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24 febrero 2013

Cuando el destino nos alcance (3 de 3)


¿Y entonces? ¿Cuál es el camino? ¿Es posible una revolución? No lo sé, no lo creo, no existe ese Paul Atreides, ese líder de masas que venga a cambiar nuestro mundo, ni creo en la posibilidad de que la masa se convierta en la multitud inteligente que defendieron Negri y Hardt, pero cada día vivo con más rabia la estafa social en la que vivimos y cuyas consecuencias nos quieren hacer tragar, cada día me siento más incapaz de prever salidas justas y viables al drama social en el que andamos inmersos, cada día siento crecer el cinismo en mi interior, la desesperanza, el desencanto, también un cabreo infinito que me revuelve el estómago y me quema la garganta. Incapaz de desconectar pero hasta los cojones de no encontrar la manera de parar todo esto. Aquí de lo que se trata es de si cuando acabe todo esto (si conseguimos que acabe) tendremos un presente y un futuro común o será un sálvese quien pueda, egoísta, insolidario, consustancial al ciego neoliberalismo, totalitario y seductor, que nos ha arrastrado por el fango, que nos ha hundido, que nos ha llevado hasta esta situación. Si dejaremos de creer en la posibilidad de una solución común y colectiva y dedicaremos todos nuestros esfuerzos, como el burro tras la zanahoria, o como los esclavos encima de las bicicletas estáticas de Black Mirror, a correr y correr dentro de un despiadado sistema competitivo en el que la victoria para casi nadie es posible pero todos creen que igual ellos podrán alcanzarla. Si cada uno de nosotros viviremos aislados creyéndonos la ficción, pensando que el problema está en los otros, en su pereza o incapacidad, pero no en nosotros que somos competitivos, adaptables, trabajadores y dinámicos. Mientras todo marche sin problemas, claro, mientras te mantengas en la cima, mientras seas joven, mientras no te alcancen los imponderables que jamás creíste ni te planteaste que te podrían afectar: las enfermedades, los despidos, el propio paso del tiempo… Todo lo que finalmente hará que seas un desecho social, maquinaria prescindible, inútil para una sociedad hierática que no atenderá más que a tu cuenta de resultados inmediatos, una sociedad que científicamente justificará tu exclusión. En el fondo muchos de los que hoy se indignan, se manifiestan, cuestionan el sistema y afean la conducta a políticos y banqueros no dudarían un segundo en tomarse la pastilla azul de Morfeo para reintroducirse en Matrix, en la España de hace seis o siete años, en el Occidente de principios de siglo XXI, en el que marchaba de burbuja en burbuja hasta el estallido final. No darse cuenta de este hecho es no entender la sociedad en la que vivimos, no aceptar la odiosa realidad que nos rodea, dejar que el ruido social que nos envuelve nos engañe y nos lleve a pensar que por fin los ciudadanos han tomado conciencia de su poder y de su importancia. Desgraciadamente muchos de los que creen en la necesidad  de una salida desde la izquierda a la crisis social y económica que padecemos obvian que a una gran parte de la sociedad no le jode que nos estafen sino que ellos no puedan llevarse su parte (pequeña) del pastel, como antaño hicieron.

La solución realista, revolucionaria al tiempo que la única pragmática, increíble al tiempo que la única posible, complicada, casi imposible, pasa por hacerse con el poder las instituciones, por cambiar el sistema desde dentro, sin destruirlo, aceptando las miserias y bondades del capitalismo pero controlando sus excesos por el bien de la mayoría, limitando la libertad individual del ciudadano medio mientras se permite el enriquecimiento inmoral de unos pocos privilegiados. Es lo que hay. Asumamos el relativismo moral posmoderno. No es viable soñar con alcanzar hoy ningún objetivo totalitario. Hay que domar al capitalismo, embridarlo, pero parece imposible destruirlo, incluso nadie parece creer que hacerlo sea finalmente positivo. La clave está en aceptar la tesis del decrecimiento, entendiendo esto como dejar de pretender un crecimiento económico exponencial y suicida, que amenaza no sólo a la sostenibilidad del planeta sino a la propia existencia del ser humano, y buscar el desarrollo de un capitalismo más pausado, regulado, intervenido y dirigido con el que no se amenace continuamente al trabajador y en el que el ciudadano acepte la imposibilidad de alcanzar cotas de lujo innecesario en su vidas. Hemos de asumir que la solución también pasa por disfrutar de la vida de manera diferente, alejándonos del ideal consumista capitalista que ha colonizado nuestros subconscientes y nos lleva a un consumismo irracional en cuanto disponemos de una hora de libertad laboral o unos días de vacaciones. Y recordar que no puede ser lo normal, lo lógico, lo aceptable en una sociedad desarrollada, alquilar la mayor parte de tu vida al mercado laboral para ganar un dinero que apenas sirve para sobrevivir. O cambiamos los ideales vitales y las expectativas de vida o seguiremos estando completa y absolutamente jodidos. Para que todos podamos alcanzar un nivel aceptable de bienestar, para dar cabida a toda la población activa en los mercados laborales, para dejar de trabajar y vivir con miedo permanente y sin posibilidad de negociación con las empresas, todo pasa por entender que debemos trabajar menos horas, cobrar sueldos más bajos y encontrar incentivos diferentes al consumismo para nuestro mayor tiempo de ocio. Por supuesto, para nuestra protección, por el bien de la equidad y la justicia social, el Estado debe proveer y gestionar directamente, sin intermediarios y de manera responsable la educación y la sanidad, además de controlar sin pudor los mercados inmobiliario y energético para moderar su coste y asegurarse de que toda la población pueda disponer siempre de una vivienda digna donde refugiarse, más allá de los vaivenes que la vida siempre depara.

No existen soluciones mágicas, no vamos a participar de una catarsis social por más que muchos la deseemos, hace años que sabemos que no vamos a cambiar el mundo pero sí estamos frente a un cruce de caminos que nos obliga a elegir una dirección u otra para tratar de salir como sea de este cenagal. Y dependiendo de lo que elijamos, dependiendo de la fuerza que tengamos para impedir que sean los otros, los de siempre los que decidan por nosotros en su propio beneficio, dependiendo de nuestra capacidad de organización para defender nuestros espacios sociales y nuestros derechos tendremos un tipo de sociedad u otro, construiremos un futuro u otro y viviremos más o menos libremente o como esclavos del capital.

