25 mayo 2007

Treinta años de Star Wars

Hoy se cumplen treinta años de su estreno. Un estreno que se producía tres días antes de mi propio nacimiento. En el Teatro Chino de Nueva York proyectaron el 25 de mayo de 1977 por primera vez Star Wars, tan mal y entrañablemente traducida en nuestro país como La Guerra de las Galaxias, naciendo entonces un fenómeno popular a escala mundial, un fenómeno transgeneracional y transnacional, un maravilloso cuento que aún a día de hoy permanece vigente y que ya pertenece para siempre a la memoria colectiva de todos nosotros. Eso dice la historia. La leyenda cuenta que siendo solamente un bebé estuve en el cine, en los brazos de mi madre, cuando estrenaron la película en España, algún tiempo después. Y ya lo dijo John Ford, cuando la leyenda supera a la realidad no se debe dudar, se imprime siempre la leyenda.

Pero nada de eso importa. El tiempo depende del sistema de referencia que se utilice, y en eso uno es muy personal. Star Wars no nació para mí en ese mayo del 77, ni cuando dicen que acudí a su estreno. Nació el 28 de febrero de 1989. En ese momento tenía solamente 11 años, a unos meses de cumplir los 12. Mi casa era un enjambre de hermanos, todos peleando por encontrar su sitio cada día y abrumando la casa con su inevitable presencia. El mayor estudiaba en un mesa de conglomerado sobre la cual un débil foco iluminaba cada noche cuatro camas de una pequeña habitación. Seguramente ese día pasó por su vida sin notarlo. Otro hermano, más joven (contaría entonces con unos 17 años), estaba en ese momento crítico de todo adolescente donde una reunión familiar frente al televisor es un síntoma inequívoco de una debilidad imposible de asumir, por lo que se limitó a informarnos a los pequeños que esa noche ponían un película muy buena que no debíamos perdernos. Tampoco sé que significó ese día para él. El resto de hermanas se dividió en dos lógicos bandos opuestos, entre las que pasaron del tema y las que se dispusieron a ver la película con alegría. No recuerdo nada más de ese día. De hecho no recuerdo a nadie más que a Migue, mi hermano pequeño, y a mí viendo esa película aquella noche. Los demás, lo demás, dejó rápidamente de importar. No era muy tarde cuando en el televisor de mi casa, en la recién nacida Canal Sur, sonó la fanfarria de la 20th Century Fox, se hizo el silencio y aparecieron unas letras amarillas que ponían STAR WARS, debajo apareció El Imperio contraataca, y mientras sonaba un brutal y espectacular tema musical, unas letras que desaparecían al fondo, en el espacio, me explicaron nosequé de una alianza, de un tal Luke Skywalker y de un malvado Imperio. Algo que había pasado hacía mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy lejana. Qué más pedir. Qué más contar. Ahí empezó todo. Ahí nació el mito. Seguramente mientras me iba a la cama junto a Migue con los ojos como platos porque no podíamos creer lo que habíamos visto.

Posteriormente, con la dificultad que suponía no tener reproductor de VHS, llegaron las visiones de El Retorno del Jedi y, algún año más tarde, tras incluso haberme leído la versión novelada de la película, pude ver el comienzo de la saga (la que después sería llamada Una nueva esperanza pero que entonces sólo se conocía por La Guerra de las Galaxias). Vi la película en casa de un amigo que era capaz de recitar el texto de Greedo cuando hablaba con Han Solo en la cantina de Moss Eisley, o de imitar a la perfección los pitidos de R2D2 o los ruidos de las naves. El veneno estaba ya en la sangre, inoculado lentamente, creándome una afición que marca de alguna manera mi vida, que forma parte de mi memoria sentimental, que me ha otorgado momentos de intensidad emocional brutal, de puro gozo sin limitación, sin ataduras, como sólo un capullo de 14 o 15 años que quiere abrirse su propio camino en una familia de nueve hermanos puede sentir ante algo que considera su más maravilloso tesoro, algo propio, personal y sólo compartido realmente con otro capullo más, Migue, compañero de juegos y putadas.

El hecho ya comentado de no tener reproductor de vídeo fue curiosamente clave para mantener viva y pura la llama de la afición. Si lo hubiéramos tenido, tal vez me habría pasado como a tantos otros que con la edad inadecuada dispusieron del vídeo para literalmente quemar y visionar mil veces las películas hasta el lógico hartazgo final. Eso no me pasó a mí. Esperaba con la dedicación, devoción y paciencia de misionero que me pusieran cualquiera de las tres películas por televisión. Esperaba que un domingo que me quedara en casa a estudiar, y sin haber leído la prensa, aparecieran esa mágicas letras amarillas a las tres y media en un zapping rápido por los bodrios habituales que programaban a esas horas... siempre la misma idea... quizás fuera hoy... Fue por entonces, con 13 o 14 años, cuando descubrí las posibilidades de la música de cine para transportarme allí donde yo quisiera, con unos auriculares, en una cama, en una casa en la que habitaban once personas y en la que estar solo era físicamente imposible. Fue en un supermercado, rebuscando en una caja de cintas a bajo precio, cuando encontré una que literalmente me hizo estremecer. Era una grabación de John Williams con la Orquesta Sinfónica de Londres que contenía una recopilación de los mejores temas de la trilogía. No me lo podía creer. Allí estaba yo, en un momento donde no se hablaba de Star Wars en ningún sitio creyendo, como un arqueólogo, que había encontrado el Santo Grial. En ese momento pensé (bendita ingenuidad infantil, aún no conocía la capacidad comercial de George) que tal vez jamás pudiera encontrar otra grabación similar de la música de unas películas que ya entonces tenían entre 10 y 15 años. Tal fue mi pensamiento entonces y mi lógica reacción: "las cintas se degradan con el paso del tiempo y las sucesivas escuchas... ¿solución?... ¡Me tengo que comprar dos!". Así fue. Recuerdo llegar a casa, acostarme en la cama y ponerme a escuchar la música. Pocas veces después he sentido tanto placer con casi nada que haya hecho como el que recuerdo que sentí escuchando el tema central, la Marcha Imperial o el tema final de la primera película de Star Wars. Mientras escribo, vuelvo a escuchar esa música tantos años después. La hostia.

Con los años descubrí que George me permitiría tener muchas veces esa música en distintos formatos y grabaciones, pero aquellos momentos de descubrimiento fueron impresionantes e inolvidables. La música de cine desde entonces se convirtió en otra de mis aficiones, por su capacidad de despertarme emociones cinematográficas sin necesidad de estar viendo físicamente las películas. 

Han, Leia, Vader, Luke, Obi-Wan, Chewbacca, Yoda, R2D2, C3PO... llevan ya casi veinte años acompañándome, fieles compañeros de viaje, abandonados en mi cerebro, esperando siempre ser devueltos al primer plano por alguna circunstancia casual, como ha sido hoy el día de su cumpleaños, para entrar de nuevo con fuerza en alguno de mis días. He disfrutado mucho con Star Wars, mucho. Con mis colecciones, viendo las películas, esperando las secuelas, reconfortándome con su música. No hay tanta magia en la vida diaria para no reconocer lo genial que es sentir sin más, sin causas objetivas racionales, sin análisis crítico o intelectual. Disfrutar. Sonreír. Recordar. Sin nostalgia.

Hoy, 30 años después de su estreno, le rindo éste, mi pequeño homenaje.

06 mayo 2007

Lo que piensa Aguirre sobre la educación

Sólo hay que leer la respuesta que da Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, a la pregunta del periodista del ADN sobre las acusaciones de favorecer a la educación concertada y privada, para conocer el enorme daño que las políticas educativas del PP están haciendo a la educación pública madrileña. El desmantelamiento de la estructura de centros públicos y su conversión en muchos casos en mero refugio de la inmigración que no acepta la educación concertada (con notables excepciones, claro), lleva camino de convertirse en Madrid en un proceso sin posible retorno. Las negritas en la repuesta son mías


Dice la oposición que usted favorece la escuela concertada. Como ejemplo ponen los nuevos barrios: ha creado 5.000 plazas concertadas frente a 1.500 públicas.
"La educación pública tiene el 80% de la inversión, y la enseñanza bilingüe está en 147 colegios públicos y la ampliaremos a 50 institutos. Desconozco esos datos que comenta, pero el gobierno del PP defenderá la elección de colegio que los padres hagan. El 53% de las familias quiere concertados. No creemos en la escuela única, pública y laica porque los padres quieren una concertada, gratuita, en la que se enseñan valores religiosos, o valores como el mérito, el estudio y el esfuerzo."

