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Continuación del post anterior)
Todo aquél que conozca en primera persona la realidad de los
Institutos de Educación Secundaria, es consciente del gran número de alumnos
que presenta diferentes tipos de problemas
educativos, y también, que cuando empiezan a aflorar esos problemas, el horizonte
de la obtención del título la ESO,
cuatro cursos después, es algo que para muchos de ellos aparece como un
objetivo inalcanzable, lo que los frustra y desanima. Por este motivo, a medida
que los tropiezos se van produciendo en 1º o 2º ESO, el panorama que se les
ofrece a estos alumnos (salvo que presenten alguna particularidad que les
permita ingresar en el programa de diversificación
curricular a partir de 3º ESO) es desolador, porque por un lado son incapaces
de revertir su situación a pesar de que puntualmente lo intenten (atrapados
como están en una dinámica negativa, que se ve reforzada por la falta de empatía
de una gran parte del profesorado que los ve tan sólo como elementos
disruptivos, y no también como víctimas de un sistema al que no son capaces de
adaptarse) y por otro, lentamente, van adquiriendo la conciencia de que les va
a ser tremendamente complicado obtener un título, el de la ESO, que saben que la sociedad
les va a exigir para poder al menos tener alguna mínima posibilidad en el
mercado laboral. Este hecho termina por pervertir todo su proceso de formación,
porque a partir de cierto punto (tras repetir o pasar de curso sin los
conocimientos adecuados por imperativo legal) su única obsesión será terminar
4º ESO como sea, forzando al máximo su permanencia en los centros, encontrando
vericuetos, extrañas combinaciones de asignaturas y rebajas de nivel académico
dentro de grupos especiales que ninguna directiva confesaría oficialmente crear,
pero que a algunos (los menos) de ellos les permite intentar alcanzar su
objetivo. Por el camino, muchos otros terminan completamente perdidos,
desesperados, y como la ley (con buen criterio de partida aunque sin medios ni
recursos suficientes para lograr que sea
útil) establece la obligatoriedad de la escolarización hasta los 16
años, algunos terminan convirtiéndose en zombis educativos, adolescentes que en
una de las épocas más intensas de su vida muestran una pasividad y un
derrotismo inauditos, que terminan desarmando al más esforzado de sus
profesores, hasta que un día desaparecen de las aulas sin que nadie les eche
mucho en falta. Esos alumnos formarán parte de esa estadística vergonzante que
sitúa a España como uno de los países occidentales con mayor índice de fracaso
escolar o, visto de otra manera, con mayor índice de deserción y rendición
educativa. Otros, en cambio, reaccionan de manera belicosa contra un
enclaustramiento educativo que no comprenden, y de manera furibunda articulan
su propia lucha suicida contra un sistema que los enjaula hasta los 16 años (en
muchos casos sus padres los fuerzan a que ellos mismos alarguen su “condena”
hasta los 18 años, mientras esperan un milagro) con la excusa de un proceso de
formación que saben que no están aprovechando y que termina siendo
completamente contraproducente, ya que les habitúa a la holgazanería, a la
apatía y a la falta de responsabilidad y de perspectiva. Por todo esto resulta
evidente para todo aquél que lo quiera ver, que la reducción de la Educación Secundaria
a tres años y la posibilidad de obtener el título de graduado tras el tercer
curso (si es que finalmente así se decide) aliviaría muchas de estas tensiones
descritas, acortaría el tiempo necesario para obtener dicho título, acercaría
ese horizonte, no obligaría a cursar ciertas materias cuya complejidad en 4º
excede con creces lo que debe ser la formación mínima necesaria para obtener un
certificado de estudios tan básico como el de Secundaria, y reduciría
notablemente la tasa de fracaso escolar de nuestro país. Este dato final no es
baladí. Más allá de que muchos lo vean como una forma de maquillar las
estadísticas sin que nada cambie, lo cierto es que dar el título en 3º de la Educación Secundaria
(como hacen en Francia, por ejemplo, aunque con otro nombre) reduciría de un plumazo muchos puntos de
ese 25/30% de fracaso escolar en el que andamos años instalados y ello
conllevaría que todos esos alumnos se abrirían las puertas a nuevos
procesos formativos para los que el graduado en Secundaria es imprescindible.
