La izquierda madrileña está en plena convulsión.
Consecuencia final de la enorme putrefacción de las estructuras cerradas de
viejos partidos con viejas formas de hacer política. Qué pena. Ahí está,
mírala, con respiración asistida y cuidados paliativos, es IU Madrid, un nido
de corruptelas, de puñaladas traperas, de enfrentamientos tribales, que nos
muestran de manera dolorosa cómo los que parecieron ser distintos dejaron finalmente
de intentarlo y se convirtieron en casta infame, sin ímpetu, sin orgullo, cómodos
interpretando un tan irrelevante como fructífero (en el ámbito personal) papel
sociopolítico en una Comunidad Autónoma en la que el PP ha campado a sus anchas,
aprovechándose del voto acrítico de ciudadanos que, ante el horror que les
suponía la política de tierra quemada de la derecha, buscaron desesperados el
refugio de una alternativa que nunca lo fue, porque nunca pareció creerse que
lo era y vivía de puta madre sin ni siquiera intentarlo. ¿Para qué ambicionar
el poder si, sin detentarlo, se puede vivir toda la vida en la oposición sin
jamás tener que decidir sobre nada? Recordar los últimos años de IU en Madrid
sólo sirve para constatar cómo los que entienden la política como una forma de
vida (su única forma de vida) obstaculizaron una y otra vez cualquier intento de
regeneración interna. Nada ejemplifica mejor la inmundicia a la que llegó este
partido que la elección, tras una cruenta guerra interna, de Eddy Sánchez como
secretario general. Este tipo deambuló como alma en pena durante un par de años
por la Comunidad
sin ser reconocido por nadie como líder de nada. Hombre de paja de la vieja
guardia, su “liderazgo” terminó con la aplastante victoria de Tania Sánchez en
las primarias del partido, tras las que, en un último gesto de dignidad,
dimitió, desapareció, sin que nadie, en ningún momento, lo echara de menos. No
estaría mal conocer el grado de conocimiento que tenía Eddy Sánchez entre los
votantes de IU para así entender el “valor” de su liderazgo.
Lo de la federación madrileña del PSOE, que acaba de
estallar en mil pedazos, es todavía peor. Mi primer contacto con su tenebrosa
realidad fue con el Tamayazo, aquel golpe de estado “democrático” que facilitó
la aparición de Esperanza Aguirre en la política madrileña, esa mujer que, con
el apoyo de su tribu de fanáticos, aprovechó la burbuja económica que a todos
enloqueció para dinamitar los servicios públicos y convertirlos en negocio para
empresarios afines. El PSOE de Madrid
durante la última década ha sido un partido zombi, dirigido por mediocres, con militantes
inanes y con planteamientos políticos que en nada lo diferenciaban de la
derecha más rancia (¿un ejemplo? El apoyo que el primer Tomás Gómez hizo a la
enseñanza concertada. Buscad en las hemerotecas).
Los partidos que representan la izquierda madrileña han
implosionado. Incapaces de soportar la presión interna que suponía por fin
verse ante la posibilidad de ganar las elecciones y tener que gestionar el
poder. La irrupción de Podemos ha servido para mostrar la desnudez del
emperador. La ciudadanía que se piensa de izquierdas se ha cansado de votar a
perdedores que estaban encantados de seguir siéndolo. La ciudadanía que vota a
la izquierda ha dejado de aceptar que con sus votos se vaya a terminar haciendo
la misma política que se hace cuando gobierna la derecha. Es muy simple. IU Y
PSOE en Madrid provocan rechazo. Y nada tiene que ver lo que dicen ser. Sino lo que sus
actos nos han hecho pensar que son. El tiempo dirá hasta donde conseguimos
llegar los que ya no nos creemos nada de ellos. Puede que fracasemos. Tenemos
muchas papeletas para ello. Pero en las próximas elecciones, en mayo, en
Madrid, los que voten al PSOE y los que voten a IU tendrán pocas, muy pocas
excusas para poder explicar el porqué de su voto. Más allá de postureos, más
allá de explicaciones de salón, más allá de basuras emocionales y de críticas
exarcebadas a otros actores políticos, lo cierto es que estamos a 100 días de
intentar que Madrid sea gobernado de otra forma distinta. Y, desgraciadamente,
para que ese cambio real se produzca, todos somos conscientes de que tanto votar a IU como al PSOE, es absolutamente inútil.
Estos son los libros nuevos (sin contar relecturas) que leí durante el año que ya terminó. Un año complicado, difícil, donde en muchas ocasiones leer fue demasiado complicado. Es lo que hay.
La casa de hojas – Mark Z. Danielewski. La historia central es
apasionante (a ratos) y no deja de tener interés en ningún momento el juego
espacio-temporal en el que sumerge al lector. La novela como artefacto
posmoderno, las notas a pie de página, las historias colaterales, las
digresiones pedantes, terminan cansando un poco pero no sería una novela tan
interesante y perdurable sin todo eso. Recomendable.
Intemperie – Jesús Carrasco. No he hablado con nadie de esta
novela al que no le haya parecido una maravilla absoluta. Y para mí es
incomprensible: ruralismo telúrico para urbanitas nostálgicos, que parecen echar
de menos un campo y un tiempo que afortunadamente no conocerán. Historia mínima
y personajes arquetípicos para volver a acercarse a una manida España negra aderezada,
en este caso, con una imponente pedantería que provoca impulsos homicidas con las
minuciosas descripciones.
La ridícula idea de no volver a verte – Rosa Montero. Un
híbrido extraño entre ensayo (sobre Marie Curie) y novela autobiográfica
mediante el que la autora intenta exorcizar los demonios provocados por la
muerte de su pareja. Sincera y efectiva, transmite el dolor y la necesidad de
continuar caminando. Me gustó.
La trabajadora – Elvira Navarro. El comienzo es tan bueno,
tan brutal, tan desconcertante, que la historia deshilvanada que se construye a
partir de ese inicio empequeñece con el pasar de las páginas, hasta una cierta
irrelevancia final. Una novela con mucho potencial que terminó cayéndoseme de
las manos.
La transmigración de los cuerpos – Yuri Herrera. Curiosa
historia que utiliza como marco una epidemia que tiene paralizado a un país.
Con tintes de realismo mágico y de novela negra uno tiene cierta sensación de
déjà vu, tanto con el estilo como con lo que cuenta. Y al final la terminé de
leer con un regusto agridulce, sin emoción alguna.
¿Y tú qué miras? La televisión que no ves – Mariola Cubells.
La autora, con gran experiencia en el medio televisivo, destripa y muestra las
entrañas de la bestia catódica: sus miserias, las envidias, la presión por el
share, la mediocridad imperante… Y también transmite cierta amargura por lo que
podría haber sido la televisión (y en ocasiones consigue ser), por el potencial
perdido, por las capacidades humanas infrautilizadas en productos de bajo coste
y alta rentabilidad inmediata. Interesante, aunque le falta profundidad.
El hombre sin rostro – Luis Manuel Ruiz. El autor lo tiene
casi todo: los personajes, la época, ese sabor pulp de la vieja literatura
fantástica, unos personajes carismáticos y bien esbozados… Pero algo no termina
de funcionar, de cuajar, algo falta para que una historia que debiera haberme hecho
disfrutar mucho tan solo me termine agradando en ciertos momentos. Habrá que
esperar a las próximas entregas para volver a encontrarnos con unos personajes
con mucho recorrido.
Escarnio – Coradino Vega. Una novela que se hace demasiado
corta. Ambientada en el oscuro mundo universitario de mitad de los 90, la
opresión intelectual que vive el protagonista de la historia sirve como metáfora
de una España que por mucho que intente vestirse con el traje de la modernidad
sigue conservando los viejos harapos de un pasado nunca del todo cerrado. Me
gustó.
Los productos naturales ¡Vaya timo! – J. M. Mulet. Un repaso
somero por las variadas e imaginativas formas en las que la imbecilidad ha
tomado cuerpo en este nuevo siglo: la superchería, el pensamiento mágico y las
pseudociencias siempre han existido; lo nuevo es la cantidad de gente que
defiende con naturalidad esta ingente cantidad de basura intelectual sin que
parezca preocupar a nadie.
Lecciones de cine – Laurent Tirard. Conversaciones con
algunos de los mejores directores de cine activos a finales de los 90, en las
que se profundiza más en sus emociones e influencias al encarar los rodajes que
en cuestiones técnicas más superfluas. Masterclass en las que se aprende mucho
de cine leyendo lo que piensan algunos de los grandes. Interesante.
