como las mutuas recriminaciones han
generado un enfrentamiento total entre el actual regente de la casa, Alfredo
Rubalcaba, “El Caminante Blanco”, con Tomás Gómez, “El Espectro”, el verso
libre (que nadie lee) de la Casa,
actual líder de la familia en Madrid, que sigue sin darse cuenta de que pocos
se lo toman en serio, ya no dentro de su propia Casa, sino entre la propia
ciudadanía. En los últimos tiempos Gómez, viéndose acorralado dentro de su
propia familia, ha decidido pasar al contraataque y construir un artificioso
discurso de izquierdas con el que atacar sin disimulo a su líder, "El Caminante
Blanco", Rubalcaba, a pesar de no contar con ningún respaldo dentro de la Casa. Incapaz de
conseguir apoyos externos más allá de las fronteras madrileñas ha resuelto
reforzar su posición de puertas hacia dentro promoviendo el ascenso de unos de
sus hombres fuertes, Antonio Miguel Carmona, “La Marioneta” como posible
candidato a la alcaldía. Con este movimiento ataca directamente a Rubalcaba amenazando
la posición de uno de los más viejos y leales servidores de éste, Jaime Lissavetzky,
“El Insulso”, actual hombre fuerte de la Casa a nivel local. A nadie podría extrañar, por
tanto, conociendo la trayectoria de Rubalcaba y su extraordinaria habilidad
para transitar por las cloacas del poder sin mancharse, que finalmente él estuviese
detrás de la grabación hecha a Carmona en un mitin interno para miembros de la
propia Casa, en la que quedaba a los pies de los caballos al confesar que en las tertulias en las que participaba en la televisión iba, en ocasiones,“teledirigido” por otros miembros fuertes de la Casa para hablar de asuntos que desconocía.
Por otro lado nos encontramos con La
Casa Roja (“los trasnochaos”) cuya
federación madrileña sigue inmersa en otra de sus interminables disputas
internas, de esas que le sirven para impedir toda posible renovación
intelectual y generacional que pudiera permitirles que se abrieran a nuevos
caladeros de apoyos. Los jóvenes de izquierda asisten desolados y consternados a
la autodestrucción de una Casa que sigue en manos de los viejos y domesticados lobos,
Ángel Pérez y Gregorio Gordo, “Los Fósiles Vivientes”, que han colocado a un tipo del que
nadie sabe nada, Eddy Sánchez, “El Hombre de Paja”, como líder nominal de la Casa mientras refuerzan su
discurso conformista y anticuado, incapaces de abrirse a los movimientos sociales
que se están gestando en el Reino, mientras permiten que un tipo tan indeseable
como Miguel Reneses, “El Jeta”, continúe formando parte de sus estructuras de
poder.
Finalmente, en los últimos años, ha surgido con fuerza una
nueva familia, La Casa
del Todocentrismo Populista (“los trepadores”), liderada por Rosa Díez, “La Transformista Iluminada”, antigua aspirante a dirigir La Casa del Puño y la Flor que, tras fracasar en su
intento, ser desterrada y tratada como una apestada, rumió durante años su
venganza hasta que levantó, piedra a piedra, en torno a su carisma y a su discurso
populista, una nueva Casa aprovechándose del desencanto general de parte del
pueblo hacia las viejas familias. El rumor de que podría ser la propia líder de
“los trepadores” la que se presentase a la alcaldía madrileña ha puesto en
jaque la política de la capital de los 17 Reinos,ha enrarecido aún más el ambiente dentro de todas
las Casas y han empezado a escucharse en todas ellas ruidos de sables, previos
a la gran batalla que se avecina en 2015.
Todo puede suceder. La lucha entre las Casas promete ser
brutal pero la que previamente se ha desarrollar dentro de cada una de ellas
será fratricida. El miedo puede hacer que El Rey Plasmao decida finalmente prescindir
de La Enchufá para colocar a La Rubia de Hielo en un movimiento que
enloquecería aún más al Rey Loco. Mientras, El Caminante Blanco intentará
usar alguna de sus legendarias artimañas (si aún sigue regentando su Casa para
entonces) para denostar a La Marioneta y conseguir que El Espectro se autoinmole antes de llegar a las elecciones
para así imponer una vez más su criterio a los metaprogres, que se están
hundiendo sin remisión lastrados por su irrelevancia y la falta de discurso
propio. Los trasnochaos y los trepadores seguirán al acecho para recoger
los frutos del descontento general aunque los primeros aún sean incapaces de
decidir a quién presentarán y los segundos sueñen con que su jefa dé por fin el
paso adelante y se presente a la alcaldía para por fin catar el poder que
ansían.
