No es verdad
- No es verdad, por mucho que lo repitan, por mucho que intenten convencerte de ello, no es verdad que baste con sobrevivir, no puede ser que lo único que importe sea conseguir un empleo miserable con un sueldo de mierda sin una mínima seguridad laboral y con una nula proyección de futuro.
- No es verdad, no lo es, que vivamos en una sociedad de libertades cuando tienes que alquilar a bajo coste el 70% de la vida que no pasas durmiendo en un trabajo que no tiene por qué llenarte, para el que tal vez no te has formado, en el que tu valor no depende exclusivamente de tu rendimiento y para el que debes competir con un número exagerado de tus iguales en una cruenta guerra en la que siempre perderás, de una manera u otra, en algún momento de tu vida.
- No es verdad que seas un ciudadano con derechos de una sociedad democrática moderna cuando no tienes la posibilidad real de construir un proyecto de futuro personal y familiar digno porque la precariedad laboral te amenaza cada día, porque el miedo a la pobreza y a la exclusión social limitan tu libertad de acción y de elección y porque sientes demasiado cercano el abismo como para poder dejar de sentir ni un solo instante ese malestar existencial difuso que te corroe las entrañas día tras día.
- No es verdad, aunque te engañes y quieras convencerte de ello, que todo lo haces finalmente por tus hijos, con la esperanza de que al menos les darás a ellos una oportunidad para vivir de otra forma, en libertad, con dignidad. Y no es verdad porque en el fondo sabes que salvo que demos un giro a todo esto ahora su futuro será el mismo que el tuyo: trabajarán como esclavos modernos para alguna empresa. Como tú. Serán puteados, exprimidos y finalmente, en alguna de sus crisis, abandonados a su suerte. Como hicieron contigo. Recortarán sus derechos y sus libertades lentamente, al ritmo de las necesidades del sistema. Como a ti. Vivirán y morirán acobardados, indefensos, aislados y angustiados. Como tú. Sí, lo sé, te conozco, tienes la esperanza de que tal vez ellos, tus hijos, se puedan salvar, que a ellos igual la tormenta no les alcanzará, que conseguirán un refugio donde guarecerse. Es posible. Pero también sabes que si lo consiguen tan sólo lo harán para mirar desde su ese refugio como se calan hasta los huesos los hijos de los otros, de nosotros, esos que en el fondo, desde tan lejos, ni siquiera tú serías capaz de diferenciar de tus propios hijos.
- No es verdad que puedas mantener eternamente ese ritmo, esta tensión, esos horarios imposibles, la presión que soportas cada día. Hasta ahora has evitado la enfermedad, la has sorteado, ya no eres inmortal porque la has olisqueado de cerca pero crees sentirte fuerte, capaz de superar esos obstáculos en los que ves a otros tropezar y caer. Todavía, a veces, te confundes y caes en el error de juzgar cada situación de manera aislada, descontextualizada. No entiendes por qué no se levantan, por qué no se rebelan, por qué no encaran sus desgracias, sus despidos, sus crisis de otra manera. Los criticas, incluso en ocasiones los desprecias. Desde esa óptica miope en la que has sido educado por el sistema. Pero no, no es verdad que todo el mundo pueda aguantar ese ritmo, esa tensión, esos horarios y esa presión, todo eso que tú aún crees poder manejar, y conciliarlo con sus emociones más íntimas, con sus desarreglos emocionales, con el paso del tiempo, con el transcurrir de la vida. Como desgraciadamente también tú terminarás comprendiendo.
- No es verdad que salir de la zona de confort, esa que tanto critican los gurús emocionales, los coaches encorbatados, los sacerdotes del capital, tenga que ser una opción deseable. La única zona de confort indeseable es la ideológica, la que provoca que no seas capaz de aceptar nuevas ideas sólo por la pereza de tener que replantearte las que ya asumías como dogmas. Pero no te dejes convencer, no te lo creas, no caigas en su trampa: una enfermedad grave es una putada, no una oportunidad para ver la vida desde otra perspectiva y replantearte tus prioridades y un despido es otra putada, no una manera de reorientar tu carrera y alcanzar por fin la felicidad emprendiendo tus propios proyectos. Mejor será no enfermar y que no te despidan y que tú mismo decidas, cuando te veas preparado y consideres conveniente, dar un volantazo a tu vida y cambiar tu perspectiva vital o cambiar de empleo. O no. No es verdad que todo cambio es positivo, no es verdad que es mejor vivir en lo provisional, no es mejor vivir en el alambre de no saber si mañana vas a tener un empleo o debes volver a reenfocar tu carrera laboral. Necesitamos anclas afectivos, sociales y laborales para poder pararnos y ser capaces de reconocernos. Y optar, si es nuestra decisión y no lo que otros nos imponen, salir a la mar en busca de nuevos horizontes vitales.
