Nunca la siento llegar. Sólo noto por fin su presencia cuando tímida, ofrece sus primeros signos de existencia, dentro de mí, una leve perturbación, casi irreconocible, que alerta a mis sentidos, despertando el miedo irracional. Durante unos minutos me dedico a su estudio, que es el de mí mismo, me estudio desde dentro, mientras parece que atiendo a lo de siempre, hablando cada vez con menos atención, intentando pobremente mantener el show docente para que ellos no noten nada. Pero ya estoy en otro lugar, en otra dimensión, estoy bañado en una luz que se hace por segundos más y más brillante. Un arco luminoso que crece en límite del iris de uno de mis ojos. Desde la nada. Desde ningún sitio. Sin ningún porqué. Que va transformándose poco a poco en elipse o círculo, cerrándose amenazante sobre la pupila. Es difícil delimitar la forma de su frontera mientras corro finalmente hacia la oscuridad, el único remedio válido, tan inútil como imprescindible, tan necesario como vano. Y me escondo, desparezco del mundo real mientras al tiempo aguardo iluso, una vez más, un final distinto al de las otras veces, o una ayuda que nadie puede ofrecerme. Ya estoy sentado. Rodeado de la ausencia de cualquier atisbo de luz externa me ilumino desde mi interior y mi ojo invierte su foco inundando con un fulgor brutal todo mi ser. Estoy en la difusa frontera que delimita el primer desenlace. Apenas veinte minutos han pasado. Nunca me acostumbraré al resplandor final que parece resolver displicente entre la vida o la muerte, y que un segundo después comienza a desparecer, a huir, a abandonarme, permitiéndome regresar lentamente a la normalidad. Vuelvo a ser consciente de lo que me rodea. Intuyo las formas de los objetos de la habitación. Desaparece del todo, siento su ausencia de manera tan repentina como noté su presencia. Y quedo allí solo rodeado de oscuridad, respirando acompasadamente, con la certeza absoluta de que ese final sólo es el principio. Espero alerta. De repente siento una fuerte sacudida en las sienes. Ya está aquí. Lo anterior sólo era la primera advertencia. El aviso del inminente ataque. Está llamando a la puerta y sabe que no puedo evitar abrirle.
Sólo quedan horas de oscuridad.
06 octubre 2009
23 septiembre 2009
Pues claro
Más allá de leyes educativas, más allá de tarimas, más allá de cambios generacionales, más allá de profesores, más allá de pública, concertada o privada, más allá de cháchara política o pedagógica...
"La formación de los padres es determinante"
Al final el origen sociocultural del alumno es el que realmente determina en mayor grado sus opciones de futuro y el tipo de educación al que terminará accediendo.
Pues claro.
Y no veo que las brechas socioeconómicas sean objeto de debate educativo, ni sean un criterio que determine la organización de los centros, ni los medios que se dedican a la educación.
No, aquí en España a unos se les llena la boca hasta el vómito con lo de la "libertad de elección de los padres" y a los otros con parches y chorradas tremendamente nocivas como "educación para la ciudadanía" o el "aprender a aprender"
Así nos va.
"La formación de los padres es determinante"
Al final el origen sociocultural del alumno es el que realmente determina en mayor grado sus opciones de futuro y el tipo de educación al que terminará accediendo.
Pues claro.
Y no veo que las brechas socioeconómicas sean objeto de debate educativo, ni sean un criterio que determine la organización de los centros, ni los medios que se dedican a la educación.
No, aquí en España a unos se les llena la boca hasta el vómito con lo de la "libertad de elección de los padres" y a los otros con parches y chorradas tremendamente nocivas como "educación para la ciudadanía" o el "aprender a aprender"
Así nos va.
21 septiembre 2009
Diez años
Por entonces tenía un cuaderno de pastas azules donde escribía de manera caótica, intentando reflejar lo imposible: el paso del tiempo. De aquel 21 de septiembre sólo tengo una pequeña anotación, casi un mensaje de twiter o facebook del siglo XX:
“Estoy aquí. No hay palabras”
Hace ya diez años. Diez años que han pasado volando. Diez años desde que llegué al aeropuerto de Tenerife cargado con kilos de maletas e ilusiones.
