11 enero 2010

Perlas boloñesas 1

"El aprendizaje cooperativo […] es una pedagogía para la democracia que otorga el poder a los estudiantes y no tanto a una figura autoritaria (el profesor)"


Pinchar en la fotografía para verla de mayor tamaño


Extraído de un manual de formación de profesores
para el nuevo sistema universitario


En el segundo dibujo-esquema: "control emocional, aprender a negociar, aprender a perder"

Lo curioso del constructivismo pedagógico es que tras el mensaje primario que enaltece el conocimiento y el aprendizaje grupal y colaborativo, y critica la enseñanza clásica centrada en la autoridad (¿autoritaria? ¿Por qué la autoridad debe ser autoritaria?) del profesor para ceder el protagonismo a un pretendido dinamismo del alumno, no se empeña demasiado en ocultar "ese segundo nivel de trabajo": conductismo de manual para el disciplinamiento de individuos necesarios, adecuados y conformados al sistema socioeconómico vigente

29 diciembre 2009

Y la bola negra entró, majestuosa

Nunca sabe uno cómo va a salir, cuál será la secuencia emocional, cómo llevará uno eso de ser de nuevo parte de un mucho, un demasiado que desborda a través de un montón de horas de reencuentros, risas, copas y comidas. A veces. Sólo a veces sale bien, pasan los días y todo se sucede con una rapidez inusitada, con relevos que significan nuevas sensaciones, con cariños que se renuevan y con momentos que terminan siendo entrañables.

El AVE nos llevó hasta el peligro, con diligencia hacia el salvaje oeste, hasta la familia, la mía, la abandonada y lejana, comenzando así el tradicional tour de force, un viaje sin descanso, una conversación continua en la que uno tiene su rol, como siempre sucede en cada entorno, y en el que afortunadamente me siento cómodo siempre que sea durante un breve intervalo de tiempo. La noche se echaba ya sobre nosotros mientras un rover (o un audi, qué más da) me trasladaba a las montañas y aparecía por primera vez Bolonia. Siempre es positivo encontrar lugares de encuentro con quien encuentra difícil hacerlo pero está deseando conseguirlo, por lo que disecciono y critico el sistema con aquél que es encargado de implantarlo; la conversación fluye y me alegro por ello, la noche cae y ver a mi madre es como un rayo de luz, un premio inmerecido a mi inevitable y estudiada dejadez familiar, su tacto, su olor y su abrazo me reconfortan como cuando niño, y en ella echo el ancla que me mantendrá durante unos días cuerdo entre la vorágine navideña; al día siguiente su cumpleaños me descubre lo caótico que puede ser una comida familiar en la que los niños (mis sobrinos) tienen el mando, controlan los tiempos y determinan conversaciones, me gusta observarlos y al tiempo observar a los padres, sus actitudes, sus caras de hastío que se confunden con las de devoción, el nivel de implicación que conlleva la crianza debida a la cuál ya no parecen necesarios retos de otro tipo; el 24 despierta con un trasiego constante de personas por la que fuera mi casa y ahora es un lugar extraño en el que me siento desplazado y cómodo al mismo tiempo, y casi sin darnos cuenta la noche se hace presente, una noche especial que siempre me ha gustado, que siempre ha significado en mi vida, de la que guardo espectaculares recuerdos de todo tipo y que sólo a veces fichajes foráneos, ausencias de última hora o enfrentamientos innecesarios han fastidiado. Sé que suena raro, que no es políticamente correcto, que suele quedar mejor decir lo contrario, pero la verdad es que a mí me encanta la nochebuena, no sólo la cena que además este año fluyó con facilidad entre broncabrindis y olfateos de wifi, sino porque a medida que pasan las horas y las primeras copas, el lento desfilar hacia las camas va dejándome allí plantado como tantos años atrás, conversando entre silencios con Juanma y los siempre valiosos cómplices de cada año. Pero por lo que sea, al final, siempre es Juanma, como tantas veces, como cuando lo único con lo que nos podíamos emborrachar era con anís y la noche la llenábamos de alcohol azucarado y Qué bello es vivir, hablando de cine, literatura, política o familia, abriendo puertas, respetándolo, contradiciéndolo, escuchándolo o impidiéndole hablar hasta que mi padre despertaba y mientras yo huía hosco a la cama, lo dejaba a él pagando un inexplicable (por entonces) tributo familiar. El 25 siempre emerge en mi memoria, pues, entre vahídos de alcohol, y esta vez no fue diferente, las tinieblas se fueron despejando a base de jamón, lomo, nuevas conversaciones y nuevos fichajes que llegaron para degustar el cordero que por fin he descubierto, y echo otra vez de menos un ratito tranquilo con el survivor, pues tras pasar buenos ratos veraniegos charlando con él, el modelo familiar parece de nuevo interponerse, establecer nuevos tabiques y hacer que vuelva a aparecer esa extraña e incómoda sensación de conocer a alguien pero al tiempo no saber nada de él; la siesta me despierta y la tarde se abre solícita para marchar con algunas de mis personas más queridas hacia un billar revolucionario repleto de Jameson, tensiones, pullas y risas, que termina con una bola negra liberadora que me despierta de mi somnolencia etílica y me permite disfrutar de la pasión y el arrojo de la mujer con la que he decidido compartir mis mejores años, de su cara concentrada mientras con el taco golpea una bola blanca que al chocar con la negra de la manera adecuada nos proporciona una remontada épica, homérica, que nos permitirá vivir en una nube hasta que horas más tarde la ciudad del sol convertida en la del aire nos lleve la derrota trivial más dolorosa, en el ancestral enfrentamiento que, como con aquellos duelistas de película, lleva enfrentándome años a Migue; Migue, mi hermano pequeño, el Ale de Pablo, el único que comparte casi todas las llaves de mi propia vida, al que echo tanto de menos, mi confidente y amigo, o simplemente Migue; la noche se alarga de nuevo, esta vez con él, hasta más allá de las seis de la mañana en una conversación necesaria, divertida y borracha; el 26 por tanto me encuentra inicialmente destrozado, tras cuatro horas de sueño, pensando que no voy a dar más de mí pero siendo consciente que me falta la guinda, necesaria: demasiado tiempo sin ver a Danisev, demasiadas conversaciones telefónicas, demasiados mails sin vernos, sin tomarnos copas, sin celebrar su paso al profesorado, demasiado tiempo sin un contacto visual que se hace intrascendente en cuanto lo veo y los dos nos damos cuenta que la conexión se mantiene incólume, que el tiempo no pasa si la amistad se mantiene, y me hace enorme ilusión que me regale su ilegible tesis en la que sorprendentemente aparezco entre sus agradecimientos en nombre a unas discursiones que comenzaron hace ya más de trece años, al tiempo que conozco por fin a su encantadora novia y las horas pasan con rapidez hasta que una triste despedida me lleva volando hasta el 27, cuando después (por fin) de ser capaz de dormir una noche entera utilizo parte de la mañana para disfrutar de un pequeño gnomo rubio balbuciente que cuando me sonríe me arrebata el alma, y el resto me sirve para despedirme de las demás personas que conforman esta extraña familia mía, como tantas, a la que evidentemente sería incapaz de ver con asiduidad, pero que, también soy consciente, está inevitablemente impresa en mi ADN histórico y emocional.

