
28 diciembre 2006
Distorsiones

26 diciembre 2006
Desde el anonimato

Suele pasar que entre la vorágine de las fiestas y la familia estos mensajes se diluyan en nuestra memoria y olvidemos siquiera que fueron enviados por alguien. Pero a veces sucede que el mensaje nos parece lo suficientemente personal o emotivo como para molestarte en buscar en alguna antigua agenda o en alguna servilleta de bar olvidada al fondo de un cajón, la identidad de aquél que tanto te quiere desde la lejanía como para enviarte un mensaje navideño tan personal. Obligándote así a hacer memoria desesperada, arqueología sentimental, de aquellos amigos que tanto lo fueron en días ya muy lejanos pero que hoy sólo aparecen como sombras de la propia historia. Al final el fracaso o la decepción suelen ser los resultados de esta búsqueda. No habrá respuesta al interrogante. Mientras ese número no tenga detrás una voz que te llegue a través de espacio hertziano siempre será sólo eso, un número desconocido que representará la posibilidad perdida de conocer la identidad de una persona que pensó en ti un instante, corto y suficiente, para enviarte un mensaje de cariño y felicidad.
11 diciembre 2006
El sueño
Sólo una cosa no existe.
Es el olvido.
Borges.
Otra vez. De nuevo la noche acechaba. Tras las cortinas de la
ventana de su dormitorio la oscuridad pérfida, insondable, comenzaba lentamente
a cubrir con su poderoso e inexorable manto todo lo que, hasta hacía poco
minutos, era propiedad de la luz, de la claridad, de la vida. Temía a la noche.
Lo atemorizaba. Volvería a dormir. A soñar. El sueño. El mismo sueño una y otra
vez. Siempre la misma visión. El mismo escenario. Desde hacía casi treinta
años. ¿O eran más? Recordaba al principio despertar, enérgico, y reírse al pensar
en él. Ya no. Tal vez porque ya no era una persona madura segura de sí mismo,
sino un viejo débil cargado de nostalgia por un pasado que no volvería. Todo
empezaba al sumirse en la inconsciencia. Se encontraba sin saber cómo ni por
qué en una gran extensión de terreno, llana, sin límites visuales aparentes,
sin vegetación. O casi. Tierra gris, quemada, reseca y estéril. En el centro un
único árbol, enorme, de aspecto tétrico y corroído por el tiempo aparecía,
muerto en apariencia, con enormes ramas que dibujaban extraños arabescos en el
aire antes de caer, al fin, hasta casi rozar el suelo. Por doquier sobrevivían
a duras penas pequeños arbustos de menos de medio metro de altura, como únicos
rescoldos de una naturaleza que parecía haber renunciado a poner su semilla en
lugar tan despreciable. Era de noche. Oscuras y densas nubes copaban el cielo escondiendo casi por completo a la luna. Poco a poco sus ojos se iban acostumbrando
a esa negritud, ritual por el que tenía que pasar en cada ocasión para poder,
por fin, vislumbrar un suelo que hasta ese momento sólo intuía. Era entonces
cuando finalmente los veía. Cadáveres. Cuerpos de hombres y mujeres que se distribuían sin
ningún orden a lo largo de toda la llanura. Todos incompletos. Algunos sin
piernas, otros sin brazos. Algunos a los que les faltaban dedos en las manos o
en los pies. Otros con las bocas entreabiertas, en las que se podía distinguir
con claridad la ausencia de dientes o lenguas. Arrancadas. Los había sin uñas o
a los que le faltaban tiras de piel en algún lugar de su anatomía. Mujeres con
senos cortados y palos introducidos en sus genitales. Hombres sin sus
testículos. También se veían cuerpos extrañamente inflados, con el aspecto
informe e irreal del cadáver recién sacado del mar, mientras otros, calcinados,
presentaban sus brazos en alto, retorcidos, como en un último y desesperado
intento de pedir auxilio. Había un detalle, importante, que denotaba lo
fantástico del sueño: ninguno de ellos poseía facciones. Eran sólo eso, cuerpos
con cabezas, pero en éstas, nada. Ni pelo ni orejas. Ni ojos ni nariz. Sólo la
existencia de una boca les otorgaba un aspecto levemente humano.
