La observo a través del cristal del vagón del tren que acaba
de detenerse en el andén de enfrente. Su cara, surcada por las arrugas de una
vida sin retoques de imagen, revela que ha superado ya, sin duda, los cincuenta.
Viste con la informalidad que solo permite la seguridad en una misma, y su
pelo, cortado a media melena, absolutamente cano, lo recoge sobre su espalda
mediante una simple coleta. De repente, justo mientras el tren empieza a frenar
en la estación, apoya la cabeza lentamente, con una extraña ternura, sobre el
hombro de su pareja. Una leve sonrisa asoma a sus labios y su rostro, mientras se
acomoda sobre el cuerpo de él, transmite una inusual y perturbadora mezcla de afecto,
abandono, sosiego y seguridad. Su pareja, un hombre corpulento, con el pelo
negro y corto, que aparenta acabar de superar los cuarenta, nunca podrá ver lo
que yo acabo de presenciar, solo sentirá cómo la cabeza de ella se apoya sobre
su hombro, como tantas otras veces, incapaz de vislumbrar cómo para ella la
complejidad del mundo, de la historia, de sus vidas, acaba de desaparecer
durante una fracción de segundo. La felicidad es un acontecimiento, tan
inesperado como efímero. Un instante. Y justo cuando piensas que todo deja de
importar, que nada podrá ser ya igual, te das cuenta de que la vida continúa,
de que es imposible aferrarte a un momento que ya no existe, que tan solo es ya
un recuerdo, tal vez un desvarío más de la memoria. El tren se vuelve a poner
en marcha, él la obliga a separarse de su cuerpo, rompe el espacio-tiempo, le
comenta cualquier banalidad, ella ríe de manera forzada. Sólo le quedará el
recuerdo. No estará segura de él.
24 octubre 2015
03 octubre 2015
Los genes "sociales" que nunca investigó la CEOE
No parece mal tipo, no, tal vez un poco coñazo, demasiado
intenso, con ese acento, ¿no es de Madrid, no? Cada año lo mismo, con cada
tutor, cada nuevo curso. Lo jodido es que esta vez esta charla llega demasiado
pronto. El año pasado pasé desapercibido durante meses. Al final me ficharon. Aunque
no se enteraron ni de la mitad. No siempre fue así. No siempre fui así. Yo hace
años era de sobresaliente, un niño listo, era un niño encantador, o eso decían
todos, casi un empollón, un niño bueno. Me encantaba hacer los deberes en casa,
cuidar mi caligrafía, la puta caligrafía, aun hoy se sorprenden los profesores
con lo bien que escribo, y en el fondo, aunque nunca lo demuestro, todavía siento
un orgullo idiota cuando me lo dicen, cuando me recuerdan lo que ya soy consciente
que no soy, cuando la sospecha de lo que podía haber sido inunda mi ego y eso,
durante un segundo, delante de mis compañeros, me reconforta, me da una absurda
sensación de triunfo. Soy listo, sí, yo soy listo, solo es que no quiero, pero si me pusiera, si volviera a estudiar, a
centrarme... Joder, es que el tío no deja de hablar... Que sí, que lo he
pillado, que me has pillado. Bueno, parece legal, me cae bien. No parece querer
joderme. Lo miro a los ojos y él me devuelve la mirada, tal vez me termine
arrepintiendo pero le voy a decir la verdad, que sí, hostias, que sí, que es el
primer día de clase y ya he llegado fumado a primera hora. Bueno, fumado es
poco. Pero tampoco le voy a decir que casi no me sostengo sentado. Mientras lo
escucho intento focalizar su cara, pero se me distorsiona. Me centro en su voz,
aprovecho que no para de hablar. Lo que no sabe el pavo este es que llevo así
desde hace año y medio. Que sí, que ya tengo 15 años, que sí, pesao, que ya sé
que he pasado a 2º ESO con un montón de asignaturas suspensas. Pero bueno, dijeron
que daba igual, que hiciera lo que hiciera pasaría de curso. Me dice que a
partir del año que viene no tendrá sentido seguir en el instituto si repito, que
habría que buscar nuevos caminos. Hago como si entendiera lo que me dice, siempre
digo que los entiendo, pero no entiendo una mierda de lo que me dicen. Si ya no
tengo que venir al instituto, ¿qué voy a hacer? ¿Matarme a porros? ¿Juntarme
con los del parque? ¿Quedarme en mi casa mirando a la pared? Bueno, digo mi
casa por decir algo. Ya no vivimos en mi casa. Por eso de la crisis y toda esa
mierda. Ahora hemos alquilado una habitación en otra casa y dormimos juntos en
ella mamá y yo. En el fondo menos mal que mi hermana ya no vive con nosotros.
La echo de menos, la verdad, y mira que me echaba broncas la hija de puta: "que
si tienes que estudiar, que si otra vez expulsado, que si no fumes porros en
casa...." Pero al menos nos reíamos, y conseguía que mamá no llorara tanto. Ayer
mamá estaba contenta, le habían cogido para el curro ese. Lo único raro es que
tiene que dormir en esa casa donde trabaja limpiando. Yo le he dicho que no me
importa dormir solo durante los próximos dos meses, pero la verdad es que va a
ser un poco extraño, por eso de la otra familia en la casa y eso. Da igual,
tampoco creo que pase mucho tiempo allí. Me iré por la tarde con los colegas. Joder,
el tutor sigue intentado comerme la cabeza, que sí, que lo sé, que fumar porros
es una mierda, lo que tú digas, será que no los has probado porque a mí me sientan
de puta madre. Todo es mucho más divertido y a mí me sirven para mandar al
carajo mis mierdas. Hace meses que no he vuelto a pensar en mi padre. Pero no quiero
problemas, en serio, yo quiero seguir viniendo al instituto, qué voy a hacer si
no, prometo no volver a fumar antes de entrar, lo voy a intentar. Lo que sea
para que me dejes en paz. Y voy a intentar estudiar. Sí. En serio. Joder. Si yo
quiero. Voy a intentar aprobar. Que sí. Si yo sé que puedo. Solo tengo que
centrarme y estudiar. Todos lo dicen, ¿no?: "céntrate". Todos lo repiten:
"si te centras todo te irá mejor". Debe ser verdad. No me van a
mentir. Debe ser fácil. Debo hacerlo. Debo centrarme. Debo estudiar cada tarde.
Debo atender a cada clase. Debo atender a cada profesor. Debo esforzarme cada
día. Dicen que es lo normal... No sé, no
sé si seré capaz, pero si no lo consigo será por mi culpa, claro. Si no lo
hago es porque no quiero, ¿no?... Porque yo soy listo, sí, solo es que no quiero, pero
si me pusiera, si volviera a estudiar, a centrarme...
