La brillantez huera, que sólo existe para iluminar el instante, la nova que explota para después desaparecer sin dejar rastro, dejando un poso de lucidez que nada parece inicialmente poder disipar, aunque su repercusión sea en realidad tan nula como la que tiene la sentencia de un imbécil. Tengo una relación de amor y odio con los aforismos en general. Con las frases cortas que resumen ideas. Con las sentencias que no se pueden discutir. Que te dejan anonadado por su brillantez o la rechazas vehemente sin posibilidad de un acercamiento reflexivo. Tras el impacto que suelen producir no hay nada. No hay recorrido. Es un producto caduco en su brillantez, un artefacto que muestra su fulgor, explota ante los ojos cegándote con su belleza para después sin más desaparecer. Tal vez por eso mi dualidad, mi proyecto de siempre de tener un cuadernito donde apuntar aforismos, ideas, sentencias, pequeños textos que me impresionan y estremecen cuando los leo y subrayo, proyecto éste siempre abandonado por esta extraña prevención que tengo. Pienso en todo esto mientras leo este post que me recuerda el porqué de ese deseo que sin embargo no cumplo, y que vuelve a dejarme el regusto amargo que sólo los proyectos inacabados o inasumidos pueden provocar.
Pero de inmediato recuerdo el detonante que me llevó a escribir aquí: la idea, la sentencia, ¿la reflexión? que me golpea desde hace semanas desde todos los lugares inimaginables: la radio, la televisión, la prensa, los blogs, el metro, los amigos, la vecina... La crisis está ya en la calle, la gente siente miedo y rabia al ver que son ellos sobre los que terminará repercutiendo la idea de un capitalismo brutal, globalizado y especulativo que a todos se nos escapa. Escuchan palabros que no entienden pero captan a la perfección la idea de que será el Estado (o sea ellos, sus impuestos, su futuro y los aspectos sociales de los que suelen depender para sobrevivir con dignidad) el que va a cargar con los problemas generados por los otros, por los ricos, por lo ambiciosos. Y eso les jode. Mucho. Pero tampoco tienen tiempo para asociarse, discutir, buscar alternativas... Y sólo queda el comentario cínico, que resume la situación a la perfección pero que al tiempo nada aporta ya por usado y trillado hasta la saciedad. No hay costumbre de disertar y la televisión ha impuesto el paradigma del impacto: golpear y escapar. No vaya a ser que se note demasiado el vacío. Así, tras unos segundos comentando generalidades, la falta de costumbre, pues, se impone y la frase referida a la situación actual emerge, para terminar, para finiquitar, para dejar el problema visto para sentencia En el fondo para descansar y escapar: “...vamos, privatizar los beneficios y socializar las pérdidas...” Igual tras la dichosa frasecita (si el que la suelta es alguien de la calle) se añade “...menuda panda de hijos de puta...”. Yo reconozco que agradezco al menos este colofón castizo.
Sólo hay que buscar en Google la sentencia para comprobar lo que digo.