Me monto en el AVE, Carol duerme, la miro, enciendo el Ipod y me deslizo feliz, a más de 200 Km/h, hacia mi verdadera vida, dejando atrás el pasado, dejando atrás una vida que no existe. Tan sólo dejando atrás.

16 diciembre 2009

Solidaridad occidental: concursa, gana y "vive una experiencia solidaria"

Hoy en 20 minutos

Vive una experiencia solidaria en Mali

Supersubmarina, Sidecars, Sidonie colaboran con Voces. (Imagen: ARCHIVO/VOCES)

  • Concursa con nosotros y podrás ganar un viaje de una semana de duración al país africano de la mano de la plataforma Voces.
  • Podrás visitar, junto a alguno de los artistas colaboradores con esta causa, los talleres que la ONG ha organizado allí este año.
  • Tienes hasta el próximo 21 de diciembre para contarnos en pocas palabras cómo crees que la cultura ayuda a combatir la pobreza.

Nada más adecuado que concursos de esta calaña para entender el tinglado de las ONG y de muchos de los que mediante ellas se dan intensos viajecitos solidarios. Poco más se puede añadir. Si acaso recomendar para no quedarse en el exabrupto que me provoca inevitablemente este tipo de noticias, la lectura de El espejismo humanitario, un libro fantástico escrito por quien fuera durante más de veinte años cooperante y que, sin ser capaz de renunciar a su pasado ni a su labor, considera necesario desenmascarar los putrefactos modos y actitudes solidarias de los "enviados especiales humanitarios" que mandamos al Tercer Mundo

Al final uno no puede más que sorprenderse estando de acuerdo con el espíritu del artículo de Dragó referido a los cooperantes españoles secuestrados, y que tanto revuelo ha armado.