12 agosto 2015
Micropost (veraniego) #2: el incidente
Caminamos lentamente por el interminable paseo marítimo
mientras a nuestro alrededor, como enjambres de abejas enloquecidas por algún
pesticida, nos sortean (y sorteamos) a decenas de ciclistas que parecen haber
surgido de la nada. Son niños, niñas, adolescentes envalentonados o con cara de
asco (bueno, eso todos, iban con sus padres), padres hastiados o encabronados,
abuelos con complejo de Indurain e incluso algún cuñado engañado con cara de no
entender cómo se ha metido en tal embolado. Marchan por un carril-bici incapaz
de asumir tal densidad de usuarios, con sus bicicletas, propias o alquiladas,
infectas algunas, otras que seguro que cuestan más que uno de mis sueldos
mensuales, se adelantan, frenan a duras penas para no atropellarse entre sí, se
gritan, invaden la zona peatonal y mientras, disfrutan de una mañana alternativa
de deporte en la costa. Los días que se despiertan nubosos y plomizos en estas
zonas costeras suponen un importante dilema para esos padres que, de repente,
se enfrentan a la hercúlea tarea de entretener a sus cachorros sin la ayuda de
la arena de la playa. Al final, el problema suele resolverlo ese padre deportista
o esa madre aventurera que impide que la pereza digital envenene a su clan y
arrebatándoles móviles y tablets de sus manos, recubre (literalmente) a sus
hijos de coderas, cascos, rodilleras y cualquier protección imaginable y lanza
a su familia a una loca y divertida road movie mañanera. Bueno, loca y divertida (en su cabeza, claro)
pero controlada (eso sí es verdad), es decir, carril-bici p´arriba y
carril-bici p´abajo, que tampoco ahora vamos a sacar a los críos de la burbuja
de seguridad que les hemos construido. Y así, pedaleando, se pasa la mañana
hasta que la diversión acabe cuando alguno dimita cansado ya de emular a Los
Hollister (si pillas esa referencia admítelo, ya: preferías a Los Cinco pero ya
te habías leído todos sus libros y caíste en las redes de esa otra secta
familiar), o el incidente suceda. Pues eso, nosotros caminamos lentamente por
el interminable paseo marítimo cuando vemos a uno de estos enjambres familiares
detenidos, a la espera de uno de sus miembros rezagados. Deben llevar ya un
tiempecito pedaleando y a estas alturas la ficción inicial ya no se sostiene.
Las caras de los padres transmiten un hastío existencial nivel final de
vacaciones, no se hablan, miran al infinito y hacen como que escuchan la
cháchara inagotable de uno de sus hijos, el pequeño, que no alcanza los diez
años de edad y se balancea peligrosamente sobre su bicicleta. Otra hija, esta
ya adolescente, ha pasado al siguiente nivel y está inmersa, a través de su
móvil, en su apasionante vida digital, ignorando por completo a su familia. Mientras los alcanzamos, sentimos que por detrás de nosotros se acerca rauda la causa de
la parada técnica de tan motivados ciclistas: una niña rubia, espigada, que
no llegará a los doce años y con un casco casi más grande que ella, pedalea con
fuerza para alcanzar a los suyos. Lo hace justo tras adelantarnos, por lo que
vislumbramos su cara roja debida al esfuerzo. Mientras frena con violencia y
sin perder un segundo se dirige con furia a su hermano pequeño, gritándole: "Dani,
obviamente, si hay una PUTA persona delante tendré que parar". Pobre
chica. Jodida sin solución. Cada una de esas palabras habían salido de su boca
con esa dicción tan contundente y clara del pijerío madrileño. Qué tránsito tan
magnífico desde ese "obviamente" a eso de "PUTA persona". Fantástico.
Estaba cavando su propia tumba, sí, pero con qué clase, joder. De posible
víctima pasó inmediatamente a la categoría de delincuente malhablada. La reina
madre abandonó al instante su aire ausente y silabeando, casi susurrando,
con voz acerada y fría como el hielo, le indica a su hija mayor (que había ya
levantado la vista del móvil ante la nueva situación): "ve para allá y dale
una torta en la boca". Brutal. Yo, mientras empezamos a dejar atrás al
grupo, no puedo evitar una carcajada espontánea ante lo presenciado. Y ello provoca
el último intento de la cría para volver a poner las cosas a su favor, para
intentar evitar la furia del enjambre. Con voz lastimera, intentando dar pena
gimotea: "¡pero si a ese hombre le ha hecho gracia, se ha reído!"
09 agosto 2015
Micropost (veraniego) #1: el selfie mentiroso
Hace ya un rato que han terminado de comer en uno de los
mejores chiringuitos de la zona, junto al mar, con unas vistas increíbles. Son
una pareja joven, ninguno de los dos alcanzará los 30 años, guapos, con estilo, él con la
obligada barba recortada al milímetro, ella con el pelo recogido en un moño
perfecto, ambos con ese aire de urbanitas pijos liberados por unos días de las
obligaciones habituales en la vestimenta, algo que solo la playa, en verano, permite.
Se les nota tremendamente aburridos, hastiados ya quizás de tanto sol, tanto
mar y tanta cerveza. Curiosamente, ninguno de los dos le dedica una sola mirada
a ese mar que ya casi les llega a los pies debido a las espectaculares mareas
vivas que se están produciendo esos días, y que seguramente fue lo que motivó la elección
del sitio para comer. Él, medio tirado encima de su silla, mira sin interés
hacia un punto fijo de la mesa ya vacía. No se mueve. Parece una estatua. Todo su cuerpo transmite el tedio que lo invade. Ella
hace ya varios minutos que no levanta la mirada de su móvil, inmersa en su
mundo digital, contestando guasaps, tal vez, o simplemente zapeando entre las
vidas de sus amigos y conocidos. No se hablan, claro, no se miran tampoco, no
se hacen gesto alguno, sentados frente a frente pero sin encontrarse. Nada
preocupante por otro lado, ¿quién no ha estado así alguna vez? Entonces a ella,
de repente, se le ilumina la cara con una idea, tan original como moderna: cacharrea
entre las aplicaciones de su móvil hasta encontrar la adecuada y le indica con
un gesto a su chico que se incorpore. Él la entiende sin necesidad de palabras.
Juntan sus cabezas por encima de la mesa, detrás de ellos el mar de fondo
refulge azul bajo los rayos del sol, pero su fulgor ni se aproxima a la
felicidad más extrema que durante un instante irrumpe en esas caras. En ambos
rostros surgen unas sonrisas radiantes, de esas que llenan el alma y ante las que a uno le
entran una ganas locas de aplaudir para
festejar semejante dicha. La chica hace la foto, el selfie ya está construido,
ambos sin intercambiarse una palabra se retiran a sus campamentos base. Él se
recuesta de nuevo sobre su silla con gesto perezoso y vuelve a concentrarse en
esa miga de pan de la mesa que debe estar volviéndolo loco. Ella vuelve a su
móvil, al mundo virtual, tal vez subiendo el selfie a su instagram o a su
facebook. Quizás con una leyenda como ésta: "Disfrutando del paraíso"
22 mayo 2015
Micropost (personal) #1: derrotas
Solo tiene que levantarse el que se ha hundido en el barro,
el que parece haberlo perdido todo, el que se mira al espejo siendo incapaz de
reconocerse, el que nunca consideró que él podría verse en situación semejante.
Nada degradante debiera haber en el fracaso salvo la percepción de un yo herido
dispuesto a lastimarse. Y a lastimar. El cine nos educó en la épica del perdedor pero nunca
nos contó cómo sobrevivir a la rutina, a la desidia y al exilio emocional. Nunca
nos preparó para soportar el fracaso vital, para abandonar ese puto laberinto
en el que nada parece ser lo que realmente es, en el que nos perdemos una y
otra vez, confundiendo prioridades, dañando a los que más queremos,
convirtiéndonos en sombras grotescas de lo que creímos ser.
16 mayo 2015
El advenimiento del homo videns y su peligro para la democracia
Este post lo escribí hace ya casi diez años para aquel otro blog, Cajatonta, en el que participé durante un tiempo. Pensaba que con los años su vigencia sería menor pero lo cierto es que, a pesar de la explosión de las redes sociales, el día a día nos demuestra la tremenda influencia que la televisión sigue ejerciendo a la hora de configurar el imaginario colectivo de la sociedad a través de la difusión de ideas primarias con alto contenido emocional. Me parece interesante recuperarlo (con leves modificaciones para conseguir una mejor comprensión general).