Ahí está la clave, si la responsable del gobierno y de la redistribución de los impuestos en Madrid piensa que la escuela concertada enseña valores como el mérito, el estudio y el esfuerzo, me gustaría preguntarle qué considera entonces que enseña la pública: ¿el valor del enchufe, la pereza y la cultura del mínimo esfuerzo?

Lo más peligroso no es que lo piense. Dudo que lo haga. Es peor. Lo que pretende es que esa idea se extienda entre la población, que la recuerden esos padres asustadizos y temerosos que a la hora de elegir sigan optando por potenciar el gran negocio de la concertada y dejando de lado lo que debiera ser un bien social y comunitario: la defensa de una misma educación pública para todos, que reciba los impuestos que todos pagamos, redistribuya las problemáticas sociales, y se ajuste a las necesidades de los niños de este país para que reciban la mejor formación posible

28 abril 2007

Historias docentes

Una de las cosas que más me ha sorprendido en mi regreso voluntario de mi exilio laboral autoimpuesto de los últimos años, han sido las conversaciones ocasionales que se establecen en un instituto entre los profesores. Recordaba vagamente de mi paso de puntillas y sin mancharme por la hostelería tutifrutiense, cómo cualquier detalle, roce, frase o hecho anecdótico se convertía en una bola gigantesca de la que posteriormente se estiraba el hilo. Así, algo que realmente había sido una tontería se convertía en centro de conversaciones que duraban horas y llenaban los horribles vacíos que la jornada laboral de una cafetería imponía. La tontería se transformaba en un conflicto terrible y, como políticos en el Parlamento, se establecían conversaciones muy serias y tensas que casualmente terminaban girando en torno al hijoputa del dueño o el pelota del compañero no afín al grupo mayoritario. La historia se repite.

Desde el principio este año me decanté por interpretar un papel de observador en la jungla docente. Si a eso se une que por educación familiar siempre soy muy correcto en las formas y que al pasármelo muy bien con mi trabajo no llego todos los días con una cara de amargado sino con una sonrisa y un comentario jocoso, muchos compañeros y compañeras se han formado un buena falsa opinión sobre mí. Se confunde la amabilidad con la falta de ideas.

Porque pese a ser una año de análisis, acumulación de datos y obtención de experiencias y reflexiones educativas, a lo largo del mismo se han producido una serie de situaciones que han desembocado en tres o cuatro encontronazos de ideas con algunos compañeros. Para mí no dejan de ser discusiones puntuales que al día siguiente tengo olvidadas; porque simplemente se producen debido a que existen diferentes visiones de ver y vivir la educación, y porque entiendo que tras más de treinta años de profesor muchas veces tan sólo queda la rutina y el fracaso. Pero los demás no olvidan. Y no hablo de los contrincantes. Sino de los otros compañeros. Ante la falta de un conocimiento personal suficiente como para hablar de temas interesantes, por tiempo o simplemente porque de donde no hay no se puede sacar, se te acercan muchos de ellos para comentar la jugada de ayer, de hace un mes o de hace cinco meses. Y la bola se agranda y se agranda. Y me dicen que no entienden que con lo majo que parezco me meta en esos líos y me cree esos enemigos. Lo que traducido significa que vaya a lo mío, que soy nuevo y no me meta en jaleos. Los escucho con cierto desprecio. No me conocen pero me dan consejos. Y el consejo no es que defienda en lo que creo sino que me meta en mi agujero y deje hacer. Anorexia de espíritu. Observo demasiada falta de él en los profesores. Me aburre todo esto. Me aburre escuchar hablar mal de los demás cuando no están. Me aburre tener que fingir que escucho a alguien que se viene a meter con otro porque como yo también me enfrenté a él entiende que soy su aliado. Cuando a lo mejor a estas alturas de la que estoy realmente harto y evito por los pasillos es a esta otra persona.

Y observo como se forman alianzas. Como las conversaciones y los chistes giran en torno al enemigo de este año. O de este mes. O en torno al enemigo común: los alumnos. Hablaré en otra ocasión sobre el conflicto perpetuo profesor-alumno. La guerra fría, el enfrentamiento tenso, las batallas ganadas. O perdidas. Es sorprendente. En este campo aún alucino como la expulsión de una alumno de clase por alguna tontería puede terminar desembocando en un espectáculo de nervios y gritos por parte de...¡los profesores!... "¡¡Es que me ha mirado mal!! ¡¡Es que se está sonriendo!!" Joder que son unos putos críos. Cabrones o no, son unos jodidos críos... ¿Cómo te puede afectar tanto lo que hace un capullo que aún no es ni adolescente?

No me puedo quejar. También hay otros compañeros con los que sí se pueden establecer conversaciones ocasionales divertidas o interesantes. Son un bálsamo necesario entre tanto adolescente hormonado e intenso, o tanto crío gritón y con pocas ganas de ser educado. Aunque después, en el seno de los grupos ocasionales que se crean, al llegar a una masa crítica de profesores, todo esto se diluye y volvemos a ser tan adolescentes como nuestros alumnos. Tan vacíos, insustanciales e intensos como ellos.

Curioso.

09 abril 2007

Regreso telúrico

Al descender el avión a través de las nubes, la isla apareció de repente, cálida y acogedora, saludándome de nuevo como si no hubieran pasado cinco años desde nuestro ultimo encuentro. Algo que nunca confesé a nadie fue que mientras viví allí, durante casi tres años, las pocas veces que regresé a la península siempre lo hice con cierto aprensión, con ganas por ver a mi gente sí, pero sin ser capaz de encontrarme a mí mismo en la que tantos años había sido mi casa ni entre aquéllos que habían sido mi entorno; mientras que al regresar, en cuanto divisaba de nuevo Tenerife, la paz, la calma y el sosiego se instalaban otra vez dentro de mí, como si de alguna forma ver el Teide recortado en el horizonte mientras los aviones descendían y se acercaban a Los Rodeos, tranquilizara mis obsesiones, atenuara mis miedos y confirmara mis decisiones. No duró mucho, no. Durante los últimos meses de mi estancia allí, Tenerife se convirtió en una nueva cárcel de la que había que escapar para seguir creciendo sin estancarme, como antes había sido Sevilla. Pero durante más de dos años fue no sólo mi hogar, sino el escenario vital donde realmente me encontré a mí mismo y terminó mi formación adultescente.

Cinco años después, sin darle excesiva importancia volvía, ahora de turista, con dinero, sin un objetivo determinado, sólo para reencontrar, disfrutar y pasear por lo recovecos de mi isla.

De esta semana pasada en Tenerife, dos días quedan marcados por su intensidad, dos días seguidos en los que los recuerdos estallaron en mi cabeza y reaparecieron con fuerza inusitada. El primero de ellos fue el día que visité a La Laguna. Aún conociendo como ser las suele gastar mi memoria, me sorprendió la intensidad y la calidad de los recuerdos que obtuve al pasear por sus calles, al reencontrarme con sus rincones, al otear las fachadas de las casas en las que viví, caminar por los pasillos de la facultad en la que estudié, acercarme al centro de cálculo en el que tantas horas pasé, o tomarme una copa donde hace años ya la tomé. Se convirtió en un recorrido pausado, tranquilo y consciente por una parte fundamental de mi vida, un recorrido aderezado de una nostalgia interesante, a la que llegaba sin pena por lo perdido, sin pena por lo que fue, sino con alegría y cierta sorpresa, como la que un niño siente al redescubrir los juguetes que le hicieron feliz años atrás, mientras los toca y los mira con simpatía, recordando mediante el tacto y la vista lo feliz que fue con ellos aún siendo consciente de que hoy día son otros los juguetes que le pueden hacer alcanzar una felicidad semejante. Durante ese día yo toqué y miré con fruición La Laguna.

El segundo día fue cuando volví a Benijo. Descender con el coche por la costa de Anaga admirando sus acantilados recortados, contemplando esos pueblecitos que parecen siempre a punto de deslizarse por las laderas de las montañas volcánicas, disfrutando de la visión de ese mar tan azul que incluso daña a los ojos, fue de nuevo, años después, un espectáculo natural inigualable. Bajar del coche para subir a pie parsimoniosamente al Restaurante el Frontón, testigo de tantas conversaciones y tantos silencios, y atalaya inigualable desde la que disfrutar de esa costa, fue todo un ceremonial, emocional y emocionante, que finalizó mediante un vistazo fascinado desde su terraza a la Playa de Benijo, mientras el viento azotaba mi rostro y sólo las gaviotas eran capaces de articular sonidos a la altura del entorno. Después, inevitablemente, llegó el momento de disfrutar del mítico pulpo frito de El Frontón, para terminar pidiendo la no menos mítica copa de anís y acabar esa parte de la tarde apoyado, en silencio, en el muro de la terraza, bebiendo a pequeños sorbos ese suero del recuerdo, mientras admiraba otra vez, más de cinco años después, el paisaje de uno de los lugares fundamentales por los que he caminado.

