05 febrero 2006

Nada

Hologramas vencidos. Con las rodillas dobladas, sumisos. Derrotados sin compasión. Por nosotros mismos. Nada va quedando de lo que pretendimos ser a medida que el tiempo nos destroza y desnuda. Despojándonos de la dignidad que creímos tener. Humillándonos lentamente, pelea a pelea, batalla a batalla, siempre perdiendo, siempre sometidos, escuchando de miserables ya convencidos que no hay esperanza, que luchar es idiota. Inútil. Siempre escuchándonos. Y terminas varado en la orilla de la soledad, temeroso de continuar por senderos que habrás de recorrer sin compañía. En ese punto de inflexión donde sabes que lo más fácil será no pensar, no tener principios ni ideología, ser uno más. Y olvidar. Apartando lo incómodo de lo que creíste ser, ocultándolo bajo tupidas capas de incoherencias coherentemente diseñadas para ello. Nada importa y sabes que es verdad. Nada importa, a nadie importa y eres consciente de esa realidad. Pero infantilmente te resistes y te encabronas, y con ello mantienes la capacidad de provocar destrucción y caos en tu entorno. Para nada. No vale la pena, nada vas a ganar. Comienzas a comprender que hace tiempo que perdiste y que la inercia es la que te mantiene. Porque nada cambia, todo sigue igual, la mierda no desaparece, se multiplica y al final terminarás acudiendo a ella, como todos. Pero el el discurso sí prevalece, prevalecerá siempre, a pesar de que las vergüenzas se muestren sin descaro. Es el momento entonces de las las excusas, infinitas, inacabables, lógicas, repugnantes, miserables, patéticas. El camino entonces se muestra nítido, implacable: frente a un televisor, trabajando sin descanso, frente a un whisky en la barra desolada de un bar vacío, formando una familia o buscando desesperado algo de compañía. Ya no te soportas, ya no te gustas, hace tiempo que dejaste de buscarte porque sabes que es mejor no encontrarte. Lo esencial es que los otros no lo sepan, no se enteren, no lo noten. Otros que se miran a sí mismos como tú. El tiempo. Las ideas. Nada queda. El holograma que cultivaste desaparece. Se desvanece. Como lágrimas en la lluvia. Y cuando nada debiera quedar, cuando el vacío reclame su corona, habrá que sobrellevar la derrota final, la más dolorosa, la constatación terrible de que sólo una cosa no hay... el olvido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario