Un comentario ocasional en una divertida noche de verano abrió la puerta a una reflexión interna sobre la estética en el cine, cuál es la importancia que le doy, la significación que tiene, qué elementos de ella me parecen prioritarios y cuál es la relación que tiene con otras variables que intervienen en las películas. Dani, mi cuñado, me decía entonces, con tranquilidad, que él entendía que para mí, por mis comentarios o mis análisis cinematográficos, la estética era algo secundario, postergada y sometida al argumento, al guión, a la historia. La conversación siguió por otros derroteros, pero no dejé de pensar en ello en el viaje de vuelta a casa de la mañana siguiente. ¿Esa era la impresión que daba? ¿Qué entendía yo por estética? ¿Cuál era su valor, su medida? ¿Por qué alguien cercano sacaba esa impresión que para mí era tan alejada de la realidad? ¿Alejada? También me recuerdo a mí mismo conversando y aseverando, sin matices y con decisión, que sin un buen guión, unos personajes bien descritos, algo que contar y una trama bien desarrollada una película no podía funcionar. Eso podría llevar a pensar a algunos que no podría entender y aceptar una preponderancia estética sobre la argumental. ¿Por qué no? ¿Y si la estética en sí es plena de significado? ¿Pero existe una película plenamente estética que desdeñe lo que cuenta y que valga la pena? Por otro lado, ¿existe una película profunda, trascendente y compleja que pueda desdeñar la utilización de la estética como mecanismo de transmisión de información y emoción? Para responder a estas cuestiones me decido a escribir cuáles son mis sensaciones y mis ideas sobre este asunto, haciendo un recorrido personal por la historia del cine que conozco y analizando aquellos trabajos y decisiones artísticas que me sirvan para montar el armazón intelectual de lo que quiero transmitir.
El cine no nació como arte, sino como mero registrador de la realidad. Los primeros trabajo de los hermanos Lumière presentaban tan sólo fragmentos de realidad. Seguramente fue el único momento en el que las cámaras fueron vírgenes y mostraron aquello que veían, sin ninguna implicación ideológica de un creador. A partir de Mèlies, podríamos considerar que el cine se convierte en una expresión más, aún limitada, de arte. El público se había cansado pronto de aquellas primera imágenes que le enseñaban lo que ya conocía y quería que ese nuevo invento le contara algo diferente, historias alejadas de su aburrida realidad, a la manera del teatro (al que vino en parte a sustituir como manifestación de la comunidad, como evento social) y la novela, pero narrados con los nuevos y poderosos instrumentos que el novel cinematógrafo proporcionaba. Aquí se podría comenzar a hablar de una estética del cine, cuando para contar algo se decide hacerlo de diferentes formas, mediante diferentes maneras de expresión. Con demasiada frecuencia, debido al desconocimiento o pretensión fatua de ruptura radical con el pasado, se entiende que todo lo realizado anteriormente es clásico por ser antiguo, y por tanto debe superado y aparcado, sin pararse a analizar los movimientos y direcciones experimentales que se tomaron antes y que a veces, patéticamente, no se hace más que remedar. La ventaja del cine (desventaja para los que se proclaman gurús de las nuevas oleadas y movimientos rupturistas) es que al tratarse de un arte joven y registrado en celuloide, a nada que uno tenga interés y constancia puede pararse a comprobarlo y comparar.
Ya está planteada pues, la premisa mayor: la existencia de diferentes maneras de transmitir y contar una historia. Decisiones creativas de profundo calado y suma importancia. Aceptando y comprendiendo además que el cómo se cuenta puede tener mayor trascendencia incluso que lo que se cuenta, siempre que se obtenga un significado conceptual o emocional diferente, pero nunca se lleguen a romper los hilos que unen el argumento con las formas. Iré repasando películas y el trabajo de algunos directores de cine que puedan ir articulando mis propias reflexiones sobre la estética.
(Sigue)
El cine no nació como arte, sino como mero registrador de la realidad. Los primeros trabajo de los hermanos Lumière presentaban tan sólo fragmentos de realidad. Seguramente fue el único momento en el que las cámaras fueron vírgenes y mostraron aquello que veían, sin ninguna implicación ideológica de un creador. A partir de Mèlies, podríamos considerar que el cine se convierte en una expresión más, aún limitada, de arte. El público se había cansado pronto de aquellas primera imágenes que le enseñaban lo que ya conocía y quería que ese nuevo invento le contara algo diferente, historias alejadas de su aburrida realidad, a la manera del teatro (al que vino en parte a sustituir como manifestación de la comunidad, como evento social) y la novela, pero narrados con los nuevos y poderosos instrumentos que el novel cinematógrafo proporcionaba. Aquí se podría comenzar a hablar de una estética del cine, cuando para contar algo se decide hacerlo de diferentes formas, mediante diferentes maneras de expresión. Con demasiada frecuencia, debido al desconocimiento o pretensión fatua de ruptura radical con el pasado, se entiende que todo lo realizado anteriormente es clásico por ser antiguo, y por tanto debe superado y aparcado, sin pararse a analizar los movimientos y direcciones experimentales que se tomaron antes y que a veces, patéticamente, no se hace más que remedar. La ventaja del cine (desventaja para los que se proclaman gurús de las nuevas oleadas y movimientos rupturistas) es que al tratarse de un arte joven y registrado en celuloide, a nada que uno tenga interés y constancia puede pararse a comprobarlo y comparar.
Ya está planteada pues, la premisa mayor: la existencia de diferentes maneras de transmitir y contar una historia. Decisiones creativas de profundo calado y suma importancia. Aceptando y comprendiendo además que el cómo se cuenta puede tener mayor trascendencia incluso que lo que se cuenta, siempre que se obtenga un significado conceptual o emocional diferente, pero nunca se lleguen a romper los hilos que unen el argumento con las formas. Iré repasando películas y el trabajo de algunos directores de cine que puedan ir articulando mis propias reflexiones sobre la estética.
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