Él caminaba entre ellos, sin poder evitar
pisarlos. Los miraba sin sentir pena ni compasión. Más bien con
desprecio. O con indiferencia. No sabía el porqué, pero intuía que eran basura,
despojos, gente que no merecía ninguna de las prebendas que Dios había otorgado
a los hombres. Ni siquiera la principal, la vida. En ese momento, tras el
horizonte, el sol comenzaba a salir y cada uno de sus rayos, al alcanzar a los
cuerpos los destruía violentamente, haciéndolos desaparecer. Él sentía como su cuerpo, dormido, se estremecía de placer. Finalmente ese
sol castigador lo iluminaba desde lo más alto del cielo, a él, sólo a él, en el
centro de esa tierra yerma y desierta. Dueño absoluto de ella, sin nada ni nadie, salvo la inquietante presencia del monstruoso árbol, que le hiciese sombra.
Solía despertar en ese maravilloso instante. Por entonces, claro, no temía a la
noche. Era poderoso, lo sabía. Y lo disfrutaba. A pesar de ello jamás se lo contó a ninguno de sus cercanos, ni siquiera cuando con el paso de los años comenzaron a
producirse ligeras y extrañas variaciones. Al principio no hubo problemas. Tan sólo era
que el número de cadáveres esparcidos por aquella tierra estéril aumentó de manera
considerable, llegando a ser tantos que había lugares por los que no se podía
caminar si no era ya directamente sobre ellos. Y la incomodidad. Recordaba también cómo fue creciendo la incomodidad. Esta situación seguía solucionándose con ese amanecer
redentor que lo liberaba de estorbos y lo erigía de nuevo como el único dios de
su propiedad.
No recordaba la fecha exacta. Cuando el cambio sustancial, el que introdujo el terror se produjo. Lo que convirtió, de manera definitiva, el sueño en pesadilla. ¿Hacía ya diez años de ello? En su paseo nocturno por la inconsciencia uno tras otro, noche tras noche, uno por noche, cada uno de los cadáveres, con su fantasmagórico y aterrador aspecto, se fue levantando del suelo, y cuando el resto de yacentes desaparecían destruidos por la luz, ellos quedaban en pie, con la cabeza girada hacia él, como si lo mirasen sin ojos, lo señalasen sin dedos y lo acusasen sin voz, hasta que, sudoroso y febril, conseguía despertar. Este alzamiento no era desordenado, como creyó al inicio. Lo seres (no podía llamar hombres a aquellos cuerpos informes) iban estableciendo una especie de círculo alrededor del gigantesco árbol muerto, rodeado todavía éste, a su vez, de cientos de postrados cadáveres. Notaba cómo lo acechaban, los escuchaba susurrar en un tono tenebroso. Siseaban. Gemían. ¿O era el viento? Hacía unos años había viajado a Europa para que un especialista lo tratase, puesto que su cuerpo había llegado a un grado de extrema debilidad. La causa, por supuesto, sus vanos intentos, incluso con pastillas, de no dormir. Ya no lo soportaba. No quería volver cada noche allí. Le aterraba. Aquello lo estaba matando. Pero su estancia europea y el tratamiento que le aplicaron no sirvieron para nada e incluso se le agudizó el problema por lo que, cuando consiguió regresar a casa, ingenuo él, llegó a pensar que sería entonces cuando los muertos le dejarían descansar. Craso error.
No recordaba la fecha exacta. Cuando el cambio sustancial, el que introdujo el terror se produjo. Lo que convirtió, de manera definitiva, el sueño en pesadilla. ¿Hacía ya diez años de ello? En su paseo nocturno por la inconsciencia uno tras otro, noche tras noche, uno por noche, cada uno de los cadáveres, con su fantasmagórico y aterrador aspecto, se fue levantando del suelo, y cuando el resto de yacentes desaparecían destruidos por la luz, ellos quedaban en pie, con la cabeza girada hacia él, como si lo mirasen sin ojos, lo señalasen sin dedos y lo acusasen sin voz, hasta que, sudoroso y febril, conseguía despertar. Este alzamiento no era desordenado, como creyó al inicio. Lo seres (no podía llamar hombres a aquellos cuerpos informes) iban estableciendo una especie de círculo alrededor del gigantesco árbol muerto, rodeado todavía éste, a su vez, de cientos de postrados cadáveres. Notaba cómo lo acechaban, los escuchaba susurrar en un tono tenebroso. Siseaban. Gemían. ¿O era el viento? Hacía unos años había viajado a Europa para que un especialista lo tratase, puesto que su cuerpo había llegado a un grado de extrema debilidad. La causa, por supuesto, sus vanos intentos, incluso con pastillas, de no dormir. Ya no lo soportaba. No quería volver cada noche allí. Le aterraba. Aquello lo estaba matando. Pero su estancia europea y el tratamiento que le aplicaron no sirvieron para nada e incluso se le agudizó el problema por lo que, cuando consiguió regresar a casa, ingenuo él, llegó a pensar que sería entonces cuando los muertos le dejarían descansar. Craso error.
