El tiempo se ha detenido, suspendido hasta su regreso, el
mundo gris y quebrado parece tener mucho menos que ofrecer, los estímulos
cotizan a la baja en el mercado de valores emocionales. Miras hacia atrás,
miras hacia delante y sientes la desesperación de no encontrar ninguno de los
refugios habituales. Sólo queda sobrevivir en presente continuo, cada vez más
solo, con menos compañeros de viaje que se van quedando en el camino sin que te
expliques muy bien por qué. Sin que casi ya te preocupes por ello. Está
anocheciendo, el mar resuena de lejos, apuras la copa, conoces de sobra el
artificio, la mentira que el alcohol produce en tu percepción de la realidad,
cómo será el final de una historia demasiadas veces ya vivida. Pero te gusta,
te excita, siempre lo has paladeado, la lenta búsqueda de ese momento, casi un
aleph, inasible, incontrolable, al que jamás llegas cuando bebes con amigos, un
instante, mágico, inexplicable, de conciencia insconciente, donde todo puede
pasar, donde las posibilidades se multiplican, donde la música alcanza nuevos
significados, la reflexión alcanza cotas tan preclaras como extrañas y
que, tal cual aparece, se escapa, como humo entre los dedos, detrás del siguiente
sorbo, ése que te introduce ya entre las sombras, en la triste penumbra. Con un
terrible sentimiento de pérdida. Pero ese momento tiene una magia especial,
casi dolorosa, peligrosamente adictiva: desaparecen los miedos con lo que has
aprendido a convivir, se rompen los
diques, te sientes de nuevo como cuando eras inmortal y nada podía hacerte
daño, reconoces lo que te hace fuerte y se hacen menos importantes las debilidades.
Son malos días, días oscuros donde todo gira en torno a los putos teléfonos y a
conversaciones donde se finge la normalidad detrás de la angustia provocada por
el monstruo. Hay que reconfigurarse, en breve hay que volver al mundo de los
otros, de las normas, de las convenciones y responsabilidades. Se ha levantado una
brisa reconfortante. Pronto el mar quedará lejos.
23 agosto 2012
13 agosto 2012
El tiempo suspendido
Ha vuelto a suceder, has provocado de nuevo que el tiempo se
detenga, que haya dejado de fluir, que se haya estancado hasta tu regreso.
Nosotros, los otros, nos hablamos consternados, nos miramos angustiados a
través de las ondas en llamadas que se cruzan, que se entrecortan por las
lágrimas o los exabruptos, alternando el miedo con la rabia, los nervios con la
esperanza. A la espera. Sí, a la espera. Consternados y angustiados. Pero seguros
en la espera. Porque no existe otra salida y sólo tú puedes
conseguir que el tiempo retome su curso, que vuelva a correr, que volvamos a
vivir, contigo, y con Ale; que volvamos a reír, que volvamos a respirar. Has
detenido el reloj y no volverá a funcionar hasta que tú regreses, con la cabeza
alta, sonriendo, como siempre, con presente y con futuro, con tantas cosas por
hacer. Así que no jodas, date prisa, lucha, vuelve cuanto antes, pon en marcha
de nuevo el mundo. Es mucho más feo desde que detuviste el tiempo.
10 julio 2012
Detrás de la cortina roja
Poco más de seis meses han bastado. Los miembros del
gobierno ejercen de marionetas petrificadas de un espectáculo decadente. Sólo
pueden balbucear incoherencias que nadie se preocupa por desentrañar. Manotean
frenéticamente tratando de llamar la atención, deslumbrados por los focos, incapaces
de ver que más allá del escenario apenas queda ya público. Y que el que quedaba
se está levantando, hastiado por el patético espectáculo. Pobres locos que intentan
reproducir formas políticas ya enmohecidas, muertas para siempre, cuya
defunción certifican sus precarios conatos de volver a traerlas a la vida. Ya
no hay tiempo. Ya no es tiempo. A nadie convencen, a nadie lideran, ya nadie
espera nada de ellos. La democracia representativa es el último gran relato, la
última ficción cuyo artificio e impostura ya no son aptos ni para las masas más
crédulas. Por eso esta inacción, esta desidia general, esta indolencia
intelectual, nadie les pasará factura, ¿por qué? Sólo decepciona aquél del que
algo se espera. No es el caso. La chanza es general, la crítica puede parecer
descarnada pero lo que domina es el cansancio, un cansancio atroz de una sociedad
sin alma, sin proyecto común, sin ideales ni referentes, cínica y descreída. Se
sabe engañada, manipulada y apaleada. Le da igual. Sublima infantilmente sus
miedos y su tristeza mediante el humor, ese humor urgente, hiriente en el
instante pero inocuo y sin alcance más allá de la sonrisa de adhesión, estúpida,
del convencido. Perdón, del follower. Twitter como gran escaparate de la
mediocridad intelectual de nuestra sociedad: una forma de comunicación rápida y
eficaz cuya posibilidad de existencia hubiera hecho temblar a cualquier
gobernante en los últimos cien años pero cuya existencia real nos muestra
inmisericorde los rasgos más aterradores de la idiocracia instaurada. Salpicada,
eso sí, por pequeñas dosis de ese ingenio puntual, tan español, que humilla
pero no hiere al fuerte y destruye para siempre a los más débiles. La calle por
fin en la red. La red como la prolongación virtual de la barra del bar. Poco
más. Los políticos transitan en tierra de nadie. Sus mentiras y contradicciones
son ya de un tamaño tan colosal que imposibilitan su análisis crítico. Mienten.
Todos los días. Se contradicen. Todos los días. Ellos lo saben, nosotros lo
sabemos. Ellos saben que nosotros lo sabemos. Da igual, nada importa, el
espectáculo debe continuar. Orwell ya no podría hablar de la neolengua en la
sociedad actual. Excepto que inventara el concepto sobre la marcha y se lo
gritara escupiendo a otro tertuliano en Sálvame. Todo se sabe ya. Todo el mundo
sabe todo y de todo tiene opinión. Su saber ignorante debe valer tanto como el de cualquiera, por supuesto. Y saber de algo no tiene por qué impulsar a nadie para intentar cambiar nada.
Sólo falta que salga el enano bailando para que todo tenga por fin sentido.
Sólo falta que salga el enano bailando para que todo tenga por fin sentido.
23 junio 2012
El final de una carrera
Hace unos días me di cuenta con sorpresa que justo hace diez
años que terminé la carrera, allí en La Laguna, donde pasé tres de los mejores años de mi
vida. En realidad este año se cumple el décimo aniversario de muchas sucesos
trascendentes en mi vida que fueron llegando en cascada, con el paso de los
meses, en aquel ya lejano 2002: la decisión de Carol y mía de vivir juntos como
pareja más allá de la burbuja espacio-temporal de la isla, la llegada a Madrid
para hacerlo con una mano delante y otra detrás, la muerte de mi padre, el
final de la carrera con aquella última asignatura por la que volé desde Madrid
hasta Tenerife para examinarme y, finalmente, la muerte de mi hermana Mercedes,
devastada por un cáncer galopante. Todo eso sucedió en tan sólo siete meses.