Hay vidas que transcurren de manera lineal, sin grandes sobresaltos. La mía en general ha sido así. Como la de tantos. Pero a veces en las vidas de algunos hay un momento, un día, una decisión vital que marca indeleblemente el futuro. Un punto de inflexión que cambia todo. Para mí fue abandonar Sevilla (al final para siempre) y embarcarme en una aventura complicada que supuso el verdadero tránsito de la adolescencia (adultescencia si soy consecuente con mi propia terminología) a la vida adulta. Nunca podré estar lo suficientemente satisfecho de haberme arriesgado, de haber roto correosos y desgastados lazos familiares y emocionales, y de haber viajado a una isla de la cuál sólo me han quedado recuerdos cojonudos.
Desde aquí mando un abrazo a todos los godos (y algunos guanches) que andan desperdigados por el mundo y que durante casi tres años fueron mi primer refugio emocional una vez abandonado realmente el nido.
Y el más fuerte de ellos a la goda que comparte desde entonces mi vida
Como diría uno de ellos: seguimos caminando...
Como diría uno de ellos: seguimos caminando...
10 septiembre 2009
Cinecaína
Una de las señas de identidad más significativas de cualquier época histórica son sus “productos” culturales y el público (consumidor si nos atenemos a las nuevas formas nada inocentes de denominación social que convierten a todo en producto de consumo) al que va dirigido. La literatura, la arquitectura, la pintura o el teatro han sido reflejo, causa o consecuencia de los cambios sociales de las diferentes culturas de la humanidad, adaptándose sin cesar a las exigencias de su público potencial, al tiempo que abrían nuevos senderos creativos para hallar lenguajes y formas de expresión que subvirtieran el orden cultural establecido. De esta manera han ofrecido siempre al hombre social una puerta desde la que atreverse a reflexionar sobre su propia existencia en todas sus vertientes, mientras encontraban (o ansiaban hacerlo) nuevos caladeros de público donde fortificarse.
El yonquiespectador se convierte así en un trasunto del Alex de
07 septiembre 2009
Paradojas
El coste total de las ayudas de 420 euros mensuales a los parados, aprobada por el Gobierno de Zapatero en agosto era, en un primer momento, de 640 millones de euros.
14 agosto 2009
Postales (veraniegas) 3: alimento friedmanita
Masticaba dinero. De reojo y mientras disfrutaba de un tumbet mallorquín noté como una niña, en la mesa de al lado, se llevaba una y otra vez a la boca, con evidente placer, un billete grande, de los de 500 euros pero en tamaño maxi. Tras un segundo de estúpida confusión comprendí que era una golosina, una chuchería tipo cucurucho de helado a la que habían dado forma de billete y que se había convertido en el postre de la escuálida niña que anteriormente lloriqueaba porque no quería terminar su plato. Al rato, a unos 50 metros , observé cuál era la procedencia de tan capitalista manjar: una caravana de las que marchan de feria en feria y de pueblo en pueblo que parecía haber naufragado en ese pueblo del interior de Mallorca y que, como le pasara al barco de Chanquete, parecía destinada eternamente a la inmovilidad, integrada e invisible a primera vista en el paisaje urbano de la plaza del pueblo. Delante de ella cinco o seis niños conversaban alegremente mientras engullían con fruición más billetes de diferentes tamaños, recortándolos con sus pequeños dientes, dándoles formas extrañas, tal vez codiciando lo que podrían comprar con aquello que comían si fuera real…
Coda: "¡Enséñame la pasta!"
Cuba Gooding Jr. Jerry Maguire
30 julio 2009
Postales (veraniegas) 2
Hemos pasado una semana en la isla de Mallorca disfrutando de sus playas de arena blanca y aguas (casi) transparentes, y sufriendo las hordas de turistas (incluidos nosotros) que la desbordan. En una pequeña cala rocosa con gran encanto situada al norte, una roca en mitad del agua me recuerda la enorme roca-tapón de la playa de mi adolescencia que este año, en breves día, volveré a visitar. En este caso se trata de su hermana pequeña. Pequeña para los adultos pero enorme para seis o siete niñas que no superan los siete u ocho años como máximo y que a última hora de la tarde trepan como monos experimentados una y otra vez hasta su cumbre, evitando las resbaladizas trampas que les impone la roca, encontrando huecos imposibles donde colocar sus pequeños pies desnudos para impulsarse hasta la cumbre y desde allí tirarse al agua de cabeza o de pie, para emerger lo más rápidamente posible y de nuevo volver a empezar. Una y otra vez, todas, entre risas, en varios idiomas, siendo las más torpes (las mayores) animadas por las más ágiles (las pequeñas) en un juego sin fin, físico, divertido, ajeno a las convenciones habituales de género que atan a las crías desde demasiado pequeñitas a idiotas bikinis cuyas partes superiores no tienen nada que cubrir, a imbéciles vuelta y vuelta al sol tostándose para la consecución de un moreno pasivo que nada tiene que ver con la infancia, al abandono prematuro del juego físico que los chicos siguen monopolizando en competiciones absurdas que las desplazan, a las riñas de algunos adultos por ser demasiado poco femeninas…
El sol comenzó a retirarse y Carol y yo comenzamos a preparar nuestra marcha. Mientras hacíamos el petate las mirábamos y allí seguían, ascendiendo, alcanzando la cima, tirándose al mar, nadando de nuevo hasta la base de la roca, volviendo a ascender, una y otra vez, todas, entre risas, una y otra vez.
