Bueno me centro en la película en cuestión. Llevaba años detrás de ella. La busqué desesperadamente para emitirla en el ciclo de cine de Tenerife. Todos los que hablábamos de la película la recordábamos con emoción, con el recuerdo infantil de película de sobremesa de los sábados, con el miedo que nos había provocado ese camino tenebroso que llevaba a la colina donde se ocultaban los marcianos, o esos tornillos en el cuello con los que controlaban la personalidad de los padres y vecinos del niño protagonista, convirtiéndolos en autómatas. La nostalgia, los recuerdos y la memoria no existen más allá de la manipulación constante que hacemos de ellos.
La película está encuadrada en el cine americano de serie B (yo diría de serie Z) de los años 50, en plena paranoia anticomunista. Vista de tal modo, la película es un patético panfleto, infame y conservador, que defiende la pureza de los valores americanos frente a cualquier tipo de posible intromisión por parte de los terribles comunistas. Pero para ser sincero, a día de hoy me la suda esa visión, principalmente porque cuando la vi de niño a mí lo que me asustaba es que fueran de verdad extraterrestres y de lo de la lectura sociopolítica ni me enteré.
Pues bien, veinte años después me senté a ver la película de nuevo, un tanto emocionado esperando disfrutar y volver a paladear un cine fantástico, ingenuo y divertido, tipo La guerra de los mundos (de la misma época). Y joder, vaya con la peliculita. En primer lugar, aclaremos un tema. Curiosamente, como antes escribí, todos recordábamos el puñetero sendero que daba a la colina de arena... Normal, no te jode, como que el 80% de la película se desarrolla en un único plano fijo por el que desfilan los ¿actores? delante de ese decorado. No hay que negar que los primeros veinte minutos mantienen el interés: el decorado expresionista del sendero es muy bueno como recurso inicial, se retuerce sobre sí mismo creando y transmitiendo una sensación de miedo a lo desconocido al espectador. También funcionan los primeros planos de aquéllos que son absorbidos por la arena y después vuelven trastornados y cambiados. Pese a ser un recurso fácil, la vuelta del padre a casa o el primer plano de la niña amiga del protagonista, que aparece tras una puerta que se abre repentinamente no están nada mal. Pero después, la película se transforma en una sucesión de tópicos manidos, no tiene ritmo ninguno y aburre hasta el sufrimiento. Menos mal que al verla acompañado el descojone ante lo que presenciábamos se impuso al análisis riguroso (con las películas de los siguiente mensajes que escribiré ni eso ocurrió... Imaginaos... el horror, el horror). Por supuesto aparece el astrofísico, joven y guapo, que fuma en pipa y tiene ese aire de sabio despistado y profundo ( el día que me pongan a alguno fumándose un porrito y hasta los huevos de la soledad de un observatorio...). Después tenemos a la chica guapa que corre, grita, gime y termina en brazos de astrofísico. Natural, nuestro irresistible encanto, tantas veces comprobado en las noches laguneras. Sobre el chico y sus reivindicaciones sobre lo buenos que eran sus padre antes de los tornillazos qué decir, sólo que entran unas ganas de pegarle una somanta de ostias...
Pero, dejando a un lado a los personajes, me concentro mejor en momentos memorables de la historia. Uno sería cuando el niño le cuenta su teoría de la invasión marciana al astrofísico y éste, ante la pregunta de la médica sobre si es posible tal cosa, contesta con la mayor naturalidad: “Las teorías dicen que sí, que en Marte podrían vivir los extraterrestres bajo la tierra”. Con dos cojones. Sus fuentes científicas: Asimov y Arthur C. Clarke. Por lo menos. O ese otro momento en el que el militar al mando, al perder de forma patética a uno de sus hombres en la arena espeta: “Esos marcianos, o lo que sean, se van a enterar de quien soy yo”. Claro referente filosófico en el que se inspirará posteriormente Stallone para construir el personaje de Rambo, en su lucha contra los marcianos amarillos. La llegada de los militares marca un punto de inflexión de la película. Como diría Danisev, ahí la película rompe definitivamente. El director (o lo que sea) decidió inflar el metraje de la cinta a base de incluir imágenes de archivo de maniobras militares que no pegan ni con cola con la textura ni el color de la película. Así, nos tragamos imágenes e imágenes de tanques y aviones que nunca sabremos por dónde vienen, cuándo llegarán y para qué. Bueno el para qué, sí. Mientras se plantean si entran o no en la arena los cuatro actores que hacen de extras que en la película, se entremezclan imágenes de bombardeos continuos y terribles... ¡Pero jamás sabremos cuál es su objetivo! Y la cosa continúa. Un subordinado le trae al general uno de los tornillos que han extraído de un tío que murió por la noble causa marciana y el general le pregunta a su experto (también militar) que tiene al lado:"¿Qué le parece?” El otro, con gesto serio y concentrado, le contesta: “Parece un cristal de cuarzo unido a una pieza de platino”. Literal, le basta un simple vistazo en la oscuridad de la noche para saberlo. Surrealista. Para qué coño se necesita un laboratorio teniendo a este tío en el grupo.
Y qué decir del final, cuando empiezan a buscar la localización exacta de a nave marciana. Lógicamente comienzan la búsqueda junto a nuestra entrañable cerca, al final del camino, allí donde se ha desarrollado la mayor parte de la película. Después nos muestran una serie de planos cortos del concienzudo rastreo de la zona con una especie de radar que nuestro experto ha creado con el puto tornillo de cuarzo y platino, y cuando encuentran el lugar exacto, nerviosos, preparan una bomba para abrir una agujero en la tierra. Como el director no quiere dejar escapar la oportunidad de deleitarnos con sus efectos especiales, nos muestra un plano medio de la explosión, ¿y qué descubrimos.?... ¡¡Que la explosión tiene lugar junto a la cerca, en el mismo sitio donde iniciaron la busqueda!! Pero eso no es todo, porque los marcianos son muy listos y tienen una especie de arma que sella los pasadizos que han construido bajo tierra, por lo que los militares han de volver a la superficie justo para ver como arrastran hacia el interior de la arena al niño y a la tía protagonista. ¿Intentar entrar por donde los han arrastrado? Imposible, ya habrán sellado la zona, mejor seguir buscando otra entrada. Y la encuentran por fin... ¿Dónde? Pues coño, en el mismo sitio que la primera vez, puesto que para qué van a hacer otra explosión, cogen el mismo plano en el que explosionaba la bomba de la primera vez y ya está. Impresionante. Podría parecer que esto es el mejor ejemplo de la economía de medios empleados. Pues no. Lo mejor está bajo tierra. A los monstruos marcianos se les ven las cremalleras de los disfraces, pero aún más divertido es asistir, en un mismo decorado, a las múltiples persecuciones de militares y marcianos por los múltiples túneles que debiera haber en el interior terrestre. Es decir, hicieron un pasadizo con una curva y según desde donde rodaban parece un giro a la derecha o un giro a la izquierda y nada, los extras a correr y correr, que hay que rellenar minutos. Y corren os lo aseguro. Corren muchas veces. Por el mismo puto sitio.
En fin, la verdad es que debido a todo esto y a ver la película con Carolina me descojoné mucho y bien. No hay que negar el valor del planteamiento de la historia y su final, que la hace circular y aún más desesperante por ello. Pero la película es mala, mala de cojones, por mucho que algunos frikis de Internet le quieran extraer valores que no tiene. Los otros clásicos de la época en el género fantástico y de ciencia ficción como Ultimátum a