23 febrero 2013

Lo que la crisis se llevó (2 de 3)


Pero la virulencia de nuestra crisis, el desfalco al que estamos siendo sometidos los españoles, la revelación de que nunca vivimos realmente en democracia y que nuestro régimen era tan autoritario y tan ajeno a los designios del pueblo como siempre fue en sus diversas mutaciones históricas, no debe hacernos perder la perspectiva global, los efectos colaterales (positivos) no buscados pero evidentes que este sistema ha producido en su loca carrera hacia el máximo beneficio, inmoral e inmediato. Las deslocalizaciones industriales (que no sólo afectan a Europa sino también a EEUU, que ve como cada día la que fuera su gloriosa industria nacional se desmantela, se trocea y se desplaza a los países asiáticos, sin sindicatos y casi sin impuestos) y los flujos de capital sin control han permitido que algunos de esos países manufactureros y agrícolas que parecían condenados a ser eternamente “países en vías de desarrollo” (aquello que estudiábamos de pequeños, como si fuera un mantra) sueñen por fin con la posibilidad real de convertirse en países desarrollados y con la llegada un futuro con más derechos sociales para sus ciudadanos. En lo últimos veinte o treinta años en imposible negar que millones de ciudadanos de parte del llamado tercer mundo (China, Brasil o India) han visto como iban mejorando sus condiciones de vida debido a la implantación de las industrias occidentales en sus países, con unas condiciones de trabajo que rozan la esclavitud según los estándares occidentales pero que han proporcionado al mismo tiempo unas mínimas estructuras de derechos y servicios sociales que esos países nunca habían tenido. Por supuesto que es necesaria y justa la crítica a unas deslocalizaciones que suponen un ominoso desempleo en un Occidente que involuciona y cuyos trabajadores son chantajeados cada día a costa del trabajo semiesclavo de Oriente. Pero es cínico criticar esto sin valorar también la otra cara de la moneda: durante muchos años, mientras los occidentales (y sobre todo los europeos) fuimos construyendo nuestros castillo de seguridad a través de los estados de bienestar no sólo no nos preocupamos mucho en cómo ayudar y fomentar que otros países alcanzaran nuestros logros sociales sino que lo impedimos través de todo tipo de trabas comerciales, aduaneras o leyes proteccionistas. Eso sí que fue competencia desleal. Creímos que era posible vivir en utopías socialistas de bienestar, en islas de derechos sociales dentro un mundo desolado y empobrecido, creímos poder dedicarnos al consumo irresponsable a costa de seguir explotando y abandonando a su suerte a la mayor parte de la población  mundial. No nos preocupamos cuando para nuestro inicial beneficio nuestras empresas nacionales se fueron convirtiendo en internacionales, luego en transnacionales y finalmente en omnímodas. Y dejamos de lado que se estaba construyendo un capitalismo salvaje y expoliador como sistema socioeconómico rector que ya no tenía que justificarse ni competir con un comunismo cuyos muros se derrumbaron en el Berlín de 1989.  Lo máximo que hicimos fue envolvernos en la despreciable bandera de un oenegeísmo infame con el que creímos eximirnos de la responsabilidad individual que el sistema de manera colectiva nos obligaba racionalmente a atribuirnos. Es irónico: no hay solución más capitalista que esta pretendida salvación individual de nuestras conciencias. De esta manera, los 80 y los 90 fueron las décadas de la explosión de la explotación de las “buenas conciencias occidentales”, a través de una proliferación casi viral de las ONG´s de desarrollo que llegaban al tercer mundo para introducir efectos paliativos y asegurar, tal vez sin pretenderlo, la imposibilidad real de desarrollo de los países (a los que acudían como moscas y como tal marchaban según la volátil opinión pública de los países ricos) al sustituir pobremente, sin un plan concebido, el necesario papel del Estado en la gestión de los servicios mínimos de sus ciudadanos. Mandábamos las sobras de nuestras comidas, mientras llenábamos nuestros platos gracias a lo que les robábamos. Y con ello acallábamos nuestras conciencias. Como en el Plácido de Berlanga

22 febrero 2013

Los miserables (1 de 3)

De esta crisis no vamos a salir nunca. O al menos, no vamos a salir jamás de vuelta al mundo de fantasía dentro del cual vivíamos cuando nos alcanzó. Hace ya un tiempo que parece que la sociedad española padece una peligrosa especie de amnesia autoinducida, ha olvidado el origen, el porqué, el principio de todo, lo que nos llevó a la ciénaga putrefacta en la que nos revolcamos cada día, lo que nos condujo al insondable abismo en el que miles de españoles pierden sus trabajos mientras todos perdemos la posibilidad de un futuro digno y de un presente en el que no vivamos de rodillas, temerosos, siempre con miedo y perdiendo lentamente la poca dignidad que aún intentamos mostrar. La crisis del capitalismo especulativo, la crisis del sistema ludópata, asesino e irracional que se hizo con el control de los Estados a través de sus instituciones más relevantes y, poco a poco, fue apropiándose de todos los recursos públicos para privatizarlos, exprimirlos, extraer brutales réditos instantáneos en beneficio de unos pocos mientras hipotecaba el futuro de todos mediante una cínica globalización de capitales que fluyeron sin control, fue ocultada durante años de manera interesada por los grandes poderes financieros pero también eludida, de manera estúpida, por una ciudadanía ciega, que no quería que nadie la despertase de su sueño, inmersa en una utopía consumista basada en el crédito, que le permitía disponer de un dinero que no tenía para vivir unas vidas cuyo ritmo de consumo no podía mantener. Lo escribo y me aburro a mí mismo. Estas ideas ya han fosilizado dentro de mí. Me parecen tan evidentes que me sorprende el éxito de aquellos que quieren enmascarar la realidad del origen del problema en la incapacidad o la corrupción de nuestros políticos, o trasladar toda la responsabilidad a la ciudadanía. Es la economía, estúpidos, es el sistema el que ha quebrado y jamás se podrá recuperar. El sistema es el problema y el foco de infección. Fin de la ficción en la que vivió Occidente. Despertemos del sueño y reflexionemos cómo acabó convirtiéndose en pesadilla. Nuestros políticos son tan mediocres hoy como lo fueron siempre y lo único que ha cambiado es que por fin una gran mayoría ciudadana no puede seguir ya autoengañándose más y ha adquirido conciencia plena sobre ese problema. Pero no son los culpables de este fracaso social. En absoluto. Ni de lejos. Son exactamente como deben ser, ejercen la política exactamente como deben hacerlo tal y como están construidas hoy las democracias occidentales, asumen su compromiso y ofrecen su lealtad al poder real, que no reside en el pueblo sino en el capital, y aceptan sin rubor su rol subsidiario. Algunos, de paso, se enriquecen ilícitamente o solucionan su futuro laboral. Son miserables tal vez, pero no los responsables. Son tan sólo los tontos útiles, los colaboradores necesarios, pero su mediocridad intelectual y su falta de carisma, arrojo, valentía y capacidad no sólo los invalida para sacarnos del agujero y para liderar la regeneración por sí solos, sino que también los invalida para asumir la responsabilidad de ser los causantes principales por su mala gestión de una crisis tan brutal como la que soporta Occidente. Una crisis que se va a llevar por delante los estados de bienestar europeos tal y como los conocemos, que aún no ha acabado y en la que los supuestos vencedores, los que se atreven a dar lecciones (como Alemania ahora, como hace no tanto hacíamos nosotros mismos) finalmente también se verán afectados por el tsunami y, directa o indirectamente, sus ciudadanos también verán recortados su derechos sociales, aumentadas sus jornadas laborales, disminuidos sus salarios y precarizados sus empleos. La hoja de ruta está clara. Y no hay forma de volver atrás. Al menos es imposible hacerlo por el camino por el que hemos llegado hasta aquí

30 noviembre 2012

Perdón por molestar

Caminan entre nosotros, por todas partes, aparecen tras cada esquina, en cualquier andén de metro, debajo de tu casa, te persiguen, te cercan, a veces en parejas, hueles su infecto aliento. Nunca antes hubo tantos por Madrid. 

