25 febrero 2010

Descubriendo Twin Peaks

Debo ser de los pocos que nunca supo quién narices mató a Laura Palmer, aunque la sensual e hipnótica música de la serie se introdujera en mi subsconciente allá por los 90, recordándome que me estaba perdiendo algo diferente

En pleno proceso de reivindicación de David Lynch, alejándome de mis propios prejuicios y adentrándome en uno de los universos más fértiles que ha dado el cine americano, os dejo con uno de los más grandes momentos que la televisión me ha dado. Albert le explica al sheriff Truman su "ideología"




Voy a echar mucho de menos al agente Cooper

07 febrero 2010

Un día de furia

Es jueves, el único día que mi horario me permite escapar de mi exilio rural un poco antes y así llegar a casa a una hora decente para almorzar. Llego a la parada del autobús que une la estepa con la civilización justo cuando éste comienza a distinguirse al fondo de la calle. Subo rápido las escaleras y al ir a saludar al autobusero el primer proyectil horrísono impacta en mi cerebro vía nervio auditivo: sin yo saberlo hoy Julio Iglesias ofrecía un concierto gratuito sólo en mi autobús, y a esta hora, para celebrar sus cien años en el mundo del espectáculo. Qué suerte la mía. Miro al autobusero y observo que no pasa de los 25 años. ¿Cómo es posible? ¿Cuál es el trauma infantil que provocó esta perversión musical y el placer sádico de compartirla con los viajeros? Igual perdió la mano de su madre de pequeño en un concierto de Julio, o quizás es uno de sus hijos perdidos, fruto de una noche de pasión con una groupie. Huyo veloz hacia el fondo del bus y despacio me voy acomodando: me quito el abrigo, los guantes, la braga que me protege el cuello en este duro invierno, y las dejo en el asiento del fondo, yo me siento en el del exterior y saco el Ipod, el periódico y el libro, al tiempo que apoyo las dos rodillas sobre la parte posterior del asiento delantero (aún libre) y me dispongo a disfrutar de una hora tranquila de lectura. No será así. Los jueves a esa hora mucha gente de los pueblos viaja hacia Madrid, por lo que a medida que vamos llegando a las paradas a recogerla yo me hago el dormido y finjo dar cabezadas al aire para evitar que nadie intente sentarse en el asiento contiguo (podrá parecer misantropía, pero yo alego defensa propia: es un coñazo aguantar la cháchara de una señora que quiere contarte la vida de su hijo, o a un señor que apesta a campo y tabaco y habla como mugen las vacas). De pronto aparece. Camina velozmente hacia mis posiciones de defensa y se sienta sola un par de filas por detrás de mí. Es menuda, no pasará de lo veinte, cara pálida, pelo largo, lacio y sin gracia, y la pobre (qué mala suerte) debe tener algún tipo de problema o tara en su extremidad superior derecha porque siempre la lleva a la altura de la oreja. Por ese motivo, imagino, y para aprovechar el gesto, siempre va con un jodido móvil pegado a esa oreja que nunca he llegado a vislumbrar. La pena es que la tara no le impide hablar. Bueno, hablar. Esta chica no habla por el móvil: vocifera, grita, vocea, usa las palabras como proyectiles contra el aparato. Llora, ríe y vive a través de ese móvil, e impúdicamente comparte su intimidad más miserable con sus sufridos compañeros de viaje. Es una Truman rural, autodidacta y encantada de serlo. Siento mi cuerpo mientras se tensa, sé que voy a sufrir. Recuerdo otros jueves: su voz aflautada que se pega a mi piel, el grado de nerviosismo que su cháchara entrecortada provoca, los minutos que pasan sin que jamás corte la comunicación inalámbrica, su vida retransmitida al detalle, su trabajo de mierda en el que libra uno de cada dos domingos, el jefe que la putea, el puto gato que no quería acoger pero su novio la obligó a ello tras diez minutos de discusión airada…Su novio, el Jonathan, madre mía, qué personaje debe ser, ya he compuesto un retrato robot a través de sus discusiones telefónicas, espectaculares, dramáticas, de ésas que si estuvieran juntos terminarían en un polvo brutal de reconciliación (temo que algún día imite a Meg Ryan y lo hagan a través del móvil), el Jonathan, yo lo imagino como una especie de chimpancé enloquecido, un Maguila local, siempre gritando y gruñendo al otro lado del teléfono, mientras la chica trata de apaciguarlo, de atenuar sus temores, su celos (¡¡sus celos!!), como aquella vez que nerviosa trataba de evitar que hiciera dos kilómetros a pie para ir a recogerla a la parada porque ella tenía que ir directa al trabajo, y se lo repitió, vaya si se lo repitió, no menos de diez veces, con las mismas palabras, con los mismos argumentos, como una roca, sólo que elevando su voz chillona un poco más en cada ocasión. Hoy el Jonathan debe estar más nervioso de lo habitual porque la chica está más alterada, lo cuál se traduce en un tono y un volumen de voz que rozan lo denunciable, mientras intenta contarle que su abuela también la jode mogollón, pero que ella aguanta, y se lo cuenta, nos lo cuenta, con detalle, hasta que viendo que el otro está aún más tarado que ella decide conectar el piloto automático y empezar a repetir la consigna, la frase que debe servir para cortocircuitar la ira de Maguila: "¡cálmate Jonathan! ¡Cálmate!" Una y otra vez, una y otra vez, pero esta vez no sirve, y el otro no se calma y ella grita cada vez más, y yo enciendo el Ipod pero la música no consigue que la deje de escuchar, y ella sigue con la cantinela, "¡Jonathan que te calmes!" Y sigue, y sigue repitiéndose, gritando, me giro hacia ella, para mirarla, no puedo creer lo que está pasando, ya parece una broma, suelto un bufido y algún taco en voz alta, una señora de 50 años que se había cabreado al subirse al bus con ella porque se le había colado, me mira cómplice, pero en ese momento su móvil suena y se transforma en otra agente de Matrix, su vida es apasionante, y excitada le comenta a su interlocutor (y amablemente a todos nosotros al constatar nuestro enorme interés) nosequé de unas compras y de cómo estaba el tiempo este año, me remuevo en mi asiento, no debiera poder ser peor, pero sí, lo puede ser, porque en ese momento una negra alta y hermosa que se había sentado delante de la tía del Jonathan responde al “agradable” sonido de su móvil y comienza a charlotear en un idioma ininteligible con un volumen de voz tan brutal que enmascara la conversación de la cincuentona, y un bebé berrea y berrea sin parar en la zona delantera del autobús, y Julio Iglesias continúa desgranando uno a uno sus grandes éxitos inmortales, y el Jonathan que no se calma ni aunque le peguen un tiro, y Madrid que todavía está a 15 kilómetros… Me acurruco en mi asiento mientras pensamientos homicidas invaden mi cerebro y pienso en Michael Douglas, y casi comprendo y aplaudo su día de furia…