Coda: La mujer tiene un alma en extremo cotidiana y sólo es feliz zurciendo la ropa blanca o acudiendo al dancing, le horripila el genio, sólo ama lo mediocre.
Coda: La mujer tiene un alma en extremo cotidiana y sólo es feliz zurciendo la ropa blanca o acudiendo al dancing, le horripila el genio, sólo ama lo mediocre.
Ortega y Gasset
10 julio 2009
Postales (veraniegas) 1
Paseamos por la cueva de Nerja, un espectáculo kárstico de proporciones inimaginables del que el gran público sólo puede disfrutar (¿afortunadamente?) una pequeña parte. Las estalactitas se entrelazan caprichosamente entre ellas y con las estalagmitas para conformar extraños monumentos y grutas imposibles que la imaginación trasforma en diversas formas fantasmagóricas que habitan sólo en nuestros sueños o en la peor de nuestras pesadillas. El paseo debería ser especial, mágico, uno no se puede más que sobrecoger ante esa obra de arte natural que el capricho, la calcita y el agua infiltrada durante millones de años ha creado, y que nuestros antepasados hace miles de años convirtieron en refugio y hogar ocasional. Pero es imposible. Un centenar o más de personas avanza con nosotros hacia las profundidades de la tierra, no puedo evadirme de ellos, de sus chanclas, de sus gritos, de sus risas sin sentido o sus chanzas idiotas, del tío con el torso desnudo que se queja inmediatamente por el frío, cuando cualquier imbécil puede entender que al comenzar a descender a una cueva como ésta la temperatura desciende al menos unos diez grados y la humedad se apodera del ambiente, de la gorda del bañador con sus tres retoños y sus chanclas que tras dar el primer paso dentro de la cueva despotrica contra ella y recuerda a todo el que quiera escucharla su pretendida claustrofobia, de las cámaras de fotos y de vídeo, tantas que parecen superar al número de visitantes, portadas por zombis con gorra y barrigas ostentosas que convertirán en imágenes vulgares lo que la naturaleza les ofrece pero ellos no ven, críos de doce y trece años que se dedican a corretear entre nosotros toqueteando rocas que se ven mancilladas por sus irreverentes manos, flashes que surgen por doquier iluminando la oscuridad y desobedeciendo las mínimas normas de decoro y mantenimiento de una cueva natural, obreros que golpean duramente con sus martillos las juntas de un escenario improvisado en mitad de una sala para que los pijos del pueblo y los alrededores, mas las autoridades competentes, escuchen al músico de turno en un “escenario incomparable”, escenario que debiera rebelarse derrumbándose sobre sí mismo y sobre ellos si es que la justicia natural realmente existiera… Y de nuevo esa sensación que me invade, que me hace acelerar el paso y querer salir de un lugar que minutos antes me apasionaba, escapar desesperado, como ya me pasó en Praga, como en Altamira, como en Cazorla viendo aquellos pobres ciervos rodeados de tipos que fumaban compulsivamente y vociferaban en mitad del campo, como en París cuando visité Notre Dame y la muchedumbre me recordó cuando borracho atravesaba las turbas semanasanteras sevillanas y tenía que abrirme paso con codazos para caminar… Ellos no eran más que mi propio reflejo, ellos eran yo, como en el cuento aquél, turistas ociosos, despreocupados y aburridos buscando alguna excusa cultural con la que pasar parte del día antes de comer o emborracharse, aglomerándose como ratas o cucarachas ante el ocio preprogramado que la cultura nos dicta: deslumbrándose con las mismas cosas, repitiendo las mismas actitudes, con la misma superficialidad… Turistas del siglo XXI, la gran plaga.