Pero todos estos enfrentamientos se quedarán en nada si finalmente La Dama de Hojalata se decide a dar el zarpazo final a su propia familia y
apoyada por sus leales propone su candidatura (a la que ni El Rey Plasmao
podría negarse) a la alcaldía de la capital de los 17 Reinos… Aguirre en la
alcaldía y González en la comunidad… El sueño húmedo de ciertos periodistas de
la caverna... La Dama de Hojalata vería así como su modelo político, que siempre
dijo que se inspiraba en el liberalismo se parecería más, en realidad, al modelo implantado por el exKGB, Putin, en
Rusia. Todo el poder del Reino en sus manos, sin importar el puesto ocupado,
manejando todos los hilos, experimentado nuevas políticas privatizadoras, y tal vez, por fin, amenazando el liderazgo
del Rey Plasmao…
Hace un par de noches tuve el “placer” de asistir a un nuevo
episodio protagonizado por algunos de esos megatertulianos que recorren
incansablemente cada día las radios y televisiones españolas, iluminando al
mundo con su singular sapiencia y preparación. Desbordados por su propio
conocimiento e incapaces de contenerlo en los límites de sus cerebros, se ven
en la obligación de compartirlo con nosotros tratando sin ningún problema lo divino y lo humano, lo político
y lo social, lo económico y lo deportivo, lo cultural y lo científico. Saltando de un tema a otro con una facilidad pasmosa. Sin
jamás permitirse un atisbo de duda, un momento de debilidad, un segundo de
reflexión interior, de honestidad intelectual que les permita reconocer que hay
algunos asuntos que no pueden tratar, de los que no pueden opinar porque, simplemente,
no tienen ni puñetera idea. Pero hay que reconocer que es cuando aparece la
ciencia, cuando se ven obligados a hablar de asuntos con ramificaciones científicas,
cuando el chiringuito renacentista que tan dificultosamente intentan construir
se les derrumba sin compasión encima de sus cabezas. Cuando de improviso, a
traición, aparece en la tertulia algún tema de este tipo, se les nota que son
incapaces de cambiar la plantilla que usan para debatir los demás asuntos y se
precipitan al vacío sin posibilidad de salvación. Es, curiosamente, cuando
mejor podemos advertir su impostura habitual, sirviendo además de reflejo del deplorable
analfabetismo científico en el que vive inmersa nuestra sociedad.
Situémonos: estamos ya finalizando la tertulia de La Brújula, en Onda Cero, el
programa que dirige Carlos Alsina, que ha pedido opinión de un último asunto a
sus megatertulianos a cuenta de una propuesta del Ministerio de Sanidad para
que se multe a los padres cuyos hijos adolescentes tengan intoxicaciones
etílicas con cierta asiduidad. Después de haber arreglado la economía, la
política y la judicatura de nuestro país, nuestros chicos están crecidos y no
tienen duda alguna de que también pueden solucionar el problema del alcoholismo
juvenil. Ese problema que cada año “sorprende” a los españoles. Desde hace más
de veinte años.
Tras haber sentado las bases sobre cómo debe arreglarse este
problema para siempre, Carlos Alsina lee sobre la marcha un tuit o mail
enviado por una seguidora del programa que nos advierte sobre la (según ella) “moda
que se ha extendido entre los adolescentes” de emborracharse introduciéndose
tampones empapados en alcohol en su cuerpo… Alsina que, pudoroso, omite donde
se introducen estos tampones, no sólo lee el mensaje, no sólo no cuestiona la
información un segundo, no sólo no duda sobre la posible veracidad de lo
afirmado, sino que da la información por buena de inmediato, la convierte por
lo tanto en verdad mediática para sus miles de oyentes y le lanza el hueso a
sus chicos, que no vacilan en lanzarse sobre él, hambrientos, deseosos de dar
su opinión y de llegar a terribles conclusiones sobre la deriva social de un
imperio occidental en evidente decadencia.
