17 marzo 2006
Correr. Huir. Escapar
14 marzo 2006
Disfunciones sociales
- Una conversación. Un bar cualquiera. Dos personas. La polémica se centra en el Estatut catalán y las diversas consecuencias lógicas que acarrea. No es una conversación desaforada, se discute sobre ideas. Uno de ellos se encuentra ante un callejón que parece no tener salida... Pero no es así, por fin la encuentra:"Pero vamos a ver... ¿Tú no crees en la libre autodeterminación de los pueblos?"... Silencio. Se habla de Cataluña y del País Vasco, no de la India de Gandhi. Da igual. Se plantea una pregunta del siglo XIX en la España del siglo XXI. Da igual. La pregunta se hace con total concentración y pasión libertaria, los ojos brillan con la arrogancia que otorga estar en una posición de inapelable razón progresista. Da igual. Fin de la discusión. ¿Para qué seguir?.
- Un instituto de Secundaria. Un profesor se encarga de traer cada día al centro prensa de pago de manera gratuita. Anteriormente consiguió que fuera El País. El diario desaparecía con rapidez en las manos de sus compañeros. Actualmente, por distintas causas, no consigue la distribución de ese diario para el centro, pero sí la de El Mundo. Los periódicos ahora se amontonan en una esquina. Se recortan los sudokus pero nadie se los lleva. Una profesora recoge uno para llevárselo a casa y leerlo en el metro. Una compañera la mira y le comenta: "Ten cuidado, no te vayas a intoxicar". Da igual intentar explicarle que leer sólo aquello que confirma lo que uno piensa es un ejercicio de inútil onanismo intelectual. Da igual intentar hacerle ver que practica el mismo sectarismo ideológico que con tanta pasión critica. Da igual. Da igual porque es imposible que lo entienda.
- Una reunión de amigos. La tertulia de la copa deriva suavemente hacia el tema inmobiliario. Es inevitable. Un amigo intenta hacer ver la luz a otro. Nada peor que la penumbra de la pretendida lucidez. No es la primera vez, tampoco será la última: "Estás tirando el dinero con el alquiler". Da igual la invasión a la intimidad y a la libre elección de cada uno que supone el comentario. Da igual que uno pague un alquiler de 360 euros mensuales para vivir exactamente donde quiere vivir mientras que el otro vive en un lugar donde jamás se planteó hacerlo gracias a una hipoteca a treinta años. Da igual intentar explicarle que tal vez esa casa jamás será suya. Que igual, antes de terminar de pagarla se jubile y, tal vez, para complementar la pensión, se la tenga que revender al mismo banco con el que se hipotecó. Da igual. Da igual porque es imposible que lo entienda.
08 marzo 2006
La lectora imperturbable
Tiene unos nueve o diez años y se recoge el pelo con una coleta. Su cara es regordeta, seria y en ella, una gafas de empollona se acomodan sobre su nariz y tiemblan un tanto al entrar en el vagón del metro de la línea 5. La acompaña su madre, que en silencio pero con firmeza, de manera profesional, orienta a su hija hasta el espacio libre existente entre los asientos, para así escapar de ingente humanidad que abarrota la zona de las puertas. Son cerca de las siete de la tarde y el metro es un lugar silencioso y sucio donde se adivina el agotador cansancio de final de jornada, y en el cuál la gente intenta conseguir su hueco vital para leer, escuchar su MP3 o simplemente no ser tocado o empujado por nadie, mientras su mirada se pierde viendo discurrir las paredes de los túneles que el tren atraviesa. Antes de que éste arranque, quejumbroso, hacia Que nadie le cuente, por favor, lo que darían muchos de los que leen en el metro por una tele en el vagón para no tener que hacerlo para pasar el tiempo.
Los Murrows españoles
Iba a escribir sobre algo que ha aparecido en la prensa española tras el estreno de Buenas noches y buena suerte: todos los periodistas de este país parecen defender y alabar la ética y el valor que Murrow tuvo en su lucha periodística contra los abusos y la imbecilidad del senador Mcarthy y sentirse orgullosos de pertenecer a su misma profesión. Sería bueno entender que la película recoge un momento de la vida de dicho periodista, que sirve al director para poner de relieve la necesidad de luchar contra la supresión de derechos y la limitación de libertades. Lo digo porque Murrow, como tantos periodistas, tiene puntos oscuros en su biografía profesional (extensa) que ponen de manifiesto la dificultad que supone al ser humano mantenerse firme en sus convicciones y no ceder ante las presiones del poder.Como decía, pensé escribir algo tras leer la epatante información que contaba que la directora de Informe Semanal había declarado que ella al que veía como el Murrow español era a Gabilondo en su lucha contra el Aznarato. Impresionante, estoy seguro que otros como Pedro J. también serán capaces de verse a sí mismos así obviando para ello el baboso papel que realizan todos cuando el poder lo detentan los de su cuerda. Tampoco sería necesario irse a las grandes figuras para observar la servidumbre actual de muchos de los que escriben o hablan en los medios de comunicación hacia el grupo mediático que les da de comer. Es algo que leemos y escuchamos todos los días. Pero al menos siempre quedan francotiradores que, aceptando las mínimas servidumbres posibles, al menos se atreven a escribir cosas como la que cito a continuación. Estas palabras describen mejor que cien de las mías el tema que trato aquí.