Es que hay que joderse con el concurso: "Concursa y vente con tus artistas favoritos a hacerte unas fotos con un grupo de negros famélicos, para que puedas enseñarlas en tu Ipod en las reuniones de amigos, y poder así ser el centro de atención con el relato de tu aventura solidaria, intensa, trasformadora y diferente"

14 diciembre 2009

Perlas boloñesas: presentación

Sobre el constructivismo y su manoseado slogan: "aprender a aprender"

"El objetivo es configurar individuos “necesarios” a la nueva economía, moralmente adecuados con el orden establecido e instruidos en el manejo de las máquinas."

"La psicología constructivista se presenta como revolucionaria y rupturista con los métodos tradicionales de educación pero ideológicamente neutral. Este carácter ambiguo le permite vaciar los contenidos educativos de la tradición y abrazar las vacías leyes del mercado."

"El aprendizaje es definido como la interiorización de estructuras vacías, donde los conocimientos únicamente sirven para ilustrar los procedimientos."

"…al consolidarse como la única teoría válida sobre el aprendizaje,(el constructivismo) se presenta bajo el despotismo de una verdad científica y reconoce la posibilidad de aplicar las teorías constructivistas poniendo al alumno en contacto con una constelación de conceptos arbitrariamente privilegiados por la cultura establecida, o bien podemos proponer cuestiones socialmente relevantes, urgentes, críticas y alternativas."

"El constructivismo adolece de una profunda contradicción interna. Relativiza todo el conocimiento y, sin embargo pretende establecer sus teorías como verdades absolutas, aplicables a cualquier contexto y situación."

El aula desierta. Concha Fernández Martorell

Algunas lecturas de lo últimos tiempos me obligan a comenzar esta nueva sección. Las perlas boloñesas intentarán recoger el profundamente estúpido espíritu de las modernas tesis constructivistas de la educación, que llevan un par de décadas intentándose aplicar en Primaria y Secundaria, y que como un virus se extienden ahora a la Universidad mediante el Plan Bolonia, al tiempo que redoblan sus esfuerzos para conquistar definitivamente la Educación Secundaria mediante la implantación de las llamadas "competencias educativas" como método de evaluación, dejando de lado el conocimiento estricto de los contenidos como criterio final de dicha evaluación.

No todo es malo en estos nuevos métodos. En absoluto. Suponen en parte una renovación de anquilosadas estructuras de aprendizaje a las que les vendría muy bien una reflexión sobre su propia utilidad y su (calculada) pasividad. Lo que me parece un acierto de Fernández Martorell es señalar que el problema es la consolidación, aceptación y fomento general por parte de los poderes políticos y económicos, de que es “la única teoría válida de aprendizaje”. Aterra.

Estamos viviendo tiempos de cambio educativo con evidentes repercusiones sociales. La Escuela (para regocijo de muchos idiotas) pierde autonomía y la Universidad se somete a caprichos pedagogos sin prever las posibles consecuencias. Además “como decíamos ayer” más peligrosa que una mala ley es una ley inaplicable. Hay pues que ponerse en lo peor si pensamos entonces en la implantación de una mala ley inaplicable: el Plan Bolonia

En esta sección intentaré mostrar aspectos “curiosos” de los métodos, tesis o estudios que ciertos pedagogos con mucho tiempo y dinero público han “creado” para justificar su existencia y terminar de enloquecer el ya de por sí caótico y decadente mundo de la enseñanza

13 diciembre 2009

Provocando

El artículo lo firma Carlos Fernández Liria en Público. A pesar de todo, el único periódico generalista español donde podría aparecer este tipo de planteamientos. Eso merececría una reflexión. En este enlace se encuentra el artículo completo. Sus ideas sobre el fracaso de la LOGSE y su combativa propuesta de solución para la educación pública las extraigo aquí, para los más perezosos:

"Sin duda la LOGSE marcó la tendencia hacia la calamidad actual. Pero no por lo que se suele decir (aunque también). Sus defensores siguen argumentando que se trataba de una buena ley, pero que faltaron recursos para aplicarla. Como si ignoraran que no hay nada tan destructivo como una ley inaplicable. Las malas leyes acaban por acomodarse a la realidad produciendo efectos medianos. Las leyes que no se pueden aplicar, en cambio, destruyen lo que hay sin ofrecer nada a cambio. En esto, es indudable la responsabilidad de los pedagogos propagandistas que cantaron las alabanzas de la “cultura del aprendizaje” (frente a la de “la enseñanza”) y de las “metodologías personalizadas” en régimen de “tutorías” y “clases participativas”, porque no podían ser tan idiotas (como tampoco lo son hoy con el asunto de Bolonia, en el que repiten la jugada) de ignorar que estaban construyendo con humo."