Así, día tras día, aislado ya de un mundo al que no pertenecía, había llegado hasta hoy. En los últimos tiempos sentía que cada noche, cada nueva reedición de su horrible pesadilla, anunciaba un nuevo giro, un vuelco, algo que iba a suceder. Tal vez un final, una explicación. En la noche anterior todos los cuerpos habían quedado en pie, ninguno de ellos fue ya destruido. Todos girados hacia él. En silencio. Ya no se escuchaba nada. El viento debía haber desaparecido. Quizás... ¿Esta noche?
Era muy tarde. Como siempre la enfermera de turno (ya ni las reconocía) le había traído y hecho tragar, con la habitual mezcla de benevolencia e indiferencia de las de su gremio, el lote de fármacos, incluidos somníferos, con los que cada día intentaba seguir engañando a la muerte. Se había levantado una suave brisa que mecía las cortinas levemente. Sin darse cuenta, poco a poco, las paredes de sus cuarto se fueron difuminando. Pasó al sueño en un instante. Como siempre. De nuevo estaba allí, en la que antaño consideró su propiedad más segura. Tuvo, como siempre, que acostumbrar otra vez los ojos a la oscuridad y, lentamente, empezó a vislumbrar sombras en todas las direcciones. Miles y miles de sombras en círculos que parecían no haberse movido de su posición desde la pasada noche. Quietas. Expectantes. Como buitres a la espera. De repente el árbol, aquel árbol cuya figura y forma conservaba en su memoria desde hacía tantos años, comenzó a desaparecer, a volatilizarse en el aire. Todo lo demás permanecía estático a su alrededor. Él también. El tiempo parecía haberse detenido hasta que, por último, el árbol desapareció por completo. En su lugar, en el mismo sitio donde siempre había estado, observó la presencia de otro cadáver postrado que, con parsimonia, se levantó. Mientras eso ocurría el resto de cadáveres empezó a abrir un pasillo cuyo destino final era él. Siempre con las cabezas vueltas hacia su posición, controlándolo, con un rictus inexpresivo en la boca.
Ese último cadáver caminó con paso firme y seguro por ese pasillo. Percibía algo extraño, diferente en él, pero... ¡Maldita vejez! Su vista, siempre excelente, ya también le fallaba... ¡Hasta en sueños! Sí. Este rostro tenía algo distinto. Sus facciones estaban marcadas. Además... ¿Erá él? No podía ser, lo conocía... ¿Salvador? Había pasado tanto tiempo desde que se enfrentara a él, desde que tuviera que obligarle a morir por el bien del país. Siempre lo había considerado un peligro. Una anomalía histórica que hubo que eliminar. Ya lo alcanzaba, estaba frente a él... ¿Qué querría?... ¿Que le pidiese perdón por lo que hizo?... ¿Una disculpa final?... Comenzaba a esbozar esa sonrisa de superioridad que tanto aterró a sus enemigos cuando observó que Salvador empuñaba un arma que levantó con parsimonia, apuntándole al corazón, sin dirigirle una sola palabra. Se asustó. Sintió miedo. Sus pies parecían de plomo, no podría huir, además, ¿adónde?. Lo miró, suplicante, esperando clemencia. No obtuvo ninguna respuesta. Miró entonces a su alrededor, buscando cualquier ayuda que le pudiera ofrecer alguno de los otros, cualquier gesto. Nada. El fin parecía inevitable. Iba a morir. Comenzó a llorar. De repente sintió cómo un rayo de luz acariciaba su mejilla. El sol comenzaba a aparecer, perezoso, tras el horizonte. Él lo salvaría. Después de todo no permitiría el asesinato de uno de sus hijos predilectos, él, que tanto había hecho por mantener el orden natural. Los destruiría. A todos. A Salvador. A los demás. Sí. Como tantas veces en el pasado, pero... ¿qué sucedía?... ¿por qué no pasaba nada? Todos seguían allí y el arma de Salvador seguía apuntando a su corazón. El sol ascendía despacio en el cielo, iluminando pasivamente el escenario del drama. Justo cuando llegó a lo más alto, en esas cabezas de muertos, sin pelo ni orejas, sin ojos ni nariz, apareció una sonrisa torva, dura que fue degenerando en estruendosa risa cruel, sardónica, brutal. Enloquecedora.