Carlos Boyero sobre Buenas noches y buena suerte, El Mundo, 7 Marzo, 2006:
"Cine creíble de buenos y malos, aunque, mosqueantemente no conozco a ningún profesional del gremio que no se identifique hasta el exceso cómico con la firmeza moral y la arriesgada independencia del legendario Edward Murrow, algo ligeramente patético en época de ratas que escriben cínicamente al dictado de los grupos de poder político y económico que les engordan la nómina"
Para qué añadir más. Me encanta este tío.
28 febrero 2006
Pablo
El domingo 26 de febrero volví a ser tío. Habían pasado más de dieciséis años desde que lo fuera por primera vez. Mi edad de entonces y las circunstancias hicieron que a ese sobrino lo terminara sintiendo y queriendo como hermano. Ahora, con éste, no sucederá así. Será sólo eso, ni más ni menos, mi sobrino. Mi hermana Espe, la de la bata verde, la que parece que fue ayer cuando estudiaba su carrera junto a mí sufriendo los rigores familiares, la que siempre me hace reír cuando se permite sacar lo más negro de su humor, acaba de dar a luz un ente pequeño y sonrosado que no abre todavía sus ojos pero sobre el cuál llevamos posando los nuestros con una extraña mezcla admiración y sorpresa desde el domingo por la noche. Manda huevos, Espe madre. Desde aquí un abrazo fuerte y una felicitación a los babeantes padres. Ya se darán cuenta con el tiempo que acaban de firmar la más larga de las hipotecas de su vida aunque espero que sea la que soporten con mayor felicidad.22 febrero 2006
Una historia de Madrid
Una calle semidesértica de Lavapiés. Comienza a caer la noche y el flujo diario, incansable y molesto de apestosas camionetas repletas de mercancía mayorista ya casi ha desaparecido. A lo lejos, en algún cruce oculto a la vista, se escucha aún el giro precipitado y ruidoso de una de ellas en su empeño por finiquitar su tarea, contribuyendo al desasosiego y hastío general. Un claxon estridente no permite escuchar el último susurro de un barrio que se lamenta y mira con desesperación hacia su alcalde, pidiendo una solución al eterno caos de ruido y tráfico en el que lo han convertido. Ya he dejado atrás la dolorida plaza de Tirso de Molina que se pregunta desolada cuando la dejarán por fin sin obras y elegante. Ando solo, embebido en mis propios pensamientos. Al fondo de la calle se observa una figura tambaleante rodeada de un grupo de niños que se jalean entre ellos con alegría y jolgorio. Me temo lo peor. Reduzco el paso. Hoy he tenido un mal día, estoy cansado. No quiero problemas y comienzo a intuir que van a ser inevitables. La prueba evidente es el andar beodo del hombre. El tipo consigue incluso caminar hacia atrás en algunas de sus interminables eses. Los niños siguen rodeándolo mientras se ríen, animando con su risa a un par de ellos que se acercan al borracho con decisión. Es una risa horrible, cruel, infantil y terrible. Es una risa que surge de la posibilidad de humillación del otro, del débil. Es la risa colectiva del poder instantáneo y absoluto. Una señora atraviesa la escena, pasa entre los niños, no levanta la mirada del suelo y continúa su camino. Estoy alcanzando al grupo. El desgraciado es un ecuatoriano de unos cuarenta años, con el rostro demacrado y la mirada perdida, que va agarrado a un tetra-brick de vino tinto barato en el único gesto coordinado que parece poder realizar. Casi choca conmigo en una de sus eses inesperadas pero logro evitarlo mientras nuestra secuencia de acción-evasión provoca una risotada cercana a la histeria en los críos. Se ve que lo están pasando fenomenal. Miro al borracho con una mezcla de piedad, pena y asco. No le hablo, no le digo nada. Los niños una vez he pasado continúan con su juego que no es otro que ponerle y quitarle una gorra al borracho mientras le empujan y le insultan. Todo un alarde de imaginación e inteligencia. No hay ninguna compasión, ni siquiera un atisbo de ella en ninguno de ellos. No son mayores de doce años, de sus espalada cuelgan las mochilas del colegio, visten ropas y complementos de los que habitualmente se sirven los chiquillos para sentirse bien, diferentes. Son ocho o nueves que configuran un grupo que produce cierto escalofrío. Cualquiera de ellos podría ser alumno mío. Son terriblemente crueles, saben que su poder está en el grupo. Sin premeditación, sin dobleces ni justificaciones estériles, hacen el mal, machacan y ridiculizan a ese tío porque pueden y porque les divierte. Son niños, eso que erróneamente siempre representamos con candor y simpatía. Son cachorros, maleados más que educados, acaparadores, egoístas y crueles por instinto. Sólo la educación, la razón, la empatía y el pragmatismo permiten que nos moldeemos, pero en esta ocasión nadie parece que vaya a ejercer su responsabilidad con esos mocosos. La tribu hace tiempo desistió