Nos está pasando a muchos, lo hemos tenido que ir
reconociendo a pesar de que al principio nos lo negábamos incluso a nosotros
mismos. Nos ha ayudado que por fin sea algo que se ha puesto encima de la mesa,
algo de lo que se habla ya abiertamente, que se puede valorar y discutir y que,
por supuesto, ya somos conscientes de que no es un problema sólo nuestro. Desde
hace un tiempo se escriben artículos sobre el asunto, aparecen sesudos ensayos
expresando honda preocupación y es un problema que los que estamos conectados
mucho tiempo a Internet, a las redes sociales, a la Web 2.0 en general, no podemos
ni debemos eludir: Internet está afectando a nuestra capacidad lectora. Cada
vez es más dificultoso mantener la concentración fijada durante horas en una
lectura pausada, comprensiva y reflexiva. Y esas son las características
fundamentales que pueden hacer que dicha lectura suponga un aprendizaje
significativo y trascendente, una experiencia con poso y con sustancia. Por lo
tanto nos deslizamos peligrosamente hacia una experiencia lectora superficial,
intensa y agotadora de textos consecutivos y paralelos cada más breves, más
extremistas y con menor profundidad, en los que lo emocional y la ausencia de
matices se hacen preponderantes y lo reflexivo y lo analítico desaparecen.
Vivimos inmersos en un carrusel desquiciado de noticias que
cada hora parecen suponer un punto de inflexión definitivo en lo político, lo
social o lo económico. Noticias sobre las que nos volcamos con ansiedad leyendo
y escribiendo radicales juicios apresurados, navegando como posesos en busca de
nuevos artículos que nos ayuden a clarificar el nuevo escenario que dichas
noticias han dibujado, para tan sólo obtener una riada de datos
descontextualizados que no tenemos tiempo de hilar ni de darles forma racional
porque de repente aparece la nueva noticia que todo lo cambia. Las opiniones se
entrecruzan, aparece la confrontación, se discute con quien no es el enemigo
pero al menos tiene una cara (virtual), se abandona la idea de convencer a
nadie, se grita, se insulta, escupimos al ciberespacio parte de la rabia que
acumulamos en el día a día. Y cuando nos cansamos de discutir dejamos aparecer el
sarcasmo, jaleamos el cinismo y elevamos a los altares durante unos segundos el
pretendido ingenio de los que se erigen en poetas mínimos del fracaso colectivo
social en el que vivimos. Tal vez sea en Twitter y en los comentarios a los
artículos de los medios digitales donde se manifiesta con mayor virulencia
aquello que describo.
Actualmente Internet ofrece lo que parece una ilimitada
oferta de información y de conocimientos que están ahí esperando tan sólo a que
el interés de cada uno de nosotros nos permita acceder a ellos. Podemos mejorar
nuestra formación mediante un aprendizaje continuo hecho a la medida de cada uno
de nosotros. Podemos confrontar opiniones, profundizar en asuntos que antes
estaban vedados por los grandes medios de comunicación, aclarar ideas, entender
nuevos conceptos. Pero la realidad es otra, muy diferente. El último ensayo de
Pascual Serrano, La comunicación jibarizada, trata sobre ello, como antes lo había
hecho Nicholas Carr en Superficiales, ¿qué está haciendo Internet con nuestras mentes?La realidad es que tras la promesa de
acceso a una información ilimitada, de un acceso infinito a diferentes voces y
puntos de vista sobre cualquier tema que nos ocupe, la Web 2.0 se ha convertido en un
enorme patio de vecinos en el que el que el ruido ensordecedor provocado por la
opinión continua sin filtro de todos nosotros nos termina arrastrando por el
camino de la irrelevancia, de la búsqueda del titular, del reconocimiento en un
otro que casi no se conoce, a través de una lectura diagonal que apenas supone
un escaneo insustancial del contenido escrito pero con el que creemos,
erróneamente, dotarnos de datos con los que finalmente terminamos
reafirmándosonos en nuestras posturas previas. Abrimos decenas de enlaces que
nos llevan a decenas de artículos que a su vez nos direccionan a decenas de nuevas
páginas en un bucle infernal que, generalmente, tras una lectura superficial y
apresurada, dejamos abiertos como pestañas en el navegador, durante un rato,
hasta que de manera displicente los cerramos sin reflexionar mucho sobre ello.
En todo este proceso consumimos tiempo, mucho tiempo, un tiempo que podríamos
dedicar a realizar lecturas en profundidad sobres esos temas que decimos que
tanto nos preocupan. Pero la tendencia es otra, la multitarea se impone, la
capacidad de hacer varias cosas al mismo tiempo es alabada como una mejora
evolutiva, como una forma de aprovechar el tiempo, de abrirse a diferentes
estímulos que nos enriquecen intelectualmente. Y son tachados como
conservadores y retrógrados los que señalan que diversificar nuestra atención,
intentar estar a muchas cosas al mismo tiempo puede impedir la profundización y
la reflexión sobre cada una de esas tareas que se realizan, y que por ello, tal
vez, nuestros aprendizajes tiendan a ser menos significativos.
No se puede llegar a otra conclusión: la belleza y la
importancia del cine no se sustentan ni siquiera mínimamente en la construcción
de una trama compleja o un argumento trascendente. Ni siquiera en la modelación
detallista de personajes poliédricos. El cine se hace eterno en la imagen, en
la secuencia, en el montaje. El cine trasciende cuando esa imagen o esa
secuencia se niegan a desaparecer tras su visión, permanecen flotando en tu
cabeza, como la nube que persigue al coche en la carretera, acompañándote
durante horas, a veces durante días, en las mejores ocasiones durante toda la
vida. Jonás Trueba ha hecho una película hermosa, una película bella, pequeña,
diríase intrascendente, pero importante, tan importante que estoy seguro que
casi nadie la verá y pocos, muy pocos la apreciarán, habituados como estamos a
ese trasunto del cine que son las series de televisión, con sus interminables
temporadas, con sus trillados personajes carismáticos y con la necesidad
continua del giro (el puto giro de guión) para que las tramas no se anquilosen.