Aparecen indelebles, tal y como eran, aquellas personas que pasaron por tu vida en semejantes lugares. Transitan por mi memoria igual que hace cinco años aún cuando algunos estén más calvos, otros más gordos, a algunos ya ni los vea y otros se hayan convertido parte casi de mi día a día, o incluso de mi familia. Y lo mejor es que el tiempo sólo me deja lo mejor de cada uno de ellos, lo interesante, lo divertido, lo valioso. Y mientras el anís transitaba raudo por mi garganta y la segunda copa aparecía por arte de magia en mi mano, mi mente, juguetona y excitada, los veía. Os veía. Y os recordaba como sólo ella ya es capaz de recrearos: el pesimismo entrañable y la sinceridad descarnada de Danisev; las risas, los gritos y las conversaciones infinitas de Juanma; la amistad, las vivencias compartidas y los tranchetes de Sergio; la pausa, las sonrisas y los intensos regresos de DaniMad; los silencios repletos de palabras de Roi; el trabajo y la perseverancia de Lola; la no amistad más amigable y enriquecedora posible de Jaime; la obsesión por las mujeres y los proyectos de Jon; la sobriedad, la tranquilidad y la constancia de Iñaki; el catolicismo militante junto a una cara más oscura y divertida de DaniMur; la bravura y las borracheras de Ibán; el esfuerzo, el entusiasmo y la vehemencia de Paula; la voz suave y cálida de Maca; la alegría y las ganas de vivir y viajar de Migue; el negro y el anarquismo como extraña forma de vida de MigueCNT; las ganas de juerga y la sorpresa ante otra vida de SergioR; los silencios inquietantes y las miradas vacías de Alex; el aire fresco no astrofísico que supuso Annia; las visitas repletas de conversaciones y madrugadas de copas de mi hermano Juanma; el trascendente paseo a Benijo con mi hermano Migue; la ayuda desinteresada y las borracheras más radicales y repletas de adrenalina de mis compañeros del Tuti; el rencuentro final con Nola; las frustraciones y la lealtad de Judith; la conversión momentánea a otra forma de disfrutar la vida de Luis... y por supuesto Carolina, sus conversaciones infinitas, la sonrisa perpetua en su boca, su capacidad innata para superar dificultades y acometer crisis personales de las que salir renovada, sus saltos al vacío, su feminismo desafiante, su visceralidad ante los desacuerdos, los últimos seis años junto a ella...

El anís se acababa. Carolina requería ya mi atención, ésa que cada cierto tiempo disperso. La playa de Benijo (sus rocas más bien) esperaban un último paseo antes de abandonar el lugar. No había tiempo ni ganas para recordar el lado oscuro de aquéllos que recordaba con cariño, además ¿para qué? Todos hemos sido, somos y seremos miserables en algún momento de nuestras vida, cometemos y cometeremos errores, se producen desacuerdos, alejamientos, vacíos, odios puntuales... Todo eso el tiempo lo diluye. Es de idiotas recordar lo malo cuando hay tanto bueno que no se debe olvidar.

Al día siguiente desde la ventanilla del avión que me traía hasta mi presente eché un vistazo final a mi pasado, satisfecho y feliz, reconociendo errores, pero plenamente consciente de que soy quien soy, mejor o peor, gracias a esos tres años pasados en Tenerife, esa isla que se iba convirtiendo lentamente en un puntito en el horizonte y a la que sabía que no volvería en mucho, mucho tiempo.

28 marzo 2007

El puto café

El problema no es que el presidente del gobierno no conozca el precio de un jodido café. De nuevo se yerra al poner el acento en la anécdota de corto recorrido y poco calado. El problema es que ante una de las únicas preguntas importantes, directa e insistente, a la que fue sometido (referida a la pérdida de poder adquisitivo del español medio) se encontró sin recursos, sin capacidad de improvisación, mostrando la realidad de una política y unos políticos desconectados de la sociedad y de los ciudadanos, mostrando la mediocridad intelectual de aquél que se da cuenta que tiene que dar una respuesta pero cuya debilidad de carácter, el miedo al error, el miedo al fracaso, le impiden utilizar los recursos que cualquier conferenciante de medio pelo posee para no sólo salirse por la tangente si se desconoce la respuesta, sino para ofrecer una alternativa apabullante y densa con la que parezca que se contesta a la pregunta aunque en el fondo no se tenga ni puta idea.

A mí me importa un carajo que sepa o no el precio del café, de hecho la elevación de la anécdota a noticia sí que debe preocuparnos como un nuevo ejemplo de la "infomación analítica y sesuda" que estamos recibiendo. A mí lo que me preocupa, es recordar esos dos segundos de duda, esa cara de desconcierto del presidente del gobierno, esa incapacidad de solucionar ese miniconflicto planteado que le apartaba de la senda habitual de la jerigonza política, del lenguaje de las palabras grandilocuentes y de los discursos escritos por otros. Dos segundos que quedan clavados en mi memoria televisiva, que me hicieron sentir esa vergüenza ajena que a uno le invade cuando observa como alguien va a cometer indefectiblemente una tontería mayúscula fruto de su incompetencia.

Dos segundos, y después: "80 céntimos... aproximadamente"

Joder. Lo peor es ese adverbio final... Todavía retumba en mis oídos...

16 marzo 2007

Un mundo paralelo

Me cuentan unos amigos que la mensualidad de la hipoteca les ha subido en los últimos tiempos 200 euros. Estamos hablando de una vivienda situada no precisamente en el centro de Madrid, por la que estaban ya pagando más de 1200 euros mensuales. Aún no hay rebelión, ni cabreo, sólo un poco de miedo y hastío. Las subidas aún son asumibles para bolsillos (siempre que sean bolsillos de pareja) con sueldos por encima de 1500 euros mensuales. Pero comienzan a exigir contención en el consumo diario: en las copas, en el cine (bendito emule, dirán muchos), en los viajes, en la compra de regalos...

He escrito que son asumibles... Es lo que tiene la fuerza de la costumbre, terminamos aceptando tantas cosas que carecen de sentido... Pagar 1400 euros mensuales por una casa cualquiera de menos de 100 metros cuadrados...

Estos días, en las páginas de interior de los periódicos, alejadas de los gritos y riñas de patio de colegio sobre algo que llaman política que pueblan las primeras páginas, se podía encontrar la brusca caída de las bolsas de EEUU provocada por el enfriamiento del mercado inmobiliario y el miedo a una mayor morosidad hipotecaria. Sin ser en absoluto especialistas, sabemos las interrelaciones que existen entre las distintas economías del mundo occidental. Estas semanas atrás las bolsas españolas han sufrido enormes fluctuaciones, los expertos hablan de la retirada de fondos del negocio del ladrillo, incapaz ya de seguir ofreciendo los beneficios que los grandes capitales desean obtener. Todo esto queda apartado de los grandes titulares, sólo se cuenta para especialistas en tertulias especiales. A los demás, pobres mortales, nos mantienen entretenidos contando y recontando manifestantes en las calles y ¿analizando? cuestiones sociales tan interesantes y vitales como las que anoche se discutían en las diferentes tertulias radiofónicas: Un juez no ve condenable circular a 260 Km/h por las autopistas (SER), indignación católica ante las fotos pornográficas y blasfemas subvencionadas por los socialistas extremeños (COPE) o la ¿vital? manifestación en Navarra que permite a todos repetir hasta la saciedad los argumentos políticos plenos de anorexia intelectual que llevamos escuchando cada día en esta legislatura (SER, COPE, ONDA CERO...)

El miedo a la inflación en la zona euro seguirá haciendo subir el euribor. Otro cuarto de punto, otro cuarto de punto... Tal vez en algún momento se invierta la tendencia pero sólo para recordarnos que la amenaza siempre estará ahí. Porque los sueldos no tienen pinta de que vayan a mejorar y que se sepa las hipotecas ya son casi todas a más de 25 años. ¿Cuándo llegarán los primeros casos serios de morosidad hipotecaria? ¿Qué pasará si ante ellos los bancos comienzan a endurecer las condiciones de préstamo de hipotecas?