Con el fragor casi no escuchó cómo saltaba el seguro de la pistola. Sintió los ojos de Salvador clavados en los suyos. No había un ápice de piedad en ellos. Sólo venganza. Tal vez justicia. Seguro, placer.
El disparo retumbó a lo largo de toda la llanura.
Última hora. Agencias:
“El ex dictador chileno Augusto Pinochet falleció ayer noche mientras dormía a causa de un infarto de miocardio, según fuentes confirmadas del gobierno chileno. Pinochet se encontraba confinado en su residencia a la espera de los más de trescientos juicios que tenía pendientes por crímenes contra la humanidad...”
La Laguna, verano 2000
28 noviembre 2006
Mileuristas, la generación sin voz (y dos)

Es el momento de aportar alguna luz que ayude a comprender el fenómeno de la generación mileurista, aportar ideas que favorezcan una mejor comprensión de un hecho social que está marcando, aunque no se quiera ver, el principio de este siglo en nuestro país. Lógicamente no es posible entender todas la claves, pero una vez comentada su génesis hay evidencias que nos hablan claramente de la debilidad mileurista y la sistemática ausencia de su voz. Los mileuristas carecen por completo de referentes sociales, políticos y culturales propios de su generación. Hemos crecido escuchando lo bien que escribían, lo modernos que eran y la fuerza narrativa que tenían las obras de Juan José Millás, Umbral, Rosa Montero, Eduardo Mendoza, Vázquez Montalbán, Terenci Moix... Pero lo grave es que aún hoy dichos autores (incluso los muertos) son la referencia literaria de este país. Se sigue hablando de los mismo y los mismos siguen convirtiéndose en la repetitiva y cansina voz de la cultura de España. No han surgido figuras propias de la generación mileurista que hayan dado un puñetazo en la mesa y mandado a un rincón necesario y apartado (durante un tiempo prudencial) a todos estos escritores. Y el problema no se limita a las letras. El problema en el mundo del periodismo y la política es aún más lacerante. Desde hace veinte años los mismos hombres y mujeres se dedican cada día a hacer y deshacer sobre la política nacional desde el ámbito periodístico. Gente como Gabilondo, Enric Sopena, Jiménez Losantos, María Antonia Iglesias, Carnicero, Miguel Ángel Aguilar, Luis del Olmo (auténtico jurásico) y tantos otros no sólo pasean de manera hipócrita sus manoseadas consignas o escupen sus incendiarias soflamas (siempre ajenas a la realidad de los problemas de la sociedad española), sino que los mileuristas completamente enajenados y pésimamente educados en el ejercicio de pensar por sí mismos con criterio, los defienden, admiran o defenestran (si es que los conocen) con el ardor y el tesón de los que defienden a los suyos. Y estas actitudes (ya sean el desconocimiento, la adoración o el odio) suponen un tremendo error de perspectiva. Porque el problema principal es que ellos no son (ni pueden ser) portavoces las nuevas inquietudes generacionales. Pueden pretender aparentar una preocupación (que en el fondo no sienten) por los jóvenes y su problemática, pero sus problemas son otros, sus miedos son otros y su prioridades son otras. Y ninguno de los mileuristas, ninguno de nosotros aparece ahí, en primera línea del combate informativo, marcando una agenda distinta y por tanto dando una explicación diferente de lo que sucede. ¿Es posible que hoy día un tipo de 28 años se convierta en el director de un periódico de tirada nacional? Se nos antoja imposible pero eso sucedía hace veinticinco años cuando un joven Pedro J. era nombrado director de Diario 16. ¿Es posible que jóvenes de poco más de treinta años den un golpe de mano en los partidos tradicionales y se hagan con el poder arrinconando a la vieja guardia? También parece completamente imposible que ello suceda hoy, pero hace treinta años González y Guerra se hacían con la dirección del viejo PSOE y ponían los cimientos de su transformación a la realidad entonces vigente. Ante estos ejemplos expuestos... ¿Qué credenciales aportan los mileuristas para dar un giro social y político? En política la nada. Nada más lamentable que comprobar que las nuevas generaciones de los partidos se componen de abrazafarolas que cuentan ya con suficiente edad como para tener hijos casi adolescentes (si hubieran tenido esos hijos a la edad de sus padres). ¿Y en periodismo? Los descubrimientos de los últimos años como Mamen Mendizábal en televisión o Cayetana Álvarez de Toledo y David Gistau en prensa escrita, me sirven como tristes ejemplos (patético el paternalismo de Ansón con Cayetana en las páginas dominicales de El Mundo) para enlazar con otra de las peores costumbres que se ha implantado como un virus en nuestra generación: el ansia por recibir la felicitación y la palmadita en la espalda por parte de nuestros mayores.