Es una advertencia. Una reflexión preocupada y combativa. Un planteamiento provocador que se asume como tal. Un grito razonado que intenta despertar las conciencias adormecidas y provocar debate. Escrito a finales de los 90, Homo Videns, la sociedad teledirigida, es un ensayo del afamado politólogo italiano Giovanni Sartori, Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales en el año 2005, en el que el autor defiende la tesis de que la primacía de la imagen (representada por la omnipresente televisión) en la sociedad actual, significa un empobrecimiento letal de la capacidad del ser humano para conocer y entender, puesto que supone la atrofia de su capacidad de abstracción y del pensamiento simbólico.
El papel de la televisión como fuente de entretenimiento y diversión no es puesto en duda, ni criticado. Pero siendo esto necesario y vital para el ser humano no puede convertirse en el centro de su actividad, y actualmente esa es la principal función de la televisión, así como la de sus filiales visuales, los videojuegos y el propio Internet (con vida e intenciones propias pero con contradicciones evidentes, como su hipertexto, pretenciosa lectura no secuencial). De lo que duda Sartori (y con razón) es de su función formadora e informativa. Lo visual, que debiera ser un complemento y aliado útil de la palabra escrita y hablada, se ha convertido en el todo, en el ser. Lo que es, es lo que existe en la televisión. Sólo tiene sentido como ella lo muestra. Y en ella, la palabra ha quedado completamente supeditada a la imagen. El espectador pues, queda a merced de estímulos sensitivos, va desertando de sus capacidades cognitivas, y en ese tránsito se produce la sustitución del homo sapiens por el homo videns.
Es necesario entender que este planteamiento es una visión extremista de la realidad con el que se busca alertar de un problema, pero que las premisas de las que parte son ciertas y contrastables. La experiencia demuestra que los niños de hoy ven cientos de horas de televisión antes de aprender a leer y a escribir. Es decir, su impronta educacional es plenamente audiovisual, pasiva, destructiva respecto a la imaginación o la creación. Ello conlleva una regresión evidente a la hora de su expresión escrita y oral. En muchas ocasiones no hay manera de que los escolares se expresen con un mínimo de decoro a la hora de redactar o exponer cualquier idea. La palabra escrita se abandona, se la considera elitista frente a las nuevas formas (divertidas, entretenidas e interactivas) de difusión del conocimiento. A través de la imagen, por supuesto. Pero el ser humano es antes todo un ser simbólico y se mueve siempre en el campo de las abstracciones, aunque no quiera o no esté educado para ello. De ahí el empobrecimiento con el que especula Sartori respecto a la utilización y el entendimiento de concepciones mentales. Una mesa es fácilmente representable visualmente, pero, ¿cómo representar conceptos como libertad, felicidad o justicia? Sólo de una manera pobre, parcial y distorsionada.
Tal vez el siguiente sea el aspecto más polémico del ensayo de Sartori En su obra, como ya hemos visto, advierte sobre el empobrecimiento del entendimiento y la pérdida de la capacidad de abstracción. Para el autor ambos hechos estarían provocados por la primacía de la imagen (la televisión) sobre la palabra escrita. Y, según él, esta situación significaría un grave peligro para la democracia.
Para entender su planteamiento es necesario conocer lo que él considera que sucede con la información que emiten los medios, tanto audiovisuales como escritos. La televisión se ha impuesto a los medios tradicionales. No tiene competencia. Consigue algo que nunca o casi nunca consiguió la prensa escrita: los intermediarios no son relevantes, sólo el medio en sí. Algo es, o no es, tan sólo porque lo ha mostrado la televisión.
Esta circunstancia es crucial y nos lleva a analizar cuál es la información que se está ofreciendo por la televisión. Sartori la divide en dos tipos fundamentales: la subinformación, es decir, una información insuficiente, que provoca reduccionismos muy peligrosos y no sirve para conformar una opinión de peso; y la desinformación, una distorsión y manipulación de la información ni siquiera necesariamente consciente, fruto de las imposiciones del propio medio y de su afán por buscar siempre lo novedoso y lo excitante. El resultado es una aldeanización de la televisión. Es decir, una vez que se ha impuesto en el espectador medio que lo que no sale por la televisión no existe y que lo que no se ve no es relevante, la necesaria reducción de los costes de producción (mandar cámaras lejos es mucho más costoso) unida a la sentimentalización de las noticias, acarrea un regreso informativo a lo local, al suceso, a la mirada corta y localista, centrada tan sólo en lo que sucede en el propio entorno. Se obvian con ello las noticias de política internacional, o incluso nacional, alejadas en principio (falsamente) de los intereses y problemas de cada uno. Sólo se muestra aquello que es mediático y por tanto, susceptible de ser transformado en espectáculo. Las noticias deben ser excitantes y emotivas para mantener al público atado al sofá. De ese modo se potencia la aparición y difusión de posiciones extremas y personajes radicales.
El tipo de información que prolifera en la televisión afecta a la política y a los políticos, porque éstos son conscientes de que cada vez es más importante el cuidado de su imagen y lanzar soflamas mediáticas, y menos relevante el actuar de manera responsable en el ejercicio de sus funciones gobernantes. Políticos como aquel Julio Anguita de programa, programa, programa, desaparecen, dando paso a la nueva videopolítica (como la define Sartori). Ésta se va haciendo más y más dependiente de los sondeos y de la opinión pública y por tanto, menos independiente para tomar decisiones, siempre temerosa de perder apoyo popular. Los partidos políticos pierden entonces su poder como reserva ideológica, y el líder carismático y mediático vuelve al primer plano de esta sondeocracia.
Este el punto más controvertido de las tesis de Sartori. El autor parece dejarse llevar por la ensoñación de que en una época anterior la base intelectual de la sociedad estaba más preparada e informada, disponía de una prensa escrita plural, de calidad y era un referente cultural para el resto de la población (una opinión pública culta, no mayoritaria pero influyente). El pueblo votaba a sus representantes pero éstos, ante la incapacidad técnica de conocer las opiniones de sus electores, no tenían más remedio que tomar sus propias decisiones, apoyándose en sus partidos, en su ideología y en esa opinión pública no mayoritaria pero teóricamente preparada, hasta que se produjeran las próximas elecciones. Éste es un planteamiento claramente elitista. Además, Sartori parece confundirse (y no parece casual).
Por un lado reclama una televisión mejor y que sea desbancada de su papel preeminente informativo en beneficio de la palabra escrita. Indica, con razón, que el gran fracaso de las democracias de los Estados del Bienestar ha sido pensar que con la educación universal y obligatoria se crearían ciudadanos preocupados por la cosa pública. Y no ha sido así. La preparación con la que se responde a encuestas o sondeos por parte de la población es muy pobre, no se tiene la masa crítica de información necesaria ni las capacidades de juicio independiente desarrolladas, para opinar con criterio. Muchos apenas balbucean (intelectualmente hablando) la opinión inducida desde los medios. Pero ese fracaso no parece ser lo que moleste realmente a Sartori, sino que esa gran masa de personas desinformadas o mal informadas pueda llegar a influir en las decisiones políticas. No parece que el número de personas enteradas de temas políticos sea ahora menor que el de hace cincuenta años (entre otras cosas porque el grado de analfabetismo entonces era muy superior), por lo tanto lo que le perturba no es ese analfabetismo funcional actual del pueblo, sino que ahora lo que opina y se induce a opinar a esa masa es relevante y decisorio.