Visto retrospectivamente parece mentira que tantas cosas sucedieran en tan
corto intervalo de tiempo, que se mezclaran emociones tan dispares como el
miedo, la ilusión, la felicidad y la tristeza con una facilidad inquietante,
sin posibilidad real de asimilación, sólo reaccionando y caminado, siempre
caminado mientras buscaba ese lugar en el mundo en el que sentirme por fin a
gusto. Muchos recuerdos se agolpan en mi memoria de aquellos días que significaron que por
fin era licenciado en Físicas. Nadie pudo nunca conocer realmente la enorme
dificultad que supuso mantenerme estudiando y centrado en La Laguna, sin dejarme llevar
por alguno de mis arranques escapistas que nunca compartí seriamente con
nadie. De hecho fue enorme la importancia que tuvieron amigos como Danisev,
Juanma o Sergio para mantenerme a flote y lúcido, para entender la importancia
que tenía sacarme la carrera, sirviéndome ellos como anclas emocionales
generadores de rutinas estudiantiles con las que mantener a duras pena el ritmo
de estudiante aplicado, ese ritmo que ya entonces había perdido casi por
completo para no recuperarlo jamás. Los recuerdos de aquellos últimos días en La Laguna, solo, sin amigos,
sólo con algunos conocidos, aparecen espaciados en mi memoria, aparecen como
flashes: recuerdo mirar el tablón de las notas, recuerdo la sensación de
increíble felicidad, recuerdo como en una nebulosa encontrarme con el profesor
canario responsable de aquella asignatura en la cafetería de la facultad
confirmándome sin darle mayor importancia que había aprobado el examen,
recuerdo al día siguiente coger el avión que me llevaba a Sevilla… Entonces mi
memoria me lleva sin dilación frente a la puerta de la que había sido mi casa
durante toda mi vida, ya está abierta, en su umbral me espera mi madre, se la
ve cansada, despeinada, vestida con su ropa de andar por casa, la noto
avejentada, como con menos presencia física, golpeada por horas de hospital y
meses de tristezas, pero algo desentona con el conjunto, algo que no encaja con
ese aspecto general, son sus ojos, brillan como cristales refulgentes, me miran
a mí, me hablan a mí, me abrazan a mí, me acerco a ella con una sonrisa, pero
ella alza sus brazos y me coge por los hombros, esta vez no me acerca como
tantas veces a su pecho, me agarra fuertemente y me zarandea levemente pero con
enorme intensidad… No recuerdo ni una sola de las palabras que me dijo, sólo
recuerdo la infinita satisfacción que sentí por poder compartir con ella ese
momento, con alguien que siempre se mantuvo incondicionalmente a mi lado a
pesar de que no siempre lo mereciera, con alguien que me conocía a la
perfección, que sabía incluso mejor que yo alguno de los miedos, penas y
sufrimientos que durante años tuve que aprender a controlar, con alguien que
era tan feliz como yo por esa licenciatura conseguida y era capaz de
transmitírmelo en unos pocos segundos. Finalmente nos abrazamos y caminamos
así, unidos, hasta la cocina. Allí solté en el suelo la maleta, se acercaron
otros de mis hermanos, conversamos brevemente, me felicitaron durante un par de
minutos. Después la realidad impuso de nuevo su cruel agenda. Recuerdo ese
segundo de silencio antes de que yo mismo preguntara por Mercedes, cómo se
torcía el gesto de todos, como el cansancio volvía al rostro de mi madre. Y
recuerdo decir algo así como: “dejadme ir al servicio a asearme un poco y
vamos para el hospital”. No había lugar para más celebraciones. Pero diez años
después aún recuerdo con emoción esa mirada de mi madre. Su intensidad. Su brillo. No creo
que pudiera haber tenido mejor regalo.
10 junio 2012
¡Descubra si es usted un perfecto imbécil!
Test para descubrir al perfecto imbécil
1) ¿Está usted
de acuerdo con la implantación del copago sanitario tanto en fármacos como en
la atención médica?
a) Sí, porque existe mucho despilfarro en el uso de la sanidad pública y deben existir unas tasas que echen para atrás a tanto anciano e inmigrante que usa excesivamente los servicios sanitarios.
b) No, porque hemos conseguido tener una sanidad pública universal de gran calidad a un coste razonable. Debe profundizarse en una mejor gestión de los recursos sin eliminar ninguno de los derechos adquiridos e intentando ampliar prestaciones.
2) ¿Está
usted de acuerdo con que una de las medidas recurrentes del Gobierno para superar
esta crisis sea rebajar los sueldos y los derechos de los funcionarios
públicos?
a) Sí, porque ya era hora de que estos vividores, verdaderos culpables encubiertos de esta crisis, empezaran a sufrir en sus carnes la inseguridad laboral y el miedo continuo al que están sometidos tantos trabajadores del sector privado.
b) No, porque mientras se pudo considerar que con estos recortes en el sector público se podía ayudar a que solidariamente el Estado de Bienestar se mantuviese a flote, pudo tener sentido esta medida. Ahora, que sin pudor se permite a los defraudadores blanquear su dinero negro y se hacen préstamos a la banca a fondo perdido, parece injusto hacer pagar a miles de trabajadores públicos por algo que, evidentemente, ellos no pudieron provocar.
3) ¿Está usted de acuerdo con que se suban las
tasas universitarias y se endurezcan los criterios para recibir becas públicas
en educación?
a) Sí, porque España tiene un número excesivo de estudiantes universitarios por lo que es preferible endurecer económicamente el acceso a la Universidad para que sólo las familias con dinero puedan seguir mandando a sus hijos a ella. Los jóvenes de familias más pobres deben comprender que ése no es su sitio y acomodarse dócilmente al miserable mercado laboral que los espera
b) No, porque endurecer las condiciones de acceso a la Universidad justo en estos momentos de brutal crisis económica, va en contra del principio de igualdad de oportunidades que nuestra democracia dice representar. Estas medidas segregan a la juventud según su origen socioeconómico y amenazan el desarrollo científico y cultural del país.
a) Sí, porque España tiene un número excesivo de estudiantes universitarios por lo que es preferible endurecer económicamente el acceso a la Universidad para que sólo las familias con dinero puedan seguir mandando a sus hijos a ella. Los jóvenes de familias más pobres deben comprender que ése no es su sitio y acomodarse dócilmente al miserable mercado laboral que los espera
b) No, porque endurecer las condiciones de acceso a la Universidad justo en estos momentos de brutal crisis económica, va en contra del principio de igualdad de oportunidades que nuestra democracia dice representar. Estas medidas segregan a la juventud según su origen socioeconómico y amenazan el desarrollo científico y cultural del país.