Después de que Alsina abra la puerta advirtiendo de “la
moda” alcohólica juvenil actual, comienza el espectáculo. El hueso está en el
aire y la jauría se lanza a por él:
Megatertulianos (a coro): “sí, sí…”
Por supuesto, son
expertos, saben de todo, también de tampones, faltaría más, y sin son
mojados en vodka, especialistas, incluso…
Megatertuliano1: “es una moda desgraciada que, efectivamente.
[…] sirve para acelerar…"
Carlos Alsina: “…el efecto es inmediato, pasa directamente el
alcohol a la sangre…”
A ver, a ver, centrémonos, señores… ¿En serio saben de lo
que están hablando? ¿No han oído hablar nunca de las leyendas urbanas, de los
bulos que corren por la red? ¿Ni un vistazo rápido a informaciones serias como
ésta, de Magonia, que nieguen la realidad del fenómeno? ¿No se pueden
parar a plantearse un momento qué significa meterse un tampón con alcohol? ¿El
dolor inmediato que debe producir? Algunas personas lo han hecho, para experimentar y contar lo que se siente (algo no demasiado satisfactorio, claro). Otras han recurrido a algo tan antiguo como el método científico y han hecho un experimento que demuestra la dificultad que supone introducir ese tampón en ningún sitio una vez absorbido el alcohol. Pero la experiencia no
interesa cuando de lo que se trata es de construir noticias sensacionalistas
que alarmen a la sociedad. Molan más. La ciencia les aburre.
Megatertuliano2 (se da cuenta de que su compañero le está restando
protagonismo, sabe que debe intervenir rápidamente, diciendo lo que sea, lo
primero que le venga a la cabeza, rápido, rápido, alguna cosa que parezca inteligente,
un apunte con sello propio…): "¡¡Esto en el caso de la chicas!!"
Qué capacidad la del tipo. Los tampones, aunque sirvan para
emborracharse, deben ser sólo para las chicas… No parece poder
imaginarse que tal vez un chico también se lo puede meter por el ano en busca
de esa borrachera legendaria que están ellos mismos, los megatertulianos, divulgando (promocionando) sin base alguna. Tal vez pensarlo le genere
alguna molestia inasumible en público a través de las ondas… ¡¡¡Ayy!!!, los
tabús...
Megatertuliano1 (el tío la caza al vuelo… Al carajo el
tema que se está tratando, en el fondo se la suda, pero si el comentario de su
compadre sirve para atizar a las sociatas…): “…¡las jóvenas!...” (se ríe…).
Qué agudeza. Cuánta inteligencia. Qué fino sarcasmo…
Volvamos a los tampones…
Carlos Alsina sigue a lo suyo y empieza a meterse en un berenjenal
de cuidado: “…se introducen el tampón y la embriaguez es casi inmediata…”
¿¿¿Cómo??? Era de esperar, cuando uno no sabe de lo que
habla y no se informa termina diciendo tonterías… Al Introducirse tampones
impregnados en alcohol en la vagina o en el ano es cierto que ese alcohol pasaría más
rápido a la sangre que a través del aparato digestivo (como cuando se bebe), pero para embriagarte, para emborracharte,
necesitas la misma cantidad de alcohol de siempre. El hecho de que pase más
rápido a la sangre no significa que la concentración de alcohol en sangre vaya
a ser mayor. Y eso, megatertulianos, es lo que te provocará la borrachera…
Vamos, que el chico o chica que quiera disfrutar de semejante “fiesta
alcohólica” va a tener que introducirse un montón de tampones en su cuerpo para
llegar a la fase de la “exaltación de la amistad”… Si por el camino no acampa en el baño, claro, que es donde se va a pasar la mitad de la noche... Tampoco es cuestión de colocarse el tampón en público, ¿no?
Megatertulianos (a coro): “claro, claro… pasa a la sangre” (recordemos
que según ellos, eso provoca ya una borrachera
inmediata).