El crimen del palodú – Julio Muñoz Gijón. Continuación de las
aventuras de Villanueva y Jiménez en esa Sevilla tan hiperbólica como
reconocible que el autor reconstruye. En este caso los asesinatos (rancios) que la pareja debe resolver
se producen en el contexto de la feria de Sevilla. Y es que señores, no nos
engañemos, que por motivos económicos Sevilla prescinda de la Cruzcampo para pasarse a
la Mahou es,
sin duda, motivo para montar ya un 15M en la ciudad. Para sevillanos sin prejuicios
y sin ambiciones de leer literatura.
Superficiales – Nicholas Carr. Uno de los ensayos de
referencia de ese movimiento que intenta advertir sobre ciertas consecuencias
negativas que el uso intensivo de Internet provoca. El autor utiliza multitud
de ejemplos y ciertos estudios científicos (en ocasiones interpretados de manera demasiado especulativa) para construir su tesis: la red está provocando un cambio en la
capacidad humana de procesar la información, impidiendo aprendizajes profundos
y sustituyendo el pensamiento reflexivo por un tipo de pensamiento multitarea superficial.
Muy interesante.
Persépolis – Marjane Satrapi. El cómic narra la vida de una
chica iraní (de familia acomodada) que vive en primera persona todos los
cambios y conflictos que supusieron la llegada del régimen de Jomeini. Sus
páginas son la mejor denuncia del fundamentalismo religioso convertido en eje
social de un país en permanente conflicto, así como de la desidia e
incomprensión internacional ante los horrores a los que es sometido una
población considerada “enemiga”. Fantástico.
Yo soy Espartaco – Kirk Douglas. Se lee de un tirón. Con la
facilidad que nos da conocer tan bien el mundo del viejo Hollywood que relata y
con la certeza de que lo que cuenta Kirk Douglas en primera persona sobre la gestación de
Espartaco tiene tanto de mitológico (y por tanto falso) como la historia que
relata el propio film.
Crisis S. A. El saqueo neoliberal – Ana Tudela. Ensayo guerrillero que
intenta poner números al fraude económico que supone la traslación a la
población (no solo a ese ente abstracto que es el Estado) de las deudas
privadas de un capitalismo especulativo que jamás asume las posibles pérdidas
que su actividad puede generar.
Indies, hispters y gafapastas – Víctor Lenore. La furia de
un converso siempre trae consigo descubrimientos interesantes. En este panfleto
visceral, Lenore carga contra los modernitos y contra el clasismo hipster. Y aunque
tal vez acierta en la crítica a ese individualismo elitista construido a partir
de unos gustos dudosos (aunque carece de matices y profundidad en la argumentación), parecen
precipitadas y poco reflexivas algunas de las alternativas que propone.
La novela de la no ideología – David Becerra Mayo. Un ensayo
valioso en el que, a partir de la errónea concepción que se suele tener de la "novela
ideológica" (izquierdista, con mensaje, moralista...), se pone el acento en esa otra literatura
que se considera "no ideológica", cuando tan solo se puede considerar así porque
es interpretada a través del prisma de la ideología dominante: liberal,
individualista y emocional.
El prisionero de Sevilla Este – Julio Muñoz Gijón. Tal vez
la más floja de la trilogía sobre la "sevillanía y las buenas maneras". A pesar de ello, el whisky y esa rancia sevillanía
que destila de nuevo la historia consiguieron que volviera a reírme mucho con
algunos de los giros de la historia. Para convencidos.
Comer sin miedo – J. M. Mulet. El autor sabe de lo que
habla, sabe que lo que dice es polémico y arremete sin piedad y con mucha
ironía contra los mitos que el pijoecologismo ha terminado por imponer como
verdad innegociable a la hora de alimentarnos. Un ensayo muy valioso, necesario
y que se apoya en la ciencia para desmontar tópicos y falacias extendidas.
Bolonia no existe: la destrucción la universidad española –
Varios autores. Una colección de artículos escritos en el momento en el que,
bajo el paraguas del gobierno socialista de Zapatero, se implantaba Bolonia en
la universidad española, con la oposición de alumnos y profesores. A pesar de
las buenas intenciones y de que los artículos están escritos con un enfoque crítico en
mi opinión, absolutamente correcto, lo cierto es que destilan un letal
academicismo que, mezclado con la ausencia de argumentos verdaderamente originales y
de calado, hacen que su lectura sea absolutamente irrelevante. Decepcionante.
Aquí cuelgo la segunda tanda de películas nuevas que
vi durante el año que acaba de finalizar. Aclaro, mediante la palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas cronológicamente, según las fui viendo
Gente en sitios (2013) – Juan Cavestany. Relato
caleidoscópico que se atreve a atrapar el discurrir absurdo y surrealista de nuestra sociedad a través de microhistorias inconexas entre sí, que terminan encontrando un lazo de unión en el humanismo que destilan unos personajes superados por la crisis y por sus vidas. La osada propuesta sale
adelante gracias la inteligencia de un autor que sabe lo que quiere contar y
cómo quiere contarlo (atención al montaje y esos encuadres nerviosos), dejando que sea el espectador el que al final, tras ver
el conjunto, tenga que hacerse preguntas sobre lo que ha visto y su significado.
Una de las propuestas más arriesgadas del cine español de los últimos años. Un
acierto de película. Muy recomendable.
Noe (2014) – Darren Aronofsky. A mí me gustó. Con las
controversias y el ruido que hubo a su alrededor no se supo entender cómo Aronofsky utiliza
la mitología judeocristiana (de la misma forma que otros lo han hecho con la
griega) para proponer una sombría y despiadada reflexión sobre el fanatismo y sus
consecuencias, aunque venga enmascarada tras epopeya con aires de blockbuster hollywoodiense. Tal vez esto le hizo al final más daño que beneficio. A reivindicar.
Begin Again
(2014) – John Carney (cine). El hipsterismo más buenrollero y luminoso
llega a la pantalla con una película (musical) que termina dejando una sonrisa en la boca
y un puñado de melodías pegadizas que no se desprenden con facilidad.
Espléndidos trabajo de Knightley y Ruffalo en una película muy bien dirigida (la historia está medida al milímetro, al borde siempre del exceso de azúcar) por Carney, que
repite el esquema de su opera prima (Once), trasladando la historia a Nueva York
y puliendo las pocas aristas sociales que en su primera película aparecían.
A propósito de LlewyDavis (2013) – Hermanos Cohen. Alabada por muchos la última película de los
Cohen a mí dejó más bien frío. Es correcta pero
no emociona, se nota en demasía el respeto mitológico que se tiene por la época social y musical que se trata, y los habituales secundarios que suelen brillar con luz propia en el cine de los Cohen
aquí se hunden, sólo se intuye lo que podrían haber sido, pero no terminan de cuajar, de tener entidad propia (algo que en el caso del personaje interpretado por Goodman se hace hasta molesto)
Once (2006) – John Carney. La opera prima de Carney es un
musical que nos acerca a dos solitarios habitantes de un Dublín siempre nublado
y frío que tratan de convertir sus sueños en canciones. Nunca aburre y termina
emocionando gracias a la simpleza de su tratamiento de las relaciones humanas, siempre leales y solidarias, algo que a veces parece más propio de un cuento da hadas que de una historia con visos de realismo social. Me gustó
Ikarie X-1 (1963) – Jindrich Polak. Hard sci-fi a la vieja
usanza comunista. Película checa, anterior a 2001, que narra las vicisitudes de un viaje de exploración espacial en busca de nuevos planetas habitables en el que los eventos extraordinarios
son sustituidos por la cotidianeidad de una tripulación de científicos y
profesionales conscientes de su obligaciones y de los peligros que su labor conlleva. Muy interesante. Sólo para aficionados al género. Y con un final muy curioso, ya que su manipulación hizo que orginalmente, en su distribución en EEUU, su significado cambiara por completo.
Oh boy (2012) – Jan Ole Erster. Película indie alemana que tras
un arranque ágil e inteligente termina diluyéndose en la irrelevancia de
historias sin hilo en torno a un joven bohemio (hijo de papá, por supuesto) incapaz de decidir qué hacer con
su vida. Con una premisa demasiado manoseada y sin mucho nuevo que aportar, se olvida con demasiada facilidad para resultar importante.
Non stop (2014) – Jaume Collet Serra. Ya hace unos años
que Liam Neeson (en un giro inesperado en su carrera) ha adoptado el papel de lobo solitario dispuesto a impartir
justicia por su propia mano a pérfidos criminales en este subgénero tan propio del cine norteamericano, que suele ofrecer tanto dignas
producciones como demasiadas basuras facistoides. En este caso la historia se
desarrolla en un avión y el espacio determina por completo la acción pero en
ningún momento la trama, los personajes o la dirección permiten que la película vaya más allá de un entretenimiento convencional y reiterativo. Innecesaria
Capitán América: el soldado de invierno (2014) – Hermanos Russo. Tan aburrida y coñazo como el canon marveliano de superhéroes impone habitualmente. Mucha acción de manual en una historia mal narrada que siempre apela a las emociones más primarias. Sólo la curiosa lectura politica que de ella puede hacerse (como
sorprendente crítica a la Patriot Act) puede aportar alguna razón para perder el tiempo con
ella. Ruido, explosiones, tensión sexual de parvulario y tetosterona mal usada.