31 enero 2010

Perlas boloñesas 2

"El rol de la escuela en la sociedad debe modificarse. Hasta ahora se le ha exigido que formara en valores y transmitiera conocimientos. La educación en valores es un asunto controvertido en el que el Estado debiera dejar plena libertad a los padres y los centros para buscar lugares de encuentro y colaboración. Respecto a los saberes sería necesario desterrar un currículo heredado del siglo XX, y reescribirlo a la luz de las competencias imprescindibles en el siglo XXI"

[...] En cuanto al modelo tradicional de transmisión de conocimiento, es una tarea anacrónica en el siglo XXI: el conocimiento ya no pertenece a los profesores, está en internet.

Nieves Segovia (directora general de la Institución Educativa SEK)
Las negritas son mías

Esto de desterrar currículos y tradición, de presentar el presente como la única luz que ilumina las vidas y el aprendizaje, de abandonar lo escrito anteriormente y conformar una sociedad nueva y sin prejuicios, libre (en principio) del pasado aunque presa de la familia y sus aliados, sin faros ni guías educativas, abandonada a un yo débil y desolador, para ser moldeada a imagen y semejanza de las necesidades del poder (sea éste político, religioso, económico o una asociación de ellos) ya se ha intentado muchas veces en la historia. Precisamente el siglo XX contiene buenos ejemplos que no deberíamos olvidar.

Una última perla que la autora nos deja al final del artículo publicado en El Mundo:

"[...] ¿Qué papel juega la sociedad? Por desgracia el actual sistema de financiación de la enseñanza, directamente a los centros en vez de a las familias, dificulta la exigencia y sentido de la propiedad respecto del sistema educativo."