Mientras tanto seguiremos preocupándonos y manifestándonos por lo verdaderamente importante : excarcelación con 15 meses de antelación de un terrorista que cumplía una condena por escribir dos cartas, cuarto aniversario de la invasión de Irak (también llamada "recordemos todos lo malo y facha que era Aznar, así no nos preocuparemos en solucionar los problemas actuales") y sigamos crispándonos un poquito más.

08 marzo 2007

Sólo cine

Con este corto se homenajea al cine. Al estilo del montaje de besos que el entrañable Alfredo hiciera al niño que fue, Salvatore, en Cinema Paradiso, en el corto aparecen (o eso dicen) 470 cortes de películas, todos o casi todos perfectamente reconocibles. Ganador del óscar en 1986, fue revisado por el propio director (Chuck Worman) en 1994 para conmemorar los cien años del cine. Un disfrute.

06 marzo 2007

Sexo, mentiras y Hollywood

boomp3.com

Hace pocos días finalicé el extenso libro que Peter Biskind escribiera hace un par de años sobre los entresijos y las entrañas del cine independiente norteamericano. Partiendo del punto de inflexión que supuso el triunfo y el éxito de Sexo, mentiras y cintas de video en el Festival de Cannes de 1989, y tras hacer un breve repaso a los años oscuros y radicalmente coherentes de los 80, Biskind vertebra su relato mediante la descripción minuciosa del ascenso imparable de Miramax y la evolución, desde la nada, del festival de cine independiente de Sundance. A su alrededor hace desfilar ante el lector infinidad de personajes, productores y ejecutivos (generalmente casi desconocidos, pero algunos verdaderas almas o asesinos, de muchas de las películas que más nos han emocionado en los últimos casi veinte años), comenta la creación, el desarrollo y en algunos caso la muerte, de una decena de distribuidoras y productoras independientes que pretendieron emular o enfrentarse al monstruo Miramax, y se relatan multitud de anécdotas laborales, algunas brutales, otras divertidas e incluso muchas totalmente surrealistas, extraídas de cientos de conversaciones que Biskind hiciera a directores, guionistas, productores y humildes trabajadores de la que ha sido sin duda la época más brillante y popular del cine independiente americano.

Igual que hiciera con su espectacular (y más fácil de leer, por centrarse principalmente en la figura de los directores) trabajo sobre el cine norteamericano de los 70, Moteros tranquilos, toros salvajes, Biskind se apoya en infinidad de datos y detalles, mediante los cuales en este caso, intenta explicar y dar su visión de los porqués de la evolución del término independiente en el cine estadounidense. Desde cuando significaba una alternativa radical, en temática y presupuestos, al cine convencional y meramente comercial, y tenía tan sólo pretensiones de ser un cine de autor, sabiéndose minoritario y especial, hasta que termina convirtiéndose en una parte más del pastel de las grandes corporaciones del mundo del cine, un apéndice que no hay que despreciar pues aporta prestigio y sello de calidad. Es decir, hasta que se empieza a producir y distribuir bajo el paraguas de las grandes productoras, con la consigna de que el producto debe tener ese estilo artístico (e incluso social) de las películas independientes clásicas, debe tener esa voz personal del director, pero suavizando las posibles aristas, endulzando en definitiva el producto final, con la aquiescencia de muchos directores jóvenes, que comenzaron a ver la creación de sus primeras y polémicas películas como meros escalones iniciales para después plegarse y acondicionarse a la industria clásica de Hollywood.

Leído transversalmente, el libro es la biografía laboral y personal de los hermanos Weinstein, los fundadores de Miramax, y principalmente del motor emocional de ellos y de la empresa: Harvey Weinstein. De entre las páginas del ensayo emerge su figura titánica, carismática, malencarada, manipuladora. Un tipo brutal a veces pero dotado de una pasión desmedida por el cine y los negocios, una dualidad que lo terminan haciendo comparable a alguno de los míticos productores de la época dorada de Hollywood como O´Selznick. Igual que sucedía con el personaje de Kirk Douglas en Cautivos del mal, todo el mundo odia y aborrece a Miramax y a Harvey, a lo que representan, pero nadie es capaz de negar su enorme importancia en la distribución, difusión y popularización del cine independiente, y todos terminan por tener que admitir, aunque sea con la boca pequeña, que nadie nunca había arriesgado y apostado tanto por ese otro tipo de cine.

Partiendo del mítico y sobrevalorado festival de Sundance y de su figura clave, Robert Reford (que no sale muy bien parado en las páginas del libro), Biskind describe cómo el cine independiente pasó de las oscuras y pequeñas salas de arte y ensayo a convertirse en un fenómeno social y mayoritario gracias principalmente a las agresivas tácticas de promoción de Miramax y de empresas como October que siguieron su senda. Pero al mismo tiempo se convirtió pronto en un mercadillo de egos y fama, un caladero donde las grandes compañías rápidamente comenzaron a echar el anzuelo para renovar su nómina de directores con nuevas voces personales de jóvenes que estaban más que dispuestos a ser domados y se mostraban deseosos de labrarse una carrera como directores de películas convencionales. Entre los ejemplos más evidentes, Bryan Singer (director de la estimable Sospechosos habituales, tras la cuál ha terminado haciendo Xmen o Superman returns) y Christopher Nolan (tras hacer Memento fue contratado para dirigir Batman begins). Otros, que creyeron firmemente que sus películas no podían ser convertidas en meros productos, quedaron varados a la orilla del éxito, ninguneados y olvidados, mientras que algunos como Richard Linklater (Antes del amanecer, A Scanner darkly), lograron sobrevivir a duras penas manteniéndose lejos de los oropeles y el dinero de Hollywood.

¿Cuál fue el principio de todo? ¿Dónde se originó esta dinámica un tanto indecente y desde luego negativa para la calidad del cine norteamericano? Dos puntos de inflexión marca Biskind en su ensayo. El premio en Cannes a Steven Soderbergh por Sexo mentiras y cintas de video, que puso a lo indie en el escaparate comercial, supuso el comienzo de la gran fama de Sundance y dejó entrever las posibilidades económicas de este tipo de películas; y la irrupción de Tarantino, principalmente con Pulp fiction (también ganadora de la Palma de oro de Cannes), película que significó el espaldarazo definitivo a Miramax y el comienzo de una nueva etapa en su fulgurante carrera, en la que pasó de distribuir en EEUU pequeñas joyas extranjeras (Cinema Paradiso, Delicatessen, Mi pie izquierdo, Juego de lágrimas) o independientes norteamericanas (Reservoir dogs, Clerks), a convertirse en productora de éxito con películas oscarizables pero ya menos arriesgadas, mas edulcoradas, como Shakespeare in love, Chicago, Cold Mountain o las historias almibaradas dirigidas por Lasse Hallström.

El resumen lógico de todo lo que pasó tal vez esté en estas palabras que dice con cierta melancolía Allison Anders, directora y amiga de Tarantino, perteneciente como él a la que se llamó clase del 92, porque habían estado juntos en Sundance ese año presentando sus primeros filmes: “Cuando Pulp Fiction tuvo ese primer fin de semana escandalosamente bueno todos pensamos que era bueno para Quentin y sería bueno para nosotros. Pero en realidad esa victoria fue en cierto modo, el principio del fin para los demás, porque son pocas películas independientes que pueden competir de la misma manera.”

Lo cierto es que a partir del enorme éxito mediático de Tarantino muchos jóvenes cineastas norteamericanos dejaron de soñar tan sólo con hacer su película, con mostrar su voz, con contar lo que tenían dentro al mundo. De repente quisieron convertirse en los nuevos Tarantinos, en los nuevos Kevin Smith, la idea estaba clara, el camino definido: hacer una película de bajo presupuesto pero que tuviera algo especial que llamara la atención de los magnates de la industria. El efecto tal vez fue un poco perverso, se perdió seguramente la naturalidad y la tranquilidad de saber que lo que hacían no iba seguramente a tener mayor trascendencia que algún paupérrimo estreno en alguna sala de cuarta categoría. Ahora la alfombra roja del festival de Sundance, por ejemplo, es un escaparate mediático que llega a todas partes del mundo.

Como ya pasara con su anterior ensayo, el nuevo libro de Biskind se lee con una extraña mezcla de admiración por la pasión que demuestran tantos talentos en sus comienzos, y de cierto asco cuando las cuestiones económicas y comerciales adquieren una excesiva preponderancia que hace atenuar e incluso perder voces personales y películas valiosas. Se acaban sus páginas como en aquél, con la sensación inexorable de que los sueños y la pasión terminan sucumbiendo al tiempo, al dinero y al ego.