Ando desbordado por datos, informes, números, fraudes, ayudas infames a aquellos que nos hundieron, abyectos recortes de lo que era de todos, hastiado de una prensa jurásica e indecente, de tantas radios que emiten en una misma frecuencia infinita tan sólo la voz de sus amos, de las solipsistas redes sociales… Vivo inmerso en una sensación continua de que nada de lo que leo, de lo que me cuentan me sirve ya para mejorar la composición del relato, da igual el nuevo ensayo que ataque o la nueva información que me envíen, tengo la espantosa certeza antes de empezar a leer de que es algo que ya conozco, de que todos a estas alturas, de un modo u otro, ya no podemos seguir engañándonos y que la calma general sólo puede ser explicada desde la imposibilidad de respuesta, desde la inexistencia de cauces mediante los que evitar lo que nos venden como inevitable. O tal vez todo es más fácil y se explica desde una sociedad conformada y educada para ser borrega, para bajar la cabeza sin rebelarse, para alcanzar sin pudor límites insospechados de cobardía. Putos cobardes sin sangre. Somos. A veces, todavía, exploto y de manera desabrida algún amigo o conocido es alcanzado por dardos envenenados infestados de datos que no se pueden obviar y que sirven para desenmascarar las idioteces argumentales en las que algunos aún se intentan refugiar para sobrevivir. Cada vez me pasa menos, la sensación de letargo se va apoderando de mí. No merece la pena. No merecen la pena.

Deambulan entre nosotros, su número crece por días, son nuestros muertos, cadáveres andantes, zombis del sistema capitalista. Con los dientes ennegrecidos por la miseria, con el rostro contraído por el hambre y la mirada perdida por el fracaso vital. 

En letargo. Sí, me pasa cada vez más a menudo, entro en letargo en las conversaciones sobre la actualidad, me aburro, me parece que ya se ha dicho todo, que todo se ha valorado, que la crítica es superflua o insuficiente. A estas alturas de la historia sólo nos quedan dos opciones: o pasar a la acción o quitarnos de en medio. Lo demás es literatura. Y de pésima calidad. Me siento mayor, se acabó el artificio, no puedo volver a salvar el mundo entre efluvios de alcohol, la realidad ha entrado en nuestras vidas, ha dado una patada en la puerta para ocupar nuestras casas, se ha sentado en nuestro sillón favorito, mirándonos en silencio, desafiante, nos ha manchado, nos ha llenado de mierda para siempre.

Se arrastran ante nosotros, los evitas como puedes, te zafas de ellos, bajas la cabeza y aceleras el paso. No tienes un cigarro, no tienes una puñetera moneda, no tienes tiempo, no tienes alma ni conciencia. En el metro, en el tren, no puedes huir y tan sólo resta aguantar el momento. Escuchar la patética cantinela, el relato del fracaso, del dolor, del gulag capitalista. Me fijo en las caras de mis compañeros de vagón, estudio sus facciones, interpreto sus emociones; me asusta pensar que casi todos ellos serían capaces de interpretar a la perfección el papel de un alemán cualquiera en los años del nazismo. Y que, sin dudas, yo soy uno más de ellos.

Cuando me sacuden y despierto del letargo cada vez razono de manera menos ponderada, menos reflexiva, con menos paciencia. Sólo siento unas enormes ganas de morder, con rabia, sin soltar la presa a pesar de los palos que me caigan encima, como el perro en la perrera, que muerde y ladra sólo por rabia, sin fe, sin objetivo, tan sólo para demostrar que aún respira aunque se sienta muerto por dentro. Pero con eso ya tampoco alcanza.

Se humillan ante nosotros, suplican, relatan situaciones inverosímiles completamente reales, su pérdida de dignidad no es más que el reflejo deformado de nuestra propia miseria. Consiguen unas pocas monedas y el que se las da se siente un poco mejor esa mañana. Ellos fingen agradecimiento pero sólo debieran odiarnos. Tal vez lo hacen, nos odian porque hemos conseguido una plaza en los esquifes del Titanic. No ven más allá de nosotros y querrían ocupar como fuera nuestro lugar. Nos odian, sí. Normal. Pero no pasan a la acción; como el resto. Se lo impide el miedo a la represión, al castigo. De momento.

10 junio 2012

¡Descubra si es usted un perfecto imbécil!


Test para descubrir al perfecto imbécil

1) ¿Está usted de acuerdo con la implantación del copago sanitario tanto en fármacos como en la atención médica?

a) , porque existe mucho despilfarro en el uso de la sanidad pública y deben existir unas tasas que echen para atrás a tanto anciano e inmigrante que usa excesivamente los servicios sanitarios. 

b) No, porque hemos conseguido tener una sanidad pública universal de gran calidad a un coste razonable. Debe profundizarse en una mejor gestión de los recursos sin eliminar ninguno de los derechos adquiridos e intentando ampliar prestaciones.

2) ¿Está usted de acuerdo con que una de las medidas recurrentes del Gobierno para superar esta crisis sea rebajar los sueldos y los derechos de los funcionarios públicos?

a) , porque ya era hora de que estos vividores, verdaderos culpables encubiertos de esta crisis, empezaran a sufrir en sus carnes la inseguridad laboral y el miedo continuo al que están sometidos tantos trabajadores del sector privado.

b) No, porque mientras se pudo considerar que con estos recortes en el sector público se podía ayudar a que solidariamente el Estado de Bienestar se mantuviese a flote, pudo tener sentido esta medida. Ahora, que sin pudor se permite a los defraudadores blanquear su dinero negro y se hacen préstamos a la banca a fondo perdido, parece injusto hacer pagar a miles de trabajadores públicos por algo que, evidentemente, ellos no pudieron provocar.

3) ¿Está usted de acuerdo con que se suban las tasas universitarias y se endurezcan los criterios para recibir becas públicas en educación? 

a) , porque España tiene un número excesivo de estudiantes universitarios por lo que es preferible endurecer económicamente el acceso a la Universidad para que sólo las familias con dinero puedan seguir mandando a sus hijos a ella. Los jóvenes de familias más pobres deben comprender que ése no es su sitio y acomodarse dócilmente al miserable mercado laboral que los espera 

b) No, porque endurecer las condiciones de acceso a la Universidad justo en estos momentos de brutal crisis económica, va en contra del principio de igualdad de oportunidades que nuestra democracia dice representar. Estas medidas segregan a la juventud según su origen socioeconómico y amenazan el desarrollo científico y cultural del país.