Megatertuliano2 (de fondo, casi inaudible, ha tenido una
ocurrencia y la quiere compartir): “…te metes el tampón en la nariz…"
Claro que sí, eso es rigor informativo y los demás son
tonterías… El tío ha descubierto que no será por el ano pero que él mismo, tal
vez, por la nariz, pueda conseguir un pedo interesante... Lo de que un tampón
le quepa a alguien en los orificios de la nariz… En fin, ya sería cuestión de que haya
existido un trabajo previo de zapa durante muchos años haciendo pellas en los
semáforos…
Carlos Alsina se crece y se le empieza a ir el asunto de las manos:
“...tu familia no te puede ver beber porque no has bebido…”
Lo cual parece razonable. Sería complicado que te viesen
beber (incluso agua) si no es porque realmente la bebes… Otra cosa es que se
refiera a que no te ven beber alcohol, pero teniendo en cuenta que
los adolescentes no suelen hacer los botellones en la calle de la casa de sus
padres, me parece a mí que el comentario se desmorona por sí mismo…
Carlos Alsina: “...puedes
hablar y no se te nota que estás bebida porque en el aliento no se te percibe...”
Joder. De lo mejor del corte. Están los tíos hablando de
conseguir una borrachera de leyenda “acelerada e inmediata” y no se le ocurre a
Alsina otra cosa que decir que la borrachera no se te notaría porque no te huele
el aliento. En serio, qué nivel. Me parece a mí que cuando estás borracho hay
otros muchos indicios que harían sospechar a cualquiera que llevas una encima
de cuidado… ¿De verdad que hace falta que alguien te huela el aliento para comprobar que estás
borracho?” Ufff... Tal vez los miembros de La brújula debieran ver este vídeo…
Carlos Alsina: “…esto tiene un riesgo elevadísimo…”
Y tanto que lo tiene, pero no por lo que él piensa.… El
riesgo es creerse estas historias sin reflexionar sobre el contexto científico
que debe sustentarlas. El riesgo es más bien similar a pensar que comiendo chirimoyas te vas a curar de un cáncer. El riesgo es caer en el pensamiento irracional, en el pensamiento mágico, mediante el que se termina creyendo que las cosas ocurren misteriosamente, sin que haya explicación, o asumiendo falsas explicaciones fruto de una pobre formación científica. En siglo XXI. El riesgo del tampodka es físico por las lesiones
que puede producir el alcohol en zonas muy sensibles del cuerpo humano. Lo
demás son tonterías. Lo que sucede es que tampoco parece que sea verdad su
historia, ni que sea una moda, ni que el fenómeno esté
extendido. De hecho la información que la oyente da al principio y que Alsina
reproduce sin contrastar (periodismo en estado puro), en relación a los casos
que los hospitales de Asturias han tratado, ha sido desmentida por el Servicio de Salud del Principado de Asturias
mediante un comunicado.
Megatertuliano1 (asevera, peloteando al jefe): “¡¡Elevadísimo!!...”
Jajaja… ¡Qué crack!
Megatertuliano1 (continúa): “…además es una aberración que suprime el posible
factor placentero que puede tener la bebida, que es degustarla... es directamente ir…”
Megatertuliano2 (ahí, al quite, golpeando a placer la
pelota que le ha dejado su compañero): "...¡¡¡Al coloque!!!..."
El surrealismo invade las ondas. Casi da pena que alguno no esté lo suficientemente lúcido para parafrasear a Tierno Galván: “el que no esté colocado, que se coloque (el tampón)... y al loro”. En todo caso, los apuntes del megatertuliano2 aportan siempre un punto de
intelectualidad abrumador.
Megatertuliano1 (empieza a forzarlo, desfallece, no sabe ya qué más
decir, los recursos se le agotan…): “…es la utilización del alcohol como droga
en estado puro”
No te jode. Y cuando nos dan barra libre en las bodas estamos
utilizando el alcohol como una infusión contra la ansiedad…
Carlos Alsina asiente, ya sin mucho entusiasmo… Está ya en otra cosa,
ahora toca pasar a las noticias más relevantes de la prensa del día siguiente.
La labor de servicio público ya está hecha. En minuto y medio han ayudado a
divulgar una falsa noticia sobre un fenómeno que no parece que se esté
produciendo en España y que, en todo caso, no se ajusta a ninguna de sus ideas
preconcebidas que ellos tienen en relación a cómo afectaría al cuerpo humano. Periodismo
de calidad. Periodismo al servicio ciudadano. Alarmismo barato sin base científica. Con dos cojones.