"De todos modos, con el tiempo, la LOGSE habría acabado también por volverse razonable si el PSOE hubiera hecho lo que tenía que hacer: suprimir la enseñanza concertada"

"Habría, desde luego, una posibilidad de revertir la tendencia: que la ley obligara a todo cargo público a escolarizar a sus hijos en guarderías, colegios e institutos elegidos por sorteo entre, por ejemplo, los 25 más cercanos al domicilio". (las negritas son mías)

Sería una delicia contemplar esa posibilidad. Y lo peor: no se puede evitar pensar que si esta propuesta llegara a convertirse en realidad (en un universo paralelo, claro) la calidad de la educación pública comenzaría a aumentar de nuevo. Suena cínico pero es la pura realidad

29 noviembre 2009

Frente al positivismo y al relativismo

Es un tema sobre el que leo con avidez, aunque de manera espaciada, durante los últimos años. Me parece increíble, incluso preocupante y sintomático, que durante mis años de estudios científicos no me lo planteara jamás, más allá de alguna aproximación huera en conversación banal sin apoyo de lecturas ni reflexiones que lo pudiesen justificar. Desde hace mucho tiempo se produce una interesantísima discusión entre el ámbito puramente científico y el de la sociología sobre el verdadero papel de la ciencia, incluso sobre su rol social. Una lucha sin cuartel entre la idea de la ciencia como una verdad o un acercamiento veraz y justificado a la realidad, y la que plantea que, a pesar de sus evidentes consecuencias tecnológicas, la ambición de la ciencia por considerarse como verdad está absolutamente superada, y sólo debe y puede entenderse como uno más de los posibles relatos o ficciones acerca de una realidad natural siempre incognoscible al ser humano, cuya descripción está fuertemente condicionada por el paradigma cultural en el que se desarrolla la práctica científica. En las esquinas de este ring filosófico se encuentran boxeadores extremistas, que se miran con odio a los ojos dispuestos a aprovechar la más mínima debilidad o falla argumental del contrincante. En un lado la relatividad posmoderna, el escepticismo radical, y en el otro el rancio positivismo, la prepotencia científica, nostálgica del determinismo laplaciano.

Y yo deambulo confuso entre ambas trincheras. Y aunque leo y leo sobre el asunto, aunque dialogo con autores que me aportan nuevos razonamientos al tiempo que yo contribuyo con mis propias experiencias y mis estudios, termino siempre volviendo, invariablemente, a una nota a pie de página del libro que Sokal y Brickmont escribieran hace ya más de diez años, Imposturas intelectuales, que define con brevedad y concisión científica el planteamiento que vertebra mi opinión sobre el asunto.

…Los instrumentalistas querrán vindicar que no tenemos forma de saber si las entidades teoréticas “inobservables” existen realmente, o bien que su significado se define únicamente mediante cantidades mensurables; pero esto no implica que consideren estas entidades como “subjetivas”, en el sentido de que su significado esté sensiblemente influido por factores extracientíficos (como la personalidad de los científicos individuales o las características sociales del grupo al que pertenecen). De hecho, los instrumentalistas sencillamente considerarán nuestras teorías científicas como el modo más satisfactorio en que la mente humana, con sus limitaciones biológicas congénitas, es capaz de entender el mundo.

Creo que lo tengo claro. Creo que lo sé. Desde hace tiempo. Es lo que soy, lo que mejor define lo que pienso: soy un instrumentalista.

Y partir de ahí me queda todo un arsenal de textos con el que debatir con muchos autores y discutir conmigo mismo. Sigamos leyendo.

11 noviembre 2009

Otra voz silenciada. Otra coz a la libertad de opinión

Pues parece que la epidemia se extiende. El País ha decidido cargarse a una de las voces más críticas (de las pocas...¿la única?) que aún permanecían entre sus páginas. Le toca el turno a Enric González, que fuera corresponsal del periódico en algunas de las principales ciudades del mundo y al que le habían dado la oportunidad (¡qué error estratégico de Cebrián!) de compartir columna con (el ya repetitivo y demasiado cansino) Boyero. Él mismo lo anunciaba en su columna de ayer con la mala leche que le es habitual (la que hizo que ya le censuraran alguna columna hace unos meses):

"La dirección de este periódico considera que conviene aprovechar al máximo el espacio de papel, cada vez más escaso, y que estas líneas serán de mayor provecho si se dedican a la televisión en lugar de a peroratas más o menos excéntricas. Se me ha ofrecido volver a ser corresponsal en el extranjero, el empleo al que me he dedicado durante casi dos décadas, y he aceptado. Me largo a Jerusalén en enero. Alguna vez dije en este mismo espacio que no hay que preocuparse si desaparece del periódico alguna opinión, porque cada uno tiene ya la suya. Sigo pensándolo. Creo que hace más falta la información y, dentro de mis posibilidades, en el nuevo destino intentaré conseguirla, comprenderla, escribirla y publicarla."