The amazing
Spiderman (2014) – Marc Webb. Indescriptible. Menudo truño se han marcado los de la
Sony con el reboot del viejo superhéroe. Si ya la primera
apestaba esta no hay por donde cogerla. Penosa por patética. Patética por mala. Y mala, es muy mala, pero de las que hacen daño.
Arma fatal (2007) – Edgar Wright. Sigo con la trilogía de
Wright-Pegg en sentido inverso a cómo se rodaron. Aquí se descojonan del
género policial y consiguen una película fresca e irreverente con momentos gloriosos. Decae en la
parte final pero el conjunto funciona
Zombis party (2004) – Edgar Wright. La primera de la
trilogía anteriormente citada tal vez sea la más floja de las tres. Aunque el
rollo zombi y sus convenciones permiten la risa fácil y provoca situaciones
divertidas se nota que el guión no está lo suficientemente pulido y se
desperdician personajes que podrían haber sido míticos. Una pena
Guardianes de la galaxia (2014) – James Gun (cine). Un soplo de aire fresco dentro del cine de superhéroes marvelianos que bebe
más de la mitología de Star Wars y las space operas que de los archisabidos
presupuestos dramáticos y emocionales (nivel parvulario) en los que se mueve habitualmente la Marvel. Porque ya sabemos que para ser un superhéroe hay que estar un poco tarado, y que estresa mucho
tanta responsabilidad y tal, ya, pero claro, si uno de los protagonistas es un
mapache cabrón y otro un árbol gigante que parece medio idiota, pues tampoco hay que tomarse todo tan en serio, ¿no?. Pura diversión sin complejos que funciona estupendamente
The machine (2013) – Caradog James. Ciencia ficción inglesa cuyo argumento gira acerca del clásico crecimiento y toma de conciencia de una inteligencia artificial y del ya tremendamente
cansino enfrentamiento entre su uso militaro el respeto a su libertad individual. Consigue una atmósfera adecuada pero se
detiene demasiado en aburridas relaciones personales sin ser capaz de trascenderlas para conseguir reflexiones más ambiciosas. Aprobado justito
Boyhood (2014) – Richard Linklater (cine). Tal vez la mejor
película del año. Brillante propuesta de un Linklater obsesionado con mostrar el paso del tiempo en la vida de un niño, desde la infancia hasta la mayoría de edad. Y lo hace a través de retazos (rodados durante más de una decada, mientras los actores crecían al ritmo de sus personajes) que se alejan de los momentos de trascendencia para centrarse en los supuestamente irrelevantes, en algunos de los muchos que pueblan la vida de todos nosotros, mediante los que nos cuenta el difícil tránsito desde la dependencia emocional infantil hasta la primera lucidez adolescente previa a la mucho más gris vida adulta; donde todos sobreviven sin brújula, perdidos. Imprescindible. Maravillosa.
Hoy empieza todo (1999) – Bertrand Tavernier. Un clásico y
una referencia entre los profesores. Historia del día a día de un director de colegio que debe enfrentarse a los terribles obstáculos sociales y
administrativos que un centro de este tipo siempre conlleva cuando está situado
en zonas marginales. Interesante, pero tal vez se echa en falta una visión menos extrema y más realista (¿crítica?) de la labor docente.
Los niños salvajes (2013) – Patricia Ferreira. Descripción
veraz y cercana de las pulsiones adolescentes y del extraño vacío en el que a veces, durante un tiempo, terminan algunos de estos chicos sumergidos, cuando su mundo se hace demasiado pequeño y son incapaces de mirar más allá de sus deseos más inmediatos. Siempre con esas ganas irrefrenables de dejar de lado obligaciones que no quieren comprender y construyendo excusas para escapar momentáneamente de su realidad. Tristemente la película se estrella en su parte final al deslizarse hacia un drama innecesario que termina ocultando
muchos de sus aciertos en el enfoque previo.
Godzilla (2013) – Gareth Edwards. Curioso tratamiento del viejo monstruo en el
que Edwards repite, con mucho más presupuesto, el esquema que le hiciera
merecedor de grandes (y exagerados) elogios por su opera prima (Monsters). Pone su cámara y su
visión a la altura de unos humanos absolutamente sobrepasados por la capacidad
de destrucción y la invulnerabilidad de Godzilla y sus secuaces, dejando de lado (en una decisión controvertida) las peleas de los bichos para mostrar en primer plano tan sólo las consecuencias que estas provocan. Un casting equivocado, momentos de gran belleza visual, música adecuada y una sensación final de fracaso digno.
La isla mínima (2014) – Alberto Rodríguez (cine)Una joya de uno de los mejores directores españoles del momento que confirma y mejora lo apuntado en sus películas previas. Los actores principales están cojonudos y el tratamiento visual del entorno marismeño de Doñana tiene momentos de una belleza sobrecogedora. Con una atmósfera inquietante, casi onírica, que consigue trasladarnos el miedo de una España que salía del oscuro franquismo con demasiados fantamas latentes, tan sólo la historia cojea un poco, incapaz de soportar completamente el peso de una producción que estaba destinada incluso a ser mejor de lo que ya es. En todo caso, un peliculón.
No se os puede dejar solos (1981) – C.M. y J.J. Bartolomé.
Documental pegado a la historia, que suda a pie de calle y consigue trasladar una verdad dolorosa. Los directores sacaron su cámara y grabaron al
desnudo, sin cortapisas, cómo respiraba una sociedad española que unos pocos años atrás había salido de
la dictadura con enormes esperanzas pero que veía con preocupación, dolor y enorme
desilusión como las promesas de cambios reales en sus vidas se diluían y el clima
político y social era cada vez más irrespirable. Un documento imprescindible que a pesar de los años transcurridos no sólo habla de la España de principios de los 80, sino que dialoga con enorme tensión con la España de hoy, tanto por los problemas que plantea como por los jóvenes políticos que intervienen y que decían que venían a intentar solucionarlos (da miedo y cierto asco ver la palabrería de algunos de ellos ya por entonces, con la perspectiva que nos da el paso del tiempo). Imprescindible
Atado y bien atado (1981) – C.M. y J.J. Bartolomé.
Continuación inmediata del documental anterior bajo las mismas premisas y con
los mismos (excelentes) resultados.
El corredor del laberinto (2014) – Wes Ball (cine) Otro
necio intento de explotar el cine distópico adolescente con una producción
anodina, jóvenes actores hormonados sin registros interpretativos y una historia que parte de una premisa interesante que se diluye ante la miserable
mediocridad de todos los que intervienen en este bodrio.
Perdida
(2014) – David Fincher Retorcida y brillate indagación de los entresijos más oscuros de esa santa institución social que es el matrimonio. Fincher hace suyo un material de partida ajeno (es la adaptación de una novela) para rodar de manera distanciada la construcción de la realidad de una pareja formada por un bobo de manual y una psicópata encubierta. Mucho de lo que vemos en imágenes termina siendo finalmente tan falso como falsas son las proyecciones públicas de tantas parejas, y lo real se deforma tanto, según los diferentes puntos de vista, que resulta finalmente imposible aprehenderlo. La historia nos presenta de manera aséptica, sin juicios morales, lo que sienten y piensan (y hacen) cada uno de los miembros de esta pareja que fuera tan "ideal", mostrándonos sin pudor sus miserias, sus carencias, sus vacíos y sus patéticos intentos de disfrazar todo eso hasta que la bomba de sus falsas vidas compartidas explota, desembocando en una parte final fantástica, en la que la película acelera sin el freno echado, de manera desquicida, al ritmo de una Rosamund Pike fantástica, supurando un humor negro doloroso que hiela la sonrisa en la boca. Me encantó.
The man
from Earth (2007) – Richard Schenkman. Una rareza que engancha. Un grupo de amigos se reúne en una cabaña para despedir a uno de ellos que se marcha sin motivo aparente. La velada se alarga mientras beben y comen hasta que en un momento dado el protagonista comienza a contarles algo que cambiará sus vidas para siempre. No deja de ser finalmente un juguete artificioso pero la manera de contar la historia y su tono atrapan. Curiosa.
The french
connection (1971) – William Friedkin. Un clásico con muy buena prensa que me dejó absolutamente frío. Personajesmasculinosarquetípicos algo manidos en una película dirigida con pulso firme por un Friedkin en plena forma que inauguraba su década dorada. Pero la verdad esque me aburrió muchísimo. Es lo que hay.