17 enero 2010

Deconstruyendo Avatar

Cuando uno termina de ver Avatar en 3D, si es sincero consigo mismo, no puede dejar de sentirse deslumbrado, casi apabullado, por la parafernalia tecnológica a la que acaba de asistir: un espectáculo visual de primera magnitud en la que en algunos momentos del metraje uno se siente transportado a un lugar cinematográfico por el que sabe que nunca ha transitado. Los minutos en los que el personaje que interpreta Sam Worthington, ya transmutado en su avatar alienígena, pasea y descubre Pandora, el planeta surgido de la imaginación de James Cameron y de los cientos de programadores informáticos embarcados en esta película, son deslumbrantes, y durante un rato el espectador se convierte en un trasunto del protagonista, siente lo mismo que él porque el impacto de la novedad es el mismo, se maravilla con la belleza arrebatadora y prodigiosa de una flora y fauna ante la que no puede más que abandonar sus reservas y dejarse arrastrar gustosamente, sin dudas ni vacilaciones, por lo que ven sus ojos: una increíble exhibición visual conseguida mediante las nueva técnicas tridimensionales en las que la película se recrea hasta el hastío, consciente de su capacidad de impacto. Cameron es un buen director y sabe lo que quiere ofrecer, aunque se le note demasiado la larga inactividad tanto en la dirección de actores, como en el nervio narrativo y en el montaje, excesivamente tedioso y repetitivo, dotado de poco ritmo. Pero ha pasado de ser un honesto y creativo director de cine de acción y fantástico a autopostularse como el creador y pope de una nueva cruzada tecnológica que dé al cine una nueva ocasión de resurgir de las cenizas (y van…). Y eso tiene un precio.

Una vez acabada la película, a medida que pasan los días y la primera impresión va desvaneciéndose dejando paso a una lenta digestión cinéfila, Avatar va perdiendo fuelle en el recuerdo, y comienzan a verse sus enormes defectos: la debilidad de su planteamiento argumental, el nulo desarrollo de personajes y la trampa de la técnica tridimensional. Una técnica que resulta innecesaria, superflua e incluso inútil en multitud de momentos, además de convertirse en una rémora para la fluidez de la imagen ya que impide movimientos de cámara que dotan de complejidad al arte cinematográfico, apostando todo al impacto de la profundidad de campo, algo que en ocasiones resulta incluso molesto por artificioso, evidenciando al tiempo las claras limitaciones que la nueva técnica conlleva y el potencial que tiene como fuente de impacto y emociones en el espectador.

Si se analiza la película mediante parámetros clásicos y evidentemente aún vigentes (es decir, valorando el argumento, la trama y el desarrollo de personajes) es imposible aseverar que estemos ante una buena película de ciencia ficción. Ni de lejos. La dirección de Cameron es torpe, en ocasiones desmañada, se lo ve sin ese pulso firme de antaño, perdiendo grandes ocasiones para dotar a sus criaturas de ese plus que permite la identificación inmediata con el héroe y sus conflictos, algo que caracterizó siempre su cine, y aunque es de agradecer que evite la tentación de utilizar esa cámara nerviosa y sucia que se ha impuesto en el cine de acción en los últimos tiempos intentando emular pobremente la estética de los videojuegos para conseguir que el espectador se vea involucrado no sólo emocionalmente sino físicamente en la historia, y que tan buenos réditos comerciales ha otorgado a directores tan horribles como Michael Bay y Roland Emmerich (e incluso yo diría que ha dado una inmerecida fama que preveo que el tiempo diluirá sin compasión a gente que no dejar de tener cierto interés como Paul Grengrass o J.J Abrams, cuyo Star Trek se derrumba lastimosamente en una segunda visión), no consigue dotar de tensión a los momentos de acción ni de sentimiento a los momentos de emoción, siendo especialmente pueriles los grandilocuentes discursos que lanza a la tribu de los Na´vi su nuevo e improvisado líder tras domesticar al Turok Matok (cuya aparición previa, y las dos o tres líneas de guión que sirven para presentar su importancia posterior recuerdan al peor Spielberg, al de los pelos recogidos sin ningún motivo por el oso parlante de IA).