Llevamos ya muchos años asistiendo a discusiones viscerales
acerca de cómo podrá sobrevivir la prensa escrita tradicional, el periódico de
papel, al inevitable empuje de Internet, que ha (mal)acostumbrado a muchos
ciudadanos a acceder a una gran cantidad de información (ya sea relevante y de
calidad, ya sea anoréxica y por tanto sin valor) sin aparente coste alguno. A pesar
de lo que los dueños de los grandes emporios mediáticos suelen proclamar en sus
vacíos y ampulosos discursos acerca de la necesidad de pervivencia del periodismo
de pago, lo cierto es que desde hace años asistimos en España a un insoportable
deterioro de la calidad de los contenidos que nos ofrecen los grandes periódicos
tradicionales. Desde hace ya demasiado tiempo, y no sólo por la crisis y los
despidos, las grandes cabeceras parecen no querer retener ni dar importancia a
sus lectores más preparados, a los que siempre estuvieron dispuestos a pagar
por una información interesante y de calidad, más allá de las públicas ideologías
de los medios en cuestión. Inmersos en sus luchas de trincheras, preocupados
por la inmediatez de las ventas a corto plazo, ahogados por las deudas de sus
empresas matrices a estos periódicos se les ha olvidado, en el peor momento
para ellos, el valor añadido que supone construir noticias con cierta densidad
y bien documentadas. Y digo en el peor momento porque justo es en esta época,
gracias a Internet, cuando las informaciones que publican y los mensajes
ocultos que con ellas quieren transmitir son más fácilmente analizables. Cuando más sencillo es desvelar
la pobreza intelectual y la miseria de lo que tratan de hacer pasar por información
y tan san sólo es rancia ideología o defensa de las políticas de políticos
junto a los que han cavado profundas e interesadas trincheras. Hace poco Daniel
Ruiz escribía de manera muy acertada acerca de cómo pequeños medios, cuyo
negocio se desarrolla fundamentalmente en la red, estaban aportando aire fresco
al periodismo español a base de volver a dar importancia a los contenidos, utilizando
el medio pero no convirtiendo a éste en el protagonista. Si los periódicos de
papel no terminan de entender que ése es el único camino posible para
sobrevivir vamos a ver como mueren muchos de ellos en el inevitable tránsito
final a lo digital.
Hace un par de días, en El Mundo, en el periódico de papel, me encontré con
esta noticia (que no he conseguido encontrar en la web) firmada por Luis F.
Durán:
El Mundo dedicaba toda una página, una página completa, una
página sin publicidad, una de sus escasas 70 páginas (que ya vienen repletas de
anuncios y de información huera y sin valor) a una noticia que no es noticia, a
una información que de nada informa, a una construcción argumental delirante
sustentada en el más absoluto vacío a partir de unos datos estadísticos que decían
haber sido recopilados por el Gobierno de la Comunidad de Madrid. Los
que llevamos años leyendo periódicos, cualquier aficionado a la fotografía o
analista de del lenguaje periodístico, o simplemente alguien que no lea de
manera despistada el periódico puede comprender que esa noticia que no es
noticia, que esa información que de nada informa, está construida tan sólo como objeto propagandístico de la
Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid. Los
motivos por los que esto es así habría que preguntárselos a Pedro J. La mitad
de la página es ocupada por una enorme foto de la Consejera de Educación,
Lucía Figar, con una tiza en la mano, envarada, en una postura antinatural,
dentro de un aula (seguramente pública, de las que sólo ha pisado en los
últimos años, ya que nunca se educó en ellas), remarcando en la pizarra la “importancia”
de la ley de autoridad del profesorado, en un gesto que es reforzado por la potencia
de un titular simplificador, maniqueo y tramposo:
A más autoridad, menos castigos
Lo que el artículo pretende transmitir (el escaneo no es el
mejor y no se puede leer la noticia al completo) es que el supuesto descenso de la conflictividad
en las aulas madrileñas es debido única y exclusivamente a la insustancial e
irrelevante ley de autoridad del profesor, aprobada por la Comunidad de Madrid en