4) ¿Está usted de acuerdo con la amnistía
fiscal aprobada para aquellos que llevan años defraudando a la Hacienda española?
a) Sí, porque lo importante es que el Estado sea capaz de recaudar algo del dinero evadido además de conseguir que los grandes capitales confíen en nosotros y sientan que pueden seguir delinquiendo gracias a las condiciones fiscales laxas de nuestro país.
b) No, porque es una atrocidad moral con importantes consecuencias sociales, ya que lanza el mensaje de que sólo los asalariados con nóminas están obligados a pagar sus impuestos y sólo a ellos se les perseguirá ferozmente en el caso de que defrauden
a) Sí, porque lo importante es que el Estado sea capaz de recaudar algo del dinero evadido además de conseguir que los grandes capitales confíen en nosotros y sientan que pueden seguir delinquiendo gracias a las condiciones fiscales laxas de nuestro país.
b) No, porque es una atrocidad moral con importantes consecuencias sociales, ya que lanza el mensaje de que sólo los asalariados con nóminas están obligados a pagar sus impuestos y sólo a ellos se les perseguirá ferozmente en el caso de que defrauden
5) ¿Está usted de acuerdo con imponer un
impuesto que grave las transacciones financieras nacionales e internacionales?
a) No, porque supondría una limitación inaceptable al libre mercado que provocaría la huida de capitales de nuestro país. No importa que sea justo o injusto sino su utilidad práctica.
b) Sí, porque la crisis ha puesto al descubierto la pésima regulación de las transacciones puramente especulativas de un sector financiero sobredimensionado y voraz, por lo que estas tasas servirían tanto para obtener beneficios sociales como para impedir o controlar la creación de nuevas burbujas financieras.
a) No, porque supondría una limitación inaceptable al libre mercado que provocaría la huida de capitales de nuestro país. No importa que sea justo o injusto sino su utilidad práctica.
b) Sí, porque la crisis ha puesto al descubierto la pésima regulación de las transacciones puramente especulativas de un sector financiero sobredimensionado y voraz, por lo que estas tasas servirían tanto para obtener beneficios sociales como para impedir o controlar la creación de nuevas burbujas financieras.
6) ¿Está usted de acuerdo con que la Iglesia católica pague el
IBI por sus inmuebles y deje de financiarse a través de los impuestos de todos
los españoles?
a) No, porque la Iglesia católica hace una gran labor social. Por ello y porque sirve de guía espiritual de los españoles debe seguir manteniendo esos privilegios.
b) Sí, porque a diferencia de otras instituciones sociales como los partidos políticos o los sindicatos, la Iglesia católica no tiene ningún papel en nuestra democracia representativa por lo que el mantenimiento de sus privilegios, consecuencia de siglos de oprobio y oscuridad, es una ofensa constante a la laicidad del Estado. Sus gastos debieran ser sufragados por sus cada vez más escasos fieles.
a) No, porque la Iglesia católica hace una gran labor social. Por ello y porque sirve de guía espiritual de los españoles debe seguir manteniendo esos privilegios.
b) Sí, porque a diferencia de otras instituciones sociales como los partidos políticos o los sindicatos, la Iglesia católica no tiene ningún papel en nuestra democracia representativa por lo que el mantenimiento de sus privilegios, consecuencia de siglos de oprobio y oscuridad, es una ofensa constante a la laicidad del Estado. Sus gastos debieran ser sufragados por sus cada vez más escasos fieles.
7) ¿Está usted de acuerdo con los recortes de
personal sanitario y educativo?
a) Sí, porque España tiene demasiados funcionarios y hay que limitar su número, ya que no está demostrado que un menor número de empleados tenga que repercutir en la calidad del servicio prestado. Que haya más alumnos por clase y menos profesores por alumno no tiene importancia: hace años éramos cuarenta por clase y no pasaba nada.
b) No, poque España no tiene un número excesivo de funcionarios, está en la media europea, y sólo el Estado puede garantizar una educación y una sanidad públicas dignas y de calidad a la que puedan acceder todos los ciudadanos, independientemente de sus posibilidades económicas.
a) Sí, porque España tiene demasiados funcionarios y hay que limitar su número, ya que no está demostrado que un menor número de empleados tenga que repercutir en la calidad del servicio prestado. Que haya más alumnos por clase y menos profesores por alumno no tiene importancia: hace años éramos cuarenta por clase y no pasaba nada.
b) No, poque España no tiene un número excesivo de funcionarios, está en la media europea, y sólo el Estado puede garantizar una educación y una sanidad públicas dignas y de calidad a la que puedan acceder todos los ciudadanos, independientemente de sus posibilidades económicas.
8) ¿Está usted de
acuerdo con gravar a las rentas más altas recuperando impuestos como el de
patrimonio y que se endurezcan las penas por fraude fiscal?
a) No, porque debemos tener una fiscalidad generosa con los grandes capitales para que éstos inviertan en nuestro país. Hemos de abandonar la idea de que los impuestos sirven para redistribuir la riqueza y empezar a verlos como un obstáculo para que el libre mercado funcione a pleno rendimiento.
b) Sí, porque desde hace años, a través de ingeniería fiscal, las grandes fortunas de este país pagan muchos menos impuestos de los que por su patrimonio real deberían. Además, los inspectores de Hacienda advierten desde hace años que el 75% del fraude fiscal en España es debido a las grandes empresas y las grandes fortunas por lo que en lugar de amnistías inmorales se debería penar duramente al evasor, siendo proporcional la pena a las cantidades evadidas.
9) ¿Está usted de
acuerdo con que ningún banco que haya recibido ayudas públicas a través del Estado
español o del BCE pueda desahuciar a ninguna familia con problemas económicos
derivados de la crisis?
a) No, porque sentaría un precedente peligroso que podría distorsionar el mercado y provocar un efecto arrastre que desvalorizaría las viviendas y generaría desconfianza en el mercado inmobiliario.
b) Sí, porque es inadmisible e inmoral que un banco que ha falseado sistemáticamente sus balances, que reparte millonarias bonificaciones a sus paniaguados directivos y que, finalmente, necesita ayudas públicas para no quebrar, se atreva a tomar decisiones ejecutivas privadas (sufragadas con dinero público) para ejecutar impagos hipotecarios y dejar a familias en la calle, sin vivienda y con deudas inasumibles
a) No, porque sentaría un precedente peligroso que podría distorsionar el mercado y provocar un efecto arrastre que desvalorizaría las viviendas y generaría desconfianza en el mercado inmobiliario.
b) Sí, porque es inadmisible e inmoral que un banco que ha falseado sistemáticamente sus balances, que reparte millonarias bonificaciones a sus paniaguados directivos y que, finalmente, necesita ayudas públicas para no quebrar, se atreva a tomar decisiones ejecutivas privadas (sufragadas con dinero público) para ejecutar impagos hipotecarios y dejar a familias en la calle, sin vivienda y con deudas inasumibles
10) ¿Está usted de acuerdo con que se reduzcan
las prestaciones por desempleo y se endurezcan los criterios para poder acceder
a ellas y para poder seguir cobrándolas?
a) Sí, porque no es de recibo que haya tanta gente que prefiera cobrar el paro a coger uno de los trabajos que le ofrezcan. Esto es debido a que la gente le gusta mucho vivir de la sopaboba y no tiene ningún espíritu emprendedor.
b) No, porque la prestación por desempleo es un derecho social por el que el trabajador cotiza durante años, para estar protegido ante una eventual situación de desempleo. El máximo tiempo que se puede cobrar es dos años y no debiera obligarse a nadie a aceptar empleos precarios, infames y denigrantes bajo la amenaza de perder aquello por lo que ha cotizado.