Pero aún siendo negativa la dirección técnica de Cameron (que, como ya le pasara a Lucas, no ha medido bien que la inactividad pasa factura en el ejercicio de la dirección) lo peor que se puede decir de su labor es su incompetencia a la hora de dotar de carácter a sus personajes. Podría pensarse que el hecho de que los Na´vi sean personajes generados por ordenador disculparía la incapacidad de Jack (Sam Worthington) y Neiyiri (Zoe Saldana) para expresar emociones y conseguir transmitírselas al espectador, pero es obligado recordar al maravilloso Gollum creado por Peter Jackson para no aceptar que ese motivo sirva como excusa. Esta realidad se ve confirmada por los deslucidos y desaprovechados personajes secundarios que pululan tristemente por el metraje. Respecto a ellos es menester una comparación que sirva para medir el valor de estos secundarios, haciendo hincapié en recordar que parte del mérito de algunas de las mejores películas de Cameron estribaba precisamente en la fuerza y peso de estos personajes, en su capacidad para dotarlos de una aureola casi mitológica a pesar de no aparecer muchos minutos delante de la cámara. En este sentido, respecto a la propia filmografía de Cameron, Avatar bebe de las fuentes originales de Aliens, la potente secuela del Alien de Ridley Scott que dirigiera en 1986 con excelentes resultados. Y la comparación viene al caso no tanto por la historia (que de alguna manera sirve como espejo de ésta, como doppelganger redentor) sino por la traslación de algunos personajes que transitan de una película a la otra perdiendo el alma por el camino. Dos personajes sirven como ejemplo: Carter Burke (Paul Reiser) y Vasquez (Jennette Goldstein) de Aliens que aquí se insertan con características demasiado similares bajo los nombres de Parker Selfridge (Giovanni Ribsi) y Trudy Chacon (Michelle Rodríguez).
Nada queda de la ambigüedad, sutileza, cinismo y doble moral de Burke, el enviado de la Corporación dispuesto a hacerse con un Alien a costa de lo que sea para la división militar de la compañía para la que trabaja, en el insustancial, apocado, anodino y trivial Selfridge de Avatar; y es penoso intuir el potencial del personaje de Chacon en la caricatura que deambula en helicóptero por Pandora, sin personalidad y obligada a soltar frases idiotas que intentan justificar la imposible evolución psicológica de un personaje al que el guión, la dirección y el montaje destrozan, y sólo parece un pálido reflejo de aquella Vasquez de Aliens que marcara a toda una generación adolescente allá por los 80.

Y qué decir sobre el argumento que no se haya dicho ya. Tal vez lo más interesante sea señalar lo curioso que es que, en este caso, deslumbrada por la novedad tecnológica, por el impacto visual y por los fuegos artificiales del nuevo juguete, la crítica en general aún dejando constancia de la basura de historia que se está contando, no ha puesto el dedo en esa herida, eludiendo el análisis crítico y dejando que la emoción adolescente se impusiera sobre el criterio racional. No hay que dejar de valorar la capacidad de Cameron a la hora de captar el momento anímico de la sociedad occidental (tal vez ese haya sido su gran logro con esta película) ofreciéndole un espectáculo catártico que sirviera al tiempo para evadirse de una realidad cada día más oscura y para descomprimir la responsabilidad colectiva en la destrucción del planeta e histórica en la desaparición y aniquilamiento de otras culturas. Para eso nada mejor que abandonar el discurso militarista, individualista y liberal que tanto le sirviera en su cine en los 80 y ofrecer una visión edulcorada, políticamente correcta y en sintonía con la meliflua preocupación ecologista que está invadiendo nuestras sociedades en la última década. Aprovechándose de la dificultad de criticar argumentos que defiendan tesis que se consideren correctas en el discurso ideológico dominante, pretende que pase desapercibida la puerilidad de una historia que roza la indigencia intelectual, una especie frankenstein argumental realizado a partir de retazos e ideas de otras obras, con referencias groseras que rozan el plagio a Bailando con lobos, Un hombre llamado caballo, Pocahontas, Dune o El último samurai, lo que no sería malo en sí mismo si no fuera porque es incapaz de aportar nuevos matices, cierta densidad emocional o reflexiva en las casi tres horas de excesivo metraje ,y lo único que ofrece a cambio es una extraña e inquietante preocupación ecologista que bordea peligrosamente un misticismo dogmático y casi totalitario con reminiscencias new age que se esconde entre emociones primarias de enorme candidez para enganchar a tono tipo de público.

Pero todo queda oculto tras Pandora, tras su asombrosa hermosura, su olor y textura que casi llegamos a sentir, que nos embriaga y nos abruma, conseguida mediante la obtención de un nuevo rol para el espectador que le hace partícipe, rehén de lo que ve, de un mundo que no existe pero que se nos hace real, físico, tangible y maravilloso. Una técnica tridimensional que abre la puerta a un resurgir de una industria, la cinematográfica, que habrá tomado nota no sólo de los beneficios directos de esta película sino también del mucho menor número de entradas vendidas necesarias para hacer rentable una película de presupuesto brutal que se ve beneficiada por el suplemento que gustosamente el público paga para tener un nueva experiencia que no puede conseguir en su hogar, pese a todos los modernos equipos de home cinema que han ido apareciendo en el mercado en los últimos años.