Carmina y amen (2014) – Paco León. Carmina es ya en sí misma un género. Paco León ha conseguido con el carminismo una variante extraña y fascinante del berlanguismo. Y esta segunda parte (en la que el director se arriesga con cierto virtuosismo manierista en ciertos momentos que, sorprendentemente, no desentona) no sólo es más de lo mismo sino que expande el universo de Carmina con nuevos personajes (genial y maravillosa Yolanda Ramos con un papel que es un regalo) y una trama delirante que desemboca en un final lógico de uno de los personajes más singulares del cine español.
Relatos salvajes (2014) – Daimian Szifon (cine). Como anuncia el título la película es una divertida salvajada dividida en seis historias autoconclusivas y sin conexión entre ellas con un único denominador común: la sublimación del legítimo cabreo como motor de la venganza. Como todas estás películas divididas en capítulos es irregular pero continene microhistorias, personajes y situaciones delirantes que permiten no aburrirse en nigún momento y disfrutar de unos actores encantados por interpretar personajes tan extremos sin contención. Muy divertida.
Trascendence (2014) – Waly Pfister. Indescriptible.
Recomiendo ver esta película porque pocas veces en una producción millonaria de
Hollywood (en la que al menos siempre parece estar garantizado un acabado impecable) se
encuentra uno con tal cantidad de despropósitos. No solo en el montaje (que es
auténticamente de traca) sino que somos testigos de una atribulada interpretación de grandes actores que nunca
terminan de saber por qué y para qué están haciendo y diciendo lo que hacen y
dicen, dentro de una historia sin sentido, mal narrada, pésimamente dirigida y que termina de manera surrealista. Mala de solemnidad
Magical girl (2014) – Carlos Vermut (cine). Una de las películas más importantes del año. Vermut confirma todo lo que apuntara en su excelente opera prima (Diamond flash) y nos ofrece una película de extraordinaria calidad: dura, difícil, delicada por momentos, con unos personajes extremadamente frágiles a través de los cuales, de manera sutil, se adentra en las tinieblas del alma humana, construyendo un relato coral en el que de manera inevitable, y por mucho que intenten evitarlo, seres extraordinariamente dañados por la vida sólo sobreviven y tienen un respiro a base de hacer daño a otros que están tan jodidos como ellos. Imprescindible
Pusher 1 (1996) – Nicolas Winding Ref. La película que dio a conocer al después famoso director de la controvertida Drive es un relato sucio de los bajos fondos de la ciudad de Copenhague en el que un traficante de poca monta, tras salirle mal una entrega, se ve inmerso en una carrera contrarreloj para conseguir el dinero que le debe a un pequeño mafioso de la ciudad. Dura, efectista y violenta, la película funciona como un reloj, con personajes verosímiles, y en ella ya se vislumbran algunas de las obsesiones visuales de Winding Ref
Dos días y una noche (2014) – Hermanos Dardenne (cine). La película que mejor ha retratado los devastadores efectos de la crisis en los trabajadores no cualificados nos llega desde Bélgica. Marion Cotillard, en uno de sus mejores interpretaciones, se transforma en una empleada que justo al reincorporarse a su puesto de trabajo, tras una larga baja por depresión, se encuentra con que su empresa obliga a sus empleados a elegir entre mantener su paga extra o despedir a uno de ellos. Tras una primera votación en la que se deciden por su paga y por tanto aceptan el despido del personaje interpretado por Cotillard, esta tendrá dos días y una noche para hablar uno a uno con sus doce compañeros, y así intentar hacerles cambiar de opinión en la votación definitiva. La película nos muestra de manera dolorosa como la evolución del capitalismo y la destrucción de los lazos (también sindicales) entre los trabajadores sólo nos ha llevado hacia una soledad alienante en la que, tras el cuento del individualismo competitivo, solo se esconden un derrota perpetua y una pérdida de autoestima que entronca con la pérdida de identidad y la corrosión del carácter de las que hablara el sociólogo Sennet. El tono final es a pesar de todo optimista: tal vez debido a la tormenta que nos devora uno a uno nos tendremos que dar cuenta de que solo desde el combate político y social en defensa de nuestros derechos podremos recuperar nuestras vidas. Imprescindible.
La milla verde (1999) – Frank Darabont. Da igual que sea un
cuento, dan igual las buenas intenciones y da igual el buen acabado que tiene
la película: la historia da para poco más que un corto y las tres horas de
grandilocuente metraje solo sirven para aburrir miserablemente, para sorprenderse ante la falta de profundidad de los personajes y para terminar
del ratón hasta los santos cojones. Un pérdida de tiempo.
Mil maneras de morder el polvo (2014) – Seth MacFarlane.
Intrascendente comedia desarrollada en el oeste, donde el creador de Padre de familia y Ted intenta
volver a usar su humor grueso y efectivo sin conseguir en esta ocación que apenas
esbocemos una sonrisa. Aburrida.
Interstellar (2014) – Christopher Nolan (cine). Ambiciosa,
irregular, emocionante, demasiado discursiva en ocasiones, un McConaughey
genial, visualmente espectacular. Película de ciencia ficción con tintes filosóficos en la
que, junto a decisiones argumentales cuestionables (e incluso chapuceras), se
encuentran algunos de los mejores minutos de cine del año. Imprescindible.
Cómo entrenar a tu dragón 2 (2014) – Dean Debbis. En esta
segunda parte, con los personajes ya construidos y perfilados, sin aristas, la trama se
construye a través de una inverosímil reconciliacion familiar del chico protagonista con la madre
que creía muerta (y que resulta que se había largado por ahí, en plan ONG, a salvar y cuidar dragones. Por ejemplo).
Ante la falta de originalidad se tiende inevitablemente a la acumulación: mas ruido, más
dragones, más acción y como resultado: mayor aburrimiento y menor irreverencia.
Equivocada.
Las vidas de Grace (2013) – Deston Cretton. Acercamiento
sincero al trabajo de las casas de acogida de niños y adolescentes con
problemas socioafectivos. Brie Larson brilla con luz propia y sostiene el peso
de una película sencilla, efectiva y digna de verse. Correcta.
Predestination (2014) – Hermanos Spierig. Tal vez el mayor
pifostio temporal de la historia del cine. Un guión surrealista de viajes en el
tiempo que termina cobrando sentido al final, sólo para terminar descojonado por
el embrollo montado. Un amante de ese subgénero de la ciencia ficción relacionado con las
paradojas temporales, no puede dejar de ver una película que deja la trama de
Terminator a la altura de un juego de niños.
Los juegos del hambre: Sinsajo (parte 1) (2014) – Francis
Lawrence (cine). Al final, entre tanta basura adolescente que nos ha llegado en
los últimos años (que es basura no por ser adolescente, sino por tratarlos como
imbéciles) esta saga sea tal vez la más digna y la que mejores interpretaciones tiene. La más honesta a pesar de la superficialidad con la que se ocupa de una historia con cierta complejidad que se banaliza con una equivocada apelación continua a emociones artificales. Aun así, flojita. Como las anteriores.
12 años de esclavitud (2013) – Steve McQueen. Intensa,
verosímil y dramática visión de la esclavitud en la América pre-guerra civil,
que no termina de cuajar en gran película por la falta de unidad argumental y el
irregular manejo del paso del tiempo en la dolorosa epopeya del protagonista.
La por el miedo (2013) – Jordi Cadenas. Un acercamiento sutil
al maltrato dentro del hogar, donde familias completas sufren en silencio, con
vergüenza y terror, el despotismo de hombres miserables que se arrogan el derecho
de controlar sus vidas. La película va de menos a más hasta llegar a un final (en mi opinón) demasiado dramático. No estamos ante
una gran película pero sí ante un digno y respetable intento de cine social comprometido.