Jonás Trueba suspende el tiempo y la vida en un Madrid
fantasmagórico, reconocible, sí, pero extraño, con un punto de misterio, un
Madrid sucio, cansado, muy cansado, que se resiste a dormir, que nunca
desconecta, tal vez alimentado por la promesa del instante mágico que puede
estar a punto de suceder, ese momento, esa belleza perdida a los ojos de los
que siempre transitan con prisas. Esa imagen. Esa secuencia. Por esa ciudad
deambulan los ilusos: actores, directores y gente del cine en periodo de
entreguerras, entre proyecto y proyecto. Nos muestran sus dudas, que son las
de todos, sus miedos, que compartimos, su indecisión vital, que es la de toda
una generación. Sin saber hacia dónde caminar, sin saber siquiera por qué
narices caminar. Desnudándose ante la cámara, tan lejos del glamour, mostrando
sus miserias, sus limitaciones, su angustia. Y su vitalidad, y sus sueños. Que
es lo que los sostiene. Aunque se rían de ellos, aunque nos riamos de ellos. O
de nosotros. Al tiempo que nos lloramos. Porque sin sueños sólo sobrevivimos,
pero sabemos que casi siempre el que sueña, el diferente, el que arriesga, el
que lo intenta de manera distinta a la
convencional, es el que se lleva finalmente las hostias. Y no sólo son las hostias, también tiene que cargar después con las miradas de compasión, con la cruel
condescendencia del mediocre, con el “ya te lo decía yo” del adaptado, ése que
nunca se atrevió siquiera a pisar la línea que marcaba la frontera del camino
marcado.
Cine de guerrillas, a contracorriente, desenfocado. Hecho
por perdedores intensos, recibido (seguro) con los brazos abiertos por algunos
modernitos con pretensiones, pero que más allá de su repercusión inmediata, de
los que lo ataquen o lo defiendan, tiene alma, un alma frágil de imágenes
deshilachadas que desfilan con delicadeza delante de los ojos del espectador.
Asistimos con cierto pudor al grito de rabia contenida de un autor que reniega
de la muerte del cine, que lo ama, que lo filma y nos lo transmite. Que homenajea
y respeta a sus mayores mostrando un exhaustivo conocimiento de la historia, sintiéndose deudor de una tradición cinematográfica de la que se reconoce
como heredero, con la que dialoga, a la que exprime, de la que toma recursos
para narrar el presente contradictorio y caótico en el que se encuentra. Para
filmar de nuevo, como si fuera la primera vez, el desencanto y la crisis,
deteniendo el tiempo y dejando que su cámara mire e indague a su alrededor con
ojos curiosos. Y al mismo tiempo, en otro plano, para transmitir pasión por el cine
entendido como arte, como elemento para la reflexión, para el gozo sensitivo e
intelectual, aunque se ruede sin medios, aunque no se sea capaz de determinar si
existirá un público potencial para la obra que se construye. Jonás Trueba se niega a aceptar los
llantos cansinos de los viejos plañideros que creen que con ellos morirá el
cine que amaron. Tal vez por eso filma esta película desgarrada, un
alegato visceral que nos explica por qué el cine sigue vivo. Y por qué los
muertos son los demás.
La memoria es un lugar incómodo, seductor, siempre extraño,
tan personal como ajeno, tan real, tan falso como las noticias de un telediario,
tan íntimo como subjetivo. La memoria es un refugio, el último refugio, tan
incontestable, tal vez por ello tan tramposo, el espacio donde siempre se puede
encontrar una razón, esa razón, con la que apropiarse de la legitimidad, con la
que creer que el pasado sirve para justificar un presente incoherente.
Domesticarla, reconfigurarla, apropiarse de ella para construir un yo diferenciado,
especial, distinto. En su normalidad o en su excepcionalidad. Es el objetivo. A
veces envidio a aquellos que aseguran que no son capaces de recordar las cosas
que les pasaron hace años. A los que no se reconocen en las personas que vivieron
en sus cuerpos en otros momentos de su vida. A veces los envidio, sí. Aveces,
en cambio, lo siento por ellos. Por la orfandad emocional e intelectual en la
que viven. O en la que han decidido vivir. Para evitar conflictos y
contradicciones. Para evitar que a la inflexible realidad que supone que el
paso del tiempo nos vaya derrotando cada día, se le una además la insoportable
carga de un pasado con el que tener que rendir cuentas.
Mi memoria, la misma que olvida casi todos los sueños que mi
cerebro penosamente filma cada noche, la misma que decidió hace tiempo hacerme
un inútil para reconocer las caras de los que pasaron por mi vida, me ofrece como
contrapartida una capacidad extraordinaria para recordar con absoluta nitidez mi
pasado y el de aquellos con los que conviví. O, siendo justos, para regalarme
los detalles suficientes como para poder reconstruirlo de manera verosímil. Da
igual. En todo caso siempre siento que cabalgo a lomos de lo que hice o dije,
sin poder engañarme, aceptando las contradicciones, recordando las alegrías
tanto como las penurias, siendo incapaz de inventar ni añorar estadios
mitificados de esa infancia o esa adolescencia que parecen haber marcado a
fuego a mi generación, tal vez como contrapeso a las miserias de ese día a día
adulto tan cabrón, tan complicado, tan alejado de lo que una vez soñaron. La
memoria como herramienta nostálgica sólo sirve para hacer la derrota más
digerible, para constatar que el presente de tantos se ha convertido en un gris
perpetuo, que las responsabilidades adultas lo llenan todo y que sólo podemos
escapar adentrándonos en el recuerdo de lo que fuimos, de lo que ya no es, de
lo que tal vez nunca fue pero se resiste a desaparecer.
Durante años renegué de la memoria, de mi memoria, de mi
pasado, me cerré a todo lo que significara necesitar recordar ese ayer,
innecesario y paralizante. Luché por aprovechar el día, el momento, el intenso
presente que hacía de cada instante el más significativo, el más importante, el
que todo determinaba y respecto al cual todo debía girar. Creo que el modelo
aún me sirve y aún soy capaz de utilizarlo. Por ello casi nunca me encuentro
mirando hacia atrás, casi nunca me encuentro solazándome en la felicidad pasada
ni reconstruyendo ficticias arcadias perdidas, a pesar de la tentación que ello
supone, a pesar de comprender la enorme capacidad de atracción que ello posee. Aún así con los años he aprendido a soltar las riendas, a dejar fluir mi memoria, a
dejar que mi pasado retorne sin los condicionantes de entonces, sin que ello signifique
un problema, sin que suponga sumergirme en la niebla y perder el paso. Tal vez
sean los muertos que vuelven en sueños, tal vez sean los años que uno va
cumpliendo, tal vez sea la necesidad de no olvidar cuáles fueron los
fundamentos mediante los que me construí. Ni las personas junto a las que
caminé. Tal vez.
Tan importante como no permitir que la memoria te paralice es
no olvidar aquello sin lo que no te puedes explicar a ti mismo. Tan importante
como impedir que la nostalgia te destruya es recordar la importancia de los que
a tu lado estuvieron y sin los que jamás podrías entender quién eres hoy. Tan
importante como evitar que el pasado te marque indeleblemente es acordarse de
los primeros pasos mediante los que decidiste convertirte en la persona que hoy
eres. A pesar de todo. Y precisamente por eso.