He aquí el meollo del significado de Avatar. No es casual que Cameron hable de ella como su Star Wars (ya hay ideas sobre dos secuelas que se pondrían en marcha si Avatar es capaz de sacar grandes beneficios, como así parece que está siendo). Esta película va a significar un nuevo punto de inflexión para el cine norteamericano, un nuevo salto hacia delante en su imparable camino hacia la infantilización de las grandes propuestas de los grandes estudios, tema que ya traté en mi anterior post: Cinecaína. Porque Avatar es eso: cinecaína en estado puro, cinecaína en vena, una potente droga visual que apabulla al consumidor hasta inutilizar su capacidad racional, crítica y reflexiva, despojándolo de cualquier recurso intelectual y retrotrayéndolo a un estado de perpetua adolescencia emocional. Se abre la puerta para una nueva edad de oro en la producción de blockbusters tridimensionales que arrasarán en taquilla, aunque no se puede obviar el enorme coste de producción que tienen aún estas películas y el gasto que tienen que hacer las salas para adaptarse al nuevo formato. Este aumento general de los costes va a hacer que las grandes compañías caminen sobre el alambre y traten de apostar sobre seguro, lo que significará necesariamente un menor número de propuestas y que éstas sean más conservadoras (el riesgo va a ser una utopía en Hollywood), ya que la algarabía general no debe hacer olvidar que el público del siglo XXI es un público que no es fiel a nada salvo a sus emociones más inmediatas (algo para lo que se le ha educado) y dará la espalda al formato en cuanto no encuentre sensaciones cada vez más extremas. Además como esas sensaciones no las podrá obtener en el hogar porque sus equipos de cine no están adaptados para el formato 3D, continuará la reducción de beneficios por venta de DVD y Blue Ray (¿alguien soportará ver Pandora en 2D tras haber caminado sobre él gracias al 3D?) y no habrá forma de parar las descargas en la red.

11 enero 2010

Perlas boloñesas 1

"El aprendizaje cooperativo […] es una pedagogía para la democracia que otorga el poder a los estudiantes y no tanto a una figura autoritaria (el profesor)"


Pinchar en la fotografía para verla de mayor tamaño


Extraído de un manual de formación de profesores
para el nuevo sistema universitario


En el segundo dibujo-esquema: "control emocional, aprender a negociar, aprender a perder"

Lo curioso del constructivismo pedagógico es que tras el mensaje primario que enaltece el conocimiento y el aprendizaje grupal y colaborativo, y critica la enseñanza clásica centrada en la autoridad (¿autoritaria? ¿Por qué la autoridad debe ser autoritaria?) del profesor para ceder el protagonismo a un pretendido dinamismo del alumno, no se empeña demasiado en ocultar "ese segundo nivel de trabajo": conductismo de manual para el disciplinamiento de individuos necesarios, adecuados y conformados al sistema socioeconómico vigente

29 diciembre 2009

Y la bola negra entró, majestuosa

Nunca sabe uno cómo va a salir, cuál será la secuencia emocional, cómo llevará uno eso de ser de nuevo parte de un mucho, un demasiado que desborda a través de un montón de horas de reencuentros, risas, copas y comidas. A veces. Sólo a veces sale bien, pasan los días y todo se sucede con una rapidez inusitada, con relevos que significan nuevas sensaciones, con cariños que se renuevan y con momentos que terminan siendo entrañables.