Patada en los cojones, y fuera de la molesta sección de Opinión. Corresponsalía en Jerusalén y todos tan contentos. Es cierto que lo más digno en estos casos (visto desde fuera) es no admitir el cambio y despedirse de la empresa que te degrada. Pero tampoco pidamos a los demás que se conviertan en héroes para que sean nuestras referencias un par de semanas. Cuando ya ni pensemos en ellos, esta gente tiene que seguir comiendo y pagando una hipoteca. Es demasiado complicado ser coherente e íntegro en estos tiempos que corren. Pero no deja de ser triste.

En una cosa se equivoca Enric. Se equivoca cuando dice que en estos momentos hace falta más información que opinión, y que por ello nadie debe sufrir su ausencia. Eso puede ser verdad en general, pero no en su caso particular. En su caso era más necesario para los lectores opinando, argumentando y exponiendo su punto de vista, su visión del mundo, que enviando crónicas desde Oriente Medio. El envío a Jerusalén no parece casual. Es un lugar alejado, donde va a molestar poco y donde su forma de ver el mundo va a adecuarse como anillo al dedo a los intereses estratégicos de la empresa que le paga: que les dé caña a los judíos y se apiade de lo pobres palestinos para regocijo de los pijoprogres sociatas.

¿Por qué no lo mandarían a Venezuela?

¿Quién será el siguiente? ¿En qué medio? Se admiten apuestas.

05 noviembre 2009

Sobre el despido de Reig y la deriva de Público

Hasta el martes no noté que habían echado a Rafael Reig de Público. Cuando abrí el periódico y busqué su Carta con respuesta no la encontré, y en su lugar Isaac Rosa (un tío cuyas columnas en general me interesan) trataba torpemente de salvar la dignidad del la empresa que le paga con una columna deplorable donde empezaba hablando del sexo de los ángeles para terminar, con un último párrafo antológico (modo irónico), enfangándose hasta los tobillos aludiendo a la libertad de opinión de los columnistas del periódico, justo cuando acaban de despedir (dejémonos de eufemismos) a un compañero precisamente por darle más cera de la cuenta a los sociatas de lo que Roures se puede permitir.

Yo fui de los que me alegré de la llegada de Público. Desde el principio lo he comprado con asiduidad alternándolo o compaginándolo con El Mundo y El País. Defiendo y defenderé siempre que era un periódico que aportaba un soplo de aire fresco en la encorsetada y conservadora prensa española: un director de la generación mileurista (Nacho Escolar) un puñado de nuevas y viejas firmas que aportaban una voz global diferente (Reig, Rosa, Orejudo, Fabretti, Lozano...), nuevos espacios de opinión de fondo (hasta ahora reservados siempre en la prensa española a tesis liberales o conservadoramente socialistas) donde voces de la izquierda podían aportar su visión (Vicenç Navarro, Pascual Serrano, Carlos París...), un enfoque diferente de la sección de Cultura gracias a Peio H. Riaño (que todavía sobrevive, ya veremos cuánto tiempo), las mejores páginas de Ciencia de los diarios generalistas españoles (¡qué poco se ha apreciado esto en este país!) y una mirada nueva al panorama de noticias diarias, otorgando espacio a noticias que hasta ahora sólo aparecían en prensa alternativa. Todo ello, por supuesto, vertebrado por un apoyo editorial descarado a Zapatero que, al fin y al cabo, era el que había permitido a Roures montar todo su tinglado mediático en sólo cuatro o cinco años. Ése era el periódico que nació hace dos años. Un proyecto interesante, sin lugar a dudas. Al menos para mí.