4) ¿Está usted de acuerdo con la amnistía fiscal aprobada para aquellos que llevan años defraudando a la Hacienda española? 

a) , porque lo importante es que el Estado sea capaz de recaudar algo del dinero evadido además de conseguir que los grandes capitales confíen en nosotros y sientan que pueden seguir delinquiendo gracias a las condiciones fiscales laxas de nuestro país. 

b) No, porque es una atrocidad moral con importantes consecuencias sociales, ya que lanza el mensaje de que sólo los asalariados con nóminas están obligados a pagar sus impuestos y sólo a ellos se les perseguirá ferozmente en el caso de que defrauden

5) ¿Está usted de acuerdo con imponer un impuesto que grave las transacciones financieras nacionales e internacionales? 

a) No, porque supondría una limitación inaceptable al libre mercado que provocaría la huida de capitales de nuestro país. No importa que sea justo o injusto sino su utilidad práctica. 

b) , porque la crisis ha puesto al descubierto la pésima regulación de las transacciones puramente especulativas de un sector financiero sobredimensionado y voraz, por lo que estas tasas servirían tanto para obtener beneficios sociales como para impedir o controlar la creación de nuevas burbujas financieras.

6) ¿Está usted de acuerdo con que la Iglesia católica pague el IBI por sus inmuebles y deje de financiarse a través de los impuestos de todos los españoles? 

a) No, porque la Iglesia católica hace una gran labor social. Por ello y porque sirve de guía  espiritual de los españoles debe seguir manteniendo esos privilegios. 

b) , porque a diferencia de otras instituciones sociales como los partidos políticos o los sindicatos, la Iglesia católica no tiene ningún papel en nuestra democracia representativa por lo que el mantenimiento de sus privilegios, consecuencia de siglos de oprobio y oscuridad, es una ofensa constante a la laicidad del Estado. Sus gastos debieran ser sufragados por sus cada vez más escasos fieles.

7) ¿Está usted de acuerdo con los recortes de personal sanitario y educativo? 

a) , porque España tiene demasiados funcionarios y hay que limitar su número, ya que no está demostrado que un menor número de empleados tenga que repercutir en la calidad del servicio prestado. Que haya más alumnos por clase y menos profesores por alumno no tiene importancia: hace años éramos cuarenta por clase y no pasaba nada. 

b) No, poque España no tiene un número excesivo de funcionarios, está en la media europea, y sólo el Estado puede garantizar una educación y una sanidad públicas dignas y de calidad a la que puedan acceder todos los ciudadanos, independientemente de sus posibilidades económicas.

8) ¿Está usted de acuerdo con gravar a las rentas más altas recuperando impuestos como el de patrimonio y que se endurezcan las penas por fraude fiscal?

a) No, porque debemos tener una fiscalidad generosa con los grandes capitales para que éstos inviertan en nuestro país. Hemos de abandonar la idea de que los impuestos sirven para redistribuir la riqueza y empezar a verlos como un obstáculo para que el libre mercado funcione  a pleno rendimiento. 

b) , porque desde hace años, a través de ingeniería fiscal, las grandes fortunas de este país pagan muchos menos impuestos de los que por su patrimonio real deberían. Además, los inspectores de Hacienda advierten desde hace años que el 75% del fraude fiscal en España es debido a las grandes empresas y las grandes fortunas por lo que en lugar de amnistías inmorales se debería penar duramente al evasor, siendo proporcional la pena a las cantidades evadidas.

9) ¿Está usted de acuerdo con que ningún banco que haya recibido ayudas públicas a través del Estado español o del BCE pueda desahuciar a ninguna familia con problemas económicos derivados de la crisis? 

a) No, porque sentaría un precedente peligroso que podría distorsionar el mercado y provocar un efecto arrastre que desvalorizaría las viviendas y generaría desconfianza en el mercado inmobiliario. 

b) , porque es inadmisible e inmoral que un banco que ha falseado sistemáticamente sus balances, que reparte millonarias bonificaciones a sus paniaguados directivos y que, finalmente, necesita ayudas públicas para no quebrar, se atreva a tomar decisiones ejecutivas privadas (sufragadas con dinero público) para ejecutar impagos hipotecarios y dejar a familias en la calle, sin vivienda y con deudas inasumibles

10) ¿Está usted de acuerdo con que se reduzcan las prestaciones por desempleo y se endurezcan los criterios para poder acceder a ellas y para poder seguir cobrándolas?

a) , porque no es de recibo que haya tanta gente que prefiera cobrar el paro a coger uno de los trabajos que le ofrezcan. Esto es debido a que la gente le gusta mucho vivir de la sopaboba y no tiene ningún espíritu emprendedor.

b) No, porque la prestación por desempleo es un derecho social por el que el trabajador cotiza durante años, para estar protegido ante una eventual situación de desempleo. El máximo tiempo que se puede cobrar es dos años y no debiera obligarse a nadie a aceptar empleos precarios, infames y denigrantes bajo la amenaza de perder aquello por lo que ha cotizado.

Análisis de resultados

- Si ha marcado 10 repuestas tipo a): ¡¡Felicidades!!  ¡Ha demostrado usted ser un perfecto imbécil! Salvo que sea usted un rico miserable e insolidario, sus respuestas confirman que es posible apoyar todas las iniciativas políticas que le perjudican a uno mismo y a la posibilidad de una sociedad más justa y solidaria. No presenta usted ningún signo de flaqueza. Como el cretino que es responde siempre de manera irracional, equivocándose constantemente de enemigo. Es usted digno representante de la ciudadanía más cerril y estúpida de este país.

- Si ha marcado entre 5 y 9 respuestas tipo a): ¡¡Casi lo consigue!! Está usted muy cerca de conseguir el objetivo. La imbecilidad es muy poderosa en usted y con el tiempo, si se aleja de perroflautas indignados, se convertirá en un perfecto imbécil de manual.

- Si ha marcado entre 1 y  4 respuestas tipo a): ¡¡Lo sentimos!! Está usted todavía lejos del objetivo. Seguramente está todavía contaminado por tontas ideas sobre la justicia social y otras bobadas por el estilo. No se desanime, persevere en actitudes como la indiferencia y la pasividad. Lea poco o tan sólo las portadas de La Razón y, con el tiempo, tal vez pueda conseguir acercarse a esas altas cotas de imbecilidad que tantos de sus compatriotas están consiguiendo. ¡No se desanime! 

- Si no ha marcado ninguna respuesta tipo a): ¡¡Ha fracasado!! Nos aflige comunicarle que, desgraciadamente, no es usted un imbécil. Le auguramos un estado de permanente indignación mezclado con altas dosis de impotencia. Intente no mirar a su alrededor porque la alta densidad de imbecilidad presente le recordará continuamente su soledad.

08 abril 2012

Cleptopía: sobreviviendo en la era de la estafa

No creo que pueda haber mejor ensayo para comprender las entrañas de la bestia. Cleptopía debiera ser lectura obligatoria para todo aquél que quiera comprender sin ambages, sin medias tintas, el porqué estamos en la situación en la que hoy nos vemos. Lo curioso es que está escrito desde el corazón de los EEUU y circunscribe lo que cuenta a lo local, política y económicamente. Pero su relato de la crisis, ese relato visceral, emocional, argumentado y totalitario se convierte finalmente en el relato de nuestra crisis, en el relato de la crisis mundial, en el relato de la crisis del capitalismo de casino, de la gran estafa, de la mentira neoliberal.