Seguridad no garantizada (2011) – Colin Trevorrow. Absurda
historia en la que un grupo de periodistas tratan de conseguir un reportaje
aprovechándose de un tipo que cree que puede viajar en el tiempo para solucionar errores de su pasado. Buenas intenciones, redenciones forzadas y una
indiferencia que crece, lacerante, minuto a minuto, en un espectador que termina hastiado y aburrido ante una propuesta que acaba
siendo tan convencional como estúpida
Dos semanas en otra ciudad (1962) – Vincente Minelli. Es tan
buena que hace daño. Una de esas películas-testamento con las que el viejo Hollywood
se desnudaba y mostraba por fin su alma cínica y corrompida, sabedor de que su tiempo, por fin, ya había pasado. Minelli había filmado anteriormente
Cautivos del mal, otra obra maestra que también mostraba las entrañas de la industria del cine de Hollywood pero con otro filtro, igual de cínico tal vez, pero con la potencia de los que se saben en plena forma y pueden aun disfrazar sus miserias tras la satisfacción final del éxito conseguido. Aquí, en cambio, Minelli ha
envejecido, tal vez empieza a verse fuera del sistema, como sabe que les está ocurriendo a otros grandes como Ford, Lang o Hawks. Y ya no esconde nada: traslada al anciano director, interpretado magistralmente por Edward G. Robinson, todo el dolor de una generación de directores que veía cómo se derrumbaba todo a su alrededor mientras ellos aun se veían capaces de alumbrar grandes películas (que sabían, por otro lado, que ya nadie quería ver). Traslada a un maduro Kirk Douglas la tortura que para un actor supone que las luces de neón empiecen a alumbrar a aquellos que vienen por detrás a sustituirlo, mientras sufre la soledad y la deslealtad de aquellos en los que confió. Y el dolor, el dolor de la vieja industria traspasa la pantalla. Peliculón imponente.
Lucy (2014) – Luc Besson. Basura infinita. Hace ya mucho
tiempo que Besson solo dirige y produce basura. Queda ya muy lejos aquella original y
divertida El quinto elemento. En este caso además, al sopor que genera la
primera parte de la película (la parte de acción, manda narices), hay que unir una segunda
parte donde la historia se detiene en elementos pseudocientíficos y absurdos
para tratar de dotar de una trascendecia imbécil a una historia que no se
sostiene desde el primer minuto. Horrible.
The equalizer (2014) – Antoine Fuqua. Otro ejemplo más de
ese cine de lobos solitarios, justicieros superdotados para el asesinato "justo", que
Hollywood produce como churros. Con buena factura y un ritmo adecuado la
película entretiene sin ser nada del otro mundo. Y dejando de lado, claro, las implicaciones ideológicas (reaccionarias) que personajes como el Denzel Washington significan.
Robin Hood (2010) – Ridley Scott.Lo que empieza siendo una agradable variación de la construcción del mito de Robin Hood terminafracasando por un inexplicable montaje que no solo consigue que olvidemos los aciertos iniciales de la historia, sino que convierte la segunda parte de la película en un engendro sin sentido en el que los personajes se diluyen (desaprovechar a Cate Blanchett tiene delito)y en la que se hace patente el desconcertante desinterés que el director parece tener por una producción que se le va de las manos. Undesperdicio.
El hobbit: la batalla de los cinco ejércitos (2014) – Peter Jackson(cine). Que Jackson había perdido ese toque que le permitió emocionarnos con su épica grandilocuente en la trilogía de El señor de los anillos ya lo sabíamos tras ver las dos primera partes de esta trilogía de El Hobbit. Pero se mantenía la esperanza de que tal vez, al menos, consiguiera un cierre digno a esta segunda trilogía con esta película. No lo consigue. Habría que ser muy generoso para darle el aprobado justito a una película que por tramos aburre, casi nunca emociona y a duras penas nos permite vislumbrar sombras de aquello que antaño nos subyugó a tantos. Una pena.
Estas son las películas nuevas (no tengo en cuenta las
revisiones) que vi durante el año que acaba de finalizar. Aclaro, mediante la
palabra cine, las que vi en pantalla grande. Están ordenadas
cronológicamente, según las fui viendo. Separo la lista en dos partes para
hacer más digerible su lectura.
El lobo de Wall Street
(2013) – Martin Scorsese (cine). Un Scorsese pata negra. Su mejor película
en muchos años, tal vez desde Casino. Absolutamente frenética y con un Di Caprio
volcado. El espectador queda apabullado ante el cinismo que destila la historia, el desenfreno, el descontrol
y la falta de escrúpulos y de raciocionio de cierta parte del mundo de las
finanzas. Un apunte:como siempre pasa con el cine de Scorsese, a pesar de la dudosa moralidad de los
personajes y de los delitos que cometen defraudando tanto a ciudadanos individuales como al fisco, el director parece no poder evitar sentir simpatía por estos hijos de puta individualistas, miserables y egoístas, y conseguir que nosotros hagamos otro tanto. Al final terminamos convertidos los simple mortales en meros espectadores patéticos de las andanzas de "los que se arriesgan" a vivir de otra manera. Y Scorsese "nos filma". Dos veces. Cuando muestra al tipo del FBI en el metro. Y como asistentes imbéciles de la charla motivacional que al final imparte el personaje que interpreta Di Caprio.
Riddick (2013) – David Twhoy. Tras el fracaso y desatino con
ínfulas que supuso la secuela (Las crónicas de Riddick) de la simpática película de serie B orginal (Pitch Black) el director, con mucho menos
presupuesto, vuelve a las premisas modestas de los inicios sin conseguir más que
entretener a duras penas repitiendo patrones y fórmulas desgastadas. Lo mejor: volver a ver Kate Sackhoff (la inolvidable Starbuck de
Galáctica) con un personaje a su medida
The
grandmaster (2013) – Wong Kar Wai(cine). Una decepción de uno de los
mejores y más sugestivos directores de los últimos 30 años. O tal vez sea mi
problema habitual con los biopics y mi incapacidad para aceptar sus premisas. Me aburrí. Visualmente tan hermosa como finalmente irrelevante.
La gran belleza (2012)– Paolo Sorrentino. Una
auténtica gozada. Sorrentino, transmutado en un Fellini del siglo XXI nos
traslada con mano firme la decadencia y el vacío que rodean a las élites
presuntamente intelectuales de una Roma desconcertante y onírica. Peliculón.
Blue Jasmine – Woody Allen (cine). Una Cate Blanchett
antológica sostiene casi en soledad la mejor película de Allen en años. Un retrato
demoledor sobre la condición humana en la que nadie se salva y los ricos se
comportan de manera tan miserable, egoísta y estúpida como los pobres. Aunque, por supuesto, las
consecuencias nunca sean las mismas para todos. Y eso le importe un carajo a Allen.
Scoop (2006) – Woody Allen. Emocionado por volver a ver una
película de Woody Allen potable (Blue Jasmine) me lancé a ver esta otra que
tenia en la agenda desde hacía años debido a la desconfianza que me generaba.
Un error. Un auténtico bodrio del que apenas se pueden salvar destellos de un viejo
maestro al que su hiperactividad le ha hecho engendrar demasiada mierda intrascendente durante
la última década. Si hay alguien que tiene todo el puto derecho a hacerlo, por cierto, es él.
La gran familia española (2013) – Daniel Sánchez Arévalo. Un
aburrimiento absoluto con momentos bochornosos que provocan vergüenza ajena en
un guión que parece construido a retazos, con retales ingeniosos pero sin continuidad ni inteligencia. Una
película fallida de un director cuya ópera prima me encantó y que película a
película se aleja de lo que prometía ser.
La herida (2013) – Fernando Franco. Excelente película sobre el día a día de
una borderline que intenta sobrevivir a los desastres que provoca su enfermedad a los que la rodean y a ella misma. Consigue trasladar al espectador todo el dolor y la angustia que provoca esa
enfermedad a través de una brutal interpretación de Marián Alvarez, su
protagonista, a la que el director, en su opera prima, cede toda la responsabilidad
de sostener una historia dramática sobre el daño y la incomprensión que provocan
las enfermedades mentales. Una auténtica joya deese cine español que nunca ve el gilipollas
ese que suele comentar que en España sólo se hacen película sobre la Guerra
Civil. Pero claro, qué se puede esperar de él, si es eso, un gilipollas.
Nebraska (2013) – Alexander Payne (cine). Un director en mi opinión sobrevalorado
que consigue aquí su película más auténtica, emocionante, humana y sincera con el relato de un viaje en el que padre e hijo terminan finalmente reencontrándose y volviéndose a conocer. Hay momentos impagables como el de esos primos paletos de la América más profunda riéndose de la duración del
viaje en coche o esa familia (masculina) al completo viendo la televisión en
silencio mientras beben cerveza. Muy recomendable
Fantástico Mr. Fox (2009) – Wes Anderson. Adaptación animada
utilizando la técnica de stop-motion de un relato del inevitable (en EEUU)
Roald Dahl. Sin ser ni de lejos la película que más me gusta de Anderson, sus
obsesiones y su manera de ver el mundo son absolutamente reconocibles y nos
permiten disfrutar a sus seguidores de esa manera tan particular que tiene de
entender las relaciones humanas y de aceptar las desgracias sobrevenidas. Para fans.
Bienvenidos al fin del mundo (2013) – Edgar Wright. Un
despiporre. Por fin conseguí encontrarme con la pareja Wright- Pegg
(director-actor principal) en la última película de su particular trilogía sobre
las difíciles relaciones adultas entre hombres, enmarcadas en delirantes historias
que utilizan las convenciones habituales de los géneros clásicos del cine (norteamericano) para trastocarlas. Con ese humor tan
particular de los ingleses lo que empieza siendo el reencuentro adulto de un
grupo de amigos de la adolescencia termina convirtiéndose en una revisión
delirante, enloquecida y muy divertida de La invasión de los ladrones de cuerpos. Muy
grande.