Madrid, la tierra codiciada. La sede de la capital, el centro del poder, el núcleo del que todo se nutre. Poseer Madrid,
dominarlo, someterlo y convertir su gobierno en el modelo a utilizar en el
resto de los Reinos. Madrid es hoy el centro de una de las batallas soterradas
más brutales de los 17 Reinos. Las diferentes familias que se reparten el poder
en ellos desde hace décadas han decidido mostrar todas sus cartas y recurrir a
todo tipo de artimañas con el objetivo de posicionarse de manera ventajosa para
dar el golpe final y hacerse con El Desembarco del Rey patrio. Después de que
durante años La Casa
de la Gaviota
(“los carroñeros”) dominara con puño de hierro Madrid sin que se vislumbrase cambio
posible, la sorpresiva renuncia de la poderosa Esperanza Aguirre, “La Dama de Hojalata”, tras una serie de encontronazos con el actual jefe de la Casa,
Mariano Rajoy, “El Rey Plasmao”, incómoda por los corsés que su propia familia
le imponía y molesta por el fracaso de sus desmedidas ambiciones, ha desencadenado
un efecto dominó con consecuencias imprevisibles. Los carroñeros llevan más
de dos décadas controlando la alcaldía y la Comunidad en un sinergia
terrible para los derechos sociales ciudadanos, pero justo cuando tras años de
oscuridad parecían conseguir su resurrección a escala nacional gracias la
elección del cabecilla de la Casa,
Rajoy, como Rey de los 17 Reinos, la crisis en el que parecía su feudo
más seguro ha abierto una brecha importante en su seno. En este momento el
delfín de Aguirre, su chico de los recados, Ignacio González, “Áticus Man”, ha
heredado la Comunidad
sin que su nuevo liderazgo sea visto con agrado por los leales a Rajoy (al que
ya intentó una vez traicionar), mientras que la alcaldía, durante años en manos
de Gallardón (“Dos Caras”, íntimo enemigo de Aguirre), quedó tras su marcha en
manos de Ana Botella, “La Enchufá”, esposa de Aznar, “ El Rey Loco”, el que
fuera líder carismático de La
Casa de la
Gaviota, que la sacó de décadas de oscuridad para terminar abdicando
en un inseguroRajoy que ahora, traicionando la
memoria de su antiguo jefe, no ve nada claro que Botella sea capaz de sostener
la alcaldía. Por esa razón parece que desde su entorno han comenzado los movimientos
para hacerla caer y sustituirla por otra candidata para las siguientes
elecciones. Suena mucho para ese puesto Cristina Cifuentes, “La Rubia de Hielo”,
cuyo trabajo sucio desactivando la fuerza inicial de las mareas sociales mediante la represión y la
amenaza parece haberla colocado en una excelente posición dentro la Casa. Estos
movimientos han despertado la ira del viejo león. Aznar, ha contraatacado
dinamitando con discursos demagógicos las bases sociales que han de sostener en
el futuro a un Rajoy hoy día muy debilitado.
Mientras tanto, en la antaño poderosa Casa del Puño y la Flor (“los metaprogres”) los
sucesivos fracasos electorales, así como las mutuas recriminaciones han
generado un enfrentamiento total entre el actual regente de la casa, Alfredo
Rubalcaba, “El Caminante Blanco”, con Tomás Gómez, “El Espectro”, el verso
libre (que nadie lee) de la Casa,
actual líder de la familia en Madrid, que sigue sin darse cuenta de que pocos
se lo toman en serio, ya no dentro de su propia Casa, sino entre la propia
ciudadanía. En los últimos tiempos Gómez, viéndose acorralado dentro de su
propia familia, ha decidido pasar al contraataque y construir un artificioso
discurso de izquierdas con el que atacar sin disimulo a su líder, "El Caminante
Blanco", Rubalcaba, a pesar de no contar con ningún respaldo dentro de la Casa. Incapaz de
conseguir apoyos externos más allá de las fronteras madrileñas ha resuelto
reforzar su posición de puertas hacia dentro promoviendo el ascenso de unos de
sus hombres fuertes, Antonio Miguel Carmona, “La Marioneta” como posible
candidato a la alcaldía. Con este movimiento ataca directamente a Rubalcaba amenazando
la posición de uno de los más viejos y leales servidores de éste, Jaime Lissavetzky,
“El Insulso”, actual hombre fuerte de la Casa a nivel local. A nadie podría extrañar, por
tanto, conociendo la trayectoria de Rubalcaba y su extraordinaria habilidad
para transitar por las cloacas del poder sin mancharse, que finalmente él estuviese
detrás de la grabación hecha a Carmona en un mitin interno para miembros de la
propia Casa, en la que quedaba a los pies de los caballos al confesar que en las tertulias en las que participaba en la televisión iba, en ocasiones,“teledirigido” por otros miembros fuertes de la Casa para hablar de asuntos que desconocía.
Por otro lado nos encontramos con La
Casa Roja (“los trasnochaos”) cuya
federación madrileña sigue inmersa en otra de sus interminables disputas
internas, de esas que le sirven para impedir toda posible renovación
intelectual y generacional que pudiera permitirles que se abrieran a nuevos
caladeros de apoyos. Los jóvenes de izquierda asisten desolados y consternados a
la autodestrucción de una Casa que sigue en manos de los viejos y domesticados lobos,
Ángel Pérez y Gregorio Gordo, “Los Fósiles Vivientes”, que han colocado a un tipo del que
nadie sabe nada, Eddy Sánchez, “El Hombre de Paja”, como líder nominal de la Casa mientras refuerzan su
discurso conformista y anticuado, incapaces de abrirse a los movimientos sociales
que se están gestando en el Reino, mientras permiten que un tipo tan indeseable
como Miguel Reneses, “El Jeta”, continúe formando parte de sus estructuras de
poder.
Finalmente, en los últimos años, ha surgido con fuerza una
nueva familia, La Casa
del Todocentrismo Populista (“los trepadores”), liderada por Rosa Díez, “La Transformista Iluminada”, antigua aspirante a dirigir La Casa del Puño y la Flor que, tras fracasar en su
intento, ser desterrada y tratada como una apestada, rumió durante años su
venganza hasta que levantó, piedra a piedra, en torno a su carisma y a su discurso
populista, una nueva Casa aprovechándose del desencanto general de parte del
pueblo hacia las viejas familias. El rumor de que podría ser la propia líder de
“los trepadores” la que se presentase a la alcaldía madrileña ha puesto en
jaque la política de la capital de los 17 Reinos,ha enrarecido aún más el ambiente dentro de todas
las Casas y han empezado a escucharse en todas ellas ruidos de sables, previos
a la gran batalla que se avecina en 2015.