Otro ciclo diabólico para los ciudadanos ordinarios; otro crimen perpetrado por los ingenieros de la clase estafadora. Un ciudadano de Pensilvania como Robert Lukens ve cómo su negocio se desmorona por culpa de los precios del petróleo. Pero esos precios no han subido por sí solos: un puñado de bancos de inversión los han estado inflando a voluntad, gracias a que unos cuantos políticos les vendieron el poder de manipular el mercado. Lukens no tiene voz en todo esto y se limita a pagar lo que tiene que pagar. Parte de ese dinero va a los bolsillos de esos mismos bancos que lo privan de su existencia política, y otra parte, cada vez más importante, a las petroleras de Oriente Medio. Y como ahora gana menos dinero, Lukens paga menos impuestos al estado de Pensilvania, cuyo déficit presupuestario no deja de engordar. La siguiente noticia es que el gobernador Ed Rendell está de gira por la zona tratando de vender sus autopistas a los mismos países petroleros que se están embolsando los dólares de Bob Lukens. Es una máquina de extirpar suavemente riqueza del corazón de un país y es también una imagen perfecta de los que somos hoy en día como nación.” (Taibbi, 2010:249)

Llegué a este ensayo gracias a Javi, hace ya unos meses. Espero que otros puedan leerlo gracias a mí porque pocas veces se ha expuesto de una manera tan cruda el funcionamiento del modelo capitalista real (no el utópico), su dependencia política, las burbujas que genera y las consecuencias que provoca, al tiempo que se describe el desolador panorama de una opinión pública idiotizada que se complace en revolcarse en el fango de su miseria intelectual, culpabilizando de manera simplista e infantiloide (por los motivos equivocados, previamente manipulados) a los responsables políticos de la trinchera contraria, esas trincheras que ellos, con los huesos de sus cadáveres sociales, ayudan a construir y reforzar

12 mayo 2010

Sin alternativas

El problema no es que les (nos) bajen el sueldo a los funcionarios. El problema no es que congelen las pensiones. El problema no es que se eliminen prestaciones sociales que ya en su origen fueron innecesarias y demagógicas como el cheque-bebé. El problema no es que el déficit fiscal del que tanto se habla haya aparecido dos años después de que el superávit permitiera veleidades como aquellos puñeteros 400 euros. El problema no es que a la falta de unos ingresos que se podrían haber conseguido mediante impuestos que se no se hubiesen bajado irresponsablementese se le haya unido el coste económico de una masa de parados desesperante e imposible de asumir. El problema no es que la deuda pública haya crecido ayudada en gran medida por las inyecciones de dinero público a unas entidades financieras que han especulado e inflado la burbuja económica, unas ayudas "necesarias" para “tranquilizar” a un mercado que poco tiempo después tiene la desfachatez de devolver la la moneda exigiendo reformas y recortes que reduzcan la deuda contraída precisamente por darles a ellos dinero y conseguir que la economía no se hundiera. El problema (aunque suene a manido) no es que siempre penen y sufran las crisis los mismos en los sistemas capitalistas. El problema no es tener que apretar los puños y contener la indignación cuando a las propuestas presentadas y con casi cinco millones de parados se le añade ese melifluo "se estudiarán nuevas subidas de impuestos a las rentas más altas para contribuir a la reducción del déficit". El problema no es tener que escuchar al portavoz de la patronal perdonando la vida al gobierno y afirmando que las medidas son necesarias y correctas, que les da su apoyo aunque se debía ir más allá y aprovechar el momento para discutir la privatización de la gestión de los servicios públicos. El problema no es recordar la tabarra que llevamos algunos dando hace muchos años en relacion a que las bajadas de impuestos a la larga nunca benefician a la clase trabajadora, que la eliminación del impuesto de patrimonio sólo beneficiaba al que tiene mucho que heredar, que la insultante fiscalidad de las SICAV compromete la democracia de este país y el principio de igualdad, que las rebajas de las tributaciones de las empresas nunca llegan a los trabajadores, que las putas desgravaciones eran otra engañifa mediante la que el mercado inmobiliario se hacía de oro a costa de la especulación y de los impuestos de todos los españoles, que la espiral autodestructiva de parte de la población asalariada intentando comprar y vender viviendas a precios desorbitados terminaría volviéndose como un boomerang contra los pobres ilusos que creyeron las mentiras que les contaron lo que hablaban de inversión y crecimiento exponencial infinito. No. Todo esto se podría soportar, se podría asumir, se podría olvidar, si pudiéramos creer que había servido para algo, para poner las bases de otro tipo de sociedad, de otro tipo de crecimiento económico. Pero todos somos conscientes ya de que no será así. Que todo esto sirve para reforzar aún más el modelo neoliberal de la economía, que los que pensamos que algo podría variar fuimos unos ilusos. Que la doctrina del shock de la que nos hablaba Klein es una realidad incontestable. Y que las crisis sólo sirven para mostrar la verdad desnuda.

Porque el problema real, el que desazona, el que hace que uno se quiera encerrar en sí mismo, escapar de la realidad, salvarse como sea, beber mucho whisky, ver muchas películas, follar hasta cansarse y olvidarse de comprometerse con ninguna causa es saber que esta crisis demuestra (de nuevo) que no hay alternativa. Que el capitalismo en su versión globalizada va a terminar invadiendo y devorando todos los espacios públicos y dejando a los estados un papel asistencial. Que cuando aparece el miedo los vecinos geopolíticos que antes se apoyaban y decían construir un futuro de unión se miran con desconfianza, arremeten unos contra otros y abandonan al débil en su travesía del desiero. Que sólo parece quedar un largo camino de derrotas en batallas perdidas antes de empezar. Que lo que nos pasa hoy volverá a pasar. Que la crisis que acabe con el próximo ciclo de crecimiento provocará terremotos sociales semejantes. Que el estado de bienestar será cada vez más esquelético. Que ya no sabemos cómo combatir porque las armas políticas del siglo XIX son obsoletas en el siglo XXI y hemos sido incapaces de darnos otras para intentar cambiar las cosas.

Que al final Fukuyama va a tener razón aunque desde otra perspectiva a su imbécil triunfalismo, y en un mundo sin alteridad sólo será posible un capitalismo voraz y devastador que consuma todos los recursos de crisis en crisis mientras le alquilamos cada vez más tiempo de nuestras vidas.

Fantástico.

13 mayo 2009

Desgravaciones y vanidades

Llegó Zapatero al debate del estado de la nación y se sacó de la chistera una nueva idea genial: A partir de 2011 la compra de viviendas no desgravará para rentas superiores a 24000 euros anuales.

La idea sorprendió a un Rajoy desconcertado que creía que ZP iba a transitar por el camino de los subsidios y la protección social, pero ya hoy el inane pepero ha comenzado un ataque contra la medida que será secundado por no pocas voces de todo el espectro sociológico.

La medida citada, el hecho de que la compra de la vivienda no pueda desgravar a las rentas medias y altas es una medida de estricta justicia social. Que ZP la anuncie ahora no significa que nuestro insigne socialista haya visto la luz y se haya dado cuenta de la perversión que tal desgravación suponía desde que Aznar la implantara en 1999. No. Ni de coña. ZP lo que busca es incentivar el paralizado mercado de la vivienda y que los temerosos protocompradores aceleren y tomen su decisión prontamente para continuar chupando de la teta estatal al comprar su vivienda. De hecho no es difícil pronosticar que si tal cosa no funcionara, cuando llegara 2011, la medida se eliminara de un plumazo para “reactivar” de nuevo (¿cuántas veces se puede reactivar algo que no funciona?) la compraventa de inmuebles.