Pero en menos de dos años se han cargado toda la ilusión que generaba y el periódico ha ido deslizándose sin remedio hacia posiciones periodísticas más clásicas, menos arriesgadas, intentando posicionarse como alternativa de El País, intentando quitarle parte de su nicho de lectores desencantados que no soportan la deriva sin solución de senil diario de PRISA (algo por otra parte complicado porque para eso viejos lectores prisaicos desencantados el formato y estilo de Público no es demasiado atractivo: demasiado fragmentario, demasiado poco compacto y su lectura no otorga ninguna relevancia social). Primero fue la llegada de Ekaizer (vaya personaje), la salida de Juan Pedro Valentín, el despido de Nacho Escolar como director (que de manera patética y sin un atisbo de dignidad se quedó "intentando" hacer de columnista en el periódico que hasta ayer dirigía, mientras ejerce de tonto útil en las tertulias de Intereconomía), la llegada del un perro viejo rebotado de las huestes prisaicas para dirigir el periódico (Félix Monteira), la desgraciada muerte de Javier Ortiz, ahora el despido de Reig, la permanencia y relevancia de tipos como Manuel Saco o Joan Garí que no hay por donde cogerlos, la llegada de (cuasi)adolescentes a esa sección de Opinión que han negado a Reig...

Demasiados movimientos, demasiados cambios de rumbo, demasiado evidente el planteamiento comercial... Y encima para nada. Porque desde su arranque (espectacular para los tiempos que corren) y tras alcanzar una tirada de 70000 ejemplares (todavía con Escolar) apenas han mejorado esa marca mientras echan por tierra la posibilidad de que nuevos lectores jóvenes se enganchen a su proyecto. No sé, me parece a mí que Roures y compañía no tienen muy claro que la única posibilidad de pervivencia de Público pasaba por lo que pregonaron al principio que querían hacer: enganchar a jóvenes veintañeros y treintañeros que no compraban prensa y que no se sentían identificados con las viejas formas de hacer periodismo. Pero si lo que buscan es lectores de más de 40 que abandonen El País para refugiarse dulcemente en un proyecto progubernamental, conservadoramente socialista y que dé caña continua a los Aguirre, Gallardón, Camps y Rajoy de turno (mientras oculta las inmundicias socialistas), tengo la sensación de que se van a dar un bacatazo brutal. Porque a estos lectores no los van a conseguir nunca.

03 noviembre 2009

Deathbook

A principios de año especulaba yo con la idea de una línea de comunicación con los muertos a cuenta de unas nuevas esquelas de El Mundo donde se podían mandar las condolencias vía sms. Nunca debí hacerlo. Tan sólo tenía que esperar porque, con las nuevas tecnologías, la realidad termina siempre superando cualquier pensamiento más ridículo. El hombre de la sociedad occidental capitalista del siglo XXI en un tarado enfermizo con unas ínfulas constantes de trascender una vida, la suya, demasiado convencional. Y tiene los medios tecnológicos para creer que lo puede conseguir.

Este fin de semana mientras leía en el EPS (esa cosa aburrida y sin alma que ejerce de Semanal de El País y que ahora tienen que promocionar artistas, periodistas o escritores para intentar reflotarla) no me terminaba de creer lo que iba leyendo; pero a medida que leía y leía el reportaje no podía más que imaginar las siniestras posibilidades que el nuevo invento podía llegar a tener. El asunto no es otro que la nueva posibilidad de contratar un servicio de mensajería desde los infiernos (o los cielos, nunca sabe uno) para que una vez que la espiches puedas seguir molestando y dando por saco al personal que se ha quedado en la Tierra, que descansa mientras te echa nostálgicamente de menos y que aprende a vivir sin ti… ¿Vivir sin ti? ¿Y por qué tu ego tiene que sufrir el penoso tránsito de verte desparecer sólo porque seas tan idiota de morirte? ¿Por qué va tolerar la posibilidad de que cuando ya no estés todo en el fondo seguirá igual, que el mundo continuará girando y que tu importancia era menor de lo que te gustaría pensar?

Pues para solucionar estos conflictos irresolubles que al parecer deben dejar sin dormir a mucha gente, han aparecido empresas en Internet que se dedican a guardar tus mensajes, fotos, vídeos y demás morralla personal que la gente acumula o crea para que, una vez que estés muerto, les llegue vía email a aquellos que tú hayas elegido en las fechas indicadas… ¿De verdad a la gente le parece bien morirse y no dejar en paz a los vivos para que puedan rehacer sus vidas? ¿Es normal que año tras año o mes tras mes (hay gente para todo, con mucho tiempo libre en vida) abras el correo y tengas un mensaje de tu muerto recordando lo mucho que te quería o lo feliz que ha sido contigo? ¿O controlando tu vida desde el amor y el chantaje emocional?... No sé como lo veis, pero a mí todo esto me despide un olor nauseabundo a egoísmo desmedido: al final antes de morirte solucionas un doble problema que tú solito te has creado: la necesidad de trascendencia ( y claro, como muy pocos son los elegidos que además de lo del árbol y la familia terminan escribiendo un libro, esta necesidad se está convirtiendo en un monstruo en nuestra sociedad de escaparate continuo) y la indecente necesidad de “ser sinceros”, eso sí, cuando la cosa ya no te puede afectar demasiado (al fin y al cabo ya estás muerto... que se jodan los demás…).