Hay un malentendido que está circulando entre mucha gente,
incluidos profesores, que incide en que es una barbaridad obligar al alumno a
hacer sólo un curso más de Bachillerato o FP para cumplir con la obligatoriedad
de la escolarización hasta los 16 años. Es increíble que se confunda la
obligatoriedad de escolarización hasta los 16 años con la obligatoriedad de
hacer un curso más fuera de la Educación Secundaria. Intentaré aclarar la
cuestión. El alumno que vaya bien en los estudios y vaya aprobando curso por
curso desde la Educación Primaria,
es cierto que se encontrará en esa situación. Es decir, a los 15 años, tras el
3º curso de Secundaria por el que obtendría el graduado pertinente, se vería en
la obligación de realizar un curso más de Bachillerato o FP… De acuerdo, es así,
pero más allá de supuestos teóricos que casi nunca se ponen de manifiesto en la
realidad de las aulas, ¿qué alumno que haya ido bien en los estudios, aprobando
curso por curso, no tiene la pretensión se continuar su formación y por ende de
hacer un Bachillerato o cursos de Formación Profesional? Más allá de la
anécdota, a la que recurrirán los interesados que se echen las manos a la
cabeza para defender desde supuestas posturas progresistas la aberración que
este hecho supone si el alumno no quiere segur formándose, los profesores
sabemos que ninguno de ellos dejaría de estudiar tras ese tercer curso de Secundaria
y todos intentarían continuar su formación. Sí es cierto que tendrán (en
teoría) que adelantar un año la decisión de optar por uno de esos dos caminos,
algo que hasta ahora se hace tras acabar 4º ESO. Pero se vuelve a confundir la
teoría con la realidad, puesto que esta necesidad de optar por algún tipo de
itinerario que, casi de manera determinista, ya le encamina a optar por hacer
el Bachillerato o la FP
ya lo tenían que hacer con actual estructura de la ESO en el mismo momento y a la
misma edad (15 años , tras 3º), al tener que decantarse en 4º por los itinerarios
de Ciencias o de Humanidades (que les preparan para el Bachillerato pero no
demasiado para la FP)
o por una tercera vía (cuando la
formación de grupos lo permite) que, sin existir expresamente en la leyes, se
construye para esos alumnos de los que anteriormente ya he hablado, y que se presentan en 4º tras transitar penosamente por
la Secundaria
sin conseguir prácticamente ninguno de los objetivos que esta etapa educativa
propone. Para los demás alumnos, ésos que hayan suspendido y por tanto repetido
algún curso en Primaria o en Secundaria, en el caso de que alcanzaran 3º y lo
aprobaran, con la nueva reforma obtendrían entonces el título de Secundaria y tendrían
edad suficiente (16 años) para no sólo optar por seguir formándose (que sería
lo deseable) sino también para salir al mercado laboral sin necesidad en tal
caso, por supuesto, de cursar ese primer curso de Bachillerato o FP que tantos
quebraderos de cabeza está dando.
Hay que dejar de ocultar y hay que contar a la sociedad esa realidad
que está sucediendo actualmente en una gran mayoría de IES debido a lo que
supone retardar la obtención del título de la ESO hasta 4º. Más del 40% de los alumnos que
estudian Secundaria a duras penas va
cumpliendo los objetivos, tropezando una y otra vez y repitiendo uno o dos
cursos en esta etapa. Dejando ya fuera del análisis a los que dejan los estudios
una vez cumplidos los 16 años sin graduarse, muchos otros de éstos se presentan
en ese último curso con una sola opción (o como mucho dos) de terminar ese año
y obtener el título de Graduado en Secundaria mediante el circuito
convencional, el circuito educativo en el que llevan (sobre)viviendo desde los
seis años. Para estos alumnos hace tiempo que la formación, centrada en los
contenidos, más bien académica y más allá de competencias y otras zarandajas (que
sólo sirven sobre el papel pero no en las aulas a la hora de evaluar los
aprendizajes), dejó de tener sentido, pero comprenden que sin el Graduado de
Secundaria poco podrán hacer en el mercado laboral y su formación además se
queda en suspenso porque no pueden si él acceder a la Formación Profesional.