Análisis de
resultados
- Si ha marcado 10 repuestas
tipo a): ¡¡Felicidades!! ¡Ha
demostrado usted ser un perfecto imbécil! Salvo que sea usted un rico miserable
e insolidario, sus respuestas confirman que es posible apoyar todas las
iniciativas políticas que le perjudican a uno mismo y a la posibilidad de una
sociedad más justa y solidaria. No presenta usted ningún signo de flaqueza.
Como el cretino que es responde siempre de manera irracional, equivocándose
constantemente de enemigo. Es usted digno representante de la ciudadanía más
cerril y estúpida de este país.
- Si ha marcado entre 5
y 9 respuestas tipo a): ¡¡Casi lo consigue!! Está usted muy cerca de
conseguir el objetivo. La imbecilidad es muy poderosa en usted y con el tiempo,
si se aleja de perroflautas indignados, se convertirá en un perfecto imbécil de
manual.
- Si ha marcado entre 1
y 4 respuestas tipo a): ¡¡Lo
sentimos!! Está usted todavía lejos del objetivo. Seguramente está todavía
contaminado por tontas ideas sobre la justicia social y otras bobadas por el
estilo. No se desanime, persevere en actitudes como la indiferencia y la
pasividad. Lea poco o tan sólo las portadas de La Razón y, con el tiempo, tal
vez pueda conseguir acercarse a esas altas cotas de imbecilidad que tantos de
sus compatriotas están consiguiendo. ¡No se desanime!
- Si no ha
marcado ninguna respuesta tipo a): ¡¡Ha
fracasado!! Nos aflige comunicarle que, desgraciadamente, no es usted un imbécil.
Le auguramos un estado de permanente indignación mezclado con altas dosis de
impotencia. Intente no mirar a su alrededor porque la alta densidad de imbecilidad
presente le recordará continuamente su soledad.
22 mayo 2012
Sobre esquiroles lúcidos y camisetas verdes (mojadas)
El esquirol lúcido es uno de los peores enemigos internos al
que debe enfrentarse el profesor cuando intenta construir una estrategia de
movilización contra las políticas que atentan a la educación pública. El
esquirol lúcido es absolutamente consciente de la gravedad de la situación en
la que se encuentra la enseñanza pública, del punto de inflexión que las
políticas actuales van a suponer para el futuro de miles de jóvenes de hoy y
del futuro. El esquirol lúcido conoce de primera mano las injusticias que genera
la doble red pública/concertada así como que, lentamente, a base de recortes,
parches, decretos, instrucciones y enmiendas se está atacando desde todos los
frentes el principio de igualdad de oportunidades en que debiera basarse una
democracia, dejando morir desangrada por cientos de heridas supurantes a la otrora
orgullosa educación pública, la que fuera emblema de una sociedad que salía del
oscurantismo de la dictadura y quería encaminarse con esperanza hacia el futuro,
apoyándose en una enseñanza igualitaria y gratuita (gracias a los impuestos) de
niños, adolescentes y jóvenes que, en poco tiempo, se convirtieron en los que
hoy nos sanan como médicos, construyen como ingenieros, imparten clases como profesores
o descubren como científicos. El esquirol lúcido no participa jamás en la
ingrata tarea de organizar asambleas, informar a compañeros, distribuir
información por las redes sociales o elaborar estrategias. Su capacidad
intelectual y cultural le permite estar al tanto de todo lo que va sucediendo y,
por ende, de encontrar siempre alguna razón por la que finalmente no debe
juntarse a la infantería que, con sus propias dudas y contradicciones, es
consciente de la necesidad de actuar y participar secundando las huelgas. El
esquirol lúcido asienta su argumentación sobre dos o tres recias ideas
construidas siempre desde una posición de seguridad laboral (nunca será un
interino) que le permiten no terminar de ensuciarse las manos (ni perder su
tiempo, ni su dinero) con huelgas a las que predice nulo futuro. A diferencia
de otras especies de esquirol no se escuda en el miedo (esquirol pusilánime),
ni en el dinero (esquirol ruin), ni en la necesidad de los recortes (esquirol
ideológico), ni en su propio adocenamiento intelectual (esquirol inane). El
esquirol lúcido es consciente de que debería, por dignidad y justicia, secundar
las huelgas, por lo que suele aceptar superficialmente las críticas que provoca
su, en principio, incomprensible posición. Pero contraataca refugiándose en abstractos
ético-estéticos basados en la necesidad de ser más contundentes con las
acciones a realizar, y como esa necesidad no es satisfecha con días puntuales
de huelga, predice el fracaso de las acciones propuestas, profecía autocumplida
que él mismo se encarga de ayudar a que se cumpla acudiendo finalmente el día
de huelga a trabajar, como un esquirol más, mientras los demás (idiotas
idealistas, según su postura) se dejan los cuernos volviendo a fracasar en las
calles. Inteligente y cínico, ejerce de profeta y advierte lúcidamente que todo
esto no servirá de nuevo para nada y tan sólo servirá para seguir haciendo el
juego a la Administración
(aunque asume al mismo tiempo que su propia postura es la que más beneficia a
esa Administración, contradicción ésta que no parece quitarle el sueño). El
esquirol lúcido se refugia en la utopía de una huelga indefinida que, como
nunca llega, impide contrastar la verosimilitud de sus afirmaciones, pero
mientras tanto ejerce de peligroso agente desmovilizador en los claustros de
profesores ya que su opinión suele ser escuchada y respetada, por lo que su
decisión anunciada de no participar en las huelgas permite encontrar la excusa
final a muchos otros (que suelen sufrir una acusada anorexia intelectual) que tan
sólo esperan la ocasión perfecta para escabullirse de sus responsabilidades
ciudadanas. En general, el esquirol lúcido de manual nunca secunda ninguna
huelga, pero su bando aumenta de número gracias a muchos profesores que se ven
tentados por esa opción en alguna ocasión. Así, equivocando el objetivo de sus
iras, de sus frustraciones, eligen erróneos compañeros de viaje que le
acompañan encantado por el mar de las excusas esquirolas que se ponen encima de
la mesa a la hora de tomar el más miserable de todos los cafés tomados en un
instituto: el del día de la huelga, cuando la ausencia de alumnos permite cobrar
al esquirol sin dar un palo al agua.