Por supuesto que algunos recordarán en este momento algunos bodrios sentimentales con buenas intenciones (como aquella película de Coixet que a tanta gente entusiasma… ¿por qué?) donde una madre deja grabados emocionantes (¿babosos?) mensajes a sus hijos para ir felicitándolos por cada uno de los cumpleaños que no podrá compartir con ellos; pero a mí me gustaría señalar que la vida real nunca es como una película, y al final este nuevo método de espiritismo virtual supondrá seguramente nuevos sobresaltos en la vida de la gente, por ejemplo cuando los muertos se atrevan a contarles lo que nunca se atrevieron a confesar en vida. Por no hablar del caos mental final que puede tener alguno que sobreviva demasiados años: puede terminar teniendo una bandeja de correo electrónico repleta de mensajes de muertos con mucho tiempo libre. Imaginaos tener que responder emocionalmente a semejante correspondencia.

No puedo dejar de señalar una solución que por sencilla nadie se planteará: siempre se puede no leer (o no escuchar o no ver) aquello que te envían desde ultratumba pero, no nos engañemos, ¿alguien se cree que podremos hacerlo?… ¿Conocéis a mucha gente que no conteste a cualquier pitido del móvil sin ni siquiera mirar quién lo llama o notar si es conveniente o no descolgar el teléfono en ese momento?

19 octubre 2009

Historias de fútbol (2)

El bar se está vaciando semana a semana. Los nuevos modos de vender el fútbol, además de generar una cruenta guerra entre los poderes mediáticos de la ¿izquierda?, están provocando daños colaterales con los que yo no contaba. Era sábado por la noche, y aún llegando tarde me pude hacer un hueco en la semidesierta barra a tiempo de ver los dos primeros goles de Raúl. A mi alrededor, un par de vejetes miraban en silencio catatónico el partido sin hacer ningún movimiento, tan erguidos en sus taburetes como momias egipcias que no tengo claro si hubieran reaccionado en el caso que de repente el camarero hubiera cambiado de canal y hubiera conectado con otro partido de alguna liga exótica; el silencio envolvía extrañamente el lugar y ni uno sólo de los parroquianos habituales de mi lado de la barra estaban presentes. Los bares no se adaptan a las nuevas ventanas del fútbol, el camarero comentaba amargamente a otro cliente que, entre que no podían dar todos los partidos del Madrid porque sólo disponían de Digital Plus y que a la gente le resultaba más barato quedarse en casa contratando los nuevos paquetes futboleros, este año el ambiente sobrecargado, ahumado y bullicioso del garito a la hora del partido estaba transformándose en algo más parecido a una reunión de monjas de clausura. Mientras lo escuchaba, pensé con cierta tristeza que yo mismo estaba cercano a la deserción y que sólo la imposibilidad de comprar aparatos de TDT de pago, por no estar disponibles en el mercado, hacía que siguiera ahumándome otro fin de semana más.

Llegó el descanso y con él me pedí mi whisky. Abrí mi revista y me dispuse a leer un rato mientras el local se iba llenando con una clientela que no era la habitual, con vestimentas extrañas al lugar, pequeños detalles que desentonaban en aquella tasca fronteriza entre Lavapiés y La Latina. Matrimonios con varios hijos, todos muy arreglados, que pedían con afectada educación sus consumiciones y procuraban situarse de manera que no tuvieran que mezclarse con la fauna autóctona. Al minuto comprendí que debían ser los últimos vestigios dispersos de la marcha contra el aborto que había reunido a más de dos millones de personas esa tarde en las calles de Madrid (ese mismo tipo de cálculo explicaría que, en ese momento, más de cincuenta mil personas nos tomábamos una copa en ese bar. Tirando por lo bajo, vaya). De repente, una mano me agarró fuertemente del hombro haciéndome girar. Allí estaba el gitano del que ya había hablado en alguna otra ocasión: con su porte distinguido, elegante, elevándose por encima de los demás, sonriéndome levemente mientras me alargaba la mano para estrechar la mía con fuerza inusitada. Llegaba tarde, un tanto desorientado por las nuevas reglas televisivas que hacían que perdiera las referencias, y creyendo que esta vez tampoco ponían el partido en el bar. Durante un segundo mis habituales alarmas saltaron: esta vez no me podía escapar, ninguno de sus contertulios habituales estaban allí para que su atención se desviara y yo pudiera continuar con esa extraña misantropía mía, que hace que me interesen tanto las actividades y actitudes de los seres humanos cuando están en reunión como tan poco interaccionar con ellos creando lazos que siempre, posteriormente, terminan siéndome molestos. Esta vez la salvación educada era imposible. Mis viejas defensas estaban alzadas, todas las alarmas encendidas y a punto estaba de cometer un desaire borde de los míos a quién desde luego no lo merecía. Entonces me relajé (debe ser la edad), aparté a un lado todas mis manías, dejé la revista en la barra y le pregunté dócilmente cómo estaba. No hacía falta más, era la señal que él esperaba y no la desaprovechó: se acercó más a mí y comenzamos a hablar. Era un personaje particular, extraño, con cierto halo romántico, que evidentemente ocultaba algo que estaba a punto de contarme a nada que lo dejara hablar. Por una vez cambié mi rol habitual, abandoné mi posición de conversador monologuista, adopté un posición secundaria en la charla y lo dejé hablar, dejé que su historia, por fin, después de varios años, me fuera contada.