Por ese motivo terminan encuadrados en unos grupos con características muy
especiales que en muchos centros, de manera jocosa, con cierta maldad y cierta
resignación, algunos profesores terminan denominándolos en privado “grupos de 4º
terminales” o “grupos de 4º de Hollywood”, apelativos que ilustran una
realidad: en ellos los alumnos cursan materias sin prácticamente ninguna
ilación o sentido, que ellos consideran asequibles y que terminan siéndolo por el bajo nivel
formativo previo que ellos presentan y la asunción de esa realidad que terminan
haciendo los profesores al enfrentarse a estos grupos, lo que provoca que la
rebaja de exigencia sea muy importante. Cuando los análisis se realizan en
abstracto la gran mayoría de profesores se muestra en contra de permitir que
con diferentes niveles formativos los alumnos de diferentes grupos de 4º
obtengan el mismo premio, pero la realidad es tozuda y nos muestra que, por
supuesto, los profesores no son tampoco inmunes a la relación humana que se
establece con el alumno, por lo que, terminan adaptándose a la situación y
manejándola como pueden, asumiendo que para esos alumnos el título de la ESO va a ser sólo un
certificado que avalará sus años de estudios realizados pero no demostrará nada
sobre su formación académica,
especialmente durante ese último curso. Por ello, en las evaluaciones de junio
y septiembre, y mediante la posibilidad que la ley ofrece de que el alumno se
gradúe con dos o tres materias suspensas, se terminan dando títulos de la ESO a demasiados alumnos que,
objetivamente, se sabe que no tienen la formación que ese curso en particular y
la etapa en general debieran proporcionar.
Ese problema se arrastra y conlleva consecuencias, ya que
una vez superado el trago de la titulación, muchos de estos alumnos no aplican el
principio de realidad (y racionalidad) y con el beneficio de empezar de nuevo
con el expediente limpio (a pesar de que haya titulado con dos o tres materias
suspensas) ingresan en el Bachillerato “a ver qué pasa” debido (a la inversa de
lo que pasaba en la ESO)
a que el Bachillerato actual, con sus dos (cortos) cursos ofrece un horizonte
demasiado cercano como para no intentar conseguir, utilizando las mismas
técnicas de (no)estudio, y con la ley del mínimo esfuerzo, una nueva titulación
superior. El siguiente ejemplo, que no deja de ser una anécdota ilustrativa,
pone de manifiesto la incongruencia de la actual disposición de la Secundaria y el Bachillerato: existe la
posibilidad (y se da no pocas veces) que un alumno alcance 2º de Bachillerato sin
haber aprobado las Matemáticas desde 2º ESO (o habiendo aprobado las de 3º en
recuperaciones de pendientes con un nivel ínfimo).
El Bachillerato de tres años permitiría que su 1º curso
fuera por un lado más exigente (contentando a aquellos que todo lo quieren
basar en frases tan grandilocuentes y vacías de contenido como ésta) que el actual
4º ESO, pero fundamentalmente lo que permitiría es trabajar con mayor
tranquilidad, de manera que todos los esfuerzos de profesores y los alumnos
podrían dedicarse a la introducción de éstos en las mayores complejidades que
cada una de las materias que cursan ofrecen ya a estos niveles, sin tener que estar atentos a la obtención del
título y sin que los alumnos, desbordados por el sistema evaluativo que se les
impone, terminen abandonando unas
materias en pos de aprobar otras, para titular de cualquier forma. Volviendo a
utilizar un ejemplo que permita ilustrar lo que argumento, la introducción de
este Bachillerato de tres años impediría que un alumno que ha optado
voluntariamente con 15 años (tras el 3º curso de Secundaria) por el itinerario
científico pueda terminar el curso actual de 4º ESO con Física y Química y
Matemáticas suspensas y, por la posibilidad legal de titular con dos o tres
materias suspensas, comenzar el curso siguiente, en el actual Bachillerato, sin
esos conocimientos absolutamente necesarios para cursar el Bachillerato
científico. No tiene sentido encontrarse alumnos en el 2º de Bachillerato
actual matriculados en asignaturas como Química, cuando tienen la Física y Química sin aprobar
desde 3º ESO.