El AVE nos llevó hasta el peligro, con diligencia hacia el salvaje oeste, hasta la familia, la mía, la abandonada y lejana, comenzando así el tradicional tour de force, un viaje sin descanso, una conversación continua en la que uno tiene su rol, como siempre sucede en cada entorno, y en el que afortunadamente me siento cómodo siempre que sea durante un breve intervalo de tiempo. La noche se echaba ya sobre nosotros mientras un rover (o un audi, qué más da) me trasladaba a las montañas y aparecía por primera vez Bolonia. Siempre es positivo encontrar lugares de encuentro con quien encuentra difícil hacerlo pero está deseando conseguirlo, por lo que disecciono y critico el sistema con aquél que es encargado de implantarlo; la conversación fluye y me alegro por ello, la noche cae y ver a mi madre es como un rayo de luz, un premio inmerecido a mi inevitable y estudiada dejadez familiar, su tacto, su olor y su abrazo me reconfortan como cuando niño, y en ella echo el ancla que me mantendrá durante unos días cuerdo entre la vorágine navideña; al día siguiente su cumpleaños me descubre lo caótico que puede ser una comida familiar en la que los niños (mis sobrinos) tienen el mando, controlan los tiempos y determinan conversaciones, me gusta observarlos y al tiempo observar a los padres, sus actitudes, sus caras de hastío que se confunden con las de devoción, el nivel de implicación que conlleva la crianza debida a la cuál ya no parecen necesarios retos de otro tipo; el 24 despierta con un trasiego constante de personas por la que fuera mi casa y ahora es un lugar extraño en el que me siento desplazado y cómodo al mismo tiempo, y casi sin darnos cuenta la noche se hace presente, una noche especial que siempre me ha gustado, que siempre ha significado en mi vida, de la que guardo espectaculares recuerdos de todo tipo y que sólo a veces fichajes foráneos, ausencias de última hora o enfrentamientos innecesarios han fastidiado. Sé que suena raro, que no es políticamente correcto, que suele quedar mejor decir lo contrario, pero la verdad es que a mí me encanta la nochebuena, no sólo la cena que además este año fluyó con facilidad entre broncabrindis y olfateos de wifi, sino porque a medida que pasan las horas y las primeras copas, el lento desfilar hacia las camas va dejándome allí plantado como tantos años atrás, conversando entre silencios con Juanma y los siempre valiosos cómplices de cada año. Pero por lo que sea, al final, siempre es Juanma, como tantas veces, como cuando lo único con lo que nos podíamos emborrachar era con anís y la noche la llenábamos de alcohol azucarado y Qué bello es vivir, hablando de cine, literatura, política o familia, abriendo puertas, respetándolo, contradiciéndolo, escuchándolo o impidiéndole hablar hasta que mi padre despertaba y mientras yo huía hosco a la cama, lo dejaba a él pagando un inexplicable (por entonces) tributo familiar. El 25 siempre emerge en mi memoria, pues, entre vahídos de alcohol, y esta vez no fue diferente, las tinieblas se fueron despejando a base de jamón, lomo, nuevas conversaciones y nuevos fichajes que llegaron para degustar el cordero que por fin he descubierto, y echo otra vez de menos un ratito tranquilo con el survivor, pues tras pasar buenos ratos veraniegos charlando con él, el modelo familiar parece de nuevo interponerse, establecer nuevos tabiques y hacer que vuelva a aparecer esa extraña e incómoda sensación de conocer a alguien pero al tiempo no saber nada de él; la siesta me despierta y la tarde se abre solícita para marchar con algunas de mis personas más queridas hacia un billar revolucionario repleto de Jameson, tensiones, pullas y risas, que termina con una bola negra liberadora que me despierta de mi somnolencia etílica y me permite disfrutar de la pasión y el arrojo de la mujer con la que he decidido compartir mis mejores años, de su cara concentrada mientras con el taco golpea una bola blanca que al chocar con la negra de la manera adecuada nos proporciona una remontada épica, homérica, que nos permitirá vivir en una nube hasta que horas más tarde la ciudad del sol convertida en la del aire nos lleve la derrota trivial más dolorosa, en el ancestral enfrentamiento que, como con aquellos duelistas de película, lleva enfrentándome años a Migue; Migue, mi hermano pequeño, el Ale de Pablo, el único que comparte casi todas las llaves de mi propia vida, al que echo tanto de menos, mi confidente y amigo, o simplemente Migue; la noche se alarga de nuevo, esta vez con él, hasta más allá de las seis de la mañana en una conversación necesaria, divertida y borracha; el 26 por tanto me encuentra inicialmente destrozado, tras cuatro horas de sueño, pensando que no voy a dar más de mí pero siendo consciente que me falta la guinda, necesaria: demasiado tiempo sin ver a Danisev, demasiadas conversaciones telefónicas, demasiados mails sin vernos, sin tomarnos copas, sin celebrar su paso al profesorado, demasiado tiempo sin un contacto visual que se hace intrascendente en cuanto lo veo y los dos nos damos cuenta que la conexión se mantiene incólume, que el tiempo no pasa si la amistad se mantiene, y me hace enorme ilusión que me regale su ilegible tesis en la que sorprendentemente aparezco entre sus agradecimientos en nombre a unas discursiones que comenzaron hace ya más de trece años, al tiempo que conozco por fin a su encantadora novia y las horas pasan con rapidez hasta que una triste despedida me lleva volando hasta el 27, cuando después (por fin) de ser capaz de dormir una noche entera utilizo parte de la mañana para disfrutar de un pequeño gnomo rubio balbuciente que cuando me sonríe me arrebata el alma, y el resto me sirve para despedirme de las demás personas que conforman esta extraña familia mía, como tantas, a la que evidentemente sería incapaz de ver con asiduidad, pero que, también soy consciente, está inevitablemente impresa en mi ADN histórico y emocional.

Me monto en el AVE, Carol duerme, la miro, enciendo el Ipod y me deslizo feliz, a más de 200 Km/h, hacia mi verdadera vida, dejando atrás el pasado, dejando atrás una vida que no existe. Tan sólo dejando atrás.

16 diciembre 2009

Solidaridad occidental: concursa, gana y "vive una experiencia solidaria"

Hoy en 20 minutos

Vive una experiencia solidaria en Mali

Supersubmarina, Sidecars, Sidonie colaboran con Voces. (Imagen: ARCHIVO/VOCES)

  • Concursa con nosotros y podrás ganar un viaje de una semana de duración al país africano de la mano de la plataforma Voces.
  • Podrás visitar, junto a alguno de los artistas colaboradores con esta causa, los talleres que la ONG ha organizado allí este año.
  • Tienes hasta el próximo 21 de diciembre para contarnos en pocas palabras cómo crees que la cultura ayuda a combatir la pobreza.