La posibilidad de la democracia directa o participativa está ahí. La democracia representativa se antoja obsoleta por la cantidad de mecanismos de consulta y participación que las nuevas tecnologías nos descubren todos los días. Asuntos como la participación de España en la invasión de Irak o el intento de implantación de contratos explotadores para los jóvenes en Francia lo demuestran. La preocupación justa que destila el pensamiento de Sartori es que la información que recibe la gente es pobre, insuficiente y manipulada. Bien. Pues entonces tendremos que mejorar la educación y replantearnos cómo se está ejerciendo. Otros autores como Gustavo Bueno, responsabilizan a los propios espectadores de la televisión que tienen. Defienden que ésta es el reflejo del pueblo. Pues vale. Puede ser, en parte. Pero este tipo de planteamientos pretendidamente lúcidos y acusadores no ayudan a buscar ninguna solución. Además, se podría responder, desde las tesis de Sartori, que ese público ya ha recibido, desde niño, una educación principalmente visual y pasiva, y por tanto ya ha visto atrofiada sus capacidades cognitivas.
Volvemos por tanto a la educación. No sirve buscar un control de lo que la televisión emite. Esas ideas de pensar por el pueblo por el bien del pueblo, pero sin él, nos retrotraen a otros momentos históricos. Es inasumible una marcha atrás Basta pues, tanto de elitismos como de conformismos. Hemos de luchar por conseguir una población educada y cultivada que pueda establecer verdaderos juicios críticos y que sean sus decisiones como espectadores, las que produzcan una televisión de calidad y útil. Hoy estamos lejos de esa bonita idea, pero ante regresiones elitistas o conformismos interesados ése debe ser el camino y el fin de lo que se busque.
Es una advertencia. Una reflexión preocupada y combativa. Un planteamiento provocador que se asume como tal. Un grito razonado que intenta despertar las conciencias adormecidas y provocar debate. Escrito a finales de los 90, Homo Videns, la sociedad teledirigida, es un ensayo del afamado politólogo italiano Giovanni Sartori, Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales en el año 2005, en el que el autor defiende la tesis de que la primacía de la imagen (representada por la omnipresente televisión) en la sociedad actual, significa un empobrecimiento letal de la capacidad del ser humano para conocer y entender, puesto que supone la atrofia de su capacidad de abstracción y del pensamiento simbólico.
El papel de la televisión como fuente de entretenimiento y diversión no es puesto en duda, ni criticado. Pero siendo esto necesario y vital para el ser humano no puede convertirse en el centro de su actividad, y actualmente esa es la principal función de la televisión, así como la de sus filiales visuales, los videojuegos y el propio Internet (con vida e intenciones propias pero con contradicciones evidentes, como su hipertexto, pretenciosa lectura no secuencial). De lo que duda Sartori (y con razón) es de su función formadora e informativa. Lo visual, que debiera ser un complemento y aliado útil de la palabra escrita y hablada, se ha convertido en el todo, en el ser. Lo que es, es lo que existe en la televisión. Sólo tiene sentido como ella lo muestra. Y en ella, la palabra ha quedado completamente supeditada a la imagen. El espectador pues, queda a merced de estímulos sensitivos, va desertando de sus capacidades cognitivas, y en ese tránsito se produce la sustitución del homo sapiens por el homo videns.
Tal vez el siguiente sea el aspecto más polémico del ensayo de Sartori En su obra, como ya hemos visto, advierte sobre el empobrecimiento del entendimiento y la pérdida de la capacidad de abstracción. Para el autor ambos hechos estarían provocados por la primacía de la imagen (la televisión) sobre la palabra escrita. Y, según él, esta situación significaría un grave peligro para la democracia.
Para entender su planteamiento es necesario conocer lo que él considera que sucede con la información que emiten los medios, tanto audiovisuales como escritos. La televisión se ha impuesto a los medios tradicionales. No tiene competencia. Consigue algo que nunca o casi nunca consiguió la prensa escrita: los intermediarios no son relevantes, sólo el medio en sí. Algo es, o no es, tan sólo porque lo ha mostrado la televisión.
Esta circunstancia es crucial y nos lleva a analizar cuál es la información que se está ofreciendo por la televisión. Sartori la divide en dos tipos fundamentales: la subinformación, es decir, una información insuficiente, que provoca reduccionismos muy peligrosos y no sirve para conformar una opinión de peso; y la desinformación, una distorsión y manipulación de la información ni siquiera necesariamente consciente, fruto de las imposiciones del propio medio y de su afán por buscar siempre lo novedoso y lo excitante. El resultado es una aldeanización de la televisión. Es decir, una vez que se ha impuesto en el espectador medio que lo que no sale por la televisión no existe y que lo que no se ve no es relevante, la necesaria reducción de los costes de producción (mandar cámaras lejos es mucho más costoso) unida a la sentimentalización de las noticias, acarrea un regreso informativo a lo local, al suceso, a la mirada corta y localista, centrada tan sólo en lo que sucede en el propio entorno. Se obvian con ello las noticias de política internacional, o incluso nacional, alejadas en principio (falsamente) de los intereses y problemas de cada uno. Sólo se muestra aquello que es mediático y por tanto, susceptible de ser transformado en espectáculo. Las noticias deben ser excitantes y emotivas para mantener al público atado al sofá. De ese modo se potencia la aparición y difusión de posiciones extremas y personajes radicales.
El tipo de información que prolifera en la televisión afecta a la política y a los políticos, porque éstos son conscientes de que cada vez es más importante el cuidado de su imagen y lanzar soflamas mediáticas, y menos relevante el actuar de manera responsable en el ejercicio de sus funciones gobernantes. Políticos como aquel Julio Anguita de programa, programa, programa, desaparecen, dando paso a la nueva videopolítica (como la define Sartori). Ésta se va haciendo más y más dependiente de los sondeos y de la opinión pública y por tanto, menos independiente para tomar decisiones, siempre temerosa de perder apoyo popular. Los partidos políticos pierden entonces su poder como reserva ideológica, y el líder carismático y mediático vuelve al primer plano de esta sondeocracia.
Este el punto más controvertido de las tesis de Sartori. El autor parece dejarse llevar por la ensoñación de que en una época anterior la base intelectual de la sociedad estaba más preparada e informada, disponía de una prensa escrita plural, de calidad y era un referente cultural para el resto de la población (una opinión pública culta, no mayoritaria pero influyente). El pueblo votaba a sus representantes pero éstos, ante la incapacidad técnica de conocer las opiniones de sus electores, no tenían más remedio que tomar sus propias decisiones, apoyándose en sus partidos, en su ideología y en esa opinión pública no mayoritaria pero teóricamente preparada, hasta que se produjeran las próximas elecciones. Éste es un planteamiento claramente elitista. Además, Sartori parece confundirse (y no parece casual).
Por un lado reclama una televisión mejor y que sea desbancada de su papel preeminente informativo en beneficio de la palabra escrita. Indica, con razón, que el gran fracaso de las democracias de los Estados del Bienestar ha sido pensar que con la educación universal y obligatoria se crearían ciudadanos preocupados por la cosa pública. Y no ha sido así. La preparación con la que se responde a encuestas o sondeos por parte de la población es muy pobre, no se tiene la masa crítica de información necesaria ni las capacidades de juicio independiente desarrolladas, para opinar con criterio. Muchos apenas balbucean (intelectualmente hablando) la opinión inducida desde los medios. Pero ese fracaso no parece ser lo que moleste realmente a Sartori, sino que esa gran masa de personas desinformadas o mal informadas pueda llegar a influir en las decisiones políticas. No parece que el número de personas enteradas de temas políticos sea ahora menor que el de hace cincuenta años (entre otras cosas porque el grado de analfabetismo entonces era muy superior), por lo tanto lo que le perturba no es ese analfabetismo funcional actual del pueblo, sino que ahora lo que opina y se induce a opinar a esa masa es relevante y decisorio.