04 marzo 2007

Cinco años

Las diez de la mañana. El teléfono. La voz desencajada de Migue... Cinco años...

Sensaciones

La inquietante presencia de la ausencia
que persiste en gritar en silencio,
obteniendo victorias aparentes,
envolviendo a una casa ya cansada
en un pesado pasado tan presente.

La inquietante presencia de la imagen
que se empeña en revelar engaños,
mostrando replicantes sonrientes,
transmitiendo al ahora un pasado
que para nadie nunca fue evidente

La terrible ausencia de un futuro
que se pierde entre recuerdos inventados,
recortes absurdamente enmarcados,
por aquellos que antes despreciaron
pero hoy en conversos transmutaron

La terrible ausencia de un mañana
alentada por suicidios colectivos,
enfangada en tristezas mantenidas
por aquellos que llorosos hoy admiran
lo que ayer provocaba sólo huida

Marzo 2003

23 febrero 2007

Decepcionante Babel

No me gustó. La espera, desde que supe de la gestación de la película que iban a crear de nuevo el tándem Arriaga-Iñárritu, ha sido finalmente en balde. Aclamada por casi todos (salvo por los críticos mayores y ya algo conservadores respecto a la estética y el formalismo de este tipo de películas), y calificada casi como de obra maestra, lo cierto es que a mí Babel me dejó frío e indiferente, y lo peor de todo, consiguió que me aburriera y me saliera por completo de universo de dolor y azar que me planteaba, para terminar asistiendo con tedio a las interminables secuencias alargadas hasta el hastío con las que Inárritu pretende acercarse al sufrimiento y la incomprensión humana.

El miedo al otro, el choque de culturas, la incomunicación y el azar como causa de terribles acontecimientos que marcan para siempre nuestras vidas, son los complejos y arriesgados temas que esta película intenta plantearse mediante la interrelación de tres historias en tres partes del mundo completamente diferentes, como son Marruecos, la frontera EEUU-México y Japón, que poco a poco se descubren unidas (aunque una de ellas de manera un tanto forzada) por invisibles lazos causales y casuales. Se trata por tanto de una película de riesgo, nada simple, y que pretende llegar más allá en la comprensión de las pasiones humanas. Pero a medida que el metraje avanza uno va echando de menos la fuerza y la pasión de la emocional, sincera y brutal Amores perros, y va sintiendo una creciente irritación ante la pretenciosidad de la puesta en escena de la película y ante la percepción de cómo el director se recrea hasta el paroxismo en la angustia de sus personajes. Unos personajes a los que trata como títeres en su plan mayor, y a los que no otorga la más mínima capacidad de raciocinio en pos de mantener las tesis centrales de su película, dejándoles tan sólo la capacidad de sufrimiento y castrando otras características fundamentales del ser humano.

Yo terminé cansado de tanta angustia inútil, de tantos detalles totalmente inverosímiles (la mexicana que se lleva a los dos niños estadounidenses a Mexico sin autorización paterna como si alguien pudiera desconocer la necesidad de papeles para esos menores, y finalmente eso le obliga a terminar huyendo de la policía; o la incapacidad para habilitar alguno de esos todoterrenos de la policía marroquí para trasladar a la turista herida) de tantos silencios con pretensión de profundidad, de tantas imágenes redundantes y artificiosas en la historia de la sordomuda, de la interpretación quieroganarunóscar de Brad Pitt, y de las lagunas argumentales y los socavones en la continuidad de la historia, que a duras penas se ven compensados mediante el, un tanto ya manoseado, montaje fragmentado.

Por lo tanto, lo apuntado en el título del post, decepción con Babel, lo que unido a que tampoco encontré nada que mereciera la pena en la aún más pesada y aburrida 21 gramos (con un Sean Penn excesivo, como siempre que le dejan creerse que es el nuevo Marlon Brando) me debería hacer replantearme las esperanzas que tenía puestas en un tipo como Iñárritu que consiguió emocionarme y disfrutar con el auténtico puñetazo en el estómago que suponían aquellos Amores perros, pero que desde entonces ninguna de sus propuestas han terminado de convencerme.

Celebro que los caminos del guionistay novelista Guillermo Arriaga y Alejandro González Iñárritu vayan por fin a separarse, y veremos que nos deparan por libre dos tipos que de todas formas siguen siendo una promesa de algo diferente a la hora de ir a ver una película al cine.

15 febrero 2007

El alcalde de Sevilla

Este señor gobierna una ciudad de cerca de un millón de personas

Extraigo los siguientes párrafos de la propia página web del PSOE de Sevilla

El tipo trae un discurso escrito, preparado, para hablar sobre el desarrollo sostenible de los ayuntamientos. Las negritas son mías:

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Sánchez Monteseirín hizo esta reflexión en el foro sobre "Ordenación del territorio, modelo de ciudad y vivienda", una de las actividades paralelas que se desarrolló hoy dentro de la Conferencia Política del PSOE-A sobre Desarrollo Sostenible, que reúne en Marbella a más de 700 participantes.

"Qué sería de nosotros, los astronautas, si no fuera por los astrónomos o los astrólogos", dijo Monteseirín en referencia a los expertos que intervinieron en el foro antes de que se abriera un debate

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Que sería de nosotros los astronautas, si no fuera por los astrónomos o los astrólogos....¿Nosotros, los astronautas? ¿Sin los astrólogos?

¿Y qué sería de nosotros gobernados por políticos cultos y no por analfabestias de medio pelo?

Aquí tenéis el momento mágico. Que sus palabras os iluminen

11 febrero 2007

Abrazo

No es fácil mirar a un niño a los ojos y decirle que todo irá bien. No es fácil ocultar la angustia momentánea que te invade al escucharle balbucear, desde el desconocimiento, que su madre está enferma. No es fácil indagar en los motivos que últimamente le hacen no asistir a clase y que él te conteste, desde detrás sus gafas y desde su corta estatura, que no ha podido venir porque debía cuidar a su madre enferma. No es fácil escucharle contar orgulloso cómo rebuscó en los papeles de los médicos mientras sus padres no lo vigilaban y descubrió la enfermedad que ellos no querían que supiera. Al fin y al cabo sólo un nosequé en nosedonde. No es fácil oírle hablar mientras él cree que ya sabe todo lo que tiene que saber y te cuenta que a su madre le están dando nosequéquimio y que últimamente está muy cansada.

Y te entran una ganas terrible de achucharlo y darle un abrazo. Pero no lo haces porque sabes que no debes. Porque a él no le hace falta. Porque él está feliz. Porque es un tipo esencialmente alegre y su única preocupación es que ha vuelto a no traer hechos los resúmenes encomendados, y que el último examen lo volvió a suspender porque la naturaleza no lo ha dotado de especial inteligencia.

Le mando a su sitio, mientras le digo que lo que tiene que hacer es darle muchos abrazos a su madre y decirle lo mucho que la quiere. Y me mira como si fuera gilipollas. A él le interesa si le voy a poner el negativo de cuaderno otra vez. Pasa de otras historias. Me escabullo como puedo. Le digo que se siente, que he de empezar la clase. El resto de alumnos como siempre ríen y gritan a partes iguales. Indiferentes. Como debe ser.

Él no lo sabe. Pero los muchos negativos que este trimestre ya acumulaba se han transformado en hermosos positivos. Al fin y al cabo, tan sólo ése es mi pequeño abrazo.