- No es verdad que vayas a poder formarte toda la puta vida. Es evidente que trabajar en el ámbito que sea conlleva una necesaria adaptación continua a los cambios. Por supuesto. Pero eso no es novedoso, siempre fue así. Lo de la formación continua reglada, lo del credencialismo, lo de la maldita titulitis es otra cosa, es una trampa mortal, la zanahoria que el sistema te ha colocado delante para que corras hasta la extenuación y termines sin resuello y medio muerto en algún recodo del camino. Es su manera de volver a robarte el poco tiempo libre que habías conseguido gracias a sangrientas luchas sociales. Ésas que ya no recuerdas. Nada que ver con la maldita empleabilidad con la que se llenan la boca todos aquellos cuyas vidas, curiosamente, suelen estar ya solucionadas. O los que han convertido esa formación continua en su modo de vida, vendiendo humo disfrazado de necesidad. Formarse es fundamental, claro, pero el enfoque que el capitalismo pretende dar a esa formación es sesgado, limitado y mezquino. Y siempre, al final, esa formación será insuficiente, nunca estarás lo suficientemente preparado como para soportar la feroz competencia de los que vienen por detrás con los dientes afilados, educados en un mercado laboral adulterado en el que jamás hay ni habrá espacio para todos.
- No es verdad que todo lo que está pasando, el horror de una crisis destructiva, el fango putrefacto sobre el que chapoteamos cada día desde hace años, la tristeza y la rabia que nos devoran por dentro, puedas achacarlo tan sólo a la gentuza que nos gobierna, a los políticos, a esos tipos tan mediocres, tan limitados, tan intelectualmente incapaces. Que cobran cuatro, cinco o diez veces más que tú. Tenemos que ser capaces de ver más allá, de acercarnos a las entrañas de la bestia, de comprender el funcionamiento del sistema, la imposibilidad real de que pueda alcanzar el poder político nadie que no haya mostrado antes su absoluta adaptación al infecto medio en el que desarrollará su labor. Los políticos no son la enfermedad. Su inutilidad es el síntoma. El capitalismo totalitario, como un virus, ha infectado todos los estamentos sociales haciendo casi una utopía encontrarle una alternativa viable en la que podamos concentrar los esfuerzos de resistencia
- No es verdad que tú solo vayas a poder salir vencedor de esta batalla que estamos librando. Es la mayor de todas las mentiras. No es verdad que puedas darnos la espalda y hacer como que no notas a los que faltan, a los que ya no están: los compañeros que despiden de un día para otro y dejan de ir a la oficina; los conocidos que tras meses de intentar ocultar la realidad dejan de aparecer en los lugares de siempre porque ya no pueden permitirse pagar esas cervezas; los que abandonan sus casas, sus barrios, sus ciudades o su país dejando atrás ilusiones destrozadas que nunca podrán ya recuperar. Porque no están muertos, siguen vivos, su recuerdo es mucho más difícil de manejar. No para el sistema claro, que puede expulsarlos de manera implacable y para siempre en base a impecables razonamientos económicos. Pero mucho más complicado será que tu memoria pueda olvidarse de ellos. Aunque intentes concentrarte en tus proyectos, convencerte de que la única prioridad es tu familia, la salvación de los tuyos, tu supervivencia. Esos fantasmas ya no te van a abandonar. Ni el miedo, ni el pavor, ni el absoluto terror a quedarte tan solo, tan abandonado y tan desprotegido como los dejaste a ellos cuando vengan a por ti. Porque ya, a estas alturas, sabes que también vendrán a por ti.
- No es verdad que sean verdad todas esas patrañas que el neocapitalismo nos vende con certificado de inexorable, no es verdad que no haya alternativa, no es verdad que podamos sobrevivir en soledad, no es verdad que las ciberutopías se vayan a cumplir, no es verdad que las relaciones en la red nos van a salvar del aislamiento, no es verdad que podamos sobrevivir sin los demás, sin cuidarnos los unos a los otros mediante instituciones solidarias; no es verdad que podamos cambiar nada sin cambiar antes el paradigma social, la visión de conjunto, el punto de vista individualista, arrogante y presuntuoso en el que nos hemos educado y hemos creído que era patrimonio cultural de Occidente; no es verdad que podamos cambiar nada sin ser honestos y sin hacer ver a los demás la necesidad de serlo, sin construir normativas que nos obliguen a serlo. No es verdad que podamos salir de esta crisis como entramos porque nada será igual, aunque algunos pretendan confundidos volver a Matrix o atiborrarse de soma para eludir de nuevo la realidad.
No es verdad