La posibilidad de la democracia directa o participativa está ahí. La democracia representativa se antoja obsoleta por la cantidad de mecanismos de consulta y participación que las nuevas tecnologías nos descubren todos los días. Asuntos como la participación de España en la invasión de Irak o el intento de implantación de contratos explotadores para los jóvenes en Francia lo demuestran. La preocupación justa que destila el pensamiento de Sartori es que la información que recibe la gente es pobre, insuficiente y manipulada. Bien. Pues entonces tendremos que mejorar la educación y replantearnos cómo se está ejerciendo. Otros autores como Gustavo Bueno, responsabilizan a los propios espectadores de la televisión que tienen. Defienden que ésta es el reflejo del pueblo. Pues vale. Puede ser, en parte. Pero este tipo de planteamientos pretendidamente lúcidos y acusadores no ayudan a buscar ninguna solución. Además, se podría responder, desde las tesis de Sartori, que ese público ya ha recibido, desde niño, una educación principalmente visual y pasiva, y por tanto ya ha visto atrofiada sus capacidades cognitivas.
Volvemos por tanto a la educación. No sirve buscar un control de lo que la televisión emite. Esas ideas de pensar por el pueblo por el bien del pueblo, pero sin él, nos retrotraen a otros momentos históricos. Es inasumible una marcha atrás Basta pues, tanto de elitismos como de conformismos. Hemos de luchar por conseguir una población educada y cultivada que pueda establecer verdaderos juicios críticos y que sean sus decisiones como espectadores, las que produzcan una televisión de calidad y útil. Hoy estamos lejos de esa bonita idea, pero ante regresiones elitistas o conformismos interesados ése debe ser el camino y el fin de lo que se busque.
12 mayo 2015
La hipótesis Matrix: Pablo Iglesias y Albert Rivera, los Neos de una historia sin épica
No sabemos quién es el arquitecto en esta historia, tal vez
porque solo en una película como Matrix se puede encarnar el poder del sistema
en un señor pedante con barba blanca. Suele ser un lugar común cinéfilo
declarar que Matrix (la primera) es la buena y que Matrix Reloaded (la segunda)
es aburrida y prescindible. No estoy de acuerdo. No se puede entender la
compleja historia de poder que encierra esta saga sin esa segunda película que,
aunque pecara de excesivamente discursiva, ponía patas arriba el arquetípico y
simplón esquema argumental de la primera, que incluía estúpidas profecías
deterministas y gurús fundamentalistas autoritarios. La clave de Matrix, la
trilogía, está en aquella brutal aunque abstrusa conversación entre Neo y el
viejo arquitecto, donde este le explica de manera condescendiente al confundido
héroe que, en el fondo, no es más que un
mindundi, una herramienta del poder para estabilizar al sistema, para canalizar
el descontento de los sometidos y poder así descomprimir el sistema de las tensiones
internas provocadas por las ansias de libertad de los desheredados sociales.
Esa es la bomba de relojería política contenida en una historia a la que la
pirotecnia audiovisual termina por dañar y nos hace olvidar la interesante
crítica social que plantea.
La irrupción de Podemos y Ciudadanos en la política española se adapta perfectamente al rol que en Matrix venía a desempeñar Neo. Desde el 15M, y con la crisis en su pleno apogeo, el paro y el descontento calaron por fin en una sociedad, la española, hasta ese momento aletargada por el consumismo y la ensoñación capitalista. A medida que el paro crecía, los sueldos bajaban y los derechos sociales se recortaban, se iba destapando la enorme corrupción de los partidos políticos en el poder y éramos testigos del derrumbe del poder financiero. El sistema, por unos breves instantes, se nos mostraba en toda su crudeza, recordándonos que nunca importaría el bienestar social a no ser que estuviesen protegidos los privilegios de los que más tienen. Desde 2011 hasta 2013 la calle empezó a hervir como no lo había hecho en España desde los ya lejanos años de la Transición. Se organizaron las mareas en defensa de la sanidad y la educación, se organizó la defensa contra los desahucios miserables de bancos sin alma, los ciudadanos se volcaban con los mineros, se rodeaba el Parlamento y triunfaban las marchas por la dignidad. Empezaron a detectarse una mayor virulencia en las manifestaciones, una rabia a veces incontenible, conatos de agresiones a políticos, intentos de ocupación de bancos... Todo ello contrarrestado por una cada vez mayor violencia policial. La gente de la calle, por fin, parecía querer mostrar a los de arriba su hartazgo. De repente, en 2014, impulsados por una innegable capacidad para la confrontación dialéctica, un grupo de profesores de la Complutense, encabezados por Pablo Iglesias, empiezan a tener cada vez más minutos de televisión, transitan de las cadenas marginales a las cadenas del poder (sin que a nadie le extrañe demasiado), y con un discurso cercano, claro y contundente terminan convirtiéndose en los portavoces de una gran parte de esa población que estaba a punto de estallar. En mi opinión no hay duda alguna de que la irrupción de Podemos, a pesar de su discurso antisistema, fue alentada y promocionada por el propio sistema como una forma de controlar la aparición de un estallido social de mayor calado. El objetivo, según esta hipótesis, sería canalizar la rabia incontenible de la gente a través de un movimiento político que permitiera atemperar los ánimos con la promesa de asaltar por fin de las instituciones de manera democrática. Y los muñidores de tal estrategia consiguieron lo que pretendían. Fue un triunfo sin paliativos. Desde finales de 2013 las movilizaciones sociales han caído de nuevo en un triste letargo del que no parecen salir. Los ciudadanos han dejado de salir a las calles a mostrar su enfado y su rebeldía y han vuelto a refugiarse en sus duras vidas y en sus rutinas dejando de lado las luchas colectivas, volviendo a batallar en esas cruentas guerras individuales que el sistema promueve y alienta. Hay un dato que ha pasado desapercibido pero que vendría a confirmar esta tesis: en 2014 descendieron en un 30% las manifestaciones en Madrid en relación al año 2013. Y en 2015 la tónica sigue siendo sin duda la misma. No es solo que haya menos manifestaciones sino que la asistencia a las mismas ha descendido notablemente y además vuelven a ser aceptables para el sistema: “pacíficas”, poco numerosas y sin conato alguno de la violencia irrefrenable de años anteriores. Vamos a las manifestaciones (si vamos), paseamos, gritamos, cantamos un poco y luego a tomar cervezas. Podemos fue la primera herramienta del sistema para condensar en un enemigo reconocible las aspiraciones de los que querían cambiar las cosas en nuestra época. Iglesias fue el primer Neo de esta historia, alentado por los medios del poder, que otorgaron una cuota de pantalla impensable e inesperada a un partido y a unas ideas que convirtieron los indicios de ruptura social violenta en ejercicios onanistas de tuiteros apoltronados frente a la televisión, jaleando a sus nuevos héroes mientras denostaban a los Marhuendas e Indas de turno, los tontos útiles de un sistema que casi nunca ve necesario dar la cara.