Leningrad cowboys go America (1989) – Aki Kourismaki. Surrealista y divertida road movie en la que un grupo de música finlandés con atuendos y modos de rockers viaja de Finlandia a EEUU con el objetivo de triunfar mientras su manager vive a costa de ellos. Nada de lo que se pueda contar haría justicia a una película episódica y fragmentaria que no subraya su humor sino que tan sólo parece enunciarlo, como posibilidad. Extraña y fascinante
Her (2013) – Spike Jonze (cine). Venga, va. El hipsterismo y
los modernitos adoptaron a esta película como su himno cinematográfico del año.
Es inexplicable. A pesar de lo mucho que me gustaron anteriores película de
Jonze, Her es una auténtica basura, de principio a fin, sin nada que la salve. Desde la propuesta de un futuro con una sociedad sin conflictos en la que el tedio impera y las emociones se dibujan con trazo grueso, hasta la falta de verosimilitud en el desarrollo de una inteligencia artificial tan idiota, superficial y vacía como el personaje que interpreta Phoenix. Y con secuencias que provocan vergüeza ajena como el "momento de sexo" con final fundido a negro. Superficial, grandilocuente e intrascendente a pesar de sus penosos deseos de parecer profunda. Un
producto típico de nuestro tiempo. Ideal para amantes de Apple y para hipsters en proceso de encontrar un sentido a su vida.
Thor 2: el mundo oscuro (2013) – Alan Taylor. Convencional
secuela de la que fuera convencional película original. Más de lo mismo. Más de la
misma épica forzada. Más grandilocuencia marveliana. Más de los mismos intentos por convertir aburridos conflictos familiares en motor de decisiones absurdas. Más de la misma capacidad para aburrir. Soberanamente. Y de la misma
capacidad para construir personajes planos a los que se trata de dotar de cierto
interés con giros de guión inexplicables. Un coñazo.
The bling ring (2013) – Sofía Coppola. La hija del gran jefe
continúa su carrera ajena a críticas maldicientes. Se ha convertido en la
cronista oficial de los padecimientos emocionales que sufren los que ninguna
penuria física padecen porque son ricos. Por ser hijos de ricos o por ejercer trabajos triviales que el capitalismo premia con desmesura. Y más allá de juicios de valor imbéciles lo cierto es
que sus películas son un testimonio fílmico de calidad que nos acercan a la
triste realidad de personas crecidas con todas las comodidades (putos pijos,
sí) que se enfrentan al mundo sin entenderlo, educados por familias de tarados o abandonados afectivamente mientras crecen alienados por la moda y la necesidad de encajar en un entorno hostil y cruel.
El gran hotel Budapest (2014) – Wes Anderson (cine). Una
gozada. Un gustazo. Delicioso homenaje a los viejos maestros de la comedia americana,
filtrados por la personalidad de un Anderson en estado de gracia que tiene el don de conseguir que el espectador abandone su realidad para aceptar dócilmente las premisas
argumentales de un universo, tan excéntrico como extraordinario, de uno de los
directores más especiales de los últimos años.
Dallas Buyers Club (2013) – Jean Marc
Vallée. Lo que no deja de ser un biopic que podría ir destinado a las
tardes de sábado Antena3 se convierte, gracias al esfuerzo de Matthew McConaughey, en una película
medianamente digna que denuncia el abandono social y médico que durante años sufrieron
los enfermos de SIDA. Como película nunca termina de levantar el vuelo, incapaz de trascender el drama de la historia personal para convertirse en algo más.
Tres bodas de más (2013) – Javier Ruiz Caldera. Simpática
aunque inofensiva comedia que enmascara tras cierto espíritu transgresor heredado
del cine de los Farrelly el habitual conservadurismo social que parece obligar a las
mujeres a buscar con desesperación una pareja masculina que las “termine de
completar” en su camino vital. Cansina.
Enemy (2013) – Dennis Villeneuve (cine).Partiendo de una extraña y atractiva premisa
(encontrar que existe una persona que es físicamente exactamente igual que tú viviendo en la misma ciudad) la película intenta explotar el juego de los espejos sin terminar de funcionar. Tal vez porque el director termina obsesionándose
demasiado con la recreación de atmósferas, con la ciudad, con los sonidos, con la puesta en escena, sin comprender que debe ocuparse de
la verosimilitud de una historia que no avanza, que se queda sin agarraderos y que termina despeñándose.
Stockholm (2013) – Rodrigo Sorogoyen. Una sorprendente propuesta que presenta en la misma historia dos
caras bien diferenciadas: una que parece amable y convencional, un flirteo bobalicón entre dos jóvenes dirigido por el chico. Y otra oscura, subversiva y rebelde. Una historia de
espejos que deforman la realidad, de intercambio de roles, de visiones alternativas del cuento que siempre nos contaron. Cine inteligente que no deja
indiferente. Muy recomendable.
Vivir es fácil con los ojos cerrados (2013) – David Trueba.
Para mí resulta inexplicable ciertos consensos artificiales que a veces
consigue cierto tipo de cine español. La película de Trueba no sólo es aburrida
sino que es deslavazada y absurda. Cine de buenas intenciones, blandito y difuso, que nada puede transmitir porque en el fondo poco hay tras el ornamento (también en la fotografía, de una calidez artificiosa y molesta). Más que aburrir irrita por insustancial
After Earth (2013) – M. Night Shyamalan. Aburrimiento colosal. No digo que sea una basura completa porque a la película la salvan
destellos de dirección y una música eficaz. Pero lo cierto es que estamos ante un
auténtico peñazo intragable a mayor gloria de los Smith (padre e hijo), con demasiados fallos, sin emoción y sin grandeza. Con una secuencia final entre padre e hijo que provoca molestias intestinales
durante horas. Joder, vale, sí: menuda puta mierda.
8 apellidos vascos (2014) – Emilio Martínez Lázaro (cine).
Sé que lo que corresponde es denostar a esta película para así mostrarme como uno de esos seres espiritualmente elevados que sobrelleva a duras penas convivir con los gustos miserables del poblacho. Vale, pero no. La película no deja de ser una colección de tópicos, por supuesto, mediante los que a duras penas se sostiene un hilo argumental entre sketchs montados de una manera bastante pobre. Pero el conjunto se deja ver, con personajes que resultan simpáticos y reconocibles, cercanos al esperpento. Para pasar el rato
Byzantium (2012) – Neil Jordan. Un acercamiento adulto al
mito vampírico. Se agradece entre tanta birria adolescente. Excelentemente
dirigida por un Jordan al que siempre se le echa de menos, los problemas existenciales
clásicos del vampirismo son presentados a través de una puesta en escena
suntuosa y decadente. Buen recuerdo de esta película.
Guadalquivir (2013) – Joaquín Gutiérrez Acha . Documental
que ha despertado numerosas alabanzas y que, lamentablemente, terminó
convirtiéndose para mí en un auténtico suplicio. No solamente por lo
artificial de su propuesta narrativa sino también por el equivocado uso de una
voz en off descriptiva (la de Estrella Morente) que, por pomposa, afectada y relamida, termina convirtiendo lo que debiera ser un hermoso
documental de naturaleza en un indigesto artefacto audiovisual
Snowpiercer (2013) – Bong Joon-Ho. Una inteligente distopía enmascarada
tras una convencional película de acción con toques asiáticos. Una de las
películas más recomendables del año cuya carga política pasará desapercibida
porque ni los unos, creadores y distribuidores, se atrevieron a explicitarla más, ni los otros, los espectadores,
estarán dispuestos o capacitados para ver más allá de la acción convencional y reflexionar sobre un final violento que apuesta por una solución radical al viejo conflicto marxista.
Con la pata quebrada (2013) – Diego Galán. Documental que
repasa el papel de la mujer en el cine español a lo largo de su historia para constatar su rol sumiso, secundario y
complaciente. A pesar del enorme valor de la propuesta se echa a faltar un
montaje y un planteamiento mucho más radicales para construir un discurso más combativo con el que remover conciencias en nuestra sociedad.
Robocop (2013) – José Padhilla. Funciona a ratos, no molesta, pero se
olvidará con facilidad. Como todos los remakes de películas de los 80. A todos les falta la mala baba de entonces, el cinismo con el que aquellos directores analizaban la sociedad americana. Ya no están esas comisarías llenas de humo y de café, ni esas calles que respiraban violencia, ni ese lenguaje soez. Mientras, por el contrario, a todas estas películas les sobra asepsia, les sobran efectos digitales, les sobra contención. Como le pasaba también al remake de Desafío
total de hace un par de años.