Todo puede suceder. La lucha entre las Casas promete ser
brutal pero la que previamente se ha desarrollar dentro de cada una de ellas
será fratricida. El miedo puede hacer que El Rey Plasmao decida finalmente prescindir
de La Enchufá para colocar a La Rubia de Hielo en un movimiento que
enloquecería aún más al Rey Loco. Mientras, El Caminante Blanco intentará
usar alguna de sus legendarias artimañas (si aún sigue regentando su Casa para
entonces) para denostar a La Marioneta y conseguir que El Espectro se autoinmole antes de llegar a las elecciones
para así imponer una vez más su criterio a los metaprogres, que se están
hundiendo sin remisión lastrados por su irrelevancia y la falta de discurso
propio. Los trasnochaos y los trepadores seguirán al acecho para recoger
los frutos del descontento general aunque los primeros aún sean incapaces de
decidir a quién presentarán y los segundos sueñen con que su jefa dé por fin el
paso adelante y se presente a la alcaldía para por fin catar el poder que
ansían.
Pero todos estos enfrentamientos se quedarán en nada si finalmente La Dama de Hojalata se decide a dar el zarpazo final a su propia familia y
apoyada por sus leales propone su candidatura (a la que ni El Rey Plasmao
podría negarse) a la alcaldía de la capital de los 17 Reinos… Aguirre en la
alcaldía y González en la comunidad… El sueño húmedo de ciertos periodistas de
la caverna... La Dama de Hojalata vería así como su modelo político, que siempre
dijo que se inspiraba en el liberalismo se parecería más, en realidad, al modelo implantado por el exKGB, Putin, en
Rusia. Todo el poder del Reino en sus manos, sin importar el puesto ocupado,
manejando todos los hilos, experimentado nuevas políticas privatizadoras, y tal vez, por fin, amenazando el liderazgo
del Rey Plasmao…
Hace un par de noches tuve el “placer” de asistir a un nuevo
episodio protagonizado por algunos de esos megatertulianos que recorren
incansablemente cada día las radios y televisiones españolas, iluminando al
mundo con su singular sapiencia y preparación. Desbordados por su propio
conocimiento e incapaces de contenerlo en los límites de sus cerebros, se ven
en la obligación de compartirlo con nosotros tratando sin ningún problema lo divino y lo humano, lo político
y lo social, lo económico y lo deportivo, lo cultural y lo científico. Saltando de un tema a otro con una facilidad pasmosa. Sin
jamás permitirse un atisbo de duda, un momento de debilidad, un segundo de
reflexión interior, de honestidad intelectual que les permita reconocer que hay
algunos asuntos que no pueden tratar, de los que no pueden opinar porque, simplemente,
no tienen ni puñetera idea. Pero hay que reconocer que es cuando aparece la
ciencia, cuando se ven obligados a hablar de asuntos con ramificaciones científicas,
cuando el chiringuito renacentista que tan dificultosamente intentan construir
se les derrumba sin compasión encima de sus cabezas. Cuando de improviso, a
traición, aparece en la tertulia algún tema de este tipo, se les nota que son
incapaces de cambiar la plantilla que usan para debatir los demás asuntos y se
precipitan al vacío sin posibilidad de salvación. Es, curiosamente, cuando
mejor podemos advertir su impostura habitual, sirviendo además de reflejo del deplorable
analfabetismo científico en el que vive inmersa nuestra sociedad.
Situémonos: estamos ya finalizando la tertulia de La Brújula, en Onda Cero, el
programa que dirige Carlos Alsina, que ha pedido opinión de un último asunto a
sus megatertulianos a cuenta de una propuesta del Ministerio de Sanidad para
que se multe a los padres cuyos hijos adolescentes tengan intoxicaciones
etílicas con cierta asiduidad. Después de haber arreglado la economía, la
política y la judicatura de nuestro país, nuestros chicos están crecidos y no
tienen duda alguna de que también pueden solucionar el problema del alcoholismo
juvenil. Ese problema que cada año “sorprende” a los españoles. Desde hace más
de veinte años.
Tras haber sentado las bases sobre cómo debe arreglarse este
problema para siempre, Carlos Alsina lee sobre la marcha un tuit o mail
enviado por una seguidora del programa que nos advierte sobre la (según ella) “moda
que se ha extendido entre los adolescentes” de emborracharse introduciéndose
tampones empapados en alcohol en su cuerpo… Alsina que, pudoroso, omite donde
se introducen estos tampones, no sólo lee el mensaje, no sólo no cuestiona la
información un segundo, no sólo no duda sobre la posible veracidad de lo
afirmado, sino que da la información por buena de inmediato, la convierte por
lo tanto en verdad mediática para sus miles de oyentes y le lanza el hueso a
sus chicos, que no vacilan en lanzarse sobre él, hambrientos, deseosos de dar
su opinión y de llegar a terribles conclusiones sobre la deriva social de un
imperio occidental en evidente decadencia.
Después de que Alsina abra la puerta advirtiendo de “la
moda” alcohólica juvenil actual, comienza el espectáculo. El hueso está en el
aire y la jauría se lanza a por él:
Megatertulianos (a coro): “sí, sí…”
Por supuesto, son
expertos, saben de todo, también de tampones, faltaría más, y sin son
mojados en vodka, especialistas, incluso…
Megatertuliano1: “es una moda desgraciada que, efectivamente.
[…] sirve para acelerar…"
Carlos Alsina: “…el efecto es inmediato, pasa directamente el
alcohol a la sangre…”
A ver, a ver, centrémonos, señores… ¿En serio saben de lo
que están hablando? ¿No han oído hablar nunca de las leyendas urbanas, de los
bulos que corren por la red? ¿Ni un vistazo rápido a informaciones serias como
ésta, de Magonia, que nieguen la realidad del fenómeno? ¿No se pueden
parar a plantearse un momento qué significa meterse un tampón con alcohol? ¿El
dolor inmediato que debe producir? Algunas personas lo han hecho, para experimentar y contar lo que se siente (algo no demasiado satisfactorio, claro). Otras han recurrido a algo tan antiguo como el método científico y han hecho un experimento que demuestra la dificultad que supone introducir ese tampón en ningún sitio una vez absorbido el alcohol. Pero la experiencia no
interesa cuando de lo que se trata es de construir noticias sensacionalistas
que alarmen a la sociedad. Molan más. La ciencia les aburre.
Megatertuliano2 (se da cuenta de que su compañero le está restando
protagonismo, sabe que debe intervenir rápidamente, diciendo lo que sea, lo
primero que le venga a la cabeza, rápido, rápido, alguna cosa que parezca inteligente,
un apunte con sello propio…): "¡¡Esto en el caso de la chicas!!"
Qué capacidad la del tipo. Los tampones, aunque sirvan para
emborracharse, deben ser sólo para las chicas… No parece poder
imaginarse que tal vez un chico también se lo puede meter por el ano en busca
de esa borrachera legendaria que están ellos mismos, los megatertulianos, divulgando (promocionando) sin base alguna. Tal vez pensarlo le genere
alguna molestia inasumible en público a través de las ondas… ¡¡¡Ayy!!!, los
tabús...
Megatertuliano1 (el tío la caza al vuelo… Al carajo el
tema que se está tratando, en el fondo se la suda, pero si el comentario de su
compadre sirve para atizar a las sociatas…): “…¡las jóvenas!...” (se ríe…).