2014 fue un año reparador para los grandes poderes
financieros. Volvían a ganar dinero y el sistema ya estaba de nuevo
reconfigurado y estable tras los vaivenes de la crisis, olvidadas ya aquellas
veleidades de políticos mediocres que volvían a mentir cuando gritaban sin
resuello que teníamos razón, que había que construir un nuevo tipo de
capitalismo. Las calles se fueron tranquilizando, la macroeconomía entraba de
nuevo en número positivos, los ricos volvían a hacer dinero… ¿Y los parados? ¿Y
los asalariados? Qué le importa al sistema lo que les pase mientras unos y otros
bajen la cabeza, mientras los unos traten de sobrevivir devorándose entre ellos
y los otros curren como cabrones, asustados ante el temor de perder el trabajo,
mientras unos y otros vuelvan a aislarse y solo suelten su bilis y dejen
escapar su dolor en privado. Solo una cosa empañaba el nuevo nirvana del
capital en la hundida y depauperada España actual: los enormes errores
cometidos por sus corruptas marionetas políticas del PP y del PSOE, unidos a la
corriente de ilusión despertada por el discurso regenerador de Podemos, habían
aumentado por encima de lo deseable, y peligrosamente, las expectativas
electorales del nuevo partido. Y eso era algo que no se podía permitir. Tenían
medios más que suficientes para evitarlo. Ahora los pondrían a trabajar en la
dirección correcta. De la noche a la mañana, bien entrado 2015, fuimos testigos
de cómo, de forma paralela a una campaña de desprestigio a Podemos orquestada
para provocar el miedo a ellos en las clases medias, se construía de manera intelectualmente
grosera el movimiento a favor de Ciudadanos, un partido hasta ahora inexistente
a escala nacional y cuyo discurso apenas daba para construir un altavoz
antinacionalista en Cataluña. Albert Rivera sería el nuevo Neo del sistema,
aupado a las alturas políticas tan solo con único objetivo: desbancar a
Iglesias y a Podemos como alternativas a la vieja política representada por un
PP y un PSOE desgastados por tener que asumir en exclusividad la responsabilidad
final de una crisis que nunca fue política, sino económica, financiera y de
modelo capitalista. Con Ciudadanos hemos asistido a la mayor operación de
construcción de una alternativa política en España desde la irrupción de González
en Suresnes. Han tenido que montar todo el tinglado con excesiva rapidez y eso
ha provocado que pocos puedan creer que su ascenso en las encuestas tenga
siquiera que ver con algún anhelo sociopolítico del pueblo (como sí sucedía con
Podemos). Ha sido evidente que han contado con la total connivencia de los medios
del régimen para construir un discurso que emula punto por punto, en su
sumisión a las doctrinas neoliberales del libre mercado, a los discursos de los
partidos de la casta pero que, de forma tan asombrosa como triste, ha sido
comprado por buena parte de una población desencantada e irreflexiva que parece
considerar que el problema se soluciona cambiando las viejas caras por nuevas
caras, más jóvenes, menos manchadas por la corrupción. Pero igual de sometidas
al régimen.
Y aquí estamos, ahora. A un paso las elecciones municipales y autonómicas. Como en 2011, tras el 15M. Con esa horrible sensación de fracaso de nuevo en la boca. Tal vez peor incluso que en 2011, cuando la explosión social del 15M desembocó finalmente en la victoria aplastante del sistema encarnado políticamente entonces por el PP. Durante cuatro años hemos sufrido, nos han vapuleado, nos han robado, se han reído de nuestras ansias de cambio, nos hemos levantado, hemos peleado, hemos querido creer que el cambio era posible, que sería con Podemos con lo que daríamos la vuelta a la situación. Y justo llegando a la meta la realidad nos está ya avisando que tampoco ahora será. Es la hora de los cínicos, de esos que siempre ven todo con antelación, de los que nunca se fracasan porque hace tiempo que desistieron de intentarlo. Porque lo que dicen las encuestas es que como pasara en 2011, el sistema va a volver a ganar. Ahora encarnado políticamente en la suma de PP + Ciudadanos (y con el PSOE detrás para ayudar, por si hiciera falta). Y si eso pasa será muy difícil levantarse de nuevo…
Y aquí estamos, ahora. A un paso las elecciones municipales y autonómicas. Como en 2011, tras el 15M. Con esa horrible sensación de fracaso de nuevo en la boca. Tal vez peor incluso que en 2011, cuando la explosión social del 15M desembocó finalmente en la victoria aplastante del sistema encarnado políticamente entonces por el PP. Durante cuatro años hemos sufrido, nos han vapuleado, nos han robado, se han reído de nuestras ansias de cambio, nos hemos levantado, hemos peleado, hemos querido creer que el cambio era posible, que sería con Podemos con lo que daríamos la vuelta a la situación. Y justo llegando a la meta la realidad nos está ya avisando que tampoco ahora será. Es la hora de los cínicos, de esos que siempre ven todo con antelación, de los que nunca se fracasan porque hace tiempo que desistieron de intentarlo. Porque lo que dicen las encuestas es que como pasara en 2011, el sistema va a volver a ganar. Ahora encarnado políticamente en la suma de PP + Ciudadanos (y con el PSOE detrás para ayudar, por si hiciera falta). Y si eso pasa será muy difícil levantarse de nuevo…
A pesar de todo, a pesar de saber que el partido se
nos ha puesto muy difícil, de que hagamos lo que hagamos el sistema siempre parece
ganar, recordemos por una última vez a Matrix, y el Neo de aquella historia, que sí consigue
finalmente dos cosas: un empate difícil a última hora y, por el camino, ponerles nerviosos,
tocarles las narices, hacer que se muevan incómodos en sus poltronas…Quedan pocos día para las elecciones, nuestra forma de dar aquel telefonazo,
¿llamamos?
20 marzo 2015
El tutor de la ESO en el laberinto: reflexiones a pie de aula
Hay un aspecto de la labor
docente del que no se habla nunca demasiado. Tal vez porque se minusvalora o
porque es difícilmente mensurable, tal vez porque mientras demasiados creen
tener la fórmula mágica para transformar “radicalmente” la educación (mientras
ganan dinero teorizando sobre ello), pocos se atreven a analizar la importancia
que tiene una labor que se ha convertido en esencial en la enseñanza actual,
pero cuyo espacio de lucimiento es pequeño, por lo que difícilmente podrá ser
puesto en valor por los centros educativos. Estoy hablando de la labor de
tutoría en cursos de la
ESO. Desde que empecé a dar clases, salvo en alguna ocasión, cada
curso he sido tutor de algún grupo de alumnos en esta etapa educativa,
trascendente en la formación de los adolescentes. A pesar de que defiendo cada
día con mayor convicción que el objetivo fundamental e irrenunciable de nuestra
labor como profesores debe ser llevar al límite a nuestros alumnos para que
empiecen a dar pasos firmes en el inabarcable mundo de los conocimientos, y que
sin el aprendizaje de contenidos es imposible que ellos puedan construirse como
personas cultas, formadas y críticas de nuestra sociedad, he de aceptar
también, sin que para mí sea contradictorio, que más allá de mis clases y los
contenidos tratados, pocas cosas me han dado tanta satisfacción en mi profesión
como la especial relación establecida con estos alumnos de los que fui tutor. También
he de asumir que nada me ha supuesto nunca en mi profesión mayor sensación de
fracaso y desazón.
En este mundo de trincheras que
es la educación, la labor tutorial supone en ocasiones una gran paradoja, ya
que la humanidad y el buen hacer de profesores de la vieja escuela terminan
convirtiéndolos en buenos tutores, mientras que jóvenes seguidores de las
nuevas pedagogías, believers
fanatizados de la educación emocional,
fracasan ante realidades complejas que los convierten en inútiles totales frente
a grupos de alumnos que desprecian sus pobres intentos de acercamiento. Obviamente
no debiera hacer falta señalar que situaciones a la inversa también se
producen, con veteranos profesores incapaces (o directamente “objetores”) de
conectar y guiar a sus grupos y jóvenes profesores fajándose en un día a día
tan duro como poco reconocido por nadie. Los años trabajados me han dado para
ver casi de todo: he visto a tutores soportar la presión frente a situaciones irresolubles
con grupos imposibles o alumnos desquiciados. He visto a tutores desentenderse
de manera miserable de alumnos superficialmente conflictivos, al borde del
abismo, que demandaban a gritos a alguien los recondujera y guiara, alguien que
él no estaba dispuesto a ser. He visto a profesores mediocres ejercer de
fantásticos tutores, ayudando a alumnos desorientados a reenfocar su educación
y su futuro mientras que excelentes profesores se veían impotentes para
acercarse emocionalmente a sus alumnos y conseguir ayudarlos en momentos claves
de su formación. Lo que pocas veces he visto es reflexionar a mis compañeros
sobre la importancia de la tutoría y su (en ocasiones notable) incidencia en
los resultados académicos de los alumnos durante un curso.
