Hoy se cumplen treinta años de su estreno. Un estreno que se producía tres días antes de mi propio nacimiento. En el
Teatro Chino de Nueva York proyectaron el 25 de mayo de 1977 por primera vez
Star Wars, tan mal y entrañablemente traducida en nuestro país como
La Guerra de las Galaxias, naciendo entonces un fenómeno popular a escala mundial, un fenómeno transgeneracional y transnacional, un maravilloso cuento que aún a día de hoy permanece vigente y que ya pertenece para siempre a la memoria colectiva de todos nosotros. Eso dice la historia. La leyenda cuenta que siendo solamente un bebé estuve en el cine, en los brazos de mi madre, cuando estrenaron la película en España, algún tiempo después. Y ya lo dijo
John Ford, cuando
la leyenda supera a la realidad no se debe dudar, se imprime siempre la leyenda.
Pero nada de eso importa. El tiempo depende del sistema de referencia que se utilice, y en eso uno es m
uy personal.
Star Wars no nació para mí en ese mayo del 77, ni cuando dicen que acudí a su estreno. Nació el 28 de febrero de 1989. En ese momento tenía solamente 11 años, a unos meses de cumplir los
12. Mi casa era un enjambre de hermanos, todos peleando por encontrar su sitio cada día y abrumando la casa con su inevitable presencia. El mayor estudiaba en un mesa de conglomerado sobre la cual un débil foco iluminaba cada noche cuatro camas de una pequeña habitación. Seguramente ese día pasó por su vida sin notarlo. Otro hermano, más joven (contaría entonces con unos 17 años), estaba en ese momento crítico de todo adolescente donde una reunión familiar frente al televisor es un síntoma inequívoco de una debilidad imposible de asumir, por lo que se limitó a informarnos a los pequeños que esa noche ponían un película muy buena que no debíamos perdernos. Tampoco sé que significó ese día para él. El resto de hermanas se dividió en dos lógicos bandos opuestos, entre las que pasaron del tema y las que se dispusieron a ver la película con alegría. No recuerdo nada más de ese día. De hecho no recuerdo a nadie más que a
Migue, mi hermano pequeño, y a mí viendo esa película aquella noche. Los demás, lo demás, dejó rápidamente de importar. No era muy tarde cuando en el televisor de mi casa, en la recién nacida
Canal Sur, sonó la fanfarria de la
20th Century Fox, se hizo el silencio y aparecieron unas letras amarillas que ponían
STAR WARS, debajo apareció
El Imperio contraataca, y mientras sonaba un brutal y espectacular tema musical, unas letras que desaparecían al fondo, en el espacio, me explicaron
nosequé de una alianza, de un tal
Luke Skywalker y de un malvado
Imperio. Algo que había pasado hacía
mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy lejana. Qué más pedir. Qué más contar. Ahí empezó todo. Ahí nació el mito. Seguramente mientras me iba a la cama junto a
Migue con los ojos como platos porque no podíamos creer lo que habíamos visto.
Posteriormente, con la dificultad que suponía no tener reproductor de VHS, llegaron las visiones de
El Retorno del Jedi y, algún año más tarde, tras incluso haberme leído la versión novelada de la película, pude ver el comienzo de la saga (la que después sería llamada
Una nueva esperanza pero que entonces sólo se conocía por
La Guerra de las Galaxias). Vi la película en casa de un amigo que era capaz de recitar el texto de
Greedo cuando hablaba con
Han Solo en la cantina de Moss Eisley, o de imitar a la perfección los pitidos de
R2D2 o los ruidos de las naves. El veneno estaba ya en la sangre, inoculado lentamente, creándome una afición que marca de alguna manera mi vida, que forma parte de mi memoria sentimental, que me ha otorgado momentos de intensidad emocional brutal, de puro gozo sin limitación, sin ataduras, como sólo un capullo de 14 o 15 años que quiere abrirse su propio camino en una familia de nueve hermanos puede sentir ante algo que considera su más maravilloso tesoro, algo propio, personal y sólo compartido realmente con otro capullo más,
Migue, compañero de juegos y putadas.
El hecho ya comentado de no tener reproductor de vídeo fue curiosamente clave para mantener viva y pura la llama de la afición. Si lo hubiéramos tenido, tal vez me habría
pasado como a tantos otros que con la edad inadecuada dispusieron del vídeo para literalmente quemar y visionar mil veces las películas hasta el lógico hartazgo final. Eso no me pasó a mí. Esperaba con la dedicación, devoción y paciencia de misionero que me pusieran cualquiera de las tres películas por televisión. Esperaba que un domingo que me quedara en casa a estudiar, y sin haber leído la prensa, aparecieran esa mágicas letras amarillas a las tres y media en un zapping rápido por los bodrios habituales que programaban a esas horas... siempre la misma idea... quizás fuera hoy... Fue por entonces, con 13 o 14 años, cuando descubrí las posibilidades de la música de cine para transportarme allí donde yo quisiera, con unos auriculares, en una cama, en una casa en la que habitaban once personas y en la que estar solo era físicamente imposible. Fue en un supermercado, rebuscando en una caja de cintas a bajo precio, cuando encontré una que literalmente me hizo estremecer. Era una grabación de
John Williams con
la Orquesta Sinfónica de Londres que contenía una recopilación de los mejores temas de la trilogía. No me lo podía creer. Allí estaba yo, en un momento donde no se hablaba de
Star Wars en ningún sitio creyendo, como un arqueólogo, que había encontrado el Santo Grial. En ese momento pensé (bendita ingenuidad infantil, aún no conocía la capacidad comercial de
George) que tal vez jamás pudiera encontrar otra grabación similar de la música de unas películas que ya entonces tenían entre 10 y 15 años. Tal fue mi pensamiento entonces y mi lógica reacción: "l
as cintas se degradan con el paso del tiempo y las sucesivas escuchas... ¿solución?... ¡Me tengo que comprar dos!". Así fue. Recuerdo llegar a casa, acostarme en la cama y ponerme a escuchar la música. Pocas veces después he sentido tanto placer con casi nada que haya hecho como el que recuerdo que sentí escuchando el tema central,
la Marcha Imperial o el tema final de la primera película de
Star Wars. Mientras escribo, vuelvo a escuchar esa música tantos años después. La hostia.
Con los años descubrí que
George me permitiría tener muchas veces esa música en distintos formatos y grabaciones, pero aquellos momentos de descubrimiento fueron impresionantes e inolvidables. La música de cine desde entonces se convirtió en otra de mis aficiones, por su capacidad de despertarme emociones cinematográficas sin necesidad de estar viendo físicamente las películas.
Han,
Leia,
Vader,
Luke,
Obi-Wan,
Chewbacca,
Yoda,
R2D2,
C3PO... llevan ya c
asi veinte años acompañándome, fieles compañeros de viaje, abandonados en mi cerebro, esperando siempre ser devueltos al primer plano por alguna circunstancia casual, como ha sido hoy el día de su cumpleaños, para entrar de nuevo con fuerza en alguno de mis días. He disfrutado mucho con
Star Wars, mucho. Con mis colecciones, viendo las películas, esperando las secuelas, reconfortándome con su música. No hay tanta magia en la vida diaria para no reconocer lo genial que es sentir sin más, sin causas objetivas racionales, sin análisis crítico o intelectual. Disfrutar. Sonreír. Recordar. Sin nostalgia.