junio de 2010. Para alguien como yo, que lleva trabajando más seis años en el
ámbito de la educación pública madrileña, no puede haber mayor disparate que
esa correlación argumental que el artículo trata de imponer sin pruebas al
lector. La ley de autoridad del profesor no existe en los centros educativos. Ni
se respira, ni se siente, ni está presente en el día a día educativo. Cualquier
profesor de cualquier instituto madrileño podría confirmar esto a poco que se
hicieran las preguntas de manera adecuada (saber qué preguntar y cómo hacerlo,
no para obtener lo que uno quiere escuchar sino para que el entrevistado se
exprese, es clave para realizar un periodismo de calidad). Es una ley fantasma,
ni siquiera me atrevería a calificarla de errónea. Tan sólo puedo asegurar que es absolutamente
intrascendente en la labor de la gran mayoría de los profesores. Entiendo que
en algún caso puntual, gracias a la dichosa “presunción de veracidad”, haya podido servir para proteger a algún profesor denunciado (otra cosa
es que eso sea en sí mismo positivo), pero de ahí a hacerla responsable y causante
de la disminución de la conflictividad de la educación madrileña es
algo tan necio que uno jamás esperaría encontrárselo en las páginas de un periódico
supuestamente serio como El Mundo. O lo esperaría encontrar como argumento del
poder establecido, contrarrestado por un trabajo serio de investigación
periodístico que lo mande al basurero intelectual del que surgió.
Pero como lo lógico es que lo que se publica a página
completa en un diario tan importante como El Mundo no sea ni casual ni poco
reflexionado lo único que se puede considerar es que el diario ha decidido por
motivos espurios hacer de de gabinete de comunicación de la Consejeria de Educación
de Madrid, engañar a sus lectores y prostituirse de manera obscena para
permitir que Figar y su controvertida política educativa (que le ha hecho
enfrentarse a toda la comunidad educativa) encuentren una vía de escape, un
falso argumento en el que atrincherarse para promocionar entre los suyos que su
labor aporta efectos positivos a la educación. Efectos que, aunque no sean
reales, aunque sean objetivamente indemostrables, aunque tal vez puedan ser
debidos a otras causas completamente diferentes, puedan ser utilizados para
obtener una repercusión positiva en la opinión de los futuros votantes. Siempre
que haya un periódico de gran tirada dispuesto a utilizar sus páginas como
soporte publicitario institucional sin advertir de ello a sus lectores.
Investigando por la red, intentando descubrir el origen y
las repercusiones de una noticia como ésta, me sorprendió encontrar esta pieza
del telediario de Telemadrid. Utiliza los mismos datos, los mismos argumentos,
las mismas ideas. El mismo día. Información clonada de la publicada por El
Mundo, Sin matices ni controversias. Tan sólo enunciando el dogma, de manera
incuestionable. Casualidades.
Llevaba mucho tiempo sin acercarme a la cadena de televisión
pública madrileña. Los recortes, el puño de hierro con el que el PP madrileño
controla todo lo que allí se emite, la imposibilidad de reconocerme como
madrileño a través de sus ondas. Todo hace recordar casi con nostalgia el mismo
canal autonómico que conocí hace ya más de diez años. Al mismo tiempo, he de
reconocer que su increíble nivel de complacencia con el Gobierno madrileño nos
proporciona en este caso, de nuevo, una pieza periodística impagable. No sólo muestra
un nivel de sometimiento a dicho Gobierno bochornoso, sino que también muestra la
indigencia de recursos con los que cuenta hoy la cadena de televisión: la
pobreza del reportaje es lastimoso. La manipulación mediante la edición de lo
dicho por la profesora, la entrevista con el chaval para intentar refrendar una
idea preestablecida y el cierre final, apoteósico, con alusión al PSOE y a IU
como opositores a esta arcadia educativa que se nos presenta, en la que los
conflictos se han solucionado por la existencia de una ley mágica, son pruebas
irrefutables del catastrófico nivel que ha alcanzado la televisión autonómica.
Todo es tan lamentable, provoca tanta pena, tanto asco, que si no fuera porque lo
pagamos entre todos, sólo serviría para provocar unas risas.