Coda: "Le voy a contar una revelación que he tenido en el tiempo que llevo aquí. Esta me sobrevino cuando intenté clasificar su especie. Me di cuenta de que en realidad no son mamíferos. Verá los mamíferos logran un equilibrio perfecto entre ellos y el hábitat que les rodea. Pero los humanos van a un hábitat y se multiplican hasta que ya no quedan más recursos y tienen que marcharse a otra zona. Hay un organismo que hace exactamente lo mismo que el humano. ¿Sabe cuál es? Un virus, sí, los humanos son un virus, son el cáncer de este planeta y nosotros somos esa cura".
Coda: "Le voy a contar una revelación que he tenido en el tiempo que llevo aquí. Esta me sobrevino cuando intenté clasificar su especie. Me di cuenta de que en realidad no son mamíferos. Verá los mamíferos logran un equilibrio perfecto entre ellos y el hábitat que les rodea. Pero los humanos van a un hábitat y se multiplican hasta que ya no quedan más recursos y tienen que marcharse a otra zona. Hay un organismo que hace exactamente lo mismo que el humano. ¿Sabe cuál es? Un virus, sí, los humanos son un virus, son el cáncer de este planeta y nosotros somos esa cura".
Agente Smith. Matrix
08 julio 2009
Reloaded
Una veintena de alumnos de 1º de la ESO trabajan (bajo coacción, por supuesto) durante una clase de ese engendro llamado aquí en Madrid MAE (Medidas de Atención Educativa) que existe como alternativa a la clase de religión y que se traduce, en este caso, en que cuatro niños (en otras clases a veces son menos, a veces uno tan sólo, otras incluso ninguno) marchan a recibir su dosis semanal de adoctrinamiento y catequesis a cargo del erario público, mientras los demás se quedan en clase a cargo de un profesor (yo, por ejemplo) al que todos pagamos con los impuestos no para que dé clase de su especialidad, ni para que aporte su granito de arena educativo en la formación de las nuevas generaciones, sino para que ejerza de improvisado segurata y consiga que unos alumnos a los que habitualmente ni conoce (algo que entraña una dificultad añadida) porque no les da clases, trabajen otras asignaturas (vamos, que hagan los deberes), lean, o al menos no perturben a sus compañeros. Una herencia católica encantadora de nuestro sistema público de enseñanza. De esta forma la gran mayoría de los chicos pierden una hora a la semana en 1º, dos horas semanales en 2º, una horita más en 3º y dos espléndidas horas en 4º. Teniendo en cuenta que el calendario lectivo de nuestro país propone que el curso disponga de unos 175 días, estaríamos hablando de que los chicos que no eligen religión “pierden” al lo largo de toda su Educación Secundaria Obligatoria en torno a 210 horas. Más de 200 horas que se podrían aprovechar para que los temarios imposibles de acabar (como los de Física y Química, sin ir más lejos) fueran dados con rigor y exactitud en unas muy necesitadas horas extras semanales.
Me he dispersado, lo sé, pero en algún momento tenía que escribir ese cálculo y provocar una reflexión al que me lee. Estaba con los veinte alumnos que pierden su tiempo gracias a la cobardía de ciertos políticos en ese cosa llamada MAE. Normalmente tras media hora de un silencio más o menos conseguido, termino charlando con ellos, sobre sus vidas, sus fobias con la asignaturas, su proyecto de futuro educativo o algunos aspectos sociales que me parecen relevantes poner encima de la mesa para que se vayan planteando pequeñas disyuntivas éticas. Ese día realizo una pequeña encuesta. Pido que levanten la mano aquellos que dispongan de un televisor en su habitación. Son niños y niñas que acaban de cumplir en su gran mayoría 12 años. Una marea de brazos se alza de inmediato. Todos menos uno tiene un televisor en la habitación y, por supuesto, no solo para jugar a la consola sino con conexión a la TDT o la televisión analógica. Es decir, a la Play o la Wii, a la PSP o a la Nintendo DS, al móvil y al ordenador con conexión a Internet, estos chicos unen la posibilidad de disfrutar de la excelsa y cultural parrilla televisiva de nuestro país en la soledad de su habitación. Después sólo me hace falta comentar de manera jocosa que por lo menos no encenderán la tele o el ordenador por la noche, o que apagarán el móvil para dormir, para que aparezcan múltiples comentarios absolutamente escandalizados ante la somera posibilidad de desconectarse del móvil por la noche (siempre le puede llegar un mensaje de un amigo, o amiga, o novio, o novia a las tres de la mañana que debe ser inmediatamente contestado). Por otro lado varias voces se alzan orgullosas fardando de jugar a la Play o ver la tele a las tantas sin que los panolis de sus padres se enteren de nada.