Por último merece la pena detenerse en un tipo de esquirol
que antes no he mencionado. Podríamos denominarlo el esquirol hipócrita. A los de este tipo reconozco que no los puedo
soportar, tal es el grado de indecencia que sus acciones suponen. Son los
profesores que en el día de huelga van a trabajar, sin vergüenza alguna,
enfundados en su camiseta verde, comprometidos ellos que son, o que quieren
parecer, claro, como queriendo distinguirse del resto de esquiroles y crear una
nueva clase que genere mayor simpatía, sin entender que lo único que producen
es mayor aversión. El esquirol hipócrita o indignadito (porque no llega a
indignado) supone egoísta y miserablemente que es el único con problemas
económicos, familiares o personales, considera que no puede permitirse perder un
solo día de sueldo (o varios) y aún manteniendo artificialmente un discurso
crítico hacia los recortes asume que los demás tenemos que entender que su
contribución a la causa es manifestarnos públicamente su apoyo mediante la
dichosa camiseta, mientras también se ocupa de desmovilizar aduciendo cuando se
le presiona, que las huelgas no son la salida a nuestros problemas… ¡Sin aportar
jamás alguna alternativa creíble que no pertenezca a sus mundos de Yupi! Igual,
si se tercia, no llueve y no le viene muy mal, se paseará por la tarde por la
calle en la manifestación de turno (siempre en las numerosas, porque en las que
permiten semanal o mensualmente que la lucha no decaiga ni aparece ni se le
espera). El esquirol hipócrita asume con desparpajo que él también está
luchando a su manera, aunque nunca le encontrarás jugándose un euro de su bolsillo
o un ápice de su seguridad laboral mediante algún acto subversivo contra
aquellos que asfixian la educación pública. A lo más que llegará será a hacer encendidas
y pueriles defensas abstractas del valor de la enseñanza pública y en su perfil
de Facebook colgará lacitos verdes, vídeos empalagosos y demás chuminadas con
las que cree contribuir a la causa.
Hoy era un día de huelga en la educación pública. Y huelga
significa paralizar el funcionamiento normal de una actividad laboral para
reivindicar aquello que los trabajadores consideran justo. En esta ocasión además
significaba la confluencia de la defensa de unos derechos laborales
determinados con la defensa de un derecho social que se nos escapa de las manos.
Da igual que hoy un profesor hiciera huelga por un motivo, por otro o por
ambos. Lo que es impresentable es que sabiendo la que nos está cayendo encima
hoy demasiados hayan decidido ir a (no) trabajar.
11 mayo 2012
¡¡Menos fútbol y más educación!!
Llegamos tarde a la concentración. Otra más, de nuevo, en la
calle Alcalá, frente a la
Consejería de Educación, con nuestras camisetas verdes. Ahora
también enfrentados al Ministerio, cuya sede se sitúa junto a la de la Consejería, formando
una fachada interminable, como una metáfora de la extraordinaria fuerza del
aquellos contra los que nos enfrentamos. Ahora ellos han redoblado sus fuerzas
pero en cambio nosotros nos diluimos y cada vez somos menos los que asistimos a
estas concentraciones. Justo cuando llegamos la marea verde, a la que tristemente
apenas se la puede catalogar como ola, ha sido arrinconada por la policía en un
lado de la calle, liberando al asfalto de su presencia. De lejos, mientras
aceleramos el paso, aparece un autobús descapotable con colores rojiblancos que
avanza hacia nosotros de manera pausada. Los pitidos y los gritos comienzan a aumentar
de volumen, no sé todavía por qué, pero comienzo a correr para llegar cuanto
antes junto a mis compañeros. Al tiempo ellos, de manera pacífica, se saltan tímidamente
el mínimo cordón policial e invaden unos metros la calzada, justo cuando el
autobús, ocupado por un grupo de niñatos contentos, alborotados y excitados,
futbolistas que han hecho felices a tantos madrileños atléticos, pasaba por
ella. Soy futbolero, me encanta este deporte, me gusta mucho verlo por televisión,
soy capaz incluso de ver partidos infantiles y juveniles o de pararme unos
minutos en la calle para seguir las evoluciones de unos chavales que disfrutan
del balón como tantas veces hice yo de niño. Su felicidad y su celebración no
debieran oponerse a nuestras reivindicaciones. Pero algo sucede, y a su paso dejo
salir mi rabia, mi ira, mi frustración, por ver que otra vez volvemos a ser tan
pocos, por constatar que nada parece ya movilizar a tantos profesores
acomodados en sus rutinas diarias y que parecen haber agotado su capacidad de
indignación (nunca su capacidad de sumisión), por observar que los vagones de
metro ya no estaban coloreados de verde como tantas veces sino de rojiblanco,
repletos de gente que no duda en romper su rutinas para festejar pero que
siempre encuentra una excusa para no salir a la calle a reivindicar y reclamar
los derechos que les están robando… porque estoy jodido, porque estoy
fastidiado, porque empiezo a estar harto de estar siempre harto, de manera que
junto a mis compañeros grito, vocifero, utilizando hasta el último aliento de
mis asmáticos pulmones: “¡¡Menos fútbol y más educación!!… ¡¡Menos fútbol y más
educación!!... ¡¡Menos fútbol y más educación!!... Mientras lentamente el
autobús circula por delante de nosotros, veo nítidamente las caras de tantos de los
jugadores que conozco, gritándonos ellos a su vez, tal vez creyendo erróneamente
que los aclamamos. Distingo a uno que me mira desde el principio, o eso creo, tal
vez sea Koke, o no, parece intentar comprender lo que les decimos, lo que yo le
grito mirándole ya directamente mientras lo señalo; él deja de gritar y de
agitar su bufanda unos segundos, parece prestarme toda su atención, parece
comprender, capta el mensaje y me asiente con la cabeza, tal vez jocosamente,
casi seguro, como con pena, por mí, por nosotros, por los tristes, por los
cansinos, como no podía ser de otra forma. Finalmente, el autobús se aleja
definitivamente, camino a Sol, camino a los dominios de Aguirre, que los espera
para exhibirse con ellos en el balcón de su palacio, frente a una plaza que
hierve de pasión y expectación, invadida de nuevo pero por los motivos que
parecen agradar a la Presidenta,
dispuesta ella de nuevo a enfundarse en una camiseta de fútbol, a hacer sus
chascarrilos con los jugadores, técnicos, dirigentes, a montar, en definitiva,
su ya conocido espectáculo populista y campechano que tanto parece gustar a una
gran parte de la sociedad madrileña.
Mientras miro como se aleja el autobús, dejo de gritar y de
inmediato, sin poder evitarlo, al pararme a pensar un segundo, me echo a reír, a
carcajadas, junto con algunos de los profesores. Qué tonto todo. Cuánta
intensidad ridícula. Cuánta dignidad si no impostada sí artificial. Qué
ridículos podemos ser cuando nos ponemos
tan solemnes. Menos fútbol y más educación… menuda chorrada, como si ése fuera
nuestro problema, el problema de este país. Qué absurdos terminan siendo tantas
veces esos momentos de pasión desbordada, colectiva o individual, que estamos
acostumbrados a que la literatura y el cine mitifiquen. El exceso de intensidad
en la vida siempre viene acompañado de un punto de ridiculez. La vida nunca es sólo
drama. Nunca es sólo comedia. Eso sí, siempre termina siendo fordiana.
28 abril 2012
Declaración de amor a un sueño moribundo
Cada día una nueva mala noticia educativa en Madrid viene a
superponerse a la del día anterior. Confluyen como una superposición de ondas
en interferencia constructiva, mostrándome la dura realidad que, lenta pero
inevitablemente, me arrastra cada día más lejos de la profesión que elegí y con
la que he sido extraordinariamente feliz durante los últimos seis años.
