Ya ha pasado el día de reflexión. A partir de hoy, los medios, los partidos y en definitiva el sistema tratarán de rearticular, redimensionar y reconstruir los sucesos acaecidos esta semana. Una de los aspectos que no se podrá obviar a la hora de analizar esta extraña y excitante rebelión cívica que tiene su centro neurálgico en la Puerta del Sol de Madrid y se extiende en red por cientos de ciudades y plazas de España, será el papel jugado por los medios de comunicación tradicionales y cómo ha sido su despliegue informativo a lo largo de esta larga semana. Un problema personal me ha tenido desgraciadamente recluido en casa hasta ayer viernes, pero en contrapartida me ha permitido estar casi 24 horas al día conectado a la información que nos llegaba de estas concentraciones populares. Unas concentraciones mediante las que la sociedad civil, de manera libre y pacífica, ha conseguido articular un cauce temporal para mostrar su indignación y rechazo hacia esa parte pequeña de la sociedad (la política y los poderes financieros) que está reformando sin su permiso el mundo en el que vive. Ha habido momentos, por la noche, donde mi propia persona era reflejo de esa convergencia de medios de la que tanto se habla en los últimos años: era un receptor activo de información que mantenía encendida la televisión y la radio, zapeando por los diferentes programas y tertulias políticas que apenas conseguían balbucear alguna explicación de este explosión social. Al mismo tiempo, a través del ordenador, contrastaba opiniones con amigos a través de las redes sociales y leía con avidez la información bruta, sin editar, que llegaba desde los propios acampados y concentrados a través de twiter, sin olvidar por supuesto el uso del teléfono móvil para conocer de primera mano las sensaciones y emociones de amigos que en esos momentos cubrían mi ausencia en la Puerta del Sol.
Como comentaba anteriormente con el tiempo se tendrá que analizar en profundidad el papel de los medios tradicionales en este fenómeno. La primera convocatoria, la manifestación del 15 de mayo, como comentaba Marga, apenas tuvo eco en ellos y cadenas como TVE apenas le dedicó veinte segundos. Después llegó la acampada y el desalojo policial de la misma en la madrugada del 17 de mayo. La espita que dinamitó todo. La realidad se convertía en espectáculo y sin más intención que la de rellenar minutos de sus telediarios con historias pintorescas y humanas de estos jóvenes contestarios, las televisiones se acercaron a la Puerta del Sol y los demás lugares de protesta. Sin ser evidentemente su objetivo amplificaron lo que en la red ya era un clamor social. Convirtieron en realidad para muchos la protesta, hicieron carne la existencia de una revuelta social que en primer lugar significaba una bofetada en la cara del asfixiante bipartidismo que estrangula este país, un puñetazo conjunto nunca visto anteriormente al PP y al PSOE a los que se hacía responsable de la pésima calidad democrática de España, pero al mismo tiempo intentaba ser una respuesta airada, un grito de profundo malestar de la clase trabajadora ante los desmanes financieros que provocaron la crisis, y contra los posteriores trapicheos entre los poderes políticos y financieros que finalmente significaron que las peores consecuencias de la crisis del capitalismo global la sufrieran localmente los ciudadanos de base, los trabajadores. Esta situación ha terminado de dibujar el nuevo panorama en la relación entre los ciudadanos y sus representantes políticos. Los ajustes del Gobierno de Zapatero después de haberse llenado la boca de proclamas socialistas en la época de bonanza sin cambiar un ápice el sistema económico cuya crisis finalmente colapsó el país, dejaban sin posibilidad de autoengaño a la base electoral del PSOE, mientras que una gran parte de los votantes del PP aunque desean la salida inmediata de los socialistas del poder tampoco pueden dejar de pensar que tal vez Rajoy consiga reducir el número de parados del país, pero es evidente que no lo va a hacer sin provocar un coste social en el estado de bienestar. La partitocracia, lastrada perennemente por una corrupción que parece no solo no combatirse sino en demasiados casos ignorarse, encarnada para la multitud en los dos grandes partidos y asociada y sometida a este neocapitalismo globalizado e inmaterial, cuyos beneficios puntuales se volatilizan en manos de unos pocos y sus inevitables fracasos se sufragan a través todos, se convertía así, finalmente, en el principal foco de la ira de un pueblo perplejo, exhausto y harto de que le exijan sacrificios unos políticos sin credibilidad, sin discurso, sin carisma, a los que hace ya demasiado tiempo les han perdido completamente el respeto.
Y así aparece la multitud. Diversa, fragmentaria, que se une no tanto por poseer una ideología común sino unas preocupaciones similares, un ente amorfo de difícil catalogación pero al que cementa una emoción común que crece cuando las personas se juntan, hablan y la reconocen: el cabreo. Un cabreo generalizado que emerge con extraordinaria velocidad catalizado por estas manifestaciones, concentraciones y acampadas, cuyo recorrido va más allá de los resultados de unas elecciones municipales. El movimiento es transversal. Lo vertebran y dan lustre jóvenes de muy distinto extracto, pero también participan activamente miembros treintañeros de mi generación (la mileurista), miembros de generaciones anteriores que por fin han comprendido que es real que el futuro de sus hijos está ya, a día de hoy, hipotecado, y también participan los mayores, jubilados molestos por la deriva del sistema social que ayudaron a crear con su esfuerzo y trabajo que ven ahora peligrar sus derechos… No se alcanza tal volumen de ruido social sin trascender las fronteras generacionales e ideológicas. Es lo que tiene la indignación. Un poderoso sentimiento social. Pero los medios, de nuevo, no han sabido comprender la magnitud del envite, ni estar a la altura de las circunstancias. Adormecidos y atrapados en sus luchas intestinas, ensoberbecidos y encantados de escucharse a sí mismos mientras dictan la agenda de noticias de supuesto interés, han naufragado a la hora de servir a los ciudadanos, abriéndose por ello un interesante flanco en sus defensas que permitirá a muchos de ellos descubrir algunas realidades sobre su funcionamiento e intereses.
En breve preveo que aparecerán las primeras grietas en este movimiento social. Lo que se discute y se aprueba en las asambleas de las acampadas nunca va a poder ser aceptado por una parte importante de la población que ha simpatizado con las concentraciones desde el primer momento pero sólo desea una regeneración del sistema y una mayor justicia social, pero no una revolución de izquierdas. No es éste el sitio ni el momento de valorar la bondad de esas propuestas que van apareciendo, pero sí de analizar cómo ha sido la labor de los medios audiovisuales durante esta semana y pronosticar su actuación si esta hipótesis de futuro se produce.
Pero mientras...
Continúa