26 noviembre 2006
Mileuristas, la generación sin voz

Mileuristas, la generación adultescente, también hubiera servido como título para este post. Pero a pesar de lo clarificadora que resulta la segunda acepción prefiero quedarme tan sólo con el término de mileuristas puesto que ha servido como punta de lanza para poner de relieve una realidad que todos veíamos pero a la que nadie era capaz de poner un nombre. Ésta es nuestra generación, somos mileuristas, un término que necesariamente debe ampliar su significado para no limitarse a un simple enfoque económico (que no será objeto de este análisis) sino también social. Debe abarcar las connotaciones que han forjado a los miembros de esta generación como adultos, la incapacidad manifiesta de hacerse valer por ellos mismos, el parasitismo que la generación anterior hace de su trabajo y su juventud y las circunstancias políticas que acompañaron a su crecimiento y desarrollo.
Los mileuristas, ya en la treintena la mayoría de ellos, no existen para nadie. Y sobre todo no existen para ellos mismos. Como miembros de una tribu o secta se reconocen entre ellos mediante el sentimentalismo, la nostalgia y la televisión. Pero no forman grupos de presión ni de ideas. Tal vez su rasgo distintivo en ese sentido sea su pasión por las ONG´s y lo políticamente correcto. Es una generación insegura y frágil que presenta un enorme potencial desaprovechado. Criada entre los abrazos y los mimos de los baby boomers así como malacostumbrada a su sobreprotección, se dejaron dócilmente engañar por la idea de que con estudios su vida sería más plena y fácil desde un punto de vista económico y social. Se dejaron llevar del colegio a los institutos y de allí a las universidades porque eso era lo se tenía que hacer. Algo que sus padres les aconsejaban de manera impositiva, unos padres que no quisieron echar de casa a los
Asustados y molestos descubrieron que el mundo real no era el previsto en sus planes: no iban a ganar dinero rápido, no iban a mejorar las vidas de sus padres, no podrían cambiar el mundo, no se iban a poder independizar con rapidez porque no tenían ni siquiera desarrollados los instrumentos necesarios para valerse en soledad y encima la vivienda, gracias a la especulación de la generación de sus padres, se había convertido en un escollo inexpugnable. Se vieron solos, en la dura frialdad de la realidad. Ya no eran los protagonistas de sus vidas sino meros secundarios de los que tenían poder y dinero y de los que hacían una política hipócritamente ideológica que no sólo no les afectaba, sino que además no se preocuparon por entender porque notaban intuitivamente que el escenario social ya era otro, y que los que detentaban el poder político no se querían (interesadamente) enterar. Pero el problema fue que tampoco impusieron nuevas ideas que sustituyeran a las anteriores sino que como siempre, entre la indiferencia, la lucidez inútil y la debilidad de espíritu, se dejaron hacer, se dejaron mandar y dejaron que siguieran pensando y decidiendo por ellos. Tal vez se quejaron un poco. Gruñir y quejarse es una de sus mejores especialidades, pero incapaces de organizarse, imponerse, tomar el poder, improvisar y contestar, bajaron con rapidez los brazos, aceptaron los trabajos que les iban llegando, apartaron sus más profundas ilusiones en el fondo del armario interior y dedicaron todos sus esfuerzo a hacer lo que mejor sabían, lo que llevaban años haciendo: autosatisfacerse con lo que tenían, vivir el día a día de una sociedad capitalista a la que estaban espiritualmente plenamente acoplados, adaptando su consumo al máximo de lo que tenían y manteniendo una desconocida nueva actitud que convirtieron en adulta: jugar para siempre.