Hace años encontré en un
excelente ensayo escrito por Concha Fernández Martorell (El aula desierta) aquello
que definía para mí con precisión lo que un profesor debe sentir por sus
alumnos para poder realizar con éxito su labor: afecto. No tiene sentido hablar de amor (un sentimiento exagerado,
distorsionador, equivocado); ni una incomprensible indiferencia (un sentimiento entorpecedor, ineficaz, altanero). Debe
sentir afecto por todos a los que enseña. Parece simple. No lo es. Al final, en
la sociedad actual, en la que los adolescentes demandan casi con fiereza un
lazo emocional que les permita convertir a su profesor en guía y referencia
educativos, serán la cercanía y la capacidad de comprensión de la personalidad
adolescente lo que permitirá al profesor enseñar con garantías de éxito. Y que ese
acto de enseñar no sea una práctica onanista que parezca demostrar lo bien que
él prepara y organiza sus clases, sino algo que tenga un significado real en el
aprendizaje de sus alumnos. Lo demás, ya sea la cháchara pedagógica moderna o
la retórica anquilosada de la vieja escuela, teniendo su valor, no deja de ser
finalmente secundario, intrascendente en el día a día de las aulas. Pues bien,
en mi opinión ser tutor, sin duda, es multiplicar todo lo dicho por mil. En
septiembre debes convertirte (por ley) en el responsable final de la evolución
académica de un grupo excesivamente numeroso de adolescentes a los que no
conoces, de los que no sabes nada, y que la primera vez que entras en el aula notas,
entre divertido y acojonado, cómo te evalúan con desconfianza, cómo juzgan cada
gesto que haces, cada frase, esperando el fallo, el error, buscando la
debilidad, la incoherencia. Buscan clasificarte rápidamente, arrinconarte, convertirte en inútil para ellos, en irrelevante, como tantos otros antes
que tú. Qué difícil es todo. Pocos lo saben. Pocos lo entienden. Menos son
capaces de asumirlo.
No he sentido nunca una sensación de fracaso absoluto como profesor. Siempre, con cada uno de los grupos a los que impartí clases, conseguí (o creí conseguir) que un número importante de mis alumnos se enganchara a lo que les contaba, hiciera importante mi materia, respirara tensión positiva en mis clases, a veces se divirtiera. Como tutor la cosa se hace más difícil de interpretar. Solo siendo tutor he sentido el agrio sabor de la derrota en mi boca, he tenido que asimilar la inutilidad de la batalla individual, la necesidad de convertir la enseñanza en un proyecto colectivo en el que los profesores se impliquen y los padres no se conviertan en estériles enemigos. Pronto sentí la frustración que conlleva el ingenuo intento de salvar a ciertos alumnos, en los que al determinismo social y familiar se les une una lacerante incapacidad de responsabilidad personal que los convierte en carne de cañón educativa. Nadie parece poder salvar a nadie. La educación reglada no es terreno abonado al heroísmo. Afortunadamente, tal vez. Pero el análisis racional no evita sentir una enorme frustración ante la injusticia que supone el fracaso de alumnos alienados por un contexto sociofamiliar y económico que les impide ser realmente libres para elegir desertar de un futuro objetivamente mejor. Y que castiga con inusitada crueldad cualquier veleidad durante los años adolescentes. No es casual (y quien diga lo contrario miente) que casi nunca fracasen en la ESO los hijos de la clase media. Y mucho menos, los hijos de los propios profesores.
No he sentido nunca una sensación de fracaso absoluto como profesor. Siempre, con cada uno de los grupos a los que impartí clases, conseguí (o creí conseguir) que un número importante de mis alumnos se enganchara a lo que les contaba, hiciera importante mi materia, respirara tensión positiva en mis clases, a veces se divirtiera. Como tutor la cosa se hace más difícil de interpretar. Solo siendo tutor he sentido el agrio sabor de la derrota en mi boca, he tenido que asimilar la inutilidad de la batalla individual, la necesidad de convertir la enseñanza en un proyecto colectivo en el que los profesores se impliquen y los padres no se conviertan en estériles enemigos. Pronto sentí la frustración que conlleva el ingenuo intento de salvar a ciertos alumnos, en los que al determinismo social y familiar se les une una lacerante incapacidad de responsabilidad personal que los convierte en carne de cañón educativa. Nadie parece poder salvar a nadie. La educación reglada no es terreno abonado al heroísmo. Afortunadamente, tal vez. Pero el análisis racional no evita sentir una enorme frustración ante la injusticia que supone el fracaso de alumnos alienados por un contexto sociofamiliar y económico que les impide ser realmente libres para elegir desertar de un futuro objetivamente mejor. Y que castiga con inusitada crueldad cualquier veleidad durante los años adolescentes. No es casual (y quien diga lo contrario miente) que casi nunca fracasen en la ESO los hijos de la clase media. Y mucho menos, los hijos de los propios profesores.
A mí ser tutor, como ser
profesor, me ha hecho mejor persona. A estas alturas no tengo ninguna duda. Me
ha hecho acercarme, con dificultad, por mi carácter, al significado real de la
empatía y de la necesidad de respetar al otro, dejando de lado esa soberbia
egotista que tanto me cuesta abandonar. Ser considerado con el alumno, humilde
a la hora de interactuar con él, seguro a la hora de exigirle, consciente de
que el respeto no se impone sino que se consigue, con tus actos, con lo que
muestras, con lo que les demuestras. Nunca caeré en el error de pretender ser
“colega” de mis alumnos, pero es imposible ejercer una labor tutorial adecuada
desde la distancia prudencial que muchos profesores ponen con ellos. Debes
acercarte, conocerlos, darles confianza y exigirles responsabilidad, entender
la frustración de muchos padres incapaces de comprender los problemas por los
que pasan sus hijos, desbordados en su paternidad, ser comprensivos pero firmes,
indagar en las causas de los problemas, ir al origen del conflicto, luchar
denodadamente por (re)construir nuevas vías por las que hijos y padres puedan
caminar, pero nunca olvidar que el éxito de la labor tutorial se mide
finalmente en función de que se consiga o no que, durante ese curso, esos
chicos y esas chicas refuercen la seguridad en sí mismos y sean capaces de
mejorar su rendimiento educativo, que aprendan a conciliar el principio de
deseo (motor para conseguir metas exigentes) con el principio de realidad
(aprender a conocer las propias limitaciones), para así poder ir poniendo los cimientos de un futuro
formativo y personal mediante el que se puedan alejar de contextos personales, en ocasiones, dramáticos.
Y ahí seguimos, caminando, peleando, siendo este año tutor de un 2º ESO complicado con chicos tan estupendos como en algunos casos absolutamente perdidos, casi desahuciados por el sistema. Otro año más volviendo a fracasar como tutor con alumnos a los que finalmente es imposible ayudar. Pero también disfrutando de esas pequeñas victorias cuyo valor real jamás tal vez podré comprobar pero que siempre parecen tener un significado positivo, alentador. Y que dan sentido al trabajo realizado.