Yo nunca aspiré a ser profesor de instituto. Ni cuando fui adolescente, ni cuando me planteé el estudio de la carrera de Físicas, ni cuando elegí la especialidad de Astrofísica para licenciarme. Utilizaba con soltura los lugares comunes con los que los jóvenes denostan a estos profesores, vinculando su actividad con los folios amarillos, la desidia, el aburrimiento y la mediocridad. Lugares comunes, esos lugares que por creer conocidos no se investigan y dejan patente nuestra propia pobreza y pereza intelectual. Una vez acabada la carrera lo único que tenía claro era, en cambio, que no podía dedicar mi vida a la investigación científica porque implicaba una dedicación exclusiva a algo que estaba en las antípodas de lo que eran mis intereses reales. Aún me emociono cuando comprendo (o vuelvo a comprender) ciertos fenómenos físicos, me entusiasma asomarme a vislumbrar el porqué de tantos de esos sucesos que la naturaleza nos muestra, cada día me interesan más la filosofía y la divulgación de la ciencia, pero ya por entonces advertía con pavor la entrega monacal que exigía la especialización que suponía la investigación, y la competición miserable, la lucha no por conocer sino por pertenecer, no por comprender sino por sobrevivir en el mundo de la ciencia. Sólo he visto en otro lugar similares puñaladas a las que, dentro de la ciencia, los aspirantes al club se lanzan entre ellos: en el mundo de la literatura. Entre sonrisas, abrazos e hipócritas loas. Recién emparejado con la que hoy sigue siendo mi mujer, mi compañera, mi todo, decidimos seguir nuestra frágil aventura en Madrid, en la que era la ciudad de mis sueños, donde según mi imaginario todo sucedía porque todo podía suceder. Madrid nunca me ha decepcionado, al menos hasta ahora, me siento en casa como nunca me sentí en Sevilla, me siento identificado con su idiosincrasia, con su ritmo, con su autocrítica constante, con su capacidad de no ser nada mientra puede aspirar a ser todo. A pesar de su repugnante evolución hacia el conservadurismo político. Durante un par años vivimos al día, con lo justo, sin posesión alguna, sin compromisos ni ataduras, dando clases particulares a domicilio, disfrutando del enorme tiempo libre que nuestra falta de ambición económica nos otorgaba para vivir la ciudad, para leer, para sumergirme en el cine, para picar y picar en todo aquello que me llena, me interesa: sociología, economía, política, cine, filosofía, literatura… Experto en casi todo, especialista en casi nada, diletante profesional, incapaz de profundizar, feliz por ello, desgraciado a veces por lo mismo. Fue una época feliz, libre, casi salvaje, donde el tiempo era eterno y el futuro sólo era algo que pasaba la semana siguiente. Poco a poco descubrí que era bueno, bastante bueno dando clases. Que me gustaba, que se me daba bien, que era la única actividad en donde nunca mostraba impaciencia, en la que en todo momento era capaz de de mostrar la empatía necesaria para ayudar a la comprensión del alumno. Tal vez había encontrado algo, tal vez podría tener la suerte de dedicarme a algo que me gustara y que me dejara cierto tiempo libre para seguir ocupándome de mis otras necesidades. Tuve suerte y, aprobando una y otra vez los exámenes de las oposiciones, pude optar a las migajas interinas que el sistema educativo madrileño permitía debido a la financiación ilegítima con fondos públicos de la enseñanza privada concertada. Fui profesor interino, con vacante cada curso, lo que significaba que cada año me convertí en el profesor de Física y Química (y Ciencias Naturales) de decenas de alumnos madrileños.
Yo nunca aspiré a ser profesor de instituto. Ni cuando fui adolescente, ni cuando me planteé el estudio de la carrera de Físicas, ni cuando elegí la especialidad de Astrofísica para licenciarme. Utilizaba con soltura los lugares comunes con los que los jóvenes denostan a estos profesores, vinculando su actividad con los folios amarillos, la desidia, el aburrimiento y la mediocridad. Lugares comunes, esos lugares que por creer conocidos no se investigan y dejan patente nuestra propia pobreza y pereza intelectual. Una vez acabada la carrera lo único que tenía claro era, en cambio, que no podía dedicar mi vida a la investigación científica porque implicaba una dedicación exclusiva a algo que estaba en las antípodas de lo que eran mis intereses reales. Aún me emociono cuando comprendo (o vuelvo a comprender) ciertos fenómenos físicos, me entusiasma asomarme a vislumbrar el porqué de tantos de esos sucesos que la naturaleza nos muestra, cada día me interesan más la filosofía y la divulgación de la ciencia, pero ya por entonces advertía con pavor la entrega monacal que exigía la especialización que suponía la investigación, y la competición miserable, la lucha no por conocer sino por pertenecer, no por comprender sino por sobrevivir en el mundo de la ciencia. Sólo he visto en otro lugar similares puñaladas a las que, dentro de la ciencia, los aspirantes al club se lanzan entre ellos: en el mundo de la literatura. Entre sonrisas, abrazos e hipócritas loas. Recién emparejado con la que hoy sigue siendo mi mujer, mi compañera, mi todo, decidimos seguir nuestra frágil aventura en Madrid, en la que era la ciudad de mis sueños, donde según mi imaginario todo sucedía porque todo podía suceder. Madrid nunca me ha decepcionado, al menos hasta ahora, me siento en casa como nunca me sentí en Sevilla, me siento identificado con su idiosincrasia, con su ritmo, con su autocrítica constante, con su capacidad de no ser nada mientra puede aspirar a ser todo. A pesar de su repugnante evolución hacia el conservadurismo político. Durante un par años vivimos al día, con lo justo, sin posesión alguna, sin compromisos ni ataduras, dando clases particulares a domicilio, disfrutando del enorme tiempo libre que nuestra falta de ambición económica nos otorgaba para vivir la ciudad, para leer, para sumergirme en el cine, para picar y picar en todo aquello que me llena, me interesa: sociología, economía, política, cine, filosofía, literatura… Experto en casi todo, especialista en casi nada, diletante profesional, incapaz de profundizar, feliz por ello, desgraciado a veces por lo mismo. Fue una época feliz, libre, casi salvaje, donde el tiempo era eterno y el futuro sólo era algo que pasaba la semana siguiente. Poco a poco descubrí que era bueno, bastante bueno dando clases. Que me gustaba, que se me daba bien, que era la única actividad en donde nunca mostraba impaciencia, en la que en todo momento era capaz de de mostrar la empatía necesaria para ayudar a la comprensión del alumno. Tal vez había encontrado algo, tal vez podría tener la suerte de dedicarme a algo que me gustara y que me dejara cierto tiempo libre para seguir ocupándome de mis otras necesidades. Tuve suerte y, aprobando una y otra vez los exámenes de las oposiciones, pude optar a las migajas interinas que el sistema educativo madrileño permitía debido a la financiación ilegítima con fondos públicos de la enseñanza privada concertada. Fui profesor interino, con vacante cada curso, lo que significaba que cada año me convertí en el profesor de Física y Química (y Ciencias Naturales) de decenas de alumnos madrileños.