(Sigue)
13 noviembre 2006
Alejandro

De manera que para terminar sólo me queda dar la bienvenida a Alejandro y mi felicitación a sus padres, no sin antes dejar constancia de un hecho relevante que se produjo el mismo día de su nacimiento. Como algunos de vosotros bien sabe y otros no tanto, el padre de la criatura es un bético de los de toda la vida, sufrido y feliz de serlo. Pero un nubarrón oscurece el futuro de su primogénito: las huestes enemigas han asaltado a su débil descendiente y han lanzado una opa hostil para hacerse con sus favores futbolísticos. Se cierne el peligro sobre la futura relación paterno-filial. He aquí la prueba fotográfica:

Es de esperar que el sabio padre logre atraer a su hijo lejos del lado oscuro de la fuerza, y ese carnet iniciático sólo sirva como futuro contrapeso negativo, un recuerdo de niñez necesario para el equilibrio de la fuerza bética del joven padawan...
Anguita

¿Qué dogmas comunistas está dispuesto a renunciar?
Los comunistas no tenemos dogmas. Los encuentro en el sistema capitalista cuando habla de la mano invisible del mercado, que me parece una estafa al intelecto.
¿Necesita Andalucía un cambio en poder después de 24 años de mandato socialista?
Sí, primero en el poder, y después en el gobierno. El poder lo siguen detentando las mismas manos que anteriormente. El Gobierno del PSOE ha sido apoyado por la inercia, por el conformismo y por el franquismo sociológico.
Si fuera el portavoz de IU en el Congreso de los Diputados, ¿tendría razones para ser con él tan duro como lo fue con Felipe González?
Sí, sí, sí... porque, entre otras razones, aquí nadie habla de los contratos-basura, el paro, el abuso de las horas extraordinarias, los despidos de mujeres que se quedan embarazadas... En el ámbito social, Zapatero no sólo no ha hecho nada sino que está siendo regresivo, ya que se está cepillando el artículo 31 de la Constitución, pues en este país cada vez pagan menos los que tienen más, y más los que tienen menos. El conflicto capital-trabajo es central. Los demás son marginales. Ahí tiene que centrar la izquierda su debate.
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No añoro el pasado, me preocupa el hoy y el mañana. Anguita no está, no estará, ni tiene ya por qué estar. Ya sólo hay que escucharle. Como al anciano de la tribu. Pero asusta y produce bochorno ajeno comparar su capacidad para expresar claramente ideas con la ocultación sistemática de las mismas en los políticos actuales. Ya sea por interés o por completa ineptitud.
El resto de la entrevista en :
http://www.elsemanaldigital.com/arts/58998.asp?tt=
05 noviembre 2006
Asco

29 octubre 2006
Children of men, una historia desesperada

Siendo interesante el argumento, que da pie a reflexiones sobre el ser humano, el significado de nuestra existencia y nuestros sentimientos de raza, lo cierto es que lo que más sobresale en la película (aparte de la magnífica interpretación actoral, con un inmenso Clive Owen y una desconocida pero efectiva actriz negra que encarna a la embarazada) es la puesta en escena, el diseño de producción y la firme y virtuosa labor del director. Filmada con un filtro que hace destacar los grises y atenúa los colores fuertes, la película nos presenta un futuro posible, verosímil, en el que ante una situación como la descrita se fortalecen los controles y las medidas que permiten mantener un mínimo de normalidad social a costa de la violenta represión de los elementos discordantes. El guión y las imágenes nos presentan con inteligencia decenas de retazos de esa realidad por la que desfilan los personajes y con las que el espectador se tiene que hacer una idea global sobre la situación, sobre lo que ha pasado en el resto del mundo y sobre las biografías vitales de los protagonistas y aquéllos otros que aparecen en los distintos episodios de la historia. Se consigue así un puzzle emocional y visual cuya parcial resolución aporta intensidad y fuerza a la película.
La historia sobrecoge, muestra a una humanidad repentinamente desorientada que se ha quedado sin metas ni objetivos. Una humanidad que siempre había sido capaz de perseguir egoístas fines particulares pero que se ve incapaz de soportar la idea de un futuro donde ella ya no vaya a estar presente. La caída a los infiernos de los personajes, en una huida que les llevará hasta unos de los guettos que el gobierno dispone para los inmigrantes ilegales, permite al director crear un crescendo emocional que encuentra su clímax y resolución en una sobrecogedora secuencia cerca del final, donde por un instante luce lo mejor de los seres humanos, su capacidad de entrega y desprendimiento puntual, antes de continuar su trayectoria hacia el fango y la ruindad que los miedos y la miseria le hacen recorrer con tanta asiduidad.
En definitiva, una interesante propuesta que se une a otras películas como Código 46 que, sin ser obras maestras, dejan un poso satisfactorio al que las ve y no dejan indiferente a nadie debido a la fuerza de sus planteamientos.
22 octubre 2006
Control

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