Y ahí seguimos, caminando, peleando, siendo este año tutor de un 2º ESO complicado con chicos tan estupendos como en algunos casos absolutamente perdidos, casi desahuciados por el sistema. Otro año más volviendo a fracasar como tutor con alumnos a los que finalmente es imposible ayudar. Pero también disfrutando de esas pequeñas victorias cuyo valor real jamás tal vez podré comprobar pero que siempre parecen tener un significado positivo, alentador. Y que dan sentido al trabajo realizado.
23 febrero 2015
La cafetería más triste del mundo
Ceno en soledad tras un largo día dentro de la bestia. Tras
casi dos años nos reclamó de nuevo. Por fin tengo un rato solo para mí, para ordenar
mis pensamientos y gestionar a duras penas mis miedos, mientras mastico de
manera mecánica, alimentándome por mera rutina horaria. Delante de mí, en la cafetería
más triste del mundo, tres mujeres que no parecen alcanzar aun los treinta años
conversan animadamente, sentadas alrededor de una de las mesas. Mientras me explico,
me animo, me hundo, me discuto y me construyo un relato de tranquilidad las
observo distraído, sin mucha atención. Una de ellas, de repente, se levanta, va
a marcharse, comenzando así el inevitable ritual de despedida, con abrazos
intensos, besos y sonrisas un tanto exageradas. Tras desaparecer, las otras dos
vuelven a sentarse y comentan algo que no alcanzo a escuchar pero que les hace
sonreír a ambas de manera cansada. Se nota que son hermanas, siguen
hablando, siguen sonriendo, casi ríen… De repente se hace el silencio, una de
ellas se queda mirando un instante al infinito y rompe a llorar. Su cara
transmite ahora una angustia incontenible. La otra, sin decir nada, sin que tal
vez pueda decir nada que merezca la pena en esos momentos, con una enorme
tristeza, despacio, le echa la mano sobre el hombro y aprieta fuerte, apenas un
instante, haciéndole saber a su hermana que está ahí, que la entiende, que
siente lo mismo, que nada puede hacer salvo ofrecerle ese mínimo contacto, con
la esperanza de que sirva para que comprenda que no está sola. No parece tener
la más mínima intención de parar ese momento, solo permitir que fluya y que
sirva como desahogo necesario. Son solo unos segundos. Después, la primera
hermana se recompone, se limpia las lágrimas por debajo de las gafas y comenta
algo. Solo entonces la otra retira el brazo, lentamente, terminando el
contacto con una leve caricia, sonríe. Continúan charlando. Yo bajo la mirada, las
dejo solas, y recuerdo, nos recuerdo, y siento como una ola de afecto hacia ellas crece en mi
interior. Hoy a mí no me ha tocado vivir ese carrusel de emociones que ellas
están sufriendo, las de verdad, no las que apenas intuimos a través de la
ficción, esos arrebatos incontrolables de dolor entremezclados con las
conversaciones más banales, con las sonrisas más estériles, las más vacías, las
menos comprensibles. Quizás las más necesarias. A mí todo me ha salido hoy
bien. Nuestro paso por la bestia será efímero, no volveré solo a casa. Volveré de nuevo
acompañado. Levanto la cabeza y miro por última vez a mi alrededor. De la veintena
de mesas que están montadas a esa hora de la noche ni la mitad están ocupadas y
en varias de ellas solitarios como yo mastican de manera mecánica,
alimentándose, tal vez, por mera rutina horaria. Pido la cuenta. Necesito irme
de ahí ya. Pago y huyo. Sin volver la vista atrás.
13 febrero 2015
Catarsis en la izquierda madrileña
La izquierda madrileña está en plena convulsión.
Consecuencia final de la enorme putrefacción de las estructuras cerradas de
viejos partidos con viejas formas de hacer política. Qué pena. Ahí está,
mírala, con respiración asistida y cuidados paliativos, es IU Madrid, un nido
de corruptelas, de puñaladas traperas, de enfrentamientos tribales, que nos
muestran de manera dolorosa cómo los que parecieron ser distintos dejaron finalmente
de intentarlo y se convirtieron en casta infame, sin ímpetu, sin orgullo, cómodos
interpretando un tan irrelevante como fructífero (en el ámbito personal) papel
sociopolítico en una Comunidad Autónoma en la que el PP ha campado a sus anchas,
aprovechándose del voto acrítico de ciudadanos que, ante el horror que les
suponía la política de tierra quemada de la derecha, buscaron desesperados el
refugio de una alternativa que nunca lo fue, porque nunca pareció creerse que
lo era y vivía de puta madre sin ni siquiera intentarlo. ¿Para qué ambicionar
el poder si, sin detentarlo, se puede vivir toda la vida en la oposición sin
jamás tener que decidir sobre nada? Recordar los últimos años de IU en Madrid
sólo sirve para constatar cómo los que entienden la política como una forma de
vida (su única forma de vida) obstaculizaron una y otra vez cualquier intento de
regeneración interna. Nada ejemplifica mejor la inmundicia a la que llegó este
partido que la elección, tras una cruenta guerra interna, de Eddy Sánchez como
secretario general. Este tipo deambuló como alma en pena durante un par de años
por la Comunidad
sin ser reconocido por nadie como líder de nada. Hombre de paja de la vieja
guardia, su “liderazgo” terminó con la aplastante victoria de Tania Sánchez en
las primarias del partido, tras las que, en un último gesto de dignidad,
dimitió, desapareció, sin que nadie, en ningún momento, lo echara de menos. No
estaría mal conocer el grado de conocimiento que tenía Eddy Sánchez entre los
votantes de IU para así entender el “valor” de su liderazgo.
Lo de la federación madrileña del PSOE, que acaba de
estallar en mil pedazos, es todavía peor. Mi primer contacto con su tenebrosa
realidad fue con el Tamayazo, aquel golpe de estado “democrático” que facilitó
la aparición de Esperanza Aguirre en la política madrileña, esa mujer que, con
el apoyo de su tribu de fanáticos, aprovechó la burbuja económica que a todos
enloqueció para dinamitar los servicios públicos y convertirlos en negocio para
empresarios afines. El PSOE de Madrid
durante la última década ha sido un partido zombi, dirigido por mediocres, con militantes
inanes y con planteamientos políticos que en nada lo diferenciaban de la
derecha más rancia (¿un ejemplo? El apoyo que el primer Tomás Gómez hizo a la
enseñanza concertada. Buscad en las hemerotecas).
Los partidos que representan la izquierda madrileña han
implosionado. Incapaces de soportar la presión interna que suponía por fin
verse ante la posibilidad de ganar las elecciones y tener que gestionar el
poder. La irrupción de Podemos ha servido para mostrar la desnudez del
emperador. La ciudadanía que se piensa de izquierdas se ha cansado de votar a
perdedores que estaban encantados de seguir siéndolo. La ciudadanía que vota a
la izquierda ha dejado de aceptar que con sus votos se vaya a terminar haciendo
la misma política que se hace cuando gobierna la derecha. Es muy simple. IU Y
PSOE en Madrid provocan rechazo. Y nada tiene que ver lo que dicen ser. Sino lo que sus
actos nos han hecho pensar que son. El tiempo dirá hasta donde conseguimos
llegar los que ya no nos creemos nada de ellos. Puede que fracasemos. Tenemos
muchas papeletas para ello. Pero en las próximas elecciones, en mayo, en
Madrid, los que voten al PSOE y los que voten a IU tendrán pocas, muy pocas
excusas para poder explicar el porqué de su voto. Más allá de postureos, más
allá de explicaciones de salón, más allá de basuras emocionales y de críticas
exarcebadas a otros actores políticos, lo cierto es que estamos a 100 días de
intentar que Madrid sea gobernado de otra forma distinta. Y, desgraciadamente,
para que ese cambio real se produzca, todos somos conscientes de que tanto votar a IU como al PSOE, es absolutamente inútil.
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