La desgravación fiscal (que puede suponer hasta 30000 euros en una hipoteca media a veinte años, y que evidentemente es superior casi siempre) es injusta, innecesaria y finalmente poco práctica porque sirvió en los últimos años para ayudar a inflar los precios finales de los pisos.

No hay una sola razón real en la que se pueda fundamentar que con los impuestos de todos se sufrague parcialmente la compra de una propiedad de uso y disfrute privado que siempre (al menos hasta ahora) termina dando unos beneficios económicos que nunca repercuten en la sociedad, sino directamente en el comprador o en sus familiares.

Para que nos entendamos con un caso práctico. Un tipo con un sueldo más que decente que alcanza casi los 1800 euros mensuales decide que no quiere vivir en Móstoles pagando una hipoteca suave en una casa decente porque él lo que quiere, junto con su pareja, es vivir en el centro de Madrid. Para eso tiene que hipotecarse hasta las cejas y por tanto cuando escucha la medida zapateril se pone de los nervios porque igual ya sin la desgravación la cosa se pondrá muy chunga. ¿Y entonces? ¿Se quejará del precio abusivo? ¿De los márgenes de beneficios brutales?¿De la especulación inmobiliaria? ¿Del cáncer social que supone especular con un bien de primera necesidad? ¡Nooo! Se quejará del Gobierno, por supuesto, pero no porque no impida que esos desmanes se produzcan (eso lo da por normal, él haría lo mismo si pudiera) sino porque le quita la desgravación, le quita la financiación extra a costa de otros ciudadanos que a lo mejor ni siquiera pueden comprarse la casa en Móstoles pero que con sus impuestos sufragan el capricho del tipo éste de vivir en el centro.

Ésa es la basura que significa la desgravación. Por muchos adornos que se le quieran dar.

Pd: por cierto, por si alguien no lo ve, el tipo éste que no se va ni de coña a Móstoles podría ser yo. No vaya a ser que alguien se me ofenda. Que está la gente muy suspicaz últimamente.

26 octubre 2008

¿El fin de la utopía liberal?

La crisis que nos atrapa y que está convulsionando los cimientos de la utopía liberal, enviando a un rincón de la historia a Fukuyama, y consiguiendo que en el vocabulario ciudadano se introduzcan términos que parecen extraídos de una mala novela de ciencia ficción (“activos tóxicos”...), está destruyendo definitivamente la ya caduca dicotomía entre conservadores y socialdemócratas, lo cual conlleva una inevitable consecuencia del todo inesperada: el arrinconamiento y menosprecio de los liberales más radicales y dogmáticos, a los que por conveniencia, y al igual que se hiciera ya en el pasado tras la Segunda Guerra Mundial con anarquistas y comunistas (pero en condiciones de estabilidad), se les ignora en estos momentos de crisis en la búsqueda de soluciones, dejando la extraña sensación de que han sido utilizados por los conservadores como punta de lanza en los momentos de bonanza. Cuando en los últimos tiempos parecía exactamente lo contrario.

Una de las dudas que surgió tras la caída del Muro de Berlín, la brutal explosión y expansión de la economía global, transnacional y ultraliberal (política y sociológicamente, acérrima seguidora de la Escuela de Chicago), y el desarrollo de políticas privatizadoras de los servicios públicos básicos que han ido reduciendo el papel de los Estados a su mínima expresión, era comprobar si en la particular (y no del todo lógica y natural) alianza sociopolítica entre conservadores y liberales, estos últimos conseguían hacerse con el control, y que por tanto, el mercado desregularizado, ese gran dogma liberal, fuese el faro que iluminase el siglo XXI.

Parece imposible no considerar que la evolución de las sociedades occidentales (y asiáticas, por caminos diferentes) en los últimos 30 años parecía el cumplimiento de los sueños húmedos del señor Milton y sus Chicago Boys, que se repartieron por el mundo para divulgar la nueva fe en el libre mercado y aplicar de manera compulsiva las políticas clásicas del manual neoliberal: privatizaciones de las bancos estatales, desregulaciones, recortes de los gastos sociales, privatización de recursos básicos como la energía o el agua, privatización de recursos naturales como el petróleo o el gas, flexibilidad en los despidos, aperturas sin control de las fronteras a productos extranjeros, una fiscalidad cómoda y a la baja para las grandes empresas... Sin embargo, la consecuencia más importante de la aplicación de su programa a escala global no fue la consecución de todos estos "logros", sino conseguir que, al hacer evolucionar la economía de mercado, el nuevo paradigma económico dejara de ser el trabajo fabril, y fuera sustituido en muy pocos años por el trabajo inmaterial, lo cuál llevaba aparejado la desactivación del que había sido el motor de todos los intentos de cambio social en el siglo XX: el obrero. El trabajo industrial que encarnó el obrero de la fábrica, aún sin desaparecer (evidentemente), dejó de ser el paradigma laboral, se transformó y comenzó a tratarse como si fuera un servicio más, integrado y subordinado al que vino a sustituirle como paradigma: el trabajo inmaterial, el creativo, reflejo de lo que algunos autores vinieron a llamar economía informática y que es un producto directo de la sociedad de la información.

Los resultados sociales de las políticas liberales comenzaron a llegar en cascada, siendo algunos de los más evidentes la despolitización general, la incapacidad de los trabajadores de sentirse parte de un colectivo que pudiera presentar demandas de mejoras generales, la individualización del trabajador dentro de la empresa no para tratarlo de manera diferenciada desde un punto de vista humano, sino para aislarlo del resto y tenerlo siempre cautivo, y una curiosa sensación de estratificación social de la clase baja y media que ha llevado en pocos años a la desaparición de facto de ésta última como actriz política para integrarse ambas en la que con acierto Massimo Gaggi y Edoardo Narduzzi vinieron a llamar sociedad de bajo coste. Una sociedad en la que todos se sienten diferentes para poder ser todos manipulados y explotados de manera semejante. Pero con la sensación real de poder acceder a deseos y productos de consumo inimaginables años atrás.

Durante estos años los lazos entre conservadores y liberales parecían estrecharse más y más, consiguiendo incluso que producto de su fructífera unión social, económica y política, se impusiera su visión unilateral del mundo mediante el liderazgo de los EEUU y bajo el calificativo de políticas neocons y neoliberales. Los neocons y los neoliberales. Llevamos años hablando de ellos, riéndonos de ellos, criticándolos, temiéndolos, observando cómo conseguían reunirse bajo el objetivo común de dominar el mundo y adaptarlo a sus ideas. Por un lado estaban los liberales, que debían aceptar y defender rancios postulados morales, familiares y religiosos que contradecían completamente su defensa de la libertad como principio supremo que debiera regir la sociedad; por otro lado los conservadores, que tenían que consentir y apoyar deslocalizaciones de las empresas, la integración de la mujer en el mercado laboral, o la desaparición de algunas prácticas proteccionistas. Una unión antinatura, puede, pero tremendamente rentable para muchos.

