Pues sí, parece mentira pero el domingo 13 de diciembre este
blog, Discursiones, cumplía diez añitos. Teniendo en cuenta que la constancia
nunca ha sido, desgraciadamente, mi mayor virtud, me siento muy contento y
satisfecho por haber llegado hasta aquí manteniendo con vida este proyecto.
Discursiones nacía allá por 2005 (explicando aquello de discursos y discusiones), como una prolongación natural de una serie de cuadernitos azules que me habían acompañado durante los años de carrera y en los que había escrito o bosquejado cuentos, pensamientos, ideas y emociones. Por entonces aun ni siquiera era profesor, apenas llevaba tres años viviendo en Madrid y tampoco tenía muy claro para qué me iba a servir aquello de un blog, ni cómo lo iba a usar, ni si alguien lo leería. Hoy, diez años después, tras casi 300 posts publicados, todavía sigo sin tener muy claro para qué sirve esto de un blog, cómo lo uso y tampoco si realmente se lee lo que escribo.
Discursiones nació en plena burbuja bloguera, cuando parecía extraño no conocer a alguien que en ese momento no estuviese empezando un blog o se plantease tenerlo. De aquella explosión inicial queda poco. Casi todos los blogs que empecé a leer con interés hace 10 años fueron cerrando o abandonándose. La burbuja bloguera explotó y las nuevas redes sociales, primero facebook, después twitter y finalmente toda la miríada de aplicaciones de móvil que permiten transmitir mensajes, fotografías y emociones, parecieron matar a los blogs. ¡El blog ha muerto!, clamaban lo agoreros cibernéticos. Cada año los gurús de turno matan "viejas" formas de comunicación en la red mientras que hacen como que descubren otras "nuevas" que vienen a sustituirlas. Es tan aburrido... Porque lo cierto es que ni aquellas mueren del todo ni estas son tan revolucionarias como pretenden parecer. Al final, todo esto de la web 2.0 trata sobre la necesidad de comunicación, sobre la posibilidad de expresarnos, de contarnos cosas los unos a los otros, por escrito, mediante imágenes, como sea... Y de mantener ese extraño punto de vanidad que supone pensar que a alguien le va a interesar lo que haces.
Desde que empecé mi aventura bloguera he leído o escuchado todo tipo de consejos (baratos) sobre cómo se debía escribir en los blogs, sobre cómo se debían construir los posts para que tu página tuviera muchas más visitas, para adecuar lo escrito a las supuestas expectativas del lector zombi y disperso de la web 2.0. Había que impactar, había que escribir con frases cortas, nada de grandes párrafos, nada de entradas demasiado largas, había que modificar el diseño del blog cada cierto tiempo para hacerlo más atractivo, terminar las entradas apelando a la opinión del lector, provocándole para que respondiera, intercalar texto con fotos y videos... Intenté en ocasiones poner en práctica alguno de estos consejos pero siempre me aburrió esa forma tan artificiosa de bloguear; con los años solo quedó intacta la esencia por la que abrí este blog: escribir. Expresarme por escrito. De lo que me interesara. Con la profundidad y la extensión que a mí me parecieran bien. Al fin y al cabo, para epatar, simplificar y trivializar ideas ya tenemos facebook y twitter, ¿por qué no dejar los blogs para otra cosa? Por no cumplir los preceptos blogueros no fui ni siquiera capaz de adecuarme al que decían que era el más importante: un blog debe ser temático, debe estar centrado en algún aspecto reconocible para el lector. Pues nada, lo dicho, incapaz. En Discursiones se han mezclado, como en propia vida, lo personal con lo político, lo social con mi trabajo, mi ideología con mis aficiones, mis lecturas económicas con las novelas escritas por amigos, la educación con el cine. Un totum revolutum, una extraña amalgama de ideas y emociones que yo mismo a veces no he sido capaz de desentrañar. Al final, como decía, lo único cierto es que lo que me lleva a seguir escribiendo y publicando es lo mismo que al principio: mis obsesiones particulares, mis miedos, mi rabia política. A veces, mi dolor.
Tal vez por todo esto le tengo tanto cariño a este blog. Porque, por un lado, expresar lo que pienso por escrito me ha ayudado a aclarar muchas ideas, a mejorar los argumentos de aquello que defiendo, a profundizar sobre lo que escribía porque sentía que me faltaban lecturas. Pero también, por otro lado, me ha servido como paño de lágrimas, como espacio de participación política, como una forma de presentarme al mundo menos comedida de lo que las convenciones sociales nos obligan en el día a día. Es cierto que nunca he escrito con la asiduidad que me hubiera gustado tener (algo que con los años va a peor), y que se cuentan por decenas los posts iniciados y nunca finalizados. Escribir no es algo sencillo para mí, me cuesta decidirme por estructuras, lenguaje y tipo de argumentación. Y me disperso con una mosca que pase. Pero eso ya no me angustia como al principio, ya he asumido que nunca podré escribir 50 entradas al año y he dejado de pretenderlo. Tal vez por eso ha dejado de rondarme la idea de cerrar el chiringuito y dejar este blog atrás. Hace un año pensaba que nada mejor que el décimo aniversario para cerrar Discursiones. Ahora ya no lo tengo tan claro. Ya lo iré viendo. De momento, esta ventana a mi vida y a mis ideas seguirá abierta. Y, por supuesto, esperando siempre que haya alguien por ahí al que le interese lo que escribo.