Al filo del mañana (2014) – Doug Liman (cine). Producción de
calidad que sirve para pasar un buen rato. Durante la primera hora resultan entretenidas las idas y venidas en el tiempo del protagonista, muriendo una y otra vez
para aprender a pasar “las fases” de la batalla(la película copia el esquema clásico de superar fases de un videojuego
mediante prueba y error). Después el director pretende ponerse más intenso y
dramático y la película pierde toda su gracia. Hay que reconocer que Tom Cruise
es una de las pocas estrellas de verdad que le quedan a un Hollywood sin
recambio generacional
Saving Mr.
Banks (2013) – John Lee Hancock. Sólo recomendada para los que, como yo,
disfrutaron en su infancia viendo una y otra vez Mary Poppins. El más bien aburrido relato de cómo convenció Walt Disney a la autora de las novelas de
la niñera más famosa de la historia, se enriquece con la recreación de la construcción de
las famosas canciones del musical y por la emocionante historia de la triste infancia
australiana de la autora. Música conmovedora de Thomas Newman
Frozen (2013) – Chris Buck y Jennifer Lee. Refrescante y curiosa película de Disney. La más casposa y conservadora de las productoras de Hollywood parece aquí querer dar un carpetazo a su propia historia
ridiculizando algunas de las convenciones narrativas que siempre usó para articular la historia de
amor en torno a dos hermanas (mandando al carajo a los putos principes) que necesitan aceptarse y conocerse para poder seguir con sus vidas y dotarlas de sentido.
La LEGO
película (2014) – Phillip Lord y Chris Miller. Divertida e irreverente
recreación del mundo de LEGO en torno a la clásica historia de superación de
alguien que debe descubrir su valor para poder cambiar su mundo. Lo mejor:
las apariciones de un Batman muy particular. Entretenida
X-Men: días del futuro pasado (2014) – Bryan Singer (cine).
Más de lo mismo. Mucho ruido, muchas explosiones, mucha pretendida intensidad emocional, muchos
(muchísimos) superhéroes que pasan por allí sin que tampoco sepan muy bien por qué, ni para qué. Mientras sufren de la hostia, eso sí. Para
pasar el rato. Al menos no aburre del todo.
Estación lunar 44 (1990) – Roland Emerich.Madre mía, menudo
engendro. Lo único bueno para Emerich es saber queya era muy malo cuando empezó, que no fue que
Hollywood le convirtiera en un director de mierda, que siempre fue así. Ciencia ficción de serie Z que intenta colocar todos los clichés del
género que tan bien habían funcionado en la década anterior en un
batiburrillo sin ton ni son donde nunca se entiende la trama del todo y que en el fondo pronto reconoces que te importa un carajo. Basta con fliparlo ante la "calidad" de las interpretaciones, de la puesta en escena, de la historia y del montaje de ciertas secuencias. El momento del ascensor, ya al final, está entre lo más
bochornoso que jamás vi en pelicula alguna. Basura cósmica.
Spring breakers (2013) – Harmony Korine. Pretende ser subversiva, diferente y transgresora. Pero al final el nihilismo adolescente de un grupo de niñatas que terminan aliándose con un gilipollas de medio pelo para dejar atrás sus aburridas vidas en pos de emociones alternativas termina convirtiendose en un mero ejercicio de estilo, vacío y superfluo, incapaz de aportar nada en un momento histórico donde ya resulta complicado colar juegos de artificio como si fueran reflexiones importantes sobre la sociedad actual. Innecesaria.
Colonia V (2013) – Jeff Renfroe. Ciencia ficción de serie B
postapocalíptica que retoma la manoseada idea del enfrentamiento entre un grupo
de humanos que sobrevive a duras penas refugiado del eterno invierno que lo
rodea y otro grupo de humanos que se han convertido en bestias caníbales. Más de
lo mismo sin mucha imaginación y poco talento. Para una tarde de domingo sin
nada que hacer.
La gran estafa Americana (2013) – David O. Russell.
Producción de calidad, director de moda, actores solventes, una clásica historia de pillos
jugándosela entre sí… Pues sí, vale, pero un auténtico coñazo, vamos. De principio a fin. No puedo entender
el prestigio de películas zombis como ésta que nada cuentan, que a nadie parecen dirigirse. Porque nadie en un par de años la recordará.
El amanecer del planeta de los simios (2014) – Matt Reeves
(cine) El reboot de El Planeta de los simios está resultando muy interesante. Tras una primera película muy digna esta segunda parte se adentra en el
enfrentamiento entre una civilización, la simia, en los albores y otra, la
humana, en decadencia, tras sufrir los estragos de una enfermedad que la ha
diezmado hasta casi la desaparición. Con evidentes lecturás sociopolíticas la
película no pierde el pulso casi en ningún momento, alternando la acción con la
reflexión en un entretenimiento de alto nivel. Recomendable
El abuelo que saltó por la ventana y se largó (2013) – Felix
Herngren (cine). Curiosa producción sueca que sigue los pasos de un tipo al que la
casualidad y su manifiesta imbecilidad hacen que interactúe con personalidades
políticas y sociales claves del siglo XX en momentos trascendentes de la
historia. Un Forrest Gump con más mala leche al que le falta cohesión
narrativa. Una pena, porque termina acusando la incapacidad del guión para encontrar una continuidad lógica entre los sketchs que finalmente desconecta al espectador del historia.
Resopla. Mientras lo hace en su cara se dibuja una extraña mezcla
de rabia, vergüenza y cansancio existencial. El tren acaba de llegar a la
estación. Abre la puerta y sale al andén, dispuesto a subir al próximo vagón de
ese mismo tren para repetir de nuevo su discurso, para volver a humillarse
mientras los demás bajamos la mirada y hacemos como que no lo escuchamos,
mirando de manera distraída nuestros móviles o desviando nuestra atención hacia
un punto ciego del espacio en el que nada hay y en el que en nada nos
convertimos. Hace ya demasiado tiempo que viajar cada día en el metro de Madrid
supone asistir a una o varias de estas performances: una mujer o un hombre, joven,
de mediana edad o anciano, articula "el discurso de la miseria" frente un público
cautivo que, incómodo, preferiría no escucharlo. De manera mecánica describe algún
tipo de situación límite e infernal que lo obliga a pedir dinero para poder
alimentar a sus hijos, a su pareja y a sí mismo. Pero conseguir que lo que se
cuenta termine calando entre nosotros cada vez es más complicado. A pesar de
que nadie lo mire directamente a la cara, a pesar de que parezca que se ignora
su presencia, se nota que todos en el vagón estamos evaluando lo que se dice,
cómo se dice, cómo viste quién lo dice, cómo se articula lo que se dice… Durante
unos segundos somos los jueces de una perversa variante de “Los juegos del
hambre” en la que decidimos si esa persona merece o no nuestro puto euro. Un breve
intervalo de tiempo en el que descubrimos que más allá de ideologías de salón la
realidad termina convirtiéndonos en basura, en unos mierdas, aunque pretendamos
no serlo. En esta ocasión el tipo en cuestión posee un aura terrible de
autenticidad y de necesidad. Con voz clara, sin concesiones al drama y de
manera breve, pide comida o dinero. No funciona. Apenas consigue una moneda, un
jodido euro en un vagón con más de veinte personas. Es lo que hay. Es lo que
toca. Pero lo más patético, lo que más asco produce es saber que esa moneda
depende tan sólo de la credibilidad de su discurso, de que un tipo sentado en
un asiento del metro, después de haberse gastado 20 euros en comer y 6 euros en
un whisky, decida ejercer la caridad con alguien en base a un juicio arbitrario,
injusto y despreciable que determina que esa persona dice la verdad y merece
ser ayudada. Nada de todo eso parece importar. El tipo coge el euro, da las
gracias, camina por el vagón por si alguien más se equivoca pero nadie más levanta
la mirada. Se acerca a la puerta de salida mientras el tren frena. Es entonces
cuando puede dejar de actuar, cuando cree que nadie lo mira, casi de espaldas a
todos. Es entonces cuando resopla. Cuando en su cara aparece esa extraña mezcla
de rabia, vergüenza y cansancio existencial. Es entonces cuando sin ser
consciente de ello, sin pretenderlo, a través de su gesto, ese tipo resume el
momento histórico que vive este país. Y nos avergüenza.