Lentamente las necesidades de un mercado que crecía y crecía desmesuradamente, devorando sin medida todo lo que podía ser comercializable, y que se hacía con el control de aspectos sociales que incluían incluso terrenos propios de los sectores más conservadores de la sociedad, hizo pensar a muchos que sería el impulso de la cara liberal el que dominara sobre su reverso conservador, que terminaba quedando siempre relegado a los intereses y necesidades del primero, siendo además utilizado con desfachatez para promover el miedo y las desconfianza hacia los socialistas y las políticas de izquierda (no hay más que recordar la utilización de los más bajos impulsos reaccionarios y conservadores que hizo el PP en España durante la pasada legislatura con asuntos como el terrorismo, los matrimonios homosexuales o el aborto, mientras la prioridad en las Comunidades donde gobierna no suele ser nunca la de promover políticas conservadoras, sino el desmantelamiento de lo público para que sea el capital privado quien gestione áreas estratégicas aún no dominadas como sanidad, educación, gestión del agua...).

Pero de repente ese mercado que se autorregulaba, ese ente mágico, casi espiritual, casi telúrico, resultado teórico de esa extraña ciencia que apela a la confianza o la desconfianza humana para su desarrollo, como es la economía, se fue llenando poco a poco, al principio, y como un torrente en los últimos años, de advenedizos, de arribistas que llegaban ya no sólo desde las clases más privilegiadas (pilar básico de los conservadores) sino desde esa mezcolanza extraña que se estaba generando en la superficie superior de la sociedad de bajo coste. Hijos culturales de los neocons en los que la faceta neoliberal dominaba vehemente y que, como hicieron los jóvenes cachorros de Mao con diferente enfoque durante la revolución cultural china, presentaron sus credenciales salvajemente, apartando de un manotazo cualquier traba moral o ideológica que les impidiera conseguir el objetivo fundamental de sus vidas: el éxito económico, la riqueza inmediata, los beneficios a corto plazo. Para ello utilizaron todo el arsenal friedmanita que se les había enseñado: riesgo, audacia, pocos escrúpulos, ambición desmesurada, desprecio por los límites y los controles... Y arrasaron. Lo consiguieron. Mejorando lo alcanzado por los yuppies de los 80. Lograron fortuna y gloria. Una nueva especie depredadora había aparecido en el inestable ecosistema económico: los directivos estrellas. Mentes privilegiadas que eran fichados por las empresas a golpe de talonario y cuyos beneficios dependían del rendimiento de bancos y empresas en sus proyectos a corto plazo. El riesgo cada vez era mayor, los caladeros de beneficios cada vez estaban más secos, estaban más lejos y suponían mayores costes sociales. Todo era posible. Todo el mundo había entrado en una orgía sin parangón: los políticos se frotaban las manos por gobernar en una época de crecimiento continuo que les permitía aparecer ante los ojos de todos como artífices (en parte) del milagro económico, los medios hacían de voceros y se enorgullecían neciamente de que las empresas de sus países lograran brutales beneficios que se superaban año tras año, sin que mejorase la calidad de vida de sus trabajadores y mientras crecía el número de asalariados que sólo sobrevivían con exiguos sueldos (el 58% de los asalariados españoles era mileurista hace un año), pero a su vez, muchos de estos asalariados se convencían de que podrían a llegar a catar algo del suculento pastel y decidían convertirse en especuladores de pacotilla o endeudarse hasta las cejas ayudando a inflar aún más la burbuja crediticia que sería finalmente el detonante de la crisis actual. Un panorama de ensueño.

Y llegó la crisis. Los expertos parecen entenderlo todo a la perfección, e incluso se atreven a aportar las claves para una rápida resolución del problema. Cuánta erudición..Los economistas liberales pueblan las tertulias económicas de las radios y las televisiones para trasladarnos su sapiencia y asegurar que todo esto se veía venir. Aunque ellos jamás lo mencionaron en el pasado. Son los mismos que tienen incluso la desfachatez de echar la culpa a los gobiernos por su pobre vigilancia de los mercados, eximiendo a estos mercados y a las empresas enriquecidas de las responsabilidades que adquirieron al tomar el control casi total de las economías del mundo, y son los mismos que anteayer criticaban con dureza las excesivas regulaciones y trabas proteccionistas de los gobiernos europeos. Todos se sorprenden aunque a nadie le extraña la situación. Curiosa forma de no equivocarse jamás. Pero no seré yo quien trate de explicar aquí los entresijos de la crisis. Otros lo han hecho con detalle y sencillez para quien quiera molestarse en enterarse. Quien tiene ojos y quiere ver,debe poder ser capaz de identificar perfectamente a los culpables. Y sobre todo, a quiénes no lo son, o al menos no tienen la máxima responsabilidad: los asalariados, a los que zarandean una y otra vez, y que son incapaces de encontrar un mecanismo de participación social que les permita hacer fluir su rabia y desesperación ante el espectáculo que se le ofrece y las consecuencias que para ellos tendrá y ya está teniendo esta maldita crisis de los especuladores de capital. Sólo hay que recordar las palabras de Alan Greenspan no hace demasiado tiempo, adviertiendo cínicamente que las enormes diferencias entre los beneficios de los directivos de las empresas y los de sus empleados podían llegar a convertirse en un problema, para entender por qué todo el cuerpo del trabajador debiera erizarse de cólera cuando se le explica, como si fuera un niño pequeño, que por el bien general debe apretarse el cinturón, se le enuncian las bondades de la contención salarial y se apela a la necesidad de esfuerzos colectivos para superar esta coyuntura económica.

