En unos pocos días he vuelto a leer o a escuchar varias veces
una de esas frases que se repiten pomposamente en ciertas conversaciones, una
de esas ideas con las que algunos pretenden finiquitar discusiones que los
superan o epatar a sus contertulios aparentando profundidad: "la coherencia está
sobrevalorada". Me gusta imaginarlos justo antes de emitir su sentencia,
terminando de escuchar la crítica del adversario, la pregunta del entrevistador
o la reflexión del amigo. Paladean la idea en su cerebro, se impacientan, creen
haber encontrado la piedra filosofal que les exime de responsabilidad alguna en
aquello de lo que se está tratando. Ellos poseen la luz que nos ha de guiar,
una verdad que lo cambia todo, una certeza que todos debemos aceptar para
crecer y madurar, para no quedarnos en estadios primarios de nuestra evolución
social: "la coherencia está sobrevalorada". También me gusta imaginarlos justo
después de lanzar al aire su reflexión, esperando tal vez un silencio
sobrecogedor, quizás miradas de admiración ante su clarividencia, seguramente
gestos afirmativos de los que no pueden más que aceptar la realidad invocada. Creo
que la primera vez que escuché esa frase fue hace unos cinco años, en boca de un
veterano profesor, progre por supuesto, tras una multitudinaria manifestación
educativa en la que reivindicábamos la educación pública sin saber aún la
deriva que el asunto iba a tomar en pocos años. El tipo en cuestión, con su
cerveza en la mano derecha, más bien obeso, mirando fijamente al infinito,
soltó la manida frasecita intentando hacer valer su edad, su experiencia, su
mayor conocimiento de la vida para salir del callejón sin salida en el que sus
argumentos previos, contradictorios, absolutamente cínicos, miserables, lo
habían arrinconado: "la coherencia está sobrevalorada". Tras la boutade intentó
aclarar su planteamiento, exponiendo sin darse cuenta la inconsistencia de la
idea, la debilidad de sus convicciones. Planteaba que la clave era sostener unos
ideales de justicia y de solidaridad social, incluso defenderlos públicamente
si hiciera falta pero que ello no tenía por qué llevarnos a actuar en la vida
real de manera coherente con ellos. Al fin y al cabo el ser humano es débil y
no puede resistir a la tentación de ir contra de aquello que defiende intelectual y racionalmente
cuando entra en juego su propio beneficio (aunque sea inmoral). "La coherencia
está sobrevalorada". En el fondo la afirmación no es más que un síntoma del
pensamiento débil que domina nuestro tiempo. No seamos coherentes, relativicemos
la importancia de intentar actuar según lo que decimos pensar, dejemos de lado
la ambición de que nuestros actos sean consecuentes con las ideas que decimos
creer. Porque ahí está una de las claves: lo que decimos pensar, lo que decimos creer, que tal vez no sea ni de lejos lo
que realmente pensamos o lo que realmente creemos pero son las ideas que conforman
el discurso construido para vincularnos con nuestro entorno social.
Es necesario reivindicar la coherencia, defenderla y protegerla, sin caer en fundamentalismos, comprendiendo la dificultad que conlleva, pero teniendo claro que debe ser el eje rector de nuestras acciones, la meta a alcanzar aceptando la imposibilidad de hacerlo: la coherencia es la única manera en la que nos podemos reconocer a nosotros mismos, el mecanismo mediante el que construimos nuestra personalidad, el instrumento mediante el que podemos aspirar a que los demás nos reconozcan, nuestra forma de vivir en sociedad. Porque al final, más allá de veleidades posmodernas y constructos teóricos elusivos, no somos socialmente ni lo que pensamos ni lo que decimos pero sí terminamos siendo lo que hacemos. Y por eso, por lo que hacemos, por nuestras acciones, coherentes o no con lo que decimos pensar, se nos podrá valorar. Por nuestras acciones, por nuestra actividad social dentro de la comunidad, que tendrá un significado, que tendrá un sentido o, por el contrario, será un ejemplo más de la maleabilidad humana para procurarse un beneficio propio a costa de las miserias de otros. Otro ejemplo más de como conseguir un provecho mientras se afirma exactamente lo contrario de lo que se hace.
Es necesario reivindicar la coherencia, defenderla y protegerla, sin caer en fundamentalismos, comprendiendo la dificultad que conlleva, pero teniendo claro que debe ser el eje rector de nuestras acciones, la meta a alcanzar aceptando la imposibilidad de hacerlo: la coherencia es la única manera en la que nos podemos reconocer a nosotros mismos, el mecanismo mediante el que construimos nuestra personalidad, el instrumento mediante el que podemos aspirar a que los demás nos reconozcan, nuestra forma de vivir en sociedad. Porque al final, más allá de veleidades posmodernas y constructos teóricos elusivos, no somos socialmente ni lo que pensamos ni lo que decimos pero sí terminamos siendo lo que hacemos. Y por eso, por lo que hacemos, por nuestras acciones, coherentes o no con lo que decimos pensar, se nos podrá valorar. Por nuestras acciones, por nuestra actividad social dentro de la comunidad, que tendrá un significado, que tendrá un sentido o, por el contrario, será un ejemplo más de la maleabilidad humana para procurarse un beneficio propio a costa de las miserias de otros. Otro ejemplo más de como conseguir un provecho mientras se afirma exactamente lo contrario de lo que se hace.
El tío de la cerveza, Pepe, el tío de la cerveza: el corrupto, el especulador, el defraudador, el chorizo... y el tío de la cerveza, que con su cínica apología de la inmoralidad podía estar justificando cualquier inconfesable prebenda o simplemente su cobarde pasividad. Menudo personaje el tío de la cerveza, daba para una novela de mil páginas.
ResponderEliminarLo que mas nos define es lo que hacemos y las decisiones que tomamos. Lo demas es retorica.
ResponderEliminarA mas de uno no le vendria mal observar con detalle a Gregory Peck en Horizontes de grandeza
Cylonparisino
Estupenda reflexión sobre la coherencia que hoy en día parece haberse disipado como lágrimas bajo la lluvia...
ResponderEliminarAl final siempre acaban saliendo a la luz las miserias de personajes como el que describes con la cervecita en la mano. Lo triste es que también ese espíritu miserable se está extendiendo como un virus, y duele ver que nos cerca cada día un poco más.