Qué agudeza. Cuánta inteligencia. Qué fino sarcasmo…
Volvamos a los tampones…
Carlos Alsina sigue a lo suyo y empieza a meterse en un berenjenal
de cuidado: “…se introducen el tampón y la embriaguez es casi inmediata…”
¿¿¿Cómo??? Era de esperar, cuando uno no sabe de lo que
habla y no se informa termina diciendo tonterías… Al Introducirse tampones
impregnados en alcohol en la vagina o en el ano es cierto que ese alcohol pasaría más
rápido a la sangre que a través del aparato digestivo (como cuando se bebe), pero para embriagarte, para emborracharte,
necesitas la misma cantidad de alcohol de siempre. El hecho de que pase más
rápido a la sangre no significa que la concentración de alcohol en sangre vaya
a ser mayor. Y eso, megatertulianos, es lo que te provocará la borrachera…
Vamos, que el chico o chica que quiera disfrutar de semejante “fiesta
alcohólica” va a tener que introducirse un montón de tampones en su cuerpo para
llegar a la fase de la “exaltación de la amistad”… Si por el camino no acampa en el baño, claro, que es donde se va a pasar la mitad de la noche... Tampoco es cuestión de colocarse el tampón en público, ¿no?
Megatertulianos (a coro): “claro, claro… pasa a la sangre” (recordemos
que según ellos, eso provoca ya una borrachera
inmediata).
Megatertuliano2 (de fondo, casi inaudible, ha tenido una
ocurrencia y la quiere compartir): “…te metes el tampón en la nariz…"
Claro que sí, eso es rigor informativo y los demás son
tonterías… El tío ha descubierto que no será por el ano pero que él mismo, tal
vez, por la nariz, pueda conseguir un pedo interesante... Lo de que un tampón
le quepa a alguien en los orificios de la nariz… En fin, ya sería cuestión de que haya
existido un trabajo previo de zapa durante muchos años haciendo pellas en los
semáforos…
Carlos Alsina se crece y se le empieza a ir el asunto de las manos:
“...tu familia no te puede ver beber porque no has bebido…”
Lo cual parece razonable. Sería complicado que te viesen
beber (incluso agua) si no es porque realmente la bebes… Otra cosa es que se
refiera a que no te ven beber alcohol, pero teniendo en cuenta que
los adolescentes no suelen hacer los botellones en la calle de la casa de sus
padres, me parece a mí que el comentario se desmorona por sí mismo…
Carlos Alsina: “...puedes
hablar y no se te nota que estás bebida porque en el aliento no se te percibe...”
Joder. De lo mejor del corte. Están los tíos hablando de
conseguir una borrachera de leyenda “acelerada e inmediata” y no se le ocurre a
Alsina otra cosa que decir que la borrachera no se te notaría porque no te huele
el aliento. En serio, qué nivel. Me parece a mí que cuando estás borracho hay
otros muchos indicios que harían sospechar a cualquiera que llevas una encima
de cuidado… ¿De verdad que hace falta que alguien te huela el aliento para comprobar que estás
borracho?” Ufff... Tal vez los miembros de La brújula debieran ver este vídeo…
Carlos Alsina: “…esto tiene un riesgo elevadísimo…”
Y tanto que lo tiene, pero no por lo que él piensa.… El
riesgo es creerse estas historias sin reflexionar sobre el contexto científico
que debe sustentarlas. El riesgo es más bien similar a pensar que comiendo chirimoyas te vas a curar de un cáncer. El riesgo es caer en el pensamiento irracional, en el pensamiento mágico, mediante el que se termina creyendo que las cosas ocurren misteriosamente, sin que haya explicación, o asumiendo falsas explicaciones fruto de una pobre formación científica. En siglo XXI. El riesgo del tampodka es físico por las lesiones
que puede producir el alcohol en zonas muy sensibles del cuerpo humano. Lo
demás son tonterías. Lo que sucede es que tampoco parece que sea verdad su
historia, ni que sea una moda, ni que el fenómeno esté
extendido. De hecho la información que la oyente da al principio y que Alsina
reproduce sin contrastar (periodismo en estado puro), en relación a los casos
que los hospitales de Asturias han tratado, ha sido desmentida por el Servicio de Salud del Principado de Asturias
mediante un comunicado.
Megatertuliano1 (asevera, peloteando al jefe): “¡¡Elevadísimo!!...”
Jajaja… ¡Qué crack!
Megatertuliano1 (continúa): “…además es una aberración que suprime el posible
factor placentero que puede tener la bebida, que es degustarla... es directamente ir…”
Megatertuliano2 (ahí, al quite, golpeando a placer la
pelota que le ha dejado su compañero): "...¡¡¡Al coloque!!!..."
El surrealismo invade las ondas. Casi da pena que alguno no esté lo suficientemente lúcido para parafrasear a Tierno Galván: “el que no esté colocado, que se coloque (el tampón)... y al loro”. En todo caso, los apuntes del megatertuliano2 aportan siempre un punto de
intelectualidad abrumador.
Megatertuliano1 (empieza a forzarlo, desfallece, no sabe ya qué más
decir, los recursos se le agotan…): “…es la utilización del alcohol como droga
en estado puro”
No te jode. Y cuando nos dan barra libre en las bodas estamos
utilizando el alcohol como una infusión contra la ansiedad…
Carlos Alsina asiente, ya sin mucho entusiasmo… Está ya en otra cosa,
ahora toca pasar a las noticias más relevantes de la prensa del día siguiente.
La labor de servicio público ya está hecha. En minuto y medio han ayudado a
divulgar una falsa noticia sobre un fenómeno que no parece que se esté
produciendo en España y que, en todo caso, no se ajusta a ninguna de sus ideas
preconcebidas que ellos tienen en relación a cómo afectaría al cuerpo humano. Periodismo
de calidad. Periodismo al servicio ciudadano. Alarmismo barato sin base científica. Con dos cojones.