Una de las más importante novedades que ha traído consigo
Podemos ha sido que, por primera vez, la que en algún momento fue denominada generación mileurista, formada por los nacidos en España alredeor de los años setenta, se siente no
sólo representada sino partícipe de un proyecto político real de transformación
social. Esta generación a la que con justicia se la ha acusado de
infantilizada, blanda, individualista, poco luchadora y conformista, ha sido la
gran perdedora de una crisis, la del capitalismo de casino, que destruyó para
siempre todos sus sueños egocéntricos, infantiloides y absurdos que se
sustentaban sobre los cimientos endebles de un trabajo precario que el sistema
de manera indecente intentó convertir en singularidad de un nuevo contrato
social low cost, en el que el consumo siempre sería posible y la estabilidad
laboral era una rémora del pasado fordista. Se procuró que una generación llamada
a ser trascendente por su número dejara a sus mayores preocuparse por “el rollo
político” y se dedicara en cuerpo y alma a una evasión lúdica, consumista y
despreocupada, propia de una eterna adultescencia con la que el capital estaba
entusiasmado. Todo estaba permitido, todo valía, nada era imposible mientras
durara una burbuja inmobiliaria que en nuestro país, es necesario señalar que presentó
un matiz extraordinariamente miserable, ya que sirvió para que nuestros mayores,
nuestros padres, esos que nos daban lecciones morales y nos abrumaban con discursos
grandilocuentes sobre integridad ideológica, nos vendieran a precio de oro
viviendas con cuyas hipotecas una gran mayoría de nosotros se verá enfangado el
resto de sus días. Pero esta generación ya había dado muestras de cierta
evolución, casi de una mutación, cuando sorprendió a todos (a mí el primero) con
la marea social, reivindicativa y solidaria que supuso el 15M. Pero ese
tsunami, tras el impacto inicial, no asustó a las castas gobernantes porque su
evidente imposibilidad de organización y transversalidad social parecían
impedir cualquier tipo de asalto al poder. Los jóvenes entonces parecieron
volver a dar un paso atrás, parecieron dar de nuevo la razón a sus mayores
respecto a su incapacidad de implicación política en cualquier proyecto a largo
plazo, pero algo había cambiado por entonces sin que nos diéramos demasiado
cuenta de ello: la política se volvió tema de conversación y desde entonces fue
imposible no sentirse afectado por ella en todos los ámbitos de nuestras vidas.
La generación mileurista se estaba haciendo mayor a base de hostias, maduraba a
marchas forzadas y empezaba a mirar a los partidos políticos tradicionales no
sólo con la desconfianza habitual sino con un asco profundo, con distancia,
evaluando sus debilidades, sus contradicciones, criticando sus componendas y su
hipocresía. Se atrevía a dejar atrás el discurso oficial que debiera hacerle
defender a unos u a otros dependiendo de cual fuera su ideología trasplantada y
comenzaba a hacerse preguntas y a buscar otros modelos, otras soluciones.
Comenzaba a organizarse.
Podemos ha conseguido ilusionar a los jóvenes porque utiliza
un lenguaje comprensible, directo, creíble, argumentado y parece estar formado por gente
como ellos y no por clones prematuramente envejecidos crecidos bajo el abrigo
de la partitocracia. En pocos días las jóvenes promesas del PSOE que se
presentaban a la secretaría general pasaron de ser ejemplos de renovación a
parecer algo rancio, antiguo, como si fueran personajes sacados de un episodio
de Cuéntame. Podemos ha construido un discurso social en el que a los menores
de 40 años no les cuesta reconocerse porque más allá de ideologías de cartón
piedra, los mileuristas hace tiempo que se dieron cuenta que no quieren perder,
ni para ellos ni para sus hijos, lo que pensaron que era para siempre. En un
sentido estricto podría decirse que son conservadores, pero al modo que
postulaba con enorme lucidez Tony Judt: defensa cerrada del Estado de Bienestar,
de los derechos sociales, de la educación pública, de la sanidad pública y del
establecimiento de unas mínimas condiciones para poder vivir con dignidad. Son
ya absolutamente conscientes de que bajo los adoquines no hay nada y que solo
apoyando con firmeza sus pies sobre esos adoquines y uniéndose con fuerza entre
ellos podrán intentar contener la marea neoliberal
que amenaza con dejarlos sin la mínima protección social que les permita
intentar ser medianamente libres. Desde diferentes esferas, tanto a la
izquierda como a la derecha del espectro político y mediático, se acusa a Podemos de populismo. No deja de ser gracioso ese calificativo en los labios
de una casta cínica que ha usado todos los medios a su alcance para mantener a la
ciudadanía ensimismada en el sueño capitalista. Las críticas desde la izquierda
son las más descorazonadoras. A algunos parece preocuparles más la pulcritud de
los dogmas ideológicos convencionalmente aceptados que la consecución de
objetivos sociales concretos que consigan cambiar el estado de las cosas.
Hace ya
un tiempo que se observa cómo muchos de esos menores de 40 años, que en
principio parecían predispuestos a optar por partidos tradicionales inclinados
hacia la derecha más liberal e individualista, empiezan a tener claro que por
encima de cuentos económicos más propios casi del pensamiento mágico resulta
imprescindible vivir en una sociedad donde los derechos sociales básicos estén
garantizados. Curiosamente son ahora sus hermanos mayores, pertenecientes a la
generación inmediatamente anterior, con vidas acomodadas y discursos
aparentemente izquierdistas, esos que les daban lecciones morales, los que
terminan defendiendo por pragmatismo y conveniencia la prevalencia de la
gestión concertada o privatizada de la educación o la sanidad, la necesidad de
ciertos recortes, de los rescates a la banca o de una austeridad que
a ellos sólo les afecta colateralmente. Parecen temer perder eso que les
permite diferenciarse del resto de la población y obtener significativas
mejoras en los servicios que reciben gracias al pago de cantidades económicas minúsculas
respecto a sus sueldos y patrimonios (pero inaccesibles para los que se mueven
en el mileurismo o por debajo de él), olvidando interesadamente que el grueso
del coste de esos servicios se sufraga con los impuestos que todos pagamos
mientras que los copagos y los costes adicionales limitan el acceso de muchos a
servicios esenciales, destruyendo la equidad social.
Inmersos en este aparente caos ideológico y político los
mileuristas empiezan a querer influir políticamente en su presente y en su
futuro. Han visto desaparecer antiguas certezas como los partidos y los
sindicatos tradicionales, corrompidos por el poder económico y atracados por
los piratas de lo público, han dejado de sentirse cohibidos por las batallitas
de sus mayores, a los que han visto contradecirse demasiadas veces y ser
demasiado incoherentes como para que les puedan mantener el viejo respeto y buscan
su espacio, pretenden construir su propio discurso, un discurso político, social
y económico distinto, con el que sentirse identificados y que realmente
contenga sus prioridades. Y ahí están, finalmente dispuestos a presentar
batalla política contra los viejos poderes y las castas corruptas justo cuando
parecía que la historia se los tragaría y su papel político y social terminaría
siendo irrelevante. Habrá que esperar para ver su evolución pero los zombis
mileuristas parecen despertar de nuevo a la vida
La función de sonido está limitada a 200 caracteres
Se
rasgan las vestiduras, nos hablan de dictaduras, denuncian que "regular"
(como si no se hiciera ya) los medios de comunicación es un retroceso
democrático, puro fascismo, o comunismo, les da igual cómo descalificar
cualquier intento de mostrar a la gente una realidad mediática
putrefacta en la que unos pocos con mucho dinero y poder se reparten los
medios a través de los cuales establecen su agenda e imponen
su relato del mundo. Un relato que continuamente prostituye la realidad
social, la esconde, la convierte en anécdota pintoresca para sus
telediarios... ¿Libertad de prensa? ¿Independencia? ¿En España? Nadie con dos dedos de frente puede ya no saberlo, se puede
engañar, puede mirar a otro lado. Habrá personas a las que les puede dar más miedo otros modelos,
otras alternativas, la radicalidad que a veces conllevan los cambios, la tentación de arrasar con todo para empezar desde cero. Eso lo entiendo, estaré en primera linea para criticar a iluminados
totalitarios cuando realmente aparezcan pero ya basta de política de salón, de juegos de manos intelectualoides, algo hay que intentar,
aunque fracasemos, porque no se puede defender ni aceptar bajo ningún concepto el
modelo actual de concentración de medios en unas pocas manos en nombre
de un liberalismo falaz y mentiroso que realmente es parasitario, un modelo que
solo los gilipollas o los cínicos pueden a estas alturas apoyar. Y yo
ando ya muy cansados de ambos. Por si alguien se quiere hacer una idea
del nivel de corrupción y clientelismo al que están sometidos nuestros
grandes medios, en manos de quien están desde el franquismo y el grado
de dependencia que tienen de la banca y el gran capital aquí cuelgo un artículo escrito hace ya tres años. Desde entonces, con las fusiones y las ventas de medios, nada ha
mejorado. Incluso ha empeorado