Nada más adecuado que concursos de esta calaña para entender el tinglado de las ONG y de muchos de los que mediante ellas se dan intensos viajecitos solidarios. Poco más se puede añadir. Si acaso recomendar para no quedarse en el exabrupto que me provoca inevitablemente este tipo de noticias, la lectura de El espejismo humanitario, un libro fantástico escrito por quien fuera durante más de veinte años cooperante y que, sin ser capaz de renunciar a su pasado ni a su labor, considera necesario desenmascarar los putrefactos modos y actitudes solidarias de los "enviados especiales humanitarios" que mandamos al Tercer Mundo

Al final uno no puede más que sorprenderse estando de acuerdo con el espíritu del artículo de Dragó referido a los cooperantes españoles secuestrados, y que tanto revuelo ha armado.

Es que hay que joderse con el concurso: "Concursa y vente con tus artistas favoritos a hacerte unas fotos con un grupo de negros famélicos, para que puedas enseñarlas en tu Ipod en las reuniones de amigos, y poder así ser el centro de atención con el relato de tu aventura solidaria, intensa, trasformadora y diferente"

14 diciembre 2009

Perlas boloñesas: presentación

Sobre el constructivismo y su manoseado slogan: "aprender a aprender"

"El objetivo es configurar individuos “necesarios” a la nueva economía, moralmente adecuados con el orden establecido e instruidos en el manejo de las máquinas."

"La psicología constructivista se presenta como revolucionaria y rupturista con los métodos tradicionales de educación pero ideológicamente neutral. Este carácter ambiguo le permite vaciar los contenidos educativos de la tradición y abrazar las vacías leyes del mercado."

"El aprendizaje es definido como la interiorización de estructuras vacías, donde los conocimientos únicamente sirven para ilustrar los procedimientos."

"…al consolidarse como la única teoría válida sobre el aprendizaje,(el constructivismo) se presenta bajo el despotismo de una verdad científica y reconoce la posibilidad de aplicar las teorías constructivistas poniendo al alumno en contacto con una constelación de conceptos arbitrariamente privilegiados por la cultura establecida, o bien podemos proponer cuestiones socialmente relevantes, urgentes, críticas y alternativas."

"El constructivismo adolece de una profunda contradicción interna. Relativiza todo el conocimiento y, sin embargo pretende establecer sus teorías como verdades absolutas, aplicables a cualquier contexto y situación."

El aula desierta. Concha Fernández Martorell

Algunas lecturas de lo últimos tiempos me obligan a comenzar esta nueva sección. Las perlas boloñesas intentarán recoger el profundamente estúpido espíritu de las modernas tesis constructivistas de la educación, que llevan un par de décadas intentándose aplicar en Primaria y Secundaria, y que como un virus se extienden ahora a la Universidad mediante el Plan Bolonia, al tiempo que redoblan sus esfuerzos para conquistar definitivamente la Educación Secundaria mediante la implantación de las llamadas "competencias educativas" como método de evaluación, dejando de lado el conocimiento estricto de los contenidos como criterio final de dicha evaluación.

No todo es malo en estos nuevos métodos. En absoluto. Suponen en parte una renovación de anquilosadas estructuras de aprendizaje a las que les vendría muy bien una reflexión sobre su propia utilidad y su (calculada) pasividad. Lo que me parece un acierto de Fernández Martorell es señalar que el problema es la consolidación, aceptación y fomento general por parte de los poderes políticos y económicos, de que es “la única teoría válida de aprendizaje”. Aterra.

Estamos viviendo tiempos de cambio educativo con evidentes repercusiones sociales. La Escuela (para regocijo de muchos idiotas) pierde autonomía y la Universidad se somete a caprichos pedagogos sin prever las posibles consecuencias. Además “como decíamos ayer” más peligrosa que una mala ley es una ley inaplicable. Hay pues que ponerse en lo peor si pensamos entonces en la implantación de una mala ley inaplicable: el Plan Bolonia

En esta sección intentaré mostrar aspectos “curiosos” de los métodos, tesis o estudios que ciertos pedagogos con mucho tiempo y dinero público han “creado” para justificar su existencia y terminar de enloquecer el ya de por sí caótico y decadente mundo de la enseñanza