29 enero 2007

Sobre la estética de cine. Kill Bill. Sin City y 300. Conclusiones

(Continuación del post anterior)

Finalmente, ya en la primera década del nuevo siglo, Tarantino resurgió, tras algún trabajo más convencional, para filmar una simplona historia de venganza envuelta en un enorme despliegue visual, que fue inexplicablemente aclamada por muchos como una obra maestra, como la obra posmoderna definitiva: Kill Bill. He reflexionado mucho sobre esta película. No la he vuelto a ver desde su estreno pero la tengo muy presente en la memoria y he discutido de ella hasta la saciedad. Sigo sin comprender el entusiasmo. Me parece la peor película de Tarantino con diferencia. La más vistosa, la más elaborada desde un punto de vista estético, la mejor acabada formalmente, seguramente la que más tiempo le costó hacer... Pero la más vacía , su película mas hueca, la que tiene personajes más acartonados, más planos. Una película sin alma, con una historia vulgar, sin matices ni claroscuros, donde la forma devora a cualquier contenido más allá del meramente sensorial, donde se sobreestimulan los sentidos del espectador provocando en él tal borrachera visual que le deja abrumado ante semejante despliegue cromático sin sentido, le deja sin capacidad momentánea de crítica. Los homenajes (no se debiera en este caso utilizar este verbo) se suceden, se copia pero sin crear nada original, propio. Tarantino no ofrece nada diferente, los valores que hacían grande a Pulp fiction aquí desaparecen y sólo queda el narcisismo de un autor que cree que con mostrar todas sus influencias y obsesiones cinematográficas le da para crear algo nuevo y diferente. Su desierto creativo se hace más evidente a medida que avanza y avanza su película-río a la que es incapaz de controlar, y por ello tiene que provocar cada vez mayor estruendo y ruido con sus imágenes para tratar de ocultar la simpleza de su planteamiento. Todo lo que se narra pues, se supedita a la forma, a buscar en cada plano alguna referencia, ya sea manga, Hitchcock, Ford, Leone, Bruce Lee o lo que sea; pero esa búsqueda desesperada termina acercándose peligrosamente al pastiche, a la acumulación de referencias sin sentido, al exceso, sin un porqué creativo que las justifique más allá del mero onanismo intelectual.

Rascando sobre esa superficie estética uno se encuentra con una película de cuatro horas donde el único hilo argumental es una venganza con elementos de serie B, sin matices, que tiende al culebrón mediante personajes sin trasfondo psicológico, que van desfilando por la pantalla sólo para morir a manos de la novia, sin que se pueda encontrar en ellos ningún rastro de la extraña personalidad de los personajes de Pulp Fiction o el carácter esquemático de los de Reservoir dogs. No hay tiempo (¡en cuatro horas!) para ello, porque se prioriza la acumulación desmedida de elementos visuales, la violencia estética pretendidamente provocadora y la inverosimilitud sin significado conceptual o emocional alguno; junto a cierta desidia (¿falta de ideas?) narrativa. Por supuesto hay momentos de gran cine en Kill Bill. La muerte de Bill es una de ellos, uno de los pocos momentos donde Tarantino se permite un instante de calma para contar algo de verdad. Pero momentos como ése contrastan con otros, como el del despertar de la novia tras el coma, que son francamente patéticos, carentes de toda imaginación e inteligencia, algo provocado por la rapidez con la que el autor quiere apartar esos pequeños detalles, que sirven para cementar cualquier idea o sentimiento, y así tener más tiempo para impresionar al espectador con los fuegos artificiales de las luchas, la sangre y el exceso. El ritmo del videoclip, se impone. El videoclip funciona por acumulación, gracias la promesa de llegar a ver completamente algo de lo que sólo estás continuamente intuyendo fragmentos, algo sumamente espectacular que nunca conseguirás alcanzar, pero cuya promesa perpetua supone en sí enormes dosis de placer y sensaciones. Casi siempre detrás, en el fondo, la nada. Pues eso.

Últimamente han aparecido nuevos intentos de evolución estética del cine que prometen grandes alegrías a este arte. Sin city (adaptación de un cómic de Frank Miller, codirigida curiosamente por uno de los directores que más basura ha rodado en los últimos diez años, Robert Rodríguez) abre una puerta a la fusión entre cómic y cine que realmente sorprende y atrae por partes iguales. Cuenta una serie de historias sórdidas y perfectamente reconocibles de gansters, policías y bajos fondos, con personajes arquetípicos y convencionales, pero utilizando un blanco y negro novedoso, deudor del cómic original, que aporta nuevas sensaciones y lecturas a historias ya muy conocidas. Espero con interés el estreno de 300, adaptación de otra obra de Frank Miller, que continúa con la experimentación estética que abriera Sin City profundizando en la prometedora fusión de cómic y cine, mediante la unión de nuevas técnicas de animación por ordenador que se mezclan con las tradicionales cinematográficas. El trailer de 300 ha sido de los más estimulantes que he visto en los últimos años. Y por supuesto pendientes también del próximo estreno de Avatar, el nuevo proyecto, cuyo rodaje ya ha comenzado, del megalómano James Cameron, que promete trastocar todas nuestra tradicional percepción del cine y que se estrenará, parece en 2009.

Voy ya finalizando. Lógicamente el recorrido realizado durante estos cinco posts ha sido personal, subjetivo, con ausencias terribles y significativas. Pero lo importante era la intención primigenia: la discusión entre estética y argumento. Cuál de ambos elementos era el prioritario, el fundamental para el cine. Evidentemente un problema se plantea desde la propia formulación de la pregunta. La pregunta es maniquea, pues obliga a optar, cuando una decisión en un sentido u otro no hace más que reflejar el desconocimiento sobre lo que es el propio ser humano. El arte necesita contenido. El hombre se expresa porque siente necesidad de ser escuchado, de confrontar sus ideas con otros, de reflejar sus estados de ánimo, de trasladar al mundo su visión de las cosas o de descargar sus tensiones, sus miedos o pasiones. Y esa visión implica una estética, una manera de expresión, una forma de plantear y mirar el mundo. Es por tanto una pregunta maniquea porque no hay estética sin contenido ni contenido sin estética. Después están los intentos preciosistas, pretenciosamente rompedores y finalmente mediocres de adornar o falsear el vacío que presentan mediante la acumulación de estímulos para provocar sensaciones tan vacías como lo que se muestra. Algo que el tiempo y las sociedades terminan descubriendo y apartando por la tomadura de pelo que suponen y que cada día debemos aprender a discriminar en una sociedad en la que se impone cada vez más una frivolidad interesada, un superficialidad culta que suele encubrir otras carencias.