Sólo uno levantó la mano para decir que no tenía televisión (ni por supuesto Play u ordenador) en su cuarto. Rápidamente la masa lo devoró con risas y comentarios hirientes que trataban de transmitirle lo idiota que les parecía y lo tristemente impopular que era. Poco cool, aunque sea de los pocos que lee y se expresa oralmente de manera correcta.
No me costó mucho desviar la atención de la jauría vacilando a la mayoría y haciendo que se rieran de sí mismos como sólo los críos de esa edad se pueden permitir. Después el sonido del timbre significó que mi presencia ya no era bien recibida en ese aula y que los pequeños depredadores esperaban otra pieza para ver si podían catar carne de profe esa mañana.
Me molestan los falsos recuerdos, no soy nada proclive a esa nostalgia imbécil y mitificadora que tanta gente de mi generación muestra sobre su infancia y adolescencia. Mis amigos (que no fueron pocos ni del mismo extracto social) casi nunca cogieron un libro a no ser que fuera estrictamente necesario, ya se jugaba mucho al ordenador a los 15 años, los colegios e institutos no eran tan diferentes respecto a las actitudes y maneras de relacionarse de los chicos a los de ahora. Pero están los detalles, las pequeñas diferencias que generan los abismos generacionales con evidentes consecuencias sociológicas. Y éste puede ser uno de ellos. Tremendamente significativo.
Un televisor en cada cuarto. A los 12 años. Eso, objetivamente, no es bueno para la formación de un niño. La televisión emite demasiada bazofia que ya aliena diariamente a los adultos para no entender el daño irreparable que hará en las mentes de estos críos. Es dañino para la salud mental de los niños aunque evidentemente permita a los padres vivir mejor sin polémicas estériles y disfrutando de la soledad del salón para ver en su propio televisor lo que a ellos les da la gana sin tener que autoimponerse una censura necesaria si estuvieran compartiendo esa visión con sus hijos. La imagen sí es nueva. Diferente. El niño no es que no duerma ni descanse lo que debe porque se queda con sus padres viendo las serie o la película de turno hasta las tantas. No. Se acuesta modoso, temprano, se encierra en su cuarto y conecta sus cachivaches tecnológicos. Es entonces cuando comienza su otra vida, la que para él tiene sentido, la verdadera: la vida en Matrix
29 junio 2009
La noche
Más allá de las tres de la mañana. Las calles de Madrid están atestadas. Jóvenes y no tan jóvenes deambulan como zombis en busca de un refugio donde agotar sus ansias finales de alcohol y diversión. La ciudad los rehuye como a leprosos, las puertas de los garitos están ya medio echadas, la música aún resuena pero la amenaza ya se deja sentir en el interior mediante luces insidiosas que de repente iluminan lo que nunca debió ser otra cosa que oscuridad; los porteros o dueños, con caras de circunstancias, aluden a unas normas que obligan al cierre sin tener en cuenta ni el clima ni el espíritu necesariamente trasnochador de una ciudad viva. Los refugios escasean, los pocos bares con licencias especiales de apertura están atestados y en su exterior decenas de personas suplican pasar a por su último anhelo, la quimera final, la última posibilidad de que esa noche sea la noche, no una noche más en la que el alcohol de nuevo invada lentamente la sangre y el letargo se imponga de manera ventajista y cobarde a la excitación que inicialmente el dulce líquido proporcionó. No, aún la noche puede ser la noche, esa noche que genera recuerdos, anécdotas, encuentros inesperados, conversaciones emocionantes o descubrimientos insospechados. Un último intento, una tentativa más que sólo un despreciativo Caronte con músculos y mirada maliciosa puede ofrecer. Y mientras él elige a los afortunados que podrán darse esa última oportunidad los demás continuamos nuestro triste caminar.
Cada vez más en silencio, con menos risas, con más cansancio, hasta esa última esquina desolada donde la despedida es un tanto forzada, casi sin palabras. La peor de ellas, la impuesta por otros, por las circunstancias, por una ciudad terminal que envejece por días, más segura y más silenciosa.
Esa noche, esta vez, no fue la noche.
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