13 diciembre 2009

Provocando

El artículo lo firma Carlos Fernández Liria en Público. A pesar de todo, el único periódico generalista español donde podría aparecer este tipo de planteamientos. Eso merececría una reflexión. En este enlace se encuentra el artículo completo. Sus ideas sobre el fracaso de la LOGSE y su combativa propuesta de solución para la educación pública las extraigo aquí, para los más perezosos:

"Sin duda la LOGSE marcó la tendencia hacia la calamidad actual. Pero no por lo que se suele decir (aunque también). Sus defensores siguen argumentando que se trataba de una buena ley, pero que faltaron recursos para aplicarla. Como si ignoraran que no hay nada tan destructivo como una ley inaplicable. Las malas leyes acaban por acomodarse a la realidad produciendo efectos medianos. Las leyes que no se pueden aplicar, en cambio, destruyen lo que hay sin ofrecer nada a cambio. En esto, es indudable la responsabilidad de los pedagogos propagandistas que cantaron las alabanzas de la “cultura del aprendizaje” (frente a la de “la enseñanza”) y de las “metodologías personalizadas” en régimen de “tutorías” y “clases participativas”, porque no podían ser tan idiotas (como tampoco lo son hoy con el asunto de Bolonia, en el que repiten la jugada) de ignorar que estaban construyendo con humo."

"De todos modos, con el tiempo, la LOGSE habría acabado también por volverse razonable si el PSOE hubiera hecho lo que tenía que hacer: suprimir la enseñanza concertada"

"Habría, desde luego, una posibilidad de revertir la tendencia: que la ley obligara a todo cargo público a escolarizar a sus hijos en guarderías, colegios e institutos elegidos por sorteo entre, por ejemplo, los 25 más cercanos al domicilio". (las negritas son mías)

Sería una delicia contemplar esa posibilidad. Y lo peor: no se puede evitar pensar que si esta propuesta llegara a convertirse en realidad (en un universo paralelo, claro) la calidad de la educación pública comenzaría a aumentar de nuevo. Suena cínico pero es la pura realidad

29 noviembre 2009

Frente al positivismo y al relativismo

Es un tema sobre el que leo con avidez, aunque de manera espaciada, durante los últimos años. Me parece increíble, incluso preocupante y sintomático, que durante mis años de estudios científicos no me lo planteara jamás, más allá de alguna aproximación huera en conversación banal sin apoyo de lecturas ni reflexiones que lo pudiesen justificar. Desde hace mucho tiempo se produce una interesantísima discusión entre el ámbito puramente científico y el de la sociología sobre el verdadero papel de la ciencia, incluso sobre su rol social. Una lucha sin cuartel entre la idea de la ciencia como una verdad o un acercamiento veraz y justificado a la realidad, y la que plantea que, a pesar de sus evidentes consecuencias tecnológicas, la ambición de la ciencia por considerarse como verdad está absolutamente superada, y sólo debe y puede entenderse como uno más de los posibles relatos o ficciones acerca de una realidad natural siempre incognoscible al ser humano, cuya descripción está fuertemente condicionada por el paradigma cultural en el que se desarrolla la práctica científica. En las esquinas de este ring filosófico se encuentran boxeadores extremistas, que se miran con odio a los ojos dispuestos a aprovechar la más mínima debilidad o falla argumental del contrincante. En un lado la relatividad posmoderna, el escepticismo radical, y en el otro el rancio positivismo, la prepotencia científica, nostálgica del determinismo laplaciano.

Y yo deambulo confuso entre ambas trincheras. Y aunque leo y leo sobre el asunto, aunque dialogo con autores que me aportan nuevos razonamientos al tiempo que yo contribuyo con mis propias experiencias y mis estudios, termino siempre volviendo, invariablemente, a una nota a pie de página del libro que Sokal y Brickmont escribieran hace ya más de diez años, Imposturas intelectuales, que define con brevedad y concisión científica el planteamiento que vertebra mi opinión sobre el asunto.

…Los instrumentalistas querrán vindicar que no tenemos forma de saber si las entidades teoréticas “inobservables” existen realmente, o bien que su significado se define únicamente mediante cantidades mensurables; pero esto no implica que consideren estas entidades como “subjetivas”, en el sentido de que su significado esté sensiblemente influido por factores extracientíficos (como la personalidad de los científicos individuales o las características sociales del grupo al que pertenecen). De hecho, los instrumentalistas sencillamente considerarán nuestras teorías científicas como el modo más satisfactorio en que la mente humana, con sus limitaciones biológicas congénitas, es capaz de entender el mundo.

Creo que lo tengo claro. Creo que lo sé. Desde hace tiempo. Es lo que soy, lo que mejor define lo que pienso: soy un instrumentalista.

Y partir de ahí me queda todo un arsenal de textos con el que debatir con muchos autores y discutir conmigo mismo. Sigamos leyendo.