25 enero 2007

Sobre la estética de cine. Blade Runner. Dogma. Tarantino

(Continuación del post anterior) Los 80 y los 90, junto al desarrollo de un cine comercial que rebaja hasta la adolescencia la media de edad del público que busca como espectador, y que no merece en este artículo ningún comentario estético (aunque se podría), suponen la irrupción definitiva de la posmodernidad en el cine, donde cada nuevo grito y película genialoide es acogida como un giro espectacular y una ruptura brutal con el pasado. Pero también donde directores con una capacidad superior de síntesis y reformulación de géneros, técnicas y argumentos alumbraron verdaderas obras maestras donde la estética jugaba un papel preponderante y fundamental. Visto en perspectiva eso sí, ¿qué queda hoy de todo ese cine independiente norteamericano de los 90? ¿De la ampulosidad de cierto cine europeo de la época? ¿De la moda del cine asiático? Eliminando un puñado de grandes películas, detrás de la terrible promoción elitista que tuvieron en su momento todos estos movimientos y nuevos cines o formas de expresión, lo cierto es que en la memoria del espectador interesado no queda nada parecido a un movimiento, a una corriente o a un tipo de cine fundamental para la historia de este arte. En los 80 destaca por encima de casi todas, desde un punto de vista estético y posmoderno, Blade Runner. Realizada con aliento clásico, la estética de la película se convierte en un elemento esencial de la narración. Ridley Scott, que provenía del mundo de los videoclips, ya había jugado con el poder de la sugerencia, la puesta en escena abigarrada, la fuerza de la oscuridad y el juego de contrastes luminosos en Alien, pero en Blade Runner el poder filosófico y humano de lo que se cuenta elevan todas esas virtudes a lo máximo, y la iluminación de la película, así como su ambientación nos traslada a un mundo futuro reconocible y decadente, terriblemente sobrecargado, donde las aspiraciones humanas de los replicantes adquieren una dimensión desconocida, trágica, casi patética, por la irrealidad y ocaso en el que parecen vivir los verdaderos seres humanos. La película recoge diversas tendencias artísticas, arquitectónicas y sociales posmodernas; las influencias se multiplican, los guiños a diversos géneros aparecen ante los ojos del espectador avispado, pero no para hacer un pastiche sino para crear una obra original que se desprende de las ataduras formales y pasea voluptuosa y parsimoniosamente por la mirada incrédula y anonadada del espectador. Blade runner es una de las obras clave, desde un punto vista formal, del cine de final de siglo y su planteamiento argumental (la búsqueda desesperada de humanidad de los replicantes), una de las ideas más brillantes y profundas llevadas a la pantalla. En los 90, a pesar de haber diferentes tendencias y pseudomovimientos, dos elementos destacan con facilidad sobre los demás debido a su trascendencia estética y conceptual: el Dogma danés y la figura de Tarantino. El Dogma, a pesar de ser un movimiento de poco recorrido, tiene un enorme interés por las premisas sobre las que se construye y por la calidad innegable de alguna de las obras que bajo su paraguas se han realizado. E incluso, ya fuera de su fundamentalismo teórico, por otras películas que innegablemente se realizan bajo la influencia de dicha corriente. De esta manera, a través de la saludable y valiosa preocupación intelectual de aquellos primeros cineastas por los caminos que estaba recorriendo el arte que amaban, surgieron algunas de la mejores películas de los 90. Como ejemplo y para no referirme tan sólo al más famoso de ellos, Lars von Trier, citaré la obra de Thomas Vinterberg, La Celebración, una explosión de inteligencia visual y al tiempo, una disección radical, cruel, sincera y necesaria de la familia, de sus silencios opresivos, así como un estudio preciso sobre las relaciones de poder que en ella se establecen. Estos cineasta plantearon al principio un talibanismo formal a la hora de filmar que parecía preocupante (por las cortapisas que se autoimponían, algunas de ellas excesivas) pero posteriormente abandonaron ese radicalismo para implicarse con las necesidades reales de las historia que querían contar, sin prescindir eso sí, del bagaje adquirido durante la época dogma. Es decir, prescindiendo al máximo de artificios innecesarios. De esta forma Lars von Trier consiguió el mejor no musical realizado jamás (Bailando en al oscuridad) y una espléndida película sobre las relaciones sociales de poder y miseria que se establecen de una pequeña comunidad americana (Dogville). La apuesta inicial de estos cineastas era no utilizar música que no apareciera en la misma historia que contaban para no provocar emociones artificiales al espectador, aspiraban a la unidad de tiempo y espacio en el desarrollo de sus películas, se exigían la utilización de cámara en mano a la hora de rodar, no utilizaban iluminación artificial y los rodajes debían ser siempre en exteriores o en escenarios reales. En definitiva, nada que no se hubiese hecho anteriormente, pero que al ser usado de manera general e impositiva dio un toque muy personal a la serie de filmes que se hicieron bajo su influencia. Aún hoy sigue habiendo películas que se adhieren al manifiesto dogma en todas partes del mundo pero sus fundadores, actuando inteligentemente, se quedaron con la esencia del manifiesto y evolucionaron hacia formas menos radicales y más ricas de concebir el cine. Nos queda pues Quentin Tarantino, y con él toda una reflexión sobre la forma y el contenido, el predominio de lo superficial sobre el discurso, lo frívolo aunque creativo sobre lo profundo, el abandono de los grandes temas y el mensaje por la belleza meramente formal. Disyuntivas todas que carecen de base real, sobre todo si se las aplicamos al primer Tarantino. Pero básicas para comprender y analizar el cine surgido y fomentado tras su aparición. Su influencia ha sido notable para que durante un tiempo se tomen como obras de arte transgresoras y definitivas algunas películas que el paso del tiempo va dejando como películas adultescentes que producen mucho ruido pero no dejan recuerdo alguno en la memoria cinéfila del espectador. Es el momento de acercarnos a Pulp Fiction. Tarantino irrumpe en el panorama cinematográfico arrasando. Por su descaro, por su frescura, por la inteligencia y mala leche que destilan sus dos primeros largometrajes (que le convirtieron rápidamente en un icono entre los más jóvenes), por su facilidad para conectar con una nueva generación que ansiaba otro cine al que agarrarse. Aparece con un estilo definido y personal, repleto de influencias de todo tipo, desde las más clásicas (recordar su adoración por Río Bravo de Howard Hawks) hasta el spaghetti western o las películas de Bruce Lee, así como de la propia cultura popular americana. Llega con una ganas locas de hacer cine, con un pasado de empleado de videoclub que concuerda con esa cultura popular que representa y ha mostrado como pocos en la pantalla (podría ser el empleado del videoclub de Clerks, otra película indie que arrasó en lo 90) pero lo más importante de todo es que indudablemente poseía una clase y una inteligencia muy por encima de los muchos subproductos que posteriormente (como ya he indicado) se han realizado bajo su influencia (directa o indirecta). Pulp Fiction funciona con la precisión de un reloj. Porque toda la película, ese desparrame estético, esa mezcolanza de influencias, esa disección de la cultura popular americana, ese continuo homenaje, revisión y reformulación de todo tipo de géneros (cine de gansters, comedia, musical, spaghetti western...) está sustentada en uno de los mejores guiones que se escribieron en esa década, donde la caracterización de los personajes a través de las interminables conversaciones que entre ellos se producen ( o sus silencios, recordar a Mia y Vincent) consigue que el espectador consiga un conocimiento inusual sobre los muchos personajes de la película, adentrándose en facetas diferentes de multitud de personajes arquetípicos que llevaban poblando el universo cinematográfico desde hacía caso cien años y que nadie los había mostrado así, vueltos del revés, en otra dimensión, haciendo las mismas cosas que siempre pero al mismo tiempo haciendo otras curiosas, oscuras, verosímiles. Todo ello aderezado con una considerable dosis de mala leche y cinismo que hacen de la visión de este filme una auténtica delicia. Otra cosa muy importante a reseñar en Pulp Fiction y una los factores de esta película que más ha influido a otros cineastas es la fragmentación temporal del montaje, pues la historia se divide en episodios después colateralmente relacionados, rompiéndose el orden temporal de la historia que cuenta, en una decisión artística arriesgada que aporta gran frescura y dinamismo a la película, haciendo que cada detalle sin sentido posteriormente lo cobre, que la interrelación casual de los personajes sorprenda y que al final le quede al espectador la sensación de haber asistido a una trama coral donde multitud de personajes entrecruzan sus vidas a las órdenes de ese magnífico maestro de ceremonias que es Quentin Tarantino. La influencia de Tarantino ha sido notable y evidente, a veces hasta el hastío. Curiosamente no han sido películas americanas las que mejor han recogido su influencia. En EEUU parece haber triunfado mucho más la estética y la forma del cine de Tarantino que la profundidad y coherencia con que utiliza sus influencias. La fragmentación de las historias, la ruptura del orden temporal, últimamente el abuso del flash back como recurso narrativo, sirven a muchos como refugio para hacer pasar por moderno e impactante auténticas medianías que desprovistas de artificio quedarían desnudas y serían directamente carne de videoclub (véase por ejemplo el cine de Robert Rodríguez ) En cambio fuera de EEUU dos películas aparecen claramente como deudoras del estilo fragmentado y casual de Pulp Fiction y el mundo de Tarantino. Estaría hablado de la mexicana Amores perros (una película de Alejandro González Iñarritu que impacta teriblemente en su primera visión, donde una serie de personajes entrecruzan sus vidas de lujo y miseria en un retrato desgarrador y sin concesiones de las pasiones humanas) y por otro lado la brasileña Ciudad de dios. (Sigue y finaliza)

24 enero 2007

Sobre la estética de cine. Johnny Guitar y Alemania año cero. Nouvelle vague. Peckinpah. Scorsese

(Continuación del post anterior)
Alrededor de los años cincuenta la historia del cine nos muestra dos ejemplos muy diferentes donde la estética cobra una relevancia trascendente con resultados totalmente dispares. Por un lado Johnny Guitar, un western dramático, psicológico y desesperadamente romántico, ajeno a las convenciones del cine del oeste, que no sólo cuenta con alguno de los diálogos más perturbadores y hermosos que dos amantes desengañados, cansados por el tiempo, la edad y sus propios pasados, pueden haberse dicho jamás en una pantalla de cine, sino que también es una crítica feroz a la moralidad establecida y sus fundamentalistas defensores. En esta historia Nicholas Ray se decanta por un tratamiento cromático novedoso y raramente utilizado que aporta un tono desesperado, rayano a veces a la locura, a la narración. Los colores aparecen distorsionados, eliminando el azul y potenciando así los tonos más oscuros, lo cual otorga una densidad sorprendente a la escenas, lo que unido a un vestuario sabiamente escogido y una puesta en escena algo barroca (sobre todo el salón de Viena, la protagonista, inmensa Joan Crawford) sirve para transmitir al espectador una sensación de demencia y pasión desmedida brutal, cuyo momento cumbre, cromáticamente hablando, se alcanza en la escena del fuego purificador con el que los puritanos del pueblo destruyen el salón de Viena, secuencia que finaliza con un demoledor plano final de una casi poseída Mercedes McCambridge, maravillosa como loba enfurecida y desatada dispuesta a todo para proteger sus dominio, delante del salón en llamas que acaban de destruir. Por otro lado, en el polo opuesto, podemos encontrar, cercana en el tiempo, la película italiana Alemania, año cero. Obra maestra de un Rosellini que se decanta por una descripción descarnada y sin artificios de la realidad. Mediante la historia de un niño que vagabundea por las calles berlinesas tras la caída de Alemania en al Segunda Guerra Mundial refleja el destrozo moral y físico que la guerra causa a los pueblos, cómo tras ella la sociedad no encuentra mecanismos que controlen el desarrollo de las más bajas pulsiones humanas, y cómo son los inocentes los que pagan por ello. El blanco y negro sucio, frío, sin iluminación artificial, a pie de calle que Rosellini utiliza, sirve para realzar y potenciar el evidente mensaje social que se quiere transmitir y deja al espectador, aún hoy, tirado en el sofá de su casa, aniquilado por la miseria y el dolor que se le muestra sin trucos sentimentaloides. El neorrealismo fue un movimiento, en mi opinión, de suma importancia para el cine, porque saca las cámaras a la calle (como hace El tercer hombre por esa misma época) con una evidente intención política, y su estética realista continúa siendo utilizada en muchos documentales como una forma honesta (ya no tanto) de mostrar la realidad.