Llevamos ya muchos años asistiendo a discusiones viscerales
acerca de cómo podrá sobrevivir la prensa escrita tradicional, el periódico de
papel, al inevitable empuje de Internet, que ha (mal)acostumbrado a muchos
ciudadanos a acceder a una gran cantidad de información (ya sea relevante y de
calidad, ya sea anoréxica y por tanto sin valor) sin aparente coste alguno. A pesar
de lo que los dueños de los grandes emporios mediáticos suelen proclamar en sus
vacíos y ampulosos discursos acerca de la necesidad de pervivencia del periodismo
de pago, lo cierto es que desde hace años asistimos en España a un insoportable
deterioro de la calidad de los contenidos que nos ofrecen los grandes periódicos
tradicionales. Desde hace ya demasiado tiempo, y no sólo por la crisis y los
despidos, las grandes cabeceras parecen no querer retener ni dar importancia a
sus lectores más preparados, a los que siempre estuvieron dispuestos a pagar
por una información interesante y de calidad, más allá de las públicas ideologías
de los medios en cuestión. Inmersos en sus luchas de trincheras, preocupados
por la inmediatez de las ventas a corto plazo, ahogados por las deudas de sus
empresas matrices a estos periódicos se les ha olvidado, en el peor momento
para ellos, el valor añadido que supone construir noticias con cierta densidad
y bien documentadas. Y digo en el peor momento porque justo es en esta época,
gracias a Internet, cuando las informaciones que publican y los mensajes
ocultos que con ellas quieren transmitir son más fácilmente analizables. Cuando más sencillo es desvelar
la pobreza intelectual y la miseria de lo que tratan de hacer pasar por información
y tan san sólo es rancia ideología o defensa de las políticas de políticos
junto a los que han cavado profundas e interesadas trincheras. Hace poco Daniel
Ruiz escribía de manera muy acertada acerca de cómo pequeños medios, cuyo
negocio se desarrolla fundamentalmente en la red, estaban aportando aire fresco
al periodismo español a base de volver a dar importancia a los contenidos, utilizando
el medio pero no convirtiendo a éste en el protagonista. Si los periódicos de
papel no terminan de entender que ése es el único camino posible para
sobrevivir vamos a ver como mueren muchos de ellos en el inevitable tránsito
final a lo digital.
Hace un par de días, en El Mundo, en el periódico de papel, me encontré con
esta noticia (que no he conseguido encontrar en la web) firmada por Luis F.
Durán:
El Mundo dedicaba toda una página, una página completa, una
página sin publicidad, una de sus escasas 70 páginas (que ya vienen repletas de
anuncios y de información huera y sin valor) a una noticia que no es noticia, a
una información que de nada informa, a una construcción argumental delirante
sustentada en el más absoluto vacío a partir de unos datos estadísticos que decían
haber sido recopilados por el Gobierno de la Comunidad de Madrid. Los
que llevamos años leyendo periódicos, cualquier aficionado a la fotografía o
analista de del lenguaje periodístico, o simplemente alguien que no lea de
manera despistada el periódico puede comprender que esa noticia que no es
noticia, que esa información que de nada informa, está construida tan sólo como objeto propagandístico de la
Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid. Los
motivos por los que esto es así habría que preguntárselos a Pedro J. La mitad
de la página es ocupada por una enorme foto de la Consejera de Educación,
Lucía Figar, con una tiza en la mano, envarada, en una postura antinatural,
dentro de un aula (seguramente pública, de las que sólo ha pisado en los
últimos años, ya que nunca se educó en ellas), remarcando en la pizarra la “importancia”
de la ley de autoridad del profesorado, en un gesto que es reforzado por la potencia
de un titular simplificador, maniqueo y tramposo:
A más autoridad, menos castigos
Lo que el artículo pretende transmitir (el escaneo no es el
mejor y no se puede leer la noticia al completo) es que el supuesto descenso de la conflictividad
en las aulas madrileñas es debido única y exclusivamente a la insustancial e
irrelevante ley de autoridad del profesor, aprobada por la Comunidad de Madrid en
junio de 2010. Para alguien como yo, que lleva trabajando más seis años en el
ámbito de la educación pública madrileña, no puede haber mayor disparate que
esa correlación argumental que el artículo trata de imponer sin pruebas al
lector. La ley de autoridad del profesor no existe en los centros educativos. Ni
se respira, ni se siente, ni está presente en el día a día educativo. Cualquier
profesor de cualquier instituto madrileño podría confirmar esto a poco que se
hicieran las preguntas de manera adecuada (saber qué preguntar y cómo hacerlo,
no para obtener lo que uno quiere escuchar sino para que el entrevistado se
exprese, es clave para realizar un periodismo de calidad). Es una ley fantasma,
ni siquiera me atrevería a calificarla de errónea. Tan sólo puedo asegurar que es absolutamente
intrascendente en la labor de la gran mayoría de los profesores. Entiendo que
en algún caso puntual, gracias a la dichosa “presunción de veracidad”, haya podido servir para proteger a algún profesor denunciado (otra cosa
es que eso sea en sí mismo positivo), pero de ahí a hacerla responsable y causante
de la disminución de la conflictividad de la educación madrileña es
algo tan necio que uno jamás esperaría encontrárselo en las páginas de un periódico
supuestamente serio como El Mundo. O lo esperaría encontrar como argumento del
poder establecido, contrarrestado por un trabajo serio de investigación
periodístico que lo mande al basurero intelectual del que surgió.
Pero como lo lógico es que lo que se publica a página
completa en un diario tan importante como El Mundo no sea ni casual ni poco
reflexionado lo único que se puede considerar es que el diario ha decidido por
motivos espurios hacer de de gabinete de comunicación de la Consejeria de Educación
de Madrid, engañar a sus lectores y prostituirse de manera obscena para
permitir que Figar y su controvertida política educativa (que le ha hecho
enfrentarse a toda la comunidad educativa) encuentren una vía de escape, un
falso argumento en el que atrincherarse para promocionar entre los suyos que su
labor aporta efectos positivos a la educación. Efectos que, aunque no sean
reales, aunque sean objetivamente indemostrables, aunque tal vez puedan ser
debidos a otras causas completamente diferentes, puedan ser utilizados para
obtener una repercusión positiva en la opinión de los futuros votantes. Siempre
que haya un periódico de gran tirada dispuesto a utilizar sus páginas como
soporte publicitario institucional sin advertir de ello a sus lectores.
Investigando por la red, intentando descubrir el origen y
las repercusiones de una noticia como ésta, me sorprendió encontrar esta pieza
del telediario de Telemadrid. Utiliza los mismos datos, los mismos argumentos,
las mismas ideas. El mismo día. Información clonada de la publicada por El
Mundo, Sin matices ni controversias. Tan sólo enunciando el dogma, de manera
incuestionable. Casualidades.
Llevaba mucho tiempo sin acercarme a la cadena de televisión
pública madrileña. Los recortes, el puño de hierro con el que el PP madrileño
controla todo lo que allí se emite, la imposibilidad de reconocerme como
madrileño a través de sus ondas. Todo hace recordar casi con nostalgia el mismo
canal autonómico que conocí hace ya más de diez años. Al mismo tiempo, he de
reconocer que su increíble nivel de complacencia con el Gobierno madrileño nos
proporciona en este caso, de nuevo, una pieza periodística impagable. No sólo muestra
un nivel de sometimiento a dicho Gobierno bochornoso, sino que también muestra la
indigencia de recursos con los que cuenta hoy la cadena de televisión: la
pobreza del reportaje es lastimoso. La manipulación mediante la edición de lo
dicho por la profesora, la entrevista con el chaval para intentar refrendar una
idea preestablecida y el cierre final, apoteósico, con alusión al PSOE y a IU
como opositores a esta arcadia educativa que se nos presenta, en la que los
conflictos se han solucionado por la existencia de una ley mágica, son pruebas
irrefutables del catastrófico nivel que ha alcanzado la televisión autonómica.