No tengo datos suficientes que me confirmen si realmente la
conflictividad en las aulas madrileñas ha descendido o no. Mi experiencia me
dice que no, pero por supuesto ésta es limitada a unos pocos centros. No tengo
ni idea de si hoy los profesores están poniendo menos sanciones. Puedo
incluso asumir que esos datos presentados por la Consejería de educación a través de sus medios institucionales, El Mundo y Telemadrid, son reales.
Lo que no sería capaz, como ellos, es de establecer una teoría simple e
interesada de por qué estos hechos, si es que son verdad, se han producido. Podría
especular, claro, con una mayor base de verosimilitud que la presentada por estos
medios, que este descenso de la conflictividad contable podría ser debido por
un lado a las huelgas del curso pasado (que provocaron que los posibles
conflictos educativos pasaran a un segundo plano) y por otro lado a la mayor
presión a la que está sometido un profesorado al que, además de aumentarle las
horas lectivas, le han impuesto en muchos centros que sea él y no la jefatura
de estudios el que gestione los potenciales conflictos que se generen con los
alumnos, lo que significa una sobrecarga laboral inasumible para gran parte de
los profesores, que prefieren dejar pasar pequeños conflictos y provocaciones
de alumnos antes que tener que gestionar ellos mismos las consecuencias de
denunciar tales comportamientos. En todo caso, más allá de los datos y de las
especulaciones, es necesario trasladar a la opinión pública que es absolutamente
falso que la ley de autoridad del profesor haya significado alguna mejora en
el clima educativo. Y que noticias como la de El Mundo son una mera traslación
escrita de la voz política de sus amos, fruto del envilecimiento de un tipo de
periodismo institucionalizado y decadente que crece a la sombra del poder,
reflejo de un tipo de información anoréxico, que es dañino por inane. La expresión
más evidente del grave problema que acucia a un periodismo basura que no sólo
no informa, sino que desinforma a los ciudadanos por intereses ocultos.
El viernes por la tarde me encontré encima de un escenario siendo
inesperado protagonista de algo en lo que apenas pretendía ser secundario sin
frase. Un escenario algo destartalado, con recuerdos de viejas obras
anteriormente representadas, un escenario sin el aroma de los centros
educativos donde la élite suele llevar a sus cachorros, un escenario de
instituto público, una sala multiusos acogedora y sencilla donde un joven
director hacía de maestro de ceremonias en un humilde festejo de graduación de
los alumnos de Bachillerato del centro. Uno alumnos a los que en una gran
mayoría les había dado clases hacía ya dos años, dos cursos, cuando estaban en el
último año de la ESO. Fui el encargado de introducirles en las primeras nociones serias de
la Física y la Química y además, me hicieron tutor
de ellos. Todavía recuerdo el encargo con cierta angustia. 32 alumnos
conformaban aquel grupo de 4º ESO, una ratio imposible para intentar enseñar
con una mínima garantía de éxito. Y mucho menos para intentar ser un tutor
adecuado para ellos. Al final lo lograron, culminaron el año con éxito, fundamentalmente
gracias a su esfuerzo y sin las facilidades que debiera haberles puesto una
Administración educativa que sólo parece dedicada a poner trabas a la enseñanza
de todos, a la enseñanza pública. De los 32 alumnos, 31 de ellos consiguieron titular.