La Nouvelle Vague supone un nuevo impulso para el cine y un nuevo escalón desde el que seguir comentado la importancia estética de las películas. Un movimiento surgido al amparo de una revista de cine, formado por cinéfilos que no dudaron en romper algunas normas para mostrar sus ideas y obsesiones. Pero...¿Fue un movimiento tan transgresor? ¿Fue tan rupturista la Nouvelle Vague? Estéticamente se aprovecharon de los nuevos adelantos tecnológicos que liberaban por fin de nuevo a la cámara de los pesados trípodes y permitían la grabación de las escenas como si la cámara fuese al hombro, obteniéndose en general una grabación más dinámica y fresca. Al mismo tiempo los micrófonos de pinza permitían la grabación del sonido en directo lo cual facilitaba mucho la espontaneidad de los diálogos y permitió una de las que fue característica fundamental de muchas películas del movimiento: los vagabundeos de los personajes mientras conversan de una manera pretendidamente natural. La fragmentación del montaje secuencial sin mas motivos que los meramente artísticos fue otra de las señas de identidad de las películas francesas de entonces así como una fotografía en blanco y negro que bebía por una lado del neorrealismo italiano y por otro del cine de John Cassavetes (la verosimilitud, el realismo natural). La importancia estética del movimiento francés palidece ante su importancia teórica, pues es un punto de inflexión clave en la historia del cine, ya que fue entonces, a pesar de intentos y estudios anteriores, cuando el cine se institucionaliza como arte y se empieza a estudiar su historia como tal, haciéndose predominante la figura del director como autor intelectual de la obra. A partir de entonces, el cine comienza a intentar clasificarse más estrictamente en movimientos, tendencias, por bloques, países y directores, además de meramente por el género al que se adscribían las películas. Ya es posible (y así sucederá) la aparición de teóricas revoluciones que asiduamente se producirán desde entonces, movimientos rompedores que intentan imitar desde un punto vista teórico y formal las revoluciones artísticas de otros campos como el de la pintura. Muchas de esas pretendidas revoluciones analizadas con profundidad se muestran con el tiempo como meras prolongaciones y evoluciones lógicas del cine preexistente, y en el fondo debido a la adscripción de muchos advenedizos a las nuevas corrientes y a sus seguidores fundamentalistas, éstos son durante un tiempo venerados como nuevos gurús de un arte que por joven aún le cuesta discernir el ruido de la música.

Pero todo lo anterior no es óbice para analizar y disfrutar Los 400 golpes, primera y maravillosa película de Truffaut, que traslada al espectador el sufrimiento y las desventuras de un muchacho pobre, incorregible y terriblemente libre que sólo encuentra refugio y paz en el cine. Ese amor intelectual al cine que destilan muchas película de la Nouvelle Vague es una novedad conceptual importante ya que introduce un factor emocional al medio y una importancia radical del cine como arte, que lo eleva hasta las cotas más altas de respeto, veneración y estudio que nunca después el cine ha vuelto a alcanzar, convirtiéndose con el tiempo de nuevo, en muchos casos, en un simple entretenimiento de masas y una mera producción comercial.

Los 70 vieron nacer a la mejor y más talentosa generación de directores propiamente americanos, pero antes de analizar alguna de sus películas es necesario, estéticamente hablando, comenzar el análisis de la década con el estudio de Grupo salvaje y el cine de Sam Peckinpah, un director maldito y borracho con un talento visual desbordante y cuya influencia en el cine posterior ha sido enorme. Peckinpah en Grupo salvaje, recoge el testigo de los spaghetti western respecto a la decadencia del viejo oeste y le añade una visión personal cargada de significado, una calidad visual tremenda, y una densidad psicológica a unos personajes cansados y envejecidos que muestran una ética propia, que el director convierte en una especie de épica del perdedor. Estéticamente hablando este director es uno de los primeros que comienza a utilizar la violencia explícita como un instrumento efectista destinado a perturbar y provocar nuevas sensaciones a los espectadores. Para ello utiliza con inteligencia una de las técnicas posteriormente más manoseadas y mal utilizadas de la historia del cine: la cámara lenta. En los setenta (finales de los sesenta) esa violencia fue recibida por parte de la crítica y la sociedad como gratuita e innecesaria, sin valor artístico, pero hoy día sus películas en general y Grupo salvaje en particular se admiran y reconocen como cantos poéticos a los eternos perdedores, a los que están maldecidos por la vida, jodidos siempre y hasta el final. La influencia de la filmación de la violencia a cámara lenta ha sido tan evidente en miles de subproductos, telefilmes, películas pretenciosas y tonterías infinitas que prefiero centrarme en una influencia directa y potente que puede verse en una película, en principio tan alejada conceptualmente del universo de Peckinpah, como es Matrix, que junto a miles de otras influencias, fue de las pocas películas hechas en los últimos veinte años que comprendió que la filmación a cámara lenta poseía un valor estético sólo si aportaba un significado, si aportaba una manera de expresar al espectador lo irreal, lo virtual del mundo con el que los hermanos Wachowski revolucionaron el cine de ciencia ficción a finales de los 90 (antes de que los recovecos de la historia y las necesidades comerciales hicieran que la trilogía en general dejara mucho que desear. Un ejemplo de cómo un argumento termina imponiéndose innecesariamente y de manera superflua sobre los valores estéticos). Continuando la década con los ególatras cineastas americanos setenteros me serviré de dos de los filmes más representativos de la época, Malas calles y Taxi driver para mostrar como su estética aún siendo novedosa bebe de fuentes clásicas. Es la violencia y la profundidad de sus personajes lo que caracteriza a esta generación. Entre los logros estéticos que se pueden atribuir al cine de Scorsese, pensemos por ejemplo en Malas calles, podemos incluir el conseguir que la cámara se mueva con una rapidez inusitada persiguiendo a los personajes, como se puede ver en la secuencia del bar, lo cuál le permite generar en el espectador una sensación de desasosegadora cercanía con la historia y el lugar en el que se desarrolla, al hacerle entrar sin permiso en ese submundo de los barrios de Nueva York. ¡¡Pero esos movimientos de cámara, esa cámara libre y sin ataduras ya la había empleado Murnau en El último!! Con el paso del mudo al sonoro la técnica tuvo que subordinarse a las nuevas necesidades que el sonoro imponía. Hizo que durante muchos años la cámara y por tanto la imagen fuera esclava del sonido. La tecnología en los 70 permitía por fin ser de nuevo libre y encontrar la manera de utilizar esa libertad con inteligencia fue el triunfo de Scorsese. Pero no podemos limitar los logros estéticos de Scorsese a ese campo. En la puesta en escena de Taxi driver la ciudad, terrible e ingrata, emerge como un personaje más, si no el fundamental, cobrando vida y presencia gracias a una idea ya utilizada en el pasado que consistía en colocar una cámara pegada al lateral de un taxi mientras circulaba por las noches de Nueva York. Gracias a lo realmente irreales que vemos esas calles desde nuestra ventana visual particular, a cómo observamos la decadencia, la suciedad, la falta de moral de esa ciudad que nos muestra esa cámara y la que subjetivamente nos pone en los ojos de Travis Brickle, entendemos mejor su proceso de descomposición. Es capaz de conseguir que comprendamos y compartamos su punto de vista, que no nos parezca deleznable, a pesar de nuestras propias conciencias, la existencia y las acciones de este psicópata social. Incluso consigue que empatices en su cruzada lunática. Taxi driver puede que sea la película más representativa del cine americano de esa época, una época que se puede asumir como el fin en occidente del cine moderno y clásico.

(Sigue)