Y he aquí que al contemplar el panorama poco halagüeño que comenzaba a surgir, y que recordaba en demasía a los fantasmas del 29, los conservadores norteamericanos se han liado la manta a la cabeza, han olvidado sus grandilocuentes discursos relativos a la libertad de mercado, han dejado a una lado las ideas que llevaban defendiendo con ahínco desde hacía décadas respecto a la mínima intervención estatal en la economía (¿qué debe pensar Chávez de las críticas de hace unos meses a sus nacionalizaciones? Como decía un artículo en Le Monde, su gobierno al menos paga, mientras que el de EEUU hace un préstamo a AIG a cambio de de casi el 80% de su capital... es decir presta capital que tendrá que ser devuelto a cambio de quedarse con el control de la compañía...¡una verdadera expropiación!) y en su mutación han acabado marginando a sus dogmáticos aliados liberales que se han quedado balbuceando, sin acertar a componer un argumento destacable que explique la situación y la reacción de la administración Bush. En Europa comienzan a adoptarse el mismo tipo de medidas. Los europeos, ya sin los complejos iniciales, y con un discurso tremendamente cínico, han decidido que sólo la intervención del Estado puede solucionar el problema. Y así, primero EEUU, y después cada uno de los gobiernos de los países europeos que han visto cómo algunos de sus bancos amenazaba con la quiebra, se han movilizado con rapidez inyectando dinero público, comprando los activos tóxicos, garantizando los depósitos de los ciudadanos, nacionalizando bancos, proyectando inversiones estatales que reactiven la economía... ¡puro keynesianismo! Friedman debe estar revolviéndose en su tumba. Pero lo que no existe hoy es la inocencia de entonces, y a las supuestas políticas keynesianas les sobra protección para los más ricos y los que causaron esta situación especulando hasta el paroxismo, y les faltan las políticas sociales que fueron la cara amable del New Deal. La intervención de los gobiernos occidentales para detener esta sangría huele a podrido, a putrefacto, a artimaña para controlar la economía, sin renunciar del todo a las miserias liberales del pasado pero intentando controlar su excesivo libertinaje. Una búsqueda de un capitalismo domesticado pero explotador siempre, que es aplaudido estúpidamente por las viejas izquierdas socialistas que encuentran en esta situación la posibilidad de resituarse políticamente y ganar credibilidad pública. Son ellos y sus medios afines los que con mayor entusiasmo están apoyando los planes de rescate de los inversores de riesgo, cometiendo el tremendo error histórico de olvidarse de pedir responsabilidades y de aportar nuevas ideas que permitan redimensionar y reformular los antiguos estados de bienestar social que se están diluyendo como azucarillos en Europa, sin que se observe que comiencen a formarse en los países donde se están desarrollando los nuevos crecimiento capitalistas a costa de nuevas formas de esclavitud laboral. Causa asombro el regocijo de los foros socialdemócratas ante las iniciativas propuestas por un gobierno como el de Bush, del cuál es absurdo sospechar una iluminación tardía que le haya hecho reconsiderar las políticas que lleva defendiendo toda su vida y que su administración puso en marcha en Iraq tras su ilegal invasión. Los socialistas no quieren pensar, de nuevo, más allá del corto plazo, y se ilusionan con un regreso telúrico a la Europa del bienestar social, con estados más poderosos, sin querer aceptar que el contexto socioeconómico es absolutamente diferente y que sólo el planteamiento de objetivos globales de bienestar, para toda la población mundial, similares a los que fueron alcanzados para unos pocos europeos, pero sólo accesibles mediante nuevas políticas, nuevas ideas y una revisión completa de los modos económicos de producción, es la única manera de revitalizar un discurso de izquierdas a día de hoy caduco y desgastado por el tiempo y las decepciones.

Conservadores y socialistas de la mano conforman el peor escenario posible para la posibilidad de gestación de una sociedad libre solidaria y justa. Peor incluso que la resultante de la alianza entre conservadores y liberales. A un lado de la orilla de este momento histórico quedan los liberales, con las uñas afiladas, esperando regresar al poder con las fuerzas renovadas. Al otro, las viejas izquierdas radicales, incapaces de encontrar un discurso moderno que pueda ser escuchado y valorado por la ciudadanía como alternativa posible. Y mientras tanto, conservadores y socialistas pergeñando un nuevo futuro de capitalismo liberal regulado e intervencionista, donde sean las oligarquías, sin cabida para recién llegados descontrolados ni advenedizos distorsionadores, los que dominen la economía mundial en nombre del bien general, al tiempo que se aumenta el control sobre la población con la excusa de cuidar de su bienestar.

Hay algunos optimistas que consideran que de esta crisis surgirá un mundo mejor más estable, libre y justo. Ojalá . Pero, ¿quién nos dice que lo vendrá no será aún peor que lo que teníamos? La China actual, nominalmente comunista, podría ser el primer experimento, a escala local, de la conjunción de políticas conservadoras y socialistas en el marco de una economía de mercado intervenida. La sola idea parece aterradora.

13 octubre 2008

Las ideas manoseadas

A veces hay frases que a costa de repetirlas hasta la saciedad pierden todo el valor que se les supone, y pasan a ser de uso común de voces mediocres que lo único que quieren es resumir sin argumentar. Yo mismo me encuentro a veces tentado por ellas. Y lo noto. Siento cuando surgen desde mi interior, desplazando a otras ideas originales aunque menos trabajadas, que presentan un peor acabado y tal vez estén aún en gestación, pero que al menos son propias; y advierto cómo las aparta de su camino hacia mi boca, implacablemente, a pesar de que conozca que lo que voy a decir es ya un lugar común que, de tan transitado como está, nada crece ya bajo sus palabras, y que al recitarlas desapareceré como hombre racional para dejar paso al loro humano que nada dice porque nada crea. Un hombre masa.

La brillantez huera, que sólo existe para iluminar el instante, la nova que explota para después desaparecer sin dejar rastro, dejando un poso de lucidez que nada parece inicialmente poder disipar, aunque su repercusión sea en realidad tan nula como la que tiene la sentencia de un imbécil. Tengo una relación de amor y odio con los aforismos en general. Con las frases cortas que resumen ideas. Con las sentencias que no se pueden discutir. Que te dejan anonadado por su brillantez o la rechazas vehemente sin posibilidad de un acercamiento reflexivo. Tras el impacto que suelen producir no hay nada. No hay recorrido. Es un producto caduco en su brillantez, un artefacto que muestra su fulgor, explota ante los ojos cegándote con su belleza para después sin más desaparecer. Tal vez por eso mi dualidad, mi proyecto de siempre de tener un cuadernito donde apuntar aforismos, ideas, sentencias, pequeños textos que me impresionan y estremecen cuando los leo y subrayo, proyecto éste siempre abandonado por esta extraña prevención que tengo. Pienso en todo esto mientras leo este post que me recuerda el porqué de ese deseo que sin embargo no cumplo, y que vuelve a dejarme el regusto amargo que sólo los proyectos inacabados o inasumidos pueden provocar.

Pero de inmediato recuerdo el detonante que me llevó a escribir aquí: la idea, la sentencia, ¿la reflexión? que me golpea desde hace semanas desde todos los lugares inimaginables: la radio, la televisión, la prensa, los blogs, el metro, los amigos, la vecina... La crisis está ya en la calle, la gente siente miedo y rabia al ver que son ellos sobre los que terminará repercutiendo la idea de un capitalismo brutal, globalizado y especulativo que a todos se nos escapa. Escuchan palabros que no entienden pero captan a la perfección la idea de que será el Estado (o sea ellos, sus impuestos, su futuro y los aspectos sociales de los que suelen depender para sobrevivir con dignidad) el que va a cargar con los problemas generados por los otros, por los ricos, por lo ambiciosos. Y eso les jode. Mucho. Pero tampoco tienen tiempo para asociarse, discutir, buscar alternativas... Y sólo queda el comentario cínico, que resume la situación a la perfección pero que al tiempo nada aporta ya por usado y trillado hasta la saciedad. No hay costumbre de disertar y la televisión ha impuesto el paradigma del impacto: golpear y escapar. No vaya a ser que se note demasiado el vacío. Así, tras unos segundos comentando generalidades, la falta de costumbre, pues, se impone y la frase referida a la situación actual emerge, para terminar, para finiquitar, para dejar el problema visto para sentencia En el fondo para descansar y escapar: “...vamos, privatizar los beneficios y socializar las pérdidas...” Igual tras la dichosa frasecita (si el que la suelta es alguien de la calle) se añade “...menuda panda de hijos de puta...”. Yo reconozco que agradezco al menos este colofón castizo.

Sólo hay que buscar en Google la sentencia para comprobar lo que digo.