De manera pausada, controlando a duras penas el orgullo que sentía por su trayectoria, por su vida, me contó, primero, de la familia de la que provenía, una familia que respiraba flamenco por los cuatro costados. Era hijo y hermano de cantantes de cierta fama, era tío de una chica joven y televisiva también perteneciente al mundo del espectáculo y la canción cuya foto de su boda, manoseada y desgastada (seguro que de tanto mostrarla para presumir), me enseñó con orgullo para demostrarlo y él mismo era todavía cantante en activo (“te voy a traer un CD mío que grabé, para que lo pongas en el coche, verás que bonito”, me decía); me contó también de sus andanzas en los ochenta por Japón, por Italia, por países lejanos que se apasionaban con su arte, de las fiestas, de las hermosas mujeres que había conocido y besado, de su interés por las cosas, por esas otras culturas que había conocido: “yo soy un gitano culto (me decía con gravedad), me gusta respetar a los demás, y soy culto no porque haya leído mucho, sino porque he vivido esas cosas yo mismo, como le decía a algunos novelistas con los que he hablado: lo que tú escribes, yo lo he vivido”. Mientras hablaba despacio, relajado, bebiendo pequeños sorbos de la coca cola que había pedido y me iba desplazando lentamente de mi posición de privilegio para quedarse él (con todo merecimiento) con ella, yo lo miraba, observaba los surcos de su cara, las arrugas bajo sus ojos, su ropa avejentada pero elegante, y notaba su temblor, un temblor preludio de la devastación final, un temblor incontrolable que sólo ahora entendía que siempre intentaba encubrir adoptando posturas con las que encerraba a su propio cuerpo, con los brazos cruzados fuertemente sobre el pecho, pero que ahora que se explayaba, feliz y satisfecho, olvidaba por momentos esconder, hasta que lo recordaba y obligaba a su mano a apoyarse fuertemente en la barra para contener lo incontenible, y microgestos nerviosos mapeaban su cara provocando leves movimientos en la superficie de su piel.

El partido comenzó de nuevo y la atención de ambos en la conversación fue decayendo. Su interés, de nuevo, se concentró en su Madrí y su emoción, el fútbol. Uno diez minutos después un chaval joven, que no llegaba a la treintena, entró en el bar y se puso a su lado. Vestía de punta en blanco, muy arreglado, y se le veía, desde que entró a saludar, con enormes ganas de marcharse para comenzar su noche. Tras unos minutos de conversación intrascendente sobre el partido con el gitano, se despidió rápidamente y volvió a dejarnos solos. Al momento se me acercó, y hablando en voz baja, confidencialmente, me comentó que era su hijo: “muy buen chico, trabaja en El Corte Inglés”, sentenció. Sonreí y el silencio volvió a unirnos.

Un rato más tarde, al final del partido, nos despedimos con prisas con otro fuerte apretón de manos. Mientras andaba hacia casa no podía dejar de pensar otra vez que pronto yo también desertaría y dejaría de ir a ese bar. Y lo veía entrar a él, de nuevo solo, en el bar, oteando, buscando caras conocidas, sus anclas futboleras, sin reconocer a nadie pero sin preocuparse por ello, acercándose a algún tipo nuevo de la barra, presentándose, quitándole educadamente el sitio, charlando sobre su vida, mostrando aquella foto. Una vez más.