Recuerdo mi enorme satisfacción entonces por ello. Pocos saben el trabajo que
para un tutor supone llevar hacia delante un grupo tan numeroso como éste, con
tan diferentes perfiles, intentar estar ahí para todos, no sólo como el
profesor de una asignatura (que también) sino como una figura en la que puedan
confiar para apoyarse y confiar para impulsarse hacia el futuro. Con máxima
exigencia, viendo como algunos sufrían con mi asignatura, mientras yo mismo
relativizaba su importancia para que tuvieran una visión global sobre sus
estudios y sus posibles itinerarios y no sólo focalizaran todo a través de un
fracaso particular. Recuerdo con especial cariño las clases con aquel grupo, que
contaba con una serie de alumnos especialmente brillantes, con hambre,
dispuestos siempre a aprender algo nuevo y abrir nuevas vías desde las cuales
caminar hacia nuevos conocimientos. Y recuerdo con especial satisfacción que
todos los demás, en lugar de quejarse o asustarse,intentaban también llegar a las nuevas
complejidades planteadas, desde sus capacidades y sus limitaciones, pero
siempre con buen talante, tirando hacia delante. Sin rendirse y confiando en mi
criterio respecto a lo que les podía exigir. Fue un placer. Después terminó el
curso y con él crees que también finaliza la relación con esos alumnos. Sabes
por sus reacciones que todo ha marchado bien, por algunos comentarios de los
padres que éstos también están satisfechos con tu labor y en tu interior sabes
que lo has dado todo, que tal vez podías
haberlo hecho mejor pero que tu conciencia está tranquila, entiendes que el
esfuerzo tuvo resultados y que el trabajo ya está terminado. Y caminas en
dirección a otro centro. Con otros alumnos. Diferentes. Ni mejores ni peores.
Tan sólo diferentes. Y eso, a pesar de todo, a pesar de echar de menos
aprovechar los réditos del trabajo ya realizado, también estimula y provoca excitación.
Hace poco más de un mes recibí un email de uno de ellos,
uno de los mejores (y no hablo de notas) invitándome por sorpresa a su
graduación de Bachillerato. Dos años después. Curiosamente era la segunda vez
que me pasaba. Antes fue en otro instituto, en otro entorno, con otro grupo, completamente
diferente. Igual que la vez anterior me sentí halagado, sorprendido, contento y
orgulloso. Por la invitación, claro, pero sobre todo por el recuerdo. Eso es lo
importante, ahí está la clave. En que te recuerden con cariño. Al fin y al
cabo, durante un curso el tiempo pasa rápidamente, parece acelerarse y aunque creas
sentir que existe cierto feeling con tus alumnos no dejas de saber que ellos tienen
muchas asignaturas, muchos profesores y tú eres uno más, otro más de los que
entra por la puerta del aula para intentar enseñarles. O para demostrar tu
ignorancia al hacerlo. Mientras, ellos te evalúan. Les confirmé que intentaría
ir a su graduación. Me hacía ilusión estar presente. A a estas alturas ya
soy consciente que este acto tiene gran importancia para ellos.
De repente. Estaba al fondo de una sala repleta de
familiares, alumnos y profesores. El director entonces, sorpresivamente, apeló
directamente a nosotros: “antiguos profesores”, dijo, (no sabía quiénes éramos,
él no estaba en el centro por entonces), “antiguos profesores que estén
presentes y quieran participar de la entrega de diplomas a los alumnos”. Miro a
Luis. Primero sube él, profesor de inglés, que fue con ellos al viaje de fin de
la ESO, a Praga,
del que tienen excelentes recuerdos. Aplaudo. Me alegro por él. Entonces escucho
mi nombre en la sala, en boca de algunos de ellos: “Pepe, venga... ¡Pepe!…” Los que
me conocen saben lo reacio que soy a estas historias, lo que me cuesta
convertirme en protagonista de un acto como éste. Mi primer impulso fue negarme, claro, pero al
final… qué coño… sonreí, los miré y los recordé hacía ya dos años, sus gestos,
sus risas, sus sufrimientos, las horas compartidas…Subí al escenario, a ese escenario algo
destartalado, tan de instituto público…
Allí estaba, con mis vaqueros y mi camisa negra, rodeado de
trajes elegantes y corbatas, saludando y felicitando a chicos y chicas
emocionados, algunos llorosos, recibiendo besos, apretones de manos o intensos
abrazos de antiguos alumnos a los que mi memoria, de manera defensiva, había
ido dejando atrás. Me sentí, de repente,
el profe más orgulloso del mundo, mientras los saludaba, entre sonrisas
cómplices y abrazos espontáneos, mientras los aplaudía, mientras veía su
sincera emoción. Una emoción que ellos
habían decidido compartir conmigo. Chicos y chicas estupendos, cada uno con sus
particularidades, con sus capacidades, con su idiosincrasia, con sus ideas y
sus inquietudes. Reflejo de la sociedad en la que vivimos, sustancia de esa educación
pública en la que creo y por la que trabajo. Un motivo más para seguir en la
brecha, luchando. Y disfrutando.