Todo es tan lamentable, provoca tanta pena, tanto asco, que si no fuera porque lo
pagamos entre todos, sólo serviría para provocar unas risas.
No tengo datos suficientes que me confirmen si realmente la
conflictividad en las aulas madrileñas ha descendido o no. Mi experiencia me
dice que no, pero por supuesto ésta es limitada a unos pocos centros. No tengo
ni idea de si hoy los profesores están poniendo menos sanciones. Puedo
incluso asumir que esos datos presentados por la Consejería de educación a través de sus medios institucionales, El Mundo y Telemadrid, son reales.
Lo que no sería capaz, como ellos, es de establecer una teoría simple e
interesada de por qué estos hechos, si es que son verdad, se han producido. Podría
especular, claro, con una mayor base de verosimilitud que la presentada por estos
medios, que este descenso de la conflictividad contable podría ser debido por
un lado a las huelgas del curso pasado (que provocaron que los posibles
conflictos educativos pasaran a un segundo plano) y por otro lado a la mayor
presión a la que está sometido un profesorado al que, además de aumentarle las
horas lectivas, le han impuesto en muchos centros que sea él y no la jefatura
de estudios el que gestione los potenciales conflictos que se generen con los
alumnos, lo que significa una sobrecarga laboral inasumible para gran parte de
los profesores, que prefieren dejar pasar pequeños conflictos y provocaciones
de alumnos antes que tener que gestionar ellos mismos las consecuencias de
denunciar tales comportamientos. En todo caso, más allá de los datos y de las
especulaciones, es necesario trasladar a la opinión pública que es absolutamente
falso que la ley de autoridad del profesor haya significado alguna mejora en
el clima educativo. Y que noticias como la de El Mundo son una mera traslación
escrita de la voz política de sus amos, fruto del envilecimiento de un tipo de
periodismo institucionalizado y decadente que crece a la sombra del poder,
reflejo de un tipo de información anoréxico, que es dañino por inane. La expresión
más evidente del grave problema que acucia a un periodismo basura que no sólo
no informa, sino que desinforma a los ciudadanos por intereses ocultos.
El viernes por la tarde me encontré encima de un escenario siendo
inesperado protagonista de algo en lo que apenas pretendía ser secundario sin
frase. Un escenario algo destartalado, con recuerdos de viejas obras
anteriormente representadas, un escenario sin el aroma de los centros
educativos donde la élite suele llevar a sus cachorros, un escenario de
instituto público, una sala multiusos acogedora y sencilla donde un joven
director hacía de maestro de ceremonias en un humilde festejo de graduación de
los alumnos de Bachillerato del centro. Uno alumnos a los que en una gran
mayoría les había dado clases hacía ya dos años, dos cursos, cuando estaban en el
último año de la ESO. Fui el encargado de introducirles en las primeras nociones serias de
la Física y la Química y además, me hicieron tutor
de ellos. Todavía recuerdo el encargo con cierta angustia. 32 alumnos
conformaban aquel grupo de 4º ESO, una ratio imposible para intentar enseñar
con una mínima garantía de éxito. Y mucho menos para intentar ser un tutor
adecuado para ellos. Al final lo lograron, culminaron el año con éxito, fundamentalmente
gracias a su esfuerzo y sin las facilidades que debiera haberles puesto una
Administración educativa que sólo parece dedicada a poner trabas a la enseñanza
de todos, a la enseñanza pública. De los 32 alumnos, 31 de ellos consiguieron titular.
Recuerdo mi enorme satisfacción entonces por ello. Pocos saben el trabajo que
para un tutor supone llevar hacia delante un grupo tan numeroso como éste, con
tan diferentes perfiles, intentar estar ahí para todos, no sólo como el
profesor de una asignatura (que también) sino como una figura en la que puedan
confiar para apoyarse y confiar para impulsarse hacia el futuro. Con máxima
exigencia, viendo como algunos sufrían con mi asignatura, mientras yo mismo
relativizaba su importancia para que tuvieran una visión global sobre sus
estudios y sus posibles itinerarios y no sólo focalizaran todo a través de un
fracaso particular. Recuerdo con especial cariño las clases con aquel grupo, que
contaba con una serie de alumnos especialmente brillantes, con hambre,
dispuestos siempre a aprender algo nuevo y abrir nuevas vías desde las cuales
caminar hacia nuevos conocimientos. Y recuerdo con especial satisfacción que
todos los demás, en lugar de quejarse o asustarse,intentaban también llegar a las nuevas
complejidades planteadas, desde sus capacidades y sus limitaciones, pero
siempre con buen talante, tirando hacia delante. Sin rendirse y confiando en mi
criterio respecto a lo que les podía exigir. Fue un placer. Después terminó el
curso y con él crees que también finaliza la relación con esos alumnos. Sabes
por sus reacciones que todo ha marchado bien, por algunos comentarios de los
padres que éstos también están satisfechos con tu labor y en tu interior sabes
que lo has dado todo, que tal vez podías
haberlo hecho mejor pero que tu conciencia está tranquila, entiendes que el
esfuerzo tuvo resultados y que el trabajo ya está terminado. Y caminas en
dirección a otro centro. Con otros alumnos. Diferentes. Ni mejores ni peores.
Tan sólo diferentes. Y eso, a pesar de todo, a pesar de echar de menos
aprovechar los réditos del trabajo ya realizado, también estimula y provoca excitación.
Hace poco más de un mes recibí un email de uno de ellos,
uno de los mejores (y no hablo de notas) invitándome por sorpresa a su
graduación de Bachillerato. Dos años después. Curiosamente era la segunda vez
que me pasaba. Antes fue en otro instituto, en otro entorno, con otro grupo, completamente
diferente. Igual que la vez anterior me sentí halagado, sorprendido, contento y
orgulloso. Por la invitación, claro, pero sobre todo por el recuerdo. Eso es lo
importante, ahí está la clave. En que te recuerden con cariño. Al fin y al
cabo, durante un curso el tiempo pasa rápidamente, parece acelerarse y aunque creas
sentir que existe cierto feeling con tus alumnos no dejas de saber que ellos tienen
muchas asignaturas, muchos profesores y tú eres uno más, otro más de los que
entra por la puerta del aula para intentar enseñarles. O para demostrar tu
ignorancia al hacerlo. Mientras, ellos te evalúan. Les confirmé que intentaría
ir a su graduación. Me hacía ilusión estar presente. A a estas alturas ya
soy consciente que este acto tiene gran importancia para ellos.