de ejercer su autoridad. Por lo tanto están solos, nadie de su entorno los vigila y los demás, el resto de la tribu, tenemos claro que sólo debemos ocuparnos de nuestros asuntos e intervenir en los problemas de desconocidos sólo si ello no conlleva ningún problema o peligro. No es el caso. Los señores de las moscas están desbocados. Agacho la cabeza y sigo mi camino. Adelanto a los monstruitos, ya voy a alejarme. Mi orgullo o tal vez un atisbo de dignidad me revuelve por dentro. Me giro, les suelto un grito estentóreo y extemporáneo. Nada creíble, más bien forzado: ¡¡¿¿dejadle ya en paz, no??!! Me miran, se miran, evalúan la situación como carroñeros que son. Me evalúan, les estoy jodiendo su rato de diversión y no les gusta. Tampoco ven nada por lo que realmente asustarse. Huelen mi indecisión y ése es su triunfo. Yo ya he cumplido, parecen alejarse de él un momento. Continúo mi camino. Igual que la señora antes que yo. Tras unos pocos pasos las risas comienzan a sonar de nuevo, se vuelven a escuchar los bufidos del ecuatoriano, el tipo está al límite del coma etílico por el alcohol ingerido y el esfuerzo que le está suponiendo la defensa de sus agresores. Vuelve a estar solo e indefenso. Aprieto un poco los puños, respiro hondo, me estudio. Hoy ha sido un mal día, ha sido un día de mierda, hoy no toca. Hoy no me pringo. No giro la cabeza, no vuelvo a mirar, ando con rapidez, tan sólo me permito un último vistazo al doblar la esquina que me llevará a mi casa caliente y acogedora. La escena de caza sigue igual. Hoy soy un mierda. Hoy me ha tocado ser un mierda. No me ha tocado, he elegido ser un mierda. Por miedo, por pereza, por falta de empatía y de compromiso. Por falta de humanidad.Entro en el portal.
05 febrero 2006
Nada
15 enero 2006
La indigente
El límite ¿Hasta dónde estamos dispuestos a dar por aquéllos que creemos o decimos amar? ¿Hasta donde llegaríamos? ¿Por convicción? ¿Por compromiso social?
¿Cuál es el límite de nuestra propia miseria aguantando la miseria de los otros, de los nuestros? Esa mujer descubrió el suyo y el de los demás infinitamente antes de que hicieran efectiva su muerte física. Seguro que murió mucho antes. Muchas veces. Cada día que continuó malviviendo y mendigando en las mismas esquinas donde correteó de niña.
10 enero 2006
El recuerdo
02 enero 2006
Las concesiones televisivas del PP valenciano
La derecha ha perdido el miedo a Polanco o mejor dicho ha decidido quitarse la careta de centrada y liberal. Entiende que el poder mediático está mejor en manos de compañeros de negocios e ideología (¿no son ya sinónimos?) y que ello es valiosísimo para afianzarse en el poder. Saben que nunca serán apoyados por Prisa por mucho que le den y le permitan. Ya antes lo sabían pero no se atrevían a hacer lo que deseaban. Parece que ya es el momento. Fuera complejos. Se abre por tanto una nueva etapa en las decisiones respecto a los medios de comunicación que va a ir aclarando la catadura de nuestros políticos y sus servidumbres. Las de unos y las de otros. No sirven las medias tintas, el amiguismo está instalado a ambos lados del lodazal de los partidos. Ya se habla con desfachatez de tres por cientos o de tamayazos inducidos por empresarios cercanos al PP que están emergiendo de la nada y se posicionan en el nuevo mundo que se abre a los medios de comunicación con la televisión digital. Se habla, se conoce y se permite. Ya nada importa. Fuera caretas. A la sociedad civil no parece importarle. Se deja arrastrar, posicionar y manipular de manera casi infantil. El PP ya no se avergüenza de mostrar su verdadera cara y abandona sus hermosos discursos sobre la libertad e independencia de los medios. El PSOE, perro viejo, sigue navegando en los brazos de Polancone. Los medios y periodistas que fueron críticos con las prebendas socialistas al grupo Prisa se callan cínicamente, jalean patéticamente sus concesiones y publicitan con grandes letras sus triunfos en concursos públicos vomitivos convirtiéndose así en estómagos agradecidos, en perfecta simbiosis con quienes los eligen para así mantener los respectivos chiringuitos.
Igual que fueron indecentes y repugnantes las relaciones que surgieron entre el mundo polanquiano y los sucesivos gobiernos felipistas, las actuales y ya no escondidas relaciones babosas de Pedro J. con Aznar o la defensa que el mismo periodista hace de su amigo Zaplana (que fue cazado hace años en unas bochornosas conversaciones reconociendo sus verdaderas inclinaciones económico-políticas) al mismo tiempo que acusa a Montilla de amiguismo, destilan un cierto olor nauseabundo del que es difícil escabullirse.
Nada queda salvo conocer el por qué de lo que sucede, de cómo nos lo cuentan y de las implicaciones que conlleva.
Pero nos vamos a comer mucha pero mucha mierda en los próximos tiempos.