Desde el primer día supe que estaba exactamente donde debía
estar. Desde que entré por primera vez en las aulas del IES Isabel la Católica, supe que había
encontrado mi sitio, mi lugar en el mundo. Entonces yo no sabía nada de constructivismo,
de grupos de trabajo, de la crisis de la clase magistral, de la discusión
pedagógica sobre lo que debía significar la figura del profesor en el proceso
de aprendizaje de los alumnos, de trincheras educativas, de lo que había
supuesto y significaba, positiva o negativamente, la LOGSE en la memoria
individual y colectiva del gremio docente... Lo que sí sabía, lo que supe desde
el principio, era lo extraordinariamente sencillo que me era conectar con los
alumnos, con sus problemas, con sus inquietudes, sus miedos, sus ambiciones. Y
a partir de ahí ayudarles a interesarse por la ciencia y por el mundo partiendo
de sus ideas y procurando alimentar sus sueños. Tal vez todo era muy simple,
tal vez el significado de ser profesor fuera en el fondo mucho más sencillo que
lo que tantos pedagogos se afanaban en complicar o tantos malos profesores se
empeñaban en simplificar, tal vez todo se resumía en que había que respetar a
los alumnos, escucharlos, empatizar con ellos, considerarlos merecedores de
consideración intelectual y emocional y no por ello dejar de saber que el papel
del profesor no era estar a su altura sino colocarse a su lado, ayudarlos a
avanzar mientras tú te quedabas atrás, mientras ellos se alejaban en busca de
la consecución de sus propios sueños. Hace tiempo que comprendí que ningún CAP,
ningún Máster va a conseguir jamás que alguien que no sienta que eso es una
verdad emocional, casi telúrica, puede llegar a ser un buen profesor. Podrá ser
un buen profesional, tendrá los recursos para enseñar una materia, pero nunca
será un buen profesor. Yo entendí rápidamente que mi papel, el papel del
profesor, no tenía nada que ver con impartir espectaculares y aburridas clases
magistrales sobre la materia que enseñamos, sino mucho más con la apertura de
puertas a otros mundos, científicos, culturales y emocionales a adolescentes hambrientos,
desesperados porque alguien los tome definitivamente en serio, que entienda que,
a pesar de los tópicos y de la infantilización a los que sistemáticamente se
los somete, ellos son personas en proceso de transformación, camino de
convertirse tal vez en aburridos adultos, como tantos, pero aún con la apasionante
sensación adolescente de ser al mismo tiempo tan especiales y tan vulgares, de
sentirse únicos en el mundo al tiempo que el más mediocre de sus habitantes.
Capaces de iluminar con la luz más brillante para un segundo después
comportarse de la manera más miserable.
Desde entonces no recuerdo un día que entrara en un aula con
mala cara. La mala cara aparecía por la mañana, cuando me tenía que levantar de
madrugada para poder llegar a tiempo al instituto. O al llegar a casa más allá
de las cuatro de la tarde tras un día agotador. Pero nunca al entrar en el
aula. He disfrutado siempre. Esa puerta, la puerta de cada aula, significaba adentrarme
en una burbuja, en otro mundo, donde mis problemas, mis miedos, mis
preocupaciones, las enfermedades o el contexto socioeconómico pasaban
inmediatamente a un segundo plano. En este mundo las directrices estaban
claras, los objetivos evidentes, la posibilidad de despiste inexistente, el
camino marcado, todo tan fácil y siempre tan cerca del fracaso: cada clase como
una función de teatro en la que lo que se hizo el día anterior no sirve para
nada, una representación en la que no se puede fallar, trabajando como un
director de orquesta, construyendo un show que permita el aprendizaje (el
objetivo clave, siempre presente como eje director) para elevarse sobre una
realidad educativa que induce al aburrimiento, a la desidia, a la reiteración
de actividades clonadas… Cada mañana, cada clase, vista como un reto, siempre
cerca del abismo, con los alumnos esperando ese error que les permita de nuevo
desconectar y desentenderse, adaptándome a las radicales diferencias entre las
decenas de grupos con los que he trabajado, disfrutando de su heterogeneidad,
de las sinergias construidas, de las complicidades: la inmigración y los
problemas sociales en el Isabel la
Católica junto con un estupendo grupo de 4º ESO con el que
empecé a aprender a trabajar como tutor; el salto a Fuenlabrada, al África con el 3º más
complicado al que nunca me enfrenté y con otra tutoría de 4º muy especial, un
grupo de alumnos tremendamente receptivos que me hicieron uno de los regalos de
despedida más frikis y divertidos que, creo, nunca recibiré; los dos años en Colmenar
de Oreja, en el Carpe Diem, mi exilio rural, que me permitieron por primera vez repetir en un
mismo centro y conocer a una generación de alumnos estupendos, extraordinarias
personas, muy especiales, que me acaban de invitar a su graduación, dos años
después, en 2º de Bachillerato, y con los que aprendí el enorme bien que la
educación pública puede hacer en estos lugares; el brusco cambio desde lo rural
hasta lo urbano, volviendo a Madrid capital, al Iturralde, con otra tutoría de 4º con alumnos
muy brillantes y comprometidos, con hambre atrasada, deseosos de aprender y de posicionarse en el mundo;
hasta este curso, en el que he ido transitando desde Becerril hasta Torrejón a
la espera de lo que me destine el final de curso, desde trabajar en el Juan Ramón Jiménez con enorme
esfuerzo y empatía con alumnos al borde del abandono educativo hasta
encontrarme en el Palas Atenea con un 1º de Bachillerato que ha sido el grupo
de alumnos más dinámico, divertido y brillante que jamás haya tenido... Años
intensos, grupos dispares, cientos de alumnos cuyos nombres voy poco a poco olvidando,
cuyas caras se difuminan con el tiempo, pero que tienen un enorme significado porque forman
parte de mi vida.
No me engaño. Parafraseando a una de mis películas favoritas
mi sensación es que todas estas experiencias se irán como lágrimas en la
lluvia. No es éste un post reivindicativo, ni político. Otros lo han sido y
otros lo serán. No, éste es una declaración de amor. De amor a una labor en la
que he encontrado mi lugar, mi equilibrio, la sensación de ser útil a personas
reales e identificables, en la que he encontrado la posibilidad de vivir mi
vida sin sentirme excesivamente sucio, ni deshonesto, una labor en la que no
debía traicionarme para conseguir el dinero con el que sobrevivir en esta
sociedad. Una labor por la que siempre llego absolutamente reventado a casa,
que me ha hecho descubrir el sabor amargo de las migrañas, que llena mi cabeza,
me exige y me tensiona cada día pero que también me ha permitido conocer a
gente extraordinaria, profesores que a día de hoy se han convertido en algunos
de mis mejores amigos. Este post lo escribo para mí, para recordarme por qué
debo seguir luchando, para no olvidar los motivos por los que perseverar contra
viento y marea aún merece la pena, para recordar a esos alumnos con los que he
trabajado, ésos que creían que eran ellos los que estaban aprendiendo conmigo mientras
era yo que el cada día, gracias a ellos, era mejor persona.