De repente. Estaba al fondo de una sala repleta de
familiares, alumnos y profesores. El director entonces, sorpresivamente, apeló
directamente a nosotros: “antiguos profesores”, dijo, (no sabía quiénes éramos,
él no estaba en el centro por entonces), “antiguos profesores que estén
presentes y quieran participar de la entrega de diplomas a los alumnos”. Miro a
Luis. Primero sube él, profesor de inglés, que fue con ellos al viaje de fin de
la ESO, a Praga,
del que tienen excelentes recuerdos. Aplaudo. Me alegro por él. Entonces escucho
mi nombre en la sala, en boca de algunos de ellos: “Pepe, venga... ¡Pepe!…” Los que
me conocen saben lo reacio que soy a estas historias, lo que me cuesta
convertirme en protagonista de un acto como éste. Mi primer impulso fue negarme, claro, pero al
final… qué coño… sonreí, los miré y los recordé hacía ya dos años, sus gestos,
sus risas, sus sufrimientos, las horas compartidas…Subí al escenario, a ese escenario algo
destartalado, tan de instituto público…
Allí estaba, con mis vaqueros y mi camisa negra, rodeado de
trajes elegantes y corbatas, saludando y felicitando a chicos y chicas
emocionados, algunos llorosos, recibiendo besos, apretones de manos o intensos
abrazos de antiguos alumnos a los que mi memoria, de manera defensiva, había
ido dejando atrás. Me sentí, de repente,
el profe más orgulloso del mundo, mientras los saludaba, entre sonrisas
cómplices y abrazos espontáneos, mientras los aplaudía, mientras veía su
sincera emoción. Una emoción que ellos
habían decidido compartir conmigo. Chicos y chicas estupendos, cada uno con sus
particularidades, con sus capacidades, con su idiosincrasia, con sus ideas y
sus inquietudes. Reflejo de la sociedad en la que vivimos, sustancia de esa educación
pública en la que creo y por la que trabajo. Un motivo más para seguir en la
brecha, luchando. Y disfrutando.
Es el olor. Al final es ese olor, que se adhiere de manera nauseabunda a tus
ropas, que termina apoderándose de cada centímetro de tu piel, que te acompaña
durante días sin posibilidad de eliminarlo ni enmascararlo, mientras obligado
sigues transitando por las entrañas del monstruo. Cada noche, mientras aceptaba
sumiso volver a ser devorado, mientras paseaba por sus entrañas con la cabeza
agachada para no enfrentarme de nuevo directamente a él, para eludir mi reflejo
en sus frías paredes y negarme a confiar en su impostada asepsia, camino a esa
habitación palpitante aún de vida que significaba el único refugio posible
frente al dolor que transpiraban las paredes del monstruo, levantaba levemente
la mirada, lo justo para mirar sin ser observado. Los pasillos de la bestia son
como un agujero negro, un punto singular, un aleph del cual el dolor, como la
luz, intenta escapar sin conseguirlo, regresando siempre, incapaz de ir más
allá de los límites físicos que lo constriñen, incapaz de superar su particular
radio de Schwarzschild, distribuyéndose a su vuelta de manera despiadada e
indiscriminada entre sus cautivos, lo que hace que algunos que aún albergaban alguna
esperanza esa noche, como aquella noche, de aquel puto septiembre, terminen
derrotados frente a un cadáver irreconocible mientras otros saludan la mañana
con la buena nueva de una respiración acompasada en un cuerpo que por fin deja
de temblar. Corres entonces, empaquetas tus cosas y las de ella, sales con
prisa de la habitación que fue refugio y ahora se ha convertido en prisión, atraviesas
de nuevo los pasillos sintiendo como se posan sobre ti las miradas cargadas de
envidia insana que te lanzan los que aún deben permanecer en el estómago de la
ballena. Atraviesas por fin la puerta de salida, el coche acelera alejándote
del monstruo de hormigón, ves como su tamaño disminuye en pocos segundos hasta
por fin desaparecer pero, a pesar de ello, a pesar de que por fin lo pierdes de
vista, crees escuchar una risotada sarcástica, lejana, casi inapreciable. Suena
como una promesa. Promesa de un reencuentro que aunque no deseas sabes que
inevitablemente se volverá a producir. Promesa de dolor. Promesa de
sufrimiento. Sonríes por primera vez en días. Que se joda. Que espere. Todavía
no es la hora. Queda tiempo. Tanto tiempo.
Leo la anécdota en el ameno y clarificador ensayo Keynes vs Hayek, escrito por Nicholas Wapshott. Friedrich Hayek, el que se convertiría en
adalid de la rebelión contra el intervencionismo del Estado en los asuntos
económicos de los ciudadanos, recién llegado a EEUU, con apenas 24 años y sin
posibilidad de contactar con la persona que iba a contratarlo para una
universidad norteamericana estuvo a punto de trabajar como friegaplatos en un
restaurante para poder mantenerse en EEUU sin que lo deportaran. Finalmente el
problema se solucionó y entró a trabajar en la universidad, pasando así a ser un
empleado público, uno más, uno de de tantos, de índole intelectual, sí, profesor
universitario, de acuerdo, pero un trabajador público más al fin y al cabo cuya labor
sólo podría desarrollarse (entonces y ahora) bajo el paraguas del Estado, de su
arquitectura institucional. No era la primera vez que trabajaba en el ámbito de
lo público, ni fue la última. Ni mucho menos. En diferentes países. En su caso,
durante toda su vida. En sus 92 años el famoso economista jamás trabajó para el
sector privado (habría tal vez que descontar los poco más de diez años en la Universidad de Chicago, que el autor del libro parece obviar que era privada). Su caso es paradigmático. Es la gran figura, el Messi
ultraliberal, aquél al que idolatran todos los liberales dogmáticos, todos los que
creen en la posibilidad utópica de un libre mercado ajeno a las interferencias políticas,
los que defienden la existencia de un Estado mínimo que no interfiera en el equilibrio
“natural” de los mercados. Cuando hablan de Estado mínimo no es difícil establecer
a qué mínimo Estado se refieren, claro. Al que los proteja a ellos, a la élite,
de los miserables que peleen por su supervivencia.
El cine. El arte en el que todo cabe, en el que nadie ya se detiene, sobre el que todos se permiten opinar. Finalmente convertido para tantos ciegos tan sólo en la destreza de narrar una historia audiovisual. La misma historia. Una y otra vez. Hasta que alguien advierte que no siempre es igual. Que lo que se cuenta difiere sustancialmente de lo ya contado, aún pareciendo que se cuenta de nuevo lo que anteriormente ya se contó. Hasta que alguien comprende que merece la pena reflexionar sobre las diferencias, discutir sobre las influencias y entablar un diálogo entre películas que parecen narrar lo mismo Un diálogo entre directores dispares con sensibilidades diferentes. Universos independientes construidos a imagen y semejanza de artistas que se sentían capaces de volver a contar lo ya contado bajo su prisma. De volver a contar lo mismo para volver a contarlo por primera vez