Esto no es más es una declaración de amor en tiempos de
guerra.
A pesar de todo.
A pesar de todo.
13 abril 2012
Las mentiras sobre el copago sanitario
Desde hace demasiado tiempo cada día nos despertamos con noticias desesperantes, generadas por el Gobierno con sus recortes o por la miserable presión económica exterior que apuesta por hacernos caer, como ya cayeron Grecia y Portugal. Nunca como en este tiempo me he informado tanto a través de tantas fuentes y nunca como ahora sigo tan poco lo que los periódicos caducos ofrecen en papel.
El anuncio por sorpresa del nuevo ajuste de 10000 millones de euros en sanidad y educación vuelve a mostrarnos cómo el PP no sólo mintió una y otra vez en su programa electoral y durante la campaña electoral de noviembre, sino que además ni siquiera cumple con aquello que Rajoy predicaba acerca de su fiabilidad y de que sus decisiones no iban a ser ocurrencias tomadas de manera irresponsable y precipitada. Un gobierno que tarda casi tres meses en presentar unos presupuestos generales, intentado ocultar sus intenciones a la ciudadanía con el interés bastardo de ganar las elecciones andaluzas, no puede dos semanas después presentar un recorte de este calibre que invalida todo el supuesto trabajo serio de evaluación que la presentación de tales presupuestos debiera conllevar.
La pregunta que surge ahora es de donde van a recortar en dos ámbitos tan delicados como son la sanidad y la educación para conseguir ese ahorro anunciado. En sanidad ya han empezado los dirigentes populares y los tertulianos en nómina a lanzar globos sondas a los medios respecto al camino a seguir: co(re)pago sanitario. Primero, en las recetas... Después, ya veremos. En este enlace se puede leer como Cospedal aboga por el copago en las recetas y abre la puerta a introducirlo también en las consultas (eso sí, todo muy "socialista" de momento, sólo en función de las rentas). También deja caer la posibilidad de dejar de financiar las medicinas más baratas.
Hay que intentar no caer en el nuevo engaño de la derecha. Es un argumento demagógico y falaz decir
que deben pagar más por los fármacos aquellos que más cobran (en nómina, claro, a los otros nada se les hace...bueno, sí, reciben amnistías fiscales como premio por robarnos a todos durante años) ya que es injusto que paguen igual que los más pobres. Lo que sucede es que, debido a la
progresividad fiscal, los primeros ya han
pagado a través de los impuestos, mucho más que los segundos, porque la mayor parte del precio de los fármacos lo subvenciona el Estado... ¡precisamente a través de esos impuestos! Por lo tanto que el PP venga ahora con esta
"vena socialista" defendiendo que paguen más por los fármacos los que
más cobran sólo es una manera populista de intentar ganarse a la manipulable opinión pública española, aprovecharse de su desesperanza y desesperación y escurrir el bulto. En el fondo son conscientes de que es imposible alcanzar sus objetivos de déficit en un país que no crece, en recesión económica y en el que ellos mismos pronostican que habrá seis millones de parados a final de año. Pero prefieren seguir refugiados en su ortodoxia económica, no tocar el IVA porque sería tremendamente impopular y aprovechar la ocasión para terminar de abrir la puerta a una futura privatización total de la sanidad.
El problema (no para ellos que lo saben y les
gusta la idea) es que el camino que abren puede romper el consenso
social que ha permitido que la clase media y media-alta (las que sustentan el
tinglado impositivo realmente) sostegan económicamente el sistema sanitario universal de extraordinaria calidad que tenemos, ya que se podían beneficiar de él tanto directamente (sobre todo en los casos más graves que supondrían un coste privado muy difícil de asumir) como indirectamente (porque podían contratar seguros privados muy baratos que les permitían eludir los aspectos más engorrosos de la sanidad pública). No hay que ser muy perspicaz para prever que en poco tiempo se empezarán a escuchar dulces cantos de sirena que abogarán por la
obligatoriedad de seguros médicos privados para las rentas más altas (con jugosas desgravaciones, claro) que ofrecerán prestaciones que
la seguridad social ya no ofrezca de manera general y sólo haga de manera
asistencialista a los más desfavorecidos. Así veríamos como lentamente se irían desanclando aquellos con las nóminas más altas del compromiso social que supone la sanidad pública .
Nada hay más peligroso que la demagogia
socialista de la derecha
08 abril 2012
Cleptopía: sobreviviendo en la era de la estafa
No creo que pueda haber mejor ensayo para comprender las
entrañas de la bestia. Cleptopía debiera ser lectura obligatoria para todo aquél
que quiera comprender sin ambages, sin medias tintas, el porqué estamos en la
situación en la que hoy nos vemos. Lo curioso es que está escrito desde el
corazón de los EEUU y circunscribe lo que cuenta a lo local, política y económicamente.
Pero su relato de la crisis, ese relato visceral, emocional, argumentado y
totalitario se convierte finalmente en el relato de nuestra crisis, en el relato de la crisis mundial,
en el relato de la crisis del capitalismo de casino, de la gran estafa, de la
mentira neoliberal.
“Otro ciclo diabólico para los ciudadanos ordinarios; otro
crimen perpetrado por los ingenieros de la clase estafadora. Un ciudadano de
Pensilvania como Robert Lukens ve cómo su negocio se desmorona por culpa de los
precios del petróleo. Pero esos precios no han subido por sí solos: un puñado
de bancos de inversión los han estado inflando a voluntad, gracias a que unos
cuantos políticos les vendieron el poder de manipular el mercado. Lukens no
tiene voz en todo esto y se limita a pagar lo que tiene que pagar. Parte de ese
dinero va a los bolsillos de esos mismos bancos que lo privan de su existencia
política, y otra parte, cada vez más importante, a las petroleras de Oriente Medio.
Y como ahora gana menos dinero, Lukens paga menos impuestos al estado de
Pensilvania, cuyo déficit presupuestario no deja de engordar. La siguiente
noticia es que el gobernador Ed Rendell está de gira por la zona tratando de
vender sus autopistas a los mismos países petroleros que se están embolsando
los dólares de Bob Lukens. Es una máquina de extirpar suavemente riqueza del
corazón de un país y es también una imagen perfecta de los que somos hoy en día
como nación.” (Taibbi, 2010:249)
Llegué a este ensayo gracias a Javi, hace ya unos meses. Espero
que otros puedan leerlo gracias a mí porque pocas veces se ha expuesto de una manera tan cruda el funcionamiento del modelo capitalista real (no el utópico), su dependencia política, las burbujas que genera y las consecuencias que provoca, al tiempo que se describe el desolador panorama de una opinión pública idiotizada que se complace en revolcarse en el fango de su miseria intelectual, culpabilizando de manera simplista e infantiloide (por los motivos equivocados, previamente manipulados) a los responsables políticos de la trinchera contraria, esas trincheras que ellos, con los huesos de sus cadáveres sociales, ayudan a construir y reforzar
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